59 HOMILÍAS PARA PENTECOSTÉS
(46-59)

 

 

46. 

 

Nexo entre las lecturas

En esta solemnidad de Pentecostés vamos a detener nuestra atención en las tareas del Espíritu en el interior de las conciencias y en el conjunto de la comunidad creyente. El Espíritu ejercita, primeramente, la tarea de consolador y abogado protector del cristiano, combinando esta tarea con la de maestro interior (evangelio). En la primera lectura el Espíritu, bajo la imagen del viento y del fuego, cumple su tarea de potencia transformante del hombre y promotora del Evangelio en todas las naciones. Finalmente, él es fuerza vivificadora, a la vez que testigo y artífice de nuestra filiación divina (segunda lectura).

Mensaje doctrinal

1. El Espíritu nos consuela y protege. Jesucristo ha sido, durante los años de vida pública, el consolador de los discípulos. Ahora está por retornar al Padre. )Quedarán los discípulos abandonados al desconsuelo, desprotegidos ante los ataques y la hostilidad del mundo? Jesús les asegura que les enviará otro Paráclito, es decir, otro consolador y protector. Es el Espíritu Santo. Consolar quiere decir acompañar, estar al lado de alguien, sobre todo en los momentos de tribulación, soledad y sufrimiento. El Espíritu Santo hace con nosotros y en nosotros el camino de la vida, de nuestra vida humana con toda su realidad prosaica y con toda su exaltación sublime. El cristiano, si es coherente, vive en un perenne Pentecostés, y por ello en la experiencia inefable del consuelo espiritual y de la seguridad protectora y eficaz del Espíritu.

2. El Espíritu, maestro de cristología. Algo muy claro en los textos del Nuevo Testamento es que el Espíritu sólo sabe hablar de Cristo, la cristología es la única materia que sabe enseñar a los hombres. Es no sólo un repetidor de lo que Cristo ha enseñado a los suyos, sino también un actualizador de las enseñanzas de Cristo a las nuevas circunstancias y situaciones de los creyentes. En el Nuevo Testamento aparece bajo muy variadas figuras, pero bajo ellas siempre coincide en ser el expositor de Cristo. Y no sólo de su doctrina, sino de su vida y de sus actitudes. Por eso, él es el que hace resonar en nosotros la voz de Cristo que dice: Abba, Padre.

3. El Espíritu, potencia transformante. Con el viento huracanado que agita el Cenáculo se simboliza el origen de la potencia del Espíritu, que es Dios mismo, y se nos remite a la primera creación cuando Dios infundió su aliento sobre el primer hombre de barro. Con el fuego se hace referencia a la experiencia de Moisés en el Sinaí y a la transformación que ese fuego sin consumirse operó en él. El Espíritu transforma el interior del hombre y su obrar diario porque goza de la potencia divina. De este modo, opera una nueva creación, una nueva generación: la de los Hijos de Dios en Cristo Jesús.

4. El Espíritu, potencia promotora del Evangelio. Según Filón de Alejandría: En el Sinaí el fuego se transformó en lengua...y en la interpretación rabínica de la Alianza sinaítica, la voz de Dios en el Sinaí se había dividido en 70 voces, en 70 lenguas, cuantos eran los pueblos conocidos, para que todas las naciones del mundo pudieran escuchar y comprender la ley. En Pentecostés, el Espíritu realiza este milagro: el Evangelio de Jesucristo llega a todos los pueblos, encarnándose en sus lenguas y culturas. Gracias al Espíritu, la voz del Evangelio resuena en la bóveda de toda la tierra, sin excepción alguna.

5. El Espíritu, testigo y artífice vivificador de nuestra filiación divina. En ser hijos de Dios reside la esencia del cristianismo, por eso el Espíritu atestigua en nuestra alma esta condición fundamental de la existencia cristiana. El testimonio del Espíritu es oculto, pero siempre vivificador, porque en ser hijos de Dios nos va la vida. A la vez que testigo es artífice de la filiación divina en nosotros, porque no puede sufrir que llamados a ser hijos vivamos como esclavos.

Sugerencias pastorales

1. Cristiano, o sea, guiado por el Espíritu. La definición del cristiano es muy rica, por eso ninguna puede abarcarlo completamente. Cristiano es quien cree en Jesucristo. Cristiano es quien reproduce en su vida el modelo que Cristo nos ofrece. Cristiano es todo hombre que está bautizado. Cristiano es todo aquel que ama a Dios y a su prójimo, etc. Hoy quiero subrayar: Cristiano es todo hombre guiado por el Espíritu. Siendo el Espíritu de Cristo, él siempre nos llevará a Cristo, nos hará vivir según Cristo, nos hará amar como Cristo ama, nos hará vivir a fondo nuestro bautismo, que está eminentemente centrado en la persona y en la vida de Cristo. Si te dejas guiar por el Espíritu, él te hará entender y vivir el Evangelio de Jesucristo: el evangelio de la verdad y de la justicia, el evangelio del sufrimiento y de la cruz, el evangelio de Dios y del hombre, el evangelio de la vida y de la muerte, el evangelio de la Iglesia y del mundo, el evangelio de hoy y de siempre. Si te dejas guiar por el Espíritu, él te impulsará a ser coherente entre tu ser y tu obrar, entre tu pensar y tu vivir, entre tu vocación cristiana y tu presencia en el mundo del trabajo, de los negocios, de la política, de la docencia, de las finanzas. Si te dejas guiar por el Espíritu, él te llevará a mirar más allá de ti mismo, a ver tantas necesidades de los hombres que te están esperando, a vivir con los pies bien afincados en la tierra pero con el corazón puesto en el cielo.


2. El Espíritu en la Iglesia y con la Iglesia. El primer Pentecostés se realizó en la comunidad de los discípulos de Cristo, en la Iglesia apostólica. Este hecho fundacional constituye una característica de la acción del Espíritu. Él obra en la Iglesia, es decir, dentro de ella, para santificarla, renovarla, acrecentarla, purificarla, vivificarla. A veces daría la impresión que ciertos cristianos se sorprenden y maravillan viendo la acción del Espíritu fuera de la Iglesia, y han perdido toda capacidad de admiración para descubrir la inmensa y magnífica acción del Espíritu en la Iglesia. Hay que saber hacer las dos cosas. Además el Espíritu Santo obra con la Iglesia. Es decir, toda acción de la Iglesia fuera de su ámbito propio, está acompañada por la presencia y acción del Espíritu. Cuando la Iglesia se hace misionera, el Espíritu es misionero con ella. Cuando la Iglesia entabla un diálogo interreligioso, el Espíritu está con la Iglesia en ese diálogo para hacerlo fructificar. Cuando la Iglesia se hace solidaria de los más necesitados, el Espíritu comparte con ella esa misma solidaridad. Cuando la Iglesia da orientaciones desde la fe en el campo político y social, el Espíritu ilumina y apoya esas orientaciones. Todo por la sencilla razón de que el Espíritu es el alma de la Iglesia.

P. Antonio Izquierdo
 


 

47. DOMINICOS 2003

El Dios en quien creemos los cristianos es el Dios de las promesas. Una de las más preciosas que ha hecho a la humanidad en el devenir de la historia de la salvación ha sido la de la entrega de su Espíritu. Promesa presente en la predicación profética y en las mismas palabras del Señor Jesucristo. Hoy celebramos el cumplimiento de esta promesa: “Recibid el Espíritu Santo”; y con ella celebramos dos valiosos rasgos que nos desvelan parte del insondable misterio de Dios.

En primer lugar, la fidelidad de Dios. Su palabra se hace realidad y va germinando una nueva humanidad en medio de los avatares de la historia. Su Espíritu, que es su fuerza creadora y vivificadora, el mismo que ordenó e infundió vida en cuanto existe, el mismo que rescató a Jesús de entre los muertos, nos ha sido entregado; y Él, pese a todo, va guiando los designios de la historia. Y los va guiando a una comunión universal, bellamente expresada en los Hechos de los Apóstoles al referirnos que toda lengua oye y entiende el mensaje de salvación que el Espíritu impulsa a testificar en la predicación apostólica; y que igualmente remarca San Pablo al decirnos que “en cada uno se manifiesta el Espíritu para el bien común” (1 Cor 12,7).

La entrega del Espíritu pone igualmente de manifiesto el amor de Dios por la humanidad. Con este regalo de su mismo Espíritu, el Señor Jesucristo nos da lo más genuino de su ser. Es como si dijera: “Os doy lo que soy. Recibid la vida que no acaba, la fuerza inagotable, la bondad duradera. Recibid a Dios”.

Comentario bíblico:

LA IGLESIA Y EL ESPÍRITU DEL SEÑOR

Introducción

El Domingo de Pentecostés (cincuenta días después de la Pascua) nos muestra, con la proverbial primera lectura (Hechos 2,1-11), que las experiencias de Pascua, de la Resurrección, nos han puesto en el camino de la vida verdadera. Pero esa vida es para llevarla al mundo, para transformar la historia, para fecundar a la humanidad en una nueva experiencia de unidad (no uniformidad) de razas, lenguas, naciones y culturas. Lucas ha querido recoger aquí lo que sintieron los primeros cristianos cuando perdieron el miedo y se atrevieron a salir del «cenáculo» para anunciar el Reino de Dios que se les había encomendado. Todo el capítulo primero de los Hechos de los Apóstoles es una preparación interna de la comunidad para poner de manifiesto lo importante que fueron estas experiencias del Espíritu para cambiar sus vidas, para profundizar en su fe, para tomar conciencia de lo que había pasado en la Pascua, no solamente con Jesús, sino con ellos mismos y para reconstruir el grupo de los Doce, al que se unieron todos los seguidores de Jesús. Por eso, el día de Pentecostés ha sido elegido por Lucas para concretar una experiencia extraordinaria, rompedora, decidida, porque era una fiesta judía que recordaba en algunos círculos judíos el don de la Ley del Sinaí, seña de identidad del pueblo de Israel y del judaísmo. La pretensiones para que la identidad de la comunidad de Jesús resucitado estuviera en la fuerza y la libertad del Espíritu es algo muy sintomático. El evangelista sabe lo que quiere decir y nosotros también, porque el Espíritu es lo propio de los profetas, de los que no están por una iglesia estática y por una religión sin vida. Por eso es el Espíritu quien marca el itinerario de la comunidad apostólica y quien la configura como comunidad profética y libre. Veamos algunos aspectos de los textos bíblicos:

 

Primera Lectura: (Hch 2,1-11): El Espíritu lo renueva todo

I.1. Este es un relato germinal, decisivo y programático; propio de Lucas, como en el de la presencia de Jesús en Nazaret (Lc 4,1ss). Lucas nos quiere da a entender que no se puede ser es­pec­tadores neutrales o marginales a la experiencia del Espíritu. Porque ésta es como un fenómeno absurdo o irracional hasta que no se entra dentro de la lógica de la acción gratuita y poderosa de Dios que transforma al hombre desde dentro y lo hace capaz de relaciones nuevas con los otros hombres. Y así, para expresar es­ta realidad de la acción libre y renovadora de Dios, la tradición cristiana tenía a disposición el lenguaje y los símbolos religiosos de los relatos bíblicos donde Dios interviene en la historia hu­mana. La manifestación clásica de Dios en la historia de fe de Israel, es la liberación del Éxodo, que culmina en el Sinaí con la constitución del pueblo de Dios sobre el fundamento del don de la Alianza.

I.2. Pentecostés era una fiesta judía, en realidad la "Fiesta de las Semanas" o "Hag Shabu'ot" o de las primicias de la recolección. El nombre de Pentecostés se traduce por "quincuagésimo," (cf Hch 2,1; 20,16; 1Cor 16,8). La fiesta se describe en Ex 23,16 como "la fiesta de la cosecha," y en Ex 34,22 como "el día de las primicias o los primeros frutos" (Num 28,26). Son siete semanas completas desde la pascua; es decir, cuarenta y nueve días y en el quincuagésimo, el día es la fiesta (Hag Shabu´ot). La manera en que ésta se guarda se describe en Lev 23,15-19; Num 28,27-29. Además de los sacrificios prescritos para la ocasión, en cada uno está el traerle al Señor el "tributo de su libre ofrenda" (Dt 16,9-11).  Es verdad que no existe unanimidad entre los investigadores sobre el sentido propio de la fiesta, al menos en el tiempo en que se redacta este capítulo. Las antiguas versiones litúrgicas, los «targumin» y los comentarios rabínicos señalaban estos aspectos teológicos en el sentido de poner de manifiesto la acogida del don de la Ley en el Sinaí, como condición de vida para la comunidad renovada y santa. Y después del año 70 d. C., prevaleció en la liturgia el cómputo farisaico que fijaba la celebración de Pentecostés 50 días después de la Pascua. En ese caso, una tradición anterior a Lucas, muy probablemente, habría cristianizado el calendario litúrgico judío.

I.3. Pero ese es el trasfondo solamente, de la misma manera que lo es, también sin duda, el episodio de la Torre de Babel, en el relato de Gn 11,1-9. Y sin duda, tiene una im­por­tan­cia sustancial, ya que Lucas no se queda solamente en los episodios exclusivamente israelitas. Algo muy parecido podemos ver en la Genealogía de Lc 3,1ss  en que se remonta hasta Adán, más allá de Abrahán y Moisés, para mostrar que si bien la Iglesia es el nuevo Israel, es mucho más que eso; es el comienzo escatológico a partir del cuál la humanidad entenderá encontrará finalmente toda posibilidad de salvación.

I.4. Por eso mismo, no es una Ley nueva lo que se recibe en el día de Pentecostés, sino el don del Espíritu de Dios o del Espíritu del Señor. Es un cambio sustancial y decisivo y un don incomparable. El nuevo Israel y la nueva humanidad, pues, serán conducidos, no por una Ley que ya ha mostrado todas sus limitaciones en el viejo Israel, sino por el mismo Espíritu de Dios. Es el Espíritu el único que hace posible que todos los hombres, no sólo los israelitas, entren a formar parte del nuevo pueblo. Por eso, en el caso de la familia de Cornelio (Hch 10) -que se ha considerado como un segundo Pentecostés entre los paganos-, veremos al Espíritu adelantarse a la misma decisión de Pedro y de los que le acompañan, quien todavía no habían podido liberarse de sus concepciones judías y nacionalistas

I.5. Lo que Lucas quiere subrayar, pues, es la universalidad que caracteriza el tiempo del Espíritu y la habilitación profética del nuevo pueblo de Dios. Así se explica la intencionalidad -sin duda del redactor-, de transformar el relato primitivo de un milagro de «glosolalia» (hablar lenguas casi celestiales, para entendernos), en un milagro de profecía, en cuanto todos los oyentes, de toda la humanidad representada en Jerusalén, entienden hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua. El don del Espíritu, en Pentecostés, es un fenómeno profético por el que todos es­­cu­chan cómo se interpreta al alcance de todos la "acción salvífica de Dios"; no es un fenómeno de idiomas, sino que esto acontece en el corazón de los hombres.

I.6. El relato de Pentecostés que hoy leemos en la primera lectura es un conjunto que abarca muchas experiencias a la vez, no solamente de un día. Esta fiesta de la Iglesia, que nace en las Pascua de su Señor, es como su bautismo de fuego. Porque ¿de qué vale ser bautizado si no se confiesa ante el mundo en nombre de quién hemos sido bautizados y el sentido de nuestra vida? Por eso, el día de la fiesta del Pentecostés, en que se celebraba la fiesta del don de la ley en el Sinaí como don de la Alianza de Dios con su pueblo, se nos describe que en el seno de la comunidad de los discípulos del Señor se operó un cambio definitivo por medio del Espíritu.

I.7. De esa manera se quiere significar que desde ahora Dios conducirá a su pueblo, un pueblo nuevo, la Iglesia, por medio del Espíritu y ya no por la ley. Desde esa perspectiva se le quiere dar una nueva iden­tidad profética a ese pueblo, que dejará de ser nacionalista, cerrado, exclusivista. La Iglesia debe estar abierta a todos los hombres, a todas las razas y culturas, porque nadie puede estar excluido de la salvación de Dios. De ahí que se quiera significar todo ello con el don de lenguas, o mejor, con que todos los hombres entiendan ese proyecto salvífico de Dios en su propia lengua y en su propia cultura. Esto es lo que pone fin al episodio desconcertante de la torre de Babel en que cada hombre y cada grupo se fue por su camino para "independizarse de Dios". Eso es lo que lleva a cabo el Espíritu Santo: la unificación armoniosa de la humanidad en un mismo proyecto salvífico divino.

 

 IIª Lectura: Gálatas (5,16-25): La dignidad de vivir en el Espíritu

2.1. La segunda carta a los Gálatas -la más personal y polémica de Pablo-, nos muestra en este pasaje la vida según el Espíritu. Pablo ha mantenido un pulso a muerte con los adversarios de ésta comunidad galaica que querían imponer otro evangelio en ausencia del Apóstol, que no era en realidad evangelio (buena noticia). La llamada a la libertad es la primera afirmación de nuestro texto, que es la misma con que se abre este capítulo de Gálatas (5,1). En una antítesis entre carne y espíritu, no se debe perder de vista la polémica entre la ley y la gracia, que está a la base de todo el escrito paulino. El catálogo de virtudes y vicios tiene mucho, sin duda, de retórico, pero es la vida misma la que nos muestra que eso es así. La lista podía ampliarse en uno y otro sentido. Y lo importante no es solamente la enumeración de cada uno de los frutos, tal como suele hacerse, sino el conjunto de todos, los que nos hace “vivir en Cristo” y “vivir en Dios”.

2.2. Pablo opone la vida según el Espíritu a la vida según la carne, concepto que no debemos entenderlo en sentido sexual, sino que significa aquellos criterios del mundo que nos apartan de Dios y de la libertad verdadera: de ahí nace adorar el dinero, el poder, la gloria, los placeres irracionales, en definitiva la vida más egoísta que todos podemos imaginarnos. Pero la vida según el Espíritu, como alternativa cristiana, es para Pablo la vida según el evangelio: amor, alegría, bondad, benevolencia y equilibrio; por consiguiente, la vida abierta a la generosidad, como Dios ha hecho con nosotros. Esta es la parte práctica de la carta a los Gálatas donde ha discutido el tema de la libertad cristiana que trae en su entraña el evangelio. Desde luego, merece la pena resaltar los frutos del Espíritu, porque es lo que llena de dignidad el corazón humano. Esto podría dar lugar a una reflexión sobre esos frutos o sobre los dones, si bien no es ahora el momento de emprender esa tarea. Pero vemos que no se menciona la “glosolalia” como un don de la presencia del Espíritu. Es que no es necesaria para sentir que la vida cristiana, como vida profética, no necesita muchas veces esos dones extraordinarios a los que el mismo Pablo le ha puesto algún “pero” en la exposición de los carismas de 1Cor 12-14. Si no hay “glosolalia” también el Espíritu se manifiesta en nuestra vida cristiana.

 

Evangelio: Juan  (15,26-27; 16,12-15): El Espíritu de la verdad

III.1. El evangelio de este domingo está entresacado de Juan 15 y 16, capítulos de densa y expresiva teología joánica, que se ha puesto en boca de Jesús en el momento de la despedida de la última cena con sus discípulos. Habla del Espíritu que les ha prometido como «el Defensor» y el que les llevará a la experiencia de la verdad. Cuando se habla así, no se quiere proponer una verdad metafísica, sino la verdad de la vida. Sin duda que quiere decir que se trata de la verdad de Dios y de la verdad de los hombres. El concepto verdad en la Biblia es algo dinámico, algo que está en el corazón de Jesús y de los discípulos y, consiguientemente, en el corazón de Dios. El corazón es la sede de todos los sentimientos. Por lo mismo, si el Espíritu, como ha prometido Jesús, nos llevará a la verdad plena, total, germinal, se nos ofrece la posibilidad de entrar en el misterio del Dios de la salvación, de entrar en su corazón y en sus sentimientos. Por ello, sin el Espíritu, pues, no encontraremos al Dios vivo de verdad.

III.2. El Espíritu es el “defensor” también del Hijo. Todo lo que Él, según San Juan, nos ha revelado de Dios, del Padre, vendrá confirmado por el Espíritu. Efectivamente, el Jesús joánico es muy atrevido en todos los órdenes y sus afirmaciones sobre las relaciones entre Jesús y Dios, el Padre, deben ser confirmadas por un testigo cualificado. No se habla de que el Espíritu sea el continuador de la obra reveladora de Jesús y de su verdad, pero es eso lo que se quiere decir con la expresión “recibirá de mí lo que os irá comunicando”. No puede ser de otra manera; cuando Jesús ya no esté entre los suyos, su Espíritu, el de Dios, el del Padre, continuará la tarea para que no muera la verdad que Jesús ha traído al mundo.

Miguel de Burgos, OP

mdburgos.an@dominicos.org

 

Pautas para la homilía

 

El mismo Espíritu por el que Jesús fue engendrado, el mismo que le impulsó a ser y obrar cuanto se verificó en su persona, está ahora en y con los suyos, porque Él nos lo ha dado. El Espíritu de Dios vive en nosotros desde el día de nuestro “Pentecostés personal”, que fue el de nuestro bautismo. Y también forman parte de este “Pentecostés personal” cada celebración sacramental; cada momento de encuentro personal, profundo e íntimo, con el misterio de Dios.

Es esta presencia del Espíritu de Dios en nosotros la que va creando la imagen del “hombre nuevo” que se expresa en la confianza inquebrantable en la acción poderosa y salvífica de Dios, que nos hace libres y aleja de nosotros cualquier temor. Fiesta de Pentecostés, fiesta para renovar la certeza de que en Cristo Jesús encontramos la razón para nuestra confianza; lo cual nos permitirá caminar por la vida serenos y confiados.

Habitados por la vida de Dios para dar a nuestro alrededor los frutos propios de su amor. El Espíritu de Dios es impulso, aliento, para la construcción de un mundo nuevo marcado por este amor que no conoce fronteras, que hace de todos una gran familia de hermanos, sin fronteras ni exclusiones de cualquier tipo.

 

El discurso programático del Señor Jesús lo recoge San Lucas en el capítulo cuarto de su evangelio. El Espíritu le impulsa a verificar un cambio decisivo en la marcha de la historia. Un cambio que está expresado en el hecho de ser buena noticia para todos los marcados por algún tipo de sufrimiento: pobres, cautivos, oprimidos, ciegos.

Desgraciadamente el sufrimiento sigue ahí, basta que abramos los ojos y miremos a nuestro alrededor. Hoy también nosotros somos ungidos para anunciar a todos con nuestra vida atenta y servicial a cualquier necesidad que ha llegado el tiempo de la gracia, de la salvación, de la salud y de la dignificación para todos los abatidos y excluidos de ésta denominada sociedad del bienestar. Sólo quien sigue este gesto de amor liberador mantendrá viva la fidelidad al Espíritu que el Señor nos da y podrá construir esta humanidad nueva que Jesús inauguró y que su Iglesia mantiene y ha de hacer crecer.

 

Llenos del Espíritu Santo los apóstoles se pusieron a hablar de lo acontecido en la persona de Jesús de Nazaret. Y le presentaron como el Nombre sobre todo nombre, como el que inaugura y afianza nuestra esperanza, como el único que nos puede salvar.

Pese a tantos y tan espectaculares logros como la humanidad ha conseguido, pervive en nosotros la sensación de estar perdidos, necesitados de ayuda, de orientación y luz.

El Espíritu nos ha sido dado para hacernos testigos de Cristo Jesús en quien descubrimos el sentido pleno y el fundamento de cuanto existe. Testigos que avalan su palabra con gestos de vida. La VI Asamblea Nacional de Superiores de 1999 ofrecía en su documento final la siguiente reflexión:

“Empezamos el siglo XXI con el enorme desafío de hacer un mundo realmente unido y no sólo artificialmente comunicado... Mantenemos nuestro compromiso de anunciar el Evangelio en cualquier lugar de la tierra, conscientes de que Jesucristo es un don para todos y de que la misión está todavía en sus comienzos. Nos empuja el Espíritu del Resucitado. Nos alienta el testimonio de muchos de nuestros hermanos, algunos de los cuales han sellado la misión con su sangre”.

 

Fray Cesar Valero, O.P.
prior.vre@dominicos.org


48. 2001

COMENTARIO 1

vv.15-16. Quien no ama a Jesús no puede amar a los demás (15). Por primera vez menciona Jesús el amor de sus discípulos a él: la adhesión a su persona y obra se convierte en un impulso de identificación con él.

Por ella, los mandamientos pierden todo carácter de imposición, son la exigencia del amor. Cumplirlos significa ser como Jesús y a esto lleva espontáneamente la fuerza interior del Espíritu. No se trata de la obediencia de los discípulos a normas externas sino de la expansión exterior de la sintonía con Jesús Se conserva el termino mandamiento para oponer los de Jesús (los mandamientos míos, enfático) a los de la Ley antigua. «El mandamiento nuevo« (13 34) expresaba la actitud del discípulo, creando la solidaridad del amor Los mandamientos suyos cuyo contenido nunca se explícita, son las exigencias de actuación que las circunstancias presentan al amor de los discípulos. En «el mandamiento« habla Dios en el interior del discípulo; en «los mandamientos le habla desde la realidad histórica.



vv. 23-26. La venida de Jesús no se hará con alarde de poder ni para vengarse de la injusticia cometida contra él (23). La transformación de la socie­dad humana no se hace por la fuerza. Por eso, en respuesta a Judas, re­pite lo antes dicho (21). Su mensaje es el del amor al hombre y se des­pliega en sus mandamientos. Su manifestación no es como la que ellos esperan. La respuesta a la práctica del amor es la presencia suya y del Padre. El Padre y Jesús, que son uno, establecerán su morada en el dis­cípulo. En el antiguo éxodo, la presencia de Dios en medio del pueblo se localizaba en la tienda del Encuentro. En el nuevo, cada uno será morada de Dios.

El mensaje de Jesús es el del Padre (24). Muestra a los oprimidos el medio de salir de la opresión, invita a un éxodo fuera de un sistema in­justo (10,2-4), abre los ojos para que el hombre conozca su dignidad se­gún el designio de Dios (9,lss) y hace caminar a los paralizados por las ideologías opresoras (5, 3ss); es el amor manifestado en el compartir, que da a los hombres su independencia y los libera de la explotación (6, 5ss). Practicarlo significa tener el Espíritu de Jesús.

La frase mientras vivo con vosotros (25-26) hace recordar la marcha de Jesús y anuncia su despedida. Ellos tendrán que ir comprendiendo y profundizando lo que les ha dicho, pero ayudados por el Espíritu. Es el Espíritu profético, que transmite a la comunidad mensajes del Señor. Jesús, hecho presente por su Espíritu, es el maestro de la comunidad.

El Espíritu es el amor y lealtad, la gloria (1,14 y 32; 1,17 y 7,39). En cuanto el amor se formula para proclamarlo, se le llama «mensaje»; en cuanto es fuerza de vida, «Espíritu»; en cuanto es norma de conducta, «mandamiento»; en cuanto se hace visible y hace presente a Dios, se le llama «gloria». Jesús está presente con su Espíritu (fuerza y actividad del amor).

Síntesis: Cambia el concepto antiguo de Dios y el de la relación del hombre con él. Se concebía a Dios como una realidad exterior al hom­bre y distante de él; la relación con Dios se establecía a través de me­diaciones, en primer término, la de la Ley, de cuya observancia depen­día el favor divino. Dios reclamaba al hombre para sí; éste aparecía como siervo. El mundo quedaba en la esfera de lo profano.

En la exposición que hace Jesús se describe la venida del Espíritu, de Jesús y del Padre. Con esta imagen espacial se significa el cambio de relación entre Dios y el hombre. La comunidad y el individuo se convierten en morada de la divinidad, el hombre en santuario de Dios. De esta manera Dios «sacraliza» al hombre y, a través de él, a toda la crea­ción. No hay ya, pues, ámbitos sagrados donde Dios se manifieste fuera del hombre mismo. Esta «sacralización» produce al mismo tiempo una «desacralización», suprimiendo toda mediación de «lo sagrado» exterior al hombre.

Dios se asemeja a una onda en expansión que comunica vida con ge­nerosidad infinita. No quiere que el hombre sea para él, sino que, vi­viendo con él, sea como él, don de sí, amor absoluto. Al hombre toca aceptar ese amor e incorporarse a esa fuerza que tiende a expansionarse en continuo don.

Dios no es el rival del hombre. No lo ha creado para reclamarle luego su vida como tributo y sacrificio. No absorbe ni disminuye al hombre, lo potencia. No puede el hombre anularse para afirmar a Dios; eso significaría la negación de Dios creador, el dador de vida.


COMENTARIO 2

El evento de Pentecostés, en los orígenes del cristianismo, desencadenó el movimiento de Jesús, que partiendo de Jerusalén, llegó hasta los confines del mundo. El cristianismo nació como un movimiento del Espíritu, que se organizaba en pequeñas comunidades, que mantenían viva la enseñanza de Jesús y de los apóstoles, que tenían un mismo espíritu y todo lo compartían y lo tenían en común, de manera que no había pobres entre ellos; celebraban la fracción del pan por la casas, perseveraban en las oraciones y hacían prodigios y señales en medio del pueblo (Hch. 2, 42-47). El Espíritu fue el que hizo nacer con fuerza y poder este movimiento histórico, comunitario y misionero de Jesús. Hoy día necesitamos reconstruir la Iglesia tomando como modelo el evento de Pentecostés y su efecto histórico en los primeros 50 años del movimiento de Jesús (entre Pentecostés y la organización universal de la Iglesia).

Los textos de Pablo y Juan que hemos leído, profundizan en la Vida según el Espíritu, en cada persona y sobre todo en la comunidad. Hoy podemos discernir esta Vida según el Espíritu en la oposición muerte-vida en la cual se debate la humanidad. La orientación de la historia hacia la muerte del cosmos y de la humanidad es la manifestación visible de la ausencia del Espíritu en la historia. La muerte colectiva del pobre y de la naturaleza, la falta de trabajo, pan, educación, salud, participación y gozo, son los signos de la ausencia del Espíritu. Por el contrario, todo movimiento humano hacia la vida, y la construcción de un mundo donde todos tengan vida, es la manifestación visible de la presencia del Espíritu en la historia. Es la muerte o la vida del ser humano concreto, la referencia de fe que nos permite discernir la presencia y acción histórica del Espíritu. También lo que nos permite discernir y definir el ser humano como ser espiritual. La espiritualidad es, como nos enseña Pablo, la tendencia hacia la vida. Es en la vida humana plena donde vivimos y hacemos visible el amor del Padre que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo.

Debemos combatir un falso sentido de espiritualidad como huida del mundo y de las cosas materiales, como si la espiritualidad fuese asunto sólo del alma, por encima de todo lo material y humano. Este espiritualismo fue la primera y más peligrosa herejía en los orígenes del cristianismo. Se llamó gnosticismo y nació en algunos sectores de Iglesia y teólogos por influjo de la filosofía griega. Los filósofos definían la espiritualidad, la subjetividad, la ética y la libertad, en el dominio del alma sobre el cuerpo. Esta posición no era inocente, pues se decía que el alma era al cuerpo como el amo al esclavo y como el varón a la mujer. Se definía así la espiritualidad en el desprecio y opresión del cuerpo, de los esclavos y de las mujeres. Por eso San Pablo definió con tanta claridad la acción del Espíritu en la tendencia del ser humano, con cuerpo y alma, hacia la vida. Los filósofos griegos negaron radicalmente el misterio de la encarnación y resurrección, por su carácter corporal e histórico. En el espirtualismo, como forma moderna de gnosticismo, se da una negación del Espíritu Santo y de la resurrección. El espiritualismo niega también la encarnación de Jesús y pervierte el sentido de Dios como un Dios de Vida y de Amor. Urge en nuestros tiempos recuperar la concepción bíblica del Espíritu, como Espíritu de Vida, Verdad y Libertad. Pablo y Juan deben ser nuestros maestros espirituales.

Otra forma de negar el Espíritu, tanto en los orígenes del cristianismo como en nuestros días, es el legalismo, que pone la santidad y la salvación únicamente en el cumplimiento de la ley y en el poder de la institución. La ley y la institución son buenas cuando están al servicio del ser humano, pero se pervierten cuando se somete al ser humano al imperio de la ley y la institución. Lo que nos salva es la fe, no el cumplimiento de la ley o el somentimiento a un poder absoluto, sea político o sagrado. Otra vez debemos volver a leer a Pablo y Juan para liberarnos del legalismo y autoritarismo y poder ser hombres y mujeres del Espíritu en una Iglesia auténtica como comunidad espiritual.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)


49. 2002

COMENTARIO 1

UNA FRATERNIDAD UNIVERSAL

A pesar de que las ideologías o los intereses de las clases dominantes en/renten a unos hombres con otros, a pesar de que esos enfrentamientos se hayan justificado siempre que se ha podido en nombre de Dios (¡en su nombre se ha llegado a justificar hasta las guerras!), ni al hombre le conviene, ni Dios quiere otra cosa sino que los hombres lleguen definitivamente a entenderse.


LA TORRE DE BABEL

Los escritores bíblicos más antiguos estaban condenados de que la humanidad tenía un origen único, de que todos los hombres procedían de un tronco común. Pero esta convicción chocaba con la experiencia de ver a los hombres enfrentados, divididos e incapaces de entenderse ni siquiera mediante una de las facultades que más les diferenciaba de los animales: el lenguaje.

Casi mil años antes de nuestra era, uno de aquellos anti­guos escritores, reflexionando a la luz de su fe, impresionado seguramente por los templos que se edificaban en Mesopota­mia desde el tiempo de los antiguos sumerios (una de las pri­meras civilizaciones de la historia de la humanidad), construyó el relato de la torre de Babel (Gn 11,1-8), con el que pretendía explicar cómo a los hombres, a pesar de proceder de un tronco común, les resultaba imposible entenderse, pues hablaban di­versas lenguas. El significado de ese relato es claro: los hom­bres intentaron edificarse un templo a sí mismos, volvieron a caer en la trampa de Adán y Eva: «seréis como dioses» (Gn 2,4). Y al igual que en el Paraíso se rompió la armonía entre la pareja, también ahora, como consecuencia de ese tremendo y repetido error, se quebró aún más la unidad del género humano.


OTRAS BABELES

Porque el hombre, cuando cree que puede ser dios y se empeña en conseguirlo a su manera, lo único que consigue, ya lo decíamos el domingo pasado, es convertirse en un peligro para sus semejantes; y sus semejantes, si tienen la misma pre­tensión, se convierten automáticamente en un peligro para él. Porque, a pesar de que de esta clase de dioses puede haber muchos, cada uno de ellos quiere ser más dios que los demás.

Esta tentación, a pesar de ser tan antigua como el hombre mismo, jamás ha dejado de estar de actualidad. Todavía hoy sigue habiendo muchos que, aunque digan que creen en un Dios supremo, o aunque digan que no creen en ningún Dios, se endiosan a si mismos y se comportan como amos, como se­ñores de sus semejantes, violando sus derechos, limitando su libertad, esclavizando sus conciencias, pisoteando su dignidad y exigiendo de hecho para sus decisiones un sometimiento se­mejante al que, según el concepto que ellos tienen de Dios, debería estar reservado sólo al Ser Supremo: ahí están para probar lo que decimos todos los totalitarismos, los ateos y los que se dicen creyentes, los meramente políticos y los parcial o totalmente religiosos... Y ahí están esas verdaderas Babeles, obstáculos casi insalvables para el entendimiento de los hom­bres, que se han ido edificando a lo largo de la historia: la esclavitud, la santa Inquisición, los campos de exterminio del nazismo, las purgas estalinistas, la represión franquista, los desaparecidos argentinos, la agresión imperial contra Nicara­gua...; los bloques militares, cualquier tipo de militarismo, la carrera de armamentos, el tráfico de armas...; la tortura, el hambre, el colonialismo...



PENTECOSTES

El domingo pasado decíamos que Jesús había mostrado a la humanidad el único camino posible para llegar a ser seme­jantes a Dios (la entrega por amor en favor de los hombres) y que, tras realizar él este camino, está permanentemente al lado del Padre.

Diez días después de la Ascensión, según las cuentas que hace San Lucas en los Hechos de los Apóstoles, Dios volvió a bajar a la tierra para meterse dentro de un puñado de hom­bres que estaban asustados pero que se hallaban dispuestos a tomar el relevo y a andar también ellos el camino que anduvo Jesús. Al sentir la fuerza del Espíritu de Dios, perdieron el miedo y empezaron a dar los primeros pasos. Y lo que antes había servido para separar a los hombres se convirtió en ve­hículo de entendimiento, lo que era causa para que los hom­bres no pudieran comunicarse se convirtió en instrumento de unidad: empezaron a hablar en lenguas diversas a personas que entendían idiomas distintos; y todos se comprendían a las mil maravillas: .... y quedaron desconcertados, porque cada uno los oía hablar en su propio idioma». El Espíritu no los había uniformado, pero había hecho posible la unidad: las len­guas seguían siendo distintas, pero el entendimiento era po­sible. Y esto porque el Espíritu les facilitaba un lenguaje universal, el único que, respetando los diversos modos de expresarse que cada cual tenga, conduce al entendimiento ple­no: el lenguaje del amor, el lenguaje de la entrega en favor de la construcción de un mundo nuevo en el que nadie pretenda ser dios de nadie, el lenguaje de la revolución más profunda que el hombre pueda realizar y en la que hasta el mismo Dios está comprometido: la revolución que pretende construir una verdadera fraternidad universal. Sin padres, sin amos, sin dio secillos..., con un solo Padre y un único Espíritu que nos hace a todos hijos y hermanos.



COMENTARIO 2

v. 19: Ya anochecido, aquel día primero de la semana, es­tando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos...

La escena tiene lugar el mismo día en que comienza la nueva creación (v. 19: aquel día pri­mero de la semana); esta realidad va a ser considerada ahora desde el punto de vista de la nueva Pascua, con alusión al éxodo del Mesías Los discípulos son todos los que dan su adhesión a Jesus, no hay nombres propios ni limitación alguna. Con la frase estando atrancadas las puertas muestra el desamparo de los seguidores de Jesús en medio de un ambiente hostil El miedo denota la inseguridad; los discípulos aún no tienen experiencia de Jesús vivo (16,16) Como José de Arimatea, son discípulos clandestinos (19,38) Su situación es como la del antiguo Israel en Egipto (Ex 14,10); pero, como en el Éxodo, están en la noche (ya anochecido) en que el Señor va a sacarlos de la opresión (Ex 12 42 Dt 16, 1).


vv. 19-20: llegó Jesús, haciéndose presente en el centro y les dijo: -Paz con vosotros, y dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos sintieron la alegría de ver al Señor.

Jesús se hace presente, como había prometido (14,18s, 16, l8ss) y se sitúa en el centro: fuente de vida, punto de referencia, factor de unidad. Paz con vosotros es el saludo que les confirma que ha vencido al mundo y a la muerte y, a continuación, Jesús les muestra los signos de su amor y de su victoria (v. 20). El que está vivo delante de ellos es el mismo que murió en la cruz; se les muestra como el Cordero de Dios, el de la Pascua nueva y definitiva, cuya sangre los libera de la muerte (Éx 12,12s); el Cordero preparado para ser comido esta noche (Ex 12,8), es decir, para que pue­dan asimilarse a él. La permanencia de las señales en las manos y el cos­tado indica la permanencia de su amor; Jesús será siempre el Mesías-rey crucificado, del que brotan la sangre y el agua. Alegría.


v. 21: Les dijo de nuevo: Paz con vosotros. Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo también a vosotros y, dicho esto, sopló y les dijo: -Recibid Espíritu Santo.

La repetición del saludo (v. 21) introduce la misión, a la que tendía la elección de los discípulos (15,16; 17,18). Ésta ha de ser cumplida como el la cumplió, demostrando el amor hasta el fin (manos y costado). El Espíritu (v. 22) los capacitará para la misión. Sopló o «exhaló su aliento», éste es el verbo usado en Gn 2,7 para indicar la infusión en el hombre del aliento de vida. Jesús les infunde ahora su propio aliento, el Espíritu (19, 30), creando de este modo la nueva condición humana, la de espíritu (3 6 7 39) por el «amor y lealtad» que reciben (1, 17). Culmina así la obra creadora, esto significa «nacer de Dios» (1,13), estar capacitado para «hacerse hijo de Dios» (1,12). Quedan liberados «del pecado del mundo» (1,19) y salen de la esfera de la opresión. La experiencia de vida que da el Espíritu es «la verdad que hace libres» (8,31s); quedan «consagrados con la verdad» (17,17s). El éxodo del Mesías no se hace saliendo físicamente del «mundo» injusto (17,15), sino dando la adhesión a Jesús y, de este modo, dejando de pertenecer al sistema mundano (17,6.14).


v. 23: A quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los im­putéis, les quedarán imputados.

Este es el resultado positivo y negativo de la misión, en paralelo con la de Jesús. El pecado, la represión o supresión de la vida que impide la realización de proyecto creador, se comete al aceptar los valores de un orden injusto. Los pecados son las injusticias concretas que se derivan de esa aceptación.

El testimonio de los discípulos (15,26s), la manifestación del amor del Padre (9,4), obtendrá las mismas respuestas que el de Jesús: habrá quienes lo acepten y quienes se endurezcan en su actitud (15,18-21; 16,1-4).

Al que lo acepta y es admitido en el grupo cristiano, rompiendo de hecho con el sistema injusto, la comunidad le declara que su pasado ya no pesa sobre él; Dios refrenda esta declaración infundiéndole el Espí­ritu que lo purifica (19,34) y lo consagra (17,16s). A los que rechazan el testimonio, persistiendo en la injusticia, su conducta perversa, en con­traste con la actividad en favor de los hombres que ejerce el grupo cris­tiano, les imputa sus pecados. La confirmación divina significa que estos hombres se mantienen voluntariamente en la zona de la reproba­ción (3,36).



COMENTARIO 3

En la 1ª lectura, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, escuchamos el relato del Pentecostés cristiano: La venida del Espíritu Santo, prometido por Jesucristo, sobre los apóstoles y los demás componentes de la Iglesia naciente, entre ellos María, la madre de Jesús, y otras mujeres. Pentecostés era una fiesta judía que se celebraba a los cincuenta días de la Pascua, inicialmente una fiesta agraria, de campesinos, que había sido asociada al recuerdo de la llegada del pueblo de Israel al pie del monte Sinaí, y al don de la ley y de la alianza en medio de los portentos que lo acompañaron: fuego en la montaña, viento huracanado, sonar de truenos y trompetas. San Lucas, el autor del libro de los Hechos, ha querido presentar la inauguración oficial del ministerio apostólico, en el marco de esta celebración judía, cuando llegaban a Jerusalén miles de peregrinos, como sucedía también en Pascua y en la fiesta otoñal de los tabernáculos o de las tiendas.

Así como en el Sinaí fue constituido el pueblo de Israel con sus instituciones, así también ahora, en Jerusalén, sobre el monte Sión, es constituido el nuevo pueblo de Dios: la Iglesia de Jesucristo. No es obra puramente humana, es obra del Espíritu Divino que el Resucitado envía del Padre como supremo don al mundo. Por eso las manifestaciones portentosas: las lenguas de fuego, el huracán y el ruido. La gente reunida por el portento, asiste a la primera predicación de Pedro y los demás apóstoles. Una predicación que no ha dejado de resonar en el mundo a lo largo de estos 20 siglos y a pesar de todas las dificultades y persecuciones. Para los cristianos ya no rige la ley judía con sus minucias a veces inhumanas, y a la alianza antigua sellada con los sacrificios de animales, sucede ahora la alianza nueva y eterna refrendada por la sangre misma de Cristo. Por todo esto la Iglesia exulta hoy de júbilo, porque es como el aniversario de su fundación, y porque hoy se renuevan en ella los prodigios de los orígenes, pues el Espíritu Santo sigue colmándola de dones.

San Pablo, en la 2ª lectura de hoy, tomada de su 1ª carta a los Corintios, nos habla de la unidad de la Iglesia bajo la imagen de un cuerpo bien coordinado, en el que cada uno de los miembros contribuye al bienestar de todos, desempeñando distintas funciones cada uno. Es cierto que Pablo pudo tomar la imagen de autores paganos que la aplicaban a la sociedad en general, pero lo novedoso es que en la Iglesia la unidad del cuerpo es otorgada por el don del único Espíritu Divino que recibimos en el bautismo, y la diversidad de sus miembros es la manifestación de los diversos dones del mismo Espíritu. Ya no hay distinción entre judíos y paganos, ni entre esclavos y libres, ninguna otra distinción: todos somos llamados a ocupar nuestro lugar en la comunidad, un lugar diverso según los dones, funciones o servicios que se nos hayan confiado, pero un lugar en la unidad de la misma Iglesia, nuevo pueblo de Dios, familia de Dios convocada por el Espíritu.

Hemos pasado la semana anterior orando por la unidad de los cristianos. Hoy podemos pedirle al Espíritu Santo que, manifieste y selle, por fin y definitivamente, esa unidad tan anhelada, concediéndonos a todos comprender las palabras inspiradas de Pablo, de que somos un solo cuerpo de bautizados en el mismo Espíritu.

La lectura del evangelio de Juan nos da otra versión de Pentecostés, diferente pero no contradictoria de la que leímos en Hechos. Para san Juan el Espíritu es un don que procede directamente de Cristo Resucitado: es su aliento, su soplo vital. Él lo transmite, al atardecer del día mismo de la resurrección, a los discípulos reunidos en una casa de Jerusalén, y llenos de miedo por la hostilidad de los judíos. El Señor resucitado se pone en su presencia deseándoles reiteradamente la paz, identificándoseles como el Jesús de Nazaret que ellos habían conocido, el crucificado, pues les muestra las llagas de las manos y del costado. Enviándolos a predicar la Buena Nueva, como el Padre lo había enviado a El. Aquí la imagen del Espíritu es también el viento, el soplo, el aire en movimiento. Pero no el simple viento de la tierra, sino el soplo que sale de las entrañas mismas del Resucitado, pues en El está presente el Espíritu Divino que lo ha resucitado de entre los muertos y por eso puede comunicarlo a otros sin medida.

En San Juan, el don del Espíritu Santo está asociado al perdón de los pecados. Porque el pecado es como el paradigma, el ejemplo exacto, de todos los males que nos pueden afligir a los seres humanos. El pecado es la injusticia, la opresión, la violencia y la muerte. Él es la causa de nuestra caducidad, de todas nuestras lágrimas y de todas nuestras perplejidades. Cuando el Espíritu divino perdona nuestros pecados es como si volviéramos a nacer y como si el mundo se renovara milagrosamente delante de Dios, liberado de la carga de males con que lo afligen nuestros crímenes.

Terminamos la celebración del tiempo pascual, de estos cincuenta días que son como un solo día de felicidad y gloria, renovándonos en el Espíritu de Jesús resucitado. El Espíritu que debemos comunicar al mundo con nuestro compromiso misionero y ejemplar de cristianos, para que el mundo crea y, creyendo, se salve.

1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas a este evangelio). Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid.

3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).


50. Domingo 8 de junio de 2003

Hch 2, 1-11: Pentecostés
Salmo: 103, 1.24.29-31.34
Gál 5, 16-25: Los frutos del Espíritu
Jn 15, 26-27; 16, 12-15:

También ustedes darán testimonio
Cualquier gran ciudad de nuestro mundo rememora ya el ambiente de la torre de Babel: pluralidad de lenguas, pluralidad de culturas, pluralidad de ideas, pluralidad de estilos de vida y problemas inmensos de intolerancia e incomprensión entre los que la habitan. ¿Cómo convivir y entenderse quienes tienen tantas diferencias? La situación está volviéndose especialmente problemática en los países desarrollados, pero también en las grandes ciudades de todo el mundo. Inmigrantes del campo, del interior, de otras provincias o países que lo dejan todo para buscar un trabajo, un hogar, un lugar donde recibir sustento y calidad de vida. A la desesperada son cada día más los que abandonan su país para tocar a la puerta de los países desarrollados, aunque para ello haya que surcar mares tenebrosos en barcas desamparadas. Llegar a la otra orilla es la ilusión... Y cuando llegan, si es que los dejan entrar, comienza un verdadero calvario hasta poder situarse al nivel de los que allí viven. Nuestro mundo se ha convertido ya en paradigma de la torre de Babel, palabra que significaba “puerta de los dioses”. Así se denominaba la ciudad, símbolo de la humanidad, precursora de la cultura urbana. Una ciudad en torno a una torre, una lengua y un proyecto: escalar el cielo, invadir el área de lo divino. El ser humano quiso ser como Dios (ya antes lo había intentado en el paraíso a nivel de pareja, ahora a nivel político) y se unió (-se uniformó-) para lograrlo.

Pero el proyecto se frustró: aquél Dios, celoso desde los comienzos del progreso humano, confundió (en hebreo, "balal") las lenguas y acabó para siempre con la Puerta de los dioses ("Babel"). Tal vez nunca existió aquel mundo uniformado; quizá fue sólo una tentadora aspiración de poder humano. Después del castigo divino, las diferentes lenguas fueron el mayor obstáculo para la convivencia, principio de dispersión y de ruptura humana. El autor de la narración babélica no pensó en la riqueza de la pluralidad e interpretó el gesto divino como castigo. Pero hizo constar, ya desde el principio, que Dios estaba por el pluralismo, diferenciando a los habitantes del globo por la lengua y dispersándolos.

Diez siglos después de escribirse esta narración del libro del Génesis, leemos otra en el de los Hechos de los Apóstoles. Tuvo lugar el día de Pentecostés, fiesta de la siega en la que los judíos recordaban el pacto de Dios con el pueblo en el monte Sinaí, cincuenta días (=Pentecostés) después de la salida de Egipto.

Estaban reunidos los discípulos, también cincuenta días después de la Resurrección (el éxodo de Jesús al Padre) e iban a recoger el fruto de la siembra del Maestro: la venida del Espíritu que se describe acompañada de sucesos, expresados como si se tratara de fenómenos sensibles: ruido como de viento huracanado, lenguas como de fuego que consume o acrisola, Espíritu ( ="ruah": aire, aliento vital, respiración) Santo (="hagios": no terreno, separado, divino). Es el modo que elige Lucas para expresar lo inenarrable, la irrupción de un Espíritu que les libraría del miedo y del temor y que les haría hablar con libertad para promulgar la buena noticia de la muerte y resurrección de Jesús.

Por esto, recibido el Espíritu, comienzan todos a hablar lenguas diferentes. Algunos han querido indicar con esta expresión que se trata de "ruidos extraños"; tal vez fuera así originariamente, al estilo de las reuniones de carismáticos. Pero Lucas dice "lenguas diferentes". Así como suena. Poco importa por lo demás averiguar en qué consistió aquel fenómeno para cuya explicación no contamos con más datos. Lo que sí importa es saber que el movimiento de Jesús nace abierto a todo el mundo y a todos, que Dios ya no quiere la uniformidad, sino la pluralidad; que no quiere la confrontación sino el diálogo; que ha comenzado una nueva era en la que hay que proclamar que todos pueden ser hermanos, no sólo a pesar de, sino gracias a las diferencias; que ya es posible entenderse superando todo tipo de barreras que impiden la comunicación.

Porque este Espíritu de Dios no es Espíritu de monotonía o de uniformidad: es políglota, polifónico. Espíritu de concertación (del latín "concertare": debatir, discutir, componer, pactar, acordar). Espíritu que pone de acuerdo a gente que tiene puntos de vista distintos o modos de ser diferentes. El día de Pentecostés, a más lenguas, no vino, como en Babel, más confusión. "Cada uno los oía hablar en su propio idioma de las maravillas de Dios". Dios hacía posible el milagro de entenderse.. Se estrenó así la nueva Babel, la pretendida de Dios, lejos de uniformidades malsanas, un mundo plural, pero acorde. Ojalá que la reinventemos y no sigamos levantando muros ni barreras entre ricos y pobres, entre países desarrollados y en vías de desarrollo o ni siquiera eso.

Y la venida del Espíritu significó para aquel puñado de discípulos el fin del miedo y del temor. Las puertas de la comunidad se abrieron. Nació una comunidad humana, libre como viento, como fuego ardiente. No sin razón dice Pablo: "Donde hay Espíritu de Dios hay libertad", y donde hay libertad, autonomía (el ser humano -y su bien- se hacen ley), y donde hay autonomía, se fomenta la pluralidad y la individualidad, como camino de unidad, y resplandece la verdad, porque el Espíritu es veraz y nos guiará por el camino de la verdad, de la autenticidad, de la vida, como dice Juan en su evangelio. Que venga un nuevo Pentecotés sobre nuestro mundo –es nuestra oración- para acabar con esta ola de intolerancia e intransigencia que nos invade por doquier.



Para la revisión de vida
-Hacer un tiempo de oración más profunda, tratando de escuchar las mociones que el Espíritu puede suscitar en mí y que quizá no tengo condiciones de escuchar en la prisa diaria.
-Educar la mirada: lograr "ver" al Espíritu actuando en tantas cosas como Él mueve y dirige...
-No dejarnos deslumbrar por todos los que se remiten fácilmente al "espíritu" y en su nombre se apartan del compromiso del amor, de la atención a los pobres...: hacer "discernimiento de espíritus".
-Ejercicio: leer un libro de espiritualidad comprometida.


Para la reunión de grupo
-¿Qué reacción nos produce la palabra "espíritu"? Démosle sinónimos explicativos.
-Hoy hablan muchos del "espíritu" y lo encuentran en regiones o en actividades muy lejanos de la realidad, del compromiso social, en lo "puramente religioso"... ¿Es así lo que la Biblia nos dice del Espíritu? Pongamos ejemplos.
-«Hay que ser espirituales, no espiritualistas»: comentar la frase, con razones y con experiencias.
-En el transfondo de lo que escribe, Lucas, en los Hechos de los Apóstoles (1ª lectura) tiene en el pensamiento el símbolo de lo que ocurrió en Babel: ¿en qué sentido? Explicitar las referencias simbólicas.


Para la oración de los fieles
Para que el Espíritu de Pentecostés se siga derramando hoy en la Iglesia en todos sus miembros, para animarla a ser fermento y catalizador de todas las transformaciones que el mismo Espíritu produce en todos los hombres y mujeres de todas las razas y credos, roguemos al Señor...
-Por este mundo que en la actualidad tiene en curso más de 30 guerras, para que el Espíritu de Dios, que actúa en todos los pueblos, nos lleve poco a poco a superar la Babel de la confusión y nos encamine a la reconciliación y la Paz...
-Por esta Humanidad, hija de Dios, que se refiere a Él y lo ama desde las más diversas religiones y tradiciones espirituales; para que, sin perder la identidad espiritual que Dios ha dado a cada pueblo -destello singular de su gloria- todas las religiones dialoguen activa y fructuosamente, como mediaciones que son del único Dios...
-Para que el Espíritu Dios, "padre de los pobres" [Pater páuperum], que siempre les ha dado a lo largo de la historia, sobre todo en los momentos más difíciles y de máxima postración, claridad en la visión y coraje para el compromiso liberador, les dé hoy también en todo el mundo, fe convencida y esperanza activa...
-Para que, como en Pentecostés, todos los pueblos entiendan el lenguaje del amor y de la unidad, sin que ningún pueblo quiera dominar a los demás…
-Para que el Espíritu del Dios creador, "que repuebla la faz de la Tierra" y deposita -también en todas las criaturas- una participación de sí mismo, nos haga a los humanos conscientes de que no poseemos el mundo en propiedad para utilizarlo y consumirlo, sino para co-existir con todas las cosas y con-vivir con todas las criaturas animadas reverenciando así tanto a la Creación como al Creador...


Oración comunitaria
Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la Gloria: ilumina nuestra mirada interior para que, viendo lo que esperamos a raíz de tu llamado, y entendiendo la herencia grande y gloriosa que reservas a tus santos, comprendamos con qué extraordinaria fuerza actúa en favor de los que creemos. Por N.S.J. [cfr Ef 1, 17ss]
Dios nuestro, Espíritu inasible, Luz de toda luz, Amor que está en todo amor, Fuerza y Vida que alienta en toda la Creación: derrámate hoy de nuevo sobre toda la creación y sobre todos los pueblos, para que buscándote más allá de los diferentes nombres con que te invocamos, podamos encontrarTe, y podamos encontrarnos, en Ti, unidos en amor a todo lo que existe. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos.


51. DOMINICOS 2004

Los discípulos estaban atemorizados, con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. ¿Había tenido algún sentido la cruz?

Hoy estamos atemorizados, igual que los discípulos: terrorismo, guerras preventivas, choque de culturas, hedonismo ilimitado, pérdida de valores, paro, drogas... ¿Cuál es el sentido de la cruz hoy? ¿ cuál es el sentido
que da a nuestras vidas el resucitado?

Parece que los cristianos, además de temor, estamos incluso en actitud conformista ante todo lo anterior, nos da miedo exponer en público nuestra creencia y nuestras ideas, y muchas veces también en privado.

¡Ven hoy, Espíritu de Dios y haznos testigos, danos la fuerza para salir de nuestros conventículos de cristianos cumplidores, sácanos de nuestra comodidad y haznos voceros de tu palabra en nuestro entorno familiar, en el puesto de trabajo, en el corro de amistades, en la opción política, e incluso en nuestros ratos legítimos de ocio!

¡Ven hoy, Espíritu de Dios para hacernos proclamadores permanentes de la revolución evangélica y vence nuestra perenne negación a tener los ojos abiertos a las necesidades de los tiempos!

Comentario Bíblico
Ven, Espíritu divino,
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre,
don en tus dones espléndido,
luz que penetra las almas,
fuente del mayor consuelo (Secuencia)

El Domingo de Pentecostés (cincuenta días después de la Pascua) nos muestra, con la proverbial primera lectura (Hechos 2,1-11), que las experiencias de Pascua, de la Resurrección, nos han puesto en el camino de la vida verdadera. Pero esa vida es para llevarla al mundo, para transformar la historia, para fecundar a la humanidad en una nueva experiencia de unidad (no uniformidad) de razas, lenguas, naciones y culturas. Lucas ha querido recoger aquí lo que sintieron los primeros cristianos cuando perdieron el miedo y se atrevieron a salir del «cenáculo» para anunciar el Reino de Dios que se les había encomendado. Todo el capítulo primero de los Hechos de los Apóstoles es una preparación interna de la comunidad para poner de manifiesto lo importante que fueron estas experiencias del Espíritu para cambiar sus vidas, para profundizar en su fe, para tomar conciencia de lo que había pasado en la Pascua, no solamente con Jesús, sino con ellos mismos y para reconstruir el grupo de los Doce, al que se unieron todos los seguidores de Jesús. Por eso, el día de Pentecostés ha sido elegido por Lucas para concretar una experiencia extraordinaria, rompedora, decidida, porque era una fiesta judía que recordaba en algunos círculos judíos el don de la Ley del Sinaí, seña de identidad del pueblo de Israel y del judaísmo. Las pretensiones para que la identidad de la comunidad de Jesús resucitado se mostrara bajo la fuerza y la libertad del Espíritu es algo muy sintomático. El evangelista sabe lo que quiere decir y nosotros también, porque el Espíritu es lo propio de los profetas, de los que no están por una iglesia estática y por una religión sin vida. Por eso es el Espíritu quien marca el itinerario de la comunidad apostólica y quien la configura como comunidad profética y libre. Veamos algunos aspectos de los textos bíblicos:

Iª Lectura: (Hch 2,1-11): El Espíritu lo renueva todo
I.1. Este es un relato germinal, decisivo y programático; propio de Lucas, como en el de la presencia de Jesús en Nazaret (Lc 4,1ss). Lucas nos quiere da a entender que no se puede ser es­pec­tadores neutrales o marginales a la experiencia del Espíritu. Porque ésta es como un fenómeno absurdo o irracional hasta que no se entra dentro de la lógica de la acción gratuita y poderosa de Dios que transforma al hombre desde dentro y lo hace capaz de relaciones nuevas con los otros hombres. Y así, para expresar es­ta realidad de la acción libre y renovadora de Dios, la tradición cristiana tenía a disposición el lenguaje y los símbolos religiosos de los relatos bíblicos donde Dios interviene en la historia hu­mana. La manifestación clásica de Dios en la historia de fe de Israel, es la liberación del Éxodo, que culmina en el Sinaí con la constitución del pueblo de Dios sobre el fundamento del don de la Alianza.

I.2. Pentecostés era una fiesta judía, en realidad la “Fiesta de las Semanas” o “Hag Shabu’ot” o de las primicias de la recolección. El nombre de Pentecostés se traduce por “quincuagésimo,” (cf Hch 2,1; 20,16; 1Cor 16,8). La fiesta se describe en Ex 23,16 como “la fiesta de la cosecha,” y en Ex 34,22 como “el día de las primicias o los primeros frutos” (Num 28,26). Son siete semanas completas desde la pascua; es decir, cuarenta y nueve días y en el quincuagésimo, el día es la fiesta (Hag Shabu´ot). La manera en que ésta se guarda se describe en Lev 23,15-19; Num 28,27-29. Además de los sacrificios prescritos para la ocasión, en cada uno está el traerle al Señor el “tributo de su libre ofrenda” (Dt 16,9-11). Es verdad que no existe unanimidad entre los investigadores sobre el sentido propio de la fiesta, al menos en el tiempo en que se redacta este capítulo. Las antiguas versiones litúrgicas, los «targumin» y los comentarios rabínicos señalaban estos aspectos teológicos en el sentido de poner de manifiesto la acogida del don de la Ley en el Sinaí, como condición de vida para la comunidad renovada y santa. Y después del año 70 d. C., prevaleció en la liturgia el cómputo farisaico que fijaba la celebración de Pentecostés 50 días después de la Pascua. En ese caso, una tradición anterior a Lucas, muy probablemente, habría cristianizado el calendario litúrgico judío.

I.3. Pero ese es el trasfondo solamente, de la misma manera que lo es, también sin duda, el episodio de la Torre de Babel, en el relato de Gn 11,1-9. Y sin duda, tiene una im­por­tan­cia sustancial, ya que Lucas no se queda solamente en los episodios exclusivamente israelitas. Algo muy parecido podemos ver en la Genealogía de Lc 3,1ss en que se remonta hasta Adán, más allá de Abrahán y Moisés, para mostrar que si bien la Iglesia es el nuevo Israel, es mucho más que eso; es el comienzo escatológico a partir del cuál la humanidad entera encontrará finalmente toda posibilidad de salvación. De hecho, tiene muchas posibilidades teológicas el reclamo y el trasfondo a Gn 11,1-9 sobre la torre de babel. Porque Babel, Babilonia, ha sido para el pueblo bíblico el prototipo de la idolatría, del poder contaminante y tirano, opuesto a Dios. Podemos ver una contraposición entre la “globalización” de Babel y cómo ahora viene el Espíritu a la comunidad en Jerusalén. Ahora, ya no para conquistar a los pueblos, sino para mostrar como Dios se incultura en todas las razas y lenguas por medio de su Espíritu. Cada uno lo “entiende” en su propia cultura, en su propio ser, incluso en su propia religión, podíamos decir.

I.4. Por eso mismo, no es una Ley nueva lo que se recibe en el día de Pentecostés, sino el don del Espíritu de Dios o del Espíritu del Señor. Es un cambio sustancial y decisivo y un don incomparable. El nuevo Israel y la nueva humanidad, pues, serán conducidos, no por una Ley que ya ha mostrado todas sus limitaciones en el viejo Israel, sino por el mismo Espíritu de Dios. Es el Espíritu el único que hace posible que todos los hombres, no sólo los israelitas, entren a formar parte del nuevo pueblo. Por eso, en el caso de la familia de Cornelio (Hch 10) -que se ha considerado como un segundo Pentecostés entre los paganos-, veremos al Espíritu adelantarse a la misma decisión de Pedro y de los que le acompañan, quien todavía no habían podido liberarse de sus concepciones judías y nacionalistas

I.5. Lo que Lucas quiere subrayar, pues, es la universalidad que caracteriza el tiempo del Espíritu y la habilitación profética del nuevo pueblo de Dios. Así se explica la intencionalidad -sin duda del redactor-, de transformar el relato primitivo de un milagro de «glosolalia» (hablar lenguas casi celestiales, ¡para entendernos!), en un milagro de profecía, en cuanto todos los oyentes, de toda la humanidad representada en Jerusalén, entienden hablar de las maravillas de Dios en su propia lengua. El don del Espíritu, en Pentecostés, es un fenómeno profético por el que todos es­­cu­chan cómo se interpreta al alcance de todos la “acción salvífica de Dios”; no es un fenómeno de idiomas, sino que esto acontece en el corazón de los hombres.

I.6. El relato de Pentecostés que hoy leemos en la primera lectura es un conjunto que abarca muchas experiencias a la vez, no solamente de un día. Esta fiesta de la Iglesia, que nace en las Pascua de su Señor, es como su bautismo de fuego. Porque ¿de qué vale ser bautizado si no se confiesa ante el mundo en nombre de quién hemos sido bautizados y el sentido de nuestra vida? Por eso, el día de la fiesta del Pentecostés, en que se conmemora el don de la ley en el Sinaí como garantía de la Alianza de Dios con su pueblo, se nos describe que en el seno de la comunidad de los discípulos del Señor se operó un cambio definitivo por medio del Espíritu.

I.7. De esa manera se quiere significar que desde ahora Dios conducirá a su pueblo, un pueblo nuevo, la Iglesia, por medio del Espíritu y ya no por la ley. Desde esa perspectiva se le quiere dar una nueva iden­tidad profética a ese pueblo, que dejará de ser nacionalista, cerrado, exclusivista. La Iglesia debe estar abierta a todos los hombres, a todas las razas y culturas, porque nadie puede estar excluido de la salvación de Dios. De ahí que se quiera significar todo ello con el don de lenguas, o mejor, con que todos los hombres entiendan ese proyecto salvífico de Dios en su propia lengua y en su propia cultura. Esto es lo que pone fin al episodio desconcertante de la torre de Babel en que cada hombre y cada grupo se fue por su camino para “independizarse de Dios”. Eso es lo que lleva a cabo el Espíritu Santo: la unificación armoniosa de la humanidad en un mismo proyecto salvífico divino.



IIª Lectura: Iª Corintios (12,3-7.12-13): La comunión en el Espíritu
II.1. Pablo presenta a la comunidad de Corinto la unidad de la misma por medio del Espíritu. En realidad esta sección responde a un problema surgido en las comunidades de Corinto, en las que algunos que recibían dones o carismas extraordinarios, competían entre ellos sobre cuáles era los más importantes. Pablo va a dedicarle una reflexión prolongada (cc. 12-14), pero poniendo todo bajo el criterio de la caridad (c. 13). Con toda probabilidad, la misma comunidad le ha pedido un pronunciamiento ante ciertos excesos de cosas extraordinarias que rompían la armonía espiritual

II.2. La diversidad (diairesis, en griego) de gracias y dones comunitarios no deben romper la unidad de la comunidad, porque todos necesitamos tener algo fundamental, sin la cual no se es nada: el Espíritu del Señor Jesús para confesar nuestra fe; sin el Espíritu no somos cristianos, aunque creamos tener gracias extraordinarias y hablemos lenguas que nadie entiende. La diversidad, pues, recibe su identidad propia en el Espíritu primeramente. Así es como se construye la primera parte del texto hablando sobre la diairesis, de dones extraordinarios, de ministerios y funciones, pero un mismo Espíritu, un mismo Señor y un mismo Dios. No se trata de una construcción estética de Pablo, aunque, con razón, algunos han hablado de la “catedral” comunitaria; es la polifonía teológica de todo lo que hace que la comunidad cristiana tenga vida e identidad.

II.3. Los dones espirituales, los carismas, no son algo solamente estético, pero bien es verdad que si no se viven con la fuerza y el calor del Espíritu no llevarán a la comunión. Y una comunidad sin unidad de comunión, es una comunidad sin el Espíritu del Señor. Así se hace el “cuerpo” del Señor, desde la unidad en la pluralidad. Eso es lo que sucede en nuestro propio cuerpo: pluralidad en la unidad ¿Quién garantiza esa unidad? ¡Desde luego, el Espíritu!


Evangelio Juan (20,19-23): La paz y el gozo, frutos del Espíritu
III.1. El evangelio de hoy, Juan (20,19-23), nos viene a decir que desde el mismo día en que Jesús resucitó de entre los muertos su comunicación con los discípulos se realizó por medio del Espíritu. El Espíritu que «insufló» en ellos les otorgaba discernimiento, alegría y poder para perdonar los pecados a todos los hombres.

III.2. Pentecostés es como la representación decisiva y programática de cómo la Iglesia, nacida de la Pascua, tiene que abrirse a todos los hombres. Esta es una afirmación que debemos sopesarla con el mismo cuidado con el que San Juan nos presenta la vida de Jesús de una forma original y distinta. Pero las afirmaciones teológicas no están desprovistas de realidad y no son menos radicales. La verdad es que el Espíritu del Señor estuvo presente en toda la Pascua y fue el auténtico artífice de la iglesia primitiva desde el primer día en que Jesús ya no estaba históricamente con ellos. Pero si estaba con ellos, por medio del Espíritu que como Resucitado les había dado.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía


Espíritu, núcleo de la vida cristiana

Los cristianos hemos de situar un espacio claro de responsabilidad para vivir el testimonio de lo que somos de forma clara y permanente; y construir relaciones novedosas con todo el entorno real.

Bajo la influencia del Espíritu es preciso que los cristianos nos libremos del determinismo derivado de las bases más materialistas del pensamiento que han logrado penetrar a fondo en el corazón del hombre. Es en la intimidad del ser humano, el ámbito de la libertad, donde el Espíritu quiere de forma pertinaz infundirnos la libertad de auténticos
hijos de Dios.

La gracia santificante que nos viene por el Espíritu Santo que se nos ha dado no es un concepto difuso, es la misma vida de Dios que trae al hombre, con el Espíritu, la anhelada salvación entendida como la identificación con lo que Dios quiere que seamos. No es una conquista humana, es un don del Espíritu que nos hace ser lo que somos: hijos de Dios.



El Espíritu, transformador de la historia

Quede claro de una vez por todas que es absurdo crear expectativas reales de cambio social o político, bajo cualquier motivación ética o política, sin cambiar el fondo del corazón del ser humano. Ese cambio nos lo ofrece el Espíritu que, dice la Escritura, como espada de dos filos penetra hasta lo más íntimo de nuestro ser. El hombre tiene su madurez encorsetada por las estructuras dominantes en la sociedad; y esta misma sociedad que llamamos avanzada lleva en su ser la negación de la verdad genuina, la verdad que, como decía Jesús, nos hace libres, es decir, la libertad de los hijos de Dios.

Es preciso entender y asumir las palabras de Pablo: "La libertad está donde está el Espíritu de Dios". Si recibimos el espíritu como los apóstoles en Pentecostés, los cristianos, también como ellos, nos involucraremos en ese cambio histórico, seremos testigos, en cualquier situación del día a día, de la total dignidad del hombre; colaboraremos a que se produzca la unión de la historia con el
mensaje evangélico.

Así, la Iglesia será renovada en el Espíritu y, por lo tanto, como tras Pentecostés, será fecunda, generará nuevos hijos de Dios. No tanto por la posibilidad de que aparezcan carismas fuera de lo normal, sino por el testimonio del vivir cotidiano de sus fieles.



La dignidad no es objeto de búsqueda material

Hoy está muy de moda la exposición de cómo alcanzar nuestras metas y la plenitud, mediante decididos métodos humanos de educación de la personalidad. Sin despreciar esas técnicas, si queremos alcanzar la plenitud, el único camino es la comunión con el Espíritu de Dios. El gran don de Dios es llamar al hombre a la auténtica libertad. Libertad que tiene su realización plena en esos frutos del Espíritu que son la paz, el gozo, la grandeza de alma que permite acoger a todos.

Pentecostés es la fiesta de la proclamación de la gran cosecha pascual: es el día de los frutos de la muerte y de la resurrección de Cristo. El mayor fruto es el Espíritu Santo. San Pablo diría que nosotros somos los templos del Espíritu Santo. Lo hemos de descubrir unos en otros. Por eso Pentecostés es también y, por lo mismo, la fiesta de la dignidad humana.

Dignidad que se funda en la capacidad de salirse fuera de nosotros y vivir el amor, de donde germina la libertad ; algo que sólo encontraremos bajo la iluminación y el aliento del Espíritu Santo. Fuego y viento, formas bajo las que se presenta en Pentecostés. Fuego que purifica e ilumina para descubrir la verdad de lo que somos, y viento que nos lanza sin miedos a acomodar nuestra vida a esa verdad.

Digamos, pues, la vieja súplica: ven Espíritu llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor”

Antonio Feito
ciclista888@hotmail.com


52. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

COMENTARIOS GENERALES
El Espíritu Santo en la historia de la salvación

Los Hechos de los Apóstoles relatan un episodio curioso: al llegar a Éfeso, Pablo se encontró con algunos discípulos y les preguntó: “Cuando ustedes abrazaron la fe, ¿recibieron el Espíritu Santo?”. Ellos le dijeron “Ni siquiera hemos oído decir que hay un Espíritu Santo ” (Hech. 19, l5).

Si hoy hiciéramos esa pregunta a muchos cristianos, tal vez recibiríamos una respuesta similar: saben sí que hay un Espíritu Santo, pero es todo lo que saben de él; ignoran quién es en realidad el Espíritu Santo y qué representa para sus vidas.

Hoy se nos brinda una ocasión única, en el curso del año litúrgico, para hacer este descubrimiento esencial en relación con nuestra fe. Por eso, con la ayuda del mismo Espíritu Santo, nos proponemos recorrer desde el principio toda la historia de la salvación en busca de su presencia dulce y silenciosa.

Ha sido dicho, con palabras terribles pero ciertas, que la violencia es la partera de la historia humana dado que no existe ningún cambio profundo que, de hecho, no haya sido signado por guerras, revoluciones y sangre. No sucede lo mismo en la otra historia, la de la salvación, la cual tiene como protagonista a Dios: su partera es el Espíritu Santo, es decir, la fuerza y la dulzura del amor.

Todo nuevo inicio, todo salto de calidad en el desarrollo del plan divino de la salvación, revela una intervención especial del Espíritu de Dios. Los Padres de la Iglesia -en particular los griegos- habían percibido perfectamente estos puntos luminosos que atraviesan la Biblia, como una especie de hilo rojo, hasta convertirse en luz de mediodía en el día de Pentecostés. ¿Piensas en la creación ?, exclama san Basilio; ella tuvo lugar en el Espíritu Santo que consolidaba y adornaba los cielos. ¿Piensas en la venida de Cristo? El Espíritu la preparó y luego, en la plenitud de los tiempos, la realizó al descender sobre María. ¿Piensas en la formación de la Iglesia ? Es obra del Espíritu Santo. ¿Piensas en la parusía ? El Espíritu no estará ausente ni siquiera en ese momento, cuando los muertos se levantarán de la tierra y se revelará desde el cielo nuestro Salvador (san Basilio, De Spiritu Sancto , 16 y 19).

Tratemos de profundizar esta grandiosa visión haciéndola deslizar con lentitud frente a nuestros ojos. Jesús, en el día posterior a Pascua, recorría de nuevo las Escrituras para explicar a los discípulos todo lo que se refería a Él (Lc. 24, 27); nosotros, en el día de Pentecostés, recorremos las mismas Escrituras para descubrir allí todo lo referido al Espíritu Santo.

Al principio -narra la Biblia- Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era algo informe y vacío, las tinieblas cubrían el abismo (Gn. 1,1 sq.). Era el caos. Pero he aquí que “el espíritu de Dios” -sea lo que sea lo que eso indique en este punto- apareció encima de todo y existió la luz, la separación, el orden, la armonía. Las cosas asumieron su verdadero aspecto y su lugar: las aguas se juntaron en el mar, las hierbas y las semillas florecieron sobre la tierra, los astros comenzaron a brillar en el cielo y a Dios le agradó su creación (cfr. Gn. 1, 25).

Cuando este mundo estuvo preparado para recibir la vida (“seis días” más tarde en el lenguaje figurado de la Biblia, millones o millares de millones de años después, de acuerdo con el cálculo de la ciencia), Dios dijo: “ Hagamos al hombre a nuestra imagen ” (Gn. 1, 26). Lo modeló con el barro de la tierra, una manera de expresar lo siguiente: Dios preparó, con las leyes de la evolución que él mismo había encerrado en la materia, un animal viviente distinto a todos los demás, el hombre. Diferente, pero todavía animal, es decir, una criatura guiada por los instintos y no iluminada en su interior por la luz de la razón. Sin embargo, aquí interviene de nuevo esa misteriosa realidad que había aleteado sobre las aguas primordiales -el espíritu de Dios- y el homínido se transforma en hombre, la criatura animal se transforma en ser espiritual dotado -aunque al principio sólo en forma embrionaria- de razón y libertad. Dios “ sopló en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente ” (Gn. 2, 7). Un ser capaz de dialogar con su Creador, de convertirse en su amigo, pero también de rebelarse en su contra.

La elección del hombre, por desgracia, recayó en esta segunda posibilidad: pecó. Se produjo entonces una fractura profunda, una especie de disonancia que creó la incomunicación entre Dios y el hombre; una contaminación que, con el correr de los siglos, cambió el rostro de la humanidad y de la tierra. De objeto de complacencia, pasaron a ser un motivo de disgusto para Dios (cfr. Gn. 6, 7: “ Me arrepiento de haberlos hecho ”.

Sin embargo, Dios no se rindió ante el mal; en su misericordia, decidió en ese momento (¡pero en él no hay un antes y un después!), volver a modelar su creación, como se vuelve a fundir una estatua de bronce corroída y deformada por el tiempo, con el objeto de hacer una reproducción en base a los lineamientos originales sacados a la luz. Para esta creación y esta humanidad nueva, estableció un nuevo fundador de la estirpe, un nuevo Adán, es decir, el mismo Hijo suyo Jesucristo. Lo extrajo de la carne de la Virgen María -como en un principio había extraído a Adán de la tierra virgen- “ por obra del Espíritu Santo ” (Mt. 1, 18). El Espíritu Santo señala aquí también el inicio de una fase nueva en la historia de la salvación (cfr. Lc. 1, 35).

Toda la vida de Jesús -no sólo su iniciación- se desarrolla bajo el signo del Espíritu Santo; éste es quien guía todas sus elecciones y obra los prodigios que él realiza con los enfermos, con los oprimidos por el demonio, con los pecadores. En el bautismo del Jordán, “ Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder ” (Hech. 10, 38), para llevar la buena nueva a los pobres. Jesús “es conducido” por el Espíritu Santo y, al mismo tiempo, revela al Espíritu Santo. En su boca, el Espíritu comienza a adquirir rasgos precisos; no sólo es una fuerza de Dios sino también una “persona” en Dios; de él dice precisamente que será enviado a los discípulos, que condenará al mundo, que conducirá a los discípulos a la verdad integral, que dará testimonio de él, que hablará en ellos (cfr. Jn. 14-16); y Pablo agrega que orará en ellos con gemidos inefables (cfr. Rom. 8, 26).

Una vez terminada su obra terrenal, Jesús es glorificado a la diestra del Padre. En la tierra ha dejado su Iglesia; son once apóstoles y algunas decenas de discípulos; viven escondidos y temerosos, sin saber ni qué deben hacer ni qué significa la orden de ir por todo el mundo para predicar el Evangelio. Es todavía, por decirlo de alguna manera, un cuerpo inanimado e inerte como aquel del primer hombre, cuando Dios no le había transmitido el soplo de la vida.

Pero he aquí que, de improviso, en el día de Pentecostés, se renueva el prodigio que signó todos los grandes inicios de la historia y del nacimiento del mundo, del hombre y de Cristo (la analogía con la creación del primer hombre es visible en el relato de Juan: “ Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo ” (Jn. 20, 22). Mientras estaban reunidos con María en el Cenáculo, irrumpió sobre ellos el Espíritu Santo y el “pequeño rebaño” se convirtió en la Iglesia, es decir, en el cuerpo de Cristo, animado por la misma realidad que, en la Encarnación, había animado a su Jefe. ¡El Pentecostés es el nacimiento de la Iglesia, así como el Nacimiento había sido el pentecostés de Jesús! La presencia de María en el Cenáculo sirve justamente para destacar este vínculo entre el nacimiento de Jesús y el de la Iglesia; la que había sido la madre de Jesús, ahora se convierte en “Madre de la Iglesia”. Por fin estaba cumplida esa “cosa nueva” anunciada por Dios a los hombres desde hacía tanto tiempo (cfr. Is. 43, 19). Por eso la liturgia contemporánea, en el Salmo responsorial, aplica al evento del Pentecostés aquellas vibrantes palabras que habían servido para cantar el prodigio de la creación: “ Mandas a tu espíritu, están creados y renuevas la faz de la tierra ” .

El signo más visible que indica que algo nuevo ha sucedido en la tierra es la reunificación del lenguaje humano: los apóstoles, habiendo ya salido, hablan una misteriosa lengua nueva, mejor aún, hablan con una potencia nueva su idioma habitual, de modo que cualquiera que los escuche -sea parto, elamita, griego o romano- los entiende como si hablasen su propia lengua y queda atónito. Es el signo de la unidad del género humano vuelta a encontrar. El Pentecostés es antibabel; rebelándose en contra de Dios, los hombres habían terminado por no entenderse ni siquiera entre ellos; la tierra se había convertido en “ el cantero que nos hace tan feroces ” (Dante Alighieri). Ahora, la disonancia se ha compuesto; la gente -dice San Ireneo- forma un coro maravilloso para celebrar en distintas lenguas la alabanza de Dios, mientras el Espíritu conduce de nuevo hacia la unidad a las tribus dispersas y ofrece al Padre las primicias de todos los pueblos ( Adv. Haer . III, 17, 2).

En la Iglesia, los hombres deben volver a descubrir su calidad de hermanos, deben poder comunicarse de nuevo entre ellos con una misma lengua, que es la lengua del amor enseñada por el Espíritu Santo, o mejor aún, “derramada en los corazones” por el Espíritu Santo (Rom. 5, 5): “ El Espíritu del Señor llenó el universo; él, que todo lo une, conoce todos los lenguajes ” (Antífona de entrada).

El prodigio operado en el día de Pentecostés continúa hasta hoy. “Si alguien -escribía un autor antiguo- te dice: Has recibido el Espíritu Santo, ¿por qué entonces no hablas en todas las lenguas?, debes responder: Claro que hablo en todas las lenguas; de hecho, estoy inserto en aquel cuerpo de Cristo que es la Iglesia, que habla todas las lenguas” (Autor del siglo V en PL 65, 743s.). También hoy, la Iglesia habla -y entiende- las lenguas de todos los pueblos; ella comprende y valoriza la cultura y el patrimonio de todas las razas y de todos los pueblos, y cada pueblo entiende su anuncio como propio, como destinado para él.

Sin embargo, nada es irreversible o definitivo mientras permanezcamos en esta vida; irreversible es solamente la promesa de Dios, mientras que la libertad del hombre no hace otra cosa que cojear. La antigua tentación de Babel está siempre a la espera; reaparece cada vez que hay una demostración de orgullo (“Hagamos algo que llegue hasta el cielo”, es decir, que sustituya y vuelva inútil a Dios); cada vez que el odio enturbia el lenguaje humano y confiere su frío mensaje de muerte al lenguaje terrorífico de las bombas y de las armas. Frente a eso, nosotros somos los testigos justamente aterrorizados en estos años de violencia; hemos hecho, a nuestras expensas, la experiencia respecto a qué verdaderas son las palabras del Salmo responsorial de hoy: Si sacas tu Espíritu, mueren y vuelven a su polvo .

Por eso, con mayor razón, nos estrecharemos hoy alrededor de la Iglesia para invocar coralmente, sobre nosotros y sobre el mundo entero, al Espíritu Santo, que es Espíritu de reconciliación, de unidad y de paz; Espíritu que, en el Bautismo ha signado el inicio de nuestra historia personal de salvación y que ahora puede signar, si de veras lo queremos, el inicio de una nueva vida en Cristo y en la Iglesia. Decimos con fervor: “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor” (Aclamación al Evangelio).

(Raniero Cantalamessa, La Palabra y la Vida - Ciclo B , Ed. Claretiana, Bs. As., 1994)

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SAN GREGORIO MAGNO


HOMILIA VI (Dirigida al pueblo en la basílica de San Juan, llamada Constantiniana, en la octava de Pascua.)

1. La primera cuestión que de esta lección asalta al pensamiento es: ¿cómo después de la resurrección fue el verdadero cuerpo de Jesús el que, estando cerradas las puertas, pudo entrar a donde estaban los apóstoles?

Mas debemos reconocer que la obra de Dios deja de ser admirable si la razón la comprende, y que la fe carece de mérito cuando la razón adelanta la prueba. En cambio, esas mismas obras de Dios que de ningún modo pueden comprenderse por sí mismas, deben cotejarse con alguna otra obra suya, para que otras obras más admirables nos faciliten la fe en las que son sencillamente admirables.

Pues bien, aquel mismo cuerpo que, al nacer, salió del seno cerrado de la Virgen , entró donde estaban los discípulos hallándose cerradas las puertas. ¿Qué tiene, pues, de extraño el que después de la resurrección, ya eternamente triunfante, entrara estando cerradas las puertas el que, viniendo para morir, salió a luz sin abrir el seno de la Virgen ? Pero, como dudaba la fe de los que miraban aquel cuerpo que podía verse, mostróles en seguida las manos y el costado; ofreció para que palparan el cuerpo que había introducido estando cerradas las puertas.

En lo cual pone de manifiesto dos cosas admirables y para la razón humana harto contrarias entre sí, y fue mostrar, después de su resurrección, su cuerpo incorruptible y a la vez tangible, puesto que necesariamente se corrompe lo que es palpable, y lo incorruptible no puede palparse.

No obstante, por modo admirable e incomprensible, nuestro Redentor, después de resucitar, mostró su cuerpo incorruptible y a la vez palpable, para, con mostrarle incorruptible, invitar a los premios y, con presentarle palpable, afianzar la fe; además se mostró incorruptible y palpable, sin duda, para probar que, después de la resurrección, su cuerpo era de la misma naturaleza, pero tenía distinta gloria .

2. Y les dijo: “ La paz sea con vosotros. Como mi Padre me envió, así os envío yo también a vosotros ”. Esto es, como mi Padre, Dios, me envió a mí, Dios también, yo, hombre, os envío a vosotros, hombres.

El Padre envió al Hijo, quien, por determinación suya, debía encarnarse para la redención del género humano, y el cual, cierto es, quiso que padeciera en el mundo; pero, sin embargo, amó a Hijo, que enviaba para padecer. Asimismo, el Señor, a los apóstoles, que eligió, los envió, no a gozar en el mundo, sino a padecer, como El había sido enviado. Luego, así como el Padre ama al Hijo y, no obstante, le envía a padecer, así también el Señor ama a los discípulos, a quienes, sin embargo, envía a padecer en el mundo. Rectamente, pues, se dice: “ Como el Padre me envió a mí, así os envío yo también a vosotros ”; esto es: cuando yo os mando ir entre las asechanzas de los perseguidores, os amo con el mismo amor con que el Padre me ama al hacerme venir a sufrir tormentos.

Aunque también puede entenderse que es enviado según la naturaleza divina. Y entonces se dice que el Hijo es enviado por el Padre, porque es engendrado por el Padre; pues también el Hijo, cuando les dice (Is. 15, 26): “ Cuando viniere el Paráclito, que yo os enviaré del Padre ”, manifiesta que El les enviará el Espíritu Santo, el cual, aunque es igual al Padre y al Hijo, pero no ha sido encarnado. Ahora, si ser enviado debiera entenderse tan sólo de ser encarnado, cierto que no se diría en modo alguno que el Espíritu Santo sería enviado, puesto que jamás encarnó, sino que su misión es la misma procesión, por la que a la vez procede del Padre y del Hijo. De manera que, como se dice que el Espíritu Santo es enviado por que procede, así se dice, y no impropiamente, que el Hijo es enviado porque es engendrado.

3. Dichas estas palabras, alentó hacia ellos y les dijo: “ Recibid el Espíritu Santo ”. Debemos inquirir qué significa el que nuestro Señor enviara una sola vez el Espíritu Santo cuando vivía en la tierra y otra sola vez cuando ya reinaba en el cielo; pues en ningún otro lugar se dice claramente que fuera dado el Espíritu Santo, sino ahora, que es recibido mediante el aliento, y después, cuando se declara que vino del cielo en forma de varias lenguas.

¿Por qué, pues, se da primero en la tierra a los discípulos y luego es enviado desde el cielo, sino porque es doble el precepto de la caridad, a saber, el amor de Dios y el del prójimo? Se da en la tierra el Espíritu Santo para que se ame al prójimo, y se da desde el cielo el Espíritu para que se ame a Dios.

Así como la caridad es una sola y sus preceptos dos, el Espíritu es uno y se da dos veces: la primera, por el Señor cuando vive en la tierra; la segunda, desde el cielo, porque en el amor del prójimo se aprende el modo de llegar al amor de Dios; que por eso San Juan dice (1ª Io. 4,20): “ El que no ama a su hermano, a quien ve, a Dios, a quien no ve, ¿cómo podrá amarle? ” Cierto que antes ya estaba el Espíritu Santo en las almas de los discípulos para la fe; pero no se les dio manifiestamente sino después de la resurrección. Por eso está escrito (Io. 7,39): “ Aún no se había comunicado el Espíritu Santo, porque Jesús no estaba todavía en su gloria ”. Por eso también se dice por Moisés (Deut. 32,13) “ Chuparon la miel de las peñas y el aceite de las más duras rocas ”. Ahora bien, aunque se repase todo el Antiguo Testamento, no se lee que, conforme a la Historia , sucediera tal cosa; jamás aquel pueblo chupó la miel de la piedra ni gustó nunca tal aceite; pero como, según San Pablo (1 Cor. 10,4), la piedra era Cristo , chuparon miel de la piedra los que vieron las obras y milagros de nuestro Redentor, y gustaron el aceite de la piedra durísima, porque merecieron ser ungidos con la efusión del Espíritu Santo después de la resurrección. De manera que, cuando el Señor, mortal aún, mostró a los discípulos la dulzura de sus milagros, fue como darles miel de la piedra; y derramó el aceite de la piedra cuando, hecho ya impasible después de su resurrección, con su hálito hizo fluir el don de la santa unción. De este óleo se dice por el profeta (Is. 50,27): “ Pudriráse el yugo por el aceite ”. En efecto, nos hallábamos sometidos al yugo del poder del demonio, pero fuimos ungidos con el óleo del Espíritu Santo, y como nos ungió con la gracia de la liberación, pudrióse el yugo del poder del demonio, según lo asegura San Pablo, que dice (2 Cor. 3,17): “ Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad ”.

Mas es de saber que los primeros que recibieron el Espíritu Santo, para que ellos vivieran santamente y con su predicación aprovecharan a algunos, después de la resurrección del Señor, le recibieron de nuevo ostensiblemente, precisamente para que pudieran aprovechar, no a pocos, sino a muchos. Por eso en esta donación del Espíritu se dice: “ Quedan perdonados los pecados de aquellos a quienes vosotros se los perdonareis, y retenidos los de aquellos a quienes se los retuviereis ”.

Pláceme fijar la atención en el más alto grado de gloria a que fueron sublimados aquellos discípulos, llamados a sufrir el peso de tantas humillaciones. Vedlos, no sólo quedan asegurados ellos mismos, sino que además reciben la potestad de perdonar las deudas ajenas y les cabe en suerte el principado del juicio supremo, para que, haciendo las veces de Dios, a unos retengan los pecados y se los perdonen a otros.

Así, así correspondía que fueran exaltados por Dios los que habían aceptado humillarse tanto por Dios. Ahí lo tenéis: los que temen el juicio riguroso de Dios quedan constituidos en jueces de las almas, y los que temían ser ellos mismos condenados condenan o libran a otros.

5. El puesto de éstos ocúpanle ahora ciertamente en la Iglesia los obispos. Los que son agraciados con el régimen, reciben la potestad de atar y de desatar.

Honor grande, sí; pero grande también el peso o responsabilidad de este honor. Fuerte cosa es, en verdad, que quien no sabe tener en orden su vida sea hecho juez de la vida ajena; pues muchas veces sucede que ocupe aquí el puesto de juzgar aquel cuya vida no concuerda en modo alguno con el puesto, y, por lo mismo, con frecuencia ocurre que condene a los que no lo merecen, o que él mismo, hallándose ligado, desligue a otros. Muchas veces, al atar o desatar a sus súbditos, sigue el impulso de su voluntad y no lo que merecen las causas; de ahí resulta que queda privado de esta misma potestad de atar y de desatar quien la ejerce según sus caprichos y no por mejorar las costumbres de los súbditos. Con frecuencia ocurre que el pastor se deja llevar del odio o del favor hacia cualquiera prójimo; pero no pueden juzgar debidamente de los súbditos los que en las causas de éstos se dejan llevar de sus odios o simpatías. Por eso rectamente se dice por el profeta (Ez. 13, 59) que mataban a las almas que no están muertas y daban por vivas a las que no viven. En efecto, quien condena al justo, mata al que no está muerto, y se empeña en dar por vivo al que no ha de vivir quien se esfuerza en librar del suplicio al culpable.

6. Deben, pues, examinarse las causas y luego ejercer la potestad de atar y de desatar. Hay que conocer qué culpa ha precedido o qué penitencia ha seguido a la culpa, a fin de que la sentencia del pastor absuelva a los que Dios omnipotente visita por la gracia de la compunción; porque la absolución del confesor es verdadera cuando se conforma con el fallo del Juez eterno.

Lo cual significa bien la resurrección del muerto de cuatro días, pues ella demuestra que el Señor primeramente llamó y dio vida al muerto, diciendo (lo. 11,43) “ Lázaro, sal afuera ”; y que después, el que había salido afuera con vida, fue desatado por los discípulos, según está escrito (lo. 11,44) “ Cuando hubo salido afuera el que estaba atado de pies y manos con fajas, dijo entonces a sus discípulos: Desatadle y dejadle ir” . Ahí lo tenéis: los discípulos desatan a aquel que ya vivía, al cual, cuando estaba muerto, había resucitado el Maestro. Si los discípulos hubieran desatado a Lázaro cuando estaba muerto, habrían hecho manifiesto el hedor más bien que su poder.

De esta consideración debe deducirse que nosotros, por la autoridad pastoral, debemos absolver a los que conocemos que nuestro Autor vivifica por la gracia suscitante; vivificación que sin duda se conoce ya antes de la enmienda en la misma confesión del pecado. Por eso, al mismo Lázaro muerto no se le dice: Revive, sino: “ sal afuera ”.

En efecto, mientras el pecador guarda en su conciencia la culpa, ésta se halla oculta en el interior, escondida en sus entrañas; pero, cuando el pecador voluntariamente confiesa sus maldades, el muerto sale afuera. Decir, pues, a Lázaro: “Sal afuera, es como si a cualquier, pecador claramente se dijera: ¿Por qué guardas tus pecados dentro de tu conciencia? Sal ya afuera por la confesión, pues por tu negación estás para ti oculto en tu interior. Luego decir: salga afuera el muerto, es decir: confiese el pecador su culpa; pero decir: desaten los discípulos al que sale fuera, es como decir que los pastores de la Iglesia deben quitar la pena que tuvo merecida quien no se avergonzó de confesarse.

He dicho brevemente esto por lo que respecta al ministerio de absolver, para que los pastores de la Iglesia procuren atar o desatar con gran cautela. Pero, no obstante, la grey debe temer el fallo del pastor, ya falle justa o injustamente, no sea que el súbdito, aun cuando tal vez quede atado injustamente, merezca ese mismo fallo por otra culpa.

El pastor, por consiguiente, tema atar o absolver indiscretamente; mas el que está bajo la obediencia del pastor tema quedar atado, aunque sea indebidamente, y no reproche, temerario, el juicio del pastor, no sea que, si quedó ligado injustamente, por ensoberbecerse de la desatinada reprensión, incurra en una culpa que antes no tenía.

(San Gregorio Magno, Obras de San Gregorio Magno , B.A.C., Madrid, 1958, Pág. 661-668)

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SANTO TOMÁS DE AQUINO


CREO EN EL ESPIRITU SANTO

Como ya se dijo, el Verbo de Dios es el Hijo de Dios, así como el verbo del hombre es una concepción de su inteligencia. Pero a veces sucede que el verbo del hombre es un verbo muerto, como cuando el hombre piensa lo que debe hacer, pero sin tener la voluntad de realizarlo; y de manera semejante, cuando el hombre tiene fe pero no obra, se dice que su fe está muerta, según leemos en Santiago: “ Así como el cuerpo sin alma está muerto, así la fe sin las obras está muerta ” (2, 26).

En cambio el Verbo de Dios es siempre vivo, como se lee en la Epístola a los Hebreos: “ Ciertamente, es viva la palabra de Dios ” (4, 12), por lo cual necesariamente Dios tiene en sí voluntad y amor. San Agustín así lo afirma en su obra sobre la Santísima Trinidad : “ El Verbo del que tratamos de dar una idea es un conocimiento acompañado de amor ”. Pues bien, así como el Verbo de Dios es el Hijo de Dios, así el Amor de Dios es el Espíritu Santo. De donde se sigue que el hombre posee al Espíritu Santo cuando ama a Dios. Escribe el Apóstol a los Romanos: “ El amor de Dios se ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado ” (5,5).

Hubo algunos cuya doctrina sobre el Espíritu Santo fue completamente errónea. Afirmaban, en efecto, que el Espíritu Santo era una criatura, que era inferior al Padre y al Hijo, y que era esclavo y servidor de Dios.

Para refutar tales errores, los Padres agregaron en otro Símbolo CINCO expresiones relativas al Espíritu Santo.

La PRIMERA es: Creo en el Espíritu Santo “ SEÑOR ”. Porque aún cuando existen otros espíritus, a saber, los ángeles, éstos son, sin embargo, servidores de Dios, conforme a las palabras de la Escritura : “Los ángeles son todos espíritus destinados a servir ” (Hebr. 1, 14); en cambio el Espíritu Santo es SEÑOR . En efecto, Jesús dijo a la samaritana: El Espíritu es Dios (Jo. 4, 24), y el Apóstol: El Espíritu es Señor (2 Cor. 3, 17); por lo que S. Pablo agrega que donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad (cf. 2 Cor. 3, 17). Y la razón de ello es que nos hace amar a Dios, y quita de nuestro corazón el amor del mundo.

La SEGUNDA es: Creo en el Espíritu Santo “ VIVIFICADOR ”. En efecto, la vida del alma consiste en su unión con Dios, puesto que Dios mismo es la vida del alma, así como el alma es la vida del cuerpo. Ahora bien, el que une a Dios por el amor es el Espíritu Santo, porque Él mismo es el Amor de Dios, y por eso vivifica, como lo enseña el mismo Jesús: “ El Espíritu es el que vivifica ” (Jo. 6, 64).

La TERCERA es: Creo en el Espíritu Santo “ QUE PROCEDE DEL PADRE Y DEL HIJO ”. En efecto, el Espíritu Santo es de la misma sustancia que el Padre y el Hijo; porque así como el Hijo es el Verbo del Padre, así el Espíritu Santo es el Amor del Padre y del Hijo, y por lo mismo procede del uno y del otro; y así como el Verbo de Dios es de la misma sustancia que el Padre, de igual manera el Amor es de la misma sustancia que el Padre y el Hijo. También por esto se muestra que no es criatura.

La CUARTA es: Creo en el Espíritu Santo que “ CON EL PADRE Y EL HIJO RECIBE UNA MISMA ADORACIÓN Y GLORIA ”. Porque debemos al Espíritu Santo el mismo culto que al Padre y al Hijo. En efecto, dijo el Señor: “ Los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en Verdad ” (Jo. 4, 23). Y antes de subir al cielo dijo a sus discípulos: “ Enseñad a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo ” (Mt. 28,29).

La QUINTA es: Creo en el Espíritu Santo “ QUE HABLÓ POR LOS PROFETAS ”. Lo que muestra que el Espíritu Santo es igual a Dios es que los santos Profetas hablaron movidos por Dios. Es evidente que si el Espíritu no fuese Dios, no se diría que los Profetas hablaron movidos por Él. Y eso, precisamente, es lo que afirma S. Pedro: “ Inspirados por el Espíritu Santo han hablado las santos hombres de Dios ” (2 Pe. 1, 21); e Isaías declara: “ El Señor Dios y su Espíritu me han enviado ” (48, 16).

Con esta última afirmación se rebaten dos errores. Ante todo, el error de los Maniqueos, los cuales dijeron que el Antiguo Testamento no era de Dios, lo cual es falso, porque por los Profetas habló el Espíritu Santo. Y también el error de Priscila y de Montano, los cuales dijeron que los Profetas no hablaron movidos por el Espíritu Santo, sino como dementes.

El Espíritu Santo produce en nosotros FRUTOS múltiples.

En PRIMER lugar, nos purifica de los pecados. La razón es que a quien hace una cosa le corresponde rehacerla. Ahora bien, el Espíritu Santo es el que ha creado el alma del hombre. En efecto, por su Espíritu hace Dios todas las cosas, porque Dios al amar su propia bondad produce todo lo que existe. “ Amas todo lo que existe —dice el Libro de la Sabiduría — y nada de lo que hiciste aborreces ” (Sab. 11, 25); y Dionisio escribe en el cap. 4 de “ Los Nombres Divinos ”: “ El amor divino no le permitió ser infecundo ”.

Conviene pues, que sea el Espíritu Santo quien rehaga el corazón del hombre destruido por el pecado. Por eso el Salmista se dirigía a Dios diciendo: “ Envía tu Espíritu y serán creados, y renovarás la faz de la tierra ” (Ps. 103, 30). Ni es de admirar que el Espíritu purifique, porque todos los pecados se perdonan por el amor, según aquellas palabras del Señor referentes a la pecadora: “ Sus numerosos pecados le han sido perdonados porque amó mucho ” (Lc. 7, 47). Algo semejante leemos en el Libro de los Proverbios: “ El amor cubre todas las faltas ” (10, 12); enseñanza que retoma S. Pedro: “ El amor cubre la multitud de los pecados ” (1 Pe. 4, 8).

En SECUNDO lugar, el Espíritu Santo ilumina nuestro entendimiento, porque todo lo que sabemos lo sabemos por el Espíritu Santo, según aquellas palabras de Jesús: “ El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo, y os recordará cuantas cosas os tengo dichas ” (Jo. 14, 26). Y S. Juan, hablando del mismo Espíritu, dice: “ Su unción os enseñará acerca de todas las cosas ” (1 Jo. 2, 27).

En TERCER lugar, el Espíritu Santo nos ayuda y en cierta manera nos obliga a guardar los mandamientos. Porque nadie podría guardar los mandamientos de Dios si no amara a Dios, según aquello que dijo Cristo: “ Si alguno me ama guardará mi palabra ” (Jo. 14, 23). Pues bien, el Espíritu Santo nos hace amar a Dios, por lo cual nos ayuda. Dice el Señor en la Escritura : “ Yo os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne; y pondré mi Espíritu dentro de vosotros; y haré que caminéis según mis preceptos, y observéis mis juicios y los pongáis en práctica ” (Ez. 36, 26).

En CUARTO lugar, el Espíritu Santo confirma nuestra esperanza de la vida eterna, porque Él es como la prenda de su herencia, según aquello que dice el Apóstol a los Efesios: “ Habéis sido sellados con el Espíritu Santo prometido, que es la prenda de nuestra herencia ” (1, 13-14). En efecto, el Espíritu Santo es como las arras de la vida eterna. La razón de ello es que la vida eterna le es debida al hombre en cuanto es hecho hijo de Dios, y llega a serlo en cuanto se hace semejante a Cristo; ahora bien, el hombre se hace semejante a Cristo por la posesión del Espíritu de Cristo, que es el Espíritu Santo. Escribe el Apóstol a los Romanos: “ No habéis recibido un espíritu de servidumbre para recaer en el temor, sino que recibisteis el Espíritu de adopción de los hijos que nos hace exclamar: ¡Abba, Padre! Porque el mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios ” (8, 15-16); y a los Gálatas: “ Porque sois hijos de Dios, ha enviado Dios a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, que clamo: Abba, Padre ” (4, 6).

En QUINTO lugar, el Espíritu Santo nos aconseja en nuestras dudas y nos enseña cuál es la voluntad de Dios. Dice la Escritura : “ El que tenga oídos, oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias ” (Ap. 2, 7); y en otro lugar: “ Lo escucharé como a un Maestro ” (Is. 1, 4).

(Santo Tomás de Aquino, El Credo Comentado , Ed. Cruz y Fierro, 1978, Pág. 131-139)

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SAN ISIDORO DE SEVILLA
Cristo, después de su ascensión, envió al Espíritu Santo sobre los apóstoles

Porque después de su ascensión enviaría al Espíritu Santo sobre los apóstoles, David dice: “Ascendiste, Señor, a lo alto; llevaste contigo a los cautivos, diste dones para los hombres” (Ps. 67, 19). Después de su ascensión envió el Espíritu Santo, en quien está toda la plenitud de los dones. A quien por su profeta Joel anunció diciendo: “Y después de esto sucederá que derramaré yo mi espíritu sobre toda clase de hombres, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, vuestros ancianos tendrán sueños misteriosos, y tendrán visiones vuestros jóvenes. Y aún también sobre mis siervas y siervos, derramaré en aquellos días mi espíritu” (Joel 2, 28-29).

Y Zacarías: “Derramaré sobre la carne de David y sobre los habitantes de Jerusalén el espíritu de gracia y de oración” (Zacarías 12, 10).

Los apóstoles hablaron en varias lenguas

Porque los apóstoles invadidos del Espíritu Santo habían de predicar las grandezas de Dios en todas las lenguas, fue esto profetizado por el Salmista, que dijo: “No hay lenguaje, ni idioma, en los cuales no sean entendidas estas sus voces. Su sonido se ha propagado por toda la tierra y hasta el cabo del mundo se han caído sus palabras”.

(San Isidoro de Sevilla, Obras Escogidas , Ed. Poblet 1947, Pág. 78-79)

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DR. ISIDRO GOMÁ Y TOMÁS

APARECE JESÚS A LOS APÓSTOLES REUNIDOS

Explicación. — La relación de las santas mujeres, y aun la de Pedro, afirmando ante los discípulos que habían visto a Jesús resucitado, no disipó todas sus dudas. Ni la detallada descripción de los discípulos de Emaús mereció por un momento más crédito: «Ni a éstos creyeron» (Mc. 16, 13). Jesús va a coronar sus apariciones con la que aquí se narra, hecha en conjunto a todos los Apóstoles y algunos discípulos que con ellos estaban. Marcos no hace más que una alusión rápida a esta aparición; Lucas y Juan dan de ella preciosos detalles, que mutuamente se completan. Distinguimos en este relato: la aparición (Ioh. 19; Lc. 37-39); pruebas que les da de la verdad de su resurrección (Ioh. 20; Lc. 41- 44); poderes que les confiere (Ioh. 21-23).

LA APARICIÓN (Ioh. 19; Lc. 37-39). — Tuvo lugar en el mismo momento en que los discípulos de Emaús narraban a la asamblea de los Apóstoles y discípulos lo que acababa de ocurrirles aquella tarde: Y mientras hablaban de estas cosas..., sucedía ello el mismo día de la resurrección, al anochecer, y estando los discípulos congregados y encerrados por el miedo que los sinedritas les inspiraban, y con razón, pues estarían irritados con el supuesto robo del cuerpo del Señor: siendo ya tarde, aquel día, el primero de la semana, y estando cerradas las puertas en donde se hallaban juntos los discípulos por miedo de los judíos... Acababan de cenar, cuando estaban a la mesa. La aparición de Jesús en medio de ellos fue súbita; el cuerpo de Jesús, glorificado ya, no necesitó se le abriese paso para entrar en el local cerrado: tenía las condiciones del cuerpo «espiritual», de que nos habla el Apóstol (1 Cor. 15, 44):

Vino Jesús, y se puso en medio, y les saludó con la fórmula corriente entre los judíos: Y les dijo: Paz a vosotros. Esta paz es ya más fecunda: es la paz del Príncipe de la paz, la paz mesiánica, fecunda en toda suerte de bienes. Como si quisiese Jesús darles un presagio de los bienes de esta paz, añade: Yo soy, no temáis.

A pesar de las dulces palabras de Jesús, su aparición súbita les había llenado de terror; sin embargo, sin ruido, a través de paredes y puertas han visto a un hombre aparecer ante ellos; creyeron se trataba de un espectro o fantasma, no de un cuerpo real: Mas ellos, turbados y espantados, pensaban que veían algún espíritu: ¡tanto les costaba persuadirse de la resurrección del Señor, a pesar de ser ya la cuarta vez que se aparece! Jesús les tranquiliza, dándoles a entender que es él, único que puede leer en sus pensamientos: Y les dijo: ¿Por qué estáis turbados, y por qué dais lugar en vuestro corazón a tales pensamientos?, haciendo conjeturas de si soy o no un espíritu? No lo soy; mirad, para convenceros, que conservo aún en mis manos y pies las señales de los clavos de la crucifixión: Ved mis manos y mis pies, que yo mismo soy: no me miréis ya sólo la cara, por la que se conoce el hombre, sino mis miembros con los vestigios de mi suplicio. Pero, por si temieseis engaño de la vista, os ofrezco mi cuerpo para que lo palpéis, y os convenzáis de que no soy fantasma o visión, sino que tengo carne y hueso como vosotros: Palpad y ved: que el espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo.

PRUEBAS DE LA VERDAD DE LA RESURRECCIÓN (Ioh. 20; Lc. 41-44).

De las palabras pasa Jesús a los hechos: les enseña aquellas partes del cuerpo en que quedaron más profundamente impresos los estigmas de la pasión: Y cuando esto hubo dicho, les mostró las manos, y los pies, y el costado: Los Apóstoles y discípulos mirarían y tocarían con atención y reverencia las cicatrices sagradas; es el primer argumento que les da: el de la vista y tacto, sentidos los más fidedignos. La certeza de que están viendo a Jesús les inunda de gozo: Y se gozaron los discípulos viendo al Señor: empiezan a realizarse las palabras que les había dicho, de que les vería otra vez y se alegraría su corazón (cf. Ioh. 16, 22). Aprovecha Jesús estos momentos de santa expansión de sus discípulos para darles una lección de docilidad de espíritu, cuando hay motivos bastantes para creer: Y los reprendió por su incredulidad y dureza de corazón: porque no habían creído a los que lo vieron resucitado.

Pero les confirma en la verdad de su resurrección dándoles un segundo argumento. Es fenómeno psicológico universal que difícilmente creamos, por instintivo temor de que frustre el gozo, los faustísimos sucesos que nos atañen; esto les ocurre a los discípulos: han oído las referencias de los compañeros que han visto a Jesús resucitado; le tienen presente; han mirado y palpado su cuerpo sagrado; pero el mismo gozo es obstáculo a la fe completa:

Mas, como aún no lo acaban de creer, y estuviesen maravillados de gozo, dándoles una prueba aún más fehacientes, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? Los espectros y los espíritus no comen; si Jesús come, la prueba es decisiva: Y ellos le presentaron parte de un pez asado y un panal de miel, un trozo de panal, ambos manjares probablemente restos de la cena frugal que acababan de tomar. Jesús comió; los cuerpos glorificados no tienen necesidad de comer, pero pueden hacerlo y absorberlos en alguna manera: Y habiendo comido delante de ellos, tomó las sobras, y se las dio.

Finalmente les da una razón sintética para acabar de disipar las dudas que sobre su resurrección pudiesen aún abrigar. La causa de su incredulidad ha sido la decepción o desengaño sufrido al ver padecer y morir a Cristo; como los discípulos de Emaús, habían creído las cosas gloriosas de Jesús, no las humillaciones; cuando éstas vinieron, se llamaron a engaño. Jesús afirma de un modo general que todo ello estaba ya predicho en los Libros Sagrados, y que Él mismo se lo había advertido en tiempo, cuando convivía con ellos en su vida mortal: Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros, que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, y en los Profetas, y en los Salmos: son las tres grandes divisiones de los Sagrados libros, según los judíos: el Pentateuco, los Profetas y los Libros poéticos, de los que los principales son los Salmos.

PODER QUE DA JESÚS A SUS DISCÍPULOS (Ioh. 21-23). — En aquel recinto cerrado está la Iglesia naciente, con Cristo vivo y aun presente según su presencia visible; el gozo de que están inundados los discípulos va a transfundirse a toda la Iglesia, de todos los siglos, en virtud de los poderes que va a conferirles. Antes de hacerlo, vuelve Jesús a saludarles con solemnidad enfática: Y otra vez les dijo: Paz a vosotros. La palabra de Jesús es eficaz: Él vino para pacificar a los hombres con Dios; el primer poder que dará a sus Apóstoles será el de ser continuadores de esta obra de pacificación (cf. 2 Cor. 5, 18-20): Como el Padre me envió, así también yo os envío. Jesús se hace igual al Padre en el poder de enviar; y envía a los Apóstoles para que sean, como Él, ministros de pacificación.

Para esta grande obra necesitan los Apóstoles y sus sucesores la fuerza vivificadora del Espíritu Santo. Jesús se lo da, por medio de una acción material simbólica, que podríamos llamar sacramental, porque obra lo que significa, la insuflación: Y dichas estas palabras, sopló sobre ellos. El soplo es símbolo del Espíritu: hálito y espíritu se designan en griego con la misma palabra «pneuma».

Al soplo acompañó unas palabras expresivas del símbolo: Y les dijo: Recibid el Espíritu Santo: ya le tenían los discípulos al Espíritu Santo por la justificación, pero ahora lo reciben en orden a los oficios que deberán llenar; no con toda su plenitud y en forma solemne y visible, como el día de Pentecostés, sino para determinados fines y como preparación para la venida solemne. Por esta insuflación expresa Cristo que el Espíritu Santo procede del Padre y de Él, y que como es del Padre, así también es suyo.

Parte principal de aquel ministerio de pacificación y fruto capital del Espíritu que acaba de darles es el perdón de los pecados, porque es el pecado el que pone la discordia entre Dios y el hombre. Jesús tenía este poder (cf. Mt. 9, 6); ahora se lo da a los Apóstoles: A quienes perdonareis los pecados, quédanles perdonados: y a quienes se los retuviereis, no desatándolos por el perdón, porque el perdón es el que libra del pecado, retenidos les quedan. Por lo mismo, los Apóstoles y sus sucesores serán jueces que deberán discernir los casos en que deberán retener o perdonar los pecados: luego éstos les deberán para ello ser declarados. Por esto la Iglesia ha visto siempre en estas palabras contenido el precepto de la confesión distinta de los pecados.

Lecciones morales — A) Ioh. v. 19. — Estando cerradas las puertas... vino Jesús... — Era de noche, cuando suele agravarse el miedo; los enemigos eran muchos, poderosos, enconados; los discípulos pocos e inermes; faltábales el sostén, que era Jesús; el recuerdo de los pasados sucesos había deprimido su espíritu: por todo ello, el temor sobrepuja a la esperanza y se encierran todos en un mismo lugar; tienen a lo menos el consuelo de estar juntos. En estos aprietos es cuando Jesús les visita; y con su visita les devuelve el gozo, la fuerza, la esperanza en días mejores. Antes de la visita de Jesús la cerrazón cubría los horizontes de su vida; ahora se ha abierto de par en par su corazón. Confiemos en la misericordia de Jesús, que tiene sus consuelos más llenos para nuestras horas más desoladas.

B) v. 19. — Paz a vosotros. — Avergoncémonos, dice San Gregorio Nacianceno, de abandonar este don precioso de la paz que nos dejó Cristo al salir de este mundo. La paz es nombre y cosa dulce: es de Dios (Phil. 4, 7), y Dios es de ella, porque El es nuestra paz (Eph. 2, 14). Y no obstante, siendo la paz un bien alabado y recomendado por todos, es conservado por pocos. ¿Cuál es la causa de ello? Quizá la ambición de dominio o de riquezas; tal vez la ira, el odio, el desprecio del prójimo, o alguna otra cosa análoga en que incurrimos ignorantes de Dios; porque Dios es la suma Paz que lo aúna todo; de quien nada es más propio que la unidad de naturaleza y el ser y vivir pacífico. De Él se deriva la paz y tranquilidad a los espíritus angélicos, que viven en paz con Dios y consigo mismos; de Él se difunde a toda criatura, cuyo principal ornato es la tranquilidad; a nosotros viene espiritualmente por la práctica de las virtudes y la unión con Dios.

C) Ioh. v. 21.— Como el Padre me envió, así también yo os envío. — Esta misión es uno de los misterios más profundos y consoladores de nuestra doctrina cristiana. Misión es apostolado, es legación, es poder representativo. El Padre destaca de su seno, si así puede hablarse, al Hijo para que se haga hombre y redima al mundo y le enseñe la doctrina divina y funde su Iglesia. Y el Hijo destaca de si a sus Apóstoles, y éstos a sus sucesores los Obispos, y éstos a los sacerdotes sus colaboradores para que continúen su obra. Jesús, con la plenitud de los poderes que ha recibido del Padre, ha hecho lo fundamental; y luego comunica la plenitud de estos poderes a sus Apóstoles, en cuanto son necesarios para seguir su obra. Así nuestra misión sacerdotal sube, por Cristo que nos envía, al Padre que le envió a Él. Acordémonos, los que somos enviados, de nuestra dignidad, de nuestra autoridad y de la santidad y celo que nuestra misión exige. Y aprenda el pueblo el respeto, la docilidad, el amor, el auxilio que debe a los ministros y enviados de Dios.

D) Ioh. v. 22. — Recibid el Espíritu Santo. — ¡Palabra fecunda la de Jesús en estos momentos! Apenas salido de la tumba, vivo y glorioso, da a sus discípulos el Espíritu Santo, que es el Espíritu vivificador. Es su propio Espíritu, el Espíritu de Jesús, que va a animar ya sobrenaturalmente a su Iglesia. Vendrá más tarde, el día de Pentecostés, de una manera solemne y en toda su plenitud; pero, interinamente, ya tienen los discípulos el Espíritu de Dios en ellos y con ellos. Y este Espíritu ya no estará ocioso; lo vivificará todo; renovará la faz de la tierra; será Dedo de Dios, Voz de Dios, Fuego de Dios: todo lo tocará, lo hará retemblar, lo purificara todo. ¡Ven, Espíritu Santo, y llena nuestros corazones!

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado , Vol. II, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1967, p. 713-719)

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JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 13 de noviembre de 1985

Espíritu Santo

1. "Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los Profetas".

También hoy, al comenzar la catequesis sobre el Espíritu Santo, nos servimos, tal como hemos hecho hablando del Padre y del Hijo, de la formulación del Símbolo niceno-constantinopolitano, según el uso que ha prevalecido en la liturgia latina.

En el siglo IV, los Concilios de Nicea (325) y de Constantinopla (381) contribuyeron a precisar los conceptos comúnmente utilizados para presentar la doctrina sobre la Santísima Trinidad : un único Dios que es, en la unidad de su divinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La formulación de la doctrina sobre el Espíritu Santo proviene en particular del mencionado Concilio de Constantinopla.

2. Por esto, la Iglesia confiesa su fe en el Espíritu Santo con las palabras antes citadas. La fe es la respuesta a la autorrevelación de Dios: Él se ha dado a conocer a Sí mismo "por medio de los Profetas y últimamente.... por medio de su Hijo" (Heb 1, 1). El Hijo, que nos ha revelado al Padre, ha dado a conocer también al Espíritu Santo. "Cual el Padre, tal el Hijo, tal el Espíritu Santo", proclama el Símbolo "Quicumque", del siglo V. Ese "tal" viene explicado por las palabras del Símbolo, que siguen, y quiere decir: "increado, inmenso, eterno, omnipotente... no tres omnipotentes, sino un solo omnipotente: así Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo... No hay tres Dioses, sino un único Dios"

3. Es bueno comenzar con la explicación de la denominación Espíritu - Espíritu Santo. La palabra "espíritu" aparece desde las primeras páginas de la Biblia :"... el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas" (Gen 1, 2), se dice en la descripción de la creación. El hebreo traduce Espíritu por "ruah", que equivale a respiro, soplo, viento, y se tradujo al griego por "pneuma" de "pneo", en latín por "spiritus" de "spiro" (y también en polaco por "duch", tchnac, tchnienie). Es importante la etimología, porque, como veremos, ayuda a explicar el sentido del dogma y sugiere el modo de comprenderlo.

La espiritualidad es atributo esencial de la Divinidad : "Dios es Espíritu...", dijo Jesús en el coloquio con la Samaritana (Jn 4, 24). (En una de las catequesis precedentes hablamos de Dios como espíritu infinitamente perfecto). En Dios "espiritualidad" quiere decir no sólo suma y absoluta inmaterialidad, sino también acto puro y eterno de conocimiento y amor.

4. La Biblia , y especialmente el Nuevo Testamento, al hablar del Espíritu Santo, no se refiere al Ser mismo de Dios, sino a Alguien que está en relación particular con el Padre y el Hijo. Son numerosos los textos, especialmente en el Evangelio de San Juan, que ponen de relieve este hecho: de modo especial los pasajes del discurso de despedida de Cristo Señor, el jueves antes de la pascua, durante la última Cena.

En la perspectiva de la despedida de los Apóstoles Jesús les anuncia la venida de "otro Consolador". Dice así: "Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, que estará con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad..."(Jn 14, 16). "Pero el Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése os lo enseñará todo" (Jn 14, 26). El envío del Espíritu Santo, a quien Jesús llama aquí "Consolador", será hecho por el Padre en el nombre del Hijo. Este envío es explicado más ampliamente poco después por Jesús mismo: "Cuando venga el Consolador, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de Verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí..." (Jn 15, 26).

El Espíritu Santo, pues, que procede del Padre, será enviado a los Apóstoles y a la Iglesia , tanto por el Padre en el nombre del Hijo, como por el Hijo mismo una vez que haya retornado al Padre.

Poco más adelante dice también Jesús: "Él (el Espíritu de Verdad) me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer" (Jn 16, 14-15).

5. Todas estas palabras, como también los otros textos que encontramos en el Nuevo Testamento, son extremadamente importantes para la comprensión de la economía de la salvación. Nos dicen quién es el Espíritu Santo en relación con el Padre y el Hijo: es decir, poseen un significado trinitario: dicen no sólo que el Espíritu Santo es "enviado" por el Padre y el Hijo, sino también que "procede" del Padre.

Tocamos aquí cuestiones que tienen una importancia clave en la enseñanza de la Iglesia sobre la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo es enviado por el Padre y por el Hijo después que el Hijo, realizada su misión redentora, entró en su gloria (cf. Jn 7, 39; 16, 7), y estas misiones (missiones) deciden toda la economía de la salvación en la historia de la humanidad.

Estas "misiones" comportan y revelan las "procesiones" que hay en Dios mismo. El Hijo procede eternamente del Padre, como engendrado por Él, y asumió en el tiempo una naturaleza humana por nuestra salvación. El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, se manifestó primero en el Bautismo y en la Transfiguración de Jesús, y luego el día de Pentecostés sobre sus discípulos; habita en los corazones de los fieles con el don de la caridad.

Por esto, escuchemos la advertencia del Apóstol Pablo: "Guardaos de entristecer al Espíritu Santo de Dios, en el cual habéis sido sellados para el día de la redención" (Ef 4, 30). Dejémonos guiar por Él. Él nos guía por el "camino" que es Cristo, hacia el encuentro beatificante con el Padre.

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EJEMPLOS PREDICABLES

San Felipe Neri ve un globo de fuego

“Llegado ya Felipe a la edad de veintinueve años y habiendo perseverado, como hemos visto, en una vida celestial más bien que terrena, todo su anhelo consistía en avanzar más y más en la perfección y gracia de su Dios. Aproximábase, pues, la pascua de Pentecostés, y con humildes y vehementes ruegos suplicó al divino Espíritu (de quien era tan devoto que, siempre que se lo permitía la rúbrica, decía en la misa a honra suya la oración: deus, cui omne cor patet, etc.) que se dignase concederle sus dones; cuando he aquí que vió un globo de brillante fuego, el cual, llegando a sus labios, fue a depositarse en su pecho, como morada y templo del Espíritu Santo. Cuál fuese el ardor que sintió entonces su corazón y cuál el amoroso incendio que dichosamente abrasó su alma, sólo él podría decirlo; lo cierto es que, apenas henchido de aquel ígneo y celestial globo, se vió en la necesidad de arrojarse al suelo y, desabrochándose los vestidos, buscar algún lenitivo a su dulce ardor; pero en vano, pues que mal puede el aura exterior y terrenal templar los interiores y celestiales fuegos. Desmayábase, por tanto, en aquel incendio, y, no pudiendo sufrirle, paréceme que diría quejándose dulcemente con Jeremías: factus est in corde meo quasi ignis exaestuans claususque in ossibus meis, et defeci ferre non sustinens; pero al fin, dándole alguna tregua, se sintió sorprendido al cabo de algún tiempo de una súbita alegría, y, conociendo que el santo amor le había dirigido aquel golpe, llevó su mano al costado izquierdo para cerciorarse acaso de si estaba herido. Mas como las heridas de amor, aunque penetran hasta el corazón, no dejan llaga ni cicatriz, en vez de herida notó un gran tumor en aquella parte del pecho que cubre el corazón...

La causa de este tumor no se conoció hasta que murió el Santo, pues abriéndole entonces, pudieron ver los médicos rotas y enteramente encorvadas dos costillas, que en los cincuenta años que estuvieron en tal estado jamás se juntaron, y lo que es aún más maravilloso, que ni cuando se le rompieron ni después le causaron dolor alguno, antes bien fue disposición divina; porque, como afirmaron Andrés Cesalpino, Angel Vittori y otros médicos experimentados, hubiera sido muy dañoso para el Santo que el corazón no hubiese tenido lugar suficiente para palpitar con la violencia que lo hacía desde que recibió este favor divino y aspirar con más facilidad el aire que necesitaba para templar su ardor. Y esto es tan cierto, que no solo se le abrasaba el pecho, sino todo el cuerpo, de tal modo que ni las manos ni aún sus fauces, siempre secas y como abrasadas, perdían algo de su ardor ni por la edad avanzada, ni por el vigor de las estaciones, ni por la flaqueza causada por la penitencia. De aquí es que aún en la vejez se veía obligado en la mitad del invierno a desnudarse el pecho, abrir la puerta y la ventana de su cuarto, quitar la ropa de su cama, y, en mejores términos, a procurar respirar un aire más fresco. Esta fue la razón de que, habiendo mandado el Sumo Pontífice Gregorio XIII que los confesores asistiesen con roquete al tribunal de la penitencia, Felipe se le presentase, no sé para qué negocio, con todo el vestido desabrochado; de lo que admirándose el Papa, le preguntó el motivo, y el santo anciano le contestó con la sumisión y gracia que acostumbraba: “yo no puedo tener abotonada ni aún la almilla, y Vuestra Santidad quiere que tenga además el roquete”. Pero como aquel incendio en un viejo era superior a las leyes de la naturaleza, siendo la vejez el horrible invierno del pequeño mundo del hombre, el Papa le exceptuó de la orden promulgada, diciéndole: “no queremos hacer extensiva a vos nuestra orden; id, pues, como queráis”.

(Tomado del libro “ Verbum Vitae ”, BAC, 1954, tomo V, 133-135)


53.

DÍA DE LA ACCIÓN CATÓLICA

 

MONICIÓN DE ENTRADA

Vivimos en un mundo cargado de desesperanza. También nosotros experimentamos con frecuencia el desánimo en nuestro vivir diario y en las tareas apostólicas. Por eso en este día de Pentecostés se nos invita a que abramos el corazón para escuchar que el Padre bueno nos ama sin medida, para alegrarnos en la presencia de Jesucristo Resucitado, para recibir la gracia y la fortaleza del Espíritu Santo. “Ven, Espíritu Santo, derrama sobre tus fieles el fuego de tu amor”.

Es este fuego del Espíritu Santo el que quiere encender en cada uno de nosotros la llama viva de la esperanza. Es este fuego del Espíritu Santo el que quiere hacer de nosotros, los laicos cristianos, “CONSTRUCTORES DE ESPERANZA” en medio de nuestra Iglesia y en medio de nuestro mundo.

Vamos a celebrar la Eucaristía en este día de Pentecostés, Día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica. Vamos a dar gracias a Dios por los signos de esperanza, pequeños o grandes, que ya alegran el corazón de la Iglesia y el corazón del mundo. Que este encuentro con el Señor renueve y avive en todos nosotros esa esperanza que anuncia vida nueva.

PETICIÓN DE PERDÓN

Tú, que nos envías tu Espíritu para la comunión y la concordia, Señor, ten piedad.

Tú, que por el Espíritu Santo vivificas y animas nuestro testimonio cristiano, Cristo, ten piedad.

Tú, que caminas con nosotros abriendo caminos de esperanza en el Espíritu Santo, Señor, ten piedad.

PALABRA DE DIOS

Ciclo C: Hechos 2,1-11; Romanos 8, 8-17; Juan 14, 15-16

Monición

No vamos a escuchar una palabra del pasado, ni una letra muerta. La palabra proclamada es viva y actual. La hace nueva hoy para nosotros y entre nosotros el Espíritu Santo. Escuchemos atentamente. Oídos y nuestro interior abiertos y dispuestos.

El Espíritu Santo sigue viniendo hoy al mundo, a la Iglesia, a nosotros. No sólo vino entonces. Así nos lo recuerda San Pablo para que nos dejemos guiar por el Espíritu Santo. En Él hemos de apoyarnos porque, como nos dice Jesús, el Señor, en el Evangelio, el Espíritu es nuestro Defensor, nuestro apoyo, nuestro guía y nuestra fortaleza. Prestemos toda nuestra atención.

ORACIÓN DE LOS FIELES

Presidente

El Espíritu Santo “que renueva faz de la tierra” inspira en nosotros ansias y deseos de amor, de verdad, de justicia y de libertad. Expresemos ahora estos sentimientos en oración confiada a Dios, nuestro Padre.

Respondemos: Ven, Espíritu Santo, haznos constructores de esperanza.

Monitor

1. Por el mundo entero, envuelto en tantos problemas y oscuridades, para que supere guerras y enfrentamientos, descubra que los bienes de la tierra se han de distribuir justamente entre todos sus habitantes y crezcan los lazos de colaboración y fraternidad, OREMOS.

2. Por la Iglesia universal, por los Pastores, los religiosos y los laicos, por las comunidades cristianas, para que seamos testimonio de amor fraterno y de comunión, de manera que aportemos esperanza a nuestro mundo actual, OREMOS.

3. Por todos los cristianos laicos, para que acojamos con gozo el amor de Dios, crezcamos cada día en la vivencia adulta de nuestra fe y expresemos nuestra esperanza en el compromiso familiar, social y eclesial, OREMOS.

4. Por los Movimientos y Asociaciones de Apostolado Seglar y por la Acción Católica, para que con nuestra presencia activa y encarnada en medio del mundo seamos signos de comunión y evangelio de esperanza “allí donde las mujeres y hombres de nuestro tiempo se juegan su vida y su futuro”, OREMOS.

5. Por nuestras Iglesias diocesanas para que sigan poniendo sus esfuerzos en promover y formar cristianos laicos, adultos y militantes, que renueven nuestras comunidades cristianas y vivan en medio del mundo el evangelio de la esperanza, OREMOS.

6. Por quienes estamos aquí celebrando la Eucaristía, para que la fuerza renovadora del Espíritu avive en nosotros la llama de la esperanza y nos lance a un testimonio coherente con nuestra fe, OREMOS.

Presidente

Acoge, Señor, la oración confiada que te presentamos en este día de Pentecostés. Por Jesucristo nuestro Señor.

OFRENDAS

Presentar, junto al pan y el vino, con algún símbolo, actividades realizadas en la diócesis (o en la comunidad parroquial) por todo el Apostolado Seglar, y / o por la Acción Católica, y /o por otros Movimientos. (Conviene compartir y celebrar estos signos de vida y esperanza aunque sean o nos parezcan sencillos y modestos).

SUGERENCIAS PARA LA HOMILÍA

Ante la realidad que nos rodea y que construimos entre todos, dos posible salidas son el pesimismo o la esperanza: refugiarse o salir a los caminos; la condena del presente o el empeño por construir un futuro mejor, nuevo; el conformismo (‘todo esfuerzo es inútil’) o el cambio renovador (‘otro mundo es posible’)…

“Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios” eligen la segunda posibilidad. Porque, como hijos de Dios, no viven en la esclavitud al tiempo, modas y limitaciones del momento; ni viven en el temor–miedo ante el futuro. Se saben sostenidos por el Abba, el Padre, que nos ha regalado ser sus herederos y coherederos con Cristo. Porque acogen el Espíritu Santo que les capacita para el esfuerzo, el compromiso, la superación de todo sufrimiento y de todo pesimismo (2ª lectura).

La opción por la esperanza es la única verdadera para el cristiano. Quien no espera, no cree en la presencia activa del Espíritu en el mundo. Por eso no puede ser cristiano. Porque el Espíritu sigue viniendo, sigue estando entre nosotros para que todos hablemos la misma lengua de la comprensión, de la comunión, de la solidaridad, del compromiso común, del compartir… (2ª lectura).

El Espíritu es nuestro Defensor, nuestro abogado. Creer en el Espíritu es acogerlo realmente en nuestra vida, es aceptar que está siempre con y en nosotros. Creer en el Espíritu nos lleva necesariamente a vivir en el mismo amor y confianza que el Padre nos da y tiene con nosotros no se puede acoger el Espíritu Santo y vivir en el desencanto y la desilusión (Evangelio).

¿Cómo podemos, por tanto, ofrecer, presentar y actuar nuestra fe cristiana al mundo y al hombre de hoy? Sólo por el amor y la esperanza.

Un cristiano encerrado en la Iglesia, en la seguridad excluyente, en un espiritualismo alejado de la vida, en la ley y la norma, en la pasividad ante lo real, no ofrece amor. Por tanto, no presenta la fe, no testimonia al Dios que es Amor. Obstaculiza el camino entre Dios y la persona.

Un cristiano que no ofrece motivos, razones, hechos para la esperanza ¿qué puede entregar de atrayente, de nuevo, de estimulante a nuestros hermanos de hoy? Sin esperanza encarnada no podemos aportar ni fe ni amor. No podemos testimoniar al Espíritu que hace nuevas todas las cosas.

Creer en el Espíritu, en su presencia en y entre nosotros, en su actuación permanente es sentirnos llamados todos los cristianos, pastores, religiosos y laicos, a ser cada uno y todos juntos historias concretas de esperanza para todos. Todos unidos, todos fieles al Espíritu, todos en diálogo corresponsable, todos necesarios, nadie más ni nadie menos, todos diversos para la comunión y el testimonio, nadie arriba ni nadie abajo, todos servidores desde nuestra vocación personal y eclesial.

Como Cristo, el Señor, que se hace presente hoy entre nosotros en la Eucaristía como ‘aquel que no ha venido a ser servido sino a servir, como aquél que está entre nosotros como el que sirve’.

SUGERENCIAS PARA LOS CANTOS

La solemnidad de PENTECOSTÉS pide que se canten el mayor número posible de las partes cantables de la Misa: Gloria, Salmo, Credo, Santo, Aclamación después de la Consagración, Padre nuestro, Cordero de Dios…

Entrada
Envía tu Espíritu (Cantoral
Litúrgico Nacional, CLN 254)
Reunidos en el nombre del Señor (CLN A9)
El Señor nos llama, estrofa 3 (CLN A5)

Salmo
Oh Señor, envía tu Espíritu (CLN 252 o D38)

Comunión
Te conocimos al partir el pan (CLN 025)
Donde hay caridad (CLN 026)

Final
Iglesia peregrina (CLN


53. claretianos 2004

Pentecostés es la fiesta de la Belleza. Así la definía san Agustín: "unitas in varietate", la unidad de la variedad. La belleza no es el resultado de los monocultivos, de los paisajes uniformes, de la repetición de lo mismo. La belleza es modulación, sorpresa, armonía, eco, equilibrio en el aparente desequilibrio. El Espíritu es la Belleza activa y creadora de Dios. Desde Él o Ella se derrama sobre el mundo la armonía y el acorde. Por eso, hoy es la fiesta de la Belleza.

¿Conocemos al Espíritu Santo? Con esta pregunta nos confronta -un año más- la festividad de Pentecostés. Jesús es el Señor de la historia y del universo. ¡Esa es la fe que confesamos! Pero, al mismo tiempo vemos, que la historia y el universo están rotos, fragmentados. Hay demasiada división como para confesar alegremente que estamos en el Reino de la Unidad, de la Paz, de la gran Reconciliación. Hay divisiones religiosas (diversas religiones, diversas confesiones cristianas, diversas y opuestas tendencias en la misma confesión...), divisiones políticas (causas de guerras frías y calientes), divisiones que nos hacen vivir la relación con la naturaleza de forma tensa, problemática, dramática (tifones, terremotos, desgracias ecológicas...).

Hay divisiones que proceden del diábolo, de ese poder misterioso que nos divide y enfrenta. Hay unidades que son, así mismo, diabólicas, porque se basan en la imposición de un poder sobre los demás. Lo mismo hay que decir del Espíritu. Es el Gran Diseminador y el Gran Unificador. Del Espíritu procede la variedad, la diferencia, la pluralidad. Del mismo Espíritu procede la fuerza de la unidad, de la comunión. Tanto la diseminación como la comunión pueden ser experimentadas como acción del Espíritu Santo. Pablo nos dice hoy que son muchos los carismas, muchos los servicios, muchas las energías de las que disponemos. Pero ¡uno solo es el Espíritu!

El Espíritu genera la diversidad y la comunión de lo diverso. No anhela una unidad en la que lo diverso sea aplastado, machacado, borrado. La culminación del Reino no consistirá en la victoria de una religión sobre las demás, de una confesión cristiana sobre las demás, de una visión política sobre las demás. Será el momento de la gran comunión, la comunión de lo plural, la comunión de las diferencias. Esto no se consigue sino a través de largos procesos de discernimiento, de diálogo, de contemplación y valoración mutua. ¡Por eso, la etapa previa, el tiempo de las divisiones tiene que ver, no solo con el espíritu del mal, sino también con el Espíritu de Dios!

Jesús -hablando con Nicodemo- comparó el Espíritu al viento: "El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu. ». El Espíritu no tiene origen, no tiene fin. Por eso es muy difícil aprehender la originalidad de su movimiento en este mundo. La metáfora de la inestabilidad y de la fantasía del viento evoca al Espíritu. Este Espíritu misterioso da testimonio de Jesús y hace eficaz su querer. Es invisible, pero mueve poderosamente el mundo, sin hacer ruido y sin espectacularidad.

El Espíritu no tiene genealogía, ni muerte, ni principio ni fin. El Espíritu no aspira al reposo. El Espíritu es absoluta libertad: no debe ser aprisionado en un origen, ni en un destino final. El Espíritu va por un camino que no viene de ninguna parte, ni va a ninguna parte. Lo único que podemos percibir del Espíritu es su movimiento continuo, incesante, eterno. Así como un viento invisible que despliega una fuerza considerable y arranca los árboles, como un tifón incontrolable, como un mar embravecido... No obstante, el Espíritu no es una fuerza ciega, es la fuerza del Reino de Dios, la que cumple su voluntad. El Espíritu es la fuerza de la vida, no de la muerte. El movimiento perenne del Espíritu tiene un efecto en el mundo: la Vida.

Frank Wesley ha representado el Espíritu con esta imagen. La Santa Ruah es su nombre femenino hebreo. El Espíritu es dinamismo hacia la vida. El Espíritu libera a las criaturas de la dureza mecánica de las leyes cósmicas y da autonomía a los seres para que se autogeneren y se reproduzcan. El Espíritu es como el Agua, en cuyo ámbito la vida se reproduce. La vida es múltiple. El Espíritu hace posible la vida abundante, plural. Recibir la "vida del Espíritu" es tener el poder de transgredir el ciclo imperativo de la naturaleza. El Espíritu no solo es Vida, es libertad. "Va a donde quiere" Tampoco la libertad tiene origen, ni fin. La libertad es la realización última de la vida.

La libertad del Espíritu -"donde está el Espíritu allí está la libertad"- no es arbitrariedad. El Espíritu es promotor de libertades que se insertan unas con otras en el movimiento que Él protagoniza. Lo importante no es ser yo libre, sino serlo en la sinfonía de libertades. La experiencia concreta de la libertad cristiana es el amor. Los carismas del Espíritu han sido concedidos "para utilidad común". El carisma de los carismas, el que sobrepasa a todos, es el amor. El amor es el Espíritu derramado en nuestros corazones. Dios Padre nos ha dado las arras del Espíritu para que podamos glorificarlos en sus imágenes vivientes que son las mujeres y los hombres. Quien reconoce a sus hermanas y hermanos, ese ¡conoce a Dios!

El don del Espíritu no se adapta. Es una espada que separa. Cuando el Espíritu toca el corazón, genera disfunciones institucionales y sociales. La conversión que el Espíritu provoca no se identifica con la conformidad con la ley. El Espíritu vuelve una vida peligrosa para el "statu quo". ¡Eso fue lo que sucedió el día del Pentecostés! ¡Esto acontece en todo Pentecostés!

La división no es necesariamente un proceso negativo. Es una garantía contra la impaciencia. Los discípulos de Jesús querían que se instaurara cuanto antes el Reino de Dios. Jesús les pide paciencia. Nuestra impaciencia nos llevaría a asumir funciones que no nos corresponden. Sólo los ángeles de Dios, como dice el Apocalipsis, realizarán esta tarea. Dios es un "dios paciente" (Rom 15,5). La paciencia engendra esperanza en Jesús. El arte es espera. La inspiración resulta después de la espera. Los tiranos, sin embargo, son aquellos que "pierden la paciencia". Actúan sin inspiración. El humilde espera, es paciente. El Espíritu conforta esta actitud. Por eso, el Espíritu abre a la tolerancia. ¡Ese es el camino de la libertad plena!

¡Hay belleza en nuestro mundo, cuando se recompone el proyecto originario de Dios de variedad unificada! Hay belleza que salva al mundo de sus hostilidades y violencias. El Espíritu de la Belleza se derrama continuamente y hace que el Amor venza.

JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES
 


54. 2004

LECTURAS: HECH. 2, 1-11; 1COR 12, 3-7. 12-13; JN 20, 19-23

RECIBAN AL ESPÍRITU SANTO.

Comentando la Palabra de Dios

Hech. 2, 1-11. El mismo Espíritu que reposó en Jesús reposa en su Iglesia. Quien lo posee entiende con mayor profundidad a Aquel que es la Palabra eterna del Padre, y que Él pronunció sobre la humanidad entera para salvarla. No podemos poseer el Espíritu Santo como un Don de Dios inútil en nosotros, ni podemos permitirle al mismo Espíritu que encarne en nosotros la Palabra eterna del Padre sólo como un regalo que disfrutaremos de un modo personal. El Señor nos quiere testigos del Reino; Él quiere que proclamemos a los demás las maravillas y la misericordia que nos tiene a la humanidad entera, de todos los tiempos y lugares. Por eso el Espíritu Santo no sólo nos conduce a orar a Cristo, no sólo abre nuestros oídos y nuestro corazón para que escuchemos y entendamos su Palabra, sino que también nos fortalece para que colaboremos en la difusión del Reino de Dios en todas las naciones, lenguas y culturas. Dios nos quiere orantes, pero también nos quiere apóstoles suyos. No apaguemos en nosotros la fuerza del Espíritu Santo que Dios ha derramado en nuestros corazones.

Sal. 103. Dios, nuestro Dios y Padre, ha creado todas las cosas con gran amor hacia nosotros. Así Él se manifiesta como un Padre providente para con sus hijos. Dios ha derramado en nosotros su Espíritu Santo para que tengamos vida, y Vida eterna. Quien se cierra al Espíritu de Dios pierde la oportunidad de salvarse, pues sólo por Él conservamos nuestra unión con Dios por medio de Cristo Jesús, llegando, por este único camino, a ser Hijos de Dios. Quienes hemos sido hechos partícipes del mismo Espíritu de Dios hemos de llevar una vida intachable, grata al Señor y como testimonio de Él ante el mundo entero. Si le vivimos así fieles al Señor algún día nos alegraremos eternamente en Él.

1Cor. 12, 3-7. 12-13. La Iglesia junto con Cristo y por su unión con Él es calificada como el "Signo total": Cristo en la Iglesia. Por la Voluntad Divina, que nos ha dejado este signo de salvación en la historia, la Iglesia es la única vía visible de salvación para la humanidad entera. Quien crea en Cristo será parte de esta Comunidad de Creyentes en el Señor, a veces de un modo pleno, a veces sólo como una semilla del Verbo en la diversidad de culturas en que se desarrolla la vida de toda la humanidad. Sólo Dios es bueno; y la bondad que realizamos no puede venir sino de esa fuente. Quienes hemos sido bautizados en un mismo Espíritu trabajemos por la unidad y por dar a conocer con mayor claridad el amor que Dios ofrece a todos. Que cada uno colabore para el bien común conforme a la gracia que ha recibido de Dios, poniéndonos siempre al servicio de los demás como Cristo se puso al servicio nuestro. Vayamos, pues, tras las huellas de Cristo, dejándonos conducir por el Espíritu que Dios ha derramado en nuestros corazones.

Jn. 20, 19-23. El Señor no ha venido a destruirnos, sino a buscar y a salvar todo lo que se había perdido. Él es el Dios misericordioso y siempre fiel. Él es Dios-con-nosotros. Mediante su muerte y resurrección Él nos ha traído la paz, pues nos ha concedido el perdón de nuestros pecados y nos ha comunicado una Vida nueva. Más aún: nos ha hecho partícipes de su mismo Espíritu, renovándonos como criaturas nuevas, para que podamos llegar a ser con plenitud hijos de Dios. Pero esa comunicación del Espíritu Santo a nosotros no es un adorno; ni es para que lo guardemos en nuestro propio interior. El Señor nos quiere en camino como testigos de su vida y de su amor, de tal forma que, a través de la historia, la Iglesia de Cristo, enviada por Él al mundo como el Padre lo envió a Él, debe continuar la Obra que su Señor le ha confiado, hasta que todos lleguemos a ser uno en Cristo y Él nos entregue al Padre, para que seamos eternamente uno con Él en la gloria.

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

Por obra del Espíritu Santo realizamos, en esta Eucaristía, nuestra nueva y eterna Alianza de amor con Cristo. Al participar de un mismo Pan y de un mismo Cáliz, nos hacemos uno con Cristo y uno entre nosotros. Unidos al Señor y a los Hermanos como los miembros se unen a la cabeza y se unen entre sí, llegamos a ser el Cuerpo de Cristo, que hacemos visible en el mundo a través de la historia. Puesto que no tenemos un espíritu de maldad ni de pecado, sino al mismo Espíritu de Dios, estamos llamados a ser un signo del amor, de la misericordia, de la bondad, del perdón, de la paz, de la alegría y de la santidad de Dios. Él nos ha llenado de su misma vida y nos ha comunicado su mismo Espíritu para que demos frutos, y frutos en abundancia, nacidos de esa presencia suya en nosotros.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

Por eso quienes hemos hecho nuestros la Vida y el Espíritu de Dios, quienes en verdad lo hemos recibido de un modo consciente, libre y comprometido, debemos ser los primeros en dar la paz al mundo. Cristo nos conquistó la paz a través de su Misterio Pascual: su Muerte y Resurrección. Nosotros no sólo participamos de la Victoria de Cristo sobre el pecado y la muerte, sino que también participamos de su Misión, mediante cuyo cumplimiento debemos hacer llegar esa victoria a la humanidad de todos los tiempos y lugares. No hemos de darnos descanso en el cumplimiento de esa misión; no podemos dejarnos acobardar por las dificultades y persecuciones que debamos sufrir por el Nombre de Cristo. No vamos solos; en el cumplimiento de esta Misión nos acompaña el Espíritu Santo, no sólo como alguien a quien le tenemos devoción, sino como fuego que nos mueve a dar un testimonio valiente, creíble, claro, de la salvación que Dios ofrece a la humanidad en Cristo Jesús, único camino que nos conduce a la Verdad y a la plena unión con el Padre Dios, nuestra Vida y la plenitud de quien lo consuma todo en todo.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de dejarnos transformar, por obra del Espíritu Santo, en un signo cada vez más claro y creíble de Cristo Jesús, para gloria del Padre y salvación nuestra y de la humanidad entera. Amén.

www.homiliacatolica.com

 


55. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Comentario general

Hechos 2, 1-11:

Resurrección-Apariciones-Ascensión: Son ya la Era del Espíritu Santo: Qui (Jesús) post Resúrrectionem súam omnibús discipúlis súis manifestús apparúit, et ipsis cernentibús est elevatús in coelúm, út nos divinitatis súae tribúeret esse participes (Praef.): El motor y guía de la Iglesia será el Espíritu:

— La Era Mesiánica es esperada como efusión de Espíritu Santo. Los Profetas así lo prometen. Joel es el más explícito: «Derramaré mi Espíritu sobre toda carne. Obraré prodigios en los cielos y sobre la tierra» (J1 3, 1). Y Habacuc nos describe la nueva Teofanía en luz y en fuego, en huracán y terremoto (Hbc 3, 3). Pentecostés es el nacimiento de la Iglesia, el comienzo de una nueva Era; el Padre y el Hijo nos envían al Espíritu Santo. La Era Mesiánica tendrá como inauguración y primicias un diluvio de Espíritu Santo.

— Dios habla en «signos» que es el mensaje que todos entienden. Los «signos» que anuncian solemnemente la misión del Espíritu Santo a la Iglesia son: Un ruido del cielo; un viento impetuoso; un diluvio de fuego en forma de lenguas ígneas. Este fragor celeste, este huracán, esta lluvia de fuego son expresivos símbolos de la llegada y de la obra que va a realizar el Espíritu Santo: Fragor celeste que despierta; llama que enardece; viento que eleva, espiritualiza; fugo que ilumina, purifica, caldea. De hecho, los Apóstoles, recibido el Espíritu Santo, quedan transmudados, renacen. Son ya valientes, iluminados, puros, fieles, espirituales. A la luz del Espíritu Santo penetran el sentido de las enseñanzas de Cristo, hasta entonces enigmáticas para ellos.

— El don de lenguas, o glosolalia (4) es un carisma para alabar a Dios (cf 1 Cor 10, 14). Como en estado extático cantan los Apóstoles la Gloria de Dios en todas las lenguas. Los oyentes, a su vez, a la luz del Espíritu Santo los comprenden y se unen a ellos. Este fenómeno sobrenatural quiere demostrar que han cesado las disgregaciones (de lengua, raza, cultura, religión) que pesaban como maldición sobre los hombres (Gn 11, 1-9). El Espíritu Santo hará de todos los redimidos por Cristo un único Pueblo de Dios. La única condición para ser beneficiarios de esa gracia, en esa nueva creación, es la conversión y la fe: «Convertíos y recibid el Bautismo en el nombre de Jesucristo, en remisión de vuestros pecados. Y recibiréis el don del Espíritu Santo» (Hch 2, 38). Si el orgullo produjo discordia y frustración, la fe nos da armonía y salvación. 

I Corintios 12, 3-7. 12-13:

San Pablo nos presenta un cuadro muy interesante de la actuación interior del Espíritu Santo en las almas; y también de las manifestaciones carismáticas y maravillosas que enriquecieron a la Iglesia desde los principios y la mostraron: «Sacramento universal de Salvación» (L. G. 48).

—        El don de la fe y la confesión de la fe son gracias del Espíritu Santo. Sin esta gracia no podemos llegar a la zona de la fe (3b). A la vez, la gracia del Espíritu Santo salvaguarda de todo error y desorientación nuestra fe (3a). Si queremos que nuestra fe no sufra titubeos, confusionismo y desviaciones, pidamos humildemente la gracia del Espíritu Santo.

—        En las primitivas comunidades en las que la jerarquía no podía actuar con la trabazón e institución que adquirió con el desarrollo de la Iglesia, el Espíritu Santo suplía con una profusión de dones carismáticos: los que hoy llama la Teología: gracias gratis datas. Los carismas, de nuevo puestos de relieve por el Vaticano II, no se dan al fiel directamente para su santificación, sino para el bien inminente de la comunidad (7). Fueron en las primeras comunidades cristianas un factor importante para la consolidación de la fe y para su propagación. San Pablo nos da diferentes listas de los carismas más importantes (8-10; 12, 27. 28; Rom 12, 6-8; Ef 4, 11). Siempre insiste que no se dan para provecho propio, ni menos para fomento de vanidad, ni como exhibicionismo religioso. Todos provienen del mismo Espíritu y van ordenados al bien de la Iglesia; y sobre todos ellos está la caridad,  don esencial del Espíritu Santo, al que todos debemos aspirar y al que debemos valorizar más que los carismas.

— En la ordenación, regulación y uso de los carismas hay que tener presente: Al defender la unidad de la Iglesia, no impedir la diversidad de los carismas. Al respetar la diversidad de los carismas, no dañar la Unidad de la Iglesia. E ilustra su enseñanza con el símil del cuerpo humano: uno con variedad de miembros; pero en el que todos los miembros actúan en razón de la unidad. En este Cuerpo Místico que es la Iglesia el Espíritu Santo es el Alma que lo informa, lo vivifica, lo santifica, lo vigoriza, lo unifico «Bautizados en Un Espíritu para formar un Cuerpo» (13). Por la Eucaristía, el Espíritu único de Cristo unifica y vivifica al que por eso mismo es su único Cuerpo Místico: A te, Pater, missit Spiritúm Sanctúm, primitias credentibús, qúi opus suúm in mundo perficiens, emnem sanctificationem compleret (Prex. Euc. IV). 

Juan 20, 19-23:

San Juan nos da en este contexto la misión del Espíritu Santo que San Lucas describe en Pentecostés.

— El Resucitado se presenta a sus Apóstoles y les enseña las cicatrices de sus llagas, precio con el cual nos ha ganado el Espíritu Santo. Y les da el «Signo» de la misión del Espíritu Santo: «Sopla sobre ellos» (20). En hebreo, soplo y Espíritu se indican con la misma palabra.

—        Con el don del Espíritu Santo les inunda de Paz: «Paz a vosotros» (19. 20). «Paz» en la Escritura es la síntesis de todos los bienes; y, ya en clave de Espíritu Santo, indica todos los dones, frutos y carismas del Paráclito. Los Apóstoles tendrán en todo primacía y plenitud.

—        Para la Era del Espíritu Santo estaba prometida la remisión de los pecados (Jr 31, 34). Queda en manos de los Apóstoles el poder de perdonar (23), pues Cristo los envía como continuadores de su obra salvífica y les entrega la plenitud de sus poderes y autoridad (21).

(Tomado de “Ministro de la palabra, ciclo A”, Ed. Herder, Barcelona1979, pags.133 -136)


San Ireneo de Lyon

Contra las herejías 3,17,1-3

«Dios había prometido pro boca de sus profetas que en los últimos días derramaría su Espíritu sobre sus siervos y siervas y que éstos profetizarían. Por esto descendió el Espíritu Santo sobre el Hijo de Dios que se había hecho Hijo del Hombre, para así, permaneciendo en Él, habitar en el género humano, reposar sobre los hombres y residir en la obra plasmada por manos de Dios, realizando así en el hombre la voluntad del Padre y renovándolo de la antigua condición a la nueva, creada en Cristo.
 
“San Lucas nos narra cómo después de la ascensión del Señor, descendió sobre los discípulos, el día de Pentecostés, el Espíritu Santo, con el poder de dar a todos los hombres entrada en la vida y dar su plenitud a la nueva alianza. Todos a una los discípulos alaban a Dios en todas las lenguas, al reducir el Espíritu a la unidad a los pueblos distantes y ofrecer al Padre las primicias de toas las naciones.

Por esto el Señor había prometido que nos enviaría aquel Defensor que nos haría capaces de Dios: del mismo modo que el tigo seco no puede convertirse en una masa compacta y en un solo pan, si antes no es humedecido, así también nosotros, que éramos antes como un leño árido, nunca hubiésemos dado el fruto de vida, sin esta gratuita lluvia de lo alto. Nuestros cuerpos, en efecto, recibieron por le baño bautismal la unidad destinada a la incorrupción, pero nuestras almas, pero nuestras almas la recibieron por el Espíritu.

El Espíritu de Dios descendió sobre el Señor: Espíritu de prudencia y de sabiduría, Espíritu de consejo y de valentía, Espíritu de ciencia y de temor del Señor, y el Señor, a su vez , lo dio a la Iglesia, enviando al Defensor sobre toda la tierra desde el cielo...Recibiendo por el Espíritu la imagen y la inscripción del Padre y del Hijo hagamos fructificar el denario que se nos ha confiado, retornándolo al Señor con intereses»

(Tomado de Año litúrgico patrístico, Manuel Garrido Bonaño, o.s.b.)


San Basilio Magno


Tratado del Espíritu Santo:

«Ante todo, ¿quién habiendo oído los nombre que se dan al Espíritu, no siente levantado su ánimo y o eleva su pensamiento hacia la naturaleza divina?

Ya que es llamado Espíritu de Dios y Espíritu de Verdad, que procede el Padre. Espíritu firme. Espíritu Generoso. Espíritu Santo es su nombre propio peculiar... Hacia Él se dirigen su mirada todos los que sienten necesidad de santificación; hacia Él tiende el deseo de todos los que llevan una vida virtuosa y su soplo es para ellos a manera de riego que les ayuda en la consecución de su fin propio y natural. Capaz de perfeccionara los otros, Él no tiene falta de nada... Él no crece por adiciones, sino que está constantemente en plenitud; sólido en sí mismo, está en todas partes. Él es fuente de santidad, Luz para la inteligencia; Él da a todo ser racional como una Luz para entender la verdad

Aunque inaccesible por naturaleza, se deja comprender por su bondad; con su acción lo llena todo, pero se comunica solamente a los que encuentra dignos, no ciertamente de manera idéntica ni con la misma plenitud, sino distribuyendo su energía según la proporción de su fe. Simple en su esencia y variado en sus dones, está íntegro en todas partes. Se reparte sin sufrir división, deja que participen de Él, pero Él permanece íntegro, a semejanza del rayo del sol, cuyos beneficios llegan a quien disfrute de él como si fuera único, pero, mezclado con el aire, ilumina la tierra entera y el mar... Por Él se elevan a lo alto los corazones; por su mano son conducidos los débiles; por Él los que caminan tras la virtud llegan a la perfección. Es Él quien ilumina a los que se han purificado de sus culpas y, al comunicarse a ellos, los vuelve espirituales.»
 

(Tomado de Año litúrgico patrístico, Manuel Garrido Bonaño, o.s.b.)


SANTO TOMAS DE AQUINO

La paz

Santo Tomás ha desarrollado de modo orgánico su doctrina sobre la paz en la cuestión 29 de la 2-2.

a) ¿QUÉ ES LA PAZ?

1. "Tranquilidad en el orden"

"La paz es la tranquilidad del orden. Esta tranquilidad ciertamente consiste en que todos los movimientos apetitivos se hallen en reposo en el mismo individuo" (2-2 q.29 a.1 ad 1).

2. Quietud de todos los apetitos

"La paz implica unión, no solamente del apetito racional o del apetito animal, a los que puede pertenecer el consentimiento, sino también del apetito natural; y por eso dice San Dionisio que "la paz es operativa del consentimiento y de la connaturalidad" (De div. nom. c.11,1: PG 3,948) ; de tal suerte que en el consentimiento se incluya la unión de los apetitos procedentes del conocimiento, y en la connaturalidad la de los apetitos naturales" (ibid., a.2 ad 1).

b) UNIVERSALIDAD DEL DESEO DE PAZ

1. Todos anhelan la paz

"Por lo mismo que el hombre desea una cosa, síguese que el hombre desea la consecución de lo que apetece, y, en consecuencia, la separación de aquéllas que pueden impedir la mencionada consecución. Pero la consecución del bien deseado puede ser impedida por el apetito contrario, ya de sí mismo, ya de otro, y ambos son destruidos por la paz, como se ha dicho (a.1). Por lo tanto, es necesario qué todo el que apetece apetezca la paz, esto es, en cuanto todo apetente desea llegar tranquilamente y sin impedimento a aquello que apetece, en lo cual consiste la razón de la paz" (ibid., a.2 c).

2. Incluso los que buscan la guerra

"Aun los que buscan guerras y disensiones, no desean sino la paz, que juzgan no tener; porque, como se ha dicho, no hay paz si uno concuerda con otro contra lo que él mismo quisiera más. He aquí por qué los hombres tratan de romper por la guerra esta concordia, como negativa de la paz, para llegar a ésta, en la que nada repugne a la voluntad de ellos; por la cual razón todos los beligerantes buscan por la guerra llegar a alguna paz más perfecta que la que teman antes" (ibid., ad 2).

C) DIVISIÓN DE LA PAZ

1. Verdadera y aparente

"La paz consiste en el reposo y unión del apetito. Mas, así como el apetito puede ser o del bien absoluto o del bien aparente, así también la paz puede ser verdadera o aparente. Ciertamente, la paz verdadera no puede tener otro objeto que el apetito del verdadero bien; porque todo lo malo, aunque aparezca bueno desde un punto de vista y, por consiguiente, en algún tanto calme el apetito, tiene, sin embargo, muchos defectos, por los cuales el apetito permanece inquieto y perturbado. Así es que la paz verdadera no puede existir sino en los buenos y acerca de las cosas buenas. Pero la paz que tiene por objeto el mal es paz aparente y no paz verdadera" (ibid., ad 3).

2. Perfecta e imperfecta

"No teniendo la paz verdadera otro objeto que el bien, así como se tiene el verdadero bien. de dos maneras, a saber, perfecta e imperfectamente, así la paz verdadera es de dos modos: 1.° Perfecta, que consiste en la fruición perfecta del sumo bien, por el cual son unidos todos los apetitos tranquilamente en uno solo; y éste es el último fin de la criatura racional, según aquello (Ps. 147,14): El dió la paz a tu territorio. 2.º Otra es la paz imperfecta, que se tiene en este mundo; porque, aunque el movimiento principal del alma descanse en Dios, sin embargo, hay interior y exteriormente algunas cosas repugnantes que turban esta paz" (ibid., ad 4).

d) LA PAZ Y LA CARIDAD

1. La paz es efecto de la caridad

"Hay dos clases de unión, que son de esencia de la paz: una, según la ordenación de nuestros apetitos a uno solo y mismo objeto, y la otra, según la unión de nuestro propio apetito con el apetito de otro; y ambas uniones las produce la caridad. Produce la primera, en cuanto que Dios es amado de todo corazón, esto es, de manera que atribuyamos a El todas las cosas; y así todos nuestros apetitos son dirigidos a uno solo y mismo objeto. Produce la segunda, en cuanto que amamos al prójimo como a nosotros mismos; de lo cual proviene que el hombre quiere cumplir la voluntad del prójimo como la suya, y por esto entre las cosas dignas de la amistad figura "la identidad de elección", como consta (Ethic. 1.9 c.4,1: Bx. 1166a7) ; y Tulio dice (De amicitia) que pertenece a los amigos querer y no querer la misma cosa" (2:2 q.29 a.3 e).

"La paz es obra de la justicia indirectamente, esto es, en cuanto remueve lo que estorba; pero obra de la caridad directamente, puesto que, según su propia razón, la caridad cansa la paz; pues el amor es fuerza unitiva, como dice San Dionisio (De div, nom. c.4 p.2 lect.9: PG 3.709); mas la paz es la unión de las inclinaciones apetitivas" (ibid., ad 3).

2. No es virtud, sino resultante de la virtud

"La virtud no es el fin último, sino el camino para el mismo. Es así que la paz es en cierto modo el fin último, como dice San Agustín (De eiv. Dei. 1.19 c.11: PL 41,637); luego la paz no es virtud" (2-2 q.29 a.4 Sed contra).

"Siendo producida la paz por la caridad según la misma razón de amor de Dios y del prójimo, no hay otra virtud cuyo acto propio sea la paz, sino la caridad, según se ha dicho también del gozo" (ibid., c).

3. Es bienaventuranza y fruto del Espíritu Santo

"La paz, por ser acto de caridad, es también acto meritorio, que por lo mismo se enumera entre las bienaventuranzas, que son los actos de la virtud perfecta, como se ha dicho. También figura entre los frutos, en cuanto es un determinado bien final, que tiene una dulzura espiritual" (ibid., ad 1).

4. No hay verdadera paz sin gracia santificante

"Ninguno se ve privado de la gracia santificante sino a causa del pecado, del que resulta que el hombre está separado de su debido fin, constituyéndole en algún fin indebido; y, según esto, su apetito no se adhiere al verdadero bien final, sino al aparente. Por esto, sin la gracia santificante no puede existir la verdadera paz, sino sólo la aparente" (ibid., a.3 ad 1).

e) LA PAZ, PERFECCIÓN DEL GOZO

"La perfección del gozo es la paz bajo dos conceptos:

1.°       En cuanto a la quietud respecto de las perturbaciones exteriores; pues no puede gozar perfectamente del bien amado el que en su fruición es perturbado por otras cosas; y, además, el que tiene el corazón perfectamente pacífico en un objeto, por ningún otro puede ser molestado, porque reputa lo demás como nada; por lo cual se dice (Ps. 118,165) : Mucha paz tienen los que aman tu ley, y no hay para ellos tropiezo; a saber, porque no son perturbados por cosas exteriores, que les impidan gozar de Dios.

2.°       En cuanto a la calma del deseo fluctuante: porque no goza perfectamente de algo aquel a quien no basta lo que goza; y la paz lleva consigo estas dos cosas; es decir, que no seamos perturbados por las cosas exteriores y que nuestros deseos reposen en un solo objeto" (1-2 q.70 a.3 c).

f) LA PAZ Y LA CONCORDIA

1. La paz añade algo a la concordia

"Donde hay paz, allí hay concordia; pero no doquiera hay concordia hay paz, si el nombre de paz se toma en su sentido propio; porque la concordia propiamente dicha se refiere a otro, esto es, en cuanto las voluntades de diferentes corazones convienen a la vez en un solo consentimiento.

Sucede, empero, que el corazón de un hombre se dirige a distintas cosas, y esto de dos modos:

1.°       Según las diversas potencias apetitivas, como el apetito sensitivo tiende la mayor parte de las veces a lo contrario del apetito racional, según aquello (Gal. 5,17) : La carne codicia contra el espíritu.

2.°       En cuanto una misma potencia apetitiva tiende a diversos objetos apetecibles, que no puede conseguir a la vez.

Por consiguiente, es necesario que haya repugnancia entre los movimientos del apetito. Pero la unión de estos movimientos es de esencia de la paz, porque el hombre no tiene el corazón en paz mientras no tiene lo que quiere; y si tiene algo que quiere, sin embargo le queda aún por querer lo que no puede poseer al mismo tiempo. Esta unión, empero, no es de la esencia de la concordia; por lo cual la concordia implica la unión de los apetitos de los diversos individuos que apetecen, al paso que la paz implica sobre esta unión también la de los apetitos de cada uno de los apetentes" (2-2 q.29 a.1 e).

"A la paz se oponen dos clases de disensión, a saber, la disensión del hombre consigo mismo y la disensión del hombre con otro; pero a la concordia se opone esta sola segunda disensión" (ibid., ad 3).

2. Puede haber concordia no pacífica

"Si el hombre concuerda con otro, no por voluntad espontánea, sino como obligado por el temor de algún mal que le amenaza, tal concordia no es verdaderamente paz, puesto que no se guarda el orden, que pone de acuerdo a ambos, sino que es perturbada por alguno que infunde el temor" (ibid., ad 1).

3. La disensión de opiniones no obstaculiza la paz imperfecta, aunque sí impide la perfecta

"No pertenece a la amistad la concordia en las opiniones, sino la concordia en los bienes que contribuyen a la vida, y sobre todo en los más importantes; porque el disentir en pequeñeces casi no parece ser disentimiento; y por esto nada impide que algunos que tienen caridad disientan en opiniones; ni tampoco repugna esto a la paz, puesto que las opiniones pertenecen al entendimiento, el cual precede al apetito, que es unido por la paz" (2-2 q.29 a.3 ad 2).

"Según esto, tal disensión de pequeñeces y de opiniones repugna en verdad a la paz perfecta, en la que se conocerá plenamente la verdad y será satisfecho todo apetito; mas no repugna a la paz imperfecta, cual se tiene en esta vida" (ibid.) .

g) CRISTO ES NUESTRA PAZ

Es ésta una alocución enfática (Eph. 2,14) para dar más fuerza a la expresión. Se quiere decir con ella que Cristo es causa de nuestra paz. Mas este modo de hablar es amplio, cuando el efecto depende totalmente de la causa. Así decimos de Dios que es nuestra salvación porque toda ella se causa en nosotros por Dios. En cuanto que la paz es causada totalmente en nosotros por Cristo, se dice que es nuestra paz. Efectivamente, en su nacimiento los ángeles anunciaron la paz: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra... (Le. 2,14). Durante la vida de Jesucristo, el mundo gozó de la máxima paz, como antes no se había conocido. El mismo también, al resucitar, anunció la paz (lo. 20,211 (cf. 3 q.35 a.8 ad 1). 

(Tomado de Verbum Vitae, tomo IV Ciclo Pascual. B.A.C. (Pág.233-237))


V. P. EUSEBIO NIEREMBERG, S. J.

Aprecio y estima de la divina gracia

A) Don incomparable

a) SOBRE TODA RIQUEZA 

"Si Dios en su inmensidad no estuviera en todo lugar y faltara de sus criaturas, en dando a uno la gracia, luego viniera a él el Espíritu Santo, y estuviera dentro de él, y quedara allí todo el tiempo que durara la gracia. El P. Francisco Suárez lo explica con el ejemplo del Verbo Divino, que está presente en la sacratísima humanidad de Cristo nuestro Redentor, con tal manera de presencia, que, si no estuviera en todas las cosas por virtud de la unión de su persona divina, estuviera presente íntimamente al alma y carne de Cristo... ¿Dónde están las dependencias humanas? ¿Dónde las consecuencias del mundo? ¿Qué cosa hay en él que tenga aneja o pueda ocasionar tal bien como es la divinidad del Espíritu Santo?... ¿Qué pérdida hay en el mundo que pueda hacer contrapeso a esta ganancia? Ni la pobreza, ni el dolor, ni la afrenta, que es lo que más suelen sentir los hombres...

Oigan lo que dice San Pedro (1 Petr. 4,14): Si fuéredes afrentados por el nombre de Cristo, dichosísimos seréis; pues, lo que hay de honra, de gloria y virtud de Dios y su Espíritu descansa en vosotros. ¿Qué importa la honra si por su pérdida se ganase el Espíritu Santo, con el cual tendremos la honra, la gloria y la virtud de Dios?..."

b) PECADO CONTRA EL ESPÍRITU SANTO 

"¿Qué corazón hay que no tiemble de perder la gracia? Demos que atropelle con ella y que no estime su pérdida; pero contra el Espíritu Santo, ¿quién se ha de atrever? ¿Qué corazón habrá que diga: Salga Dios fuera de mí; apártese mi glorificador cien leguas de mi alma; vaya fuera de mi pecho él Espíritu Santo; quiero perder a Dios; no quiero tener el Espíritu Santo? Si el decir esto hiciera erizarse el cabello y estremecer los huesos, ¿cómo no tiembla el pecador de ejecutarlo? Tiemble de las palabras del Salvador del mundo, que dijo (Mt. 12,31-32): Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres; pero la blasfemia del Espíritu Santo no se perdonará; y cualquiera que dijere alguna palabra contra el Hijo del hombre, se le redimirá; pero a quien la dijere contra el Espíritu Santo, no se la perdonarán, ni en este siglo ni en el futuro..."

"Y si, como declaran muchos santos, la blasfemia y pecado contra el Espíritu Santo, por eso se dice que no se perdonará, por cuanto es aquella que no tiene excusa, así de suyo es irremediable; si bien la misericordia de Dios es sobre todo, ¿qué mayor blasfemia que decir uno que no quiere gracia, aunque traiga consigo el Espíritu Santo?... ¿Cómo es posible que esto se haga por cosas de tan poca importancia, como se queja el mismo Espíritu por el profeta Ezequiel? (Ez. 13,19) : Profanábanme por un puñado de cebada y por un cántaro de pan. ¿Quién hay que pueda oír esto sin lágrimas y dolores?..."

B) Amor del que da e ingratitud del que lo pierde

a) DIOS DA LO MEJOR QUE TIENE 

"¿Quién no admira aquí también el infinito amor de Dios, que, como dió a su Hijo para redención de todos los hombres del mundo, dé también para la santificación de cada particular al Espíritu Santo, que es tan bueno e infinito como el mismo Hijo de Dios? ¿Quién soy yo, que para sólo mi bien descienda Dios?... ¿A quién no admira que se dé el

cuerpo de Cristo a los que comulgan, aunque no sea si no es por muy poco tiempo que dura en su pecho? ¿Por qué no se admira también que se dé la misma divinidad del Espíritu Santo, no para un cuarto de hora o para un día, sino para que siempre permanezca en el que está en gracia?"

Dios te da lo mejor que tiene, como es su Espíritu. "no cumples con menos que con dar a Dios lo mejor que tienes; esto es, hacer en cada obra lo .mejor, lo más perfecto, lo sumo en toda acción virtuosa; y eso mismo con todo tu amor y tu voluntad, y dándote sobre todo a ti mismo, cuanto eres y vales, tu alma, tu espíritu y vida. Si Dios te amó tanto que te dió su espíritu, tú, ya que no vales tanto como el Espíritu de Dios, debes darle todo lo que vales".

b) LO PODEMOS PERDER 

"Verdadero don es aquel que se da para no tornarlo a quitar. El Espíritu Santo es verdadero don, porque Dios lo da para no quitarlo, don inmutable y eterno de suyo; mas lo que Dios nunca nos quitará, el hombre, a quien le está bien, lo renuncia, desprecia y acaba. ¡Qué inhumanidad usa consigo el pecador privándose de tal bien! ¡Que irreverencia para con Dios despreciando su don! ¡Qué impiedad para consigo y con Dios, qué irreverencia y qué inhumanidad arrojar de sí al Espíritu Santo, dejarle sin templo y sin su dulce morada! Exhórtanos el Apóstol que no queramos contristar al Espíritu Santo, en el cual somos santificados (Eph. 4,30). ¿Cómo hay atrevimiento para injuriarle, para arrojarle a la cara sus dones y echarlos a la calle, y a El de su casa? Esto hace con una persona divina quien comete un pecado mortal. Si un sacerdote, llevando el cuerpo de Cristo nuestro Redentor en las manos, se lo dejara caer adrede o diese con él por las paredes y le despreciase ignominiosamente, ¿a quién no temblarían las carnes de sólo verlo? Pues ¿cómo no es horror pensar que se haga con la divinidad del Espíritu Santo, que tiene quien está en gracia en su pecho?"

C) Vivamos según el Espíritu

a) "NO ES AMIGO DE LA CARNE EL ESPÍRITU SANTO" 

"Reverenciemos, pues, este soberano Espíritu, tratémosle como merece su infinita santidad y bondad. Espíritu es; vivamos en espíritu, no por las leyes de la carne y sangre

Dios es; sirvámosle como ángeles: no es amigo de la carne el Espíritu Santo.

Una de las principales causas que señalan los doctores por que se ausentó Cristo nuestro Redentor de los hombres y subió a los cielos, fué por el grande amor que tenían sus discípulos a su sacratísima humanidad; por lo cual fué menester se fuese al cielo primero que viniese a la tierra el Espíritu Santo. ¡Oh, qué puestos en Dios nos quiere este divino Espíritu! ¡Qué lejos de afectos de tierra! ¡Qué celoso es de que sea todo espíritu, pues le vemos aún celoso de aquella carne limpísima, que fué concebida por el mismo Espíritu Santo!..."

b) "LIMPÍSIMO ES ESTE SEÑOR" 

"Para que se desengañen los hombres que no estará el Espíritu de Dios donde hay obras de carne. Limpísimo es este Señor, y quiere gran limpieza de afectos; huye de cuerpos muertos y de todo lo que está muerto en Adán. La paloma que salió del arca de Noé (Gen. 8,11) tomó un ramito verde de oliva, y, no queriendo poner sus pies sobre algún cuerpo muerto, muy limpia se volvió al arca. El cuervo todo se cebó en comer carne muerta (Gen. 8,7). La paloma es figura del Espíritu Santo, que es todo vida y limpieza; y quien la tiene ha de vivir una vida limpia, pura, espiritual y santísima. No se ha de mirar ya como hombre quien se ha confesado con verdadero arrepentimiento de su vida pasada; no se ha de mirar como de carne y sangre, sino como un ángel, como quien tiene consigo el Espíritu de Dios: de todas las aficiones que antes tenía a cosas de la tierra, ya ha de estar olvidado; las inclinaciones de la carne halas de aborrecer; todas las pasiones desbocadas ha de refrenar; no debe tener otro sentimiento vivo sino de las cosas divinas; no le ha de quedar otro afecto sino de Dios. El Espíritu Santo es el amor de Dios; y así, quien le tiene, todo ha de ser amor, no de tierra, no de carne y sangre, sino de Dios". 

(Tomado de Aprecio y estima de la divina gracia (Ed. Apostolado de la Prensa, 1922, cap. 2, p.215 ss.).


San Francisco de Sales

Para la fiesta de Pentecostés

Retírate, aquilón, y ven tú, viento del austro; sopla sobre mi jardín y derrámense sus aromas. ¡Ah! ¡Cuánto deseo este gracioso viento, que viene del mediodía del amor divino, este Espíritu Santo, que nos concede la gracia de aspirar a Él y de respirar para; Él!

¡Ah! ¡Cuánto quisiera haceros algún obsequio! Pero aparte de que soy pobre, no es conveniente que el día, en el cual el Espíritu Santo hace sus presentes, queramos nosotros hacer los nuestros.

¡Dios mío, cuánta necesidad tengo del Espíritu de fortaleza! Porque, a la verdad, estoy débil y enfermo, de lo cual, con todo, me glorío, para que habite en mí la virtud de nuestro Señor .

La eterna Sabiduría esté siempre en nuestros corazones, para que gustemos los tesoros de la infinita dulzura de Jesucristo crucificado.

Decid a vuestra hija que, como yo, se gloríe en su flaqueza, la cual es muy a propósito para recibir la fortaleza; porque ¿a quién se da la fuerza sino a los débiles? Que este fuego sagrado, que todo lo cambia en sí, quiera transformar nuestro corazón, para que no sea sino amor, de suerte que nosotros ya no seamos más amantes, sino amor.

¡Ojalá pueda recibir y emplear bien el don del santo entendimiento, para penetrar con mayor claridad en los misterios de nuestra santa fe! Porque esta inteligencia sujeta maravillosamente la voluntad al servicio de aquel a quien el entendimiento reconoce como admirablemente bueno; de suerte que, así como no puede entender que haya cosa alguna buena en comparación con esta bondad, de la misma manera la voluntad no puede querer amar otra bondad que no sea ésta. Mas, como que, mientras estamos en este mundo, no podemos amar sino haciendo bien, porque nuestro amor ha de ser amor activo, tenemos necesidad de consejo, para discernir lo que debemos hacer y practicar para este amor, que nos apremia, porque nada hay tan apremiante para la práctica del bien como el amor celestial.

Y a fin de que sepamos cómo hemos de hacer el bien, qué bien hemos de preferir, a cuál hemos de aplicar la actividad del amor, el Espíritu Santo nos da su don de consejo.

Ahora bien, he aquí a nuestra alma partícipe de una buena parte de los dones sagrados del cielo. El Espíritu Santo, que nos favorece, sea para siempre nuestro consuelo; que mi alma y mi espíritu le adoren eternamente.

Le suplico que sea siempre nuestra sabiduría y nuestro entendimiento, nuestro consejo y nuestra fuerza, nuestra ciencia y nuestra piedad, y que nos llene del espíritu del temor del Padre eterno.  

(Tomado de “La Sólida Piedad” Cuarta parte: Reflexiones y avisos sobre las principales fiestas del año)


Juan Pablo II

El Espíritu Santo protagonista de la misión

El Espíritu guía la misión  

24. La misión de la Iglesia, al igual que la de Jesús, es obra de Dios o, como dice a menudo Lucas, obra del Espíritu. Después de la resurrección y ascensión de Jesús, los Apóstoles viven una profunda experiencia que los transforma: Pentecostés. La venida del Espíritu Santo los convierte en testigos o profetas (cf. Act 1, 8; 2, 17-18), infundiéndoles una serena audacia que les impulsa a transmitir a los demás su experiencia de Jesús y la esperanza que los anima. El Espíritu les da la capacidad de testimoniar a Jesús con « toda libertad ».33 

Cuando los evangelizadores salen de Jerusalén, el Espíritu asume aún más la función de « guía » tanto en la elección de las personas como de los caminos de la misión. Su acción se manifiesta de modo especial en el impulso dado a la misión que de hecho, según palabras de Cristo, se extiende desde Jerusalén a toda Judea y Samaria, hasta los últimos confines de la tierra. 

Los Hechos recogen seis síntesis de los « discursos misioneros » dirigidos a los judíos el los comienzos de la Iglesia (cf. Act 2, 22-39; 3, 12-26; 4, 9-12; 5, 29-32; 10, 34-43; 13, 16-41). Estos discursos-modelo, pronunciados por Pedro y por Pablo, anuncian a Jesús e invitan a la « conversión », es decir, a acoger a Jesús por la fe y a dejarse transformar en él por el Espíritu. 

Pablo y Bernabé se sienten empujados por el Espíritu hacia los paganos (cf. Act 13 46-48), lo cual no sucede sin tensiones y problemas. ¿Cómo deben vivir su fe en Jesús los gentiles convertidos? ¿Están ellos vinculados a las tradiciones judías y a la ley de la circuncisión? En el primer Concilio, que reúne en Jerusalén a miembros de diversas Iglesias alrededor de los Apóstoles, se toma una decisión reconocida como proveniente del Espíritu: para hacerse cristiano no es necesario que un gentil se someta a la ley judía (cf. Act 15, 5-11.28). Desde aquel momento la Iglesia abre sus puertas y se convierte en la casa donde todos pueden entrar y sentirse a gusto, conservando la propia cultura y las propias tradiciones, siempre que no estén en contraste con el Evangelio. 

25. Los misioneros han procedido según esta línea, teniendo muy presentes las expectativas y esperanzas) las angustias y sufrimientos la cultura de la gente para anunciar la salvación en Cristo. Los discursos de Listra y Atenas (cf. Act 14, 11-17; 17, 22-31) son considerados como modelos para la evangelización de los paganos. En ellos Pablo « entra en diálogo » con los valores culturales y religiosos de los diversos pueblos. A los habitantes de Licaonia, que practicaban una religión de tipo cósmico, les recuerda experiencias religiosas que se refieren al cosmos; con los griegos discute sobre filosofía y cita a sus poetas (cf. Act 17, 18.26-28). El Dios al que quiere revelar está ya presente en su vida; es él, en efecto, quien los ha creado y el que dirige misteriosamente los pueblos y la historia. Sin embargo, para reconocer al Dios verdadero, es necesario que abandonen los falsos dioses que ellos mismos han fabricado y abrirse a aquel a quien Dios ha enviado para colmar su ignorancia y satisfacer la espera de sus corazones (cf. Act 17, 27-30). Son discursos que ofrecen un ejemplo de inculturación del Evangelio.

Bajo la acción del Espíritu, la fe cristiana se abre decisivamente a las a gentes » y el testimonio de Cristo se extiende a los centros más importantes del Mediterráneo oriental para llegar posteriormente a Roma y al extremo occidente. Es el Espíritu quien impulsa a ir cada vez mas lejos, no sólo en sentido geográfico, sino también más allá de las barreras étnicas y religiosas, para una misión verdaderamente universal.  

El Espíritu hace misionera a toda la Iglesia  

26. El Espíritu mueve al grupo de los creyentes a « hacer comunidad », a ser Iglesia. Tras el primer anuncio de Pedro, el día de Pentecostés, y las conversiones que se dieron a continuación, se forma la primera comunidad (cf. Act 2, 42-47; 4, 32-35). 

En efecto, uno de los objetivos centrales de la misión es reunir al pueblo para la escucha del Evangelio, en la comunión fraterna, en la oración y la Eucaristía. Vivir « la comunión fraterna » (koinonía) significa tener « un solo corazón y una sola alma » (Act 4, 32), instaurando una comunión bajo todos los aspectos: humano, espiritual y material. De hecho, la verdadera comunidad cristiana, se compromete también a distribuir los bienes terrenos para que no haya indigentes y todos puedan tener acceso a los bienes « según su necesidad » (Act 2, 45; 4, 35). Las primeras comunidades, en las que reinaba « la alegría y sencillez de corazón » (Act 2, 46) eran dinámicamente abiertas y misioneras y « gozaban de la simpatía de todo el pueblo » (Act 2, 47). Aun antes de ser acción, la misión es testimonio e irradiación.34 

27. Los Hechos indican que la misión, dirigida primero a Israel y luego a las gentes, se desarrolla a muchos niveles. Ante todo, existe el grupo de los Doce que, como un único cuerpo guiado por Pedro, proclama la Buena Nueva. Está luego la comunidad de los creyentes que, con su modo de vivir y actuar, da testimonio del Señor y convierte a los paganos (cf. Act 2, 46-47). Están también los enviados especiales, destinados a anunciar el Evangelio. Y así, la comunidad cristiana de Antioquía envía sus miembros a misionar: después de haber ayunado, rezado y celebrado la Eucaristía, esta comunidad percibe que el Espíritu Santo ha elegido a Pablo y Bernabé para ser enviados (cf. Act 13, 1-4). En sus orígenes, por tanto, la misión es considerada como un compromiso comunitario y una responsabilidad de la Iglesia local, que tiene necesidad precisamente de « misioneros » para lanzarse hacia nuevas fronteras. Junto a aquellos enviados había otros que atestiguaban espontáneamente la novedad que había transformado sus vidas y luego ponían en conexión las comunidades en formación con la Iglesia apostólica.

 La lectura de los Hechos nos hace entender que, al comienzo de la Iglesia, la misión ad gentes, aun contando ya con misioneros « de por vida », entregados a ella por una vocación especial, de hecho era considerada como un fruto normal de la vida cristiana, un compromiso para todo creyente mediante el testimonio personal y el anuncio explícito, cuando era posible. 

33 Este término corresponde al griego « parresía » que significa también entusiasmo, vigor; cf. Act 2, 29; 4, 13. 29. 31; 9, 27. 28; 13, 46; 14, 3; 18, 26; 19, 8. 26; 28, 31. 

34 Cf. Pablo VI, Exh. Ap. Evangelii nuntiandi, 41-42: l.c., 31-33. 

(Tomado de la encíclica “Redemptoris Missio”  Juan Pablo II (07- 12 -1990)


Catecismo de la Iglesia Católica

El Espíritu y la Palabra de Dios en el tiempo de las promesas 

702 Desde el comienzo y hasta "la plenitud de los tiempos" (Ga 4, 4), la Misión conjunta del Verbo y del Espíritu del Padre permanece oculta pero activa. El Espíritu de Dios preparaba entonces el tiempo del Mesías, y ambos, sin estar todavía plenamente revelados, ya han sido prometidos a fin de ser esperados y aceptados cuando se manifiesten. Por eso, cuando la Iglesia lee el Antiguo Testamento (cf. 2 Co 3, 14), investiga en él (cf. Jn 5, 39-46) lo que el Espíritu, "que habló por los profetas", quiere decirnos acerca de Cristo. 

Por "profetas", la fe de la Iglesia entiende aquí a todos los que fueron inspirados por el Espíritu Santo en el vivo anuncio y en la redacción de los Libros Santos, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento. La tradición judía distingue la Ley [los cinco primeros libros o Pentateuco], los Profetas [que nosotros llamamos los libros históricos y proféticos] y los Escritos [sobre todo sapienciales, en particular los Salmos, cf. Lc 24, 44]. 

En la Creación 

703 La Palabra de Dios y su Soplo están en el origen del ser y de la vida de toda creatura (cf. Sal 33, 6; 104, 30; Gn 1, 2; 2, 7; Qo 3, 20-21; Ez 37, 10): 

Es justo que el Espíritu Santo reine, santifique y anime la creación porque es Dios consubstancial al Padre y al Hijo... A El se le da el poder sobre la vida, porque siendo Dios guarda la creación en el Padre por el Hijo (Liturgia bizantina, Tropario de maitines, domingos del segundo modo). 

704 "En cuanto al hombre, es con sus propias manos [es decir, el Hijo y el Espíritu Santo] como Dios lo hizo... y él dibujó sobre la carne moldeada su propia forma, de modo que incluso lo que fuese visible llevase la forma divina" (San Ireneo, dem. 11). 

El Espíritu de la promesa 

705 Desfigurado por el pecado y por la muerte, el hombre continua siendo "a imagen de Dios", a imagen del Hijo, pero "privado de la Gloria de Dios" (Rm 3, 23), privado de la "semejanza". La Promesa hecha a Abraham inaugura la Economía de la Salvación, al final de la cual el Hijo mismo asumirá "la imagen" (cf. Jn 1, 14; Flp 2, 7) y la restaurará en "la semejanza" con el Padre volviéndole a dar la Gloria, el Espíritu "que da la Vida". 

706 Contra toda esperanza humana, Dios promete a Abraham una descendencia, como fruto de la fe y del poder del Espíritu Santo (cf. Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38. 54-55; Jn 1, 12-13; Rm 4, 16-21). En ella serán bendecidas todas las naciones de la tierra (cf. Gn 12, 3). Esta descendencia será Cristo (cf. Ga 3, 16) en quien la efusión del Espíritu Santo formará "la unidad de los hijos de Dios dispersos" (cf. Jn 11, 52). Comprometiéndose con juramento (cf. Lc 1, 73), Dios se obliga ya al don de su Hijo Amado (cf. Gn 22, 17-19; Rm 8, 32;Jn 3, 16) y al don del "Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda ... para redención del Pueblo de su posesión" (Ef 1, 13-14; cf. Ga 3, 14). 

En las Teofanías y en la Ley 

707 Las Teofanías [manifestaciones de Dios] iluminan el camino de la Promesa, desde los Patriarcas a Moisés y desde Josué hasta las visiones que inauguran la misión de los grandes profetas. La tradición cristiana siempre ha reconocido que, en estas Teofanías, el Verbo de Dios se dejaba ver y oír, a la vez revelado y "cubierto" por la nube del Espíritu Santo. 

708 Esta pedagogía de Dios aparece especialmente en el don de la Ley (cf. Ex 19-20; Dt 1-11; 29-30), que fue dada como un "pedagogo" para conducir al Pueblo hacia Cristo (Ga 3, 24). Pero su impotencia para salvar al hombre privado de la "semejanza" divina y el conocimiento creciente que ella da del pecado (cf. Rm 3, 20) suscitan el deseo del Espíritu Santo. Los gemidos de los Salmos lo atestiguan. 

En el Reino y en el Exilio 

709 La Ley, signo de la Promesa y de la Alianza, habría debido regir el corazón y las instituciones del Pueblo salido de la fe de Abraham. "Si de veras escucháis mi voz y guardáis mi alianza,... seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa" (Ex 19,5-6; cf. 1 P 2, 9). Pero, después de David, Israel sucumbe a la tentación de convertirse en un reino como las demás naciones. Pues bien, el Reino objeto de la promesa hecha a David (cf. 2 S 7; Sal 89; Lc 1, 32-33) será obra del Espíritu Santo; pertenecerá a los pobres según el Espíritu. 

710 El olvido de la Ley y la infidelidad a la Alianza llevan a la muerte: el Exilio, aparente fracaso de las Promesas, es en realidad fidelidad misteriosa del Dios Salvador y comienzo de una restauración prometida, pero según el Espíritu. Era necesario que el Pueblo de Dios sufriese esta purificación (cf. Lc 24, 26); el Exilio lleva ya la sombra de la Cruz en el Designio de Dios, y el Resto de pobres que vuelven del Exilio es una de la figuras más transparentes de la Iglesia. 

La espera del Mesías y de su Espíritu 

711 "He aquí que yo lo renuevo"(Is 43, 19): dos líneas proféticas se van a perfilar, una se refiere a la espera del Mesías, la otra al anuncio de un Espíritu nuevo, y las dos convergen en el pequeño Resto, el pueblo de los Pobres (cf. So 2, 3), que aguardan en la esperanza la "consolación de Israel" y "la redención de Jerusalén" (cf. Lc 2, 25. 38). 

Ya se ha dicho cómo Jesús cumple las profecías que a él se refieren. A continuación se describen aquellas en que aparece sobre todo la relación del Mesías y de su Espíritu. 

712 Los rasgos del rostro del Mesías esperado comienzan a aparecer en el Libro del Emmanuel (cf. Is 6, 12) ("cuando Isaías tuvo la visión de la Gloria" de Cristo: Jn 12, 41), en particular en Is 11, 1-2: 

Saldrá un vástago del tronco de Jesé,

y un retoño de sus raíces brotará.

Reposará sobre él el Espíritu del Señor:

espíritu de sabiduría e inteligencia,

espíritu de consejo y de fortaleza,

espíritu de ciencia y temor del Señor. 

713 Los rasgos del Mesías se revelan sobre todo en los Cantos del Siervo (cf. Is 42, 1-9; cf. Mt 12, 18-21; Jn 1, 32-34; después Is 49, 1-6; cf. Mt 3, 17; Lc 2, 32, y en fin Is 50, 4-10 y 52, 13-53, 12). Estos cantos anuncian el sentido de la Pasión de Jesús, e indican así cómo enviará el Espíritu Santo para vivificar a la multitud: no desde fuera, sino desposándose con nuestra "condición de esclavos" (Flp 2, 7). Tomando sobre sí nuestra muerte, puede comunicarnos su propio Espíritu de vida. 

714 Por eso Cristo inaugura el anuncio de la Buena Nueva haciendo suyo este pasaje de Isaías (Lc 4, 18-19; cf. Is 61, 1-2): 

El Espíritu del Señor está sobre mí,

porque me ha ungido.

Me ha enviado a anunciar a los pobres la Buena Nueva,

a proclamar la liberación a los cautivos

y la vista a los ciegos,

para dar la libertad a los oprimidos

y proclamar un año de gracia del Señor. 

715 Los textos proféticos que se refieren directamente al envío del Espíritu Santo son oráculos en los que Dios habla al corazón de su Pueblo en el lenguaje de la Promesa, con los acentos del "amor y de la fidelidad" (cf. Ez. 11, 19; 36, 25-28; 37, 1-14; Jr 31, 31-34; y Jl 3, 1-5, cuyo cumplimiento proclamará San Pedro la mañana de Pentecostés, cf. Hch 2, 17-21). Según estas promesas, en los "últimos tiempos", el Espíritu del Señor renovará el corazón de los hombres grabando en ellos una Ley nueva; reunirá y reconciliará a los pueblos dispersos y divididos; transformará la primera creación y Dios habitará en ella con los hombres en la paz. 

716 El Pueblo de los "pobres" (cf. So 2, 3; Sal 22, 27; 34, 3; Is 49, 13; 61, 1; etc.), los humildes y los mansos, totalmente entregados a los designios misteriosos de Dios, los que esperan la justicia, no de los hombres sino del Mesías, todo esto es, finalmente, la gran obra de la Misión escondida del Espíritu Santo durante el tiempo de las Promesas para preparar la venida de Cristo. Esta es la calidad de corazón del Pueblo, purificado e iluminado por el Espíritu, que se expresa en los Salmos. En estos pobres, el Espíritu prepara para el Señor "un pueblo bien dispuesto" (cf. Lc 1, 17).


EJEMPLOS PREDICABLES 

 El don de lenguas 

«El maravilloso vaso del Espíritu Santo, San Antonio de Padua, uno de los discípulos escogidos y compañeros de San Francisco, que lo llamaba su obispo, predicó una vez en el consistorio delante del Papa y de los cardenales. Había allí hombres de diversas naciones: griegos, latinos, franceses, alemanes; eslavos, ingleses y de otras diferentes lenguas del mundo; e inflamado por el Espíritu Santo, propuso la palabra de Dios tan devota, clara e inteligiblemente, que cuantos allí estaban, aunque de diversas lenguas, entendieron todas sus palabras clara y distintamente, como si hubiera hablado en la lengua de cada uno de ellos.

Todos se miraban asombrados, y les parecía ver renovado el antiguo milagro de los apóstoles, cuando al tiempo de Pentecostés hablaban, por virtud del Espíritu Santo, todas las lenguas; por lo cual se decían, admirados, unos a otros:

— ¿No es de España este que predica? ¿Y cómo, es que oímos todos su habla en la lengua de nuestras tierras?

Maravillado también el Papa y considerando la profundidad de doctrina, dijo: Verdaderamente que éste es arca del Testamento y armario de la Sagrada Escritura.

En alabanza de Cristo. Amén»

 (Tomado de  BAC, Escritos completos de San Francisco .de Asís y biografías de su época, Florecillas de San Francisco c.38, «Cómo predicando San Antonio a gentes de muchas naciones, por divina gracia le entendió cada uno como si hubiere hablado en su propia lengua» p.164-165).



56. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

Cualquier gran ciudad de nuestro mundo rememora ya el ambiente de la torre de Babel: pluralidad de lenguas, pluralidad de culturas, pluralidad de ideas, pluralidad de estilos de vida y problemas inmensos de intolerancia e incomprensión entre los que la habitan. ¿Cómo convivir y entenderse quienes tienen tantas diferencias? La situación está volviéndose especialmente problemática en los países desarrollados, pero también en las grandes ciudades de todo el mundo. Inmigrantes del campo, del interior, de otras provincias o países que lo dejan todo para buscar un trabajo, un hogar, un lugar donde recibir sustento y calidad de vida. A la desesperada son cada día más los que abandonan su país para tocar a la puerta de los países desarrollados, aunque para ello haya que surcar mares tenebrosos en barcas desamparadas. Llegar a la otra orilla es la ilusión... Y cuando llegan, si es que los dejan entrar, comienza un verdadero calvario hasta poder situarse al nivel de los que allí viven. Nuestro mundo se ha convertido ya en paradigma de la torre de Babel, palabra que significaba «puerta de los dioses». Así se denominaba la ciudad, símbolo de la humanidad, precursora de la cultura urbana. Una ciudad en torno a una torre, una lengua y un proyecto: escalar el cielo, invadir el área de lo divino. El ser humano quiso ser como Dios (ya antes lo había intentado en el paraíso a nivel de pareja, ahora a nivel político) y se unió (-se uniformó-) para lograrlo.

Pero el proyecto se frustró: aquél Dios, celoso desde los comienzos del progreso humano, confundió (en hebreo, "balal") las lenguas y acabó para siempre con la Puerta de los dioses ("Babel"). Tal vez nunca existió aquel mundo uniformado; quizá fue sólo una tentadora aspiración de poder humano. Después del castigo divino, las diferentes lenguas fueron el mayor obstáculo para la convivencia, principio de dispersión y de ruptura humana. El autor de la narración babélica no pensó en la riqueza de la pluralidad e interpretó el gesto divino como castigo. Pero hizo constar, ya desde el principio, que Dios estaba por el pluralismo, diferenciando a los habitantes del globo por la lengua y dispersándolos.

Diez siglos después de escribirse esta narración del libro del Génesis, leemos otra en el de los Hechos de los Apóstoles. Tuvo lugar el día de Pentecostés, fiesta de la siega en la que los judíos recordaban el pacto de Dios con el pueblo en el monte Sinaí, «cincuenta días» (=«Pentecostés») después de la salida de Egipto.

Estaban reunidos los discípulos, también cincuenta días después de la Resurrección (el éxodo de Jesús al Padre) e iban a recoger el fruto de la siembra del Maestro: la venida del Espíritu que se describe acompañada de sucesos, expresados como si se tratara de fenómenos sensibles: ruido como de viento huracanado, lenguas como de fuego que consume o acrisola, Espíritu (=«ruah»: aire, aliento vital, respiración) Santo (=«hagios»: no terreno, separado, divino). Es el modo que elige Lucas para expresar lo inenarrable, la irrupción de un Espíritu que les libraría del miedo y del temor y que les haría hablar con libertad para promulgar la buena noticia de la muerte y resurrección de Jesús.

Por esto, recibido el Espíritu, comienzan todos a hablar lenguas diferentes. Algunos han querido indicar con esta expresión que se trata de "ruidos extraños"; tal vez fuera así originariamente, al estilo de las reuniones de carismáticos. Pero Lucas dice "lenguas diferentes". Así como suena. Poco importa por lo demás averiguar en qué consistió aquel fenómeno para cuya explicación no contamos con más datos. Lo que sí importa es saber que el movimiento de Jesús nace abierto a todo el mundo y a todos, que Dios ya no quiere la uniformidad, sino la pluralidad; que no quiere la confrontación sino el diálogo; que ha comenzado una nueva era en la que hay que proclamar que todos pueden ser hermanos, no sólo a pesar de, sino gracias a las diferencias; que ya es posible entenderse superando todo tipo de barreras que impiden la comunicación.

Porque este Espíritu de Dios no es Espíritu de monotonía o de uniformidad: es políglota, polifónico. Espíritu de concertación (del latín "concertare": debatir, discutir, componer, pactar, acordar). Espíritu que pone de acuerdo a gente que tiene puntos de vista distintos o modos de ser diferentes. El día de Pentecostés, a más lenguas, no vino, como en Babel, más confusión. "Cada uno los oía hablar en su propio idioma de las maravillas de Dios". Dios hacía posible el milagro de entenderse.. Se estrenó así la nueva Babel, la pretendida de Dios, lejos de uniformidades malsanas, un mundo plural, pero acorde. Ojalá que la reinventemos y no sigamos levantando muros ni barreras entre ricos y pobres, entre países desarrollados y en vías de desarrollo o ni siquiera eso.

Y la venida del Espíritu significó para aquel puñado de discípulos el fin del miedo y del temor. Las puertas de la comunidad se abrieron. Nació una comunidad humana, libre como viento, como fuego ardiente. No sin razón dice Pablo: "Donde hay Espíritu de Dios hay libertad", y donde hay libertad, autonomía (el ser humano -y su bien- se hacen ley), y donde hay autonomía, se fomenta la pluralidad y la individualidad, como camino de unidad, y resplandece la verdad, porque el Espíritu es veraz y nos guiará por el camino de la verdad, de la autenticidad, de la vida, como dice Juan en su evangelio. Que venga un nuevo Pentecotés sobre nuestro mundo –es nuestra oración- para acabar con esta ola de intolerancia e intransigencia que nos invade por doquier.

Para la revisión de vida
Hacer un tiempo de oración más profunda, tratando de escuchar las mociones que el Espíritu puede suscitar en mí y que quizá no tengo condiciones de escuchar en la prisa diaria.
Educar la mirada: lograr "ver" al Espíritu actuando en tantas cosas como Él mueve y dirige...
No dejarnos deslumbrar por todos los que se remiten fácilmente al "espíritu" y en su nombre se apartan del compromiso del amor, de la atención a los pobres...: hacer "discernimiento de espíritus".
Ejercicio: leer un libro de espiritualidad comprometida.

Para la reunión de grupo
- ¿Qué reacción nos produce la palabra "espíritu"? Démosle sinónimos explicativos.
- Hoy hablan muchos del "espíritu" y lo encuentran en regiones o en actividades muy lejanos de la realidad, del compromiso social, en lo "puramente religioso"... ¿Es así lo que la Biblia nos dice del Espíritu? Pongamos ejemplos.
- «Hay que ser espirituales, no espiritualistas»: comentar la frase, con razones y con experiencias.
- En el transfondo de lo que escribe, Lucas, en los Hechos de los Apóstoles (1ª lectura) tiene en el pensamiento el símbolo de lo que ocurrió en Babel: ¿en qué sentido? Explicitar las referencias simbólicas.

Para la oración de los fieles
- Para que el Espíritu de Pentecostés se siga derramando hoy en la Iglesia en todos sus miembros, para animarla a ser fermento y catalizador de todas las transformaciones que el mismo Espíritu produce en todos los hombres y mujeres de todas las razas y credos, roguemos al Señor...
- Por este mundo que en la actualidad tiene en curso varias guerras que apelan a razones religiosas, para que el Espíritu de Dios, que actúa en todos los pueblos, los lleve poco a poco a superar la Babel de la confusión y nos encamine a la reconciliación y la Paz...
- Por esta Humanidad, hija de Dios, que se refiere a Él y lo ama desde las más diversas religiones y tradiciones espirituales; para que, sin perder la identidad espiritual que Dios ha dado a cada pueblo -destello singular de su gloria- todas las religiones dialoguen activa y fructuosamente, como mediaciones que son del único Dios...
- Para que el Espíritu Dios, "padre de los pobres" [Pater páuperum], que siempre les ha dado a lo largo de la historia, sobre todo en los momentos más difíciles y de máxima postración, claridad en la visión y coraje para el compromiso liberador, les dé hoy también en todo el mundo, fe convencida y esperanza activa...
- Para que, como en Pentecostés, todos los pueblos entiendan el lenguaje del amor y de la unidad, sin que ningún pueblo quiera dominar a los demás…
- Para que el Espíritu del Dios creador, "que repuebla la faz de la Tierra" y deposita -también en todas las criaturas- una participación de sí mismo, nos haga a los humanos conscientes de que no poseemos el mundo en propiedad para utilizarlo y consumirlo, sino para co-existir con todas las cosas y con-vivir con todas las criaturas animadas reverenciando así tanto a la Creación como al Creador...

Oración comunitaria
Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la Gloria: ilumina nuestra mirada interior para que, viendo lo que esperamos a raíz de tu llamado, y entendiendo la herencia grande y gloriosa que reservas a tus santos, comprendamos con qué extraordinaria fuerza actúa en favor de los que creemos. Por N.S.J. [cfr Ef 1, 17ss]
Dios nuestro, Espíritu inasible, Luz de toda luz, Amor que está en todo amor, Fuerza y Vida que alienta en toda la Creación: derrámate hoy de nuevo sobre toda la creación y sobre todos los pueblos, para que buscándote más allá de los diferentes nombres con que te invocamos, podamos encontrarTe, y podamos encontrarnos, en Ti, unidos en amor a todo lo que existe. Tú que vives y haces vivir, por los siglos de los siglos.


57.Javier Leoz

¡NO ESTAMOS SOLOS!

1.“Echa leña, sopla y el fuego jamás se apagará”. Dice el viejo proverbio. La culminación de la Pascua no es la Ascensión del Señor. Se marcho y nos dejó un sugerente y difícil encargo: “id por el mundo”.

Y el tesoro de la fe, llevado en nuestras manos de barro (como dice San Pablo) necesita de una fuerza que lo sostenga; un ánimo que lo empuje; una presencia que lo haga más vigoroso y fuerte.

Aquel testigo, que Jesús dejó a sus apóstoles, ha ido pasando de mano en mano, de continente en continente, de pueblo en pueblo, de parroquia en parroquia, a través de los siglos.

Y, un buen día, llegó hasta nosotros (parroquia, ciudad, comunidad). ¡Cómo no agradecer en este día del Espíritu Santo, esa acogida, a nuestros antepasados! Lo que, Cristo confío a aquellos primeros seguidores, nuestros padres lo adoptaron, lo vivieron y…nos lo dejaron como el mejor testamento para nuestra existencia: ¡VIVID SEGÚN DIOS Y NO OS FALTARA SU ESPIRITU!

Hoy, no podemos quedarnos absortos en un Cristo crucificado; no podemos complacernos por haber cumplido –más o menos- con la Pascua. El Espíritu Santo baja, viene y se mete en el meollo de lo que somos y realizamos para que nuestra fe, lejos de debilitarse, se fortalezca y sea más auténtica.

2.-¿Quién esa fuerza misteriosa- invisible pero sensible- que habla en el corazón? Es el Espíritu Santo quien, con soplo del cielo, nos estimula para no renunciar a lo que bebimos en la fuente del Bautismo: la gracia de ser Hijos de Dios.

-¿Quién es Ese que, como fuerza transformadora, muda un pedazo de pan en cuerpo de Cristo; una copa de vino en sangre de Jesús?

-¿Quién es Ese que, para asombro de todos nosotros, nos hace Hijos de Dios por el Bautismo; sacerdotes al desparramarse en nuestras cabezas y manos; limpios cuando necesitamos volver al buen camino; saludables cuando estamos enfermos; sólidos y convencidos en la confirmación; fieles en el amor, cuando dos personas, delante del altar, se dicen “te quiero”?

Es el Espíritu Santo que, en un acto de confianza por parte de Dios, viene para que no desfallezcamos y caminemos con la cabeza bien alta proclamando: ¡SOMOS CRISTIANOS, EL ESPIRITU NOS ACOMPAÑA!

Hoy, es Pentecostés. ¡Todos los días son Pentecostés! Cuando cantamos y celebramos la alegría de pertenecer al Pueblo de Dios. Cuando anunciamos sin temblor ni vergüenza que Dios sigue siendo el tejedor de nuestra vida. Cuando revisamos nuestros caminos y, de ellos, vamos vedando las piedras que nos impiden alcanzar los dones que, Dios, desde el cielo tantas veces nos consigna.

Hoy, es Pentecostés. ¡Todos los días son Pentecostés! Cuando trabajamos por la paz en nuestras propias casas; cuando damos y recibimos el perdón de los que nos rodean; cuando contribuimos –con palabra y obra- a una realidad más pacífica, serena y habitable.

Y hoy, PENTECOSTÉS, es el día de la Iglesia. Un momento en el que, lejos de sentir miedo, sabemos que hay una fuerza poderosa que nunca le faltará ni le fallará hasta la vuelta definitiva de Jesús.

Si, el Espíritu Santo acampa entre nosotros, ¡adelante! El futuro, aunque sea incierto, seguirá contando con hombres y mujeres que propongan, vivan y anuncien lo que Jesús nos dejó: ¡ID Y ANUNCIAD!

Javier Leoz

Vivir según el Espíritu Santo, es difícil.
Vivir con el Espíritu Santo, no lo es tanto.
Es bueno pensar que, El,
nos acompaña aunque no nos demos cuenta;
nos habla, aunque no lo escuchemos;
nos conduce, aunque acabemos eligiendo el camino contrario;
nos transforma, aunque pensemos que, todo, es obra nuestra.

Vivir PENTECOSTES
es pedirle a Dios, que nos ayude a construir la gran familia de la Iglesia
es orar a Dios, para sacar de cada uno lo mejor de nosotros mismos
es leer la Palabra y pensar “esto lo dice Jesús para mí”
es comer la Eucaristía, y sentir el milagro de la presencia real de Cristo
es rezar, y palpar –con escalofríos- el rostro de un Dios que nos ama.

¡PENTECOSTES ES EL DIOS INVISIBLE!
El Dios que camina hasta el día en que nos llame a su presencia
El Dios que nos da nuevos bríos e ilusiones
El Dios que nos levanta, cuando caemos
El Dios que nos une, cuando estamos dispersos
El Dios que nos atrae, cuando nos divorciamos de El

¡PENTECOSTES ES EL DIOS DE LA BRISA!
El Dios que nos rodea con su silencio
El Dios que nos indica con su consejo
El Dios que nos alza con su fortaleza
El Dios que nos hace grandes con su sabiduría
El Dios que nos hace felices con su entendimiento
El Dios que nos hace reflexivos con su santo temor
El Dios que nos hace comprometidos, con el don de piedad
El Dios que nos hace expertos, por el don de la ciencia

Pentecostés, entre otras cosas,
es valorar, vivir, comprender y estar orgullosos
de todo lo que nos prometió Jesús de Nazaret.
¿Cómo? Dejándonos guiar por su Espíritu.


58. LO DECISIVO ES ABRIR EL CORAZÓN

ECLESALIA, 31/05/06.- Según la tradición bíblica, el mayor pecado de una persona es vivir con un «corazón cerrado» y endurecido, un «corazón de piedra» y no de carne: un corazón obstinado y torcido, un corazón poco limpio. Quien vive «cerrado», no puede acoger el Espíritu de Dios; no puede dejarse guiar por el Espíritu de Jesús.

Cuando nuestro corazón está «cerrado», nuestros ojos no ven, nuestros oídos no oyen. Vivimos separados de la vida, desconectados. El mundo y las personas están «ahí fuera» y yo estoy «aquí dentro». Una frontera invisible nos separa del Espíritu de Dios que lo alienta todo; es imposible sentir la vida como la sentía Jesús. Sólo cuando nuestro corazón se abre, comenzamos a captarlo todo a la luz de Dios.

Cuando nuestro corazón está «cerrado», vivimos volcados sobre nosotros mismos, insensibles a la admiración y la acción de gracias. Dios nos parece un problema y no el Misterio que lo llena todo. Sólo cuando nuestro corazón se abre, comenzamos a intuir a ese Dios «en quien vivimos, nos movemos y existimos». Sólo entonces comenzamos a invocarlo como «Padre», con el mismo Espíritu de Jesús.

Cuando nuestro corazón está «cerrado», en nuestra vida no hay compasión. No sabemos sentir el sufrimiento de los demás. Vivimos indiferentes a los abusos e injusticias que destruyen la felicidad de tanta gente. Sólo cuando nuestro corazón se abre, empezamos a intuir con qué ternura y compasión mira Dios a las personas. Sólo entonces escuchamos la principal llamada de Jesús: «Sed compasivos como vuestro Padre».

Pablo de Tarso formuló de manera atractiva una convicción que se vivía entre los primeros cristianos: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado». ¿Lo podemos experimentar también hoy? Lo decisivo es abrir nuestro corazón. Por eso, nuestra primera invocación al Espíritu ha de ser ésta: «Danos un corazón nuevo, un corazón de carne, sensible y compasivo, un corazón transformado por Jesús». (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

JOSÉ ANTONIO PAGOLA
SAN SEBASTIÁN (GUIPUZCOA)


59. ROMA, viernes, 2 junio 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap. --predicador de la Casa Pontificia-- a las lecturas del próximo domingo, solemnidad de Pentecostés.

* * *

¿Pentecostés o Babel?
Hechos 2, 1-11; 1 Corintios 12, 3b-7.12-13; Juan 20, 19-23

El sentido de Pentecostés se contiene en la frase de los Hechos de los Apóstoles: «Quedaron todos llenos del Espíritu Santo». ¿Qué quiere decir que «quedaron llenos del Espíritu Santo» y qué experimentaron en aquel momento los apóstoles? Tuvieron una experiencia arrolladora del amor de Dios, se sintieron inundados de amor, como por un océano. Lo asegura San Pablo cuando dice que «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5, 5). Todos los que han tenido una experiencia fuerte del Espíritu Santo están de acuerdo en confirmar esto. El primer efecto que el Espíritu Santo produce cuando llega a una persona es hacer que se sienta amada por Dios por un amor tiernísimo, infinito.

El fenómeno de las lenguas es la señal de que algo nuevo ha ocurrido en el mundo. Lo sorprendente es que este hablar en «lenguas nuevas y diversas», en vez de generar confusión, crea al contrario un admirable entendimiento y unidad. Con ello la Escritura ha querido mostrar el contraste entre Babel y Pentecostés. En Babel todos hablan la misma lengua y en cierto momento nadie entiende ya al otro, nace la confusión de las lenguas; en Pentecostés cada uno habla una lengua distinta y todos se entienden.

¿Cómo es esto? Para descubrirlo basta con observar de qué hablan los constructores de Babel y de qué hablan los apóstoles en Pentecostés. Los primeros se dicen entre sí: «Vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en el cielo, y hagámonos famosos, para no desperdigarnos por toda la faz de la tierra» (Gn 11, 4). Estos hombres están animados por una voluntad de poder, quieren «hacerse famosos», buscan su gloria. En Pentecostés los apóstoles proclaman en cambio «las grandes obras de Dios». No piensan en hacerse un nombre, sino en hacérselo a Dios; no buscan su afirmación personal, sino la de Dios. Por ello todos les comprenden. Dios ha vuelto a estar en el centro; la voluntad de poder se ha sustituido con la voluntad de servicio, la ley del egoísmo con la del amor.

En ello se contiene un mensaje de vital importancia para el mundo de hoy. Vivimos en la era de las comunicaciones de masa. Los llamados «medios de comunicación» son los grandes protagonistas del momento. Todo esto marca un progreso grandioso, pero implica también un riesgo. ¿De qué comunicación se trata de hecho? Una comunicación exclusivamente horizontal, superficial, frecuentemente manipulada y venal, o sea, usada para hacer dinero. Lo opuesto, en resumen, a una información creativa, de manantial, que introduce en el ciclo contenidos cualitativamente nuevos y ayuda a cavar en profundidad en nosotros mismos y en los acontecimientos. La comunicación se convierte en un intercambio de pobreza, de ansias, de inseguridades y de gritos de ayuda desatendidos. Es hablar entre sordos. Cuanto más crece la comunicación, más se experimenta la incomunicación.

Redescubrir el sentido del Pentecostés cristiano es lo único que puede salvar nuestra sociedad moderna de precipitarse cada vez más en un Babel de lenguas. En efecto, el Espíritu Santo introduce en la comunicación humana la forma y la ley de la comunicación divina, que es la piedad y el amor. ¿Por qué Dios se comunica con los hombres, se entretiene y habla con ellos, a lo largo de toda la historia de la salvación? Sólo por amor, porque el bien es por su naturaleza «comunicativo». En la medida en que es acogido, el Espíritu Santo sana las aguas contaminadas de la comunicación humana, hace de ella un instrumento de enriquecimiento, de posibilidad de compartir y de solidaridad.

Cada iniciativa nuestra civil o religiosa, privada o pública, se encuentra ante una elección: puede ser Babel o Pentecostés: es Babel si está dictada por egoísmo y voluntad de atropello; es Pentecostés si está dictada por amor y respeto de la libertad de los demás.

[Traducción y adaptación del italiano: Zenit.org]