EL ESPÍRITU SANTO EN LOS PADRES DE LA IGLESIA (13)

 

Cipriano
Dídimo el Ciego
Nicetas de Remesiana
Máximo el confesor
Fausto de Riez
Epifanio de Salamina
Ambrosiaster
.


·Cipriano-san, _a-Donato 4.14.15:
"Mas, toda mancha de mi vida anterior fue lavada con el agua de 
la regeneración y en mi corazón, limpio y puro, fue infundida la luz 
de lo alto. Con la infusión del Espíritu Santo, el segundo nacimiento 
me convirtió en un hombre nuevo e inmediatamente, de modo 
maravilloso, se desvanecieron mis dudas. Se hizo patente lo 
misterioso, se hizo claro lo oscuro, se hizo fácil lo que antes parecía 
difícil, se pudo realizar lo que antes se creía imposible. Y pude 
comprender entonces que era terreno el que, nacido de la carne, 
vivía sujeto a los pecados, pero que empezaba a ser de Dios este 
mismo, a quien vivificaba ya el Espíritu Santo... Así como 
espontáneamente el sol alumbra, el día ilumina, la lluvia humedece, 
así mismo el Espíritu celestial se infunde en nosotros... A ti ahora te 
parecerán ya despreciables los artesonados adornados de oro y las 
mansiones revestidas con incrustaciones de mármol precioso, pues 
sabes que eres tú más bien el que debe ser pulido, el que debe ser 
adornado antes de nada; sabes que para ti esta es la mejor casa, 
en la que se asienta el Señor como en su templo y en la que 
empezó a habitar el Espíritu Santo". 
........................

S. Cipriano, a Donato 4.14.15:
"Mas, toda mancha de mi vida anterior fue lavada con el agua de 
la regeneración y en mi corazón, limpio y puro, fue infundida la luz 
de lo alto. Con la infusión del Espíritu Santo, el segundo nacimiento 
me convirtió en un hombre nuevo e inmediatamente, de modo 
maravilloso, se desvanecieron mis dudas. Se hizo patente lo 
misterioso, se hizo claro lo oscuro, se hizo fácil lo que antes parecía 
difícil, se pudo realizar lo que antes se creía imposible. Y pude 
comprender entonces que era terreno el que, nacido de la carne, 
vivía sujeto a los pecados, pero que empezaba a ser de Dios este 
mismo, a quien vivificaba ya el Espíritu Santo... Así como 
espontáneamente el sol alumbra, el día ilumina, la lluvia humedece, 
así mismo el Espíritu celestial se infunde en nosotros... A ti ahora te 
parecerán ya despreciables los artesonados adornados de oro y las 
mansiones revestidas con incrustaciones de mármol precioso, pues 
sabes que eres tú más bien el que debe ser pulido, el que debe ser 
adornado antes de nada; sabes que para ti esta es la mejor casa, 
en la que se asienta el Señor como en su templo y en la que 
empezó a habitar el Espíritu Santo". 
........................

Del tratado de san Cipriano, obispo y mártir, sobre el 
comportamiento de las vírgenes.
(Núms. 3-4. 22. 23: CSEL 3,189-190. 202-204):

Me dirijo ahora a las vírgenes con tanto mayor interés cuanta 
mayor es su dignidad. La virginidad es como la flor del árbol de la 
Iglesia, la hermosura y el adorno de los dones del Espíritu, alegría, 
objeto de honra y alabanza, obra íntegra e incorrupta, imagen de 
Dios, reflejo de la santidad del Señor, porción la más ilustre del 
rebaño de Cristo. La madre Iglesia se alegra en las vírgenes, y por 
ellas florece su admirable fecundidad, y, cuanto más abundante es 
el número de las vírgenes, tanto más crece el gozo de la madre. A 
las vírgenes nos dirigimos, a ellas exhortamos, movidos más por el 
afecto que por la autoridad; y, conscientes de nuestra humildad y 
bajeza, no pretendemos reprochar sus faltas, sino velar por ellas 
por miedo de que el enemigo las manche.
Porque no es inútil este cuidado, ni vano el temor que sirve de 
ayuda en el camino de la salvación, velando por la observancia de 
aquellos preceptos de vida que nos dio el Señor; así, las que se 
consagraron a Cristo renunciando a los placeres de la carne 
podrán vivir entregadas al Señor en cuerpo y alma y, llevando a 
feliz término su propósito, obtendrán el premio prometido, no por 
medio de los adornos del cuerpo, sino agradando únicamente a su 
Señor, de quien esperan la recompensa de su virginidad.
Conservad, pues, vírgenes, conservad lo que habéis empezado a 
ser, conservad lo que seréis: una magnífica recompensa os está 
reservada; vuestro esfuerzo está destinado a un gran premio, 
vuestra castidad a una gran corona. Lo que nosotros seremos, 
vosotras habéis comenzado ya a serlo. Vosotras participáis, ya en 
este mundo, de la gloria de la resurrección; camináis por el mundo 
sin contagiaros de él: siendo castas y vírgenes, sois iguales a los 
 ángeles de Dios. Pero con la condición de que vuestra virginidad 
permanezca inquebrantable e incorrupta, para que lo que habéis 
comenzado con decisión lo mantengáis con constancia, no 
buscando los adornos de las joyas ni vestidos, sino el atavío de las 
virtudes.
Escuchad la voz del Apóstol a quien el Señor llamó vaso de 
elección y quien envió a proclamar los mandatos del reino: El primer 
hombre -dice-, hecho de tierra, era terreno; el segundo hombre es 
del cielo. Pues igual que el terreno son los hombres terrenos; igual 
que el celestial son los hombres celestiales. Nosotros, que somos 
imagen del hombre terreno, seremos también imagen del hombre 
celestial. Ésta es la imagen de la virginidad, de la integridad, de la 
santidad y la verdad. 
........................

Del tratado de san Cipriano, obispo y mártir, Sobre los bienes de 
la paciencia 
(Núms. 13 y 15: CSEL 3, 406-408):

Es saludable aviso del Señor, nuestro maestro, que el que 
persevere hasta el final se salvará. Y también este otro: Si os 
mantenéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; 
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. 
Hemos de tener paciencia, y perseverar, hermanos queridos, 
para que, después de haber sido admitidos a la esperanza de la 
verdad y de la libertad, podamos alcanzar la verdad y la libertad 
mismas. Porque el que seamos cristianos es por la fe y la 
esperanza; pero es necesaria la paciencia, para que esta fe y esta 
esperanza lleguen a dar su fruto. 
Pues no vamos en pos de una gloria presente; buscamos la 
futura, conforme a la advertencia del apóstol Pablo cuando dice: En 
esperanza fuimos salvados. Y una esperanza que se ve ya no es 
esperanza. ¿Cómo seguirá esperando uno aquello que se ve? 
Cuando esperamos lo que no vemos, aguardamos con 
perseverancia. Así pues, la esperanza y la paciencia nos son 
necesarias para completar en nosotros lo que hemos empezado a 
ser, y para conseguir, por concesión de Dios, lo que creemos y 
esperamos. 
En otra ocasión, el mismo Apóstol recomienda a los justos que 
obran el bien y guardan sus tesoros en el cielo ara obtener el ciento 
por uno, que tengan paciencia, diciendo: Mientras tenemos ocasión, 
trabajemos por el bien de todos, especialmente por el de la familia 
de la fe. No nos cansemos de hacer el bien, que, si no 
desmayamos, a su tiempo cosecharemos. 
Estas palabras exhortan a que nadie, por impaciencia, decaiga en 
el bien obrar o, solicitado y vencido por la tentación, renuncie en 
medio de su brillante carrera echando así a perder el fruto de lo 
ganado, por dejar sin terminar lo que empezó. 
En fin, cuando el Apóstol habla de la caridad, une 
inseparablemente con ella la constancia y la paciencia: La caridad 
es paciente, afable; no tiene envidia; no presume ni se engríe; no 
es mal educada ni egoísta; no se irrita, no Ileva cuentas del mal; 
disculpa sin limites, cree sin limites, espera sin limites, aguanta sin 
limites. Indica, pues, que la caridad puede permanecer, porque es 
capaz de sufrirlo todo. 
Y en otro pasaje escribe: Sobrellevaos mutuamente con amor; 
esforzaos en mantener la unidad del Espíritu, con el vinculo de la 
paz. Con esto enseña que no puede conservarse ni la unidad ni la 
paz si no se ayudan mutuamente los hermanos y no mantienen el 
vínculo de la unidad, con auxilio de la paciencia. 
........................

De las cartas de san Cipriano, obispo y mártir 
(Carta 6,1-2: CSEL 3, 480-482):

Os saludo, queridos hermanos, y desearía gozar de vuestra 
presencia, pero la dificultad de entrar en vuestra cárcel no me lo 
permite. Pues, ¿qué otra cosa más deseada y gozosa pudiera 
ocurrirme que no fuera unirme a vosotros, para que me abrazarais 
con aquellas manos que, conservándose puras, inocentes y fieles a 
la fe del Señor, han rechazado los sacrificios sacrílegos?¿Qué cosa 
más agradable y más excelsa que poder besar ahora vuestros 
labios, que han confesado de manera solemne al Señor, y qué 
desearía yo con más ardor sino estar en medio de vosotros para 
ser contemplado con los mismos ojos, que, habiendo despreciado al 
mundo, han sido dignos de contemplar a Dios?Pero como no tengo 
la posibilidad de participar con mi presencia en esta alegría, os 
envío esta carta, como representación mía, para que vosotros la 
leáis y la escuchéis. En ella os felicito, y al mismo tiempo os exhorto 
a que perseveréis con constancia y fortaleza en la confesión de la 
gloria del cielo; y, ya que habéis comenzado a recorrer el camino 
que recorrió el Señor, continuad por vuestra fortaleza espiritual 
hasta recibir la corona, teniendo como protector y guía al mismo 
Señor que dijo: Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, 
hasta el fin del mundo.¡Feliz cárcel, dignificada por vuestra 
presencia! ¡Feliz cárcel, que traslada al cielo a los hombres de 
Dios! ¡Oh tinieblas más resplandecientes que el mismo sol y más 
brillantes que la luz de este mundo, donde han sido edificados los 
templos de Dios y santificados vuestros miembros por la confesión 
del nombre del Señor!Que ahora ninguna otra cosa ocupe vuestro 
corazón y vuestro espíritu sino los preceptos divinos y los 
mandamientos celestes, con los que el Espíritu Santo siempre os 
animaba a soportar los sufrimientos del martirio. Nadie se preocupe 
ahora de la muerte sino de la inmortalidad, ni del sufrimiento 
temporal sino de la gloria eterna, ya que está escrito: Mucho le 
place al Señor la muerte de sus fieles. Y en otro lugar: El sacrificio 
que agrada a Dios es un espíritu quebrantado; un corazón 
quebrantado y humillado, tú no lo desprecias.Y también, cuando la 
sagrada Escritura habla de los tormentos que consagran a los 
mártires de Dios y los santifican en la prueba, afirma: La gente 
pensaba que cumplían una pena, pero ellos esperaban de lleno la 
inmortalidad. Gobernarán naciones, someterán pueblos, y el Señor 
reinará sobre ellos eternamente.Por tanto, si pensáis que habéis de 
juzgar y reinar con Cristo Jesús, necesariamente debéis de 
regocijaros y superar las pruebas de la hora presente en vista del 
gozo de los bienes futuros. Pues, como sabéis, desde el comienzo 
del mundo las cosas han sido dispuestas de tal forma que la justicia 
sufre aquí una lucha con el siglo. Ya desde el mismo comienzo, el 
justo Abel fue asesinado, y a partir de él siguen el mismo camino los 
justos, los profetas y los apóstoles.El mismo Señor ha sido en sí 
mismo el ejemplar para todos ellos, enseñando que ninguno puede 
llegar a su reino sino aquellos que sigan su mismo camino: El que 
se ama a si mismo se pierde, y el que se aborrece a si mismo en 
este mundo se guardará Para la vida eterna. Y en otro lugar: No 
tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el 
alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y 
cuerpo.También el apóstol Pablo nos dice que todos los que 
deseamos alcanzar las promesas del Señor debemos imitarle en 
todo: Somos hijos de Dios -dice- y, si somos hijos, también 
herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, ya que 
sufrimos con él para ser también con él glorificados. 
........................

Del tratado de san Cipriano, obispo y mártir, sobre el 
Padrenuestro (Caps.1-3: CSEL 3, 267-268):

Los preceptos evangélicos, queridos hermanos, no son otra cosa 
que las enseñanzas divinas, fundamentos que edifican la 
esperanza, cimientos que corroboran la fe, alimentos del corazón, 
gobernalle del camino, garantía para la obtención de la salvación; 
ellos instruyen en la tierra las mentes dóciles de los creyentes, y los 
conducen a los reinos celestiales.

Muchas cosas quiso Dios que dijeran e hicieran oír los profetas, 
sus siervos; pero cuánto más importantes son las que habla su Hijo, 
las que atestigua con su propia voz la misma Palabra de Dios, que 
estuvo presente en los profetas, pues ya no pide que se prepare el 
camino al que viene, sino que es él mismo quien viene abriéndonos 
y mostrándonos el camino, de modo que quienes, ciegos y 
abandonados, errábamos antes en las tinieblas de la muerte, ahora 
nos viéramos iluminados por la luz de la gracia y alcanzáramos el 
camino de la vida, bajo la guía y dirección del Señor.

El cual, entre todos los demás saludables consejos y divinos 
preceptos con los que orientó a su pueblo para la salvación, le 
enseñó también la manera de orar, y, a su vez, él mismo nos 
instruyó y aconsejó sobre lo que teníamos que pedir. El que nos dio 
la vida nos enseñó también a orar, con la misma benignidad con la 
que da y otorga todo lo demás, para que fuésemos escuchados con 
más facilidad, al dirigirnos al Padre con la misma oración que el Hijo 
nos enseñó.

El Señor había ya predicho que se acercaba la hora en que los 
verdaderos adoradores adorarían al Padre en espíritu y verdad; y 
cumplió lo que antes había prometido de tal manera que nosotros, 
que habíamos recibido el espíritu y la verdad como consecuencia 
de su santificación adoráramos a Dios verdadera y espiritualmente, 
de acuerdo con sus normas.

¿Pues qué oración más espiritual puede haber que la que nos 
fue dada por Cristo, por quien nos fue también enviado el Espíritu 
Santo, y qué plegaria más verdadera ante el Padre que la que brotó 
de labios del Hijo, que es la verdad? De modo que orar de otra 
forma no es sólo ignorancia, sino culpa también, pues él mismo 
afirmó: Anuláis el mandamiento de Dios por mantener vuestra 
tradición.

Oremos, pues, hermanos queridos, como Dios, nuestro maestro, 
nos enseñó. A Dios le resulta amiga y familiar la oración que se le 
dirige con sus mismas palabras la misma oración de Cristo que llega 
a sus oídos.

Cuando hacemos oración, que el Padre reconozca las palabras 
de su propio Hijo; el mismo que habita dentro del corazón sea el 
que resuene en la voz, y, puesto que lo tenemos como abogado por 
nuestros pecados ante el Padre, al pedir por nuestros delitos, como 
pecadores que somos, empleemos las mismas palabras de nuestro 
defensor. Pues, si dice que hará lo que pidamos al Padre en su 
nombre, ¿cuánto más eficaz no será nuestra oración en el nombre 
de Cristo, si la hacemos, además, con sus propias palabras? 
________________________________________________

·Dídimo-el-Ciego, Tratado sobre el Espíritu Santo, II,3; VIII,32:
"El apelativo Espíritu Santo y la realidad que se manifiesta a 
partir del mismo término son completamente ignorados por los que 
filosofan al margen de la sagrada Escritura. Sólo en nuestro libros, 
tanto en el Nuevo como en el Antiguo Testamento, se exponen su 
noción y su nombre... En efecto, como el que conoce bien una 
materia y la posee completamente, puede tener sobre ella un 
discurso erudito y profundo, así aquellos que han recibido de modo 
pleno al Espíritu Santo, hasta el punto de estar colmados de él, 
anuncian con confianza la palabra de Dios, pues el Espíritu Santo, 
presente en ellos, les comunica un lenguaje digno de Dios". 

Dídimo el Ciego, Tratado sobre el Espíritu Santo IX.35:
"Es imposible, por tanto, que uno obtenga la gracia de Dios, si no 
tiene al Espíritu Santo, en el que reconocemos que consisten todos 
los dones de Dios. Y que quien lo tenga ha conseguido también de 
manera perfecta el lenguaje de la sabiduría y los demás bienes, lo 
demuestra claramente el presente raciocinio, y poco antes hemos 
dicho que el Espíritu Santo es la sustancia de los bienes de Dios, 
cuando hemos aducido como ejemplo: 'El Padre dará el Espíritu 
Santo a quienes se lo pidan, y: El Padre dará cosas buenas a 
quienes se las pidan' ... En efecto, nadie recibe nunca las 
bendiciones espirituales de Dios, si no le ha precedido el Espíritu 
Santo. Ahora bien, el que haya recibido el Espíritu Santo obtendrá 
consiguientemente sus bendiciones, a saber, la sabiduría, la 
inteligencia, etc., de las cuales escribe así el apóstol: 'Por esto, 
también nosotros desde el día en que hemos sabido esto no 
cesamos de orar por vosotros y de pedir que os llenéis del 
conocimiento de su voluntad, con toda sabiduría e inteligencia 
espiritual, comportándoos de manera digna de Dios'" . 

Dídimo el Ciego, Dídimo el Ciego, Tratado sobre el Espíritu 
Santo XI.44.49:
"Así pues, Dios, dador de los bienes, concede, por la potencia 
del Espíritu Santo, la esperanza que ha prometido a aquellos que lo 
poseen; colma de gozo y de paz a los que habiendo alcanzado el 
estado de imperturbabilidad y de quietud, conservan el ánimo 
gozoso y tranquilo frente a toda turbación de las pasiones. Además 
aquellos que por la potencia del Espíritu Santo hayan conseguido 
tales bienes, obtendrán también la recta fe en el misterio de la 
Trinidad... La efusión del Espíritu es, por tanto, la causa de 
profetizar y de conocer el sentido y la belleza de la verdad... El 
término 'efusión', por tanto, significa amplia y rica abundancia de un 
don". 

Dídimo el Ciego, Tratado sobre el Espíritu Santo XVII.78.80:
"... Y de él se dice en el profeta: 'Los salvará, porque los ha 
amado'. Que este amor es fruto del Espíritu Santo, como también el 
gozo y la paz que es concedida por el Padre y el Hijo, lo confirma el 
apóstol cuando escribe: 'Fruto del Espíritu es gozo, paz, amor'. Este 
amor ha sido derramado en el corazón de los creyentes mediante el 
Espíritu Santo. El amor de Dios -afirma- ha sido derramado en 
nuestros corazones en el Espíritu Santo'. Ahora bien, todo lo que 
está en comunión con el Espíritu Santo, lo está mediante la 
participación en él, según este pasaje: 'La comunión del Espíritu 
Santo esté con todos vosotros', y en otro texto: 'Si hay alguna 
comunión del Espíritu'. Cuando uno tenga la sabiduría, la palabra 
de Dios y la verdad en todo, tendrá también la comunión en la 
santidad con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo... Por tanto, el que 
está en comunión con el Espíritu Santo, entra inmediatamente en 
comunión con el Padre y con el Hijo. Y quien tiene el amor del 
Padre, lo tiene del Hijo, comunicado por medio del Espíritu Santo. Y 
quien participa de la gracia de Jesucristo posee la misma gracia, 
dada por el Padre por medio del Espíritu Santo". 

Dídimo el Ciego, Tratado sobre el Espíritu Santo XIX.85; XX..87:
"De cuanto hemos dicho se deduce que la sabiduría dada a los 
discípulos por el Hijo es la sabiduría del Espíritu Santo y que la 
enseñanza del Espíritu Santo es la enseñanza del Señor; y que es 
única la comunión de naturaleza y de voluntad del Espíritu Santo 
con el Hijo... La unidad de naturaleza y de poder de la Trinidad se 
revelan también con otro ejemplo tomado de las Escrituras. Al Hijo 
se le llama mano, brazo y derecha del Padre. De éstos términos, 
como hemos repetido varias veces, se demuestra la identidad de la 
única naturaleza. También al Espíritu Santo se le llama dedo de 
Dios para indicar la unión de naturaleza con el Padre y el Hijo. En 
efecto, como la mano no se separa del cuerpo, con la que lo realiza 
y lleva a cabo todo, y está unida a aquella persona de la que es 
mano, así el dedo no está separado de la mano de la cual es dedo. 
Por esto, cuando reflexionas sobre Dios, debes rechazar las 
desigualdades y las medidas y pensar en la unidad del dedo y de la 
mano y de todo el cuerpo. Con este dedo fue escrita la Ley sobre 
tablas de piedra" 

Dídimo el Ciego, Tratado sobre el Espíritu Santo XXII.95:
"Ahora bien, puesto que el Hijo es la imagen del Dios invisible, y 
la forma de su substancia, todos los que son modelados y formados 
según esta imagen o forma son conducidos hacia la semejanza de 
Dios. Ahora bien, consiguen esta forma o imagen según las leyes 
del desarrollo humano. Del mismo modo, puesto que el Espíritu 
Santo es el sello de Dios, los que reciben la forma y la imagen de 
Dios, una vez signados por medio de él, son conducidos en él al 
sello de Cristo, llenos de sabiduría, de ciencia, y lo que es más, de 
fe". 

Dídimo el Ciego, Tratado sobre el Espíritu Santo, XXIII.99; 
XXIV.101:
"Y también mediante la intervención de Cristo en los apóstoles se 
ha realizado plenamente el ministerio del Espíritu. Por esto los 
mismos apóstoles confiesan que hablan en Cristo y de lo que han 
visto con sus propios ojos y que han llegado a ser ministros de la 
palabra, es decir, de Cristo, y dispensadores de los misterios de 
DiosNo creo que pueda haber alguien tan insensato y loco que 
considere perfecto el bautismo que es administrado en el nombre 
del Padre y del Hijo sin la mención del Espíritu Santo o, incluso en el 
nombre del Padre y del Espíritu Santo omitiendo el nombre del Hijo, 
o finalmente en el nombre del Hijo y del Espíritu Santo sin 
anteponer el término Padre". 

Dídimo el Ciego, Tratado sobre el Espíritu Santo XXV.110.111:
"Define al Espíritu Santo como futuro Consolador, imponiéndole 
un nombre basado en su actividad, pues no sólo consuela a 
aquellos que encuentra dignos de sí y los libera de toda tristeza y 
pasión, sino que también les comunica un extraordinario gozo y 
alegría, como para que uno, dando gracias a Dios por haber sido 
considerado digno de tal huésped, pueda exclamar: 'Has puesto 
alegría en mi corazón' (Sal 4,8). De hecho se derrama un gozo 
perenne en el corazón de aquellos en los que habita el Espíritu. 
Este Espíritu Consolador es enviado por el Hijo, no al modo del 
ministerio de los ángeles, de los profetas o de los apóstoles, sino 
como conviene que sea enviado el Espíritu de Dios por la Sabiduría 
y la Bondad...". 

Dídimo el Ciego, Tratado sobre el Espíritu Santo XXVIII.125; 
XXXIII.149:
"... Del mismo modo donde esté el Espíritu Santo, 
inmediatamente se encuentra también el Hijo. Ya que cuando el 
Espíritu Santo está presente en los profetas, habilitándolos a 
predecir el futuro, y a todo lo que está en conexión con la actividad 
profética, se dice que se ha dirigido a ellos la Palabra de Dios (Os 
1,1), de modo que al dicho 'Esto dice el Señor' (Is 22,15) Cuando el 
Espíritu venga al corazón de los creyentes serán colmados del 
lenguaje de la sabiduría y de la ciencia, y así, hechos espirituales, 
acogen el magisterio del Espíritu Santo que los conducirá a la 
plenitud de la verdad". 

Dídimo el Ciego, Tratado sobre el Espíritu Santo 
XXXVIII,173-174:
"Pero de este raciocinio y del contenido referido, se deduce 
como consecuencia que aquello que antes hemos dicho que 
pertenece al padre, lo posee también el Hijo, y todo lo que es del 
Hijo lo posee también el Espíritu Santo. En efecto, afirma: 'El tomará 
de lo mío por esto os anunciará lo verdadero'. Por medio del 
Espíritu de la verdad se concede a los hombres santos el 
conocimiento seguro de los acontecimientos futuros. Por esto, los 
profetas, llenos de este mismo Espíritu, predecían de modo intuitivo 
y percibían casi como presente lo que a continuación habría de 
suceder. Baste con haber expuesto, de manera exhaustiva y amplia, 
y según los límites de nuestra capacidad, el presente capítulo del 
Evangelio. Si el Señor lo ha revelado a alguno y se ha aproximado 
más a la verdad y puede exponerla mejor, reconocemos más valor a 
la exposición de aquellos a los que favorece el Espíritu de la 
verdad; y pedimos a aquellos que nos lean que excusen mi 
ignorancia y perdonen el deseo de quien pretendía ofrecer a Dios 
todo lo que pudo, aunque no haya sido capaz de llevar a cabo su 
propia voluntad". 

Dídimo el Ciego, Tratado sobre el Espíritu Santo 
XXXIX,181.188.194:
"... la sabiduría del Espíritu comunica a los que la poseen la 
serenidad de ánimo, la paz y la vida eterna. Poseyéndola, podrán 
pisotear todas las pasiones, cualquier clase de vicio e incluso a los 
mismos demonios, que son las que las provocan... Se demuestra 
así clarísimamente que el Espíritu Santo es inseparable de Cristo, 
porque donde está el Espíritu Santo allí está también Cristo y de 
donde se aparte el Espíritu de Cristo, también se aparta de igual 
modo Cristo... Pero después de que el cuerpo ha muerto al pecado, 
Cristo presente en aquellos que han mortificado su propio cuerpo le 
manifiesta el Espíritu de vida mediante la justicia de las obras o por 
la corrección de los vicios mortales o por la fe de Jesucristo, en 
aquellos que viven según la fe en él... A los que se nos ha 
concedido divinamente un don tan grande por medio del Espíritu, 
no de la carne, para vivir según sus aspiraciones". 

Dídimo el Ciego, Tratado sobre el Espíritu Santo XLII,195; 
XLVII,213; XLIX,222; L,223
"... es decir, no os abstenéis de los vicios por el miedo y el terror 
de las penas, a semejanza de los esclavos, pues tenéis el Espíritu 
de adopción que os ha sido comunicado por el Padre, es decir, el 
Espíritu Santo, que es también Espíritu del Hijo de Dios y de Cristo, 
y se llama Espíritu de la verdad y de la sabiduría. Si pues este 
Espíritu eleva a la categoría de hijos de Dios a aquellos en los que 
por pura dignación suya él se hace su huésped, dejo a tu labor la 
inteligencia de las consecuencias de su poder... El que abandona al 
Señor es incrédulo, enoja al Santo de Israel y exaspera a su santo 
Espíritu. La misma irritación contra los pecadores se refiere tanto al 
Espíritu Santo como al Santo de Israel... De hacho, el Espíritu Santo 
habita solamente en los que habiendo abandonado los vicios, 
siguen el coro de las virtudes y, conforme a ellas y por medio de 
ellas, viven en la fe de Cristo.... Dios invitando a la santidad por 
medio de la fe, a saber, para que lleguen a ser creyentes en el 
Espíritu Santo, les concedió el Espíritu Santo ". 

Dídimo el Ciego, Tratado sobre el Espíritu Santo LXIII.272.277:
"Baste, por ahora, con lo dicho según la pobreza de nuestro 
lenguaje que manifiesta mi temor de haber tenido la osadía de 
hablar del Espíritu Santo... Y como audazmente y según nuestra 
conciencia reivindicamos para nosotros el sentimiento de la piedad, 
así por cuanto se refiere al hablar sobre él, confesamos 
cándidamente que nos faltan completamente, en relación al 
desarrollo de nuestra exposición, la elegancia de la retórica y la 
elocuencia. En efecto, nuestra preocupación ha sido, discutiendo 
sobre las sagradas Escrituras, comprender piadosamente lo que 
está escrito en ellas y tener presente la inexperiencia y la limitación 
de nuestras palabras". 
_________________________________________________

Nicetas de remesiana, El Espíritu Santo 1.5:
"A continuación, según mi capacidad, expondré lo que pienso 
sobre la tercera persona, es decir, sobre el Espíritu Santo, dado 
que me doy cuenta de que muchos dudan especialmente sobre El. 
Y aunque sea una temeridad disputar del que en la profesión de fe 
está asociado al Padre y al Hijo según la tradición del Señor y 
nuestra profesión de fe en el bautismo, con todo y dado que 
muchos piensan cosas distintas y que se nos pide una explicación, 
hemos necesariamente de darla. Y no la hemos de dar sino a partir 
de las Sagradas Escrituras. Con todo, estoy convencido de que 
difícilmente se podrán apaciguar unos oídos ocupados de 
antemano y unos entendimientos cargados con otra manera de 
pensar. La prevención es, en efecto, perniciosa... Sabemos que 
este Espíritu existe con personalidad propia y verdadera; que es 
fuente de santificación, luz de las almas y dador de los dones. Este 
Espíritu santifica y no es santificado, ilumina y no es iluminado. Y sin 
este Espíritu ninguna criatura podrá alcanzar la eternidad ni 
llamarse de verdad santa...". 

Nicetas de remesiana, El símbolo de la fe 8:
"Afianzad, hermanos, en vuestros corazones esta fe en la 
Trinidad, haciendo profesión de fe en un solo Dios Padre 
Todopoderoso y en su Hijo Jesucristo, nuestro Señor, y en el 
Espíritu Santo, luz verdadera y santificador de las almas, que es 
prenda de nuestra herencia, el cual, si le estamos atentos, nos 
conducirá a toda la verdad y nos hará heredar las cosas celestiales. 
En efecto, los apóstoles recibieron del Señor esta Regla de fe para 
que 'bautizasen en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu 
Santo a todas las gentes creyentes' (Mt 28,19). Que esta fe 
permanezca en vosotros, 'guardad el depósito, carísimos, evitando 
las novedades profanas de las palabrerías y las objeciones de la 
falaz ciencia' (1 Tim 6,20). 
_________________________________________________

Máximo el confesor, Opúsculo 24 ad finem:
"Tú que posees todo el ardor del Espíritu y has implantado en lo 
íntimo de tu corazón aquel fuego que vino a traer quien aniquila 
todas nuestras maldades y malas pasiones, el Verbo, amante al 
mismo tiempo del bien y de los hombres, tú, gracias a ese celo, 
inflamas a quienes por error o impericia descaminan o tropiezan con 
malas acciones o con falsos razonamientos y consumes su 
impureza y su vanidad acercándoles la bienaventurada lámpara de 
la ciencia divina y de la virtud, en ti encendida de modo 
inextinguible" (Máximo el confesor, Opúsculo 7). "Merced a la gracia 
victoriosa del Espíritu, estás libre de toda mutación y, gracias a 
aquélla, perseverando constantemente en la oración, cuyos 
senderos recorres con maestría, enseñas a todos por qué caminos 
regios y divinos han de discurrir quienes quieren seguir con solidez 
la vía de la piedad" (Máximo el confesor, Opúsculo 16). "Vuélvete a 
la doctrina de los Padres, y toma de ellos qué ha de enseñarse y 
con qué nombre debe ser confesado. 'Confesamos lo que podemos 
contar', dice Basilio, el gran intérprete de los misterios divinos. Y 
añado yo por mi parte: la carne del mismo Dios Hijo en el propio 
Verbo de Dios da la vida, pues quien es de naturaleza superior a 
todas las cosas ha venido a nacer. Confesamos dos naturalezas y 
una sola persona e hipóstasis del Verbo de Dios. Adoramos a un 
solo Hijo, como uno solo es en la Trinidad, en unión del Padre y el 
Espíritu Santo, desde el principio, ahora, por los siglos infinitos y 
después de los siglos. Amén". 

Máximo el confesor, Reglas breves, 1:
"Quien ve en otro el fruto del Espíritu Santo, que en todas partes 
manifiesta la única fe, y no lo refiere al Espíritu Santo sino que lo 
atribuye al Adversario, blasfema contra el Espíritu Santo" (S. Basilio, 
Regla XXXV). "Es fácil, de hecho, que en la fatigosa y cuidada 
investigación de muchos se logre hallar lo que está escondido, pues 
Dios, según la promesa de nuestro Señor Jesucristo, nos concede 
encontrar lo que buscamos mediante la enseñanza del Espíritu 
Santo y la memoria por él regalada" (S. Basilio, Reglas 900b). 
"Quien, pues, puede llegar a un tal grado de locura que pretende 
lograr algo por si mismo o incluso creer que concibe algo en su 
pensamiento cuando, por el contrario, necesita de la guía del santo 
y buen Espíritu para caminar rectamente por el camino de la 
verdad...". 
_________________________________________________


Fausto de Riez, El Espíritu Santo, I,1.10; III,1:
"La fe católica se expandió por el mundo entero por medio de los 
patriarcas, los profetas y los dispensadores de la gracia, con la 
acción del Espíritu Santo que la insinuaba en los corazones... Que 
el Espíritu Santo sea el dador de los carismas celestes y el 
dispensador de las santificaciones lo testimonio la misma naturaleza 
del nombre; sus grandes obras, en cambio, se han manifestado en 
el Antiguo Testamento, De hecho, en el A.T. su gracia no fue 
concedida más que a personas bien determinadas, es decir, a los 
patriarcas y a los profetas, a los santos y a los elegidos, para que 
por medio de la misma perfección de los dones tu comprendas la 
dignidad del donante... Si es propio de la divinidad conocer los 
secretos del hombre, cuánto más escrutar la profundidad de Dios 
constituye, en la persona del Espíritu Santo un indicio claro de la 
suprema majestad!. Entrar en el secreto de las conciencias es un 
privilegio que se reserva exclusivamente a su autor". 
_________________________________________________

Epifanio de Salamina, El ancla de la fe, 66,67:
"El que santifica con su sangre a las gentes, reconduce con su 
Espíritu a los elegidos al cielo cuando 'son movidos por su Espíritu' 
y viven para Dios...Si la fe me dice que Cristo es del Padre, que el 
Espíritu es de Cristo, más aún, de los dos (como dice Cristo: 'El 
procede del Padre y toma de lo mío', que Cristo es obra del Espíritu 
Santo (según la voz del ángel: 'lo que hay en ella es obra del 
Espíritu Santo'), debe comprender el misterio de mi redención 
únicamente creyendo, escuchando y amando a él que a mí ha 
venido. Porque es Dios que se conoce, Cristo que se anuncia, el 
Espíritu Santo que se desvela a los santo". 
_________________________________________________

Ambrosiaster 8,27.28:
"...'Pero el Espíritu Santo intercede por nosotros con gemidos 
inenarrables' (Rom 8,26). Dice que el Espíritu Santo intercede por 
nosotros no con palabras humanas sino en la forma que es propia 
de su naturaleza. Y en realidad cuando lo que es de Dios habla a 
Dios, es necesario que se exprese en aquella forma en la que se 
expresa aquel del cual es porque ninguno habla con su 
conciudadano en una lengua diversa. El Espíritu que se nos ha 
dado se hace presente en nuestras oraciones para cubrir con su 
fuerza nuestra incapacidad e ignorancia y pide a Dios por nosotros 
las cosas que nos sirven de utilidad... Cierto el mismo Espíritu 
intercede por nosotros cuando sabe que por ignorancia, no por 
presunción, pedimos cosas malas"