EL ESPÍRITU SANTO EN LOS PADRES DE LA IGLESIA (11)

SAN BASILIO

 

El Espíritu Santo IX,22-23:
"Hacia él (el Espíritu) se vuelve todo lo que tiene necesidad de 
santificación. Le desean todos los que viven según la virtud, como 
refrescados por su soplo y ayudados en orden a su propio fin 
natural. Capaz de perfeccionar a los demás, a él nada le falta; no 
vive a base de reponerse, sino que suministra la vida; no crece por 
adiciones, sino que es plenitud inmediata, fundado en sí mismo y 
presente en todas partes. Manantial de santificación, luz inteligible, 
abastece por sí mismo a toda facultad racional de algo así como 
cierta claridad para que encuentre la verdad. Inaccesible por 
naturaleza, aunque comprensible por su bondad, todo lo llena con 
su poder, pero solamente participan de él los que son dignos, y no 
con una participación de única medida, sino que reparte su poder 
en proporción de la fe. Simple en la esencia, es vario en sus 
maravillas, presente por entero a cada uno, también está por entero 
en todas partes. Repartido sin mengua de su impasibilidad, se le 
comparte enteramente, a imagen del rayo solar, cuyo favor se 
presenta a quien lo goza como si fuera el único, a la vez que 
alumbra a tierra y mar, y se mezcla con el aire. Así también el 
Espíritu, presente a cada uno de los dispuestos a recibirle, como si 
cada uno fuera el único, proyecta suficientemente sobre todos su 
gracia íntegra: de ella gozan los participantes según la capacidad 
de su misma naturaleza, y no según la posibilidad del Espíritu. La 
familiaridad del Espíritu con el alma no es la proximidad local...sino 
el apartamiento de las pasiones que, sobreviniéndole luego al alma 
por su amor al cuerpo, la privaron de la familiaridad de Dios. 
Purificándose, pues, de la fealdad adquirida por medio del vicio, 
remontándose a la belleza de la naturaleza y devolviendo a esa 
especie de imagen regia su forma primitiva mediante la purificación, 
únicamente así es como se acerca al Paráclito.... Por medio de él 
tenemos la elevación de los corazones, la guía de los débiles y la 
perfección de los proficientes... De ahí el previo conocimiento del 
futuro, la inteligencia de los misterios, la captación de lo oculto, la 
distribución de los carismas, la ciudadanía celestial, la danza con 
los ángeles, la alegría interminable, la permanencia en Dios, la 
asimilación a Dios, y el deseo supremo: hacerse Dios. Tales son, 
pues, nuestras nociones acerca del Espíritu Santo, las que nos han 
enseñado las propias palabras del Espíritu sobre su grandeza, su 
dignidad y sus operaciones, por no presentar más que unas pocas 
entre muchas". 

S. Basilio de Cesarea, El Espíritu Santo XI,27; XII,28:
"Yo testifico a todo hombre que confiesa a Cristo y niega a Dios, 
que Cristo de nada le servirá; y a quien invoca a Dios, pero niega al 
Hijo, que su fe es vana; y a quien rechaza al Espíritu Santo, que su 
fe en el Padre y en el Hijo caerá en el vacío, pues ni tenerla podrá, 
faltando el Espíritu. Efectivamente, no cree en el Hijo quien no cree 
en el Espíritu, ni cree en el Padre quien no creyó en el Hijo, pues 
'no se puede llamar Señor a Jesús, si no es en el Espíritu Santo...' 
(1 Cor 12,3)... el tal, tampoco participa de la verdadera adoración, 
pues no es posible adorar al Hijo si no es en el Espíritu Santo, ni es 
posible invocar al Padre si no es en el Espíritu de la adopción... 
Efectivamente, nombrar a Cristo es confesar el todo, pues es 
mostrar a Dios que unge, al Hijo que es ungido y al Espíritu que es 
la unción...". 

S. Basilio, El Espíritu Santo XV,35.36; XVI,38:
"A esto se debe que el Señor, dispensador de nuestra vida, 
estableciera con nosotros esta alianza del bautismo, que encierra el 
tipo de la muerte y el de la vida: el agua realiza la imagen de la 
muerte, y el Espíritu proporciona las arras de la vida... Por medio 
del Espíritu Santo tenemos: el restablecimiento en el paraíso, la 
subida al reino de los cielos, la vuelta a la adopción filial, la confiada 
libertad de llamar Padre nuestro a Dios, de participar en la gracia 
de Cristo, de ser llamado hijo de la luz, de tener parte en la gloria 
eterna y, en general, de estar en la plenitud de la bendición, en 
esta vida y en la futura, viendo como en un espejo la gracia de los 
bienes que nos reservan las promesas, y de los que esperamos 
ansiosos disfrutar por la fe, como si ya estuviesen presentes... Por 
consiguiente, estás pensando en tres: el Señor que ordena, la 
Palabra que crea, el Espíritu que consolida. Pero ¿qué otra cosa es 
consolidar, sino perfeccionar en la santidad, pues la consolidación 
significa la solidez, la inmutabilidad y la firme fijación en el bien? 
Ahora bien, no hay santificación sin Espíritu". 

S. Basilio, El Espíritu Santo XVI,40; XVIII,47:
"Ahora bien, los que fueron sellados con el Espíritu Santo para el 
día del rescate y guardaron pura y sin mengua la primicia del 
Espíritu que recibieron, éstos son los que escucharán: '¡Bien siervo 
bueno y fiel, has sido fiel sobre poco, yo te pondré sobre mucho!' 
(Mt 25,21). Pero igualmente, los que contristaron al Espíritu Santo 
por la maldad de sus costumbres, o los que no hicieron rentar lo 
recibido, serán despojados de lo que recibieron, por ser traspasada 
la gracia a otros, o incluso, según alguno de los evangelistas, será 
sin más cortado por medio, debiendo entenderse este 'cortado por 
medio' comno separación total del Espíritu... Pero, después que 
mediante una luz iluminadora clavamos los ojos en la belleza de 
Dios invisible, y a través de ella se nos eleva hasta el más que 
hermosos espectáculo del Modelo, allí mismo, inseparablemente, se 
halla el Espíritu del conocimiento, proporcionando en sí mismo la 
fuerza contemplativa a los que gustan de contemplar la verdad, no 
mostrándola desde fuera, sino induciendo a reconocerla en él 
mismo". 

S. Basilio, El Espíritu Santo XVIII,47; XIX,48:
"Por tanto, el camino del conocimiento de Dios va del único 
Espíritu, pero por medio del único Hijo, hasta el único Padre. Y al 
revés, la bondad nativa, la santidad natural y la regia dignidad 
fluyen del Padre, por medio del Hijo, hasta el Espíritu... Se le llama 
'Espíritu' como en: 'Dios es Espíritu' (Lm 4,20)... Es 'Santo', como 
santo es el Padre y santo es el Hijo. Efectivamente, para la 
creatura, la santidad fue introducida de fuera, mientras que, para el 
Espíritu, la santidad es plenitud de naturaleza. Por eso tampoco es 
'santificado' sino 'santificador'. Es 'Bueno', como bueno es el Padre 
y bueno el Hijo, el engendrado del bueno, y tiene por esencia la 
bondad. Es 'Recto' como 'recto es el Señor Dios' (Sal 91,16), 
porque él mismo es verdad y es justicia... Es 'Consolador'... Así los 
nombres que atañen al Padre y al Hijo son comunes al Espíritu 
Santo... Se le llama además 'Espíritu rector (Is 63,14), Espíritu de la 
verdad (Jn 14,17), Espíritu de sabiduría (Is 11,2)... Tales son, pues, 
los nombres grandes sobremanera, mas ciertamente sin 
exageración, sobre la gloria". 

S. Basilio, El Espíritu Santo XIX,49; XXII,53:
"Pero, ¿cuáles son sus operaciones? Por su grandeza, son 
indecibles, y por su multitud, innumerables...Efectivamente, la 
familiaridad con Dios, la imposibilidad de volverse hacia el mal y la 
permanencia en la bienaventuranza les viene del Espíritu a las 
potencias. La venida de Cristo: también el Espíritu la precede. La 
encarnación: de ella es inseparable el Espíritu. Las acciones 
milagrosas, los carismas de curación: se dan por medio del Espíritu 
Santo. El diablo es rechazado, ante la presencia del Espíritu. La 
redención de los pecados se da en la gracia del Espíritu...La 
familiaridad con Dios se da por medio del Espíritu Santo...La 
resurrección de entre los muertos, a la acción del Espíritu se debe... 
La excelencia dela naturaleza del Espíritu se da a conocer no sólo 
porque lleva los mismos nombres que el Padre y el Hijo, y porque 
tiene con ellos comunidad de operaciones, sino también porque es 
igualmente difícil de alcanzar por la contemplación... Por 
consiguiente, el que es incomprensible para el mundo y al que 
solamente los santos pueden contemplar, por la limpieza de sus 
corazones,, ¿cómo habremos de pensarlo? ¿Qué clase de honores 
les corresponden?" . 

S. Basilio, El Espíritu Santo XXIII,54; XXIV,55.56:
"Nosotros, efectivamente, no podemos glorificar al Padre de 
nuestro Señor Jesucristo y a su Hijo unigénito de otra manera que 
exponiendo, según nuestras fuerzas, las maravillas del Espíritu... Ni 
un solo don llega absolutamente a la creación sin el Espíritu Santo, 
cuando ni siquiera una palabra puede uno pronunciar en defensa 
de Cristo, si no es con la cooperación del Espíritu, como en los 
Evangelios nos lo ha enseñado nuestro Señor y Salvador... El 
Espíritu es bueno por naturaleza, como bueno es el Padre y bueno 
el Hijo. La creatura, en cambio, cuando elige el bien, es partícipe de 
la bondad. El Espíritu conoce la profundidad de Dios. La creación, 
en cambio, recibe la manifestación del misterio por medio del 
Espíritu. El Espíritu vivifica con Dios, que hace vivir a todo, y con el 
Hijo, que da la vida...". 

S. Basilio, El Espíritu Santo XXIX,72:
"El gran Ireneo, Clemente de Roma, Dionisio de Roma y Dionisio 
de Alejandría, el cual -extraña el oirlo- en su segunda carta dirigida 
a su tocayo sobre su refutación y defensa, termina su discurso (os 
escribiré las propias palabras de este hombre), diciendo así: 'En 
consecuencia con todo esto, también nosotros, habiendo recibido 
modelo y regla de los presbíteros que nos precedieron, concluímos 
la acción de gracias en comunión con ellos (y aquí terminamos la 
carta para Vos): A Dios Padre, y al Hijo nuestro Señor Jesucristo, 
con el Espíritu Santo, gloria y potencia por los siglos de los siglos. 
Amén'... Pero también Clemente de Roma, aunque de manera 
bastante arcaica, dice: 'Vive Dios, y el Señor Jesucristo, y el Espíritu 
Santo'. En cuanto a Ireneo, cercano como está a los apóstoles, 
escuchemos de qué manera hace mención del Espíritu Santo en su 
tratado Contra las herejías: 'A los desenfrenados -dice- y a los que 
se dejan llevar de sus apetitos, con toda justicia el apóstol los llama 
carnales'. Y en otro lugar también: 'Para evitar que al quedar 
privados del Espíritu divino no logremos el reino de los cielos, el 
Apóstol nos grita que la carne no puede heredar el reino de los 
cielos... Y si para alguno también es digno de crédito, por su gran 
experiencia, el palestino Eusebio, demostramos que él también usa 
las mismas expresiones...dice, pues, animándose a sí mismo a 
hablar: 'Invocando al Dios santo, iluminador de los profetas, o por 
medio de nuestro Salvador Jesucristo, con el Espíritu Santo..." 

S. Basilio, El Espíritu Santo XXX,79:
"Y con esto ya es suficiente. En cuanto a ti, si lo dicho te basta, 
sea esto el final del tratado sobre el tema. Pero si crees que falta 
algo, nada impide que trabajes asídua y activamente en la 
búsqueda, y así añadas algo al conocimiento haciéndote preguntas 
sin ánimo quisquilloso. El Señor, efectivamente, bien por nosotros 
bien por otros, dará cumplimiento a lo que falta, según el 
conocimiento que el Espíritu concede a los que de él son dignos". 


S. Basilio, Prólogos II (el juicio de Dios):
"Por la misericordia y el amor del Dios bueno al hombre, por la 
gracia de nuestro Señor Jesucristo, conforme a la acción del 
Espíritu Santo, fui arrancado del error de la tradición de los 
paganos; desde el inicio y desde mi más tierna edad fui iniciado por 
mis padres cristianos; por ellos, desde la infancia, he conocido las 
Sagradas Escrituras y éstas me han conducido al conocimiento de 
la verdad. Cuando llegué a ser hombre, viajando frecuentemente y 
ocupándome, como es natural, de muchos negocios, en las 
diversas artes y ciencias observaba un gran consenso entre 
aquellos que se ocupan cuidadosamente de cada una de ellas. Por 
el contrario, únicamente en la Iglesia de Dios, por la cual Cristo 
murió, y sobre la cual ha sido abundantemente derramado el 
Espíritu Santo, veía a muchos en desacuerdo a propósito de las 
Santas Escrituras... Y el Espíritu Santo, el que distribuye los 
grandes y admirables carismas, el que realiza todo en todos, nada 
dice de si mismo". 

Del libro de san Basilio Magno, obispo, sobre el Espíritu Santo: 
(Cap. 26, núms. 61. 64: PG 32,179-182.186)
De quien ya no vive de acuerdo con la carne, sino que actúa en 
virtud del Espíritu de Dios, se llama hijo de Dios y se ha vuelto 
conforme a la imagen del Hijo de Dios, se dice que es hombre 
espiritual. Y así como la capacidad de ver es propia de un ojo sano, 
así también la actuación del Espíritu es propia del alma 
purificada.Así mismo, como reside la palabra en el alma, unas veces 
como algo pensado en el corazón, otras veces como algo que se 
profiere con la lengua, así también acontece con el Espíritu Santo, 
cuando atestigua a nuestro espíritu y exclama en nuestros 
corazones: Abbá (Padre), o habla en nuestro lugar, según lo que se 
dijo: No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre 
hablará por vosotros.Ahora bien, así como entendemos el todo 
distribuido en sus partes, así también comprendemos el Espíritu 
según la distribución de sus dones. Ya que todos somos 
efectivamente miembros unos de otros, pero con dones que son 
diversos, de acuerdo con la gracia de Dios que nos ha sido 
concedida.Por ello precisamente, el ojo no puede decir a la mano: 
«No te necesito»; y la cabeza no puede decir a los pies: «No os 
necesito» Sino que todos los miembros completan a la vez el cuerpo 
de Cristo, en la unidad del Espíritu; y de acuerdo con las 
capacidades recibidas se distribuyen unos a otros los servicios que 
necesitan.Dios fue quien puso en el cuerpo los miembros, cada uno 
de ellos como quiso. Y los miembros sienten la misma solicitud unos 
por otros, en virtud de la comunicación espiritual del mutuo afecto 
que les es propia. Esa es la razón de que cuando un miembro sufre, 
todos sufren con él; cuando un miembro es honrado, todos le 
felicitan.Del mismo modo, cada uno de nosotros estamos en el 
Espíritu, como las partes en el todo, ya que hemos sido bautizados 
en un solo cuerpo, en nombre y virtud de un mismo Espíritu.Y como 
al Padre se le contempla en el Hijo, al Hijo se le contempla en el 
Espíritu. La adoración, si se lleva a cabo en el Espíritu, presenta la 
actuación de nuestra alma como realizada en plena luz, cosa que 
puede deducirse de las palabras que fueron dichas a la samaritana. 
Pues como ella, llevada a error por la costumbre de su región, 
pensase que la adoración había de hacerse en un lugar, el Señor la 
hizo cambiar de manera de pensar, al decirle que había que adorar 
en Espíritu y verdad; al mismo tiempo, se designaba a sí mismo 
como la verdad.De la misma manera que decimos que la adoración 
tiene que hacerse en el Hijo, ya que es la imagen de Dios Padre, 
decimos que tiene que hacerse también en el Espíritu, puesto que 
el Espíritu expresa en sí mismo la divinidad del Señor.Así pues, de 
modo propio y congruente contemplamos el esplendor de la gloria 
de Dios mediante la iluminación del Espíritu; y su huella nos 
conduce hacia aquel de quien es huella y sello, sin dejar de 
compartir el mismo ser. 
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Del libro de san Basilio Magno, obispo, sobre el Espíritu Santo. 
(Cap. 9, núms. 22-23: PG 32,107-110):
¿Quién, habiendo oído los nombres que se dan al Espíritu, no 
siente levantado su ánimo y no eleva su pensamiento hacia la 
naturaleza divina? Ya que es llamado Espíritu de Dios y Espíritu de 
verdad que procede del Padre; Espíritu firme, Espíritu generoso, 
Espíritu Santo son sus apelativos propios y peculiares.
Hacia él dirigen su mirada todos los que sienten necesidad de 
santificación; hacia él tiende el deseo de todos los que llevan una 
vida virtuosa, y su soplo es para ellos a manera de riego que los 
ayuda en la consecución de su fin propio y natural.
El es fuente de santidad, luz para la inteligencia; él da a todo ser 
racional como una luz para entender la verdad.
Aunque inaccesible por naturaleza, se deja comprender por su 
bondad; con su acción lo llena todo, pero se comunica solamente a 
los que encuentra dignos, no ciertamente de manera idéntica ni con 
la misma plenitud, sino distribuyendo su energía según la 
proporción de la fe.
Simple en su esencia y variado en sus dones, está íntegro en 
cada uno e íntegro en todas partes. Se reparte sin sufrir división, 
deja que participen en él, pero él permanece íntegro, a semejanza 
del rayo solar cuyos beneficios llegan a quien disfrute de él como si 
fuera único, pero, mezclado con el aire, ilumina la tierra entera y el 
mar.
Así el Espíritu Santo está presente en cada hombre capaz de 
recibirlo, como si sólo él existiera y, no obstante, distribuye a todos 
gracia abundante y completa; todos disfrutan de él en la medida en 
que lo requiere la naturaleza de la criatura, pero no en la 
proporción con que él podría darse.
Por él los corazones se elevan a lo alto, por su mano son 
conducidos los débiles, por él los que caminan tras la virtud llegan a 
la perfección. Es él quien ilumina a los que se han purificado de sus 
culpas y al comunicarse a ellos los vuelve espirituales.
Como los cuerpos limpios y transparentes se vuelven brillantes 
cuando reciben un rayo de sol y despiden de ellos mismos como 
una nueva luz, del mismo modo las almas portadoras del Espíritu 
Santo se vuelven plenamente espirituales y transmiten la gracia a 
los demás.
De esta comunión con el Espíritu procede la presciencia de lo 
futuro, la penetración de los misterios, la comprensión de lo oculto, 
la distribución de los dones, la vida sobrenatural, el consorcio con 
los ángeles; de aquí proviene aquel gozo que nunca terminará, de 
aquí la permanencia en la vida divina, de aquí el ser semejantes a 
Dios, de aquí, finalmente, lo más sublime que se puede desear: que 
el hombre llegue a ser como Dios. 
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De las homilías de san Basilio Magno, obispo (Homilía 20, sobre 
la humildad, 3: PG 31, 530-531):
No se gloríe el sabio de su sabiduría, no se gloríe el fuerte de su 
fortaleza, no se gloríe el rico de su riqueza.
Entonces, ¿en qué puede gloriarse con verdad el hombre? 
¿Dónde halla su grandeza? Quien se gloria -continúa el texto 
sagrado-, que se gloríe de esto: de conocerme y comprender que 
soy el Señor.
En esto consiste la sublimidad del hombre, su gloria y su 
dignidad, en conocer dónde se halla la verdadera grandeza y 
adherirse a ella, en buscar la gloria que procede del Señor de la 
gloria. Dice, en efecto, el Apóstol: El que se gloríe, que se gloríe en 
el Señor, afirmación que se halla en aquel texto: Cristo, que Dios ha 
hecho para nosotros sabiduría, justicia, santificación y redención; y 
así -como dice la Escritura-: ´El que se gloríe, que se gloríe en el 
Señor.
Por tanto, lo que hemos de hacer para gloriarnos de un modo 
perfecto e irreprochable en el Señor es no enorgullecernos de 
nuestra propia justicia, sino reconocer que en verdad carecemos de 
ella y que lo único que nos justifica es la fe en Cristo.
En esto precisamente se gloria Pablo, en despreciar su propia 
justicia y en buscar la que se obtiene por la fe y que procede de 
Dios, para así tener íntima experiencia de Cristo, del poder de su 
resurrección y de la comunión en sus padecimientos, muriendo su 
misma muerte, con la esperanza de alcanzar la resurrección de 
entre los muertos.
Así caen por tierra toda altivez y orgullo. El único motivo que te 
queda para gloriarte, oh hombre, y el único motivo de esperanza 
consiste en hacer morir todo lo tuyo y buscar la vida futura en 
Cristo; de esta vida poseemos ya las primicias, es algo ya incoado 
en nosotros, puesto que vivimos en la gracia y en el don de Dios.
Y es el mismo Dios quien activa en nosotros el querer y la 
actividad para realizar su designio de amor. Y es Dios también el 
que, por su Espíritu, nos revela su sabiduría, la que de antemano 
destinó para nuestra gloria. Dios nos da fuerzas y resistencia en 
nuestros trabajos. He trabajado más que todos -dice Pablo-; 
aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios conmigo.
Dios saca del peligro más allá de toda esperanza humana. En 
nuestro interior -dice también el Apóstol- dimos por descontada la 
sentencia de muerte; así aprendimos a no confiar en nosotros, sino 
en Dios que resucita a los muertos. El nos salvó y nos salva de 
esas muertes terribles; en él está nuestra esperanza, y nos seguirá 
salvando.