EL ESPÍRITU SANTO EN LOS PADRES DE LA IGLESIA (9)

San Cirilo de Jerusalén

 

Catequesis XVI,1-3:
"Verdaderamente necesitamos de la gracia espiritual para hablar 
del Espíritu Santo, aunque nunca estaremos a la altura de la 
cuestión, pues es imposible. Intentaremos, sin embargo, exponer 
con naturalidad lo que sacamos de ello en la Sagrada Escritura. En 
los Evangelios se habla de un gran temos cuando Cristo dice 
abiertamente: 'Al que diga una palabra contra el Espíritu Santo, no 
se le personará ni en este mundo ni en el otro' (Mt 12,32). Y hay 
que temer seriamente que alguien, al hablar por ignorancia o por 
una mala entendida piedad, se gane la condenación. Cristo, juez de 
vivos y muertos, anunció que un hombre tal no obtendrá el perdón. 
Y si alguien le ofende, ¿qué esperanza le queda?... Hablaremos, 
pues, nosotros del Espíritu Santo sólo lo que está escrito y, si algo 
no está escrito, que la curiosidad no nos ponga nerviosos. Es el 
mismo Espíritu Santo el que habló por las Escrituras: él dijo de sí 
mismo lo que quiso o lo que pudiéramos nosotros entender. Así 
pues, digamos las cosas que fueron dichas por él, pues con lo que 
él no dijo no nos atreveremos. Hay un solo Espíritu Paráclito. Y del 
mismo modo que hay un solo Dios Padre, y no hay un segundo 
Padre, y sólo un Hijo unigénito, que no tiene ningún otro hermano, 
así existe un solo Espíritu Santo, y no existe otro Espíritu Santo que 
sea igual en honor a él". 
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S. Cirilo de Jerusalén, Catequesis XVI,10.14.19.20:
"... (cf. Hech. 4,34-35)... Y no pensaba que quienes pisaban con 
sus pies las riquezas entregadas para alimentar a los pobres nunca 
pondrían un precio al poder del Espíritu Santo. ¿Y qué es lo que 
dijeron a Simón? "Vaya tu dinero a la perdición y tú con él; pues has 
pensado que el don de Dios se compra con dinero"... Pues no son 
unas las enseñanzas de Cristo y otras las del Espíritu Santo, sino 
claramente las mismas (Hech 8,20)... Tenemos, por tanto, de parte 
de Dios un auxiliador y protector, gran maestro de la Iglesia y gran 
luchador en favor nuestro. No sintamos temor ante los demonios ni 
ante el diablo, pues es más grande el que lucha por nosotros: 
simplemente abrámosle las puertas, pues "va por todas partes 
buscando a los dignos"... Pero se llama Paráclito porque consuela, 
fortalece con sus exhortaciones y nos ayuda en nuestra debilidad... 
El Espíritu describe al hombre le reino de los cielos, le muestra el 
paraíso de las delicias, y los mártires, presentes a la vista de sus 
jueces pero ya en el paraíso en cuanto a su energía y su poder, 
pueden así despreciar la dureza de lo que ven" (cf. Sab. 6,16) y 
buscando a quién regalar con sus dones"... Pues es imposible 
padecer el martirio por dar testimonio de Cristo si no se sufre con la 
fuerza del Espíritu Santo. 
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S. Cirilo de Jerusalén, Catequesis XVI,22:
"Grande, omnipotente en sus dones y admirable es el Espíritu 
Santo. Piensa cuántos estáis sentados aquí, cuántas almas somos. 
El Espíritu actúa de modo adecuado a cada uno. Ve también el 
pensamiento y la conciencia, y también lo que hablamos y a lo que 
damos vueltas en nuestra mente. Grande es esto que acabo de 
decir y, sin embargo, es todavía poco. Quisiera que consideraras, 
iluminando él tu mente, cuántos son los cristianos de toda esta 
parroquia y cuántos los de toda la provincia de Palestina. ... Mira a 
los obispos de cualesquiera pueblos, a los presbíteros, los 
diáconos, los monjes, las vírgenes y los laicos y observa quién es el 
que los rige, preside y les concede sus dones. Cómo, en todo el 
mundo, a uno le regala el pudor, a aquél la virginidad perpetua, a 
éste el afán de dar limosna, a otro el interés por la pobreza y a otro, 
en fin, la capacidad de poner en fuga a los espíritus enemigos. Y 
así como la luz, con un solo rayo, todo lo ilumina, así también el 
Espíritu ilumina a los que tienen ojos. Por tanto, si alguno se queja 
de que no se le da la gracia, no acuse al Espíritu, sino a su propia 
incredulidad". 
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S. Cirilo de Jerusalén, Catequesis XVI,24:
"El, en los profetas, anunció a Cristo; él actuó en los apóstoles; 
él, hasta el día de hoy, sella las almas en el bautismo. El Padre se 
da al Hijo, y el Hijo comunica de sí mismo al Espíritu Santo... El 
Padre, a través del Hijo y juntamente con el Espíritu, lo da todo. No 
son unos los dones del Padre, otros los del Hijo y otros los del 
Espíritu Santo. Pues una es la salvación, una la potestad y una la 
fe, único es Dios Padre, único es el Hijo y único es el Espíritu Santo 
Paráclito. Y bástenos saber estas cosas. No indagues 
afanosamente la naturaleza o la sustancia... Pues, si es algo que se 
hubiese escrito, lo diríamos. Pero no nos atrevamos con lo que no 
ha sido escrito. Para nuestra salvación nos basta saber que existen 
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo". 
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S. Cirilo de Jerusalén, Catequesis XVI,1-3:
"Verdaderamente necesitamos de la gracia espiritual para hablar 
del Espíritu Santo, aunque nunca estaremos a la altura de la 
cuestión, pues es imposible. Intentaremos, sin embargo, exponer 
con naturalidad lo que sacamos de ello en la Sagrada Escritura. En 
los Evangelios se habla de un gran temos cuando Cristo dice 
abiertamente: 'Al que diga una palabra contra el Espíritu Santo, no 
se le personará ni en este mundo ni en el otro' (Mt 12,32). Y hay 
que temer seriamente que alguien, al hablar por ignorancia o por 
una mala entendida piedad, se gane la condenación. Cristo, juez de 
vivos y muertos, anunció que un hombre tal no obtendrá el perdón. 
Y si alguien le ofende, ¿qué esperanza le queda? Hablaremos, 
pues, nosotros del Espíritu Santo sólo lo que está escrito y, si algo 
no está escrito, que la curiosidad no nos ponga nerviosos. Es el 
mismo Espíritu Santo el que habló por las Escrituras: él dijo de sí 
mismo lo que quiso o lo que pudiéramos nosotros entender. Así 
pues, digamos las cosas que fueron dichas por él, pues con lo que 
él no dijo no nos atreveremos. Hay un solo Espíritu Paráclito. Y del 
mismo modo que hay un solo Dios Padre, y no hay un segundo 
Padre, y sólo un Hijo unigénito, que no tiene ningún otro hermano, 
así existe un solo Espíritu Santo, y no existe otro Espíritu Santo que 
sea igual en honor a él".
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S. Cirilo de Jerusalén, Catequesis XVI,10.14.19.20:
" ... (cf. Hech. 4,34-35) ... Y no pensaba que quienes pisaban 
con sus pies las riquezas entregadas para alimentar a los pobres 
nunca pondrían un precio al poder del Espíritu Santo. ¿Y qué es lo 
que dijeron a Simón? "Vaya tu dinero a la perdición y tú con él; 
pues has pensado que el don de Dios se compra con dinero" ... 
Pues no son unas las enseñanzas de Cristo y otras las del Espíritu 
Santo, sino claramente las mismas (Hech 8,20)... Tenemos, por 
tanto, de parte de Dios un auxiliador y protector, gran maestro de la 
Iglesia y gran luchador en favor nuestro. No sintamos temor ante los 
demonios ni ante el diablo, pues es más grande el que lucha por 
nosotros: simplemente abrámosle las puertas, pues "va por todas 
partes buscando a los dignos"... Pero se llama Paráclito porque 
consuela, fortalece con sus exhortaciones y nos ayuda en nuestra 
debilidad... El Espíritu describe al hombre le reino de los cielos, le 
muestra el paraíso de las delicias, y los mártires, presentes a la 
vista de sus jueces pero ya en el paraíso en cuanto a su energía y 
su poder, pueden así despreciar la dureza de lo que ven" (cf. Sab. 
6,16) y buscando a quién regalar con sus dones"... Pues es 
imposible padecer el martirio por dar testimonio de Cristo si no se 
sufre con la fuerza del Espíritu Santo. 
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S. Cirilo de Jerusalén, Catequesis XVI,22:
"Grande, omnipotente en sus dones y admirable es el Espíritu 
Santo. Piensa cuántos estáis sentados aquí, cuántas almas somos. 
El Espíritu actúa de modo adecuado a cada uno. Ve también el 
pensamiento y la conciencia, y también lo que hablamos y a lo que 
damos vueltas en nuestra mente. Grande es esto que acabo de 
decir y, sin embargo, es todavía poco. Quisiera que consideraras, 
iluminando él tu mente, cuántos son los cristianos de toda esta 
parroquia y cuántos los de toda la provincia de Palestina... Mira a 
los obispos de cualesquiera pueblos, a los presbíteros, los 
diáconos, los monjes, las vírgenes y los laicos y observa quién es el 
que los rige, preside y les concede sus dones. Cómo, en todo el 
mundo, a uno le regala el pudor, a aquél la virginidad perpetua, a 
éste el afán de dar limosna, a otro el interés por la pobreza y a otro, 
en fin, la capacidad de poner en fuga a los espíritus enemigos. Y 
así como la luz, con un solo rayo, todo lo ilumina, así también el 
Espíritu ilumina a los que tienen ojos. Por tanto, si alguno se queja 
de que no se le da la gracia, no acuse al Espíritu, sino a su propia 
incredulidad". 
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S. Cirilo de Jerusalén, Catequesis XVI,24:
"El, en los profetas, anunció a Cristo; él actuó en los apóstoles; 
él, hasta el día de hoy, sella las almas en el bautismo. El Padre se 
da al Hijo, y el Hijo comunica de sí mismo al Espíritu Santo... El 
Padre, a través del Hijo y juntamente con el Espíritu, lo da todo. No 
son unos los dones del Padre, otros los del Hijo y otros los del 
Espíritu Santo. Pues una es la salvación, una la potestad y una la 
fe, único es Dios Padre, único es el Hijo y único es el Espíritu Santo 
Paráclito. Y bástenos saber estas cosas. No indagues 
afanosamente la naturaleza o la sustancia.. Pues, si es algo que se 
hubiese escrito, lo diríamos. Pero no nos atrevamos con lo que no 
ha sido escrito. Para nuestra salvación nos basta saber que existen 
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo". 
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San Cirilo de Jerusalén, Catequesis XVII,2-5:
"Pues no hay otro Paráclito que no sea el Espíritu Santo, pero es 
único e idéntico aunque con diversas denominaciones: vivo y 
subsistente, que habla y actúa. Es santificador de todas las 
criaturas dotadas de razón que Dios ha hecho por medio de Cristo, 
los ángeles y los hombres... Por ello, la Iglesia Católica, que vela 
por tu seguridad, transmitió en la confesión de fe que creyésemos 
"en un único Espíritu Santo Paráclito, que habló por los profetas": 
para que pudieses darte cuenta de que ciertamente las 
denominaciones pueden ser muchas, pero Espíritu Santo sólo hay 
uno. De aquellas muchas denominaciones os hablaremos ahora de 
algunas... Se le llama Espíritu ...Y se le llama Espíritu de Verdad... 
También se le llama Paráclito... También se le denomina Espíritu del 
Padre... Se le llama también Espíritu del Señor... Igualmente se le 
llama Espíritu de Dios y de Cristo... Se le llama asimismo Espíritu del 
Hijo de Dios... Y se le menciona también como Espíritu de Cristo... 
Pues se le llama Espíritu de santificación... También se le llama 
Espíritu de adopción... Igualmente se le llama Espíritu de 
revelación... También se le menciona como Espíritu de la 
Promesa... Se le llama también Espíritu de gracia..." (). 
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S. Cirilo de Jerusalén, Catequesis XVII, 6:
Este es el Espíritu Santo que vino a Santa María Virgen. Pues 
como se trataba de engendrar a Cristo, el Unigénito, la fuerza del 
Altísimo la cubrió con su sombra y el Espíritu Santo, acercándose 
hasta ella (cf. Lc 1,35), la santificó para esto, para que pudiese 
tener en su interior a aquel por quien todo fue hecho. No tengo 
necesidad de muchas palabras para que entiendas que esta 
gestación estuvo libre de toda mancha y contaminación, pues ya lo 
aprendiste. Gabriel es quien a ella le dijo: soy mensajero y 
pregonero de lo que ha de suceder, pero yo no participo en la 
operación. Pues aunque sea arcángel, soy conocedor de mi orden 
y de mi oficio. Yo te anuncio la alegría, pero no es por gracia mía 
por lo que darás a luz: "El Espíritu Santo vendrá sobre tí y el poder 
del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer 
será santo y será llamado Hijo de Dios"...". 
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S. Cirilo de Jerusalén, Catequesis XVII,9:
"Este Espíritu Santo descendió al ser bautizado el Señor (Mt 
3,16)... Se trataba de un descenso por su propia iniciativa. Pues era 
conveniente, como algunos han interpretado, que las primicias y los 
dones del Espíritu Santo, que se otorgan a los bautizados, se 
mostrasen en primer lugar en la humanidad del Salvador, que es 
quien tal gracia confiere. Descendió en forma de paloma -como 
dicen algunos, pura, inocente y sencilla-, cooperando con sus 
oraciones en favor de los nuevos hijos y del perdón de sus 
pecados, mostrando así la imagen y el ejemplo. De este modo se 
había predicho, en forma misteriosa, que el Mesías habría de 
manifestarse de esa manera. Pues en el Cantar de los Cantares se 
exclama acerca del Esposo: 'Sus ojos como palomas junto a arroyos 
de agua' (Cant 5,12)".
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San Cirilo de Jerusalén, Catequesis XVII,13:
"Estaban sentados a la espera de la venida del Espíritu Santo. 
"Al llegar el día de Pentecostés", aquí, en esta ciudad de Jerusalén, 
-en realidad, es algo que nos afecta, pues no hablamos de lo que a 
otros sucedió, sino de los dones que se nos han concedido a 
nosotros- cuando era, digo, Pentecostés, estaban sentados y llegó 
del cielo el Paráclito: custodio y santificador de la Iglesia, rector de 
las almas, guía de los arrojados a las olas y a la tempestad, luz de 
los perdidos, árbitro de los que combaten y corona de los 
vencedores".
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S. Cirilo de Jerusalén, Catequesis XVII,34:
"Por todo lo cual y por otras muchas cosas que no se han 
mencionado se recomienda vivamente que los hombres acepten la 
fuerza personal, santificadora y eficazmente activa del Espíritu 
Santo. Pues me faltaría tiempo para hablar, si quisiera continuar, de 
lo que queda por decir acerca del Espíritu Santo en las catorce 
epístolas de San Pablo, en las que él enseñó diversa, íntegra y 
piadosamente. Pero que se nos conceda el don de la fuerza del 
Espíritu Santo mismo para que se nos dispensen las cosas que 
hemos pasado por alto por escasez de tiempo y a vosotros, que 
estáis escuchando, se os conceda un conocimiento más completo 
de lo que falta. Quienes entre vosotros sean estudiosos, aprendan 
estas cosas mediante una más frecuente lectura de la Sagrada 
Escritura, aunque de las presentes catequesis y de lo que 
anteriormente tratamos han sacado una fe más firme "en un solo 
Dios Padre Todopoderoso y en nuestro Señor Jesucristo, su Hijo 
unigénito, y en el Espíritu Santo Paráclito"...". 
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S. Cirilo de Jerusalén, Catequesis XVII,38:
"Y el mismo Dios de todas las cosas, que habló en el Espíritu 
Santo por los profetas; que lo envió a los apóstoles el día de 
Pentecostés en este lugar donde estamos, que os lo envíe también 
a vosotros y que asimismo por él nos proteja a nosotros, 
otorgándonos su bien a todos. De este modo, en todo tiempo 
produciremos los frutos del Espíritu Santo: amor, alegría, paz, 
paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de 
sí, en Cristo Jesús Señor nuestro. Por el cual y con el cual, 
juntamente con el Espíritu Santo, sea gloria al Padre ahora y 
siempre, por los siglos de los siglos, Amén". 
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De las Catequesis de Jerusalén (Catequesis 20, Mistagógica 2), 
4-6: PG 33,1079-1082):

Fuisteis conducidos a la santa piscina del divino bautismo, como 
Cristo desde la cruz fue llevado al sepulcro.
Y se os preguntó a cada uno si creíais en el nombre del Padre y 
del Hijo y del Espíritu Santo. Después de haber confesado esta fe 
salvadora, se os sumergió por tres veces en el agua y otras tantas 
fuisteis sacados de la misma: con ello significasteis, en imagen y 
símbolo, los tres días de la sepultura de Cristo.
Pues, así como nuestro Salvador pasó en el seno de la tierra tres 
días y tres noches, de la misma manera vosotros habéis imitado con 
vuestra primera emersión el primer día que Cristo estuvo en la 
tierra, y, con vuestra inmersión, la primera noche. Porque, así como 
de noche no vemos nada y, en cambio, de día lo percibimos todo, 
del mismo modo en vuestra inmersión, como si fuera de noche, no 
pudisteis ver nada; en cambio, al emergeros pareció encontraros en 
pleno día; y en un mismo momento os encontrasteis nuevos y 
nacidos, y aquella agua salvadora os sirvió a la vez de sepulcro y 
de madre.
Por eso os cuadra admirablemente lo que dijo Salomón, a 
propósito de otras cosas: Tiempo de nacer, tiempo de morir; pero a 
vosotros os pasó esto en orden inverso: tuvisteis un tiempo de morir 
y un tiempo de nacer, aunque en realidad un mismo instante os dio 
ambas cosas, y vuestro nacimiento se realizó junto con vuestra 
muerte.
¡Oh maravilla nueva e inaudita! No hemos muerto ni hemos sido 
sepultados, ni hemos resucitado después de crucificados en el 
sentido material de estas expresiones, pero, al imitar estas 
realidades en imagen hemos obtenido así la salvación verdadera.
Cristo sí que fue realmente crucificado y su cuerpo fue realmente 
sepultado y realmente resucitó; a nosotros, en cambio, nos ha sido 
dado, por gracia, que, imitando lo que él padeció con la realidad de 
estas acciones, alcancemos de verdad la salvación.
¡Oh exuberante amor para con los hombres! Cristo fue el que 
recibió los clavos en sus inmaculadas manos y pies, sufriendo 
grandes dolores, y a mí, sin experimentar ningún dolor ni ninguna 
angustia, se me dio la salvación por la comunión de sus dolores.
No piense nadie, pues, que el bautismo fue dado solamente por 
el perdón de los pecados y para alcanzar la gracia de la adopción, 
como en el caso del bautismo de Juan, que confería sólo el perdón 
de los pecados; nuestro bautismo, como bien sabemos, además de 
limpiarnos del pecado y darnos el don del Espíritu es también tipo y 
expresión de la pasión de Cristo. Por eso Pablo decía: ¿Es que no 
sabéis que los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo Jesús 
fuimos incorporados a su muerte? Por el bautismo fuimos 
sepultados con él en la muerte. 
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De las Catequesis de Jerusalén (Catequesis 21 [Mistagógica 
3],1-3: PG 33,1087-1091):

Bautizados en Cristo y revestidos de Cristo, habéis sido hechos 
semejantes al Hijo de Dios. Porque Dios nos predestinó para la 
adopción, nos hizo conformes al cuerpo glorioso de Cristo. Hechos, 
por tanto, partícipes de Cristo, (que significa Ungido), con toda 
razón os llamáis ungidos y Dios mismo dijo de vosotros: No toquéis 
a mis ungidos.
Fuisteis convertidos en Cristo al recibir el signo del Espíritu 
Santo: pues con relación a vosotros todo se realizó en símbolo e 
imagen; en definitiva, sois imagen de Cristo.
Por cierto que él, cuando fue bautizado en el río Jordán comunicó 
a las aguas el fragante perfume de su divinidad y, al salir de ellas, 
el Espíritu Santo descendió subtancialmente sobre él como un igual 
sobre su igual.
Igualmente vosotros, después que subisteis de la piscina, 
recibisteis el crisma, signo de aquel mismo Espíritu Santo con el que 
Cristo fue ungido. De este Espíritu decía el profeta Isaías en una 
profecía relativa a sí mismo pero en cuanto que representaba al 
Señor: El Espíritu del Señor está sobre mi, porque el Señor me ha 
ungido; me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren.
Cristo, en efecto, no fue ungido por los hombres, su unción no se 
hizo con óleo o ungüento material, sino que fue el Padre quien lo 
ungió al constituirlo Salvador mundo, y su unción fue el Espíritu 
Santo tal como dice san Pedro: Jesús de Nazaret, ungido por Dios 
con la fuerza del Espíritu Santo, y anuncia también el profeta David: 
Tu trono, oh Dios, permanece para siempre; cetro de rectitud es tu 
cetro real. Has amado la justicia y odiado la impiedad: por eso el 
Señor, tu Dios, te ha ungido con aceite de júbilo entre todos tus 
compañeros.
Cristo fue ungido con el aceite espiritual de júbilo, es decir, con el 
Espíritu Santo, que se llama aceite de júbilo, porque es el autor y la 
fuente de toda alegría espiritual, pero vosotros, al ser ungidos con 
ungüento material, habéis sido hechos partícipes y consortes del 
mismo Cristo.
Por lo demás no se te ocurra pensar que se trata de un simple y 
común ungüento. Pues, de la misma manera que, después de la 
invocación del Espíritu Santo, el pan de la Eucaristía no es ya un 
simple pan, sino el cuerpo de Cristo, así aquel sagrado aceite, 
después de que ha sido invocado el Espíritu en la oración 
consecratoria, no es ya un simple aceite ni un ungüento común, 
sino el don de Cristo y del Espíritu Santo, ya que realiza, por la 
presencia de la divinidad, aquello que significa. Por eso, este 
ungüento se aplica simbólicamente sobre la frente y los demás 
sentidos, para que mientras se unge el cuerpo con un aceite visible, 
el alma quede santificada por el santo y vivificante Espíritu.