EL ESPÍRITU SANTO EN LOS PADRES DE LA IGLESIA (8)
SAN GREGORIO MAGNO
Gregorio de Elvira, Tratados II,25.29.30:
"Los cuales, por esto mismo, se comparan en cierto modo a la
flor de harina, y que primero, como los granos sanos y fuertes, han
sido separados de la paja de las gentes por el soplo del Espíritu
Santo y han sido triturados por la muela de la ley, a fin de que, si
había alguna dureza, fuera ablandada; después, liberados del
salvado de los pecados, cual ofrenda de la fe de pueblos creyentes,
pura y cándida como la flor de harina, han sido purificados... Las
tres medidas de flor de harina, con las que hizo Sara los panes
cocidos en el rescoldo, dije que representaban a los tres hijos (de
Noé), de los que ha nacido todo el género humano, del que los
creyentes en la Trinidad divina, es decir, en el Padre, en el Hijo y en
el Espíritu Santo, habían de ser bañados en el agua del bautismo
por ministerio de la Iglesia, de la que era imagen Sara, y habían de
ser reunidos en el único pan del cuerpo de Cristo... Los panes eran
ázimos, esto es, sin levadura, como se ha dicho, porque debemos
mantenernos sin levadura de malicia, sin la agitación de la maldad
ni de la doctrina perversa; cocidos en el rescoldo, porque
convertidos por medio de la penitencia al sacramento del bautismo
y cocidos por el calor del Espíritu Santo, teníamos que ser
aceptables a Dios, como alimentos agradables".
Gregorio de Elvira, Tratados III,23:
"Esto significaba que algunos de aquel pueblo buscarían
refrigerio junto a la cruz de Cristo, a la sombre de su poder y que,
abiertos los ojos de su corazón, verían la fuente de agua viva, esto
es, a Cristo, de modo que, regada y saciada en ella la sequedad de
su mente, floreciese en el Espíritu Santo".
Gregorio de Elvira, Tratados IV,29:
"Por lo demás, entre nosotros, donde la que pare a Cristo es
virgen y el Espíritu Santo, del que ha sido concebido, es más virgen
todavía, la madre Iglesia realiza la circuncisión de la virginidad en
muchos creyentes, mientras que aquella circuncisión fue dada para
frenar la lujuria y mostrar al mismo tiempo un signo de la culpa, de
la estirpe y de la figura".
Gregorio de Elvira, Tratados VI,19.59:
"El espíritu profético lo llamó buey, porque El mismo arrastró al
patíbulo el arado primero de la cruz, y después de arar así los
duros corazones de los gentiles, los preparó convenientemente
para la simiente, esto es, el Espíritu Santo... Y, por eso, llama
dientes del Señor a los apóstoles que enseñaban por medio de la
lengua de Dios, esto es, del Espíritu Santo... ; y como esta lengua
es el Espíritu Santo, por ello, los apóstoles, llenos del Espíritu
Santo, proclamaron con la expresión adecuada los misterios de la
palabra divina"
Gregorio de Elvira, Tratados VII,15:
"Por lo demás, los tres meses suman noventa días. Cuarenta
días pasó el Señor en soledad y fue tentado por el diablo antes de
su pasión; y cincuenta días después de su resurrección, envió el
Espíritu Santo a los creyentes. Finalmente, después de este tiempo,
como dije, enviado el Espíritu Santo, se dio a conocer a todos los
pueblos el que, para Israel, estaba escondido en la ley y los
profetas".
Gregorio de Elvira, Tratados IX,17.18:
"... Los huesos no serán quebrados, porque el poder de Cristo
es invicto; si algo sobrara, será consumido por el fuego, es decir, si
el hombre no es capaz de entender algo sobre Cristo, quede ello
reservado al Espíritu Santo, ya que la Escritura atestigua que el
Espíritu Santo vino, como fuego, sobre los creyentes... Por lo tanto,
la cabeza de Cristo es el Padre; las entrañas la misma Palabra
divina,... finalmente, el Espíritu Santo ha tenido como pies a los
apóstoles por medio de los cuales corrió, anunciando la verdad".
Gregorio de Elvira, Tratados XI,4:
"Pues uno solo es Dios y también su Verbo, o sea, el Hijo de
Dios, y uno solo el Espíritu Santo, que obra todo en todos (1 Cor
12,6) y que habló de manera figurada en la ley y de manera
manifiesta en los apóstoles...".
Gregorio de Elvira, Tratados XI,27.28:
"Pues así como las manzanas púnicas están externamente
protegidas por la sólida corteza, que ni se desprende por la
violencia del viento ni por ninguna otra inclemencia, así también la
Iglesia, protegida por el poder del Espíritu Santo y suspendida, por
la solidez de su fe, en la cruz de Cristo, perdura, con firme y estable
perseverancia frente a todos los torbellinos del mundo, en el árbol
del que es fruto, es decir, en el leño de la cruz..., así también la
Iglesia, aunque protegida, como ya dije, por el poder de un único
Espíritu Santo, contiene, encerrada en sí, una multitud de
creyentes...".
Gregorio de Elvira, Tratados XII,10.22:
"Grande es la gracia, grande la fuerza, grande la indulgencia y la
felicidad que Cristo ha regalado a la Iglesia proveniente de los
gentiles, hasta tal punto que, renovada con los legítimos preceptos
y santificada por la gracia del evangelio, llegó a ser casta esposa
del único Espíritu Santo la que en otro tiempo había sido meretriz
Pues primero la palabra de la ley entra en el catecúmeno como en
el albergue del cuerpo, después el misterio del sacramento esconde
al competente en el secreto del alam como en la pérgola del lino, y
en tercer lugar al fiel se le lleva a las partes superiores de la casa a
través de los distintos grados de las virtudes hasta el culmen del
Espíritu Santo"".
Gregorio del Elvira, Tratados XIV,26
"Este barro, contaminado por los vicios y ensuciado con las
manchas del pecado de Adán, fue roto como castigo de la
transgresión, porque no había sido todavía cocido por el fuego del
Espíritu en el horno de la Iglesia; por eso fue roto y modelado de
nuevo como arcilla en el agua del bautismo, para que el artesano
que es el Señor, al que se le llama alfarero, hiciera apta y capaz de
recibir la gracia celestial al alma sumergida en la piscina bautismal y
puesta luego en el torno del evangelio, y torneada por los
reiterados movimientos de las profesiones (de fe), compactada con
las promesas (bautismales), comprimida por los vínculos de la
disciplina y encendida por el calor del Espíritu Santo".
Gregorio de Elvira, Tratados XVI,8.9.10:
"Escuchad el consejo del Espíritu Santo. Pues en casi todas las
Escrituras se procede de modo que no se mantiene en el relato el
orden natural de los hechos... Fue, pues, necesario que desde
entonces el Espíritu Santo velara por el hombre y le hablase por
medio de las parábolas y figuras... Por esta razón las Escrituras
fueron redactadas en parábolas, con palabras oscuras y el orden
trastocado, para que el enemigo lo ignorase... y nadie entendiera el
pensamiento del Espíritu Santo, sino aquel que poseyese este
mismo Espíritu que habló en los profetas...".
Gregorio de Elvira, Tratados XX,5.8.11.16.17.18.20.21:
"Así pues, esta lectura que se ha proclamado, muestra el don del
Espíritu Santo, otorgado a los apóstoles el día de Pentecostés, y
prometido desde antiguo a los creyentes por el Señor por medio de
los profetas... Así, pues, dispongamos todos nuestros sentidos y
toda la capacidad de nuestra alma para recibir este Espíritu Santo,
porque así dice el Señor en el evangelio: 'El Padre no da el Espíritu
con medida' (Jn 3,34), sino que lo otorga abundante y
generosamente. Así como quien quiere sacar agua de un río
grande e inmenso, sacará tanta, cuanta quepa en el recipiente que
haya traído, así también el corazón del hombre recibirá tanto
Espíritu, cuanto pueda recoger y sacar según su disposición y su
fe. Este Espíritu Santo, que vino en forma de lenguas de fuego y
llenó los corazones de todos los creyentes con el poder de su
majestad, no es nuevo en el evangelio, sino que renovado en Cristo
ha sido dado a todos... este Espíritu, al que unas veces llama
Paráclito, y otras Espíritu de la verdad, es el mismo que en los
profetas reprendió al pueblo judío y en los apóstoles dio consuelo a
los gentiles... Fue, pues, necesario que el Espíritu Santo viniera
primero a aquel hombre, del que se había vestido el Verbo de Dios,
y así, por medio de él, como desde la fuente de sus virtudes, se
desbordase también hasta nosotros, al ser distribuida la gracia del
mismo Espíritu; porque tanta virtud del Espíritu Paráclito no podía
habitar en un cuerpo humano, si antes no se hubiese habituado a la
carne del Hijo de Dios; y así, una vez acostumbrado a venir al Hijo
de Dios, permaneciera desde entonces en el hombre y se hiciera
presente en toda carne bautizada en Cristo... Y, por eso, en Cristo
sobrevino toda la plenitud del Espíritu Santo, porque El es el cuerpo
íntegro de toda la Iglesia; pero en nosotros, que somos contados
entre sus miembros, se nos ha distribuido los dones o carismas del
mismo Espíritu en particular, de modo que, con la pregustación de
esas gracias, como de la fuente de los dones y de las obras que es
Cristo, llegasen hasta nosotros las corrientes del mismo Espíritu...
Nadie, apoyado en este Espíritu, niega que Cristo es verdadero
Dios y verdadero Hijo unigénito de Dios, nacido del ingénito, nadie
rechaza a Dios creador, nadie alega ninguna palabra suya contra
las Escrituras, nadie establece dogmas diferentes y sacrílegos,
nadie suscribe otras leyes, nadie corrompe la fe, porque quien
blasfeme contra este Espíritu, 'no alcanzará el perdón ni en este
mundo ni en el futuro? (Mc 3,29)... Este Espíritu da en los apóstoles
un testimonio de Cristo, muestra en los mártires una fe animosa en
la religión, lleva a cabo en las vírgenes la admirable constancia de
una carne consagrada, guarda incorruptos e incontaminados en los
demás los derechos de la doctrina del Señor, destruye a los
herejes, corrige a los perversos, denuncia a los que no son fieles,
descubre a los hipócritas, reprime a todos los malos, guarda la
perpetua virginidad de la Iglesia incorrupta e inmaculada. Este es,
digo, el Espíritu que en este día, el día de Pentecostés, fue enviado
por Dios a la Iglesia, el que no hace distinción de edad, ni
separación de sexos, ni acepción de personas, sino que se entrega
y se da a cada uno según el mérito de su fe, porque no elige la
edad o la persona, sino el alma, a la que se entrega de buen
grado... Así pues, para recibir este Espíritu, amadísimos hermanos,
hemos de preparar nuestra alma y nuestra mente con toda santidad
y justicia Finalmente, los apóstoles, confirmados por este Espíritu,
no temieron ni la cárcel ni las cadenas por el nombre de Cristo,
teniendo en sí los dones que este mismo Espíritu distribuye y
confiere como ornato a la Iglesia...; en la Iglesia El instruye a los
profetas, enseña a los maestros, otorga el don de lenguas, concede
el poder de curación, realiza obras maravillosas, ayuda en el
gobierno, sugiere buenos consejos y acumula todos los demás
dones, para que la Iglesia de Dios sea guardada perfecta en todo
bajo la protección de este Espíritu".
Gregorio-Magno-SAN, Comentario moral a Job V,50:
"Oír la palabra secreta es percibir con el corazón la voz del
Espíritu Santo. Pero esta palabra la conoce solamente quien la
acoge. A esta palabra secreta se refiere la Verdad cuando dice: 'Yo
pediré al Padre, que os dará otro Consolador para que permanezca
con vosotros para siempre, el Espíritu de Verdad, que el mundo no
puede recibir' (Jn 14,16-17). El Paráclito, el otro Consolador, del
género humano, que en sí mismo es invisible, después de la
ascensión del Señor enciende el deseo de las cosas invisibles en
los corazones que llena. Y dado que los corazones mundanos aman
solamente lo que ven. El mundo no puede recibir el Espíritu porque
es incapaz de elevarse al amor de las cosas invisibles... La
inspiración del Espíritu Santo es una palabra secreta que puede ser
percibida, pero es imposible expresarla mediante el sonido de las
palabras. Por lo tanto, cuando la inspiración divina sin ruido eleva al
alma, se oye una palabra secreta, porque la voz del Espíritu
resuena al oído del corazón silenciosamente.
S. Gregorio M., Homilías a los Evangelios XXX,1-2:
"Repasemos brevemente la página evangélica para poder
detenernos más largamente a contemplar el misterio que hoy
celebramos. Hoy, de hecho, el Espíritu Santo... se posó sobre los
apóstoles, transformó en su amor sus mentes carnales, y, mientras
fuera aparecieron lenguas de fuego, dentro los corazones se
inflamaron. Porque acogiendo a Dios que se manifestaba en el
fuego, ardieron suavemente de amor... Quien desea a Dios con
todo el alma posee ya aquello que ama...".
S. Gregorio M., Homilías a los Evangelios XXX,5:
"El Espíritu Santo apareció como fuego, porque ahuyenta la
frialdad y la torpeza de los corazones en que penetra y enciende en
ellos el deseo de la eternidad... Los predicadores tienen lenguas de
fuego porque anunciando a Dios a quien debe dirigirse nuestro
amor, inflaman el corazón de los que le escuchan. Permanece sin
fruto la palabra de quien enseña si no logra suscitar llamas de
amor... Escuchando la Palabra el ánimo arde, la frialdad del corazón
desaparece, la mente anhela a Dios libra de las pasiones terrenas".
S. Gregorio M., Morales XXIII,20:
"Así como Eliu se infla de orgullo como si hablase movido por el
amor, encendido por el ardor del Espíritu Santo, parangona el
sentimiento de su espíritu al vino que fermenta de un modo
incontenible. Y justamente dice que 'rompe los odres nuevos',
porque no solo la vida vieja, ni siquiera la nueva, logra contener el
ardor del Espíritu Santo. El vino que fermenta rompe los odres
nuevos porque la potencia de su ardor supera también los
corazones espirituales".
S. Gregorio M., Homilías a los Evangelios XXX,8:
"Sabemos cuán incierto y tímido fue, antes de la bajada del
Espíritu Santo, este pastor de la Iglesia...A la voz de una mujer, por
miedo a morir, renegó la Vida. Pensemos también que Pedro negó
en la tierra mientras que en la cruz el ladrón reconoció a Cristo...
Pero escuchemos el cambio que se dio en un hombre tan lleno de
miedo, después de la bajada del Espíritu Santo... He aquí que
Pedro se alegra cuando es flagelado mientras que anteriormente se
llenaba de miedo cuando oía las palabras. Lleno de miedo cuando
la criado lo interrogaba, después de la venida del Espíritu Santo
derrota la violencia de los poderosos incluso en la persecución. Es
hermoso contemplar el poder de esta fuerza divina trayendo a la
memoria algunas grandes figuras de los dos Testamentos. He aquí
delante de mis ojos a David, Amós, Daniel, Pedro, Pablo, Mateo. El
Espíritu baja sobre un niño que toca el arca y hace de salmista,
sobre un pastor para ser un profeta, sobre un niño que vive
separado y lo hace juez de ancianos, sobre un pescador para
enviarlo a anunciar a todos la Palabra, sobre un perseguidor para
convertirlo en doctor de las gentes, sobre un publicano para llegar
a ser evangelista. ¿Qué grande es el poder del Espíritu¡ Ningún
obstáculo le impide enseñar la Verdad que quiere anunciar y,
apenas toca la mente, la ilumina. Transforma el alma humana
apenas ha tomado posesión, renueva lo que encuentra y regala lo
que antes uno no poseía".
Gregorio de Elvira, De fide 8:
"Y veneramos a Dios Espíritu Santo, no ingénito ni engendrado,
no creado ni hecho, sino del Padre y del Hijo..." (Gregorio de Elvira,
Libellus fidei 3). "El Espíritu Santo... no es engendrado ni ingénito,
no ha sido creado ni hecho, sino que procede del Padre, coeterno e
igual al Padre y al Hijo y obra juntamente con el Padre y el Hijo..."
(Gregorio de Elvira, Fides catholica 3). "Nos envió el Espíritu Santo
que es de su propia y misma substancia... como está escrito por la
boca de Dios: 'Derramaré mi espíritu sobre mis siervos y sobre mis
siervas' y también: 'El Espíritu procederá de mí' Y el mismo Señor y
Salvador nuestro dice: 'Recibirá de lo mío': de aquello que es el
Hijo, porque también el Hijo es de aquello que es el Padre".
S. Gregorio M., Comentario a 1 Reyes IV, 76-77:
"En la Iglesia hay algunos fuertes por soberbia y arrogancia.
Hacen cosas grandes; pero cuando los hombres cesan de alabar
aquello que hacen, dejan de hacer aquellas cosas grandes. Es,
pues, un valiente quien tiene del Espíritu Santo la fuerza que
manifiesta en sus obras buenas. Refiriéndose a esta fuerza Ana en
su cántico profetizó: 'Los débiles son revestidos de fuerza' (1 Sam.
2,4). Esta fuerza el Señor se la promete a sus discípulos diciendo:
'Permaneced en la ciudad, hasta que no seáis revestidos con el
poder de lo alto' (Lc 24,49). Robustecido por esta fuerza caminaba
aquel de quien se ha escrito: 'Jesús volvió a Galilea con el poder
del Espíritu' (Lc 4,14)... porque los elegidos, cuando predican las
verdades más elevadas, demuestran fuerzas ingentes: todo lo que
mandan de elevado, todo lo que grande realizan, lo hacen con la
fuerza del Espíritu Santo...".
S. Gregorio M., Comentario a 1 Reyes I,97:
" 'El arco de los fuertes se ha roto, pero los débiles son
revestidos de fuerza' (1 Sam 2,4). El término 'vigor' se refiere al
poder del Espíritu Santo... Justamente la gracia del Espíritu Santo
se denomina 'vigor' cuando los elegidos, recibiéndola, se hacen
fuertes contra todas las adversidades de este mundo... El vigor del
Espíritu venció el temor, superó los terrores, las amenazas y las
torturas, a los que revistió cuando descendió sobre ellos; les
adornó con las insignias de una maravillosa audacia para el
combate espiritual; tanto que en medio de los castigos, a las
torturas y a los ultrajes no solo no temieron sino que exultaron de
alegría".
S. Gregorio M., Comentario a 1 Reyes IV,180:
"Con la venida del Espíritu Santo en cada uno de nosotros ha
nacido la sabiduría, el entendimiento, el consejo, la fortaleza, la
ciencia, la piedad y el temor del Señor; se propaga en el alma como
una posteridad duradera, una posteridad que conserva nuestra
noble estirpe para una vida tanto más larga cuanto nos une al amor
de la eternidad" (S. Gregorio M., Comentario a Job I,38). "... Pero
nosotros, que en nosotros mismos nos vemos decaer, cuando nos
invade el Espíritu somos renovados: nos convertimos de repente en
aquello que no éramos... Ha sido transformado en un hombre
diverso: ha comenzado a ser aquello que no podía ser antes que el
Espíritu lo invistiese... Ha sido convertido en un hombre distinto,
aquel que, con la venida del mismo Espíritu, recibe la gracia de la
compunción, que antes de la venida del Espíritu Santo no tenía...
ha sido transformado en un hombre distinto que ve que es lo que
no era y que no es lo que había sido. Por lo tanto dijo rectamente a
Saúl: 'Tú serás transformado en un hombre diverso' (1 Sam 10,6);
porque los predicadores de la santa Iglesia, cuando reciben la
gracia de la predicación, no reciben solo la ciencia de la Palabra,
sino también la fuerza del amor, para poder ayudar a los otros con
la Palabra a llegar a ser, con el amor de la Palabra, ellos mismos
cada día mejores. En efecto, el predicador cuando habla se
transforma en un hombre distinto. Porque cuando el Espíritu habla
por medio de él, él con la misma admirable caridad seune al mismo
Espíritu, no se separa de su voluntad ni con la palabra ni con las
obras. La Sagrada Escritura eleva a un hombre así cuando dice:
'Quien se une al Señor forma con él un solo espíritu' (1 Cor 6,17)".
S. Gregorio M., Morales XVIII,60:
"Mediante el don del Espíritu la santa Iglesia comprende lo que
antes la sinagoga por medio de la letra no era capaz de
comprender. Por eso Moisés cuando hablaba al pueblo, se tapaba
la cara, para significar que el pueblo judío conocía los preceptos de
la ley no estaba ciertamente capacitado para ver la claridad de la
ley... No es de ningún modo posible penetrar el sentido de la
palabra de Dios sin su sabiduría. Quien no recibe el Espíritu no
puede de ningún modo conocer la palabra".
S. Gregorio M., Morales XI,14-15:
"El agua puede simbolizar la gracia del Espíritu Santo... He aquí
que la tierra del corazón humano, regada por la gracia, ahora
soporta voluntariamente los insultas que antes no podía soportar;
ahora distribuye lo que es suyo, antes se quedaba con lo que era
de otros; ahora mortifica la carne con la abstinencia, antes, en la
saciedad de la carne, cedía a las seducciones torpes y mortíferas;
ahora ama también a los perseguidores, el mismo que antes no era
capaz de amar ni siquiera a los que le amaban. De este modo
cuando el don divino viene infundido en el alma del hombre, éste
empieza a actuar de modo contrario a sus costumbres".
S. Gregorio M., Morales XXVII,62:
"¿Qué ciencia es, pues, la nuestra si, mientras estamos
oprimidos por el peso de la condición mortal, está ofuscada por la
misma nube de su incertidumbre?... Mientras vivamos en este
mundo, sabemos perfectamente lo que debemos saber solamente
cuando, progresando en la inteligencia, reconocemos que nada
conocemos de modo perfecto. Unicamente por don del Espíritu
Santo es como el corazón humano es perfectamente amaestrado,
no solo sobre la ciencia sino también sobre la propia ignorancia".
S. Gregorio M., Diálogos I,1:
"...Es verdad que algunos son de tal modo interiormente
amaestrados por la enseñanza del Espíritu Santo que también
cuando falta exteriormente la disciplina del magisterio humano, no
decrece la guía del maestro interior. Pero su libertad de vida no
debe tener por modelo a los débiles, pues debe evitar que, si uno
se cree lleno del Espíritu Santo, no tenga a bien el ser discípulo de
un hombre y se convierta en maestro de error. El alma que está
habitada por el Espíritu Santo se reconoce de un modo evidente
por dos signos característicos: los carismas y la humildad...".
S. Gregorio M., Morales V,65:
"El Espíritu Santo, de hecho, cuando se da a conocer a nuestra
debilidad, se manifiesta o bien con el rumor del viento impetuoso o
con el rumor de la brisa suave. Cuando viene es, al mismo tiempo,
impetuoso y suave. Suave porque para darse a conocer se adapta
más de lo que era de esperar a nuestros sentidos. Impetuoso
porque iluminando con toda la suavidad nuestra ceguera, golpea
nuestra debilidad. Nos toca suavemente con su luz pero golpea
potentemente nuestra pobreza".
De las homilías de san Gregorio Magno, papa, sobre los
evangelios
(Libro 2, homilía 36, 11-13: PL 76, 1272-1274):
Quiero exhortaros a que dejéis todas las cosas, pero quiero
hacerlo sin excederme. Si no podéis abandonar todas las cosas del
mundo, al menos poseedlas de tal forma que por medio de ellas no
seáis retenidos en el mundo. Vosotros debéis poseer las cosas
terrenas, no ser su posesión; bajo el control de vuestra mente
deben estar las cosas que tenéis, no suceda que vuestro espíritu
se deje vencer por el amor de las cosas terrenas y, por ello, sea su
esclavo.
Las cosas terrenas sean para usarlas, las eternas para
desearlas; mientras peregrinamos por este mundo, utilicemos las
cosas terrenas, pero deseemos llegar a la posesión de las eternas.
Miremos de soslayo todo lo que se hace en el mundo; pero que los
ojos de nuestro espíritu miren de frente hacia lo que poseeremos
cuando lleguemos:
Extirpemos completamente nuestros vicios, no sólo de nuestras
acciones, sino también de nuestros pensamientos. Que la
voluptuosidad de la carne, la vana curiosidad y el fuego de la
ambición no nos separen del convite eterno; al contrario, hagamos
las cosas honestas de este mundo como de pasada, de tal forma
que las cosas terrenas que nos causan placer sirvan a nuestro
cuerpo, pero sin ser obstáculo para nuestro espíritu.
No nos atrevemos, queridos hermanos, a deciros que dejéis
todas las cosas. Sin embargo, si queréis, aun reteniendo las cosas
temporales, podéis dejarlas, si las administráis de tal forma que
vuestro espíritu tienda hacia las cosas celestiales. Porque usa del
mundo, pero como si no usase de él, quien toma todas las cosas
necesarias para el servicio de su vida, y, al mismo tiempo, no
permite que ellas dominen su mente, de modo que las cosas
presten su servicio desde fuera y no interrumpan la atención del
espíritu, que tiende hacia las cosas eternas. Para los que así obran,
las cosas terrenas no son objeto de deseo, sino instrumento de
utilidad. Que no haya, por lo tanto, nada que retarde el deseo de
vuestro espíritu, y que no os veáis enredados en el deleite que las
cosas terrenas procuran.
Si se ama el bien, que la mente se deleite en los bienes
superiores, es decir, en los bienes celestiales. Si se teme el mal,
que se piense en los males eternos, y así, recordando dónde está
el bien más deseable y el mal más temible, no dejaremos que
nuestro corazón se apegue a las cosas de aquí abajo.
Para lograr esto, contamos con la ayuda del que es mediador
entre Dios y los hombres; por su mediación, obtendremos
rápidamente todo, si estamos inflamados de amor hacia él, que vive
y reina con el Padre y el Espíritu Santo, y es Dios, por los siglos de
los siglos. Amén.