COMENTARIOS AL EVANGELIO
Jn 17, 20-26

 

1. UNIDAD/CRS:

Tercera y última parte del discurso de Cristo después de la Cena. El Señor vuelve al primer motivo de su plegaria, anunciado ya en el v. 11: el tema de la unidad de los discípulos (vv. 21, 23), que tiene su fundamento en el conocimiento del Padre (vv. 24, 36).

Como San Pablo, San Juan pone la unidad de los cristianos en dependencia de la muerte de Cristo (Jn 11, 50-52): la reconciliación de los hombres con Dios, adquirida por la cruz, les lleva a reconciliarse entre ellos (Ef 2, 13-22).

Pero Juan descubre el fundamento de la unidad entre los creyentes en la unidad que existe entre el Padre y el Hijo. Mientras el mundo incita al hombre a la autonomía, Cristo ha venido a dar testimonio de una vida vivida en dependencia y en apertura.

Por esta razón, la unidad de los creyentes es el signo vivo de la unidad de Cristo con su Padre. Pero del mismo modo que los hombres deben participar de un mismo pan eucarístico para ser uno (1 Cor 10, 17), necesitan participar en la única vida divina (la gloria) para realizar esa unidad. Esta no consiste en una conformidad, sino en la transparencia del uno al otro ("Tú en Mí y Yo en Tí", v. 22).

Sin embargo, el proyecto de una unidad tan perfecta solo se realizará en la escatología (v. 24), cuando la plenitud de la vida anime a los hombres como anima al Señor. Mientras llega esta plenitud, se ofrecen dos vías a los creyentes: el conocimiento y el amor (vv. 25-26).

En dos pasajes de la liturgia de este día (Jn 4, 7-11; 2 lect., 2 ciclo y Jn 17, 20-26), Juan traspasa una parte del misterio divino proyectando sobre Dios dos palabras que evocan la experiencia humana: amor y unidad. Estos son quizá los dos pasajes más explícitos de todo el Nuevo Testamento sobre el misterio de Dios; y el procedimiento de Juan es perfectamente normal: puesto que somos creados a imagen del Invisible, es normal que nuestro amor y nuestro deseo de unidad sean irradiación de Dios.

Podemos, pues, acercarnos a Dios por la experiencia humana del amor y de la unidad. En primer lugar, el amor supone una participación. Se puede hablar del amor de un padre por su hijo ingrato, o del amor de una esposa por su esposo infiel; por muy dramáticos y nobles que sean, estos amores son incompletos; les falta la alegría inherente a todo amor; sólo conseguirán su plenitud en la participación y la reciprocidad. Este es, por otra parte, el sentido de la oración de Cristo por la unidad de los cristianos.

Esta unidad no es solamente una conformidad con las mismas estructuras, ni habitación bajo un mismo techo, sino, sobre todo, participación y reciprocidad: "Tú en Mí y Yo en Ti". Decir que Dios es amor, es decir que no puede vivir solo en su trascendencia, es decir, que El quiere compartir y que espera una reciprocidad.

Además, el amor es la sola actividad humana que colma el abismo de alteridad hasta el punto de que el que ama tiende a convertirse en la persona amada, y recíprocamente. Dios es amor; esto significa ineludiblemente, siendo el hombre el único "otro" que Dios puede encontrar; Dios es amor, es decir, Dios solo puede desear -y hacer todo lo posible para ello- que el hombre que El ha amado, Jesús primero y después toda la humanidad, sean como El.

A/GRATUIDAD: Pero el amor es también dolor y sufrimiento. El amor de la madre se convierte en sufrimiento por el hijo que está enfermo. En el hombre la cosa es evidente: yo no espero nunca tener conciencia de ser amado; espero solo los signos y las palabras por las cuales ese amor se expresa, y luego mi pensamiento interpreta a su modo esos signos y esas palabras. Me siento llevado hacia el otro y luego vuelvo hacia mí. La amistad constituye una alianza real; nunca es transparente. Hay siempre una opacidad: el otro sigue siendo siempre inaprehensible. Solo en la prostitución puede el otro ser aprehendido, porque entonces no es más que un cuerpo; pero entonces el amor no es más que una palabra vacía de contenido.

Así, pues, el amor es el único camino que puede llevar a Dios, porque es la experiencia que preserva más totalmente la alteridad del otro y respeta de modo más total a Dios en su trascendencia.

El amor es el lugar en que se experimenta más la separación.

A/PERDON: Finalmente, el amor es siempre gratuidad e iniciativa. Entre los seres que se aman hay como una especie de competición para ser el primero en amar. Este es el sentido de los regalos, que no consisten solamente en ofrecer al otro algo útil, sino también en ofrecerle algo inútil y gratuito con tal que eso signifique: "Mira, yo te he amado antes" (1 Jn 4, 10). Amar es, pues, dar sin ánimo de recibir y, por tanto, también perdonar; pero es también aceptar que el otro dé y acercarse a él sabiendo que también él tiene un regalo para nosotros. Así es Dios: el primero en amar y en perdonar ("en remisión de los pecados": 1 Jn 4, 10), pero también alguien que escucha al hombre amado y está atento a los regalos que este le hace.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág. 246


2.

La lectura empieza en el momento en que la oración de Jesús por los discípulos que le son contemporáneos pasa a ser oración por todos los que en el futuro serán discípulos: es la oración por la Iglesia.

El centro de la oración de Jesús es la súplica por la unidad de los discípulos. Tiene su principio y modelo en la unión entre el Padre y el Hijo y tiene su objetivo y finalidad apostólica: dar testimonio de Jesús y ayudar a creer.

Se trata de una relación que engloba toda la personalidad del creyente, es una relación vital. Sólo así se supera el riesgo de llegar a ser funcionario de la salvación y se puede experimentar el gozo de la presencia. Entonces Cristo puede continuar la revelación del Padre a través de la palabra y de la vida de perfecta comunión de los creyentes.

Durante su vida Jesús ha dado a sus discípulos su palabra y el discípulo se ha caracterizado por el hecho de acogerla y guardarla (Jn 17, 16). La misión del discípulo es ahora la de difundir esta palabra y conquistar así hombres que crean en Jesús a través de la palabra.

El contenido de la palabra se describe como creer que el Padre ha enviado a Jesús y que lo ha hecho por amor.

Es esencial recordar que la comunión con Jesús es imposible sin el amor fraterno. Así como el amor fraterno crea unidad, así la comunión con Jesús debe crear la comunión entre los creyentes.

El primer tema de esta lectura es la permanencia y continuación de la obra salvífica de Jesús. Jesús quiere que su obra continúe después de su muerte y resurreción. La difusión de la obra de Jesús sólo es posible si los discípulos son una sola cosa, si están en comunión con él. Por medio de la palabra de los discípulos y la acción del Espíritu debe continuar la conquista de nuevas personas que crean en Jesús. El segundo tema se centra en el futuro de los creyentes. Su fe es un camino que desemboca en la visión de la gloria de Jesús.

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1986/10


3.

Es la última parte de la oración sacerdotal. Están presentes en esta oración todos aquellos que, a lo largo de la historia, creerían en Jesús a través de la palabra de los discípulos". Para ellos Jesús pide la unidad. Una unión semejante a la que existe entre el Padre y el Hijo; más aún, que los creyentes lleguen a participar de la unidad divina. Como el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre, también los creyentes deben estar en ellos para que el mundo crea que Jesús es el enviado del Padre.

La unidad es la expresión y la prueba más evidente del amor. Porque esta unidad por la que ruega Jesús sólo es posible cuando los miembros de la comunidad se aman de tal manera que cada uno se entrega a los demás sin límite. La unidad no se logra dando "cosas", sino dándose uno mismo, entregando la propia persona.

La unión de la comunidad es condición previa para la unión con el Padre y Jesús, fruto del Espíritu. Si existe, la comunidad vive unida con ellos. Si falta, esa unión se hace imposible. Quienes no aman no pueden tener un conocimiento y un trato verdadero con Dios.

Esta unidad de la comunidad ha de ser visible, puesto que Jesús la presenta como testimonio ante el mundo de la veracidad de su misión. El mundo creerá en Dios si lo experimenta en el amor de sus discípulos. Si falta el amor, Jesús aparecerá como un teórico de la utopía humana, como un filósofo más. Sólo si su proyecto de vida se encarna en una comunidad será creíble para los hombres, hartos de palabras bonitas.

Hasta ahora, Jesús ha hecho presente al Padre en la tierra con su vida. En adelante será la comunidad unida en el amor la que muestre su existencia y su amor a la humanidad. Un deseo de Jesús bastante difícil, pero posible, porque él mismo lo está impulsando. "También les di a ellos la gloria que me diste, para que sean uno como nosotros somos uno".

El Señor ha puesto sobre la comunidad este don que Jesús ha recibido personalmente del Padre, -el don de la filiación- el poder ser con él hijos del Padre porque les ha comunicado su propio Espíritu, por eso la comunidad está unida no como resultado de su propio esfuerzo, como una meta moral alcanzada, o por la perfecta organización de la misma, sino que es única y exclusivamente un don de Dios. La comunidad no puede ser por sí misma la que garantiza esa unidad; sólo puede alcanzarla y dar testimonio de la misma por su permanente unión con Jesús. Por eso, mientras la comunidad viva orientada hacia Jesús en persona y haga más caso de la palabra de Jesús que de la palabra de sus miembros, no debe temer por su unidad. Nunca le faltará ese don. Porque es el propio Cristo glorioso y presente el que constituye el centro y también el fundamento de la unidad.

Si la unidad es el don de Cristo, presente en la comunidad, quiere decir también que la comunidad no debe considerar la unidad como una posesión firme, como una meta alcanzada para siempre, sino que está siempre en camino hacia la unidad, en camino hacia la unidad completa y colmada: "Yo en ellos y tú en mí, para que sean completamente uno: "perfectamente uno" Biblia Jerusalén: "sean consumados en la unidad". La unidad perfecta y consumada es también para la comunidad su futuro.

La unidad de la comunidad -de la Iglesia- es una realidad ya presente por la acción salvadora de Jesús y al mismo tiempo es una realidad futura, cuya consumación está por llegar. Don presente y meta futura y constante de los cristianos. Y siempre puesta en tela de juicio por el simple hecho de "estar en el mundo", que es la condición de los discípulos.