COMENTARIOS AL EVANGELIO
Jn 17, 11-19

Ver también Miércoles de la 7ª Semana de Pascua

 

1.

- "Padre santo, guárdalos en tu nombre, a los que me has dado": la oración de Jesús hacia el Padre pidiendo la glorificación incluye, en este momento, a los discípulos. A través de su misión, el nombre divino dado a Jesús será glorificado en la tierra. La unidad entre el Padre y Jesús debe hacerse presente en la unidad de los discípulos.

- "El mundo los ha odiado porque no son del mundo": Aparece aquí el tema de la oposición entre los discípulos y el mundo. Los discípulos se quedan en el mundo, pero no son de él. Serán unos extraños, una presencia turbadora e interrogante, como ha sido la de Jesús. Han recibido la misión de Jesús de ir al mundo, pero éste no los acepta. Nuevamente encontramos aquí los planteamientos dualistas del evangelio juánico: el mundo son los que han rechazado a Jesús y ahora están bajo el poder del Maligno. Los discípulos son enviados al mundo más que a transformarlo, a ponerlo en evidencia, a llevar el reto de la luz contra las tinieblas. Los que sean de la luz, los que sean de Jesús reconocerán su voz a través de la misión de los discípulos y se reunirán. Se trata de ver ya en el momento presente la situación de combate escatológico. Hoy este planteamiento dualista nos puede parecer muy lejos de lo que debe ser la presencia y la misión del cristiano en el mundo. Pero conviene que lo consideremos como un toque de atención a una confianza ingenua en la capacidad de cambio del mundo, o a una aceptación acrítica de algunos de los denominados "valores" del mundo.

Notemos también cómo esta confrontación con el mundo no puede convertir al discípulo, en un amargado, sino todo lo contrario, debe situarse en la perspectiva pascual de Jesús: "y digo esto en el mundo para que ellos mismos tengan mi alegría cumplida".

JOAN NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1988/10


2.

Este fragmento de la oración sacerdotal de Jesús comienza con una plegaria de Cristo por la unidad de sus discípulos, sobre todo en los vv. 22, 23, que constituyen el objeto del Evangelio del tercer ciclo.

El argumento de Cristo es el siguiente: mientras he estado en la tierra he podido, por Mí mismo y gracias al poder que Tú me has dado, Padre, guardar mis discípulos en la unidad..., menos uno que se ha perdido (vv. 11b-12). Pero ahora Yo los dejo (v. 13), y su unidad peligra. Se podría sacarlos del mundo para preservarlos (vv. 15, 16), pero esto no sería solución porque precisamente son testigos y enviados al mundo (v. 17). Por eso hay que santificarlos en la verdad, de forma que todos sean uno y participen en el "gozo" del reino mesiánico (v. 3).

El tema de la santidad que consagra a los discípulos aparece ya en la advocación "Padre Santo" (v. 11). Es una manera de afirmar la trascendencia de Dios y la alegría de Jesús en vísperas de alcanzarla.

El paso de Jesús de este mundo a la santidad del Padre se presenta como una consagración (v. 19) o una "santificación". Hay que comprender estos temas en su significación litúrgica y cultual: alusiones a la víctima "consagrada a Dios" con vistas al sacrificio y que pasa a la esfera divina mediante la muerte en holocausto. El acceso a la santidad de Dios evoca, pues, al espíritu de Cristo la llegada de la muerte y del sacrificio. Pero lejos de conmoverse, se alegra, porque su "consagración" implica la de sus discípulos. Cristo se ofrece a la muerte y pasa a la esfera divina para que todos los hombres lleven una vida santa en contacto con la palabra de verdad y pasen, a su vez, al lado del Padre (Heb 10, 14).

Cristo accede a la santidad de su Padre a través del sacrificio que implica su muerte; lo fieles acceden al Padre mediante el sacrificio impuesto por la fe en la Palabra encarnada. Pero esta vocación a la santidad y a la trascendencia no les exime de vivir como "seres-en-el-mundo". Los cristianos no se definen únicamente por su relación con la trascendencia; en la inmanencia en el mundo al que son enviados manifestarán su santidad en germen (v. 18).

Por primera vez en la Escritura, misión y santificación se presentan como una sola e idéntica realidad.

Solo Dios es santo, pero puede comunicar su santidad a los hombres dedicados a su servicio: a los sacerdotes del Templo de modo especial, y también a los miembros del pueblo santo (Lev 11, 44; 19, 1). Esta idea de santidad incluye, por tanto, la idea de separación. Israel vivirá este ideal hasta sus últimas consecuencias.

Pero la idea cristiana de santidad está más matizada: llamada a la trascendencia y también separación (y el mundo que odia a la Iglesia traza espontáneamente esta separación, v. 14). Sin embargo, sólo se vive auténticamente "siendo en el mundo" cumpliendo una misión. Por esta razón, la noción de santidad implica la idea de apertura a Dios en la misma vida humana.

Por eso, a partir de este Evangelio, se plantea el problema de la institucionalización actual de la vocación monástica y contemplativa. Esta vocación es absolutamente necesaria para la Iglesia; se podría incluso decir que se hace necesaria a medida que la Iglesia descubre las nuevas coordenadas de su participación en el mundo de los hombres y corre el riesgo de desintegrarse en un humanismo superficial.

Pero nos podemos preguntar si esta vocación necesaria se puede vivir en un separación tan radical que mida estrictamente la relaciones indispensables con el mundo. Por el contrario, las funciones profética y monástica, ¿no nacen de la relación con el mundo y de la acción sobre él? A falta de esta relación primordial, el monaquismo se convierte en un mundo aparte que la comunión invisible de los santos mantiene eficazmente en la Iglesia, pero que pierde su vinculación orgánica con el pueblo de Dios. Los monjes viven entonces una liturgia que no afecta a la vida de los cristianos, piensan según una teología especial, se sitúan en modelos de economía y de cultura que los alejan inútilmente del pensamiento y de la acción contemporánea.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág. 244


3.

Los versículos del evangelio de hoy se enmarcan en la última cena, elaborada por Juan en los caps. 13-17. Y más en concreto, pertenecen a la plegaria que Jesús dirige a su Padre.

Es importante tener en cuenta que quien habla no es sólo el Jesús del año 33, sino también el Jesús de los años 90, vivo y operante en la comunidad en la que Juan escribe su evangelio.

Esto es importante, por ejemplo, para valorar la segunda parte del v. 12, donde se refleja el quehacer teológico de la comunidad primitiva ante el acontecimiento escandaloso de Judas (cfr. primera lectura de hoy).

La plegaria de Jesús al Padre recoge la situación de la comunidad cristiana (=los discípulos) en el mundo después de su marcha.

Investida de la misión de transmitir la obra de Jesús (v. 18), la comunidad cristiana está expuesta al mismo odio que ha llevado a Jesús a la cruz (v. 14). Jesús pide al Padre que en estas circunstancias los cristianos conserven su identidad de hijos (versículos 11). ¿Cuál ha sido la obra de Jesús? Manifestar el nombre de Dios (cfr. Jn. 17, 6). En la mentalidad bíblica, nombre es sinónimo de identidad personal. Jesús ha manifestado que la identidad de Dios es la paternidad y, correlativamente, que su identidad es la filiación. El Padre da a Jesús el nombre (=la identidad) de Hijo.

Jesús da a Dios la identidad de Padre. El grupo cristiano ha recibido de Jesús el encargo de seguir dando a Dios la identidad de Padre; para ello pide Jesús al Padre que siga dándoles a los cristianos la identidad de hijos (v. 11). La unidad del v. 11 no es a nivel horizontal de cristianos entre sí, sino a nivel vertical hijos-Padre.

Dada la naturaleza de la misión que el grupo cristiano ha recibido de Jesús es natural que Juan conciba esta misión como una consagración. La santificación de la que habla el v. 17 es la consagración para la misión de manifestar a los hombres que Dios es Padre. Esta misión es el origen de la alegría cristiana y también el odio de quienes viven a nivel de estructura horizontal cerrada (=el mundo). La muerte de Jesús, negativa total al mundo, funda la posibilidad de la consagración cristiana (v. 19).

DABAR 1976/34


4.

Jesús se hace cargo, ante el Padre, de la situación en la que van a hallarse pronto sus discípulos; pues es la hora suprema de la despedida, Jesús se va. Privados en adelante de la presencia física del Maestro, los discípulos de Jesús tendrán que enfrentarse con el mundo. Y Jesús pide al Padre para que este mundo, que no le ha querido recibir, no acabe con los suyos. Pide para que sus discípulos, los que él ha elegido y reunido, no sean de nuevo integrados y absorbidos por el modo de vivir y de pensar de este mundo en el que se quedan. Jesús pide al Padre que los proteja y los mantenga unidos en una misma fe, para que todos sean uno a semejanza de aquella íntima unidad en la que él vive con el Padre. Jesús sabe que el Padre siempre le escucha y sus discípulos conocen ya la eficacia de la oración de Jesús (Jn 11, 41-43). Si "dice esto en el mundo", esto es, si ora en voz alta en medio de sus discípulos y antes de marchar al Padre, es para que sus discípulos, sabiendo que han sido encomendados al Padre por el Hijo, no pierdan nunca la confianza. Incluso para que, una vez encomendados al Padre, ellos mismos tengan la experiencia gozosa de ser escuchados en todo cuanto le pidan en nombre de Jesús (cfr. 15, 7 y 11; 16, 24). Jesús ha dado a sus discípulos la "palabra del Padre", y éstos, al escucharla con fe, han entrado por Jesucristo en comunión con el Padre. Así que ahora ya no son del mundo, como tampoco Jesucristo es del mundo, sino del Padre. Y el mundo persigue siempre a los extraños que no se acomodan y se integran en él. Por eso el mundo les odia lo mismo que odia a su Maestro (cfr.15, 19-21).

La persecución es la inevitable contradicción del mundo a la "Palabra" y a cuantos la escuchan y la predican. Es una pena que el mundo persiga a veces a los cristianos con razón y por sus culpas, pero es mucho más lamentable que el mundo pacte con ellos porque ya no predican el evangelio. En un mundo injusto, el evangelio es necesariamente conflictivo.

¿Qué hacer entonces?, ¿huir del mundo? Jesús no pide al Padre que retire del mundo a los que él ha dejado en el mundo para que continúen su misión. Hay que estar, por lo tanto, en medio del mundo con esperanza, pues Jesús ha rogado al Padre que nos preserve del mal. Esto no quiere decir que los discípulos de Jesús no van a padecer la persecución, pero si que podrán superarla.

Jesús es la Verdad y la Palabra de Dios. En Jesús Dios se manifiesta a si mismo. Los que reciben a Jesús, creen en Jesús, quedan santificados. "Santificar" significa elegir y separar. Los que reciban la Verdad quedan santificados, esto es, separados y elegidos para cumplir en el mundo y frente al mundo una misión en nombre de Dios. Los discípulos, que han sido santificados, deberán continuar en el mundo la misión que Jesús ha recibido del Padre.

"Consagrar" tiene el mismo significado que "santificar". Jesús, que ha sido santificado o consagrado "en la verdad" (pues él mismo es la Verdad), se consagra también voluntariamente a sí mismo dando testimonio de la Verdad. Jesús espera que sus discípulos, consagrados "en la verdad", se consagren voluntariamente en el testimonio de la Verdad.

EUCARISTÍA 1976/34


5. CR/PERSECUCION  MUNDO/QUE-ES

Jesús, se hace cargo ante el Padre, de la situación en la que van a encontrarse pronto sus discípulos, pues es la hora suprema de la despedida. Jesús se va, y sus discípulos, privados en adelante de la presencia física del Maestro, tendrán que enfrentarse con el mundo. Y Jesús pide al Padre, que este mundo que no le ha querido recibir a él, no acabe con los suyos.

Pide para que sus discípulos, los que él ha elegido y reunido no sean de nuevo integrados y absorbidos por el modo de vivir y de pensar de este mundo en el que se quedan.

Jesús pide al Padre que los proteja y los mantenga unidos en una misma fe, para que todos sean uno a semejanza de aquella íntima unidad en la que él vive con el Padre. Jesús sabe que el Padre siempre le escucha y sus discípulos conocen ya la eficacia de la oración de Jesús (Jn 11, 41-43). Si ahora "dice esto en el mundo" es decir, si ora en voz alta en medio de sus discípulos y antes de marchar al Padre, es para que sus discípulos, sabiendo que han sido encomendados al Padre por el Hijo, no pierdan nunca la confianza. Incluso para que, una vez encomendados al Padre, ellos mismos tengan la experiencia gozosa de ser escuchados en todo cuanto le pidan en nombre de Jesús (15, 7; 16, 24). Jesús ha dado a sus discípulos, la "Palabra del Padre" y éstos, al escucharla con fe, han entrado por Jc. en comunión con el Padre. Por eso ahora ya no son del mundo, como tampoco Jc es del mundo, sino del Padre. Y el mundo persigue siempre a los extraños que no se acomodan y se integran en él. Por eso el mundo les odia lo mismo que odia a su Maestro (15, 18-21).

La persecución es la inevitable contradicción del mundo a la Palabra y a cuantos la quieran llevar a la práctica. Es una pena que el mundo persiga a veces a los cristianos con razón y por sus culpas, pero es mucho más lamentable que el mundo pacte con ellos porque ya no practican el evangelio. "Si la sal se hace insípida, ¿con qué se la salará?". En un mundo injusto, el evangelio es necesariamente conflictivo.

¿Qué hacer entonces? ¿Huir del mundo? Jesús no pide al Padre que retire del mundo a los que él ha dejado en el mundo para que continúen su misión. Hay que estar, por lo tanto, en medio del mundo con todos sus conflictos. Sin embargo podemos estar en este mundo con esperanza, pues Jesús ha rogado al Padre que nos preserve del mal. Esto no quiere decir que los discípulos no van a padecer la persecución, pero sí que podrán superarla. ¿Cómo es posible que Jesús no ruegue por el mundo cuando en realidad el ha venido a salvar al mundo? Es que son dos mundos distintos; el que él ha venido a salvar y el que no tiene salvación posible. MUNDO/SV:

En un solo versículo del evangelio de S. Juan el v. 10 del cap. I, el prólogo de su evangelio, hay tres significados distintos de la palabra "mundo": "En el mundo estaba (la Palabra) y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció".

En dos líneas aparece tres veces la palabra mundo y cada vez con significado distinto. "En el mundo estaba": se refiere al hecho de la Encarnación y a la presencia del Verbo en la realidad creada. Es una indicación que no supone ninguna valoración. Es nombrar al mundo como escenario de cosas que suceden en él. Es el sentido que emplea la parábola del sembrador cuando dice: "El campo es el mundo" (Mt 13, 38).

"Y el mundo fue hecho por ella": aquí se afirma implícitamente la bondad originaria del mundo, y por tanto, la posible disposición de acogida hacia el Hijo de Dios. Con el mismo sentido se afirma en el Evangelio: "tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único" (13, 16).

"Y el mundo no le conoció". Aquí la palabra "mundo" expresa el gran misterio de la oposición sistemática y permanente, con la que se topa y se topará siempre la iniciativa salvadora de Dios. Y al discípulo de Jesús se le exhorta continuamente a que no pierda nunca de vista esta trágica realidad.

El mundo es, por tanto, o un simple espacio, o una realidad buena en su origen o una fuerza maligna que se opone a la salvación y trata de anularla.

En este mismo texto del evangelio de hoy están las tres acepciones de la palabra mundo.

v. 13: "y digo esto en el mundo.

v. 18: "como tú me enviaste al mundo así los envió yo también al mundo".

v. 14: "el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo".


6. I/UNIDAD -Ser consagrados en la verdad

La oración de Cristo es vehemente y se centra en tres puntos principales: Vivir en la verdad, vivir en la unidad y vivir en el mundo pero fuera del mundo.

La palabra de Dios es verdad. Jesús transmitió esta palabra a sus discípulos; ahora ellos han de ser consagrados en la verdad. Debemos precisar qué significa para san Juan "verdad". Se trata de la realidad eterna en cuanto que revela a los hombres bien sea esta misma realidad o bien su revelación. De ahí recibe, pues, todo su significado la última frase del evangelio de este día. Cuando Cristo pide al Padre que consagre a sus discípulos en la verdad, quiere decir con ello que "sean santificados en el plano de la realidad absoluta". Así pues, los discípulos deben alcanzar el nivel de la santidad misma de Dios, ya que son colocados por Cristo en el mismo plano de Dios; son hijos de adopción elegidos por el Padre y dados por él al Hijo. Esta consagración en la verdad, este acceso a la santidad del Padre debe proporcionarles la plenitud de la alegría, la alegría misma de Cristo en el momento en que éste hace el balance de lo realizado y lo conseguido.

Pero han de mantenerse unidos entre ellos, como el Padre y el Hijo son uno. Este es un tema querido para Juan y con el que ya nos hemos encontrado. Esta teoría de la unidad será desarrollada más adelante, en este mismo capítulo (17, 21-24). Precisamente este "uno" que deben formar los discípulos entre sí es el mismo "uno" que son el Padre y el Hijo. Al permanecer en esta unidad los discípulos, pueden permanecer también en la verdad, es decir, en esa realidad eterna absoluta.

Esto no los saca del mundo pero los coloca en oposición con él. El mundo no puede comprenderlos y acaba odiándolos, porque le crean problema. Tal será la situación de todo cristiano: estar en el mundo por vivir en el mundo, pero estar fuera del mundo. Esta contradicción forma parte integrante de la vida de todo bautizado. No es posible ocultarse esta oposición ni reducirla, bajo pena de no poder permanecer ni en la "verdad" ni en la "unidad".

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 236