5 HOMILÍAS PARA EL VII DOMINGO DE PASCUA

1-5

1. CZ/GLORIFICACION:

El día de antes de padecer, cuando Jesús comprendió que había llegado su hora e iba a ser ajusticiado entre dos ladrones como un hombre peligroso, levantó sus ojos al cielo y pronunció esta oración delante de sus discípulos: "Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique".

Evidentemente, Jesús piensa en la cruz. Espera que Dios le glorifique en ella; esto es, que le reconozca como Hijo suyo allí donde nosotros apenas podemos reconocerlo como hombre. Jesús quiere también glorificar a Dios en la cruz; esto es, reconocerlo como Padre y bendecirle donde los hombres se olvidan de Dios y le maldicen, en el dolor, en el sufrimiento, en la injusticia que padecen los inocentes. Jesús quiere y espera que los hombres vean en la cruz que Dios es amor, y que tanto ha amado al mundo que por eso le ha entregado a su propio Hijo.

J/ORACION: La oración de Jesús interpreta su muerte como paso hacia la vida, su aparente fracaso como éxito verdadero. Jesús manifiesta en su oración una confianza inquebrantable en el Padre y un amor entrañable a sus discípulos, una esperanza victoriosa que sabe sobreponerse y nadie puede dominar. Jesús es libre y liberador.

Pues, ¿qué se puede hacer con un hombre que confía de tal manera en Dios y no se olvida de los otros hombres en sus apuros, que es capaz de esperar contra toda esperanza? Digamos lo que digamos en nuestras oraciones, si oramos como Jesús, la oración es siempre una praxis de liberación, Porque orar es acudir al Padre sin olvidarse de los hombres, nuestros hermanos; es abrirse al Otro y, consiguientemente, a cualquier otro, es librarse del egoísmo para el amor. Por la oración la esperanza encuentra camino en la muerte misma y a través de la muerte. El que ora es inalcanzable para todos cuantos le odian y le persiguen. La oración es como el éxodo, como el paso del mar Rojo, en el que perecen los ejércitos del Faraón y el pueblo sale en libertad. El que entra en oración está en comunión con Dios y no puede ser atrapado por nada ni por nadie.

Después de la ascensión de Jesús al cielo, la pequeña comunidad de sus discípulos se reúne en oración. La Iglesia aprende en la oración el camino de la libertad. En la oración se define a sí mismo frente al mundo, en la oración recibe el espíritu que no es de este mundo, en la oración alcanza una distancia crítica y necesaria para transformar el mundo. Los discípulos de Jesús, reunidos en oración, se preparan para anunciar a los pobres el evangelio de la libertad de los hijos de Dios.

Hay una manera de vivir en la que la oración encuentra su momento y su lugar; por ejemplo, de once a doce todos los domingos en la parroquia. Es claro que rezar en determinados momentos y lugares puede ser provechoso, como lo es que algunas personas se dediquen especialmente a la oración. Sin embargo, cuando se hace sitio a la oración, se corre el peligro de situar la oración dentro de un orden: ahora es tiempo de orar, ahora tiempo de trabajar, ahora tiempo de pasear..., cada cosa en su sitio y a su momento.

En este supuesto se comprende que haya tiempos especiales para la oración y hombres especializados en oración. Pero la oración situada se convierte en una oración integrada, que no se entromete en la vida, que no molesta a nadie ni quiere ser molestada. Es la oración que pueden hacer los que viven en paz, la oración pacífica, la oración que hacemos en ciertos momentos privilegiados, o la oración que hacen en todo momento los privilegiados. Pero si nuestra paz, la que exigimos para dedicarnos a la oración, es una paz que ignora la injusticias que gritan en el mundo, se convierte a su vez en una paz injusta.

De la misma manera que no es posible ni lícito señalar una hora para el amor y dejar que el odio se lleve a otras horas, tampoco es posible ni lícito pretender que la oración se reduzca a unos momentos de la vida y dejar que la vida no tenga nada que ver con la oración. Cuando la oración se entiende como una parte más de la vida, o como la ocupación profesional de algunos especialistas, es fácil entender la iglesia como una institución especializada en rezos y perfectamente integrada con otras instituciones dentro del sistema. Y, en este supuesto, no tiene ya ningún sentido decir que la oración es una praxis de liberación, como no lo tiene tampoco afirmar que la iglesia sea un factor de cambio y un fermento que actúe la transformación progresiva de nuestra sociedad. Cuando la oración discurre al margen de la vida y pierde su significado pascual y de liberación, se convierte en una trampa, y la iglesia en un agujero, en una tumba para morir.

EUCARISTÍA 1975/30


2.

En su discurso de la última cena, el evangelista ha expuesto los fundamentos de la comunidad de Jesús, señalándole el camino con el lavatorio de los pies, el mandamiento nuevo y la promesa del Espíritu Santo. Y ha expuesto las condiciones para la misión y ha predicho el odio del mundo y la ayuda que van a recibir en medio de las dificultades. Ahora Jesús cierra su testamento dirigiendo Al Padre una larga oración -todo el cap. 17 que vamos a leer durante tres días- cuyo tema central es la unidad de la Iglesia. Esta oración es conocida con el nombre de "oración sacerdotal", porque en ella Jesús se presenta al Padre en actitud de sacerdote: intercediendo y ofreciéndose por los suyos, a los que va a dejar solos en el mundo. Tres partes y una conclusión.

Primero Jesús ruega al Padre por sí mismo, para que se realice plenamente la misión que le encomendó (1-5). Después, ruega por los apóstoles, por la comunidad presente (6-19). Por último, ruega por las comunidades cristianas del futuro (20-23). La conclusión expresa el deseo de Jesús de que el Padre conceda a los que la han sido fieles estar siempre con él (24-26).

1. La glorificación del Padre y del Hijo

Padre. Por seis veces repite Jesús esta palabra en la oración. Se siente enteramente Hijo y quiere seguir viviendo esos momentos trascendentales de su vida desde su ser de Hijo.

"Ha llegado la hora" de Jesús de "pasar" -pascua- del mundo al Padre, de sellar con la muerte la verdad de la propia vida, de la glorificación plena del Padre y del Hijo. Esa hora al mismo tiempo deseada y temida. "Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado estoy hasta que se cumpla." (Lc 12, 50).

"¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¿si para esto he venido, para esta hora!. Padre, glorifica tu Nombre" /Jn/12/27.

Ante su hora, que culminará con su muerte, Jesús está completamente tranquilo. Es más, va a pedir que no se retrase. Sabe que va a significar su victoria sobre el mundo (16, 33). "Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique". Jesús tiene prisa por manifestar a la humanidad su propio amor y el del Padre. Con la entrega de la propia vida hasta la muerte, Jesús demostrará su amor sin límites al Padre, su total fidelidad a su venida como hombre, y así le glorificará.

El Padre, a su vez, glorificará al Hijo, ayudándole a ser fiel a su misión hasta la muerte y dándole la resurrección. Ambas glorificaciones no son independientes, sino que la del uno redunda en la del otro.

"Y por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a los que le confiaste".

No es el poder que hay en el mundo y que normalmente se transforma en opresión y dominio de unos hombres sobre otros, sino el poder-servicio (13, 12-17) que surge del amor y se manifiesta en obras en favor de los hombres, el poder que brota desde dentro del corazón y crea comunidad. Designa la capacidad que el Padre ha concedido a Jesús de hacer que el hombre pueda nacer de lo alto, por la comunicación de su Espíritu. Así podemos alcanzar "la vida eterna" como un don que supera todas nuestras posibilidades.

2.La vida eterna es un conocimiento amoroso

"Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado Jc". ¿Qué significa "conocer"? Es adquirir la noción de las cosas mediante el ejercicio del entendimiento, distinguir una cosa de las demás, tener trato con alguien. Aquí no se trata de un conocimiento meramente intelectual, sino experiencial, inmediato, personal, vital; un conocimiento que sólo puede adquirirse en la intimidad del amor; un conocimiento que es vida. En este sentido, conocer a Dios -plenitud de vida para siempre- se identifica con la vida eterna. Dios es el verdadero futuro del hombre, porque nada que tenga fin puede llenar nuestro corazón.

Jesús identifica el conocimiento del Padre con el que tengamos de él mismo, porque con su vida nos ha abierto el camino hacia lo eterno, hacia Dios. Conocer a Jesús es lo mismo que encarnarse en la vida, es imitar su modo de vivir, tenerlo como único modelo a seguir. En este seguimiento, encarnado en la vida diaria, vamos conociendo al único Dios: en la completa entrega a él, demostrada en el servicio-amor a los que nos rodean. A Dios sólo se le puede conocer en la medida en que estemos viviendo de su Palabra -Jesús-. ¡Qué fácil es acostumbrarse a esta Palabra, quedarse a mitad del camino, engañarnos a nosotros mismos! Este conocimiento define a sus seguidores. Es cristiano el que "conoce" que Jesús, a través de su vida entregada hasta la muerte y de su resurrección, ha sido constituido Señor, Mesías, Hijo de Dios; el que por medio de él "ve" al Padre (Jn 14,9) y acepta una nueva forma de vida que aquí es presentada con el nombre de "vida eterna". ¿Cómo podemos "conocer" a Jesús, creer en él? Fe es fiarse de otro, confiar en otro. Una demostración no es fe. Todo hombre debe reflexionar sobre sus ilusiones, proyectos...; sobre qué espera de la vida, qué es para él la vida, cómo querría vivirla..., el porqué de las dificultades, sufrimientos... Y debe buscar respuestas a todas sus preguntas. Habrá respuestas que podrá encontrar por sí mismo; para otras necesitará la ayuda de otros; y algunas le parecerán imposibles, estarán por encima de sus posibilidades.

¿Qué respuestas hay para la muerte? ¿No se dice que es lo único que no tiene remedio? Situado ante esta pregunta límite, el ser humano se sentirá incapacitado para responder. Esto es previo a la fe. ¿Para qué quiere respuestas el que no tiene preguntas? Aquel que responda afirmativamente a todas nuestras preguntas, incluida la respuesta positiva a la muerte, será el Mesías, el Señor, del hombre. Porque Mesías-Señor es el que responde y resuelve positivamente todas las búsquedas de la persona humana y le abre a la plenitud y eternidad.

Jesús de Nazaret -nuestro Señor y Mesías- demostró con su vida muchas cosas, resumidas en una: su modo de vivir entregado al bien del prójimo es el único verdadero. Una experiencia que pueden tener todos los que sigan su camino. Pero hay algo que no nos puede demostrar: su resurrección. Pero afirmó en incontables ocasiones la resurrección de los muertos, la vida para siempre; hasta el punto de que, si suprimimos los pasajes bíblicos que hablan de la resurrección, desaparecería su verdadero mensaje, perderían su pleno sentido todas sus palabras.

Conocer-creer en Jesús supone llegar a aceptar la resurrección porque lo dijo él. Sin más. Y creer que sólo él es la respuesta a todas las ilusiones que el hombre pueda plantearse. Si tuvo razón en todo lo que podemos experimentar, ¿por qué vamos a dudar de lo único que no puede ser demostrado antes de la muerte física? Esta fe-conocimiento nos va llevando a la certeza de su divinidad, a su identificación con el Padre y el Espíritu. Conocer-creer en Jesús nos lleva a afirmar que los hombres caminamos hacia el Padre; que somos eternos y un día viviremos esa plenitud y eternidad que anhelamos, esa esperanza que brota de lo más profundo de nuestros corazones: que un día seremos capaces de vivir la comunicación, el amor, la amistad, la libertad, la verdad, la paz, la justicia... en plenitud y para siempre, y que eso es "la vida eterna".

3. La glorificación es fruto de la fidelidad

"Yo te he glorificado sobre la tierra, he coronado la obra que me encomendaste". La misión que el Padre le había encomendado pretendía hacer posible y creíble la vida eterna. Jesús la corona en sí mismo, realizando la obra de una manera perfecta y completa. También ha hecho posible, con su vida ejemplar, que los hombres nos situemos en una nueva relación con el Padre, con el mundo y con los demás hombres. Una obra que, como todo lo que tiene su origen en Dios, no se ha realizado entre los aplausos de la sociedad, y se ha ido haciendo comprensible con el paso del tiempo. El verdadero profeta raras veces es reconocido por su propia generación, viéndose forzado a pagar en soledad e incomprensión el precio de la grandeza de quien habla "otra lengua".

"Y ahora, Padre, glorifícame cerca de ti, con la gloria que yo tenía cerca de ti antes que el mundo existiese". ¿Qué "glorificación" tuvo Jesús junto al Padre "antes que el mundo existiese"? Se trata de su divinidad en cuanto Hijo de Dios. Juan no separa en Jesús al Verbo del hombre; por eso da la impresión de hablar de la eternidad de Jesús. Su petición no puede referirse a la glorificación de su divinidad en sí misma, oculta por la humanidad que asumió, sino a la glorificación de su humanidad, que a través de ella irradie su divinidad. Una divinidad que Jesús no llegaría a experimentar plenamente hasta después de su resurrección. De otra forma, ¿se podría hablar de él como "probado en todo, igual que nosotros, excepto en el pecado" (Heb 4,15)? El desarrollo de la conciencia de su divinidad iría unido a su crecimiento humano (2,52). La resurrección será la respuesta positiva del Padre a esta petición. Y su mejor comentario, unas palabras de san Pablo: "Tened entre vosotros los sentimientos propios de una vida en Cristo Jesús. El, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el "Nombre-sobre-todo-nombre"; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el cielo, en la tierra, en el abismo- y toda lengua proclame: "¡Jesucristo es Señor!", para gloria de Dios Padre. Flp/2/5-11 "Conocimiento interno del Señor que por mí se ha hecho hombre, para que más le ama y le siga".

B) ORACIÓN POR LOS APÓSTOLES

4. La comunicación es posible cuando se ama

Ruega ahora por los apóstoles, por la comunidad presente (vv. 6-19). La petición central consiste en que el Padre los guarde en la unidad (v. Ilb) y los santifique con la verdad, para que puedan continuar su misma misión en el mundo (vv. 17-19) sin ceder a sus presiones (vv. 14-16). Los demás versículos (6-11a.12-13) introducen o complementan la petición principal.

"He manifestado tu nombre a los hombres que me diste de en medio del mundo. Tuyos eran y tú me los diste, y ellos han guardado tu palabra". "Nombre" aparece cuatro veces en la oración, siempre sustituyendo a la persona del Padre. Jesús es la manifestación del Padre, porque a través de su vida entregada podemos contemplar -ver- la gloria -la vida- del Padre que lo llena (Jn 1,14). Nos enseñó que había un Padre verdadero, del cual él es el Hijo (Jn 1,18). Para poder conocer esta revelación de Jesús es necesaria una actitud de búsqueda sincera, que implica abandonar los planteamientos del "mundo" -de lo mundano-. Estos son los que el Padre entrega a Jesús y a los que éste puede dar a conocer al Padre.

El "mundo" rechaza la paternidad de Dios al defender un modo de vivir centrado en el propio interés egoísta. Eran del Padre porque habían respondido a su ofrecimiento como fieles israelitas que esperaban al Mesías, rompiendo con el sistema de injusticia y de muerte defendido por las autoridades religiosas. Así preparados, se los dio a Jesús para que recibiesen de él su mensaje y fuesen sus apóstoles, los continuadores de su obra de salvación-liberación. Mensaje de amor que ellos han aceptado y puesto en práctica. "Ahora han conocido que todo lo que me diste procede de ti". Al aceptar las exigencias del mandamiento nuevo y llevarlas a la práctica, los apóstoles han experimentado en sí mismos la acción del Espíritu, lo que les convence de la misión divina de Jesús y de que todo lo que tiene procede del Padre; que no hay en él nada que no proceda de Dios; que cada faceta de su persona, mensaje y modo de obrar reflejan exactamente lo que es el Padre (Jn 14,9). Se llega así, a través de Jesús, a conocer al único Dios verdadero, la única vida con sentido.

COMUNICACION/PLENITUD: "Porque yo les he comunicado las palabras que tú me diste y ellos las han recibido". La comunicación es fruto del amor: nos comunicamos con los que amamos y en la medida en que los amamos. Jesús nos comunica todo (Jn 15,15). Comunicar todo es el secreto de la comunidad cristiana, la única forma de lograr que la vida tenga sentido. ¿Qué sentido puede tener vivir para sí mismo? La comunicación nos hace experimentar -palpar- la comunidad de amor que es Dios trino, y que vive dentro de los que aman (Jn 14,23). Jesús comunica porque ama; lo comunica todo porque ama hasta el extremo (Jn 13,1). El que ama necesita saber todo lo que hace el amado y contarle todo lo suyo, como el Padre al Hijo, el Hijo al Padre y ambos al Espíritu. ¡Cuánto sufrimiento, soledad y vacío a causa de la incomunicación! La comunicación nos capacita para descubrir que el "otro" es aquel que me necesita para alcanzar su plenitud, aquel que yo necesito para alcanzar la mía. Una persona integrada en una comunidad encuentra en la comunicación- servicio la orientación de su vida, que no puede ser más que la comunidad de amor de las tres personas. Porque el hombre no ha sido creado en solitario; por su propia naturaleza es un ser sociable y no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse, sin comunicarse con los demás.

Esto es algo que todos podemos experimentar que no hay que demostrar. Los discípulos han aceptado las palabras de Jesús, las han puesto en práctica. Esta es la razón que hace saber y conocer: aceptar las exigencias. Esta aceptación precede al conocimiento y es condición para él. El conocimiento no es posible sin una decisión previa de la voluntad; no se sale de la duda sin comprometerse en favor de la humanidad. La certeza de la fe no se funda en testimonios externos, sino en la experiencia de vida que comunica la vivencia del mensaje de Jesús y que crea la comunión con él. Apoyada en esa experiencia, la fe no necesita más pruebas y puede superar todas las dificultades. Implícitamente se vuelve a afirmar lo que es la verdad: la evidencia de la vida experimentada.

"Y han conocido verdaderamente que yo salí de ti, y han creído que tú me has enviado". Las expresiones "recibir", "conocer" y "creer", del versículo 8 vienen a ser sinónimas. Los discípulos han llegado a la certeza del origen de Jesús porque han aceptado las exigencias del mandamiento nuevo, han experimentado en sí mismos la plenitud de vida que encerraba en sus palabras. Jesús no pide obras para honrar a Dios, sino para ayudar al hombre. No es posible conocerle sin colaborar en la transformación de la humanidad.

5. Jesús y "el mundo" son incompatibles

Terminada la relación de su actuación con los apóstoles en el tiempo que han vivido juntos (vv. ~8), Jesús comienza la oración propiamente dicha, indicando las tres razones que le inducen a orar por ellos: "son tuyos", "en ellos he sido glorificado" y "ya no voy a estar en el mundo" (vv. 9-11la).

"Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste y son tuyos". La oración que Jesús hace por los suyos no se refiere a necesidades particulares, sino al futuro de su comunidad en medio de un mundo hostil. Sabe que van a vivir en unas circunstancias muy parecidas a las que él ha vivido y que le van a llevar a un trágico final. Necesitarán la ayuda del Padre para superar las muchas dificultades que van a encontrar en el fiel cumplimiento de su misión.

MUNDO/ENEMIGO: No puede rogar por el "mundo" -orden injusto que le llevará a él a la muerte-. Respecto a él, sólo se puede pedir que se destruya y desaparezca. La injusticia institucional, que se llama "mundo" en el evangelio de Juan, es enemiga del hombre y, por tanto, de Dios. La oración de Jesús subraya su total incompatibilidad con el sistema de opresión y de muerte que reinan aquí abajo .

Al rogar por sus discípulos y no por el mundo, Jesús distingue a los suyos del sistema injusto. Sus seguidores forman la comunidad de la vida -amor, libertad, justicia, paz...-, reunida en torno al Padre y a Jesús. Sólo a éstos se les puede llamar cristianos. Son del Padre. Con su vida de servicio a imitación del Hijo han entrado a formar parte de la familia de Dios.

"Sí, todo lo mío es tuyo y lo tuyo mío; y en ellos he sido glorificado". Los discípulos no son únicamente del Padre; son también de Jesús, objeto del amor inseparable de ambos, al existir entre ellos una comunidad de amor total, efecto de su identificación.

Jesús encuentra y realiza su vida en los discípulos, en la vida de amor total que les comunica. De esa forma pudo ser el hombre pleno e identificarse con el Padre. Al rezar y ofrecerse por los suyos, Jesús se constituye en sacerdote: ofrece su vida, es puente entre los hombres y Dios -es Dios y es hombre-, habla a los hombres de Dios y a Dios de los hombres. Es el único sacerdote. Los demás lo seremos en la medida en que vivamos como él. Da que pensar el que Jesús viviera como un laico; que con su actitud rechazara todo el montaje sacerdotal de su época. Es verdad que no pertenecía a la tribu de Leví, sino a la de Judá, pero... ¡Qué lejos estaban sus planteamientos de lo enseñado por los dirigentes religiosos! Juan Bautista sí era levita, y tampoco vivía como tal. ¿Qué harían ahora?... Jesús es glorificado en los discípulos cuando éstos actúan de acuerdo con las enseñanzas recibidas, cuando a través de su amor se transparenta el amor del Padre y del Hijo.

"Ya no voy a estar en el mundo, pero ellos están en el mundo mientras yo voy a ti". Jesús se marcha con el Padre. Su comunidad ya no tendrá el apoyo de su presencia física, y tendrá que vivir en medio de un mundo que intentará por todos los medios hacerla desaparecer. Sin su apoyo visible, necesitará una ayuda para conservar su identidad, resistiendo al ambiente hostil y seductor al mismo tiempo del mundo y manifestando a los hombres el amor de Jesús y del Padre.

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET- 4 PAULINAS/MADRID 1986.Pág. 225-233


3.

1. Jesús implora el Espíritu.

El evangelio de hoy contiene el comienzo de la gran plegaria de Jesús al despedirse de este mundo y podemos comprenderlo, en el sentido de los días previos a Pentecostés, como una oración de Jesús al Padre para pedirle que envíe al Espíritu. Jesús pronuncia esta oración en el momento de pasar de este mundo al Padre: «Yo ya no voy a estar en el mundo, voy a ti» (v. 11). Ya le había sido dado «el poder sobre toda carne», pero sólo podía revelar a unos pocos el nombre del Padre y con él la vida eterna. Jesús tiene que rezar por ellos, ahora que se va; y lo hace para que comprendan realmente lo que significa ser uno en él como él es uno con el Padre. Comprender eso sólo será posible mediante el envío del Espíritu, y este envío sólo será posible a su vez cuando Jesús haya «coronado su obra» y transmitido el Espíritu Santo a su Iglesia. Seguramente Jesús pronunció esta oración antes de su pasión, pero la oración conserva su eterna validez, dado que él es en todo tiempo «nuestro defensor ante el Padre» (1 Jn 2,1), precisamente también en lo que se refiere al Espíritu Santo que ha prometido enviar a los suyos de parte de su Padre (Jn 15, 26).

2. La Iglesia reza para implorar el Espíritu.

La Iglesia hace (en la primera lectura) lo que Jesús le ha mandado: como discípulos de Jesús, junto con María, algunas mujeres y los hermanos de Jesús, los apóstoles «se dedican a la oración en común» para implorar el Espíritu prometido. No tenemos ningún derecho a menospreciar esta orden expresa del Señor, opinando, por ejemplo, que el bautizado que no es consciente de ningún pecado grave posee sin más el Espíritu Santo. Este, como Espíritu Santo que es, sólo puede entrar en los que son «pobres en el espíritu» (Mt 5,3), es decir: en aquellos que tienen su propio espíritu vacío y limpio o lo vacían para hacer sitio al Espíritu de Dios. La oración de la comunidad reunida implora esta pobreza para tener sitio para la riqueza del Espíritu. No deja de ser maravilloso que María, el receptáculo perfectamente pobre del Espíritu Santo, se encuentre entre los que rezan para completar con su oración perfecta toda oración raquítica e imperfecta. Por medio de ella la invocación del don del cielo se torna perfecta y es oída infaliblemente.

3. La Iglesia que ama es la que mejor reza.

La carta de Pedro (segunda lectura) añade una nota más. Repite una de las bienaventuranzas del Señor: «Si os ultrajan por el nombre de Cristo, dichosos vosotros»; y añade inmediatamente: «porque el Espíritu de la gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros». Es como si el padecimiento de la humillación por amor a Cristo fuera ya en sí una oración para implorar el Espíritu, una oración que es escuchada al instante. Sí, es una oración que quizá hace ya que no soportemos nuestros padecimientos en el abatimiento o en la rebelión, sino en el Espíritu de Dios. Esto, que visto con los ojos del mundo es una vergüenza, no debe ser percibido por el cristiano como algo de lo que hay que «avergonzarse»; el cristiano debe saber más bien que es precisamente así como da gloria a Dios. Los Hechos de los Apóstoles lo confirmarán en muchos pasajes, así como las vidas de los múltiples santos que han existido a lo largo de la historia de la Iglesia. En efecto: es siempre la Iglesia perseguida y humillada la que puede rezar más eficazmente para implorar el Espíritu.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 70 s.


4.2002. COMENTARIO 1

vv. 1-3: Así habló Jesús y, levantando los ojos al cielo, dijo:

-Padre, ha llegado la hora: manifiesta la gloria de tu Hijo, para que el Hijo manifieste la tuya: 2ya que le has dado esa capacidad para con todo hombre, que les dé a ellos vida definitiva, a todo lo que le has entregado; 3y ésta es la vida definitiva, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, conociendo a tu enviado, Jesús Mesías.

Padre es el apelativo de Dios que muestra la relación que el que lo pronuncia tiene con él, y caracteriza a Dios como el que por amor comunica su propia vida. Ha llegado la hora anunciada en Caná (2,4) y que había provocado la crisis de Jesús (12,27). Jesús sabe que ella significa su victoria (16,33). Por eso vuelve a pedir al Padre que se realice el acontecimiento salvador, la manifestación de su gloria/amor (12,27); manifestando su amor, quiere dar a conocer el Padre a los hombres. El Padre manifes­tará su gloria dando vida/Espíritu por medio de Jesús.

De Jesús depende la realización de la obra creadora de Dios. Él tiene la capacidad de hacer que el hombre nazca de Dios (1, 13), dán­dole así vida definitiva y la capacidad de hacerse hijo (1,12).

Lo que le has entregado (v.2) (cf. 6,37.39; 10,29): El Padre ha entregado a Jesús el grupo de los que res­ponden a la llamada de la vida; son los que escuchan y aprenden del Padre (6,45).

El conocimiento del Padre solamente se obtiene conociendo a Jesús Mesías (v.3). Pero este conocimiento es relacional, no meramente intelec­tual. Sólo puede conocer a Dios como Padre quien respecto a él es hijo; la vida definitiva implica, pues, ser hijo del Padre. Sólo puede conocer a Jesús como Mesías el que experimenta la liberación y salvación que él trae (14,20). Una y otra experiencia se identifica con la del Espíritu. El Padre es el único Dios verdadero; el dios que establece con el hombre una relación señor-siervo es falso.

vv. 4-5: Yo he manifestado tu gloria en la tierra dando remate a la obra que me encargaste realizar; 5ahora, Padre, mani­fiesta tú mi gloria a tu lado, la gloria que tenía antes que el mundo existiera en tu presencia.

Jesús da remate a la obra del Padre en primer lugar en sí mismo (19,30) y, por la comunicación del Espíritu/vida definitiva (19,30.34; 20,22), en los que le han dado su adhesión.

Por eso pide que su muerte manifieste el amor solidario del Padre y suyo al hombre, que sea la prueba indiscutible de que su propia obra y amor son los del Padre. A tu lado indica el carácter definitivo de esa manifestación; la acogida del Padre será el final del itinerario de Jesús (13,3; 16,10) y manifestará permanentemente la gloria del Hijo. Jesús realiza el proyecto divino sobre el hombre. Este proyecto, anterior a la creación, era el Hombre-Dios (1,1), lleno de la gloria del Padre (1,14), el Hijo único, Dios (1,18). Ahora pide al Padre que el proyecto llegue a su realización perfecta con la demostración plena de su capacidad de amar y de comunicar vida.

v. 6: He manifestado tu persona a los hombres que me en­tregaste sacándolos del mundo; tuyos eran, a mí me los entregaste y vienen cumpliendo tu mensaje.

Jesús ora por la comunidad presente (vv. 6-19). Presupone la fe y la praxis de la comunidad por obra de la actividad de Jesús: vienen cumpliendo tu mensaje. Jesús es la manifestación del Padre; lo que la comunidad contempla en él es la gloria del Padre que lo llena (1,14) y que es su propia gloria (2,11). El Padre, actuando a través de Jesús, se manifiesta a los hombres (9,3). Ver a Jesús es ver al Padre (12,45; 14,9). La llamada del Padre hace romper con el mundo, el sistema de injusticia y muerte, y asociarse al éxodo de Jesús (8,12). Los discípulos van cumpliendo el men­saje del Padre, que es el de Jesús (14,24).

vv. 7-8: Ahora ya co­nocen que todo lo que me has dado procede de ti; 8porque las exigencias que tú me entregaste se las he entregado a ellos y ellos las han aceptado, y así han conocido de veras que de ti procedo y han creído que tú me enviaste.

El punto central de estos versículos son "las exigencias que ellos han aceptado". Hay una decisión de la voluntad que precede al conocimiento y es condición para él. Jesús repite un principio enunciado dos veces en el templo (7,17; 8,31). No hay conocimiento sin previa decisión de la voluntad; no se sale de la duda sin comprometerse con el bien del hombre. El pa­saje está también en relación con 3,33s: al aceptar las exigencias y lle­varlas a la práctica, los discípulos experimentan la acción del Espíritu en ellos; esto los convence de la misión divina de Jesús y de que lo que tiene procede del Padre. La certeza de la fe no se basa, por tanto, en un testimonio externo, sino en la experiencia de vida (el Espíritu) que co­munica la práctica del mensaje de Jesús, creando la comunión con él. Esta fe descubre el origen divino de su persona y misión (que de ti pro­cedo... que tú me enviaste).

vv. 9-11: Yo te ruego por ellos; no te ruego por el mundo, sino por los que me has entregado, porque son tuyos 10(como todo lo mío es tuyo, también lo tuyo es mío); en ellos dejo manifiesta mi gloria 11y no voy a estar más en el mundo; mientras ellos van a estar en el mundo, yo me voy contigo.

Considera Jesús la circunstancia en que pronuncia esta oración por los suyos; es la de su marcha con el Padre. En las necesidades concretas, la comunidad pide en unión con Jesús (16,16). Ahora, sin embargo (v. 9), el ruego de Jesús no se refiere a necesidades particulares, sino al futuro de su comunidad en medio del mundo. Esta oración pre­cede a la existencia de su comunidad y la funda.

Jesús no ruega por el mundo, el orden injusto. Respecto a él, sólo puede pedirse que se destruya y desaparezca. Subraya Jesús su incom­patibilidad. con el sistema de opresión y de muerte. Los discípulos son del Padre y de Jesús (v. 10); son miembros de la misma familia, viven en el hogar del Padre (14,2s). El distintivo del grupo cristiano es que en él brilla la gloria/amor de Jesús (13,35); así perpetúa su presencia entre los hombres. El grupo va a quedar en medio del mundo, ambiente hostil y seductor al mismo tiempo, sin el soporte de su presencia física (v.11).


5. COMENTARIO 2

Llegamos hoy al 7º y último domingo y a la última semana de Pascua, ya el próximo domingo celebraremos Pentecostés, la venida del Espíritu Santo, el don de Cristo resucitado sobre su Iglesia, y habrán terminado así los cincuenta días de gozosa celebración del Misterio Pascual, la conmemoración anual de la pasión, muerte y resurrección de Jesús.

Como preparándonos para la celebración de Pentecostés hoy nos propone la liturgia, como 1ª lectura, el pasaje del libro de los Hechos de los Apóstoles en el que se nos dan los nombres de los apóstoles de Jesús: han regresado del Monte de los Olivos, en donde vieron ascender al Señor al cielo, y se congregan en una casa de la ciudad santa. Cuidadosamente apunta el autor que estaban con ellos algunas mujeres, entre ellas María, la madre de Jesús, y sus hermanos. Es la Iglesia naciente, fundada sobre el cimiento de los apóstoles, congregada en torno a María que es su figura, prototipo e ideal, y compuesta de seres humanos de toda condición. Una verdadera familia que el Espíritu vendrá a transformar con su potencia, su fuego y sus dones, para convertirla en la verdadera familia de Dios, su pueblo elegido, el cuerpo espiritual del cual Jesucristo es cabeza y Señor, el templo invisible en donde se rinde culto a Dios en espíritu y en verdad.

Mientras espera, obediente a la orden de Cristo de no abandonar la ciudad hasta no recibir el don del Espíritu, la comunidad apostólica está en oración. Este rasgo caracterizará a la Iglesia a lo largo de los siglos: Iglesia orante, comunidad que suplica, alaba e intercede. En cuyo seno hay maestros de oración como María, la inspirada cantora del Magníficat, o como los apóstoles mismos a quienes enseñó a orar nada menos que el mismo Jesús. Como la Iglesia naciente también hoy la Iglesia ora pidiendo al Padre que renueve en ella los portentos de Pentecostés y que no deje de infundir su Espíritu Santo para purificarla y fortalecerla en la ardua tarea de testimoniar y proclamar el evangelio en el mundo de hoy.

En la 2ª lectura tomada, como en todos estos domingos de Pascua, de la 1ª carta de Pedro, se insiste en que los cristianos hemos de estar dispuestos a sufrir con alegría a causa de nuestra fe. No se trata de que seamos valientes por nosotros mismos, sino de que poseemos el Espíritu del Señor resucitado que nos capacita para testimoniar ante el mundo la verdad y la bondad del evangelio. Un testimonio que, como en el mismo texto se nos dice, debe ser «existencial»: con nuestros actos, gestos y compromisos. Sufrir por la fe es algo digno y, muchas veces, necesario. Pero sufrir por ser malos: homicidas, ladrones, malhechores o entrometidos, es algo que debemos evitar a toda costa, es algo vergonzoso, indigno de cristianos. Muchos de nuestros hermanos en la confesión de la fe cristiana han sufrido, y sufren actualmente, por eso, por ser cristianos. En lugar de avergonzarse ellos se alegran y dan gloria a Dios, porque sus sufrimientos son como un don de intercesión por el mundo pecador y por los cristianos débiles y cobardes. Esto lo debemos recordar cuando las exigencias de la vida cristiana nos causan algún dolor o incomodidad.

El pasaje del evangelio de San Juan que hemos leído hoy, pertenece a la llamada “Oración sacerdotal” de Jesús, al final de los discursos de despedida de los capítulos 13 al 17. Después de exhortar largamente a sus discípulos, consolándolos, previniéndoles y prometiéndoles el Espíritu, Jesús prorrumpe en una hermosa oración al Padre. Oración de consagración en primer lugar, por la cual Jesús se pone confiadamente en sus manos pidiéndole que lo glorifique, es decir, que manifieste ante el mundo que Él es verdaderamente su Hijo, su Palabra encarnada. Tal glorificación se realizará en la cruz, el patíbulo infamante de la crueldad romana, convertida en trono glorioso donde se muestra al mundo la infinita bondad del Padre, la obediencia rendida del Hijo y su carácter mesiánico, real, pues Él es el verdadero rey de las expectativas judías. Así interpreta el evangelista Juan todo el drama del calvario, y los hace iluminado por la luz del Espíritu que llevó a los primeros cristianos, en este caso a los de las comunidades joánicas, a comprender plenamente el misterio de Jesús.

Pero Jesús no sólo pide al Padre su propia glorificación sino que también pide por sus discípulos, los que estaban con Él sentados a la mesa en la cena de despedida, y los discípulos de todos los tiempos, incluso nosotros, que creemos en Cristo después de 20 siglos, comenzando éste tercer milenio del cristianismo. Jesús reconoce que los discípulos son un don que el Padre le ha dado, que están íntimamente unidos a Él por la fe en su Palabra que es la misma Palabra del Padre, que ya forman con Él y con el Padre una sola familia. Por ellos ruega Jesús al Padre, ellos que son el comienzo de su glorificación y que permanecen en el mundo mientras que Él regresa al Padre.

¿No debemos alegrarnos y consolarnos sabiendo que Jesús ora por nosotros? Es cierto que estamos en el mundo, esa realidad que, frecuentemente, en el lenguaje joánico, representa el mal, la opresión y explotación de los humildes y pequeños por parte de los poderosos, el dominio de Satán como personificación de todas las fuerzas que están contra Dios y su voluntad y, por lo tanto, contra los discípulos de Jesús, contra su Iglesia.

A la comunidad orante del libro de los Hechos le ha enseñado a orar el mismo Jesús, no con lecciones teóricas sino con su propio ejemplo: orando delante de ella al que es Señor de la vida, padre amoroso y creador del universo. Por eso la Iglesia, a lo largo de esta semana, se concentra en la oración, implorando que siga viniendo sobre ella, siempre y a través de los siglos, el Espíritu que haga presente a Jesús, que le enseñe a mantenerse en la ruta del que es “camino, verdad y vida”.

Esta última semana del tiempo Pascual, que es como una preparación inmediata para la solemnidad de Pentecostés, está dedicada por la Iglesia a orar especialmente por la unidad de los cristianos. Esto en seguimiento del ejemplo de Cristo que, la víspera de su pasión, oró también diciendo: “que todos sean uno”. Estamos convencidos que nuestras divisiones y rivalidades son un obstáculo para la fe de muchos y por eso la iniciativa de esta semana.

1. Juan Mateos, Nuevo Testamento, Ediciones Cristiandad 2ª Ed., Madrid, 1987 (Adaptado por Jesús Peláez)

2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)