31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO VI DE PASCUA
1-11

1. A/NOTAS:

Juan, en las dos lecturas de este último domingo de Pascua, destaca lo que es el toque definitivo de la vivencia de la fe: el amor, el ágape. Interesa subrayar y meditar las notas más características, según Juan, de este amor.

1. El amor cristiano nace y empieza en Dios. Originariamente es cosa de Dios y no nuestra, la iniciativa es suya. Dios es amor, origen y motor del amor. El Hijo, Jesús, se origina del Padre en un proceso de Amor, que es el Espíritu. Este amor en Dios es comunidad, trinidad. Y este amor se va manifestando en la creación, en la encarnación, en filiación, en la amistad, en la alegría definitiva del encuentro final. Pero siempre el origen y el término es Dios.

2. El signo más claro, la encarnación de ese amor, es Jesús. Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo. Tanto nos amó Jesús que se entregó a la muerte por nosotros. Jesús es la medida del amor de Dios y el ejemplo a seguir. Todas las palabras de Jesús, todos los hechos de su vida tienen este sentido. Jesús es el amor de Dios hecho rostro humano.

3. Este amor que nace en el Padre y pasa por Jesús termina necesariamente en los hermanos. Esto, para Juan, está bien claro y lo repite mil veces en su Evangelio y en sus cartas. El amor cristiano es ambivalente, tiene dos polos: Dios y los hermanos (el hombre). Quien no ama al hermano no conoce a Dios, no conoce a Jesús, no ha entendido lo que es la fe cristiana. Sin amor a Dios y a los hermanos no hay fe cristiana. Y un amor que tiene que concretarse en frutos, en obras.

4. Juan nos indica, también, algunos de los frutos del amor, como son la amistad, la gracia, la oración, las obras y la alegría. En el ambiente pascual en que estamos habría que destacar la alegría. "Que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud" (/Jn/15/13).

Con frecuencia apelamos a ciertas razones para no seguir este camino del amor. "Si tratamos, decimos, con amor a los demás, si dialogamos con todos, si nos abrimos sin prejuicios, los demás se aprovecharán y sacarán ventaja, o serán unos desagradecidos, o nos harán perder inútilmente el tiempo... Por eso, se sigue razonando, es mucho más práctico una buena disciplina, una mano dura, una cierta dosis de castigos, una prudente distancia, un cubrirse las espaldas, etc." (Santos Benetti).

Estos criterios los puede dictar la prudencia humana, pero no el amor cristiano.

(_DABAR/79/32)


2.

Comenzando por la primera lectura vemos que el mensaje de la liturgia de la palabra de este domingo hace relación a un hecho bien conocido: la catolicidad del evangelio, la universalidad de la Nueva Alianza sellada en Jesucristo. Este fue un problema muy concreto de la primera comunidad cristiana. La tradición veterostestamentaria les hizo sentir un especial estremecimiento cuando vieron abrirse las puertas del Evangelio a los gentiles.

"Ya no hay gentil ni judío". El "tertium genus christianorum" hizo estallar aquella frontera. Pero hay más. Leamos el episodio completo de Cornelio, del que la primera lectura de hoy es sólo una selección. San Lucas, que pone el episodio en relación con las decisiones del concilio de Jerusalén (cfr. Hech. 15, 7-11, 14), da por sentado en la redacción que hay fuera del cristianismo y del judaísmo "hombres piadosos y temerosos de Dios". Esto rebasa la problemática referente a la frontera entre judíos y gentiles, y apunta a un problema que no es sólo de la primera comunidad cristiana, sino que es también de la Iglesia actual. Hay hombres piadosos y temerosos de Dios que, de hecho, reciben el Espíritu Santo independientemente del bautismo sacramental. El Espíritu obraba en ellos al margen del cristianismo y del judaísmo. Por eso Pedro no tuvo escrúpulos de otorgarles el bautismo.

SV/EXTRA-I: Esto es también un problema de la Iglesia actual, decimos. Es una invitación a una comprensión más seria y profunda del viejo adagio: "extra Ecclesiam nulla salus". Con bastante frecuencia lo hemos entendido a lo largo de la historia con excesiva estrechez.

Pedro, sin embargo, porque fue revelado, lo entendió con un corazón más amplio: "Verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le teme y practica la justicia le es grato" (Hch/10/34-35). Digamos, en primer lugar, que el "temer a Dios y practicar la justicia" es ahí un concepto bíblico técnico, igual que el concepto de "hombre piadoso y temeroso de Dios"; tecnicismo en el que no podemos entrar ahora. Pero aparte del tecnicismo la lección general es permanente e importante: lo que a Dios agrada en el hombre está por encima de que éste pertenezca a una nación o a otra. Y lo que se dice de nación, lógicamente hay que ampliarlo: es indiferente la nación, el color, la ideología, el grupo político, el grupo religioso (?), la iglesia (?)... Esto es muy importante y necesita que extraigamos de ello conclusiones:

-No tenemos en la Iglesia el monopolio de la salvación. Ya decía Santo Tomás que la Gracia no está atada a los sacramentos. La Gracia y lo grato a Dios en el hombre son más amplios que las fronteras de la Iglesia explícita.

-Hay, pues, una Iglesia que salva. E igualmente podemos hablar de una fe implícita salvífica. Estaríamos aludiendo ahora al viejo tema del "cristianismo anónimo":

CR/ANONIMO (/Mt/25/37-40). San Francisco Javier marchó a evangelizar las Indias pensando que quienes no oyesen el evangelio estaban condenados irremediablemente al infierno. A tal santo se le puede perdonar aquéllo por el siglo en que vivió.

Pero hoy hay en la Iglesia muchos cristianos que piensan -es sólo un ejemplo- que los marxistas, o los "rojos" están todos condenados, o que no tienen posibilidad de un mínimo de honestidad simplemente humana, que no pueden ser tomados siquiera como ejemplo de una situación de "error invencible..."

-Esta fe e Iglesia implícitas no salvan ante Dios al hombre más o menos según su explicitud, sino según sus contenidos. Es decir, el hombre no se salva ante Dios según que esté más o menos explícitamente incorporado a la fe y a la Iglesia explícitas, sino según que esté más o menos en la línea de lo que a Dios le agrada.

-La explicitud de la fe y de los sacramentos no son el principal criterio de incorporación a la Iglesia salvífica. Esto estaba ya aludido en la Mystici Corporis. No entramos en profundidad o matizaciones. Ponemos sólo un ejemplo: está más profundamente arraigado en la verdadera Iglesia (=los que en cualquier nación temen a Dios y practican la justicia y por eso agradan a Dios) el hombre que tiene una caridad activa sin fe explícita (?) que el que tiene una fe explícita sin caridad activa.

-El Espíritu de Dios obra también fuera de la Iglesia. Juan bautizaba con agua; vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo, recordaba Pedro que había dicho el Señor. Es decir, el bautismo del Espíritu Santo, su acción, rebasa la de los sacramento. Por eso podemos estar atentos a los signos de los tiempos, a la historia, a las realizaciones de todos los hombres "de buena voluntad".

La segunda lectura precisará más todavía qué contenido tiene ese temer a Dios y practicar la justicia: lo que salva es el amor.

Porque todo el que ama ha nacido de Dios. No se dice que el que ha nacido de Dios ama, sino que el que ama, si ama, ha nacido de Dios. Porque no nos lo creemos es por lo que ponemos dificultades ("pero si éste es de otra ideología, si éste es de los otros..."). Es la misma extrañeza que resonará en labios de ellos mismos el día final: "¿Cuando te dimos de comer, de beber...? En verdad os digo que cuantas veces lo hicisteis con estos hermanos míos pequeños...".

A-H/SER-CR: Y la lectura volverá a insistir más. Sois mis discípulos no cuando os afiliais a... y os apuntáis en... o recibís tal sacramento, sino cuando cumplís mis mandamientos. Y mi mandamiento es que os améis los unos a los otros. Un discípulo avispado tendría que haber interrumpido el discurso de la cena y haberle preguntado a Jesús: "Pero, Señor, ¿y esos que aman sin que sepan que lo mandas tú?" Hubiera sido la pregunta sobre las relaciones del cristianismo y los" hombres piadosos y temerosos de Dios". La respuesta de Jesús ya en el discurso de la cena hubiera ahorrado a Pedro el episodio de Cornelio. Las conclusiones son muchas. El cristiano no puede anatematizar a los no cristianos. Hay muchos no cristianos que "temen a Dios y practican la justicia". Muchos de éstos pueden estar más cerca de Dios que yo. El cristiano debe colaborar con todos esos no cristianos que practican la justicia. El cristiano debe leer los signos de los tiempos, la acción del Espíritu a través de ellos.

Entonces, ¿para qué la Iglesia? Para mucho. Es el problema de la identidad cristiana. Todo esto no desplaza a la Iglesia explícita, que sigue teniendo una misión y una aportación inconfundible e irremplazable. Pero ya desborda nuestro tema.

DABAR 1976/32


3.

-"Esto os mando: que os améis". Con estas precisas y preciosas palabras termina el evangelio, que acabamos de escuchar esta mañana. Con esas mismas palabras se despidió Jesús de sus discípulos durante la última cena, momentos antes de subir a la cruz para resucitar. La solemnidad del momento en que nos dio Jesús su mandamiento de amarnos, demuestra bien a las claras que es su última voluntad, la misión que nos encomienda con urgencia y con todas las prioridades. Por eso insiste una y otra vez, como para que no pase inadvertido ni sea relegado a segundo plano.

Para mayor abundamiento, el mismo evangelista, que nos ha transmitido ese mandamiento de Jesús, hace suya la orden del Maestro y nos insta a que nos amemos los unos a los otros, ya que el amor es de Dios.

-"Que os améis unos a otros como yo os he amado". El amor que Jesús nos encomienda no es una simple corriente de simpatía. No se trata sólo ni precisamente de mirar a todo el mundo con una sonrisa en la boca o prodigando buenas palabras a diestro y siniestro. Tampoco se trata de la caridad, con minúscula y caricaturesca, a que frecuentemente reducimos el mandamiento de Jesús. El evangelio no da pie para que evaluemos el amor en donativos de caridad, en limosnas, en desprendimiento de lo que nos sobra y vamos a tirar.

El amor que Jesús nos manda es simplemente el amor. Un amor afectivo y de amistad, de compañerismo, fraternal. Pero un amor también efectivo y operativo. Es el amor que arraiga en el corazón y produce sentimientos de aceptación, de respeto y estima, al tiempo que da frutos de justicia, de solidaridad y de fraternidad entre todos los hombres. Porque lo que Jesús nos propone es que nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado. ¿Que cómo nos ha amado Jesús?

-"Nadie tiene mayor amor que el que da la vida". Ese es el límite del amor cristiano, a él debemos tender y aspirar, no podemos conformarnos con un amor menor, no seríamos buenos seguidores de Jesús. Jesús ha puesto tan alta la cota, para que no caigamos en lo que tantas veces caemos, en las ridículas prácticas de tantas caridades vergonzantes. Jesús pudo poner bien alta la mira, porque él mismo estaba a punto de hacer lo que nos mandaba hacer.

Al día siguiente de darnos el mandamiento del amor, moría en la cruz víctima del amor a los hermanos. Así quedaba patente el modo del amor de Dios, manifestado en su Hijo. Así quedaba meridianamente claro el modo del amor cristiano.

Y si el récord del amor cristiano está en dar la vida, parece claro que no será mucho exigirnos el dar todo lo que vale mucho menos que la vida, como es nuestro tiempo, nuestro trabajo, nuestra dedicación, nuestras cosas, nuestro dinero.

-"Si guardáis mi mandamiento, permaneceréis en mi amor". Somos cristianos, amamos a Cristo, si y sólo si amamos al prójimo como Dios nos ama en su Hijo Jesucristo. Ahí podría estar, si la hay, la diferencia entre el amor cristiano y todas las formas del altruismo, en ese "como Dios nos ama". Esa medida, única capaz de acreditar nuestra fe, ha sido frecuentemente rebajada por los seguidores de Jesús. La historia de la Iglesia está salpicada de luces y sombras en este sentido. Pero hay luces suficientes para que pueda ser tenida como maestra. Durante toda su larga historia ha estado siempre pendiente de las necesidades y de los sufrimientos de los hombres: los pobres, las viudas, los huérfanos, los enfermos, los abandonados, los moribundos, los perseguidos han sido acogidos en la iglesia. El calendario de los santos es un inmenso listado de hermosas obras del amor cristiano. Y ese listado aún no se ha cerrado. Muchas de las miserias del hombre se van resolviendo en la creciente acción social de los Estados. Pero ninguna política social puede alcanzar todas las miserias de todos los hombres ni podrá dar respuesta a todos los sufrimientos humanos. Por eso queda siempre un espacio abierto al amor de los creyentes y a la solidaridad de todos.

-"Permaneced en mi amor". Permanecer en el amor a Dios es permanecer en el mandamiento de Jesús, o sea, en el amor al prójimo. Hoy precisamente la iglesia, haciéndose eco del mandamiento de Jesús, nos insta a volcar nuestro amor en nuevas situaciones de sufrimiento y de dolor de los hombres, como es el caso de ciertos enfermos abandonados, desasistidos y rechazados a causa de su enfermedad. "Si las comunidades cristianas quieren ser fieles a la persona y al mensaje de Jesús, han de atender a los enfermos más desasistidos y necesitados con la misma solicitud con que él lo hizo... Jesús no pasó de largo ante los enfermos, el sector más desamparado y despreciado en la sociedad de su tiempo. Se acercó a ellos, se conmovió ante su situación, les dedicó una atención preferente, buscó el contacto humano con ellos, por encima, de las normas que lo prohibían, y les libró de la soledad y abandono en que se encontraban, reintegrándolos a la comunidad".

Así como Jesús amó a los hombres, a los enfermos y necesitados, así es como debemos amar. Recordemos su mandamiento.Practiquémoslo. DIA-ENFERMO ENFERMOS:

EUCARISTÍA 1988/23


4. A/SUCEDANEOS.

-Gran oferta de sucedáneos

Como el amor es una necesidad fundamental de todo ser humano, y como no hay abundancia de amor genuino, han surgido en nuestro mundo (¡cómo no!) una amplia gama de sucedáneos del amor: amor de consumo, amor profesional, amor por ordenador, píldoras del amor, amor de eslogan, amor de usar y tirar, amor "pret-a-porter", amor de equipo, amor de camaradas, amor a la naturaleza, amor a los animales, amor al hobbie, amor hinchable, amor telefónico...

El que quiera, puede dejarse engañar en un momento dado, en una situación desesperada. Pero, a la hora de la verdad, son perfectamente inútiles, no llenan, no satisfacen... Y entonces empieza un nuevo camino: pérdida del sentido de la vida, amargura, desesperación, incapacidad para buscar un nuevo horizonte..., quizá la droga, la delincuencia, el suicidio.

-Un amor "light"

Uno de los últimos sucedáneos es el amor "light"; para hablar correctamente, el "amor suave" o "liviano, de poca monta, vacío", que son otras traducciones también válidas del término inglés.

Es increíble comprobar la cantidad de cosas "light" que hay hoy día en nuestro mundo: casi todos los productos comestibles tienen su versión de "poca monta" (lo último, las hamburguesas "light").

Nadie ha comercializado (de momento) un amor "liviano", pero es de uso frecuente: un amor que no cree problemas, que no implique compromisos serios o duraderos, que reporte beneficios o comodidades (a la hora de realizar determinadas tareas domésticas, por ejemplo), que posibilite buenas ganancias, que se pueda eliminar al primer conflicto, a la primera dificultad. Un amor, en definitiva, que exija poco y rinda lo más posible. Puede que esta nueva modalidad de sucedáneo dure más que otras, pero tampoco satisface las necesidades del hombre. Y así, vuelve a surgir la oportunidad para buscar (y encontrar) un amor verdadero.

-Un amor genuino

A/4-NOTAS: Erich ·Fromm-E, en su ya clásico libro "El arte de amar", señala estas cuatro características del amor que recordamos ahora una vez más:

-Cuidado del otro, preocupación activa por la vida y el crecimiento del otro; la esencia del amor es trabajar por alguien y hacerle crecer.

-Responsabilidad: no como un "cargar con el otro", sino estar dispuesto a responder a las necesidades, expresadas o no, del otro; la vida de las personas a las que se ama no es sólo cosa suya, sino también propia.

-Respeto: que no es temor, ni reverencia sumisa, sino ver a la otra persona tal y como es, no como yo quisiera que fuese; eso sí, ayudándola a superar sus fallos y a desarrollar sus cualidades.

-Conocimiento: para que exista ese respeto, tiene que haber conocimiento: profundo, real, total; no por la fuerza, sino por el diálogo.

No es fácil un amor así, pero la dificultad no nos debe echar atrás; no es frecuente, pero la infrecuencia no nos debe volver conformistas con la situación.

-El ideal de Jesús

Jesús, en esta misma línea, propone un ideal de amor, exigente, pero no imposible: "amaos unos a otros como yo os he amado"; ahí está la novedad, una novedad que no nos pone en la pista de una clase de amor diferente, sofisticado, sino en la pista del único amor que merece el nombre de tal, que no es ni sucedáneo ni light, que es cien por cien puro, auténtico.

El cristiano no tiene otra posibilidad de amor que el AMOR de Jesús, no puede amar de otra manera que como ama y amó Jesús.

Por otra parte, amar así es el único aval, la única garantía que los discípulos tienen para saber que se encuentran dentro de la línea marcada por Jesús, para saber que realmente están trabajando por el Reino, para saber que realmente viven, aunque pueda ser con deficiencias, como discípulos del Señor.

-La última voluntad de Jesús

La última voluntad de Jesús, el único mandato que deja a los suyos en la cena de despedida, es que se amen, y que lo hagan así. No les pide otra cosa, no les da otra consigna ni otra seña de identificación que ésa: amarse como El.

Amar así es asomarse al misterio de amor de Dios, ser testigos de que Dios es misterio, pero misterio de amor, misterio ante el que no hay que temer, sino confiar; misterio, que no nos va a destruir, sino a revitalizar, a resucitar.

Hoy, la última voluntad de Jesús está de plena actualidad; hoy se necesitan más que nunca hombres y mujeres dispuestos a pasar de sucedáneos y a cumplir con ese mandato de amar como El nos amó.

Hoy, nuestro mundo está urgentemente necesitado de más y más testigos veraces del amor, testigos que sean, en última instancia, reflejo del amor de Dios, mensajeros y reveladores de ese amor. A nosotros, a la Comunidad de seguidores de Jesús, a la Iglesia, se nos ha encomendado especialmente esta tarea. ¿Qué hemos hecho de nuestra misión?

LUIS GRACIETA
DABAR 1991/26


5. MDT/LEY-O-EV

-El nuevo mandamiento, ¿ley o evangelio?

Lo que Jesús llama "mi mandamiento" no tiene el sentido de lo legal que unívocamente se ha de cumplir. Es más bien un contenido de vida y un objetivo al que se tiende y al que siempre parece no estarse del todo orientado. Su grandeza y, con ella, su lejanía será tanto más experimentadas cuanto más esfuerzo se ponga en su consecución. ¿Es que acaso sólo se da la alternativa de, o bien medir la distancia para adecuar a ella nuestras posibilidades, o bien tener que vivir siempre bajo el peso de una opresora exigencia que nos crea un continuo e infeliz malestar, arrebatándonos la libertad y el gozo del Evangelio? El mandato nuevo no es una ley que sólo exige, sino un testamento que se nos lega. Las palabras "como yo a vosotros, así entre vosotros" contiene la gran medida y también el precioso don: inmerecidamente habéis sido amados. El "así entre vosotros" es respuesta a un amor de iniciativa que pretende ser transmitido para acoger a otros dentro de él. Que nosotros, pues, nos encontremos en esta tensión entre "la gran medida" y nuestra "pequeña realidad" no quiere decir que nos hallemos bajo el peso de una exigencia que no podemos cumplir o bajo la opresión continua de una mala conciencia. Porque no se trata tanto de una exigencia moral, cuanto de la realidad de un amor que ha sido el primero en amar.

-Que os améis los unos a los otros como yo os he amado

Sólo cuando sabemos lo que significa "como yo a vosotros..." es cuando podemos también atisbar sobrecogidos y felices lo que quiere decir "sea así entre vosotros". El origen del amor no está en que hayamos amado a Dios, sino en que El nos ama y ha enviado a su Hijo como víctima de reconciliación. Este amor no es respuesta alguna a méritos, sino libre don de Dios que da su primer paso. Su amor se revela en su Hijo que busca a los extraviados, cura a los enfermos, hace mesa común con pecadores y publicanos y se solidariza con ellos hasta el rebajamiento de la cruz. "Como yo os amo, amaos entre vosotros" quiere decir perdonar de nuevo, porque nosotros mismos vivimos siempre en renovada paciencia y perdón; quiere decir que no hay que preguntar lo que el otro merece, sino lo que el otro necesita; quiere decir vencer siempre la estrechez de corazón que se cierra ante cualquier sombra de agravio, mientras que a mi mismo me es regalada de continuo toda una vida de perdón.

J/A-H: El amor del Hijo -ésta es la gran medida- se da siempre sin límites ni retención alguna. Cuando él dice que "nadie tiene más amor que el que da la vida por sus amigos", él mismo se está desbordando, porque no está restringiendo su entrega al círculo de sus amigos, sino expandiéndola más allá de cualesquiera fronteras hasta no quedar nadie excluido.

Y su forma de amar es la soberanía en la libertad. Su amor no depende del valor del otro, de la complacencia que el otro le produce o de lo que el otro ha hecho o dejado de hacer. El amor no está en dependencia de respuesta o de éxito. El amor no es impositivo porque respeta la libertad. Y no espera nada a cambio, porque no pretende fuerza alguna para ganarse o retener al otro.

No es un amor sentimental; quiere sencillamente lo que para el otro es bueno y recto. Por eso tiene libertad, riqueza y amplitud hasta el punto de abarcar al enemigo.

-La gran medida y la pequeña realidad

Esta palabra que el Señor acuña con su sangre como "su mandato" y como fundamento de su nueva alianza, y que entrega como testamento a los Apóstoles en la hora suprema y decisiva, es la palabra que verdaderamente podemos escuchar y tomar profundamente en serio, sin asustarnos ante ella. Esa alta y "gran medida" de amor no tenemos por qué intentar de pronto hacerla totalmente nuestra, en toda su dimensión. Pero de la altura y grandeza de tal exigencia sí debemos proponemos el mandato como un fin al que tender, algo de lo que somos aprendices y ante lo que estamos situados como en un examen último. Es muy importante, eso sí, que no perdamos la orientación a tal fin y que no nos detengamos en el recorrido. Las inevitables dificultades que aparecen en cualquier ámbito de la vida en común son sólo ejercicios de aprendizaje que han de ser resueltos, con el ánimo de entrega que precisan.

Quizá nunca se presente el caso serio de tener que entregar la vida por los hermanos o por un hermano, pero lo que sí se da con seguridad en cada momento es que un poco de mí y de mi vida sea preciso entregar por un cualquiera. Y lo más importante -de acuerdo con la "gran medida" de amor dentro de nuestra pequeña realidad- es que ese cualquiera puede ser de todo tipo y condición humana imaginables, pero acaso también inimaginables.

EUCARISTÍA 1985/22


6. A/MANDAMIENTO.

-ARTICULO PRIMERO: EL AMOR

La palabra "amor" está muy gastada. Pero a la vez constatamos que un buen tanto por ciento de veces la Palabra de Dios nos enfrenta a este aspecto de nuestra vida: ¿amamos o no amamos? Y ahora, en Pascua, como hoy en el evangelio y en la otra lectura de Juan, se nos presenta el amor como la clave central de nuestra vida pascual. Es "el mandamiento" por excelencia.

Podríamos decir que en la "Constitución" de nuestra fe cristiana el primer artículo es claramente el amor: la prueba de que somos cristianos, o de que hemos entendido a Cristo Jesús en su nueva vida de Resucitado.

-LA "LÓGICA" DEL MANDAMIENTO

La homilía no se estructura normalmente como una argumentación filosófica o de apologética. Pero hay que reconocer que, tal como hoy nos propone el tema del amor la Palabra de Dios, tiene su "lógica", y no estaría mal que la resaltáramos, como la motivación básica de nuestra ley cristiana de amor.

a) Ante todo, "Dios es amor": La iniciativa no es nuestra, sino de El. El ha amado primero. Y lo ha demostrado en toda su historia, sobre todo en su momento central, enviándonos a Cristo su Hijo; también Cristo razona así, a partir del amor que le ha tenido su Padre: "como el Padre me ha amado...". La mejor prueba del amor que Dios Padre nos tiene la tenemos precisamente en la Pascua que estamos celebrando desde hace cinco semanas: ha resucitado a Jesús y en él a todos nosotros, comunicándonos su misma Vida. De Dios podemos hablar resaltando su sabiduría, su poder, su santidad... Pero hoy hemos escuchado una definición sorprendente: "Dios es Amor". Y ahí está el punto de partida de todo lo que se nos pide después.

b) Cristo Jesús es la realización perfecta del amor. "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo". En El hemos visto el amor de Dios en acción. El es el que mejor ha respondido al amor del Padre, con su propio amor de hijo. Y también el que nos ha mostrado a nosotros este mismo amor: "ya no os llamo siervos, os llamo amigos". Y lo puede decir con pleno derecho, porque es el que mejor ha hecho realidad esa palabra: "nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Cristo Pascual, entregado a la muerte y resucitado a la vida, es el que puede hablar de amor. En la misma escena en que dice estas palabras -su cena de despedida- hará con ellos un adelanto simbólico de su entrega: se ceñirá la toalla y les lavará los pies... El amor del que sirve, del que se entrega hasta el final, del que no se busca a sí mismo.

c)"Amaos unos a otros": A/PROJIMO:. Es el tercer momento de este "silogismo", que parece en rigor que rompe la lógica, porque se podría suponer que terminara en otra dirección: si Dios os ama, si yo os he amado, responded vosotros (a Dios y a mí) con vuestro amor. Y sin embargo la conclusión es otra: "amaos unos a otros". Es una lógica sorprendente, pero repetidamente subrayada en el evangelio y en la segunda lectura. Sólo el que ama "ha nacido de Dios"; sólo el que ama "conoce a Dios"; sólo el que ama es "amigo: porque el mandamiento de Cristo es "que os améis unos a otros", y "vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando"...

El que se siente amado por Dios, el que tiene conciencia de "hijo" de "Dios y de "hermano" de Cristo, tiene un programa de vida clarísimo: amar a su hermano. Un programa que le ofrece los mejores ideales y a la vez la más auténtica alegría ("os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud").

Una vez más, pues, la homilía debe ayudar a la comunidad a que se deje interpelar por este "mandamiento" primero: el amor. Para que logre superar las mil excusas que solemos poner en la práctica para no amar, o para amar con distinción de personas, o para amar cuando no cuesta sacrifico... Presentar este programa de vida como la mejor prueba de vida pascual, o el mejor testimonio de que Cristo sigue viviendo entre nosotros...

-AMOR UNIVERSAL: CORNELIO

También deberíamos completar el mensaje bíblico con el otro matiz que ha aparecido en la primera lectura: la apertura de la comunidad de Jerusalén a la familia pagana de Cornelio. También aquí aleccionados por el mismo Espíritu, que es Espíritu universal, Dios no hace "acepción de personas". Y la Iglesia -aunque le costó- aprendió la actitud de apertura.

Hoy esto sigue costándonos, tanto a nivel comunitario como personal. Aceptar diversas culturas, caracteres, ideologías políticas, carismas, lenguajes. No cerrarse, no medir la entrega del amor según la medida de las simpatías o de los méritos...

También aquí funciona la misma lógica: Dios quiere a todos, Cristo se ha entregado por todos: luego nosotros debemos amar con corazón universal, como prueba de que hemos "conocido" a Dios y de que somos "amigos" de Cristo...

Y de ello nos hace tomar conciencia cada Eucaristía: con esa paz que nos damos, con ese Pan que partimos, con toda la actitud de la celebración, que nos provoca a una opción de amor también para el resto de nuestra vida cristiana.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1982/10


7.

-PRIMERA LECTURA: LA FE UNIVERSAL

La escena de la conversión de Cornelio: la Iglesia salta la cerca de la comunidad judía y admite a los paganos. Costó mucho que los cristianos judíos aceptasen que se podía ser cristiano sin tener que convertirse previamente a la religión y a las practicas judías. Es una larga historia de fricciones, desconfianzas y pactos más o menos logrados (cf. el pacto del concilio de Jerusalén: Hechos 15,28-29; cf. también muchos momentos de la vida y las cartas de Pablo).

Por eso la escena de hoy resulta emblemática: Pedro, el máximo representante de la comunidad, se encuentra con que el Espíritu decide antes de que él haya tomado ninguna decisión, y le "obliga" a aceptar a un pagano dentro de la comunidad. Pedro veía a Cornelio con buenos ojos, pero el golpe definitivo lo da el Espíritu.

Esto tiene una aplicación bastante clara: ¿cuántas "prácticas judías" consideramos nosotros "imprescindibles" para ser cristiano, sin que lo sean realmente? Normas morales, planteamientos políticos, cuestiones disciplinares, o incluso normas de urbanidad. En un mundo tan cambiante, sería necesaria mucha mayor flexibilidad, en nosotros y en los organismos oficiales de la Iglesia, para no cerrar el paso innecesariamente a gente que querría creer...

Y otra aplicación: más fuerte que todo, está siempre la fuerza del Espíritu del Resucitado, que actúa más allá de todo esquema.

¡Demos gracias!

-SEGUNDA LECTURA: DIOS ES AMOR

El domingo pasado, en el evangelio, salía ya el tema del mandamiento nuevo; hoy, la segunda lectura se centra en este tema, con la gran afirmación: Dios es amor. Y la segunda gran afirmación: todo el que ama ha nacido de Dios.

En las pocas frases de esta lectura se encuentra una síntesis teórico- práctica de lo que es la vida cristiana y, más aún, de lo que es la vida, sin adjetivos.

Y la vida, y la historia, es eso: una fuerza de amor que es la fuente y el fundamento de todo; una presencia palpable de este amor, Jesucristo fiel hasta la muerte; y una finalidad última de todo, un amor absoluto, Dios.

Y eso, que puede parecer muy abstracto, no lo es en absoluto: hay alguien que ha derramado su sangre, y esto no es nada abstracto, y hay una manera muy concreta de entrar en este mundo de la plenitud gozosa del amor: amando, simplemente amando. Una manera tan concreta que llega a un criterio de unión con Dios realmente muy secularizado: "todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios".

-EVANGELIO: LA UNIÓN EN TORNO A JESÚS Y AL PADRE

La plegaria-meditación de Jesús puede ser también nuestra-plegaria-meditación pascual. Una plegaria-meditación que nos lleva a pensar y orar sobre nuestra vida como comunidad de creyentes. Y a destacar algo que resulta básico: el fundamento, el sentido, el punto de referencia de la comunidad de los creyentes es la unión en torno a Jesús y al Padre: -Una unión que transforma por dentro, que "santifica" y "consagra".

-Una unión que hace vivir, dentro de la comunidad, una unidad y un amor verdaderos, en el que cada persona es valorada en cuanto persona, y no por su prestigio y poder, sino precisamente al revés: el pobre y el que sufre tienen más valor.

-Una unión que hace que uno no se trague todos los falsos valores de este mundo, y se enfrente a ellos si es necesario.

-Una unión que, sin embargo, no lleva a querer retirarse del mundo, sino más bien a estar de lleno en él, pero sin dejarse ganar por el mal.

-Una unión que implica misión, la misma misión que el Padre ha confiado a JC.

-Una unión que, finalmente, tiene como objetivo que tengamos "su alegría cumplida".

JOSÉ LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1988/10


8.

Las palabras de Cristo en el domingo anterior subrayaban la exigencia de "dar fruto". La viña de Dios no puede ser una viña decorativa, un elemento ornamental del paisaje, bella para la vista, puesta allí como objeto de admiración. Debe "dar mucho fruto".

La iglesia, viña de Dios, no posee en sí misma la propia justificación. Su razón de ser son esos frutos que el propietario espera de ella. Su justificación está en la ventaja que el hombre saca de ella.

Hoy se precisa en qué consiste exactamente el "dar fruto".

En el lenguaje de Juan, "fruto" no significa genéricamente "obras buenas". La palabra tiene aquí una significación bien definida: son los frutos de amor, de caridad.

O sea, quien vive en Cristo debe producir frutos de bondad, justicia, paz. El amor constituye la tarea fundamental del cristiano.

Si el cristiano se revela incapaz de amar es un fracaso.

Si la Iglesia no aparece como un testigo creíble de caridad, justicia, atención a los pobres, es una viña estéril.

La presencia en nosotros de las palabras de Cristo ("Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros...") se traduce en amor fraterno. "Dar fruto" es precisamente esto.

La palabra de Dios, es como una semilla que, penetrando en el corazón del hombre, está destinada a germinar, crecer, y "dar fruto, el ciento por uno" (Mc/04/20). Frutos de misericordia, perdón, generosidad, abnegación, compresión, compromiso a favor de los hermanos, capacidad de arriesgarse por los débiles, los oprimidos, los marginados.

En el evangelio que se nos propone en este domingo -también tomado del "discurso de despedida" de Jesús- hay un martilleo inquietante de frases que precisan el deber fundamental del cristiano.

"Como el Padre me ha amado, así os he amado yo: permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor" (v. 9-10).

Cada una de las frases -como dice M. E. Boismard- establece un paralelismo entre el Padre y Jesús por una parte, entre Jesús y sus discípulos por otra. La primera frase nombra, sucesivamente, al Padre, a Jesús y finalmente a los discípulos. La segunda sigue un movimiento inverso.

Tenemos, pues, como una parábola que parte del Padre y vuelve al Padre.

El amor encuentra la propia fuente en el Padre, pasa del Padre a Cristo, y de Cristo a los discípulos.

La condición para "permanecer en el amor" consiste en observar los mandamientos de Jesús, como Jesús ha observado los mandamientos del Padre. Los mandamientos, después, se reducen a un mandamiento único, el que encierra a todos y representa la síntesis y el espíritu de la ley: el amor.

Consiguientemente los lazos que unen a los discípulos con Jesús son análogos a los que unen a Jesús al Padre. Los discípulos "guardan" los mandamientos de Jesús y son amados por él, así como Jesús "guarda" los mandamientos del Padre y es amado por él.

En el centro, Juan coloca el tema de la alegría: "Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud".

La alegría, pues, como fruto de la obediencia y del amor.

El discípulo se caracteriza por la alegría, no por otra cosa.

Su alegría no es una alegría cualquiera o una alegría disminuida.

Es una alegría "plena", completa, la misma del Maestro, que se adueña de su vida y que irradia de toda su persona.

Pero no basta. Jesús se propone como modelo del deber de amarse unos a otros: "...como yo os he amado".

Y él nos ha amado "hasta el extremo" (/Jn/13/01). Que hay que entender no sólo en sentido de fidelidad temporal, sino en términos de intensidad, radicalismo, incluso exceso: hasta el extremo, hasta el máximo, hasta "dar la vida" por los amigos.

Su amor ha sido un amor sin medida "loco". He hablado de "martilleo inquietante" de estas frases.

En efecto, personalmente no me siento de ninguna manera confortado, tranquilo. Mi posición, entre esas dos realidades implacables -"como el Padre me ha amado" y "como yo os he amado"- está muy lejos de ser cómoda. Me siento como aplastado por estas exigencias que me quitan el aliento.

Quisiera amar como yo quiero, cuando yo determino, y cuando yo decido. Sin embargo esos dos "como" me proyectan hacia una medida divina, lejanísima de mis horizontes habituales, me desinstalan de mis programas de equilibrio para imponerme un estilo de locura, caracterizado por excesos increíbles.

Me hago ilusiones de que sé amar y de que no tengo necesidad de aprender. Creo que el amor es algo natural, y que funciona sin más.

Pero cuando soy alcanzado por esa provocación "como yo os he amado", empiezo a sospechar que el amor es una materia más bien difícil de aprender, una posibilidad que aún he de explorar por completo. Y cuando caemos en la escuela de tal Maestro, se llega a negarse a sí mismo, a olvidarse, a perderse.

Cristo nos ha amado no quedándose en su sitio, sino abajándose, "anonadándose", haciéndose siervo de todos.

Yo, por el contrario, prefiero que no me cueste demasiado en materia de sacrificios, renuncias, despojo.

Quisiera amar quedándome en mi sitio, sin molestarme excesivamente, sin privarme de aquello a lo que estoy apegado. Me resulta extremadamente duro "salir" de mí mismo, de mi egoísmo, de mis cálculos, de mi confort, de mis programas, de mis intereses, para llegar hasta el otro, caer en la cuenta de su presencia, entrar en su problema, penetrar en su sufrimiento.

Quiero ser yo quien decida a quién debo amar, quien establezca quién es digno y quién no merece mi interés.

Y Cristo me hace entender que no debo excluir a nadie, ni a los antipáticos, ni siquiera a quien me ha hecho algún mal.

El maestro insiste en machacar sobre el clavo fastidioso de que no debo ser yo quien "elija" al prójimo. El prójimo se presenta como quiere, en el momento menos oportuno, de la manera menos elegante; con las pretensiones menos discretas, muchas veces con una cara repugnante.

Bah, sí estoy dispuesto a dar algo, especialmente de los superfluo, después de haber hecho bien las cuentas de caja.

Y Cristo me explica que no hay amor verdadero si no se llega a "darse", o sea, a darse a sí mismo más que las cosas.

Y este darse, en ciertas circunstancias, puede significar "dar la vida por los amigos". Entonces me viene la duda de que soy un analfabeto en cuestión de amor, aunque tenga la palabra a todas horas en los labios. Bien lejos de ese "no tengo nada que aprender". Soy un principiante que he llamado amor a lo que era un simple egoísmo barnizado de buenos sentimientos.

La cruz de Cristo. La señal de los clavos. La traición. Frente a tales "ilustraciones", mi amor se pone en crisis, ya no me atrevo a pronunciar esa palabra.

"...Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer". Menos mal, una frase que me tranquiliza, después de esas precedentes que quemaban. Este Cristo revelador de los secretos celestiales me gusta más que ese Cristo que pretende que yo ame a mis semejantes como él nos ha amado. En el fondo, Jesús viene de lo alto. Su condición de Hijo hace que esté al corriente de los secretos del Padre.

La idea de una religión "privilegiada" con Cristo, que me admite en el ámbito restringido de los "iniciados", en la élite de los elegidos para revelaciones sensacionales. Señor, aquí estoy para escuchar tu Palabra. Estoy atento para no dejar escapar ni siquiera una tilde de tus confidencias.

Adelante, Señor, habla. Estoy dispuesto a acoger y a custodiar todos los secretos que quieras desvelarme.

No me tengas más en suspenso. Estamos entre amigos, lo has dicho tú. "Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer".

Espero con ansia este todo. Todo lo que has captado de labios del Padre.

"...Esto os mando: que os améis unos a otros". Ahí está todo el secreto. Todos los secretos reducidos a éste. Todas las cosas son una única cosa. Del Padre ha oído todo esto. Nada más. He entendido, Señor. Tu tarea de Maestro termina al revelarme, al enseñarme una sola cosa. La única cosa que no sé. La única cosa que no hago. Sin embargo, la única cosa por la que vale la pena comenzar...

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO B
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1987.Pág. 99


9. ES/CV  APOSTOLADO/EVON/ES

A través del episodio del centurión Cornelio y de Pedro, el Espíritu Santo me enseña cuáles son las disposiciones interiores del verdadero discípulo si quiere ser testigo y sólo testigo de Dios. No testigo de sí mismo sino sólo testigo de Dios. ¿De dónde viene, en efecto, la conversión del centurión Cornelio? ¿De dónde viene que acepte la revelación de Jesucristo? El texto nos lo revela claramente: el Espíritu Santo estaba ya en acción en ese hombre "temeroso de Dios". Ya sea sueño, visión, moción interior, meditación orante, el mismo Espíritu Santo había hallado el medio adecuado para hacer franquear a la Iglesia del Cristo una etapa determinante. Porque todo acto apostólico, y por consiguiente provocado por el Espíritu Santo, no hace nunca más que encontrar la acción del mismo Espíritu Santo en nuestro interlocutor. No es Pedro quien convierte, por grande que sea el valor de su testimonio y por alta que sea su autoridad, es el Espíritu Santo. Del mismo modo, no es mi testimonio, tan modesto y tan limitado, el que convertirá el corazón de quien tengo ante mí; el Espíritu Santo se encargará de eso. Nosotros mismos, cristianos, nada tenemos que enseñar a los hombres: todo lo más, hemos de aceptar ayudarles a reconocer la verdad de lo que el propio Dios ha inscrito en el fondo de su corazón. Yo mismo tengo que aprender a reconocerme humildemente como la respuesta que Dios inspira al que está frente a mí. En su amor, el Espíritu Santo se encarga de la libertad del otro -y en consecuencia la respeta- infinitamente mejor de lo que yo sabría hacer. Si fuese yo quien tuviera que convertir, no sabría lograr la adhesión sin coaccionar un poco. Por el contrario nada hay que temer del Dios Amor que creó al hombre libre para hacerle participar libremente en su propia libertad divina.

El único que convierte es, pues, el Espíritu Santo y debo extraer de ello las consecuencias. En primer lugar, una gran paz. No indiferencia, pues tengo que ser flexible en las manos del Espíritu de amor. Tengo que obedecer, en mi propia libertad, las mociones que procedan de él. Pero en paz. Si la conversión procediera de mí, me provocaría una gran agitación: unas veces sobrestimándome, estaría afectado de una fútil vanagloria; otras veces subestimándome, me inquietaría mi incapacidad para dar dignamente testimonio e invocaría la mediocridad de mi propia vida, la debilidad de mis conocimientos, la dificultad de comunicarme o la falta de tiempo. Pero si el Espíritu Santo convierte, no importan mis límites, mis debilidades o mi pecado. A él solo corresponde la gloria y yo no soy más que el instrumento -que él ha querido indispensable- para su servicio. ¿No he tenido múltiples veces esa experiencia? ¿En cuántas ocasiones, en los años pasados, no he advertido con sorpresa que una palabra que yo había pronunciado, tal acto que había realizado -muy a menudo sin darme cuenta- se había trocado en llamada o signo para uno de mis hermanos? Por ti, Espíritu de Dios, esa palabra, ese acto, habían cobrado una significación personal para alguien y permanecerían insignificantes para los demás.

 ALAIN GRZYBOWSKI
BAJO EL SIGNO DE LA ALIANZA
NARCEA/MADRID 1988.Pág. 150ss


10. GLORIA-DEI/QUE-ES:

Lo que Dios quiere de los hombres no es que le demos gloria (además, ¿qué es lo que nosotros podemos darle a Dios? ¿Qué es lo que Dios puede necesitar de nosotros?). Lo que Dios quiere es que seamos felices y que nuestra alegría llegue al colmo .

A MAYOR GLORIA DE DIOS

Dar gloria a Dios es la razón de nuestra existencia. Esto nos han dicho durante mucho tiempo. Y es verdad. Lo que pasa es que lo que se nos decía que era dar gloria a Dios (organizar ceremonias muy solemnes, aumentar cada vez más el número de afiliados a las organizaciones religiosas, a las cofradías..., dar mucho prestigio a las instituciones eclesiásticas...) todo eso no es seguro que coincida con la gloria que Dios quiere que se le dé y se le reconozca.

En el evangelio de Juan, la gloria de Dios no es ni más ni menos que el amor de Dios que se ve y se reconoce, el amor leal que se puede experimentar y contemplar en Jesús de Nazaret. Ya desde el principio del evangelio queda claro en qué consiste esta gloria de Dios: "Así que la palabra se hizo hombre, acampó entre nosotros y hemos contemplado su gloria -la gloria que un hijo único recibe de su padre-: plenitud de amor y lealtad" (Jn 1, 14). Y cuando está para consumarse su entrega, al final del largo discurso con el que Jesús se despide de sus discípulos después de la última cena, Jesús hace una oración dirigida al Padre que empieza con estas palabras: "Padre, ha llegado la hora: manifiesta la gloria de tu Hijo para que el Hijo manifieste la tuya... Yo he manifestado tu gloria en la tierra dando remate a la obra que me encargaste realizar" (Jn 17, 1.4). Esta es la gloria de Dios; ésta es la gloria que Dios quiere que se le reconozca: su amor sin límite manifestado en el amor sin límite de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios que entrega su vida por amor a los hombres, para que los hombres aprendan a hacerse hijos de Dios entregando su vida por amor a los hombres.

"MANTENEOS EN MI AMOR"

Igual que el Padre me demostró su amor, os he demostrado yo el mío. Manteneos en ese amor mío. Si cumplís mis mandamientos, os mantendréis en mi amor, como yo vengo cumpliendo los mandamientos de mi Padre y me mantengo en su amor".

La frase inmediatamente anterior al evangelio de este domingo es ésta: "En esto se ha manifestado la gloria de mi Padre, en que hayáis comenzado a producir mucho fruto por haberos hecho discípulos míos" (Jn 15, 8). Esta es la gloria que Dios quiere que le demos: que nos quedemos siempre dentro del ámbito de su amor y que actuemos en consecuencia; que demos fruto, como decíamos el domingo pasado, practicando el amor fraterno y agrandando cada vez más el espacio donde se practica el amor.

Por eso el evangelista repite dos veces más el mandamiento nuevo, el que sustituye a todos los demás mandamientos: "Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros como yo os he amado". Este es el fruto que Dios quiere. Esa es la gloria que Dios quiere recibir de nosotros.

Si realmente queremos darle gloria a Dios, como Dios quiere que se la demos, no tenemos otro camino que éste: amar a nuestros hermanos con el amor que, a través de Jesús, recibimos del Padre.

Es importante destacar que, al formular este mandamiento, Jesús se olvida de Dios. No nos exige que amemos a Dios, sino que nos dejemos querer por él, que permitamos que su amor fluya a través de nosotros y se comunique a nuestros hermanos; de esta manera, brilla, se manifiesta y puede ser contemplado la gloria de Dios.

EL COLMO DE ALEGRÍA

"Os dejo dicho esto para que llevéis dentro mi propia alegría y así vuestra alegría llegue a su colmo. Este es el mandamiento mío: que os améis unos a otros igual que yo os he amado".

Pero lo que Dios quiere no es la gloria para sí; el mandamiento de Jesús no está orientado a mayor gloria de Dios. Lo que Dios quiere no es mostrar a los hombres que es infinitamente bueno; esto es algo que se producirá de una manera indirecta. Lo que Dios quiere, lo que Dios busca, lo que Dios pretende -porque él es infinitamente bueno-, es el bien del hombre, la felicidad del hombre: "Os dejo dicho esto para que llevéis dentro mi propia alegría y así vuestra alegría llegue a su colmo". El sabe que sólo el amor puede dar a los hombres la felicidad y, primero, nos muestra su amor en el amor de Jesús, para después decirnos que sólo en la medida en que seamos capaces de amar al estilo de Jesús, la felicidad podrá ir adueñándose de este mundo en el que hemos dejado que eche raíces tanto odio, tanto egoísmo, tanta violencia, tanto sufrimiento, tanta muerte y, por eso, tanta tristeza.

Si le hacemos caso, por supuesto que en el mundo resplandecerá la gloria de Dio. Pero ese resplandor no será otra cosa que la alegría de los hombres, la profunda felicidad que se encuentra en la gozosa experiencia del amor compartido.

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990.Pág. 96ss.


11.

-Dar la vida por los propios amigos

El tema de este domingo es el amor. Permanecer en el amor de Cristo, amarse los unos a los otros y dar la vida por los propios amigos son las expresiones más notables de la lectura evangélica de este domingo. Revela todo el proceso de la salvación, el del amor: "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo... Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros": pro- ceso del amor, proceso de la salvación.

Toda la lectura evangélica de este día está bajo el signo del amor. "Como el Padre me ha amado, así os he amado yo". Ahora se trata de "permanecer en el amor". Este amor nos ha sido comunicado y sabemos en qué consiste: "En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados". Es deseo imperioso de Cristo que los discípulos y nosotros mismos permanezcamos en su amor. Jesús nos indica lo que esto quiere decir concretamente: Cristo guardó fielmente los mandamientos de su Padre y permanece en su amor. Otro tanto sucederá con nosotros, si guardamos con fidelidad los mandamientos de Cristo. Es preciso subrayar cómo Juan nunca deja lugar a lo que podría ser una metamorfosis abstracta del amor; rápidamente lo coloca en su contexto concreto y realista.

Para hablar Jesús de nuestra unión con él, se sirve de los mismos términos que emplea para describir sus relaciones con su Padre. Si se trata de una analogía. ésta indica vigorosamente la intimidad de nuestras posibles relaciones con Dios. El amor entre las Personas divinas, Padre e Hijo, se les comunica a los hombres. Cristo señala la calidad de este amor: "Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos". Y Jesús identifica entonces a sus amigos: son sus discípulos. La alusión a la Pasión es manifiesta. Pero el don de la vida por parte del amigo sólo tiene sentido si se guardan sus mandamientos, pues sólo a este precio se es amigo. Cualidad de la amistad es no ocultar nada, sino comunicarlo todo. Y eso es lo que hace Jesús: todo lo que ha oído al Padre lo da a conocer. Estamos, pues, en intimidad con las Personas divinas, por eso ya no somos siervos sino amigos. La calidad de esta amistad proviene del hecho de haber sido elegidos por Cristo. Se trata, efectivamente, no de una posible amistad entre seres humanos, sino de unas relaciones de amistad entre Dios y el hombre pecador. Dios es, por lo tanto, quien tiene toda la iniciativa en el llamamiento a la amistad. Había dicho Jesús en otra parte: "Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me ha enviado" (Jn 6, 44). Esta amistad, respuesta a la elección hecha por Dios, no es posible si no nos amamos unos a otros. Cristo vuelve a insistir en ello.

Consecuencia de este amor es "ir y dar fruto". Podría discutirse sobre la manera de entender el texto: "Ir", como traduce el misal español, y "dar fruto", son dos expresiones separadas, lo cual legitima estar atentos a ambas expresiones. La primera indicaría una misión, y la segunda el resultado de esa misión y de ese amor: dar fruto. La Biblia de Jerusalén da una traducción semejante a la anterior: "...que vayáis y deis fruto". Otros prefieren unir las dos expresiones: id a dar fruto. De todos modos se presenta al amor como observancia de los mandamientos indispensables para dar fruto. Estamos siempre en la imagen de la vid, cuyos sarmientos sólo dan fruto a condición de permanecer unidos a la vid.

Otra consecuencia de este amor de unión con el Padre y con el Hijo en el Espíritu es que podemos pedirle todo al Padre en nombre de Cristo, y se nos concederá.

Al final de este pasaje del evangelio, vuelve a florecer de nuevo en labios de Cristo su insistente recomendación: "Esto os mando: que os améis unos a otros".

-Dios nos amó y nos envió a su Hijo

La segunda lectura repite el tema del amor, tan querido para san Juan. Amarse unos a otros, ya que el amor viene de Dios. El amor que nos hace hijos de Dios y capaces de "conocerle" son expresiones típicas de san Juan: el amor, el conocimiento, la cualidad de hijo adoptivo. Pero el amor de Dios no se queda nunca en lo abstracto; se ha manifestado por el envío del Hijo para darnos la vida. Esa es la señal del amor: Dios tomó la iniciativa de enviarnos a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados.

Decir que Dios es amor podría quedar reducido a una proposición abstracta, pues el amor no existe si no se manifiesta. Ahora bien, el amor se manifestó en Jesús. La encarnación del Verbo es la manifestación más esplendorosa que puede darse del amor de Dios hacia nosotros. No obstante, este mismo envío del Hijo podría ser entendido, en absoluto, como un gran gesto de amor, pero como un gesto aislado. Pero no cabe entender así el envío del Hijo por ir unido a toda la historia de la salvación. Por lo tanto, al enviar Dios a su Hijo unigénito, no realiza un gesto que podría ser una mera actitud pasajera y aislada, a pesar de su grandeza y su generosidad; sino que toda la historia de la salvación prepara y completa el envío del Hijo. Hay que subrayar también la gratuidad de este amor. Dios que tomó la iniciativa amó el primero; él eligió. Se comprende, pues, por qué el texto griego de la Escritura ha preferido, entre otras expresiones similares para expresar el amor de Dios hacia nosotros, la de agapé y no la de eros, amor de deseo que ha de satisfacerse, amor pasional, como tampoco la de filia que significa la amistad recíproca de igual a igual. El agapé de Dios expresaba excelentemente la divina benevolencia y su iniciativa. La preocupación de Juan por la joven Iglesia es la de la caridad que debe reinar entre sus miembros para que se manifieste el agapé de Dios mismo, centrado en el envío del Hijo. Si la expansión de la Iglesia está condicionada por la revelación del amor de Dios hecha a los hombres, esta revelación se realiza mediante la señal del amor fraterno: nos es dado revelar el amor de Dios y el envío del Hijo, como se nos da transmitir el "conocimiento" de Dios; pero sólo podemos hacerlo a través de una comunidad que sea señal del agapé de Dios, es decir, que viva en la unidad de la caridad.

-El espíritu dado sin acepción de personas

Este amor que se manifiesta por el envío del Hijo y el don del Espíritu quiere abarcar a todos los hombres: universalidad de la salvación y del amor del Padre. Así reconoce Pedro que el Espíritu sopla donde quiere (Jn 3, 8). Es ése un momento importante para la Iglesia; hubiera podido quedar cautiva de una nación o de una raza. Aquí el Espíritu se manifiesta incluso a los gentiles. Adorar a Dios y practicar la justicia es suficiente para determinar el don del Espíritu y provocar la fe.

El salmo responsorial canta con entusiasmo esta maravilla:

"el Señor revela a las naciones su justicia" es el estribillo elegido para el salmo 97:

El Señor da a conocer su victoria,
revela a las naciones su justicia...
Los confines de la tierra han contemplado
la victoria de nuestro Dios.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 219-222