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H O M I L Í A S 

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DOMINGO VI DE PASCUA - CICLO A

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-No os dejaré desamparados. Volveré. Esta promesa de Jesús, de volver, no se refiere aquí, y en este contexto de despedida en la última cena, a su venida gloriosa al final de los tiempos, sino a su retorno a la vida, tras la muerte, en la resurrección. Por eso dice "dentro de poco", es decir tras los tres días de su muerte, aunque su vuelta no será notada por todos.

Por eso añade que el mundo no le verá. En efecto, consumada la crucifixión y el entierro, la gente le dio por muerto. Y aunque es verdad que los evangelios recogen el rumor entre los soldados y oficiales de la desaparición del cadáver, lo cierto es que los rumores se disiparon y se quedaron tranquilos, dándole por muerto y desaparecido. En cambio Jesús les asegura que ellos, los discípulos, sí le verán, porque ellos lo quieren y creen en él, y hace falta fe para poder ver al resucitado. La muerte es un hecho histórico y datable, pero la vida resucitada trasciende el tiempo y el lugar. Resucitar es morir a esta vida para empezar una vida distinta, inimaginable pues que aún no tenemos la experiencia. Se trata de otra vida, es decir, de otra forma de vivir, sin la limitación de esta vida mortal. Por eso en otras religiones recurre al mito de la reencarnación, es decir vidas sucesivas e indefinidamente.

-Jesús ha vuelto. Ha resucitado. Ese es el punto clave de nuestra fe. Creemos en Jesús, creemos que es Dios, es decir, creemos que murió y resucitó y vive para siempre. Y aunque confesamos en el credo que subió al cielo y está sentado a la derecha del Padre, eso no es más que una expresión literaria para reconocer su igualdad con el Padre, es decir, que es verdadero Dios. Pues también creemos que vive y está con nosotros. La vida resucitada, la otra vida o vida eterna, no es como ésta que limita la presencia de los seres vivos en un solo lugar. El cielo no es el lugar donde está Dios y los santos y adonde esperamos ir. El cielo es estar con Dios, no el lugar, porque Dios es el colmo de nuestra felicidad.

-El Señor está con nosotros. Jesús vive y está con el Padre, pero también vive y está con nosotros. Vive y está en los sacramentos, que son acciones de Cristo, no nuestras, que somos meros instrumentos de la acción de Dios. Vive y está, especialmente, en medio de nosotros, reunidos en su nombre para celebrar la eucaristía, que es memoria de su muerte y de su resurrección.

Vive y está en su Palabra, que proclamamos y escuchamos, reconociendo y confesando que es Palabra de Dios. Vive y está con nosotros y en nosotros por su Espíritu, es decir, en espíritu y de verdad, por eso nuestras acciones son, deben ser, cristianas, como si fueran de Cristo, siguiendo su ejemplo, obedeciendo su palabra. Vive y está, además, en los pobres, en los que sufren, en los que trabajan por la justicia y la paz. Porque así ha querido identificarse con ellos.

-Tenemos que hacer ver a Jesús. 

Nuestra misión como cristianos es ésa, ser como Cristo, continuar su obra, hacer que Cristo siga predicando y sanando enfermos y consolando a los afligidos. No basta con decir lo que dijo e hizo Jesús, hay que decir y hacer como él, para que sea conocido en el mundo entero, para que todos crean que vive y está con nosotros.

Por eso debemos acercarnos, especialmente, a aquellos colectivos a los que quiso acercarse Jesús, a los pobres, a los enfermos, a los marginados, a los excluidos de nuestra sociedad, como él lo hizo con los de la suya. Sólo así podemos dar fe de que Jesús sigue vivo. Sólo así todos los que no creen podrán llegar a creer. Porque hay que ver para creer. Y en este caso hay que ver nuestras buenas obras, para creer en el Padre del cielo.

-Tenemos que dar razón de nuestra esperanza.

San Pablo nos dice, en la carta que hemos leído, que glorifiquemos a Cristo en nuestros corazones, es decir, que en las obras que salen del corazón se vea la gloria de Cristo, y que estemos dispuestos a dar razón de nuestra esperanza a todo el que nos pregunte. No hay que dar razones, ¿cómo podríamos darlas?, tenemos que dar razón, es decir, fe, testimonio, la única prueba posible, la de nuestra vida. Hoy precisamente la Iglesia llama nuestra atención, particularmente, sobre el colectivo de los enfermos, de los que sufren. El mundo está lleno de dolor. Y muchas veces los aquejados por la enfermedad se ven discriminados, mal tratados, abandonados, excluidos, separados como indeseables, sobre todo ciertos enfermos infecciosos, desahuciados, en fase terminal. Visitar a los enfermos, consolar a los que sufren, hacer compañía a los abandonados y olvidados, acompañar a aquellos de los que todos huyen, siguen siendo obras de misericordia, obras de Cristo, obras que pueden dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza, para que el mundo, por fin, crea.

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-A veces hablamos de Dios y de Jesús, como si estuvieran lejos, en el cielo. ¿No nos dice nada el saludo de cada domingo: que el Señor esté con nosotros? ¿Notamos que está con nosotros? ¿Estamos con él? ¿Lo atendemos en la oración?

-Jesús vive y está activo en los sacramentos: ¿Cómo los recibimos? ¿Somos conscientes, al administrarlos, que Jesús actúa en nuestras acciones? ¿Nos sentimos tocados por la gracia de Dios?

-Jesús vive y habla en su palabra: ¿Cómo escuchamos el evangelio? ¿Cómo hubiéramos escuchado a Jesús en aquel tiempo...? ¿Leemos con asiduidad el evangelio? ¿Qué hacemos para que se trasluzca en nuestra vida y obras?

-Jesús vive y está en la comunidad: ¿Somos comunidad? ¿Qué es lo que tenemos en común? ¿Nos sentimos unidos en la fe, en la esperanza y en el amor? ¿Estamos disponibles para trabajar por nuestra comunidad? ¿O tenemos tantas obligaciones que no nos queda tiempo para convivir y compartir con los hermanos de la parroquia?

-Jesús vive y está en los pobres y en los enfermos: ¿Lo atendemos? ¿Nos olvidamos? ¿Lo esquivamos?

EUCARISTÍA 1993/25

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