COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
Ap 21, 1-5a

 

1. CREACION-NUEVA:

El Apocalipsis, en esta última sección (21, 1-22, 5) se da la mano con el Génesis. Si la primera palabra de Dios en el Génesis era un "hágase" que surtía su efecto (Gn 1, 3), también aquí la primera palabra emitida por el que está sentado en el trono es: "Todo lo hago nuevo" (v. 5), palabra que también se verifica (v.6). El primer cielo y la primera tierra desaparecen (v. 1), dejando paso a una nueva creación, a una nueva sociedad (cf. la insistencia del autor en recalcar la novedad, repitiendo el término hasta cuatro veces: vs. 1 bis. 2. 5). Esta nueva creación nos hace olvidar la presente cfr. Is. 65, 17; 66, 22) que se ve liberada "de la esclavitud a la decadencia, para alcanzar la libertad y la gloria de los hijos de Dios" (Rom. 8, 19 s.).

MAR/SIMBOLO: También el mar, símbolo del caos, de las fuerzas adversas (Gn. 1) ya no existe. Dios, por medio de Cristo, ha destruido a las dos tierras y a Satán definitivamente (20, 1-10; cfr. Is. 27, 1; 51, 9 s.; Salm. 74, 13 ss.; Job. 26, 12 s.).

Abatidos los enemigos, se instaura el nuevo reinado de Dios, la nueva humanidad en la que no hay pecado, ni se tropieza con dificultad alguna. La nueva Jerusalén no está hecha de material inanimado, sino que se le personifica, siendo así la imagen de la nueva sociedad de salvados. Con su bajada del cielo, la totalidad del cosmos queda incorporada al cielo de Dios. Una nueva relación se instaura, se inaugura el nuevo noviazgo de Dios con el pueblo en el gozo y en la alegría (Os. 2, 16-25; Jr. 2, 1-3; Is. 61, 10; 62, 4ss).

Esta novia o nueva Jerusalén es la morada (sekinah) del Señor. En el A.T., la nube, símbolo de la presencia divina, baja sobre la morada. Aquí el simbolismo se hace realidad: la morada es el nuevo pueblo y Dios en persona está presente en medio de él para protegerle.

La felicidad reina en el nuevo pueblo (v. 4), quedando eliminado todo atisbo de dolor, guerras, persecuciones y muerte (cfr. 22, 3-5 que añade nuevos datos). Aquí el libro llega a su climax: en la lucha entre Dios y Satán, el primero vencerá a pesar de las dificultades presentes por las que atraviesa la comunidad. El Dios creador es también la meta última de todo ser creado. Las fuentes humanas de felicidad no sacian la sed; sólo la consumación, todavía oculta, podrá satisfacer el ansia humana.

"Nos hiciste, Señor, para ti, e inquieto está nuestro corazón hasta que descanse en ti" (·Agustín-SAN).

DABAR 1977, 32


2.

Cuando el seductor y la seducida hayan sido juzgados (20, 10 y 15), cuando haya desaparecido el escenario en el que se desarrolló la tragedia del pecado (20, 11), cuando ya no existe el viejo mundo en el que reina el dolor y la muerte, se cumplirá la visión de la nueva tierra y del nuevo cielo. Desaparecerá el mar, esto es, el caos de donde procede la Bestia (13, 1), y surgirá una nueva creación.

La morada de Dios y la morada del hombre serán la misma morada, el cielo y la tierra se reconciliarán. Del cielo descenderá sobre la tierra la Jerusalén celestial, que es el arquetipo de la Jerusalén terrena y todo lo contrario de Babilonia. Y aunque desaparezca también la Jerusalén de acá abajo, todo lo que ésta imaginaba será reemplazado por la auténtica realidad que es la Jerusalén celestial. Se cumplirán, por fin, todas las profecías (cfr. Is 65,17ss.; 66, 22).

El Vidente compara la gloria de la nueva Jerusalén, la que desciende, a la gloria de una novia que se engalana para su esposo (21, 9ss.). Y Pablo nos dice que es "nuestra madre" (Gál 4, 26), indicando que nosotros, los hijos, ya formamos parte de la nueva creación. Una voz que desciende del trono, una voz que viene de Dios, interpreta la visión. Si en otro tiempo Israel experimentó la presencia de Dios en el desierto, aquello sólo fue una pálida imagen de lo que ahora se anuncia: porque Dios habitará definitivamente entre todos los hombres y todos los pueblos serán un mismo pueblo en la presencia de Dios, porque ya no habrá llanto, ni muerte, ni dolor alguno.

TIERRA-NUEVA: La descripción de la tierra nueva es tan maravillosa que pudiera parecer fruto de la fantasía de un hombre que se consuela así de la tremenda realidad que padece. Pero Dios mismo es el que empeña su palabra para confirmar al Vidente en su esperanza y ordenarle que escriba lo que le dice. Si confiamos en Dios, que es poderoso para cumplir lo que promete y hace con su promesa nuevas todas las cosas, podemos dar por hecha la tierra nueva y el nuevo cielo. Dios es el Otro, lo verdaderamente Nuevo. El es el que saca todas las cosas del pasado y las llama hacia sí mismo. El infunde en nosotros una esperanza que es la fuerza de todas las auténticas revoluciones. Cuantos esperan con esa esperanza son hijos de Dios, pertenecen ya a la ciudad celeste y a la nueva creación. En ellos se manifiesta la nueva vida.

EUCARISTÍA 1986, 21


3.

-"Ahora hago el universo nuevo": Dios se ha comprometido en la liberación del hombre de todo lo que le oprime: la injusticia, la violencia, el sufrimiento y la muerte. Es el anuncio de una situación futura, pero que ya se abre paso en el presente: todas las realidades de amor y de bien que existen en nuestro mundo, aunque a veces aparezcan escondidas y menos evidentes que el mal, son ya retazos de la novedad prometida.

JOAN NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1989, 9


4. CIUDAD-NUEVA:

Este mandamiento nuevo, esta situación enteramente nueva que es la del cristiano, crean un mundo nuevo, una Ciudad nueva.

Esto es lo que se describe en la segunda lectura, en unión estrecha con el evangelio. La Ciudad nueva, la nueva Jerusalén, la Iglesia, tierra nueva, morada de Dios con los hombres: tal es la visión de Juan. Todo es renovado: "Ahora hago el universo nuevo". Indudablemente, no se debe confundir la Iglesia con el reino definitivo. En la Iglesia actual, si es verdad que es morada de Dios con los hombres, sin embargo aún hay muertes, aún hay lágrimas en los ojos, aún hay llantos, alaridos, tristeza. No obstante, hacia aquella Jerusalén definitiva camina la Iglesia y se nos manda a nosotros caminar, confiados en que el éxito coronará los misterios de Cristo. Al mandamiento nuevo del amor corresponde esta Ciudad nueva, ante el mundo, para el que resultamos una imagen extraña al no poder entender nuestras actitudes ni nuestras opciones. Necesitamos, pues, trabajar en preparar la Iglesia, cuyos miembros somos, para que alcance cada vez más su calidad de Esposa de Cristo y en hacer de ella una novia arreglada para su esposo. La caridad ejercitada en lo concreto la convertirá en lo que debe ser. Por eso, todo lo que sea adoptar actitudes de crítica negativa es destruir, no construir. Cosa fácil es reprobar las carencias y los defectos; pero no resulta tan sencillo prestar una ayuda positiva que pueda remediar una situación defectuosa e infundir alientos para continuar adelante. Hacer esto no supone, por parte del cristiano, una caridad insípida ni una admiración bobalicona e infantil de la Iglesia.

Actualmente estamos hechos a contemplarla como pecadora en lo que tiene de humano. Demasiado acostumbrados a eso, quizá, con lo cual nuestras reacciones de fe han disminuido; excesivamente preocupados por comprobar las arrugas, nos olvidamos de abrir los ojos a la belleza espiritual de esta esposa que se prepara para el encuentro con el esposo, y no es cierto que nuestras risas despectivas puedan ser fructuosas. Existe una grandeza muy particular, indicio de un gran equilibrio, en poder examinar delicadamente y con firmeza a la vez los fallos de una institución, incluso divina, en sus relaciones humanas, guardando el infinito respeto que se debe a lo que Dios configuró y a la institución de la que recibimos la vida divina.

Nuestra crítica, que a veces puede ser dura, jamás debe incitar al abandono ni empujar al desaliento, sino que ha de proceder de la fe y del amor a los hermanos.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 215 s.


5.

El creyente siempre tiene delante la utopía del «nuevo cielo y tierra nueva". No podemos conformarnos con ninguna injusticia, con ninguna mentira, con ningún dolor gratuito. Buscamos siempre la ciudad ideal, que es la ciudad del ser: la sociedad perfecta, que es la civilización del amor. Un mundo en que no nos hagamos sufrir unos a otros, sino que tratemos de ayudarnos unos a otros.

El mundo nuevo no supone la destrucción apocalíptica de éste, sino su transformación progresiva. La vida nueva ya está injertada en este mundo viejo. El Reino de Dios ya está dentro de nosotros.

Cuando se llegue a conseguir este ideal, toda la ciudad será sagrada: no harán falta templos, porque Dios habitará en medio de su pueblo.

CARITAS
UN DIOS PARA TU HERMANO
CUARESMA Y PASCUA 1992.Págs. 225 s.


6. /Ap/21/01-08 RECREACIÓN:

Pocos fragmentos del Apocalipsis contienen tanta riqueza temática como éste. El texto es una síntesis feliz de la última visión del libro, la grandiosa visión de la ciudad de Dios, invadida por una sugestiva serie de citas del Antiguo Testamento. "He aquí que hago nuevas todas las cosas", dice el Señor (v 5). Este hacer nuevo es una renovación completa no en el sentido de reformar, sino en el de re-crear, de llevar a cabo una nueva creación. (Isaías y Ezequiel habían anunciado finalmente los tiempos escatológicos como opuestos radicalmente a la actual configuración del mundo). Negativamente, este cambio completo es calificado como ausencia de pecado, de dolor y de muerte. Porque «lo de antes ha pasado» (4), no han de ser tenidos en cuenta Reino y riquezas, perseguidores y enemigos de la verdad han desaparecido. La muerte, ante la cual todo hombre había doblado la rodilla ya no existe. Visible para todos y dominándolo todo está sólo la presencia luminosa de Dios.

La tienda del desierto fue signo de esta presencia salvadora de Dios en medio de su pueblo. Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne, ha sido la realización suprema de este divino estar-con-los-hombres: «Y habitó (literalmente, «plantó su tienda») entre nosotros» (Jn 1,14). En la Jerusalén del cielo todo está penetrado por lo que la tienda significaba: la perenne presencia de Dios (¡signo y significado se identifican!). La bienaventuranza, don gratuito de Dios, es la herencia de los fieles; es más, las promesas mesiánicas hechas a David y cumplidas en Jesús se extienden ahora a todos los vencedores (7), los hijos de Dios, que participan de la relación amorosa Padre-Cordero.

Esto mismo es lo que se expresa con el pacto nuevo y definitivo que Dios concluye con su pueblo (3). Las bodas del Cordero son su signo. Todos los pueblos entran dentro del pueblo de Dios para gozar de la felicidad gozosa de Jesucristo.

Bajo la imagen de la esposa que baja del cielo se ha visto con frecuencia la figura de la Iglesia, realidad espiritual y escatológica, a la vez encarnada en el tiempo y el espacio. Ciertamente, tanto la unión con Cristo como el status de peregrina son parte constitutiva de ella misma; pero la Iglesia no es todavía la comunidad del reino futuro, sino sólo la asamblea de los que han sido llamados a él. Y si bien significa y anticipa el reino de Dios en la tierra, no por eso deja de ser éste irrupción y utopía para cuantos luchan y creen en su manifestación. Porque la nueva creación será realización de la salvación prometida, donación gratuita del agua inagotable.

A. PUIG
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 611 s.