-La
memoria de los primeros cristianos
¡Cuán
importante y estimulante es, para nosotros, el recuerdo de los primeros
cristianos, de la primera comunidad, de aquéllos que pusieron en marcha
este movimiento de seguidores de Jesús en el que estamos nosotros! Este
tiempo de Pascua, estos cincuenta días de fiesta en honor del Señor
resucitado, es ciertamente un tiempo que invita especialmente a este
recuerdo: ¿qué mejor manera de celebrar la Pascua que ver y celebrar
los frutos que ha dado la resurrección de Jesús? Porque aquellos
primeros cristianos, aquellos hombres y mujeres que llenos de ilusión
empezaron a vivir la vida nueva de Jesús, son el gran fruto, el primer
fruto de aquel árbol que Jesús plantó y regó con su sangre.
Por
eso, porque este tiempo de Pascua es el tiempo que más invita a
contemplar el camino de la primera comunidad cristiana, nosotros, estos
domingos, en lugar de leer en la primera lectura -como hacemos el resto
del año- los libros del Antiguo Testamento, leemos el libro de los
Hechos de los Apóstoles, el libro que narra aquellos primeros pasos de
la Iglesia.
-Pablo
y Bernabé:
Hoy,
la lectura de los Hechos de los Apóstoles, la primera lectura que hemos
hecho en nuestra celebración, nos ha puesto ante los ojos la figura de
un gran hombre, un gran cristiano, un gran apóstol. Se trata de Saulo,
el apóstol que conocemos con el nombre de Pablo. Y a su lado, otra gran
figura, aunque quizá no tan conocida: el apóstol Bernabé.
La
lectura nos ha narrado como Saulo, Pablo, llegó a Jerusalén después
de haber descubierto, en Damasco, el camino de Jesús y de haberse
adherido a él con toda su alma.
Pablo,
fariseo convencido, tenía muy claro que el movimiento que Jesús había
iniciado y que sus seguidores continuaban, era algo que iba contra la
ley y la religión de Israel y por tanto tenía que ser destruido. Y por
eso había dedicado todos los esfuerzos a esto: liquidar el cristianismo
naciente.
Pero
llegó un día en que todo le cambió, todo se le invirtió. Llegó el
día en el que Jesús se le puso delante, y tuvo la evidencia de que
precisamente aquel camino que él perseguía era el camino que le podía
dar la vida, el camino que Dios había prometido a su pueblo desde
siempre. Y Pablo se dejó cambiar, y se lanzó desde entonces, con todo
el empuje de su corazón, a dar a conocer aquello mismo que él había
descubierto. ¡Y con qué fuerza lo hizo! Su vida fue desde entonces un
recorrer el mundo para hacer llegar a todas partes aquella vida que le
había transformado. Hasta aquí, hasta Tarragona llegó, posiblemente.
En
la lectura hemos escuchado como, a su llegada a Jerusalén, los
cristianos no se fiaban de él y le rehuían. Realmente, tenían motivos
para no fiarse de él. Pero allí, Pablo encontró a alguien que fue
capaz de acercársele, y darse cuenta de que en el cambio de Pablo
había la fuerza del Espíritu. Gracias a Bernabé, la comunidad y los
apóstoles aceptaron a aquel creyente nuevo y fogoso. Y Pablo y Bernabé
serán, a partir de aquel momento, la punta de lanza que hará presente
el Evangelio más allá del reducto de Israel, y hará que la Buena
Noticia de Jesús llegue a todas partes.
-Empaparse
de aquella historia y agradecerla a Dios
Este
tiempo de Pascua es, sin duda, un buen momento para empaparse de la
entrega, el empuje y el entusiasmo de aquella primera generación de
cristianos. Los hombres y mujeres como Pablo y Bernabé, como Pedro y
Juan, como Santiago, como Esteban y Felipe, como Silas, como Lidia (la
primera cristiana europea de quien conocemos el nombre: una mujer).
Podría ser una buena ocasión aprovechar estas semanas pascuales para
leer atentamente bien el libro de los Hechos de los Apóstoles y
respirar aquella vida tan plena, aquella fuerza tan capaz de superarlo
todo y de pasar por todo gracias al Espíritu de Jesús que les movía y
que sentían tan profundamente en su interior.
Vale
la pena empaparse de todo eso y, al mismo tiempo, dar gracias a Dios.
Porque es por medio de toda esa gente que nosotros hemos llegado a ser
cristianos.
-El
fundamento de todo: la unión profunda con Jesús
Y
es éste también un buen momento para preguntarnos qué vivían
aquellos primeros cristianos en su interior, cómo experimentaban esta
fuerza y este empuje tan grandes. Y a buen seguro que la respuesta es
bien sencilla: las palabras que Jesús nos ha dicho hoy en el evangelio.
"Yo soy la vid, vosotros los sarmientos, el que permanece en mí y
yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer
nada". La experiencia profunda de la unión con Jesús, de
pertenecerle, de participar de su vida, es lo que hizo posible el
nacimiento de aquella primera comunidad de creyentes, capaces de tener
toda su existencia transformada según Jesús.
Para
ellos también, este momento de cada domingo, alrededor de la mesa de la
palabra y de la Eucaristía, era un momento culminante: el momento en
que se hacía posible y palpable la unión con Jesús que vivían cada
día. Que, como lo era para ellos, lo sea también para todos nosotros.
JOSÉ
LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1991/07
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