SAN AGUSTÍN COMENTA EL EVANGELIO

 

Jn 15,1-8: No dijo: «Sin mí podéis hacer poco», sino: «Sin mí no podéis hacer nada».

Quien no está unido a Cristo no es cristiano

 

Jesús dijo que él era la vid, sus discípulos los sarmientos y el Padre el agricultor. Sobre ello ya he hablado, según mis alcances. En la misma lectura, hablando todavía de sí mismo que es la vid, y de los sarmientos, es decir, de sus discípulos, dice: Permaneced en mí y yo en vosotros (Jn 15,4). Pero ellos no están en él del mismo modo que él en ellos. Una y otra presencia es provechosa para ellos, no para él. En efecto, los sarmientos están en la vid de tal modo que, sin darle ellos nada a ella, reciben de ella la savia que les da vida; a su vez la vid está en los sarmientos proporcionándoles el alimento vital, sin recibir nada de ellos. De la misma manera, tener a Cristo y permanecer en Cristo es de provecho para los discípulos, no para Cristo; porque, arrancando un sarmiento, puede brotar otro de la raíz viva, mientras que el sarmiento cortado no puede tener vida sin la raíz.

Luego añade: Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo, si no permanece unido a la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí (Jn 15,4). Gran encarecimiento de la gracia, hermanos míos: con ella instruye a los humildes y tapa la boca a los soberbios. Que repliquen, si se atreven, los que ignorando la justicia de Dios y queriendo establecer la propia, no se someten a la de Dios (Rom 10,3). He aquí a qué deben responder los que buscan complacerse a sí mismos y consideran que no tienen necesidad de Dios para realizar las buenas obras. ¿No resisten a esta verdad ellos, hombres de corazón corrompido y réprobos en la fe? (2 Tim 3,8). Esto es lo que dicen: «El ser hombres lo tenemos de Dios, el ser justos de nosotros mismos» 1. ¿Qué decís, ¡oh ilusos!, más que asertores demoledores del libre albedrío, que por una vana presunción caéis desde la altura de vuestro orgullo hasta el abismo más profundo? Afirmáis que el hombre puede cumplir la justicia por sí mismo: he aquí la cima de vuestro orgullo.

Pero la verdad os contradice, cuando afirma: El sarmiento no puede dar fruto de sí mismo, si no permanece unido a la vid. Corred ahora por lugares abruptos y, no hallando donde fijar el pie, precipitaos en vuestras parlerias, llenas de viento: éstas son las vanidades de vuestra presunción. Pero prestad oídos a lo que sigue, y horrorizaos si aún queda en vosotros algún sentido común. El que cree que puede dar fruto por sí mismo, no está unido a la vid; quien no está unido a la vid no está unido a Cristo, y, quien no está unido a Cristo no es cristiano: éste es el abismo al que os habéis precipitado.

Considerad una y mil veces las siguientes palabras de la Verdad: Yo soy la vid, y vosotros los sarmientos. El que está en mí y yo en él, ése dará mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada (Jn 15,5). Y para evitar que alguno pudiera pensar que el sarmiento puede producir algún fruto, aunque escaso, después de haber dicho que quien permanece en él dará mucho fruto, no dice: «porque sin mi podéis hacer poco», sino: sin mí no podéis hacer nada. Se trate de poco o se trate de mucho, no se puede hacer sin el cual no se puede hacer nada. Y si el sarmiento da poco fruto, el agricultor lo poda para que lo dé más abundante; pero, si no permanece unido a la vid, no podrá producir fruto alguno. Y puesto que Cristo no podría ser la vid, si no fuese hombre, no podría comunicar esta virtud a los sarmientos si no fuese también Dios. Mas como nadie puede tener vida sin la gracia, y sólo la muerte cae bajo el poder del libre albedrío, continúa diciendo: El que no permanezca en mí será echado fuera, como el sarmiento, y se secará, lo cogerán y lo arrojarán al fuego y en él arderá (Jn 15,6). Los sarmientos son tanto más despreciables fuera de la vid cuanto más gloriosos unidos a ella. Como dice el Señor por boca del profeta Ezequiel, cortados de la vid son enteramente inútiles para el agricultor y no sirven al carpintero. El sarmiento ha de estar en uno de esos dos lugares: o en la vid o en el fuego; si no está en la vid estará en el fuego. Permanezca, pues, en la vid para librarse del fuego.

Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pediréis cuanto queráis y se os concederá (Jn 15,7). Permaneciendo unidos a Cristo, ¿qué otra cosa pueden querer sino lo que es conforme a Cristo? Estando unidos al Salvador, ¿qué otra cosa pueden querer sino lo que no es extraño a la salvación? En cuanto estamos unidos a Cristo queremos unas cosas y en cuanto estamos aún en este mundo queremos otras. Por el hecho de vivir en este mundo, a veces nos viene la idea de pedir algo cuyo daño desconocemos. Nunca tengamos el deseo de que se nos conceda, si queremos permanecer en Cristo, el cual no nos concede sino aquello que nos conviene. Permaneciendo, pues, en él y reteniendo en nosotros sus palabras, pediremos cuanto queramos, y todo nos será concedido. Porque si no obtenemos lo que pedimos, es porque no pedimos lo que permanece en él ni lo que se encierra en sus palabras, que permanecen en nosotros, sino que pedimos lo que desea nuestra codicia y la flaqueza de la carne.

Estas cosas no se hallan en él, ni en ellas permanecen sus palabras, entre las cuales está la oración que nos enseñó a decir: Padre nuestro que estás en los cielos. No nos salgamos en nuestras peticiones de las palabras y del contenido de esta oración, y obtendremos cuanto pedimos. Porque sólo entonces permanecen en nosotros sus palabras, cuando cumplimos sus preceptos y vamos en pos de sus promesas. Pero cuando sus palabras están sólo en la memoria, sin reflejarse en nuestro modo de vivir, somos como el sarmiento separado de la vid. A esta diferencia hace alusión el salmo cuando dice: Guardan en la memoria sus preceptos para cumplirlos (Sal 102,18). Hay muchos que los conservan en la memoria para menospreciarlos o para escarnecerlos y atacarlos. En ésos no permanecen las palabras de Cristo; tienen contacto con ellas, pero no están adheridos a ellas, y, por lo tanto, no les reportarán beneficio, sino que les servirán de testigos adversos.

Comentarios al evangelio de San Juan 81

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1. Así los donatistas.