COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA

Hch 6. 1-7

 

1.

Aquella unidad promovida por el entusiasmo de los creyentes y de la que nos habla san Lucas en los primeros capítulos de los Hechos, tiene que afirmarse ahora, superando el primer conflicto.

La comunidad cristiana de Jerusalén estaba formada por "hebreos", es decir, los indígenas de habla aramea, y de "helenistas", judíos procedentes de la diáspora, de habla griega (cf. Hch 2.5-11). Al parecer, se daba una cierta discriminación, en perjuicio de los pobres del grupo de los helenistas, a la hora de distribuir los bienes de la comunidad (2. 45; 4. 35).

DISCIPULOS/APOSTOLES: Por vez primera en los Hechos se nombra a los "discípulos" en contraposición a los "apóstoles". En los evangelios se llama "discípulos" a cuantos siguen a Jesús (Mt 28. 19). Los "apóstoles" proponen a los "discípulos" que elijan a siete varones para que se encarguen de servir a los pobres. Al parecer, se tiene en cuenta la queja de los helenistas, y la comunidad elige precisamente a siete hombres que llevan nombres de origen griego.

La comunidad elige, pero sólo los Apóstoles imponen las manos. La "imposición de manos" es un rito ya conocido en el A.T. (Gn 48.14; Nm 8. 10s). Aquí aparece como un símbolo sagrado y jurídico (Hch 8. 17; 13. 3; 14. 23; 28. 8; 1 Tm 4. 14; 5. 22; 2 Tm 1. 6; Hb 6. 2). No es fácil ver en otros casos si tiene o no carácter sacramental, pero aquí es muy probable. Es dudoso que se trate de la ordenación de unos "diáconos" en el sentido actual, y parece más bien que debe pensarse en aquellos "presbíteros" que, más tarde, hallaremos en este mismo libro unidos a los Apóstoles (11.30; 14. 23; 15. 2; etc.).

Como puede verse, estamos en una fase inicial en la que comienza un proceso de institucionalización cada vez más necesario e inevitable ante el crecimiento de la comunidad. Ya se van distinguiendo funciones y servicios, pero estamos todavía muy lejos de unos "ministerios" perfectamente definidos en el ámbito de la Iglesia. San Ignacio de Antioquía distinguirá ya claramente entre obispos, presbíteros y diáconos. La Iglesia sigue ordenando hoy a sus "ministros" (es decir, servidores) mediante la imposición de manos. Pero se ha olvidado, por desgracia, la participación del pueblo en la elección de aquellos que le han de servir.

EUCARISTÍA 1981/24


2.

Esta introducción (v. 1) ofrece un toque de realismo histórico. Rompe el clima idílico trazado por Lucas hasta este momento. La comunidad es algo humano y sujeto a los normales condicionamientos de estos grupos. De esta forma, al ir creciendo se producen las normales tensiones previsibles en toda organización.

Los creyentes helenistas, mencionados aquí por primera vez, son cristianos de origen también judío, pero no son de Palestina, sino de la diáspora. Residen en Jerusalén temporalmente. Son un grupo de enorme importancia en la futura expansión del cristianismo.

Entre este grupo y los cristianos de origen judío palestinense hay tensiones. Probablemente no sólo en lo material, sino también de tipo cultural. Las tensiones sobre los repartos de alimentos son algo secundario respecto al tema principal. También lo es que es la única vez en Hechos que se habla de los Doce como grupo. Para cuando se escriben, ya hay otras designaciones más usuales para llamar a los primeros y más importantes discípulos.

La superación de las diferencias las lleva a cabo el grupo dirigente con una decisión mezcla de sentido común y espiritual, apoyada democráticamente por los demás, que no son meros ejecutores de órdenes.

Suelen llamarse "diáconos" a los siete designados (¡número simbólico!). Pero en lo que sigue no se ve que su misión sea servir las mesas, sino el servicio de la Palabra. Por lo tanto, y dados los nombres griegos de todos ellos, puede pensarse que aquí se mencionan los dirigentes de la comunidad cristiana helenista de Jerusalén.

Probablemente Lucas ha fundido dos datos: el servicio y ministerio material, conocido a lo largo del Nuevo Testamento, y otros escritos de la Iglesia primitiva. Eso es lo propiamente diaconal y encaja en el contexto de dificultades materiales del primer grupo cristiano. No usa el nombre, pero precisamente por presentarlo en este contexto el grupo es conocido luego como el de los Siete Diáconos. El otro dato sería el de los predicadores y directivos del sector helenista cristiano de Jerusalén.

Resulta interesante notar la autoridad que poseen los Doce para encomendar la misión, aunque se tiene la impresión de que quieren justificar su acción y desean que todos participen de la solución que proponen. Bien pudieron usar el antiguo rito judío de imposición de manos, aunque no necesariamente se ha de suponer que se usase tan pronto en la Iglesia.

El Espíritu es también elemento decisivo en todo ello, tanto para la vocación como para la práctica posterior (Hech. 6, 3 y 5).

FEDERICO PASTOR
DABAR 1990/28


3.

Lucas presenta un cuadro entusiasta, aunque un poco forzado, de la comunidad primitiva, de su unanimidad y de su testimonio.

Puede leerse entre líneas la existencia de un conflicto entre los cristianos de Palestina y los procedentes de la Diáspora, representantes, respectivamente, de una actitud conservadora y de una actitud avanzada. Problemática inherente al desarrollo de la Iglesia con sus grupos y tensiones.

En el texto de hoy Lucas recoge únicamente el aspecto positivo de esta problemática conflictiva: la creación de un grupo particularmente dinámico de cristianos. A situaciones nuevas, soluciones nuevas, buscadas responsablemente entre todos bajo la guía activa de los apóstoles. La Iglesia no es sólo incumbencia de los encargados de su dirección. El v. 5 refleja un acto exquisito en la solución adoptada (léase el motivo de la tensión en el v. 1). Los elegidos tienen todos ellos nombre griego. Lección práctica que se desprende: buscar para los cargos las personas adecuadas y oportunas. La organización eclesial como respuesta a unas necesidades y no como modelo previo a ultranza. Los modelos son cambiables.

DABAR 1978/27


4.

Con la fuerte idealización que se suele poner al narrar el comienzo de todos los grandes movimientos sociales, Lucas nos describe en el libro de los Hechos de los apóstoles cómo se difunde la predicación cristiana desde Jerusalén hasta Roma.

Dentro de la "secta de los nazarenos" convivían dos tipos de personas: los judeo-cristianos y los cristianos helenistas. Los del primer grupo hablaban arameo, eran de mentalidad semita, leían la Escritura en hebreo y, como es natural, se sentían muy ligados a las tradiciones judías, sobre todo en cuanto a la sinagoga y el templo. Cumplían de forma estricta la ley de Moisés, incluyendo desde luego la circuncisión. Como buenos judíos, eran queridos por el pueblo y defendidos por los fariseos. El segundo grupo (que el texto llama "de lengua griega") lo constituían gentes que procedían de las colonias judías situadas en las riberas del Mediterráneo. Hablaban griego común, su mentalidad era muy occidental, leían las Escrituras en griego y no mostraban tanto apego a la ley mosaica como los palestinos. Su estilo era urbano y su posición económica desahogada.

La necesaria institucionalización se hace en función de las necesidades y con la participación de los afectados y no con un modelo previo al que se hayan de adaptar las nuevas situaciones.

Durante muchos siglos, la comunidad o pueblo participó decisivamente en la designación de sus pastores.

EUCARISTÍA 1990/23


5.

En la primera comunidad cristiana de Jerusalén había dos partidos: los "helenistas" y los "hebreos". Los primeros procedían de la emigración judía (de la diáspora), hablaban en griego y se mostraban más abiertos; los segundos habían nacido en Palestina, hablaban el hebreo (es decir, el arameo) y se atenían en todo lo posible a las tradiciones judías. Las quejas de los helenistas, que veían cómo se desatendía a las viudas de su grupo en el suministro diario que se hacía a los pobres con los bienes de la comunidad, revelan una situación no exenta de conflictos que impedía la buena convivencia entre los dos partidos. También la comunicación de los bienes era entendida como expresión de una misma comunión de fe. Por tanto no parece que aquí se tratara únicamente de una desatención, sino más bien de un intento de marginar a todo el partido de los helenistas.

Por vez primera se distingue claramente en este libro entre los "apóstoles" y los "discípulos". Aquéllos pertenecían al grupo reducido de los doce que siguieron a Jesús a partir de su bautismo en el Jordán, éstos eran todos los demás creyentes y bautizados en nombre de Jesús (cf. Mt 28, 19).

Los apóstoles proponen a los discípulos, a toda la comunidad, que elijan siete varones para atender de la administración y del servicio a los pobres, pues ellos en adelante se dedicarían exclusivamente a la oración y a la predicación del evangelio. Se admite la propuesta y se hace la elección. Todos los elegidos llevan nombres griegos, sin duda pertenecen al grupo de los helenistas.

El amor y el buen sentido cristiano ha salvado la unidad y las diferencias. La comunidad elige y presenta a los elegidos, pero sólo los apóstoles imponen las manos sobre ellos. La "imposición de manos" es un rito sagrado y jurídico por el que se autoriza a ejercer un servicio público en la comunidad y se significa la comunicación del espíritu o fuerza de Dios para ejercerlo bien. Siguiendo el ejemplo de Moisés que impuso las manos a Josué, los rabinos ordenaban a sus discípulos con el mismo rito. Por cierto que en esta ordenación, en la que se confería el poder de enseñar y de juzgar según la ley, se requería la presencia de tres rabinos que impusieran las manos sobre un mismo discípulo.

Se ha querido ver en este pasaje la ordenación de los siete primeros diáconos de la iglesia; sin embargo, no parece probable. No olvidemos que estamos todavía en el período constituyente de la iglesia y de su jerarquía. En ningún libro del Nuevo Testamento se distingue aún con claridad entre "diáconos", "presbíteros" y "obispos".

Vale la pena subrayar que también en este caso la necesidad crea el órgano, que la iglesia se va organizando a partir de sus necesidades y que los nuevos ministerios son siempre nuevos servicios. Pero sobre todo la participación de la comunidad en la designación y presentación de sus servidores. Es lamentable que esto no sea así en nuestros días.

EUCARISTÍA 1975/27


6. /Hch/06/01-15

Con el capítulo Vl del libro de los Hechos comienza un tema nuevo. Aparecen ante nosotros los testigos del servicio de la caridad, los que después fueron los «diáconos». Estos testigos, hombres llenos del Espíritu y de sabiduría, son los siete primeros colaboradores de los apóstoles, con Esteban como jefe.

Los capítulos del 6,1 al 9,31 forman un grupo de transición dentro de la primera parte del libro de los Hechos (3,1-14,28). Decimos de transición porque se ensancha la actividad del grupo apostólico, y otros colaboradores entran en él. Desde el primer testimonio, local, de Pedro, Juan y los apóstoles (3,1-5,42) hasta el comienzo del testimonio viajero de Pedro y Pablo (9,32-14,28) pasamos por esta fase central, de transición, donde se buscan nuevos caminos para la comunidad cristiana.

Al leer el relato de los siete colaboradores y la primera parte del proceso de Esteban (6,8-8,2) constatamos que algo ha cambiado en la comunidad cristiana. En primer lugar ha habido un crecimiento («aumentaba el número de los discípulos»). Esto provoca una crisis de crecimiento («los de lengua griega se quejaron contra los de lengua hebrea»). Y esta crisis, bien conducida, lleva a una descentralización («no está bien que nosotros desatendamos la palabra de Dios para servir a la mesa»). Pero el móvil profundo de esta descentralización no es la necesaria adaptación a instancias de un grupo de presión sino una exigencia de fidelidad a la misión apostólica en lo que tiene de esencial: la plegaria y el servicio de la palabra. Esta plegaria apostólica y litúrgica, con la enseñanza, es uno de los componentes básicos de la comunidad cristiana. Plegaria y servicio de la palabra son dos aspectos complementarios de una misma tarea: la dedicación a la palabra de Dios, sin dualismos y sin subordinaciones innecesarias.

La elección de los colaboradores la realiza la misma comunidad que ha de recibir sus servicios. Una vez presentados los hombres escogidos, los apóstoles hacen la plegaria de bendición y de acción de gracias, porque ha aumentado el número de los elegidos. A continuación invocan al Espíritu Santo, distribuidor de los dones, y les imponen las manos como un signo de la comunicación de este mismo Espíritu.

O. COLOMER
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 184 s.


7.

Ninguna comunidad, por muy perfecta que sea y muy conjuntada que viva, está libre de tensiones. Incluso podemos decir que las tensiones son necesarias y ayudan a crecer. Así sucedió en la primitiva comunidad cristiana. Las quejas de uno de los grupos dio origen a un mejor estudio de la realidad. Se habló libremente por parte de todos, y apareció oportuno dividir las tareas y las responsabilidades.

Surge así la institución de la diakonía (diaconia), el servicio de la caridad, o la caridad hecha servicio. La diakonía será una de las dimensiones fundamentales de la Iglesia, junto al culto y la palabra.

La lista de los primeros diáconos está encabezada por Esteban. Está uno tentado a nombrarle primer presidente de Cáritas. En lo que sí fue el primero fue en el martirio, en el testimonio hasta la sangre. Todo amor verdadero siempre es un «martirio». Y conste que la lista de los diáconos sigue abierta.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
CUARESMA Y PASCUA 1993.Pág. 240


8. /Hch/06/01-06   /Hch/08/01-08

Estos textos seleccionados para poner de relieve rasgos del ilustre diácono san Lorenzo, mártir de la Iglesia romana, constituyen también una lección pastoral de validez permanente sobre el «diaconado» o servicio ministerial de la comunidad cristiana.

Hch 6,1-6 se ha entendido tradicionalmente, de manera casi unánime, como la institución apostólica de los siete diáconos, proyectando espontáneamente en ese lugar los orígenes de una figura ministerial que con trazos precisos existía en la Iglesia por lo menos desde los inicios del siglo II. Es posible que la redacción de Hechos, que acostumbra hacer una lectura actualizadora de la historia de la comunidad primitiva, quiera aludir al último grado de la trilogía obispos-presbiteros-diáconos que ya tomaba cuerpo a finales del siglo I. Y lo más probable para la exégesis actual es que el «grupo de los siete» sea sin más connotaciones el diaconado u organización ministerial subalterna de los apóstoles, nacida para atender a la comunidad de los creyentes helenistas, diferenciada religiosa y culturalmente de los creyentes hebreos, y discriminada por este grupo mayoritario y dirigente. La función que de momento se subraya más es la de liberar a los apóstoles de tareas subsidiarias, como era «servir a la mesa» y cuidar de las viudas, «mal atendidas en el servicio cotidiano» (vv 1.2). La función del diácono Lorenzo era la administración de los bienes y el cuidado de los pobres en la comunidad romana. Otro aspecto que llama la atención de ese suceso es lo que llamaríamos la dialéctica entre comunidad y ministerios. Estos se ven como una función al servicio de la comunidad, que los crea, institucionaliza y les da la fisonomía que conviene. Una lección que para evitar esclerosis paralizantes no debiera haber olvidado nunca la pastoral de los ministerios y que hoy urge aprender y poner en práctica como nunca.

Hch 8,1.4-8 nos deja vislumbrar algunos rasgos de la significación y actividad eclesial del "grupo de los siete", que trascendía con mucho lo tocante al servicio de las mesas. Cuando la persecución cae sobre una comunidad, tiende a golpear a las figuras puntuales de la misma. El protomártir de la comunidad cristiana fue el diácono Esteban, y a su muerte fueron los de su grupo, más bien, los perseguidos y dispersados, ya que los apóstoles pudieron permanecer en Jerusalén (v 1). Aquella dispersión se reveló muy pronto providencial para la misión cristiana, ya que los dispersados «iban por todas partes predicando la palabra» (4). Felipe, otro de los diáconos helenistas, inicia con gran éxito la evangelización de la semipagana Samaría (5-8).

En el NT los helenistas y «el grupo de los siete» que les dirigía se revelan como gente puntera y los verdaderos iniciadores de la misión a los paganos. El restaurado diaconado permanente de ninguna manera debería ser hoy un grupo demasiado clerical o sacristanesco, sino los animadores de estas comunidades de base que pugnan por nacer y parecen tan útiles para renovar nuestra Iglesia.

F. CASAL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 838 s.