31 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO IV DE PASCUA
9-15

 

9.

-El Pastor da la vida eterna a sus ovejas

El evangelio -brevísimo- de este domingo contiene, a pesar de su brevedad, una  revelación muy rica. El centro de este pasaje es: "Yo les doy la vida eterna" a mis ovejas.  Los otros temas han sido oídos ya, de boca de Cristo. "Yo les doy la vida eterna..., nadie  puede arrebatarlas de la mano de mi Padre". El conocimiento recíproco, al que se llega por  la docilidad al escuchar la Palabra y por la voluntad de seguir a Jesús en lo concreto, ha  quedado ya subrayado más arriba. Aquí lo más importante es la vida eterna como don del  Pastor. Jesús es la vida; esta vida la da por sus ovejas (10, 15), y quiere que la tengan en  abundancia (10, 10). Los que entren en esta relación de conocimiento no perecerán jamás. 

Esta es una nueva manera de prometer la vida eterna. Continuando la imagen del pastor  que posee ovejas propias y las defiende, afirma Jesús que nadie podrá arrebatarlas de la  mano de su Padre, a quien él se las ha confiado; pues el Padre y él son uno.

El bautizado se siente reconfortado con estas palabras, y considera su propia  responsabilidad ante un don así. Pues no se trata de una protección mecánica, como si  nosotros no contáramos para nada en este don. El aceptarlo es un acto positivo: es  escuchar seguir. Se abre así la perspectiva de la vida de lucha, dura, pero segura de que la  victoria es posible.

-La salvación llevada hasta el extremo de la tierra

Esta vida eterna es lo que anuncian los Apóstoles, y en particular Pablo y Bernabé en la  1ª Iectura de hoy. Primero se la anuncian al pueblo judío. Pero son injuriados. Entonces,  ante aquel rechazo de la vida eterna, Pablo y Bernabé se vuelven hacia los pueblos  gentiles. No pueden callar, pues "así nos lo ha mandado el Señor: Yo te haré luz de los  gentiles, para que seas la salvación hasta el extremo de la tierra". Una frase un tanto difícil  subraya los efectos de estas palabras: "los que estaban destinados a la vida eterna,  creyeron". Si el pueblo elegido por Dios no acepta creer en su Hijo muerto y resucitado  para su salvación, el anuncio pasará a los gentiles, a los que Dios ha preparado ya, pues la  salvación es universal, aun cuando el pueblo judío tuvo por derecho el primer puesto en  esta voluntad salvífica del Señor.

Por eso, la vida eterna que el Pastor da sólo se puede otorgar a quienes le acepten y  quieran escucharle y seguirle para formar un solo redil.

El salmo responsorial recoge el tema:

Sabed que el Señor es Dios:
que él nos hizo y somos suyos,
su pueblo y ovejas de su rebaño.

-El Cordero-Pastor

La segunda lectura, visión apocalíptica de Juan, viene a ser la realización de lo que  acaba de oírse en la 1ª lectura. El Apóstol ve una muchedumbre inmensa de toda nación,  razas, pueblos y lenguas. Están de pie ante el trono del Cordero, vestidos de blanco y con  palmas en las manos. Uno de los ancianos explica de dónde vienen y quiénes son: Vienen de la gran tribulación, han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del  Cordero... Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño el sol ni el bochorno. Porque el  Cordero que está delante del trono será su Pastor, y los conducirá hacia fuentes de aguas  vivas. Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos.

Es innecesario subrayar el carácter universal de la descripción que acaba de hacerse. La  muchedumbre glorifica, y su actitud es la de un pueblo en contemplación y acción de  gracias litúrgica. Es una asamblea de triunfo. Viste vestiduras blancas que significan la  purificación bautismal. Importa poco lo extraño de la imagen; se trata sin duda de una  purificación por la sangre; pero aquí, la teología de la purificación y de la renovación  sobrepuja a la imagen, pues se trata de una sangre que renueva para la gloria y la  resurrección con Cristo; ahora bien, las vestiduras blancas significan el triunfo de la  resurrección.

Están todos reunidos bajo el cayado del Cordero, presentado como Pastor. El  Apocalipsis cita aquí numerosos pasajes escriturísticos: se recuerdan dos pasajes clásicos:  el salmo 23, en el que se presenta al Señor como el pastor de Israel, e Isaías 49, cántico  del Siervo, de donde ha tomado los versículos "No pasarán hambre ni sed..., porque los  conduce el Compasivo y los guía a manantiales de agua".

Es una perspectiva de triunfo del rebaño único reunido al fin bajo un único guía: el  Pastor-Cordero que dio su vida por las ovejas.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 204 ss.


10. /Jn/10/22-30

1. Más cerca del final 

TEMPLO/DEDICACION: Estamos en la fiesta de la dedicación del templo, unos dos  meses después de la fiesta de los campamentos. Jesús aparece en el templo enfrentado,  por última vez en este evangelio, con los dirigentes judíos. En adelante no volverán a  discutir. Las autoridades religiosas ya han tomado hace tiempo una decisión irrevocable:  matarlo como sea. Les costará aún cuatro meses lograrlo. Lo harán, como es natural en  hombres tan "piadosos", en nombre de Dios (Mt 26,63-66; Mc 14,61-64; Lc 22,67-71). Esta fiesta tenía por objeto la conmemoración anual de la purificación del templo que  había realizado Judas Macabeo en el año 165 antes de Cristo, después de la profanación  que de él había hecho Antíoco IV Epífanes (1 Mac 4,36-59; 2 Mac 10,1-8). Caía en  diciembre -mes de Kisléu - y duraba ocho días. Tenía un ceremonial calcado al de la fiesta  de los campamentos (2 Mac 1,9.18). Más tarde se caracterizó por las lámparas que se  encendían delante de las casas durante todos los días de su celebración (2 Mac 1,18-22),  por lo que vino a llamarse también fiesta de las luminarias.

Era también una fiesta muy popular, aunque no obligaba la peregrinación a Jerusalén,  como en las otras tres grandes fiestas (pascua, pentecostés y campamentos). En la escena  no aparecerá para nada el pueblo. Será un enfrentamiento entre Jesús y los dirigentes  religiosos, a solas.

"Era invierno". Una precisión innecesaria, pues la fiesta caía siempre en invierno. Quizá  Juan nos quiera indicar la "muerte" que reina en Jerusalén y en su templo, causada por los  malos pastores. Puede ser también una indicación para precisar a los lectores de la  gentilidad la época del año en que se celebraba la fiesta.

La escena tiene lugar cuando "Jesús se paseaba en el templo por el pórtico de Salomón".  El atrio de los gentiles del templo estaba rodeado todo él por pórticos cubiertos adosados a  sus muros. El del lado oriental recibía el nombre de Salomón, porque se decía que había  sido construido por este rey. Desde este pórtico se dominaba el profundo valle de Cedrón.  Sus muros medían unos doscientos metros de largo y estaban construidos con piedras de  sillería blanquísimas, de unos diez metros de largo y tres de alto cada una. Era el pórtico  más antiguo de los conservados. En invierno era un lugar muy acogedor porque  resguardaba de los vientos fríos.

En este escenario, un día de la fiesta, "los judíos", que son, indudablemente, los fariseos  por su argumentación, le salen al encuentro y, "rodeándolo" -expresión que indica  hostilidad-, quieren forzarlo a una respuesta que, de haber sido afirmativa, habría  provocado su inmediata detención. Quieren que les diga sin rodeos si él es el Mesías,  acabar de una vez con las divisiones que hay entre ellos a causa de la curación del ciego  de nacimiento (Jn 10,19-21). La exigencia que muestran deja entrever que nos acercamos  al punto culminante de las hostilidades entre Jesús y los dirigentes religiosos de  Jerusalén.

Parece extraño que los fariseos acusen a Jesús de mantenerlos en la incertidumbre  acerca de su mesianidad, cuando sus palabras y sus obras han manifestado  suficientemente que él es el enviado de Dios. Con todo, la pregunta no carece  completamente de razón, si tenemos en cuenta que únicamente se ha dado a conocer  explícitamente como Mesías delante de la samaritana (Jn 4,25-26), de los discípulos (Mt  16,15-17; Mc 8,29-30; Lc 9,20-21) y del ciego de nacimiento (Jn 9,35-37). Se ha dado a  conocer cuando sus interlocutores se han mostrado dispuestos a aceptar su testimonio,  dando pruebas de su voluntad de creer. Y ése no es el caso de los dirigentes,  evidentemente, a los que siempre ha hablado indirectamente de su mesianidad, evocando  sobre sí las profecías, presentándose como el enviado del Padre y confirmándolo con  milagros-signos.

2. Sus credenciales son las obras 

Tampoco ahora responde Jesús directamente a su pregunta, sino que vuelve a  presentarles sus credenciales: "Las obras que yo hago en nombre de mi Padre". Es verdad  que nunca afirmó ante ellos explícitamente su mesianismo, pero las pruebas que les ha  presentado repetidas veces deberían haber sido suficientes, si hubieran estado dispuestos  a creer. El problema no está en sus declaraciones. El verdadero problema está en los  dirigentes, que no están dispuestos a aceptarlo como Mesías bajo ningún concepto. ¿Qué  lenguaje puede ser tan elocuente como el de las buenas obras realizadas a favor del  hombre? Pero son precisamente esas obras la causa de su incredulidad: no las toleran  porque derriban su posición de poder y opresión sobre el pueblo. Son sus intereses  personales los que les impiden admitirlas. La culpa es suya por defender intereses distintos  a los de Dios, por ser mercenarios en lugar de pastores del pueblo.

No es posible comprender a una persona sin tener una elemental simpatía por ella.  Mucho menos seguirla. Es una verdad que los textos evangélicos nos ponen de relieve con  mucha frecuencia. Cuando el hombre intenta con sinceridad y desprendimiento un  conocimiento de Jesús y una adhesión a sus palabras y obras, termina por creer en él al  experimentar su verdad en sí mismo.

Jesús quiere que analicemos, con un corazón desprendido de prejuicios e intereses, sus  obras y sus palabras. Si aceptamos esto y lo llevamos a la práctica, no tendremos  inconveniente en creer en él: toda su vida -excepto la resurrección, que siempre está más  allá- se irá transformando en experiencia personal en la medida en que sigamos su  camino.

Los dirigentes no podían aceptarlo en absoluto al acercarse a él con unas ideas  preconcebidas, que excluían totalmente su realidad mesiánica. ¿Cómo iba a ser el Mesías  si no estaba de acuerdo con ellos? ¿Podía Dios estar en contra de Dios? ¿No tenían ellos  toda la verdad al ser seguidores de Abrahán y de Moisés? Tengamos cuidado, porque  también ahora es frecuente acercarnos a Dios y a Jesús con unas ideas fijas sobre ellos  que no estamos dispuestos a cambiar y con las que defendemos nuestra mediocridad y  falta de compromiso con las exigencias del reino de Dios.

Jesús, aunque sin pronunciar el título, se ha declarado Mesías muchas veces y con  suficiente claridad. Las únicas credenciales que les presenta son sus obras, que ellos  deben analizar para sacar sus conclusiones. No está dispuesto a someter a discusión su  mesianismo con gente que está cerrada a él. Para hablar de él tendrían que aceptar una  condición previa: reconocer que sus obras son las mismas que las del Padre Dios, del que  se describe como Hijo. Obras que tienen como objetivo la vida plena del hombre, por  encima de cualquier ley, institución o doctrina. Quien pretenda abordar la cuestión de su  mesianismo tendrá que pronunciarse primero por esta cuestión fundamental. Cuestión a la  que ellos no responderán nunca, porque tendrían que renunciar a sus intereses y  privilegios, o confesar que en realidad están en contra del bien del hombre oprimido y, por  tanto, de Dios. El mesianismo de Jesús no es una cuestión abstracta, como ellos  pretenden, sino vital. Jesús no acepta una discusión sin compromiso, como ellos desean.  Quien esté a favor del hombre sin condiciones, está con el Dios de Jesús; quien esté en su  contra de alguna manera, aunque tenga el nombre de Dios todo el día en los labios, está  contra él.

Ellos no creen "porque no son ovejas suyas". Nunca han escuchado la voz de Dios; por  eso no escuchan la de Jesús.

3. De nuevo la imagen del pastor y las ovejas 

Ante los dirigentes, que se niegan a aceptarlo, Jesús nos describe qué significa ser de  los suyos: "Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco, y ellas me siguen, y yo les doy la  vida eterna".

Es posible que ninguna persona se sienta halagada si se la compara con una oveja,  animal débil y que no parece demasiado inteligente, siempre obediente al pastor y al perro  del rebaño. En una sociedad como la actual, en la que el individualismo y la agresividad  parecen ser el ideal de muchos hombres, proponer el ejemplo de la oveja como modelo de  seguidor de Jesús no parece muy afortunado a simple vista.

A pesar de todo, la enseñanza que se encierra detrás de estas palabras de Jesús, y  aunque él hablara en una época de costumbres muy distintas a las nuestras, sigue siendo  muy actual; sigue siendo la misma que entonces. Lo que necesitamos es profundizar qué  quiso decir.

Jesús nos describe, en pocas palabras, la intimidad de las relaciones existentes entre él  y sus discípulos de todos los tiempos. Los suyos escuchan su voz no sólo verbalmente,  sino entregándose sin reservas con él y como él en favor del bien de la humanidad. Eso es  lo que significa el seguimiento: los suyos oyen su voz y lo siguen como a su pastor y  modelo. Porque seguir es mucho más que creer intelectualmente: es aceptar su camino,  hacer nuestra su mentalidad, ir asimilando sus criterios de vida... Y es en ese seguimiento y  mutuo conocimiento donde irán encontrando la vida verdadera. Vida plena y eterna; única  que puede satisfacer y llenar el corazón humano. Una vida que nos da entregando él la  suya, y que damos a los demás siguiendo su ejemplo. Entrega que nos va abriendo la  puerta de la vida verdadera. No hay más camino que éste.

Las ovejas no van solas, cada una por su lado, sino en rebaño. Con ello nos está  diciendo que el cristiano forma parte de un pueblo, que no hay vida cristiana, no hay  seguimiento de Jesús ni pertenencia a la iglesia sin saberse miembros de un pueblo; que  no se puede ser cristiano desentendiéndose de los demás, cada uno a su aire, sin aceptar  que formamos parte de una iglesia; aunque haya en ella muchas cosas que no nos gustan.  No podemos ser "ovejas" que se separan del "rebaño".

Como vemos, Jesús habla de unas "ovejas" que mantienen con el pastor unas relaciones  muy profundas. No basta pertenecer a un pueblo -iglesia- de una forma rutinaria y  multitudinaria. Es necesaria la relación personal con Jesús. El nos conoce y nos ama  profundamente a cada uno. ¿Cómo podremos seguirle, responsable y libremente, sin saber  de su conocimiento y amor y sin responderle adecuadamente? ¿Cómo seguir y amar a  alguien del que no sabemos su conocimiento y amor por nosotros? Sólo podemos seguir  -con el seguimiento que nos pide Jesús- a quien nos conoce y nos ama, porque sólo al que  reúne esas condiciones se le puede confiar y hacer entrega de la propia vida, al ser la  respuesta plena y para siempre de todas nuestras búsquedas, la razón última de nuestra  esperanza y optimismo.

Jesús desea una comunidad madura, en la que los miembros se sientan personas y sean  reconocidos en su individualidad. No quiere una masa amorfa y servil, sino una comunidad  unida por el amor que respete la pluralidad de razas, culturas... Más importantes que los  lazos institucionales y visibles son los lazos íntimos que unen a cada uno con Jesús. Lazos  que es necesario reforzar constantemente. Nuestro cristianismo no puede consistir  solamente en el cumplimiento de unas normas. No hay fe cristiana sin una relación interior,  personal y libre con Jesús de Nazaret.

La "voz" de Jesús resuena siempre que alguien vive y anuncia como él el mundo nuevo,  la nueva humanidad, el reino de Dios; siempre que alguien pregona, como él, la justicia, la  libertad, la verdad, el amor, la paz, la fraternidad universal; siempre que alguien nos  descubre el verdadero sentido de la vida, de Dios... Seguidor de Jesús es el que reconoce  su voz en los profetas de hoy; el que sabe discernir -en un mundo en el que todo está  mezclado y todo se presenta como verdadero- dónde está realmente la verdad que salva, la  diga quien la diga, y sabe adivinar dónde se encuentra el engaño: los pobres, los sencillos,  los limpios de corazón... (Mt 5,3-12). Ninguno de ellos "perecerá para siempre", porque no  hay ni habrá en el mundo poder capaz de "arrebatarlos de su mano". Tal es la fuerza que  une a Jesús con sus seguidores, fruto del conocimiento y del amor mutuos.

Esta absoluta seguridad que los suyos experimentan al lado del Pastor tiene su máximo  fundamento en las relaciones de unidad que existen entre Jesús y el Padre. Como el Padre  es más fuerte que todos los poderes del mundo, nadie será capaz de "arrebatarle de las  manos" a ninguno de sus seguidores; como tampoco de las de Jesús, como él mismo  acababa de afirmar. ¿No vienen a ser las mismas? Al cuidado que el buen Pastor tiene por  sus "ovejas" se suma la solicitud del Padre "que se las ha dado", para formar juntos una  indisoluble unidad (Jn 17,21).

Con estas palabras, Jesús previene a los dirigentes para que no intenten recuperar lo  que ya han perdido. Perderán el tiempo si pretenden interponerse entre él y los que quieran  seguirle.

"Yo y el Padre somos uno". Esta expresión encuentra su máxima clarificación en la  "oración sacerdotal" (Jn 17) y en el "prólogo" de Juan (Jn 1,1-18).

"Son uno", pero no en el sentido de la unidad que existe entre Ia voz o el anuncio de un  profeta y la voz o el anuncio de Dios mismo. Los profetas hablaban explícitamente en  nombre de Dios, y nadie se extrañaba. La afirmación de Jesús tiene un sentido  trascendente: presupone una unidad o identidad de naturaleza. Así lo entendieron sus  adversarios, como veremos más adelante.

Las obras de Jesús son las mismas del Padre. Nada en él queda fuera de la actividad del  Espíritu. Esta identificación con el Padre excluye cualquier intento de pretender estar por  encima de él. La crítica de Jesús es crítica de Dios; la oposición a él es oposición a Dios;  negarle o rechazarle es negar o rechazar a Dios. No pueden apoyarse en nada para  juzgarlo: está por encima de toda ley, como lo está Dios. Por esa razón puede pedirnos un  seguimiento sin condiciones, como ha hecho. Ante él no cabe más opción que aceptarlo o  rechazarlo, pero sabiendo que ambas opciones incluyen la misma actitud respecto a Dios.

4. Cuando faltan las razones... /Jn/10/31-42 Los judíos entienden bien sus palabras: se  hace Uno con Dios, lo que equivale a hacerse Dios. Para ellos tales palabras suenan a  blasfemia. "Agarraron piedras para apedrear a Jesús", decididos a hacer justicia por sí  mismos. No era la primera vez que lo habían intentado (Jn 8,59). Como corresponde a lo  que son, su reacción es la violencia y la muerte. Cogieron piedras de las que había allí  mismo en el templo, y de las que se habían servido los judíos en más de una ocasión para  apedrear a la guarnición romana.

Las palabras de Jesús iban mucho más allá de la idea que ellos tenían del Mesías. Eran  unas palabras intolerables. ¿Por quién se tenía? Los representantes oficiales de la  ortodoxia religiosa quieren matarlo, invocando su obligación de defender la ley divina. Así  ocurrirá con Jesús dentro de unos meses; y así ha sucedido muchas veces a lo largo de la  historia de la iglesia.

Dice Erich Fromm: "El hombre ordinario con poder extraordinario es el principal peligro  para la humanidad". Evidentemente, la fe de los dirigentes religiosos judíos no estaba a la  altura del poder que se les había confiado. Sigue el mismo autor: "Sobre el supuesto de  que los hombres son corderos erigieron sus sistemas los grandes inquisidores y  dictadores". El problema surge cuando el "cordero" usa su propia cabeza. Los ejemplos que  se pueden traer son casi infinitos. Confío en que ninguno sea tan ciego que no sepa de  alguno...

Esta vez Jesús se enfrenta con sus adversarios (en la ocasión anterior se había  ocultado), resuelto a convencerlos de su equivocación. Les pregunta el motivo de su intento  de apedrearlo. El no ha realizado más que buenas obras. Son éstas las que merecen  alabanza o condenación. Si ellos las condenan, deben explicarle cuál o cuáles de ellas  merecen la muerte. Las obras son, principalmente, los milagros que ha obrado en su  calidad de enviado de Dios. Con sus palabras pretende que abran los ojos y se den cuenta  de que lo que ha afirmado de sí mismo está suficientemente acreditado por Dios con los  signos que ha realizado en su nombre. Si no pueden negar los milagros, es lógico que  saquen las conclusiones y reconozcan la legitimidad de lo que les ha dicho. Jesús les ha propuesto sus milagros como prueba de la verdad de sus palabras. Ellos, al  no poder negarlos, separan las obras de las palabras. Y es una lástima: por primera vez en  la historia de la humanidad ambas, obras y palabras, coincidían. Lo quieren apedrear "por  una blasfemia: porque tú, siendo un hombre, te haces Dios".

Hablan de blasfemia. Haber convertido la casa de Dios en un mercado (Jn 2,16), explotar  al pueblo y tenerlo abandonado... no cuenta, con tal de tener todo el día el nombre de Dios  en los labios y guardar unas normas puramente externas. Es el culto a la palabra vacía y el  asesinato de la vida. Es el error en que acaba cayendo el hombre "piadoso" si pierde el  contacto constante con el Dios de Jesús.

Jesús se defiende de la acusación de blasfemia que le han hecho, apelando a la  Escritura. Alude al salmo 82,6. Usa un argumento muy del agrado de los rabinos, empleado  ya otras veces (Jn 7,22-23): partir de lo menos importante a lo más. Su demostración  escriturística puede formularse así: si en la misma ley Dios da el apelativo de "dioses" a  unos hombres por haber sido objeto de una comunicación divina transitoria, ¡cuánto más a  él, en quien se realiza el proyecto total de Dios! Si a aquellos que recibieron la ley, la  palabra de Dios, y fueron encargados por Dios de interpretarla y aplicarla, se les llama  "dioses", ¡cuánto más se podrá llamar "Hijo de Dios" al que es la misma palabra de Dios!  (Jn 1,1). Teniendo en cuenta, además, que muchos de aquellos hombres habían sido  infieles a la misión que se les confiara, como lo demuestran los mismos escritos revelados.  Infidelidad que no se le puede aplicar a Jesús en absoluto.

El no es uno de tantos a los que Dios haya dirigido su palabra. El es "a quien el Padre  consagró y envió al mundo". Consagrar, en el lenguaje bíblico, significa escoger para Dios  y para su servicio o para una misión relacionada con él. Aquí indica que Jesús, el  consagrado por Dios, toma el lugar del templo y de la ley. Seguirle a él será lo único  necesario en adelante. ¿No hemos vuelto a edificar otro "templo" y otra "ley" y olvidado a  Jesús? 

Vuelve a remitirse, una vez más, a sus obras, para demostrar el derecho que tiene a  llamarse "Hijo de Dios". Es su desafío final a los dirigentes. ¿No es prueba la calidad de un  hombre por sus obras? Si él demuestra con sus obras "que el Padre está en él y él en el  Padre", será verdad. ¿Quién podría hacer lo que él ha realizado sin la ayuda del Padre? ¿Y  cómo va a ratificar Dios con una ayuda tan singular a un hombre que no le fuera fiel? Es lo  mismo que les decía el ciego de nacimiento: Dios no oye a los pecadores (Jn 9,31). Por  otra parte, sus obras no son sólo los milagros, sino toda su actividad mesiánica, todo el  conjunto de hechos y palabras que las manifiestan.

Ante unos oyentes hostiles, armados de piedras, Jesús no se ha retractado de nada de lo  dicho anteriormente. Es más: con sus palabras los condena indirectamente. ¡Son incapaces  de rendirse ante la evidencia! Es el no hacer caso "aunque un muerto resucite" (Lc 16,31).  Si hubieran reconocido que su actividad era propia de Dios, indiscutiblemente tendrían que  haberlo aceptado como Mesías, lo que implicaba ponerse a favor del hombre, renunciando  a la opresión que ejercían sobre el pueblo.

Jesús identifica el aceptarlo como Mesías con el compromiso con él y con el Padre. No  hay fe en Jesús sin que esté precedida de una opción en favor de los oprimidos. Las  discusiones teóricas, tan abundantes cuando falta el compromiso, no llevan a ninguna  parte.

¿Qué obras concretas estamos haciendo que demuestren que seguimos a Jesús? Si no  hay obras, no hay seguimiento. Creemos en Jesús, le seguimos, en la medida que tratemos  de identificar nuestra vida con la suya.

Tampoco los fariseos ceden en su postura: "Intentaron de nuevo detenerlo", sin duda  para lapidarle. Ya no responden a sus palabras. Ha dejado al descubierto sus verdaderos  intereses y no tienen respuesta. Apelan, como de costumbre, a la violencia. Pero Jesús "se  les escabulló de las manos". No se dice cómo. ¿Se puso el pueblo de su parte? ¿Se  impuso su fuerte personalidad, como en otras ocasiones, para pasar entre ellos? (Lc 4,30).  No lo sabemos ni importa demasiado.

Lo que sí interesa destacar es que Jesús sale del templo para no volver a entrar en él, en  este cuarto evangelio.

5. Jesús se retira al otro lado del Jordán 

Ante el definitivo rechazo de los dirigentes religiosos de Israel, Jesús sale fuera del  territorio judío, simbolizado con el paso del río Jordán. Es allí donde formará su comunidad,  frente a las instituciones opresoras que lo han rechazado. El lugar donde se instala, y  donde Juan bautizaba al principio, se llama Betania (Jn 1,28); el mismo nombre de la aldea  de Lázaro, lo que indica que también éste pertenece, con sus dos hermanas, a la  comunidad de Jesús. El alejamiento de Jesús es simbólico; sus comunidades vivirán en  medio del mundo, pero sin pertenecer a él.

Jesús, que quiere un pueblo libre y responsable -es el sentido que tienen las curaciones-,  sitúa su comunidad fuera del país judío, que lo ha rechazado. Ha salido de los límites de  Israel, pues la que había sido tierra prometida se ha convertido en tierra de opresión. "Allí" permaneció algún tiempo. Lejos de Jerusalén y del templo, de las disputas y  persecuciones, debieron ser días de tranquilidad. Al acudir "muchos" a él, tuvo que  dedicarse también al apostolado. Ya no habla de "multitudes" despersonalizadas. La nueva  comunidad comienza a existir. Van optando por él frente a los dirigentes que lo persiguen a  muerte.

El recuerdo del Bautista estaba muy vivo aún entre las gentes; y lo comparaban con  Jesús. A pesar de la grandeza del primero, contrastaron y proclamaron dos cosas: que el  Bautista no había hecho ningún milagro y que todo lo que había dicho de Jesús era verdad.  Jesús ha cumplido plenamente lo que anunciaba Juan. Es posible que este dato, aportado  únicamente en este evangelio, se deba al interés que ha manifestado el evangelista y  apóstol Juan en todo su relato por situar la figura del Bautista por debajo de la de Jesús, a  causa del excesivo relieve que le habían dado algunos seguidores suyos y que estaba  originando enfrentamientos entre seguidores de ambos. Por esta misma razón es el único  evangelista que no narra el bautismo de Jesús por Juan.

"Muchos" -personalizados- reconocen por sus obras su calidad de Mesías y "creyeron en  él allí". 

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 3
PAULINAS/MADRID 1985.Págs. 226-235


11.

Sobre la primera lectura. HOY COMO AYER Nada hay que forme tanto como la historia,  aunque es cierto -por otra parte- que los hombres somos duros de mollera y repetimos  errores históricos con una precisión matemática. No en vano se ha dicho que el hombre es  el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra; los otros animales, parece ser,  que la reconocen y la eluden.

Y digo esto a propósito de la primera lectura de hoy. Es de los Hechos de los Apóstoles y  nos cuenta con expresivo estilo un "hecho", por demás significativo, de la vida de la  primitiva Iglesia: una Iglesia apenas recién nacida que tenía todavía el estilo de Cristo y  quería ser, por encima de todo, fiel a los principios fundamentales por los que había dado  su vida el Maestro.

Pablo y Bernabé hablan en la sinagoga de Antioquía a una multitud de judíos. Muchos le  siguen y otros se oponen a sus enseñanzas.

Los que se oponen llaman en su auxilio a la gente devota y distinguida (en este caso a  las "señoras" devotas y distinguidas) para conseguir que se marchen de la ciudad. Es  curioso que hoy como ayer la doctrina de Cristo encuentre una resistencia particular entre  los "distinguidos y devotos" y que esa resistencia se organice para que los "apóstoles"  abandonen el territorio y se vayan con su extravagante doctrina a predicar a otro sitio. Los judíos practicantes, las señoras distinguidas y devotas eran "los de siempre", los que  estaban seguros de sí mismos, los que no tenían nada que aprender, los que tenían hilo  directo con Dios, los que no dudaban de nada; los que lo sabían todo y los que vivían bien  (eran distinguidas, dicen los Hechos" y eran "píos" (también lo dicen los Hechos). Estaban,  indudablemente, en una peligrosa situación, y esa situación les hace reaccionar, hoy como  ayer, fulminando a quien intenta predicar a Cristo con un poquito de fidelidad a su  Evangelio; quizá porque intuyen, siquiera de lejos, que de prosperar esa predicación  posiblemente se acabará su comodidad, su seguridad, su situación privilegiada desde la  que todo se juzga y se condena con un dogmatismo aterrador.

La reacción de Pablo y Bernabé era inevitable. Con gente así no hay nada que hacer.  Hasta el polvo de sus sandalias sacudieron y salieron de Antioquía hartos de todos  aquéllos y convencidos de que su mensaje era demasiado grande para encorsetarlo entre  aquellas gentes que, como lo tenían todo, no necesitaban nada de nada ni de nadie. Irían a  los gentiles, a aquellos otros que oirían porque no eran o no creían que eran absolutamente  buenos, que oirían porque tenían capacidad para dudar, para preguntar, para admitir que  quizá algo nuevo estaba dibujándose en el horizonte del hombre y que esa novedad  extraordinaria se la iban a decir aquellos dos hombres generosos, desprendidos, amigables  y sencillos que les hablaban de un Dios cercano y tan extraordinariamente bueno que había  sido capaz de morir por cada uno de ellos en particular.

Y se comprende la reacción de Pablo y Bernabé porque, ahora que nadie nos oye, hay  que confesar que quizá alguna vez hemos pensado que es mejor tratar con "gentiles" que  con los devotos y distinguidos de siempre que a veces resultan insoportables (o  resultamos); que es mejor y más fácil encontrar comprensión, sencillez, sentido de la justicia  y de la caridad (aunque se le llame altruismo o filantropía) en los que no son los buenos de  siempre; que es posible con los "gentiles" hablar de Cristo más que con aquéllos que  oficialmente son o somos cristianos; que hay más de Evangelio en hombres que dicen no  seguir a Cristo que en aquellos que hacemos profesión de fe diaria en sus palabras. 

DABAR 1983, 26


12.

1. Interiorizar la relación de fe 

Los textos del tiempo pascual continúan volviendo nuestros ojos hacia el surgimiento y  expansión de la comunidad cristiana, nacida precisamente con Cristo resucitado. Pero este  nacimiento y esta expansión no tienen nada de mágicos, sino que constantemente  responden tanto a un designio misterioso del Padre, cuyos caminos desconocemos, como a  determinadas contingencias humanas que condicionan el crecer de la Iglesia.

Los textos que hoy vamos a comentar nos plantean con suficiente crudeza esta realidad  de la comunidad cristiana, que, si se siente asida de la mano del Padre, también está  enraizada en una experiencia histórica que puede posibilitar o dificultar sus pasos por el  mundo.

El texto del Evangelio de Juan tendría que ser como una especie de telón de fondo de  toda la actividad de la comunidad eclesial, como un punto de referencia constante para  evitar peligrosas distorsiones o malentendidos. Jesús se presenta como el Pastor de la comunidad de los discípulos, pastor que está en  íntima relación con el Padre: «Yo y el Padre somos uno.» Lo interesante del texto es que Jesús no especifica quiénes son sus ovejas, pero sí que  sus ovejas escuchan su voz y lo siguen; él, por su parte, las conoce íntimamente y da la  vida por ellas.

Si el domingo pasado veíamos el carácter institucional de la Iglesia fundada sobre la roca  de Pedro, el Pedro del amor, el texto de hoy sale al paso de cualquier tipo de cristianismo  basado puramente en prioridades institucionales o jurídicas. En efecto, son discípulos de  Jesús aquellos que verdaderamente escuchan su voz, es decir, que cumplen y viven el  mandato liberador del Padre revelado en Jesucristo.

Más importante que los lazos institucionales y visibles, son los estrechos lazos íntimos  que unen al creyente con Cristo. Jesús no parece dejarse engañar por las apariencias, ya  que sabe lo que pasa en el corazón del hombre. El conoce a los suyos con una mirada  interior, profunda, mezcla de conocimiento y de amor.

Esta podría ser nuestra primera reflexión de hoy: necesitamos reforzar los lazos íntimos  que nos unen con Cristo. Al decir lazos íntimos, queremos referirnos a una relación que  sentimos personalmente, que es fruto de una opción sincera y libre; que nuestro  cristianismo no puede consistir solamente en el cumplimiento de ciertas normas que  aceptamos como una rutina necesaria para sentirnos apoyados por cierto cuerpo social. Al decir lazos íntimos, queremos referirnos también a la necesidad de que los laicos no se  contenten con seguir detrás de sus pastores como si a ellos no les incumbiese también la  necesidad de pensar su fe, de reflexionarla personalmente, de conocer mejor las sagradas  escrituras, de interiorizar el mensaje evangélico, de madurar su oración y las formas de  expresión de su fe.

En las comunidades de religiosos sucede lo mismo: con harta frecuencia todo se deja  librado al aparato institucional, a los horarios y actos establecidos, a lo mandado desde  arriba, pero se necesita hoy un estilo de vida religioso- a tenor del evangelio de hoy- en el  que cada miembro de la comunidad sepa qué quiere, qué profesa, qué siente y cuál es su  verdadero compromiso interior con Jesucristo.

Sabemos perfectamente que a lo largo de los últimos siglos se produjo en la Iglesia un  proceso de marcado institucionalismo -quizá necesario en una época para evitar la  disgregación de la comunidad, que nos hizo perder la visión de lo realmente importante en  nuestra vida de fe. ¿Y qué es esto importante? 

El tiempo de la Pascua se está encargando de hacérnoslo recordar, como Jesús se lo  recordó a los discípulos de Emaús. Que no hay fe cristiana sin esta relación interior,  personal y libre con Jesucristo; con el Jesucristo del Evangelio, el que fue predicado por  Pedro y Pablo, el que dio su vida por la salvación de los hombres, el que denunció la  vaciedad de un culto y de una religión que ofrece «cosas» a Dios pero que se se reserva el  corazón. Que no podemos tener una auténtica fe en Cristo si no nos reunimos para  reflexionar sobre su Palabra, esa palabra que encontramos en los escritos del Nuevo  Testamento y en la experiencia de fe de varios siglos de historia. Es lamentable constatar  cómo, quizá, podemos tener la Biblia en nuestra biblioteca, pero no la abrimos para leerla,  no la conocemos, no profundizamos en sus mensajes, no hacemos el esfuerzo por  descubrir la relación entre esos mensajes y la realidad actual que estamos viviendo.

El evangelio de hoy puede quedar una vez más en una hermosa frase, más o menos  poética, si no surge hoy el compromiso de preguntarnos por esa voz de Cristo que tenemos  que escuchar y cumplir para llamarnos sus discípulos. Si no conocemos a Jesucristo,  tampoco podremos ser reconocidos por él porque podrá pasar delante de nuestras narices  sin que nos demos cuenta. No basta que él nos conozca o nos quiera reconocer como sus  llamados; un diálogo necesita la inter-relación, el encuentro de dos, la experiencia mutua de  dos que se conocen, que se quieren y que se comprometen a algo en común. «Yo y el Padre somos uno», dijo Jesús. Y esa comunión perfecta de amor, conocimiento  y experiencia, es puesta como modelo de la relación del discípulo con Cristo.

2. Los condicionamientos del universalismo 

El texto de los Hechos se nos puede presentar como una ejemplificación de las  reflexiones anteriores. Pero, antes, tratemos de situarlo en su contexto. La escena narrada por Lucas, y que la primera lectura recoge en forma abreviada,  corresponde al primer viaje misionero de Pablo y' Bernabé por Chipre y por Asia Menor,  actual territorio del Estado de Turquía. La primera ciudad del continente que Pablo  evangeliza es Antioquía de Pisidia, ciudad en la que el apóstol hace un importante discurso  a la comunidad judía, recordándole su antigua historia y su culminación en Jesús, el  salvador. Insiste en cómo Jesús murió en cumplimiento de las profecías, por lo cual Dios lo  resucitó en cumplimiento también de lo prometido a David y demás personajes antecesores  de Jesús.

La gente parece bien dispuesta, por lo que piden a Pablo que les siga hablando el  próximo sábado. Lo sucedido en ese sábado es lo que nos narra la primera lectura de hoy. El episodio, además de su valor real, tiene un carácter simbólico e ideológico. De alguna  manera presenta en pequeño el gran drama de la separación del judaísmo y del  cristianismo, como antesala de una larga historia de luchas e incomprensiones que dura  hasta nuestros días, a pesar de los veinte siglos que han transcurrido.

Los jefes judíos se llenan de envidia al ver el éxito de Pablo y Bernabé, por lo que  deciden hacerles la guerra abierta. Entonces los apóstoles exponen con claridad su criterio  evangelizador: primero se habían dirigido a los judíos, ya que eran los depositarios  históricos del mensaje de Dios; pero, ante su rechazo, ahora hacían el llamamiento a toda  la comunidad gentil.

En realidad, éste fue el criterio de Pablo en todos sus viajes misioneros, aun después de  este incidente, pues él, como hebreo nacido en la gentilidad, jamás perdió el amor por su  pueblo y tratará de comprender el oscuro designio que llevó a los suyos a rechazar a  Jesucristo. En la Carta a los romanos desarrolla largamente este tema.

Nosotros, por nuestra parte, encontramos en este episodio una veta de interesantes  reflexiones.

--Nuestra primera reflexión se engancha con el punto anterior. Con Jesús parece haber  terminado el tiempo en que la pertenencia a la familia de Dios se hacía por el simple lazo de  la sangre o de la raza, o, en último caso, por el rito institucionalizado. Ahora se le exige a  cada hombre, judío o pagano, una respuesta personal y libre, un compromiso de vivir de  determinada manera y según cierto criterio más amplio y universalista. Los judíos  representaban el pueblo histórico de Dios, el pueblo institucionalizado, los depositarios  naturales de la Biblia, de la Ley, del Templo y del culto a Yavé. Pero ya no basta todo ese  aparato para poder formar parte del nuevo pueblo fundamentado en una fe que se asienta  en una llamada personal de Dios y, por lo tanto, en una respuesta personal.

A Pablo siempre le intrigó y preocupó el porqué de ese rechazo del pueblo judío, el que  estaba mejor preparado por las profecías y por la Ley, para recibir a Jesús, judío entre los  judíos y profeta en su propia tierra. Algo misterioso había en ello, por lo que Pablo no perdió  jamás la esperanza de que algún día, quizá al final de los tiempos, el pueblo elegido  reconocería a Jesús como el salvador y mesías anunciado.

Por tanto, más importante que atizar nuestra inquina contra el pueblo judío, es recoger la  lección que tiene validez para nosotros. No basta que tengamos detrás una historia de  veinte siglos de cristianismo, no basta que seamos los depositarios del evangelio y de la  figura histórica de Jesucristo; no basta que nuestra fe se asiente históricamente en la fe de  los apóstoles y en la larga tradición de sus sucesores... No basta todo eso y mucho más, si  hoy no aceptamos en nuestra vida a ese Jesucristo que siempre pide la interiorización de  una conversión constante y de una adhesión personal.

--Y una última reflexión. En domingos pasados hablamos de la universalidad de la fe  cristiana; hoy Jesús se nos presenta como Pastor universal. Ese parece ser el designio del  Padre. Sin embargo, cuando se quiere llevar ese ideal a la práctica, chocamos con la  realidad histórica y social y nos encontramos ante verdaderas encrucijadas que nos hacen  tomar conciencia de que la tarea de la Iglesia está siempre condicionada por el espacio y  por el tiempo en que se halla encarnada.

Los hechos parecen desmentir día a día ese carácter universal de la fe. Baste pensar  que las tierras evangelizadas por Pablo hoy no tienen más vestigio cristiano que algún que  otro monumento histórico. Entretanto, la realidad de nuestro siglo nos enfrenta con el  resurgir de otras religiones y de otras formas culturales que han arrinconado al cristianismo  a un ámbito harto reducido. Por eso, quizá necesitemos revisar nuestro antiguo concepto de  universalidad y, en todo caso, retener hoy lo que nos dice el Evangelio de Juan por boca de  Jesús refiriéndose a «las ovejas» de su rebaño: «Mi Padre, que me las ha dado, supera a  todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre".

¿Qué podrá significar esto? 

Que Dios, como dice el refrán, «puede escribir derecho con líneas torcidas». Que sólo El  conoce quiénes son los que escuchan su voz, aunque quizá lo ignoren, y quiénes, aunque  crean escucharla, en realidad no forman parte de su comunidad.

Sobre esta base puede surgir un sano ecumenismo y una actitud de auténtica hermandad  con todas aquellas religiones o ideologías que, al fin y al cabo, viven preocupadas por la  liberación del género humano, aunque desde ángulos y perspectivas distintas. La historia es nuestra raíz, pero no lo es todo. Para nosotros lo importante es nuestro  presente, este Hoy que debemos vivir, sintiendo en carne propia el drama que sintió Pablo  en su momento. De pronto, todos los razonamientos caen hechos pedazos ante la realidad;  y es esa realidad la que nos debe hacer revisar nuestros esquemas de evangelización y  nuestra actitud interna de fe.

No siempre las circunstancias históricas parecen conjugarse con los designios de Dios tal  como nosotros los entendemos... Entonces necesitamos cierta dosis de humildad para  darnos cuenta, al menos, de que nosotros no vemos claro. Y, en segundo lugar,  necesitamos ahondar en nosotros el seguimiento de Jesucristo en el amor y en la  comprensión, no sea que nuestro testimonio cristiano sea un mentís al universalismo del  amor.

SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C.2
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985


13.

Es bueno recordar de vez en cuando, aunque de manera sencilla, los rasgos  fundamentales del vivir humano. Nos puede ayudar a vivir de manera más lúcida y  responsable. 

Antes que nada, hemos de recordar que la vida es algo personal. Mi vida es tarea mía y  sólo yo la puedo vivir. Nadie me puede sustituir. Si yo no amo, siempre faltará en el mundo  ese amor. Si yo no creo, no gozo, no crezco... faltará para siempre esa creatividad, ese  gozo o ese crecimiento.

Esto significa también que no existe la vida en abstracto. Existimos los vivientes. Como  tampoco existen en abstracto valores como el amor, la bondad, la justicia, sino encarnados  en la vida concreta. Existe el amor cuando hay personas vivas que se quieren; existe la  bondad cuando hay personas buenas; hay justicia cuando las personas viven de manera  justa.

La vida es, además, algo irrepetible. Cada experiencia, cada gozo o sufrimiento que vivo  en este preciso momento no volverá a repetirse. No sólo se vive una sola vez, sino que todo  en la vida se vive sólo una vez. La experiencia siguiente podrá ser mejor o peor, pero nunca  será ya lo vivido.

Por eso, cada instante de la vida encierra una continua novedad. Lo que se me ofrece en  este momento no se me volverá a ofrecer así. Cada momento es nuevo y en cada decisión  voy dando a mi vida una dirección u otra.

La vida es, por otra parte, algo inacabado. Una tarea siempre por hacer. La vida es  expansión, desarrollo, despliegue. Lo más terrible que se puede decir de alguien es que  está «acabado». Cuando esto sucede, la vida se termina.

V/AUTENTICA: Precisamente por eso, la verdadera vida consiste en irse construyendo a  sí mismo. Como dice el famoso antropólogo Konrad ·Lorentz-K, ahí está la grandeza y  también la debilidad del ser humano, en que «puede ir siempre más lejos, pero puede  también caer siempre más bajo. Siempre se da la posibilidad constitutiva de superarse o de  perderse». De ahí la importancia de mantener siempre el deseo de vivir creciendo. Pero, ¿a dónde se dirige nuestra vida? ¿Dónde termina definitivamente? ¿Dónde alcanza  su verdadero cumplimiento? Apoyados en Cristo resucitado, los cristianos creen que la vida  no termina en la extinción biológica sino que está llamada a trascenderse. La vida es mucho  más que esta vida que conocemos ahora. Hemos nacido para una «vida eterna» que  alcanza su plenitud en Dios.

Sin duda, esta postura puede ser rechazada y hasta ridiculizada. Pero la vida sigue ahí  con todo su misterio. Cada uno tendrá que preguntarse dónde ha descubierto una luz más  luminosa, un camino más estimulante y una esperanza más liberadora para enfrentarse a la  vida.

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 47 s.


14.

ESCUCHAR 

Mis ovejas escuchan mi voz.

Somos víctimas de una lluvia tan abrumadora de palabras, voces y ruidos que corremos  el riesgo de perder nuestra capacidad para escuchar la voz que necesitamos oír para tener  vida.

¿Cómo pueden resonar en esta sociedad las palabras de Jesús que leemos hoy en el  evangelio? "Mis ovejas escuchan mi voz... y yo les doy vida eterna". Apenas sabemos ya callarnos, estar atentos y permanecer abiertos a esa Palabra viva  que está presente en lo más hondo de la vida y de nuestro ser. Convertidos en tristes «teleadictos» nos pasamos horas y más horas sentados ante el  televisor, recibiendo pasivamente imágenes, palabras, anuncios y todo cuanto nos quieran  ofrecer para alimentar nuestra trivialidad.

Según estudios realizados, son mayoría los que ven de dos a tres horas diarias de  televisión, lo cual significa que cuando hayan cumplido 65 años habrán estado 9 años  consecutivos ante el televisor.

Envuelto en un mundo trivial, evasivo y deformante, el «teleadicto» sufre una verdadera  frustración cuando carece de su alimento televisivo. Necesita esa pequeña pantalla llena de colores, que se convierte con frecuencia, en una  pantalla en sentido literal y estricto, entre el individuo y la realidad. Ya no vive desde las  raíces de la misma vida. Apenas escucha ya otro mensaje sino el que recibe a través de las  ondas.

El hombre contemporáneo necesita urgentemente recuperar de nuevo el silencio y la  capacidad de escucha, si no quiere ver su vida y su fe ahogarse progresivamente en la  trivialidad.

Necesitamos estar más atentos a la llamada de Dios, escuchar la voz de la verdad,  sintonizar con lo mejor que hay en nosotros, desarrollar esa sensibilidad interior que  percibe, más allá de lo visible y de lo audible, la presencia de Aquel que puede dar vida a  nuestra vida.

CR/MISTICO: Según ·Rahner-K, «el cristiano del futuro o será un místico, es decir, una  persona que ha experimentado algo, o no será cristiano. Porque la espiritualidad del futuro  no se apoyará ya en una convicción unánime, evidente y pública, ni en un ambiente  religioso generalizado, sino en la experiencia y decisión personales». Lo que cambia el corazón del hombre y lo convierte no son las palabras, las ideas y las  razones, sino la escucha sincera de la voz de Dios.

Esa escucha sincera de Dios que transforma nuestra soledad interior en comunión  vivificante y fuente de nueva vida. 

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 289 s.


15. FE/CULTURA

«Tú necesitas un Dios» 

"El Dios oculto en la cultura literaria de hoy" es el título de un artículo que acaba de  aparecer en la revista Razón y Fe. El balance que presenta su autor, Cristóbal Sarrias, es  preocupante: «Dios no es siquiera un pretexto, ni un elemento clave de la mayor parte de la  creación novelística. Ha desaparecido de un horizonte que daba sentido o que  atormentaba. Está lejos la época de Bernanos o de Mauriac y aun el último Graham  Greene». Cita el diagnóstico de un teólogo, J. L. Ruiz de la Peña: «Quienes ahora hacen  cultura en España y la dictan al gran público no son cristianos o, si lo son, no se les nota  mucho, al menos en líneas generales y salvando siempre las consabidas excepciones. Son  poscristianos confesos, peri o paracristianos declarados, o incluso anticristianos  férvidamente militantes».

C. Sarrias finaliza con esta conclusión: «En la cultura actual se ha arrinconado la  explicitación del Dios que vive en Jesucristo, porque muchos cristianos han desertado del  mundo de la confesionalidad explícita, cuando se han asomado a la cultura». «Se ha arrinconado la explicitación del Dios que vive en Jesucristo»: este es el balance  negativo desde el que podemos acercarnos al evangelio de hoy. Si los domingos pasados  hemos ido hablando de figuras de la resurrección, hoy el evangelio nos pone delante al que  es el centro absoluto de esa resurrección: a ese Resucitado, manifestado a los testigos de  ese hecho y que, enseguida, va a ser confesado como «Señor», llevando a plenitud «la  cosa que empezó en Galilea».

En los tres ciclos del año litúrgico, el cuarto domingo de pascua es el del buen Pastor o,  como traduce la Nueva Biblia española, el «modelo de pastor». Detrás de esa alegoría del  buen Pastor hay como una síntesis del Dios, a quien nadie había visto jamás y al que Jesús  nos ha dado a conocer. Esta imagen de Jesús debió impactar mucho a las primeras  comunidades creyentes y, por ello, no es casualidad que las primeras muestras del arte  cristiano en las catacumbas lo hayan representado así.

La verdadera imagen del buen Pastor no está reflejada por las estampas acarameladas  del pasado pietismo y el oficio de pastor, en los tiempos bíblicos, no era un oficio que  desempeñaba el que no tenía capacidad para hacer otra cosa. Precisamente porque se  trataba de un trabajo que exigía cualidades de valentía, iniciativa, liderazgo..., en los  pueblos antiguos los reyes y los jefes eran calificados como «pastores».

También es importante subrayar que la alegoría del evangelio de Juan tiene como  trasfondo la durísima crítica del profeta Ezequiel contra los líderes de su pueblo: «¡Ay de los  pastores que se apacientan a sí mismos! No fortalecéis a las débiles ni curáis a las  enfermas ni vendáis a las heridas; no recogéis las descarriadas ni buscáis a las perdidas».  "Vosotros nada de eso", había dicho Jesús a propósito de los jefes de las naciones que  oprimen y esclavizan a los pueblos en relación con aquellos a quienes Jesús llama y le  siguen. 

FIESTA/JUDIA: Las palabras de Jesús en el evangelio de hoy fueron pronunciadas la  última vez que el maestro estuvo en el templo. Se trataba de la fiesta judía de la  Dedicación, Hanuka, que conmemoraba un acontecimiento, sucedido doscientos años  antes, cuando Judas Macabeo había purificado el templo que había sido profanado por los  helenistas idólatras. Puede decirse que el texto de hoy es un resumen de la alegoría del  buen Pastor, que Jesús había presentado unos versículos antes del mismo capítulo 10. En  cuatro brochazos se nos presenta a Jesús, la figura central de la resurrección:

1) «Mis ovejas obedecen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen». Jesús no es un  asalariado, al que los suyos le son indiferentes. Jesús llama a su seguimiento, pero no es  un seguimiento frío e impersonal; no se trata, de ninguna manera, de una relación como la  que puede existir en un ejército, basada en la autoridad y la disciplina. San Ignacio expresa  esta vivencia de fe en una de sus meditaciones más características de los Ejercicios:  «Quien quisiere venir conmigo ha de ser contento de comer como yo, y así de beber y  vestir..., asimismo ha de trabajar conmigo en el día y vigilar en la noche». Jesús ofrece su  amistad en la misión; entrar en la dialéctica de conocerle y ser conocido por él, porque "el  corazón de la amistad es crecer en el encuentro". (R. Ma Rilke).

2) «Yo les doy vida eterna y no se perderán jamás»: Jesús no es, de ninguna manera,  como aquellos pastores condenados por Ezequiel: «os coméis su enjundia, os vestís con su  lana, matáis las gordas». Jesús no fue nada de eso: él ha venido para darnos vida y vida en  abundancia.

«El pastor bueno se desprende de su vida por las ovejas»: es otro resumen de la vida de  aquel que fue «el hombre para los demás», que no vino a ser servido sino a servir... Jesús  da vida eterna o, como decía el texto del Apocalipsis, «será su pastor y les conducirá hacia  fuentes de aguas vivas»: Jesús promete la vida eterna que no se acaba, pero que se inicia  ya aquí abajo, que va creciendo en nosotros y nos da ilusión y sentido en nuestra  existencia, quizá lo que falta en una cultura que ha arrinconado a Dios.

3) «No se perderán jamás, nadie me las arrebatará de la mano»: aquí está resonando  todo lo que Jesús dice sobre las «ovejas que no son de este redil» y a las que también  llama y quiere conducir a las fuentes de aguas vivas. Jesús no crea un cenáculo intimista,  un gueto de creyentes, que viven ajenos a los problemas de los de afuera y no se hacen  presentes en la cultura ni se asoman a los ámbitos en los que se desarrolla la vida de los  hombres. ¿No resuena aquí lo que Juan Pablo II dijo, precisamente en la Universidad  Complutense: «Una fe que no se hace cultura es una fe no plenamente acogida, no  totalmente pensada, no fielmente vivida»? 

4) Y, finalmente, como punto culminante de la alegoría, Jesús afirma: «Yo y el Padre  somos uno», que ya se había anticipado cuando decía: «Mi Padre me conoce y yo conozco  al Padre». Jesús es la manifestación del Dios a quien nadie ha visto nunca; en Jesús se  nos manifiesta la bondad de un Dios, que es también el modelo de pastor y del que, por  eso, no hay otra palabra que mejor balbucee su misterio que la palabra «amor». ·Rosales-LUIS afirmaba: «Creo en Jesucristo. El Dios en que creo no es un Dios  necesario, ni un Dios creador, sino que me atrae más el Dios que se hizo hombre para  compartir con nosotros muerte y vida, nuestras tristezas y nuestras miserias».

Se pueden dar muchas razones de ese arrinconamiento de Dios en nuestra cultura.  Quizá nos ha sucedido también lo que le aconteció a Pablo en el Areópago ateniense,  cuando quiso predicar el Dios desconocido, el Dios de los filósofos. Años después, tras  aquel fracaso, dirá que no quiere predicar otra cosa sino a Jesucristo y a este crucificado,  que es la misma imagen del buen Pastor que nos trasmite Juan.

¿No nos ha acontecido a nosotros lo mismo, embarcados en discusiones y debates sobre  el Dios necesario y el Dios creador, y un tanto olvidados de la experiencia de fe de ese Dios  que vive manifestado y explicitado en Jesús? 

El artículo al que me he referido acaba con una cita de Bertolt ·Brecht-B: «Alguien  preguntó al señor Kreuner si Dios existe. Y él respondió: "Yo te aconsejo que pienses si tu  comportamiento cambiaría según la respuesta que diésemos a esta cuestión. Si no  cambiase, podemos prescindir de la pregunta. Pero si cambiase, entonces yo puedo por lo  menos ayudarte diciendo que tú mismo te has respondido: tú necesitas un Dios"». Sin duda es preocupante el arrinconamiento de Dios en nuestra cultura, pero no lo es  menos su arrinconamiento en la vida. No es sólo en la cultura, es en la vida, donde  debemos decir que no se nos nota mucho que somos seguidores de aquel buen Pastor, en  el que vive y se nos ha explicitado el misterio de Dios. Ahí también, en la vida y no sólo en  la cultura, tenemos que cambiar. 

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madris 1994.Pág. 157 ss.

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