COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA

1 Jn 3, 1-2

 

1.BAUTIZADO/HIJO-DE-D:

Los bautizados somos llamados "hijos de Dios"; pero esto no es un título sin contenido real alguno. Es un hecho por parte de Dios, que nos da la nueva vida; es un deber para nosotros, que nos obliga a vivir de otra manera. Nacidos de Dios (Jn 1, 12s.; 3, 5) por obra del Espíritu (Jn 3, 6), somos extraños en este mundo.

El mundo del que habla Juan son los hombres que se oponen a Dios con su incredulidad, con su ateísmo práctico (2, 15-17). El que no ama a Dios y le reconoce como tal no puede amar y reconocer a los hijos de Dios. Y a la inversa.

CR/DIGNIDAD: Pero no se ha manifestado lo que somos. La realidad de los hijos de Dios es una realidad escondida ante nuestros ojos y no sólo ante los ojos del mundo; pues no tenemos aún plena conciencia de lo que somos y las dificultades de la vida presente encubren la grandeza y la dignidad insospechada de los hijos de Dios. Algún día se verá, lo veremos con claridad. Entonces aparecerá lo que ya ahora se está gestando en nosotros no sin dolor.

CON-D/CON-H: El pleno conocimiento de Dios coincidirá con el pleno conocimiento de los hijos de Dios. Cuando llegue ese día, el día en que veamos a Dios cara a cara, sabremos lo que somos y seremos semejantes a Dios, nuestro Padre. Dios nos alzará a la altura de sus ojos para que nos veamos y reconozcamos en ellos. Y se manifestará que Dios es amor y que los que aman han nacido de Dios.

EUCARISTÍA 1988/21


2. CR/HIJO-DE-D:

Un tema relativamente nuevo en la carta de Juan, aunque apuntado previamente: la filiación divina del cristiano.

Aparece sin preparación previa, como una especie de exabrupto, pero con fuerza, como muestra el subrayado "¡lo somos!" El texto vuelve a insistir en la línea siguiente sobre la realidad de la filiación.

Es el primer mensaje de estas líneas: no tomarse a la ligera la afirmación de nuestra condición de hijos. A fuerza de repetirla puede sonar a sabido o dejar de hacer la impresión debida.

ADOPCION/FILIACION: Particularmente cuando se le añade el "adoptivos" sin entender esa palabra en el fuerte sentido que tenía en el tiempo del Nuevo Testamento. Pero Juan ni siquiera usa el término; afirma y recalca el que somos hijos de Dios. Hijos en el Hijo, pero hijos verdaderos. Participamos de la forma de ser del Hijo en cuanto ello nos es posible. Es lo primero.

Lo segundo: aún no se vive plenamente esa condición. Aunque realmente somos hijos ya ahora, todavía no se goza en totalidad, como muestra abundantemente la vida individual y colectiva. Aquí Juan se acerca a la concepción paulina de tensión entre el "ya" y el "todavía no".

Un último rasgo típicamente joanneo: la íntima conexión entre "ser", "conocer" y "ver". Estos dos últimos verbos no son conceptuales o sensitivos, sino tiende al mismo "ser". En Dios y en lo de Dios no cabe tanta distinción cuando se llega al fondo. No podemos disociar o dividir a nuestro modo ordinario.

La esperanza de este texto, fundada en nuestra realidad presente, es innegable.

DABAR 1985/25


3. JUSTICIA/CR

De forma contemplativa, Juan sigue con el mismo tema de nuestra unión con Dios, considerándolo bajo una nueva perspectiva: el de nuestra filiación divina (2, 29-4, 6, segunda sección de la carta). En esta parte repite mucho los términos: hijos, nacer de Dios....

Por inclusión literaria, la sección 2, 29-3, 10 forman una unidad. El que practica la justicia ha nacido o es hijo de Dios; el que comete el pecado es hijo del diablo. Este es el criterio por el que conocemos nuestra unión con el Señor (nacer de ..., ser hijos de Dios). El fundamento último de esta exigencia moral es que debemos imitar a Jesús que es justo (2, 29; 3, 7). Nuestra práctica moral dimana y es testimonio de nuestra unión con Dios.

-Practicar la justicia implica una recta relación del hombre con Dios y con su prójimo; significa amar al hermano (3,10; cfr. Mt.37-40; Rom 13, 8), no ser injusto con los demás. Y éste es el que ha nacido de Dios. El pecado implica una ruptura en estas justas relaciones interhumanas (vs. 5-8). El pecador no sólo obra moralmente, sino que comete una rebeldía: se opone, es hostil al reino de Dios.

-En 3, 1 el autor expresa con admiración nuestra realidad presente: somos hijos de Dios, término muy gastado por el uso y, a la vez, tan mal comprendido. Según Juan, esta filiación es un don gratuito. Sólo a los que reciben la Luz, el Logos les hace capaces de ser hijos de Dios (Jn 1, 12). "Todo el que niega al Hijo se queda también sin el Padre; quien reconoce al Hijo tiene también al Padre" (I Jn 2, 22). Nuestra actitud hacia el Hijo (uios) hace posible el que nos llamemos y seamos hijos de Dios (tekna).

La filiación divina es nuestra verdadera naturaleza; por eso el mundo, que practica la injusticia, ni la detecta ni la ve. El mundo, que es la fuerza del maligno en oposición y lucha contra el amor (cfr. 2, 15ss), no reconoció a Jesús (Jn. 15, 17-16, 4). No nos extrañemos si tampoco nos comprende a nosotros.

-Hijos de Dios lo somos ya y lo seremos también en el tiempo final. La diferencia sólo radicará en el grado de manifestación.

Ahora vivimos en la esperanza de lo que no vemos; la etapa final será mucho más fascinante que la actual. Le cederá el paso a la visión (Jn. 17, 24). Esta visión no es una contemplación intelectual y especulativa de la esencia divina, como decía la escolástica bajo el influjo de la filosofía griega. Esta expresión proviene del campo cultural del Antiguo Testamento:

Para ver a Dios en las grandes solemnidades del templo se requería la pureza cultual (Salm. 17, 15; 24, 3-6). Ver a Dios es vivir en comunión con el Padre y el Hijo. Veremos a Cristo en la gloria de su filiación (Jn. 1, 14; 17, 5.24) y participaremos de la misma poniéndose en claro nuestra realidad de hijos de Dios.

Vivir en paz con todos (practicar la justicia) es condición indispensable para ver a Dios (Hb. 12, 14; Mt 5, 8). Así nos vamos transformando en su imagen con resplandor creciente. (II Cor. 3, 18; Rom 8, 29; Col 3, 4).

DABAR 1976/30


4. CR/HIJO-DE-DIOS:

Estos versículos inauguran la segunda parte de la carta de Juan. Si hasta ahora ha hablado sobre todo de comunión y de conocimiento de Dios, Juan vuelve ahora al mismo tema, pero desde otro punto de vista: el de filiación.

* * *

a) Juan ha hablado en el versículo anterior (1 Jn 2,29) de nuestra procreación, imagen expresiva del don que Dios nos hace de su vida, particularmente frecuente en la pluma de Juan (1 Jn 3, 9; 4, 7; 5, 1, 4, 18). Ya en el Evangelio había subrayado Juan la necesidad de ese nuevo nacimiento en el bautismo (Jn 3, 3-8).

Engendrados de ese modo, los cristianos pueden ser llamados con todo derecho hijos de Dios (v. 1). Pero esa expresión se presta a equívocos, puesto que muchas religiones contemporáneas reivindicaban ya ese título para sus miembros: los judíos le utilizaban (Dt 14, 1) y las religiones mistéricas lo conferían solemnemente a sus iniciados. Pero se trataba sólo de metáforas.

Por eso Juan insiste mucho sobre el hecho de que el cristiano, debido a que participa realmente de la vida divina, es realmente hijo de Dios: "Y nosotros lo somos" (v. 1). Cierto que la realidad de nuestra filiación divina es indudable, pero está todavía en devenir. Por eso el mundo no puede ver que los cristianos son hijos de Dios. ¿Y cómo podría verlo ese mundo que se niega a reconocer a Dios? (v. 1 b).

b) Realidad en devenir, la filiación divina del cristiano es por tanto una realidad escatológica (v. 2). Desconocida del mundo, está expuesta a veces al peligro de pasar desapercibida para el mismo cristiano, tan banal y difícil es frecuentemente su vida. Que el cristiano sepa que su filiación no está aún claramente manifestada: tendrá su pleno efecto en el mundo futuro y sólo en ese momento realizará, por gracia, la vieja ambición anterior de ser semejante a Dios (Gén 5, 5). Pero mientras que las religiones y las técnicas humanas de divinización pretenden conferir al hombre una igualdad con Dios mediante procedimientos orgullosos, Juan enseña a sus corresponsales que el camino que conduce a la divinización pasa por la purificación (v. 3), porque solo los corazones puros verán a Dios (Mt 5, 8; Heb 12, 14).

c) Esta idea de purificación previa a la visión de Dios y, por tanto, a todo cumplimiento de nuestra filiación tiene probablemente un origen ritual. El sumo sacerdote judío procedía a numerosas abluciones y purificaciones antes de penetrar en el Santo de los santos para "ver la faz del Señor" (Sal 10/11, 7; 16/17, 15; 41/42, 1-5). Pero el Sumo Sacerdote de la nueva alianza ha penetrado de una vez para siempre en el Santo de los santos, purificado por su propia sangre (Heb 9, 11-14; 10, 11-18) y purificando a todos los que están unidos a El. La pureza no se adquiere ya por medio de abluciones o de inmolaciones, sino por dependencia filial de Cristo a la voluntad de amor de su Padre manifestada en el sacrificio. Podremos aspirar, por tanto, a la purificación que nos habilita a ver a Dios en la medida en que compartamos con Cristo un sacerdocio hecho de amor y de obediencia filial.

* * *

La Eucaristía opera en nosotros esa purificación que nos hace dignos de ser hijos de Dios por cuanto propone a nuestra asamblea el recuerdo del Hijo que vive su filiación en la muerte y en el rechazo del pecado.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA I
MAROVA MADRID 1969.Pág. 276


5.

La expresión "nacidos de Dios" puede tal vez decirnos más acerca de nuestra relación con Dios que el concepto de "hijos de Dios", un concepto que está ya un poco gastado. Mi nacimiento humano ha sido un principio, el principio de una aventura... ¡de algo completamente nuevo! ¿Y mi nacimiento divino? "Mirad qué amor nos ha tenido al Padre, para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!. El mundo no nos conoce porque no le conoció a él".

Pocos conceptos cristianos han quedado tan gastado como éste por el lenguaje piadoso. Por eso es necesario que tratemos de poner de nuevo al descubierto las dimensiones reales de este concepto.

"Haber nacido de Dios" y ser "hijo de Dios" según el evangelio de Juan, no es algo que el hombre posea ya como criatura de Dios, sino que es un don absolutamente gratuito, un don que no se puede esperar ni cabe imaginar por parte del hombre. Tal vez lo que aquí se quiere decir con la expresión "hijo de Dios" no aparece expresado con tanta claridad en ningún otro lugar como lo está en el prólogo del evangelio de Juan: "A todos los que lo recibieron... les da poder de llegar a ser hijos de Dios" (/Jn/01/12).

Para llegar a ser "hijos de Dios" es necesario un poder que ningún hombre tiene por sí mismo. Sólo puede tenerlo el Hijo unigénito que está en el seno del Padre.

Nosotros sólo podemos ser "hijos de Dios", sólo podemos "haber nacido de Dios", en cuanto participamos de la filiación del Hijo único.

Pero el evangelista no orienta nuestra mirada solamente a lo que somos por gracia, sino que principalmente la dirige hacia el que nos da esta gracia, este regalo, y hacia su amor: "mirad qué amor nos ha tenido el Padre...". El autor quiere llevarnos al reconocimiento de ese enorme amor de Dios que nos sostiene y transforma y este descubrimiento sólo puede desembocar en gratitud.

"El mundo no nos conoce porque no lo conoció a él".

Quien acepta agradecido el hecho de que por el amor, incomprensiblemente grande del Padre, ha llegado a ser "hijo de Dios", ha de aceptar también con decisión la extrañeza que el "mundo" adopte frente a él.

No es posible, al mismo tiempo, aceptar el amor gratuito del Padre y el "amor al mundo" (2,15). El "mundo" no nos conoce, no nos puede acoger como si le perteneciéramos a él, como tampoco conoció a Jesús y por tanto lo aborreció. (cap. 15 y 16 evang. Jn: oposición entre mundo y los discípulos de Jesús).

"Queridos ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifiesta, seremos semejantes a él, porque la veremos tal cual es".

La grandeza de lo que se nos ha concedido gratuitamente -poder ser hijos de Dios- no la alcanzaríamos si el horizonte no se ampliara inmensamente.

El "haber nacido de Dios" y el "ser hijos de Dios" son cosas que tienen unas consecuencias que ahora no podemos verlas.

Esto significa que tenemos a la puerta una transformación que ahora no podemos imaginar.

Aún no participamos de la gloria de Cristo, aún no podemos ver a Dios, "aún no se ha manifestado lo que seremos".

Esta frase de S. Juan hay que retenerla durante toda la vida. Si esta frase no preside todos nuestros pensamientos y palabras sobre la filiación divina, entonces queda ésta desfigurada hasta tal punto, que se hace increíble. No podemos comprendernos a nosotros mismos como cristianos, si no sabemos y no estamos empapados de que lo mejor no ha llegado todavía, que nuestra existencia cristiana actual está abierta para un cumplimiento, frente al cual, lo que ya poseemos, puede parecer pequeñísimo.

Hay un prejuicio bastante extendido y que daña profundamente a la esperanza cristiana y es la opinión de que el cielo, el descanso en la gloria, es cosa aburrida en comparación del apasionado compromiso que puede hacer tan preciosa esta vida actual. S. Juan, nos dice que lo futuro habrá de ser algo que por su maravillosa fascinación ha de dejar en mantillas toda la vida embelesadora y palpitante que hay en la creación. Y lo expone así sencillamente con esta palabra: "lo veremos tal cual es", porque la riqueza y la hermosura de Dios no se agotará nunca, y "ser semejantes a él" será siempre algo incesantemente nuevo.

/1Co/02/09: "lo que ni el ojo vio, ni oído oyó, ni el hombre puede pensar, es lo que Dios ha preparado para los que le aman".

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