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H O M I L Í A S 

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DOMINGO IV DE PASCUA - CICLO A

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La narración sitúa en primer lugar EL ANUNCIO DE LA BUENA NUEVA: Dios ha resucitado a Jesús y le ha constituido Señor y Mesías, es decir, Guía, Pastor, Libertador, Piedra fundamental. La iniciativa, por tanto, no es nuestra. Nadie es cristiano por nacimiento, o porque le salga de dentro, o porque toque serlo (por el país, la familia o lo que sea). Lo primero es siempre una Palabra que se proclama, el anuncio de una realidad. La iniciativa es de Dios y el creer es siempre una gracia, un don, sobre el que nadie puede atribuirse ningún derecho. Y la consecuencia muy importante de todo ello es que siempre nuestra fe debe basarse sobre este anuncio de la Buena Nueva: cuanto más lejos esté nuestra fe de la Palabra de Dios, más lejos estará también de ser un camino de vida. Porque será más nuestro que de Dios.

En segundo lugar, es necesario que esta Buena Nueva nos «traspase el corazón». Y que así cause nuestra RESPUESTA. No una respuesta superficial, rutinaria, sino real, honda. Que -como quienes escuchaban a Pedro- el Evangelio nos traspase el corazón hasta hacernos preguntar incondicionalmente «¿qué tenemos que hacer?». Esta respuesta abierta a lo que sea, es la CONVERSIÓN.

El ardoroso pensamiento de Pascal: «la gota de sangre» derramada por el individuo Blas Pascal, encuentra aquí una base inconmovible. Pablo se había repetido ya muchas veces, en su intimidad, ese mismo pensamiento antes de decírselo a los Gálatas: «Me amó y se entregó por mí». Por mí, por este hombre que soy yo, con mi apellido y mi historia, con mis miedos y mis alegrías, con esta voz mía que él distingue entre todas.

Una conversión que no es de una vez para siempre, sino continua, progresiva. Porque significa seguir cada vez mejor el camino que nos señala JC.

Este sí del que se abre a la Buena Nueva y quiere apuntarse al camino de JC, se expresa desde el día de Pentecostés a través de UN SIGNO: EL BAUTISMO. Pedro dice: «convertíos y bautizaos EN NOMBRE DE JC, para que SE OS PERDONEN los pecados, y recibiréis el ESPÍRITU SANTO». Difícilmente podríamos hallar mejor síntesis de lo que expresa el bautismo: 1) bautizarse en nombre de JC, es decir, sumergirse (bautismo significa sumergirse) en aquello que es para nosotros JC: abrirse a su anuncio de vida y comprometerse a seguirlo: 2) para el perdón de los pecados, o sea, para ser liberados de la esclavitud del pecado, dispuestos a luchar como JC contra todo mal; 3) para recibir el Espíritu Santo, es decir, para injertarse en la corriente de vida, en la fuente de vida, que es el Espíritu de Dios, el Espíritu de Jesús. Esto es lo que significa nuestro Bautismo. No fue un acto rutinario que debe cumplirse cuando nace un niño. Fue el inicio de un camino, y el camino continúa si nosotros queremos continuar siguiendo a JC. Lo que hoy deberíamos preguntarnos es SI VIVIMOS COMO BAUTIZADOS. Lo que quiere decir: como hombres que han escuchado la alegre Buena Nueva, la han acogido, se han sumergido en ella luchando contra todo mal, siguiendo gracias a la fuerza del Espíritu de Dios el camino de JC que lleva hacia la vida. 

-Este es el itinerario del cristiano, desde el día de Pentecostés hasta nosotros. JC, nuestro Pastor, nos llama a seguirlo. A cada uno nos llama por nuestro nombre. Es una gracia y por eso juntos ahora damos gracias al Padre. Es un compromiso y por eso pedimos que nos continúe comunicando su Espíritu para avanzar por este camino de vida.

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Afirma que nos conoce a cada uno por el nombre, que tiene de nosotros un conocimiento amoroso, ya que tal es el sentido bíblico de la palabra «conocer». Un conocimiento superior, incluso, al que tiene uno de sí mismo. Un conocimiento amoroso que implica un profundo respeto hacia todos y cada uno de los hombres. Jesús nunca impuso su voluntad a los discípulos o a sus seguidores: hablaba e invitaba, pero exigía siempre una respuesta personal y libre; sugería sin jamás obligar. Conocer por el nombre significa invitarnos a cada uno a desarrollar las propias capacidades y a ponerlas libremente al servicio de los demás. Para él no existe la masa, cada ser humano tiene un rostro propio y un nombre.

La sociedad tiende a convertirse y a convertirnos en una masa cada vez más anónima, dejándonos profundamente insatisfechos: no somos amados por nosotros mismos; somos una simple cifra en clase, en el trabajo, en la seguridad social...

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«Y las saca fuera». Jesús quiere que salgamos de nuestra inmadurez y de todo lo que nos impide ser nosotros mismos. Por ello, su misión de pastor enviado por Dios consistirá en sacar de la institución judía a los que respondan a su llamada, para crear con ellos su nueva comunidad. Su misión es incompatible con la institución judía. Una vez fuera, «camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz». El verdadero pastor camina delante, abriendo horizontes a los suyos, dando ejemplo. Es el primero en enfrentarse con el peligro, el primero en dar la vida cuando se trata del bien de los demás. Jesús nos marca el camino; él mismo es el camino (Jn 14,6) que debemos recorrer. Su voz anima al seguimiento porque comunica vida verdadera. ¿Cómo no seguir al que vamos experimentando como plenitud de todo lo humano?

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Hoy se nos presenta como la Puerta. Puerta significa entrada, acceso, mediación: «El que entra por mí se salvará». Cristo se nos revela como el enviado de Dios Padre, el verdadero maestro, la puerta abierta que invita a entrar en el Reino, la puerta abierta que es como una bienvenida a la casa del Padre. En un mundo que se plantea interrogantes urgentes, nosotros estamos convencidos de que Jesús es la respuesta y el camino, la clave que da sentido a nuestra existencia, el maestro que nos enseña la auténtica verdad, la única puerta de acceso a la felicidad y a la vida También nos lo ha presentado así san Pedro, en su discurso de Pentecostés: Cristo es el único Salvador, en quien tenemos la seguridad del perdón de los pecados, porque ha entregado su vida por nosotros. Salvarse va a consistir en creer en él, convertirse a él, bautizarse en su nombre y agregarse a su comunidad. «Entrar por la puerta que es Cristo» no supone sólo la pacifica posesión de un certificado de bautismo, que es el sacramento de entrada en la Iglesia, sino oír su voz, seguirle, formar activamente parte de su comunidad: «Andabais descarriados como ovejas, pero habéis vuelto al Pastor y guardián de vuestras vidas», como nos ha dicho san Pedro. No hay otro pastor ni otra puerta legítima: sólo Cristo, el Señor. Y, a la vez, no hay otro «camino». Camino es continuidad. Los que entramos y salimos a través de esa Puerta que es Cristo, nos esforzamos por seguirle fielmente a él, que es también el Camino, sin desviarnos de su estilo de vida: «Sus ovejas le siguen, porque conocen su voz y él las va llamando por su nombre». 

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Cuando Jesús dice que nos conoce por el nombre quiere decir que tiene un conocimiento de la naturaleza y del ser de cada uno: de lo que Dios quiso que fuéramos, de lo que somos y de lo que podemos llegar a ser. Dios no crea a los hombres en serie, sino uno a uno; cada uno es irrepetible. No hay dos iguales, ni en lo físico, ni en lo moral, ni en las circunstancias de la vida, ni en la vocación.

Con ese amor nos ha amado el Padre, hasta llegar a elegirnos para ser hijos de Dios, y llamarnos por nuestro nombre, que lleva tatuado en su mano:. «Conozco mis ovejas y mis ovejas me conocen, como yo conozco al Padre»(Jn 10,14). Conoce a todas y a cada una, en sentido bíblico, es conocimiento amoroso. «Con amor eterno te amé» (Jr 31,3). Para Dios no somos un número, somos un nombre y apellidos, un hijo.

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