37 HOMILÍAS PARA EL III DOMINGO DE PASCUA
22-31

 

22.

Frase evangélica: «Les abrió el entendimiento»

Tema de predicación: LA EUCARISTÍA PASCUAL

1. Lucas muestra en su último capítulo (el 24) el tránsito de la no-fe a la fe: las mujeres están «despavoridas»; los de Emaús, «ciegos»; los discípulos, «incrédulos»...; pero todos tienen deseos de encontrar, tocar y ver el cuerpo de Jesús, al que creen simplemente muerto. El paso de la increencia a la fe se efectúa a través de dos mediaciones: la memoria de los sucesos y la apertura de la Escritura con una catequesis adecuada.

2. En el relato de los discípulos de Emaús, Jesús no es visible, pero sí está vivo; es el ausente que se hace presente en sus signos: lectura de la palabra, cena fraternal, fracción del pan. Dicho de otro modo, cada vez que la comunidad cristiana anuncia la muerte y resurrección de Jesús «según las Escrituras», se convierte en signo sacramental de Cristo y mediación del tránsito de la no-fe a la fe, es decir, del desconocimiento al reconocimiento, de los ojos cerrados a una visión de fe, del desconcierto a la misión, del grupo de amigos a la comunidad de hermanos creyentes. El momento de la cena está en relación con el episodio de los panes.

3. Podemos contemplar tres escenas: a) En la primera, los discípulos salen de Jerusalén «cariacontecidos»: no conocen bien a Jesús y se han equivocado al confiar en él. b) La segunda escena empieza cuando los discípulos «se detienen». Comienza entonces un diálogo con el caminante, que es Jesús. La palabra de Dios ilumina los acontecimientos de la historia, especialmente los relacionados con la vida y la muerte. El mensaje central es éste: Jesucristo «está vivo». c) En la tercera escena, el caminante se revela como Jesús. De nuevo se repite la presencia de un personaje divino que, sin ser reconocido al comienzo, desaparece en cuanto se manifiesta su identidad. Los discípulos son creyentes que deben vivir las exigencias de la fe. Han compartido el pan; deberán ser testigos y misioneros. El pan es el signo de una entrega -de Cristo y de sus discípulos- que se hará sacramento en la eucaristía.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Nos dejamos reiniciar a la vida cristiana?

¿Ayudamos a otros en la iniciación a la vida cristiana?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 120 s.


23.

1. Necios y torpes 
Se reconoce claramente que el relato de Emaús es algo más que la noticia de una aparición de Cristo resucitado. Es también una bellísima catequesis pascual. Ni siquiera importan los rasgos personales de los dos discípulos, como sucedía en el caso de Pedro o de Tomás. Estos discípulos de Emaús tienen la fuerza de un prototipo. He aquí algunas de sus características:

- Desilusión y desesperanza. 
Están muy marcados por el fracaso de la cruz. Nunca habían podido imaginar una tragedia semejante. Ellos habían creído sinceramente en Cristo, habían confiado en él. Se habían creado un mundo de ilusiones y esperanzas. Si Cristo era el Mesías, todo tenía que cambiar. «Nosotros esperábamos que fuera el futuro liberador de Israel.» Esta frase es muy significativa. Apunta claramente hacia dónde se dirigían sus esperanzas. Seguían anclados en los moldes mesiánicos triunfalistas y nacionalistas. Hablan en pasado. Quiere decir que ya han dejado de esperar. Esa es su gran herida. Son los hombres del desencanto, de las añoranzas y los recuerdos, con la mirada fija en el pasado. ¿No conocemos personas así? Pues probablemente el desencanto es una de las características más notables de nuestra generación. Abundan los caminantes de Emaús. Pero con una diferencia, mientras Cleofás y su compañero miraban heridos y nostálgicos el pasado, la gente de hoy, también sin esperanzas, miran el presente. Ellos, entristecidos, éstos divertidos. La nostalgia de ellos, amarga, la de éstos, dulce. Ellos desganados, éstos consumistas. Ellos profundos, éstos superficiales. Ellos necesitados de salvación, éstos autosuficientes. Ellos abiertos al peregrino, éstos narcisistas, encerrados en sí mismos.

- Huida. 
«Dos discípulos de Jesús iban andando.» Son caminantes, una condición muy humana. Pero fácilmente se comprende que su camino no es superador o enriquecedor. No van a descubrir nada ni a conquistar nada. Van sencillamente a olvidar y descansar. Caminan más bien por caminar. Van «de camino». Saben cuál es el destino, pero ahora importa menos. Ahora lo que importa es alejarse de la gran ciudad, la que mata a los profetas. Ahora lo que necesitan es escapar de Jerusalén. Su camino es una huida. No hace falta recordar que en este sentido Cleofás y su amigo tienen muchísimos imitadores. Se puede preguntar a nuestras carreteras sobre el sentido de tantos viajes en las vacaciones, en los puentes y en los fines de semana.

No negamos la necesidad del retiro y del descanso. El problema está en la huida, en el vacío, en la pasividad. Una vacación, por mucha vacación que sea, no puede reducirse al dolce far niente. ¿No puede haber en días vacacionales experiencias enriquecedoras como la que tuvieron los de Emaús?

Necios y torpes 
Así les calificó el acompañante, que se metió en su conversación. Y no le faltaba razón. Estos hombres conocían perfectamente las Escrituras, pero no profundizaban en ellas. El caminante tendrá que explicárselas. Estos hombres habían convivido con Jesús largo tiempo, pero no se habían enterado de nada, ni sobre el mesianismo ni sobre el Reino de Dios, ni sobre la necesidad de padecer ni sobre los anuncios de resurrección. Tanto es así que cuando ahora Cristo se les acerca, ni siquiera lo reconocen. No se enteran de nada. Estaban tan marcados por los sucesos del viernes, que las noticias esperanzadoras que habían escuchado a las mujeres en la mañana del domingo les resbalaba. En vez de correr hacia la tumba vacía, como Pedro y Juan, se marchaban cansinos hacia cualquier sitio. O sea, que no les ardía el alma, sino que se les apagaba.

Estos discípulos representan a todos los que no saben interpretar los signos de los tiempos. Están fijados en sus ideas o prejuicios o costumbres. No se abren a la posibilidad del cambio, de la sorpresa, de lo nuevo. Demasiado conservadores. No aceptan que Dios puede hablar de otra manera y se puede presentar en otros ambientes y puede tener otros gustos, preferencias y exigencias. Si Dios se hace presente de manera distinta a como ellos piensan, no lo reconocerán.

CARITAS 1996-1.Pág. 226 ss.


24.

¡Quédate con nosotros! Los discípulos de Emaús tienen también otros aspectos muy positivos, aspectos que proporcionaron el encuentro y el reconocimiento del Señor.

Acogida 
Aceptan gustosos al caminante desconocido. No sólo aceptan, sino que comparten con él, lo meten en su conversación. No tardarán en encariñarse con aquel compañero, hasta hacérseles insoportable su marcha. Por eso el «quédate con nosotros». Se abren las puertas de su casa, como antes le abrieron las puertas de su mente y de su corazón. No sabían quién era, pero le aceptan. No sabían quién era, pero le aman. Es la hospitalidad. El otro no es «hostis, sed hospes». El otro ha de ser el compañero que comparte y enriquece, el amigo que intima y cala dentro, el anuncio de otras presencias, sacramento de Dios.

Escucha 
Primero hablaron y le contaron. «¿Qué conversación es ésa que traéis mientras vais de camino?» Y ellos venga a decir sus recuerdos y experiencias. Jesús, muy socráticamente, les tiraba de la lengua. Pero cuando el otro empezó a hablar, ellos ya callaron y no perdían palabra. Cesan las voces y se escucha la palabra. Y como María, las iban guardando en el corazón. Lo que escuchaban era una catequesis sobre el misterio de la cruz. ¡Qué pena que no se nos haya transmitido con más fidelidad! Explicó el Señor todo lo que Moisés y los profetas hablaron acerca del Mesías, pero del Mesías según el modelo del Siervo de Yahveh. Ellos escuchaban. Y aquellas palabras les calaban, les animaban, les enardecían. Eran palabras dirigidas al corazón. No sabían cómo, pero se sentían distintos. Nacía en ellos el deseo y la ilusión. Sus corazones empezaban a arder. ¿Cómo no recordar aquel dicho de Jesús: «He venido a traer fuego a la tierra y ¡cómo desearía que estuviera ya ardiendo!»? (Lc 12. 49).

Amor 
Los discípulos habían perdido la ilusión y la esperanza, pero no habían perdido la amistad y el amor a su Maestro. Cuando hablaban de El, se notaba la admiración y el cariño. Dan de él una definición magnífica: «Jesús Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras.» La condena a muerte fue un abuso de los sacerdotes y los jefes. Se capta el amor en cada una de sus expresiones. Pero después de escuchar las palabras del compañero, el amor crece hasta llamear. Ahora se dan cuenta que lo de Jesús va en serio. Su recuerdo ya no es triste. Ahora son capaces de creer incluso en la resurrección. Adoran a Jesús. Y a este buen amigo también lo quieren cantidad. ¡Cuánto bien les está haciendo! ¡No te vayas, por favor! Te necesitamos. Te queremos. Quédate con nosotros. Le han metido en su corazón. Es un buen ejemplo para todos. Ojalá sepamos acoger al otro, al que viene a nuestro encuentro, mientras vamos de camino. Y sepamos escucharlo y meterlo en el corazón. A lo mejor es también Cristo. Siempre es Cristo.

CARITAS 1996-1.Pág. 228 s.


25.

«Lo habían reconocido al partir el pan» El momento culminante del encuentro es cuando el peregrino acepta la invitación -invitación que él mismo ha provocado-, se sienta a la mesa con ellos y parte el pan. «Tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio.» Aquí ya el Señor se lo puso demasiado fácil. Con las palabras escuchadas, estaban a tope. Pero ahora, con el pan en sus manos, bendiciendo, partiendo, entregándolo, ya «se les abrieron los ojos». ¿Qué más signos podían pedir? Ahora fue la Pascua para ellos. No sólo porque reconocieron a Jesús resucitado, sino porque ellos mismos empiezan a resucitar. Ya se dan cuenta de todo, empiezan a encontrar el sentido de todo. Ya entienden las Escrituras, entienden al Mesías, entienden su Pasión, entienden y aceptan su resurrección. Ya se les ha iluminado el alma y se les ha encendido el corazón. Y ahora, cinco breves consideraciones:

- No son los discípulos los que encuentran a Cristo, es Cristo el que se deja encontrar. Ellos no buscaban a Jesús, es Jesús el que sale a su encuentro. Es el pastor el que busca a las ovejas perdidas. Es el compañero de camino, el Enmanuel.

- Jesús se deja invitar. Dios quiere hacerse huésped nuestro, como lo fue de Abraham, o en casa de Marta y María. Dios se sienta a la mesa con nosotros. Es el maestro que enseña y el amigo que comparte.

- Se le reconoce en la fracción del pan. Es el signo de partir, de compartir y de partirse. Cristo mismo quiso significarse en un pan que se rompe y se entrega en comida. Es la eucaristía. El encuentro de Cristo con los discípulos de Emaús es una celebración eucarística, con palabra y sacramento. A todo cristiano se le tendrá que reconocer porque sabe compartir y vivir la eucaristía.

- Jesús aparece en forma de caminante. Jesús se encarna en el otro que me acompaña, que camina conmigo, que sale a mi encuentro en el camino.

- Cleofás y su compañero -¿qué dirían, qué harían en el instante que reconocieron al Señor?- «se levantaron al momento» y se volvieron gozosos a Jerusalén para dar noticia de lo sucedido. Claro. No pueden callar. Les está quemando el alma. Tienen que hablar. Se convierten en testigos de la resurrección. ¡Ojalá que nos pase lo mismo a nosotros después de cada encuentro con el Señor en la eucaristía! Nuestra misión ahora es ésa: desandar el camino de Emaús, gritar la verdad de Cristo, decir a todos los que buscan que El se deja encontrar, decir a todos los que se sienten solos que El se deja invitar, decir a todos los que dudan que a Cristo se le reconoce en la palabra y en el partir el pan.

CARITAS 1996-1.Pág. 229 s.


26.

La carta de Pedro pone en evidencia las dificultades que le dieron origen. Va contraponiendo situaciones precedentes, presentes y futuras. Con esto busca establecer un paradigma a partir de la experiencia. Los acontecimientos de la historia, las realizaciones actuales y las esperanzas y sueños futuros proporcionan el material para articular la enseñanza cristiana. No son un conjunto de principios abstractos. Leídos en el contexto de la carta dan un método de reflexión para aprender a discernir a nivel individual y comunitario diversas situaciones históricas.

El autor muestra cómo la vida de los cristianos enfrenta dificultades que antes no se tenían. La impronta que Jesús establece en la experiencia del cristiano ilumina la vida individual bajo nueva una luz. Lo que antes se tenía como práctica normal y establecida, se convierte a la luz de Cristo en un hecho contradictorio. Por esto, la carta nos expone cómo la experiencia de Dios se convierte en fuente de transformación: "si llaman Padre a Dios, juez imparcial, deben mostrarle coherencia durante todo el tiempo de su existencia".

A continuación muestra el valor de la muerte de Jesús. No fue un mero accidente de la historia ni un capricho del destino. Por esto, la sangre de Jesús adquiere todo su valor como una entrega generosa que transforma la existencia de quienes le manifiestan su fe. De este modo, los creyentes en Jesús que no provienen del judaísmo llegan a comprender a Dios únicamente por medio de Jesús. La vida, muerte y resurrección, la existencia histórica de Jesucristo, "su sangre", son insustituibles para la fe.

El Evangelio nos presenta el proceso de fe de la comunidad. Un permanente ir y venir por los caminos de la historia, a veces sin descubrir la evidente presencia del Señor.

Los discípulos caminan hacia una población cercana alejándose de Jerusalén. Discurren sobre la ignominiosa muerte de Jesús. Ponen sobre la palestra todas las expectativas que tenían sobre "ese hombre". Es muy curioso el hecho de alejarse de Jerusalén. Tal vez huyen de la dura experiencia, de la situación complicada que se desató, o simplemente muestran su desacuerdo con la comunidad que se mantiene atada al antiguo bastión de la fe israelita. Al rehacer el camino de Jesús convergen en la experiencia que les han comunicado las mujeres.

En el camino, Jesús se les acerca y participa de la conversación. El tema: la desilusión que sobrevino a la comunidad al deshacerse las expectativas mesiánicas. Ellos querían un Mesías político, un líder nacional. No acertaron a descubrir un valor universal en la acción de Jesús, al inscribirlo únicamente dentro del anuncio de los profetas de Israel. Para estos discípulos, el significado de Jesús sólo se restringía al esquema de sus doctrinas. Por fortuna, la fuerza del resucitado vence las ataduras de unas expectativas nacionalistas y de una intelección muy reducida, y abre el entendimiento a las nuevas interpretaciones. Así, se confirma el testimonio de las mujeres. Testimonio nacido de una memoria siempre viva y un amor sin límites.

El camino continúa y Jesús comienza a redireccionar la interpretación nacionalista que los discípulos dan a su propia tradición. La mentalidad triunfalista había inhabilitado la capacidad para entender las nuevas realidades. Para comprender que de un fracaso de la historia Dios nos da una lección permanente. De este modo, la suerte del crucificado se convierte en la clave hermenéutica para abrir la inteligencia de los grupos afincados en ideologías nacionalistas y legalismos dogmáticos. La gloria de Dios no es ajena a la historia. Es precisamente el testimonio de los seres humanos que dan su vida por la justicia y por construir la paz en un mundo erigido sobre la violencia.

Por esto, el resucitado se convierte en un contradictor de la historia triunfalista y en la reivindicación de la esperanza de los seres humanos justos. El resucitado nos recuerda: ¿No tenía que padecer eso para entrar en su gloria? En la palabra "eso" va todo el contenido de una historia vista únicamente con los ojos del inmediatismo y no de un futuro abierto a Dios.

"Y comenzando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que en toda la Escritura se refería a él". Una interpretación abierta de la Biblia es necesaria para comprender las nuevas realidades de la historia. La Palabra de Dios siempre es interpelación, cuestionamiento, exhortación en una expresión: Palabra viva. Por esto, el resucitado les exigió una nueva mentalidad y una nueva hermenéutica para comprenderlo a él.

Al final, viene la celebración festiva. Se reúnen en torno a la mesa y dan gracias a Dios por el camino avanzado. El Pan y la Palabra se hacen uno en el resucitado, y su presencia se evidencia en la comunidad. Sin un pan compartid, la Palabra no es entendida. Sin la Palabra acogida en comunidad, el pan es simple ritualismo. Así, se conjugan Pan y Palabra para hacer efectiva la presencia de Jesús en la comunidad. Ahora es posible la vuelta a Jerusalén, para salir definitivamente de la antigua ciudad de la fe.

Para la revisión de vida

El relato de los discípulos de Emaús nos enseña que, para encontrarnos con Cristo resucitado, el camino es la Escritura y la Eucaristía. ¿Procuro conocer cada día más y mejor la Palabra de Dios? ¿Vivo la Eucaristía como un momento privilegiado de encuentro con Cristo resucitado o como una obligación que cumplir?

Para la reunión de grupo

- Dios está comprometido en dejar claro que la muerte no tiene la última palabra, que El es un Dios de vida y de vivos, y por eso resucitó a Jesús. ¿Estoy comprometido con la vida o con la comodidad, con el dejar pasar, con la mentira, con mis intereses personales, con...?

- Cristo ha dado su vida por nosotros, para que nosotros resucitemos con él. ¿Nos parece ésta la postura de un Dios lejano o cercano? ¿Siento a Dios próximo a mi o distante? ¿Cuántas veces acusamos a Dios de que no nos escucha, de que no nos hace caso? ¿Podemos seguir manteniendo esta postura, después de ver lo que Jesús ha hecho por nosotros?

- Un mismo hecho, el encuentro con Jesús resucitado, y dos caminos diferentes de acceso a ese encuentro: los apóstoles por las apariciones, los que hemos venido después por la Palabra y la Eucaristía. ¿Arde también nuestro corazón al escuchar las Escrituras? ¿Descubrimos en ellas la Palabra de Vida, de Dios? ¿Vivimos la Eucaristía como el encuentro en igualdad, de los hermanos con el Padre?

Para la oración de los fieles

- Para que la Iglesia entera dé testimonio de su fe y su esperanza, anunciando de palabra y obra al Dios de vivos que ha resucitado a Jesús. Oremos...

- Para que toda la humanidad avance en el camino de la paz, la justicia y el respeto a los derechos humanos. Oremos...

- Para que las desigualdades y las injusticias sociales nos hagan ver la necesidad de transformar nuestra sociedad, haciéndola conforme al Reino de Dios. Oremos...

- Para que cesen el hambre, la pobreza, la discriminación, la explotación, la guerra, la violencia. Oremos...

- Para nos esforcemos en tener un conocimiento cada día más profundo de las Escrituras que nos lleve a sentir más cercano a Dios y a ser más solidarios con los hermanos. Oremos...

- Para que nuestra comunidad viva la Eucaristía de manera que nos lleve a mayores exigencias y compromisos. Oremos...

Oración comunitaria

Mira, Padre, con bondad, a tus hijos, siempre ansiosos y necesitados de vida; y, aunque muchas veces la buscamos donde no podemos encontrar sino vacío y muerte, abre nuestro corazón y nuestros ojos para que, como los discípulos de Emaús, te sepamos reconocer en la Escritura y en la fracción del pan. Por Jesucristo.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


27.

LOS DOS DE EMAÚS CON LA MORAL POR LOS SUELOS HASTA QUE JESÚS LES EXPLICO LAS ESCRITURAS Y LES PARTIO EL PAN.

1. Es la tarde del domingo de Pascua. Cristo ya ha resucitado. Ahora va buscando a dos ovejas que sufren la desilusión y el desengaño: <¡Nosotros esperábamos que El fuera el futuro liberador de Israel!> Era la común tentación mesiánica. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis el pueblo de Israel, que lee la Biblia, espera al Mesías. Unos con tinte espiritual, como iniciador de una era de paz, justicia e igualdad, que supera la estructura de pecado; otros, con matices materiales, derivados de una interpretación literal de los profetas, casi siempre poetas, e hiperbólicos por imaginación oriental y porque se dirigen a un pueblo primitivo e infantil. Los montes que destilan mosto, los vergeles verdes y perfumados, el clima afortunado, la longevidad de las gentes, la superación de enfermedades y deficiencias y hasta el nacionalismo estrecho y fánatico, habían sido interpretados a la letra, por el primitivismo de la cultura que no conocía los géneros literarios. Así había escrito Miqueas 4,13: "Levántate y trilla, hija de Sión. Yo haré tu cuerno de hierro y de bronce tus pezuñas, y triturarás a numerosos pueblos, y consagrarás su botín al Señor de toda la tierra". Entendido literalmente este texto, da pie al más cruel nacionalismo, idolatría del siglo XX. Habían mitificado al Mesías. Y los discípulos de Jesús no se libraban de esa mentalidad. Estaba en el ambiente. Respiraban el mismo clima. Habían puesto una esperanza falsa en Jesús. Sólo aspiraban a éxitos y ventajas terrenales. Por eso, cuando ha llegado la realidad, han puesto de manifiesto su falta de horizonte trascendente, de fe. No habían comprendido a Jesús.

2. Les puede ocurrir igual a los cristianos. Se puede mirar a Jesús con miras terrenas: en busca de éxito, como motivo de encumbramiento, o de adquirir prestigio social, o modo de conseguir consuelos y regalos espirituales: "Muchos siguen a Jesús hasta partir el pan, pero no hasta beber el cáliz" (Kempis) . Y cuando llega la cruz, como los de Emaús, se sienten defraudados. Y entonces, como ellos, se cede a la tentación de volver al mundo viejo y a las viejas costumbres. De aquí deducimos lo importante que es tener ideas claras y cómo las catequesis y las homilías deben ser bien preparadas para que las personas reciban una formación sólida, sin buscar satisfacer curiosidades innecesarias.

3. Jesús les sale al encuentro. Y, después de interesarse por su preocupación "¿de qué habláis?; ¿por qué estáis tristes?", les hace entender que "eran torpes para entender lo que habían escrito Moisés, los Profetas y los Salmos". "¡Qué necios sois y torpes para creer lo que anunciaron los Profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su gloria?" Lucas 24,13.

4. Otro sentido le podemos encontrar al "nosotros esperábamos"... apropiado a nuestra propia peripecia vital. Cita Nouwen a un capellán francés que, después de quince años de oir confesiones, había aprendido dos cosas: "Que la gente nunca está contenta y que nunca maduramos". ¡Cuántos planes frustrados, ilusiones desvanecidas, fracasos y contradicciones, frustraciones y desengaños!...Es la hora de decírselo al Señor. ¡Ojalá aprendamos a orar de esta manera, ahora que ya sabemos dónde podemos encontrar a Jesús, que es en todas partes! A él le gusta que le expongamos nuestras inquietudes e insatisfacciones problemas, penas, y decepciones. Los recovecos de nuestro corazón, las dificultades de nuestro temperamento, las pulsiones de nuestros instintos. Eso nos alivia, y él nos entiende mejor que nadie: ¡Es hombre y nos ha hecho El! Y nos quiere. A una muchacha que rehuía confesarse con San Juan de la Cruz porque era santo, y le creía exigente, le dijo el Santo: "No soy santo, pero los santos son los más comprensivos de los confesores". Cuando tal vez no encontramos a nadie que nos quiera comprender, o aunque quiera, no pueda, nos va a resultar una medicina saludabilísima, ir a él y abrirle el corazón. Tiene paciencia para escucharnos. Y le gusta escucharnos. Que le hablemos, e incluso que le gritemos: "Descargad en él todo vuestro agobio, que él se interesa por vosotros" (1 Pe 5,7).

5. Jesús les explica las Escrituras, les expone los acontecimientos de la historia de la salvación. Quiere purificar en sus mentes el concepto mesiánico errado; la concepción judaica de un Mesías trinfador políticamente y nacionalmente. Había que recordarles la profecía de Isaías sobre el Siervo Doliente, que tan mal habían comprendido. No pocas veces oímos decir que si predicamos a los fieles con un poco de calado bíblico, no nos entienden. No nos entenderán nunca, si no comenzamos alguna vez. Siendo yo muy joven, prdicaba una misión popular en dos parroquias a la vez. El párroco que me oía siempre, me comentó: "Cuesta seguirte, pero después te sientes alimentado". Creo que hay que hacer un esfuerzo por elevar la cultura religiosa y humana de las gentes, "las buenas gentes" "Bona gent", como las llamaba San Vicente Ferrer, en cuya vísperas escribo. La verdad es que para hacer asequible el evangelio, hay que estudiar y prepararse y ésta creo yo que es la razón de que se salga del paso del modo más fácil, pero más ineficaz y estéril y hasta insustancial, soso y anodino, y causa de náusea de la predicación. Jesús proyecta luz sobre el sentido genuino de la Escritura, y "el corazón de los discípulos ardía". Ahora mismo Jesús nos está explicando las Escrituras y a través de ellas, como a los de Emaús, nos ilumina el designio de Dios sobre el hombre y sobre la historia, el camino de la justicia, de la verdad, de la fraternidad; y se nos presenta él mismo Resucitado, como clave y Señor de la historia.

6. En la Escritura encontramos la llave de la esperanza, de nuestra búsqueda de Dios, de la verdad y del sentido de la vida. La Palabra de Dios nos enseña el camino para huir del desencanto, de la depresión y desánimo, de la desesperación y del miedo. Nos hace comprender que la predicación de Cristo Resucitado es el sello de Dios sobre la historia de la salvación del mundo. Un regalo que debe ser explicado, ampliado, y aplicado a la vida de los hombres de hoy, nuestros hermanos y contemporáneos.

7. Lo mismo que Jesús ha hecho con los de Emaús, explicarles las Escrituras, lo ha hecho Pedro con los judíos el mismo día de Pentecostés y con el mismo argumento. Al oirles hablar, rezar, cantar a gritos, entusiasmados y excitados por la acción del Espíritu Santo, los judíos estaban asombrados y algunos se burlaban y les acusaban de que estaban borrachos. Y Pedro salió en su defensa, y tras insinuar que se estaba cumpliendo lo profetizado por Joel, testifica que Jesús ha resucitado y ha sido exaltado por Dios, y éste será el argumento central de la predicación apostólica: "Dios ha enviado a su Hijo Unigénito al mundo para que quien crea en él no muera y se salve por él" (Jn 3,16). El resultado del discurso de Pedro, es el mismo que el de Jesús a los de Emaús: "Oyéndole, se sintieron compungidos de corazón" (He 2,37).

8. Y sigue hoy San Pedro en su primera carta repitiendo que "Dios resucitó de entre los muertos a Jesús y le dio gloria, y en él tenemos nuestra fe y nuestra esperanza". Y nos recuerda que esa esperanza de resucitar con él la debemos a Cristo que nos ha rescatado de la esclavitud con su sangre preciosa, la sangre de su cuerpo inmaculado, sangre del Hijo de Dios (San Ambrosio). Y nos advierte que "Dios Padre es justo y juzgará a cada uno según sus obras. Por eso hemos de tomar en serio nuestra conducta en esta vida".

9. Como Jesús, todo hombre tiene que padecer, trabajar, ser incomprendido, perseguido, unos más, otros menos, sufrir la enfermedad, experimentar que va llegando la decadencia, y la muerte. Y esto cuesta asimilarlo. Cuesta entender la vida cristiana, que es la reproducción de la vida de Cristo. No es fácil aceptar el misterio de la Pascua. La reparación del pecado. Así lo habían dicho Moisés y los profetas. Es necesario aceptar el sufrimiento como éxodo, camino de la pascua de Resurrección.

10. "Hizo ademán de seguir". Se encuentran a gusto con él y le ruegan que se quede. Oran. Primero escucharon, después oraron. Cristo aceptó el hospedaje. No quería otra cosa

11. "Recostado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo ofreció. Se les abrieron los ojos y lo reconocieron". Este fue el proceso de su recuperación: Se dejaron buscar y encontrar por Jesús. En todas las apariciones del Señor resucitado, es él el que busca, de él viene la iniciativa, porque es el que más ama. Ellos le escucharon y le hospedaron en su casa. Leerle es buscarle. "Pero tú no me buscarías, si no me hubieras encontrado" (Pascal). Cuando leemos y oramos la Palabra, le escuchamos. Comieron el pan de la eucaristía. Y reconocieron que, mientras caminaban con él, les ardía el corazón.

12. Nosotros ahora, reunidos por él para escuchar la explicación de la Palabra, vamos a partir el pan y a comerlo y a recibir la iluminación y la fuerza. Igual que los abatidos discípulos de Emaús. Y nos enseña que nuestro sitio está en la Comunidad. Aquellos, en medio de la noche volvieron a los hermanos. Habían descubierto que donde están los hermanos está Jesús. El se fue para que ellos lo busquen en la comunidad. Donde están los hermanos, está Jesús. Unos a otros se comunican las propias experiencias, sobre todo la aparición a Pedro, que aparece en el texto en lugar destacado, como garante de la fe de la comunidad, que todos y cada uno han de construir"Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón".

13 Como ellos se reintegraron a la Comunidad de la que habían desertado, "heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño" (Mt 26, 31; Zac 13, 11), y testificaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan, nosotros, unidos a la comunidad orante, hacemos presente la palabra y permitimos que su acción y la del sacramento nos llenen de coraje para anunciar que Cristo ha resucitado, y que no hemos sido creados para morir, sino para vivir e inyectar la vida de Cristo resucitado en el mundo: "No me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción; por eso se me alegra el corazón, se gozan mis entrañas, y mi carne descansa serena" Salmo 15.

14. Así lo dice Juan Pablo II en su reciente Encíclica "Dies Domini": En la Misa dominical es donde los cristianos reviven de manera particularmente intensa la experiencia que tuvieron los Apóstoles cuando el Resucitado se les apareció estando reunidos. En aquel pequeño núcleo de discípulos, primicia de la Iglesia, estaba presente en cierto modo el pueblo de Dios de todos los tiempos. La íntima relación entre la manifestación del Resucitado y la Eucaristía es sugerida por Lucas en la narración sobre los discípulos de Emaús, a los que acompañó Cristo mismo, guiándolos hacia la comprensión de la Palabra y sentándose a la mesa con ellos, que lo reconocieron cuando tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. Los gestos de Jesús en este relato son los mismos que él hizo en la última Cena, con una clara alusión a la "fracción del pan", como se llamaba a la Eucaristía en la primera generación cristiana".

J. MARTI BALLESTER


28.

EN LA EUCARISTÍA, EL RESUCITADO NOS ENTREGA SU VIDA

La liturgia del tercer domingo de Pascua concentra la atención de los cristianos en la narración del encuentro de tres peregrinos, camino de Emaús: dos discípulos de Jesús, que se muestran dubitativos y perplejos ante las noticias de la Resurrección del Señor, y el propio Maestro que les da una soberana lección, en forma catequética, sobre cómo deben leer la Escritura y sentirle a Él presente en la fracción del pan.

Aunque comentemos todas las lecturas, nos detendremos más en la tercera.

1ª Lectura (Hch 2,14.22-33) : La fuerza de kerygma

"Os hablo de Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros... por medio de los milagros, signos y prodigios... Os lo entregaron... y lo matasteis... Pero Dios lo resucitó... No era posible que la muerte lo retuviera bajo su dominio..."

1.1. La primera lectura de este Domingo (Hechos 2,14.22-33) se toma del discurso de Pedro el día de Pentecostés y es el prototipo del primer anuncio (kerygma) que los apóstoles proclamaban ante los judíos, y ante todos los hombres. Consistía en proponer con valentía al mundo la muerte en la cruz y la Resurrección de Jesús de Nazaret como el acontecimiento más importante de la historia de la salvación.

1.2. Cuando en los cristianos primitivos se habla de la fuerza de la palabra de Dios, esa fuerza no consistía en otra cosa que en la fuerza que tenía la misma muerte y resurrección de Jesús. Es una fuerza que cambia los corazones y, si cambia los corazones, cambia también la historia; porque en la muerte de Jesús, en la cruz concretamente, la muerte ignominiosa de esclavos y revolucionarios, se revela todo el amor de Dios por nosotros; y en la Resurrección se revela el poder de Dios sobre la muerte de Jesús y sobre la de todos los hombres.

2ª Lectura (1Pe 1,17-21): Nuestra esperanza está en Dios

"... Tomad en serio vuestro proceder en esta vida. Ya sabéis cómo os rescataron...: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de Cristo..."

2.1. Este texto, de la carta Iª de Pedro (1,17-21) insiste poderosamente en el kerygma del misterio de la Pascua, de la muerte y la Resurrección de Jesús.

2.2. Afirma en forma tajante que no es el oro y el poder lo que cambiará la historia, aunque muchos hombres consideren que eso es lo que moviliza este mundo.

El oro, el poder, las armas, traen la tragedia a nuestros pueblos: la guerra, los nacionalismos ...

En el misterio de la Pascua, que es el misterio del «sin poder», se abre el camino de la verdadera esperanza y de la vida que permanece para siempre.

3ª Evangelio (Lc 24,13-35): ¡ Cuánto ardía nuestro corazón...!

"Dos discípulos de Jesús iban andando... a una aldea llamada Emaús... Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. ¡Quédate con nosotros porque atardece...! Sentado a la mesa con ellos tomó el pan... A ellos se les abrieron los ojos..."

3.1. Esta escena del evangelio de Lucas (24,13-35) refiere una de las apariciones del Resucitado que más han calado en la catequesis de la comunidad cristiana. Es la descripción de una eucaristía en un proceso dinámico:

Primeramente los peregrinos de Emaús, desconcertados, van escuchando la interpretación de las Escrituras en lo referente al Mesías. Es una catequesis de preparación para lo que viene a continuación. Luego el peregrino es invitado a seguir con ellos; ya no pueden vivir sin él, sin su palabra de consuelo y de vida.

En la casa, que es símbolo de una comunidad eucarística, él, el que aparecía como un hombre de paso, viene a constituirse en el anfitrión de aquella celebración.

Al actuar de ese modo, aquellos peregrinos «reconocen» al Señor. ¿Cómo? Lo reconocen en un gesto como el que pudo hacer en la noche de la última cena. Podemos entender que ahora Jesús también parte el pan y lo reparte y beben de la copa.

Así se cumple el sentido de las palabras de Jesús (según la tradición de Lucas y Pablo, que es la conocida como tradición de Antioquía), cuando, después de haber tomado el pan y haberlo repartido entre los suyos, dice: "haced esto en memoria mía" (Lc 22,19c; 1Cor 11,24c).

3.2. La Eucaristía es memorial de lo que hizo Jesús aquella noche. Y lo que entonces hizo no se explica, desde luego, sin lo que le lleva a realizar aquel acto profético prefigurador de lo que estaba por llegar inmediatamente: entregar su vida, en el pan y en la copa que reparte entre los discípulos.

Pero entendamos que ese memorial no está limitado exclusivamente a ese momento puntual, sino que afecta a toda su existencia, que culminará en la cruz.

3.3. Es, pues, en la Eucaristía donde nos entrega el Señor la vida de la que goza ahora como resucitado. Lucas quiere enseñar a los miembros de su comunidad que, aunque ellos, como nosotros, no pudimos vivir con El, ni conocerle, en la Eucaristía es posible tener esta experiencia de vida.

En definitiva, en la Eucaristía hacemos un «memorial», con todo lo que esto significa, pero con el Resucitado, mas no como testigo pasivo, sino siendo El el Señor y anfitrión, porque es solamente con El con quien podemos abarcar la altura y la profundidad de algo que no es simplemente repetir, sino revivir.

3.4. La Eucaristía, como la Resurrección, es un misterio inefable de liberación, ya que los discípulos que estaban angustiados por lo que había pasado en Jerusalén, poco a poco (en la medida en que va haciéndose la Eucaristía como un proceso dinámico), se conmueven, porque la vida del Resucitado se apodera de sus corazones. Eso es lo que Lucas quiere enseñarnos, catequéticamente, al referirnos lo que acontece cuando el Señor resucitado parte el pan con su comunidad, con y en la Iglesia.

Miguel de Burgos, op
Convento de Santo Tomás
Sevilla


29. COMENTARIO 1

QUÉDATE CON NOSOTROS

El gozar de libertad nos hace descubrir nuestra dignidad, el considerarnos iguales nos permite sentirnos hermanos; la práctica del amor nos va acercando a la felicidad; la presencia de Jesús llena de sentido nuestras vidas. Pero a veces el miedo vence a la libertad, el orgullo a la igualdad y el egoísmo al amor. Y cualquiera de ellos –miedo, orgullo, egoísmo- nos impide reconocer a Jesús cuando está cerca. Pero Jesús se ha quedado con nosotros para, si nos dejamos, abrirnos los ojos al partir el pan.


TORPES Y LENTOS PARA CREER

Tuvieron a Jesús consigo durante tres años, más o menos; lo vieron realizar todo tipo de señales; se pusieron de su parte en todos los conflictos que lo enfrentaron a los poderosos de su tiempo; pudieron apreciar la inmensidad de su amor en su entrega a la cruz. Pero cuando se trataba de romper con su vieja mentalidad... -sobre todo cuando tenían que tragarse su orgullo de pueblo-, entonces no había manera: ellos eran los mejores (su pueblo había sido elegido nada más y nada me­nos que por Dios), y sus ideas no se las quitaba nadie de la cabeza: siempre había sido así; así pensaron nuestros padres y nuestros abuelos...

Y lo peor de todo es que, pensando así, no les había ido demasiado bien: la historia del pueblo de Israel, si excluimos los reinados de David y Salomón, en los que alcanza un cierto esplendor, es la historia de las distintas invasiones que sufre aquel pequeño pueblo. Pero el orgullo les podía, y por eso no podían aceptar que el enviado de Dios hubiera sido vencido por los jefes religiosos y entregado en manos de los invasores paganos para que fuera ejecutado. ¡Si precisamente él era el que tenía que ponerse a la cabeza de su pueblo y expulsar a los invasores! ¡ Si precisamente él era el que tenía que someter a juicio a los corruptos jefes religiosos del pueblo!


COSAS DE MUJERES

«Aquel mismo día, dos de ellos iban camino de una aldea llamada Emaús, y conversaban de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos, pero algo en sus ojos les impedía reconocerlo»,

Cierto que aquel Jesús se había mostrado como «un pro­feta poderoso en obras y palabras ante Dios y ante todo el pue­blo», pero eso no era bastante para ellos. Ellos habían puesto en él su esperanza de pueblo oprimido por un invasor extran­jero; pero la muerte truncó la esperanza de que él fuera «el liberador de Israel» Es verdad que su muerte había sido la de un verdadero héroe, pero ¿ a quién iba a liberar ya el que debía estar pudriéndose en el sepulcro? Sí, es cierto que algunas mu­jeres del grupo les habían dado un susto diciéndoles que ha­bían visto unos ángeles que les dijeron que Jesús estaba vivo, pero... ¡eran cosas de mujeres, que tienen la imaginación demasiado calenturienta!

Por eso, aunque Jesús estaba caminando y conversando con ellos, «estaban cegados y no podían reconocerlo».


AL PARTIR EL PAN

Fue necesario que Jesús les volviera a explicar de nuevo que el modo de obrar de Dios no tiene por qué coincidir con el modo de actuar de los hombres, que no es Dios el que se debe acomodar a nuestro modo de ver las cosas, sino que so­mos nosotros los que debemos adoptar el punto de vista de Dios; fue necesario que les volviera a mostrar la fuerza libe­radora del amor, la capacidad liberadora de una entrega que él volvió a repetir para ellos «al partir el pan». Entonces lo reconocieron porque, al partir el pan (así se llamaba a la cele­bración de la eucaristía en los primeros siglos del cristianis­mo), ellos se identificaban totalmente con él, hasta el punto de estar ahora dispuestos a correr su misma suerte. Habían des­cubierto la fuerza del amor, que garantiza que dar la propia vida no supone perderla, sino comunicarla; entonces consi­guieron comprender la calidad del que era no sólo el liberador de Israel, sino el liberador de todo hombre y de todos los pue­blos que quisieran acogerse a su liberación; y al compartir su pan se dejaron llenar por la fuerza de su vida, de su amor y de su entrega, y se identificaron con él tomando la decisión de seguirlo hasta donde hiciera falta, hasta la muerte si era ne­cesario.

Fue entonces cuando «se les abrieron los ojos y lo recono­cieron»; y a partir de entonces se dedicaron a dar testimonio de la resurrección de Jesús y de cómo ellos lo habían recono­cido: «Ellos contaron lo que les había ocurrido en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan».

Hermosa historia, ¿verdad? Pues cada vez que nos reuni­mos a compartir la palabra y el pan, podemos conseguir que se realice de nuevo.


30. COMENTARIO 2

EL LARGO CAMINO DEL HOMBRE OBSTINADO EN TENER RAZÓN

El episodio de Emaús, propio de Lucas, describe el camino que tienen que hacer los discípulos para reconocer la presencia de Jesús en la historia. Lucas enfoca («Y mirad») la comunidad de discípulos («dos de ellos») en el momento en que, simbólica­mente, deciden, de mala gana, dejar la institución judía («que distaba dos leguas de Jerusalén») en dirección a una aldea, llama­da Emaús (24,13).

La conversación que sostienen entre ellos explicita, de palabra, el recorrido que hacen físicamente. Comen­tan los acontecimientos negativos que han dejado en ellos una profunda frustración (24,14). La ideología que comparten les impide reconocer a Jesús en el compañero de viaje (24,15-16). Reconocen que era un Profeta, pero siguen adictos a los dirigen­tes de Israel, a pesar de que éstos lo han traicionado y ejecutado («los sumos sacerdotes y nuestros jefes», 24,20), y proyectan sobre su persona rasgos nacionalistas («Jesús, el Nazareno», 24,19): «Cuando nosotros esperábamos que él fuese el liberador de Israel» (24,21a). Como quiera que sólo esperaban un triunfo terrenal, ni las repetidas predicciones de Jesús (9,22.44s; 18,32-34) ni los indicios de su resurrección (testimonio de las mujeres y de los representantes de la Escritura, 24,22; ni la confirmación del relato de las mujeres por parte de Pedro (24,24) no han avivado su esperanza: «Pero, además de todo eso, con hoy son ya tres días que ocurrió» (24,21b).


JESUS ABRE EL SENTIDO PROFUNDO DE LA ESCRITURA

Lucas concentra en esta escena y en la que seguirá, de la que ésta es un desdoblamiento, toda la artillería pesada con el fin de librar la batalla decisiva contra la mentalidad que continúa ama­rrando a tierra a sus comunidades y les impide reconocer a Jesús en el camino de la historia de los hombres. La resistencia provie­ne, como en el caso de los discípulos, de la mentalidad que los invade y de la falta de entrega personal, con la excusa de que no lo ven claro, de que la situación no hay quien la arregle, de que ya están de vuelta de todo.

En primer lugar Jesús les recuerda, de palabra, lo que ya les había dicho antes por partida triple (las predicciones sobre su muerte y resurrección), insistiendo en que todo eso ya estaba contenido en la Escritura: «¡Qué torpes sois y qué lentos para creer en todo lo que dijeron los Profetas! ¿No tenía el Mesías que padecer todo eso para entrar en su gloria?" Y, tomando pie de Moisés y de los Profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura» (24,25-27). La temática es la misma de la escena de la transfiguración y de la escena de las mujeres en el sepulcro. Aquí es Jesús en persona el que les imparte la lección. En el prólogo de Hch 1,3 dirá Lucas, de forma resumida, que la lección duró «cuarenta días». Su mentalidad nacionalista a ultranza y triunfalista les impide comprender el sentido de las Escrituras. Ni siquiera el fracaso del Mesías los ha hecho cambiar. Ahora, peor todavía, como están quemados y de vuelta, regresan al bastión inexpugnable que les queda, la «aldea de Emaús». El día ya declina, oscurece, cae la tiniebla: pero ellos siguen adelan­te, arrastrándose por la vida decepcionados y resignados.

La segunda lección que les impartirá Jesús será con hechos. Pero antes ha sido preciso que ellos diesen señales de vida: «Quédate con nosotros, que está atardeciendo y el día va ya de caída» (24,29). Han acogido al hombre, sin saber que era Jesús. Este ha hecho ademán de seguir adelante (24,28), para que fuesen ellos quienes tomasen la iniciativa de darle acogida. Tienen que hacerse «prójimos», acercándose a las necesidades humanas y compartiendo lo que tienen. «Y sucedió que, estando recostado con ellos a la mesa, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo ofreció» (24,30). Jesús les da la misma señal que les había dado en la escena del compartir los panes (9,16) y que los llevó a reconocerlo como Mesías (9,18-20). Se dan cuenta de que es él en la acción de compartir el pan (24,35) para que comiera de él todo Israel. Lo sienten viviente, como cuando «estaban en ascuas mientras les hablaba por el camino» (24,32).

Palabra y gesto: si queremos comprender el plan de Dios, debe­mos habituarnos también nosotros a compartir, como Jesús se entregó a sí mismo en un acto supremo de donación (22,19) y lo significó mediante la «partición del pan». Mientras vayamos en busca de una iglesia triunfante, bien considerada y aplaudida por los poderosos, mientras confiemos en los grandes medios de comunicación como formas de evangelización, por el estilo de los carismáticos evangelistas que dominan las televisiones americanas, remaremos contra corriente y no descubriremos nunca a Jesús en la pequeña, pobre e insignificante historia de los hombres y mujeres que nos rodean o que se nos acercan.


EL LARGO CAMINO DEL HOMBRE OBSTINADO EN TENER RAZON

El episodio de Emaús, propio de Lucas, describe el camino que tienen que hacer los discípulos para reconocer la presencia de Jesús en la historia. Lucas enfoca («Y mirad») la comunidad de discípulos («dos de ellos») en el momento en que, simbólica­mente, deciden, de mala gana, dejar la institución judía («que distaba dos leguas de Jerusalén») en dirección a una aldea, llama­da Emaús (24,13).

La conversación que sostienen entre ellos explicita, de palabra, el recorrido que hacen físicamente. Comen­tan los acontecimientos negativos que han dejado en ellos una profunda frustración (24,14). La ideología que comparten les impide reconocer a Jesús en el compañero de viaje (24,15-16). Reconocen que era un Profeta, pero siguen adictos a los dirigen­tes de Israel, a pesar de que éstos lo han traicionado y ejecutado («los sumos sacerdotes y nuestros jefes», 24,20), y proyectan sobre su persona rasgos nacionalistas («Jesús, el Nazareno», 24,19): «Cuando nosotros esperábamos que él fuese el liberador de Israel» (24,21a). Como quiera que sólo esperaban un triunfo terrenal, ni las repetidas predicciones de Jesús (9,22.44s; 18,32-34) ni los indicios de su resurrección (testimonio de las mujeres y de los representantes de la Escritura, 24,22; ni la confirmación del relato de las mujeres por parte de Pedro (24,24) no han avivado su esperanza: «Pero, además de todo eso, con hoy son ya tres días que ocurrió» (24,21b).


JESÚS ABRE EL SENTIDO PROFUNDO DE LA ESCRITURA

Lucas concentra en esta escena y en la que seguirá, de la que ésta es un desdoblamiento, toda la artillería pesada con el fin de librar la batalla decisiva contra la mentalidad que continúa ama­rrando a tierra a sus comunidades y les impide reconocer a Jesús en el camino de la historia de los hombres. La resistencia provie­ne, como en el caso de los discípulos, de la mentalidad que los invade y de la falta de entrega personal, con la excusa de que no lo ven claro, de que la situación no hay quien la arregle, de que ya están de vuelta de todo.

En primer lugar Jesús les recuerda, de palabra, lo que ya les había dicho antes por partida triple (las predicciones sobre su muerte y resurrección), insistiendo en que todo eso ya estaba contenido en la Escritura: «¡Qué torpes sois y qué lentos para creer en todo lo que dijeron los Profetas! ¿No tenía el Mesías que padecer todo eso para entrar en su gloria?" Y, tomando pie de Moisés y de los Profetas, les explicó lo que se refería a él en toda la Escritura» (24,25-27). La temática es la misma de la escena de la transfiguración y de la escena de las mujeres en el sepulcro. Aquí es Jesús en persona el que les imparte la lección. En el prólogo de Hch 1,3 dirá Lucas, de forma resumida, que la lección duró «cuarenta días». Su mentalidad nacionalista a ultranza y triunfalista les impide comprender el sentido de las Escrituras. Ni siquiera el fracaso del Mesías los ha hecho cambiar. Ahora, peor todavía, como están quemados y de vuelta, regresan al bastión inexpugnable que les queda, la «aldea de Emaús». El día ya declina, oscurece, cae la tiniebla: pero ellos siguen adelan­te, arrastrándose por la vida decepcionados y resignados.

La segunda lección que les impartirá Jesús será con hechos. Pero antes ha sido preciso que ellos diesen señales de vida: «Quédate con nosotros, que está atardeciendo y el día va ya de caída» (24,29). Han acogido al hombre, sin saber que era Jesús. Este ha hecho ademán de seguir adelante (24,28), para que fuesen ellos quienes tomasen la iniciativa de darle acogida. Tienen que hacerse «prójimos», acercándose a las necesidades humanas y compartiendo lo que tienen. «Y sucedió que, estando recostado con ellos a la mesa, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo ofreció» (24,30). Jesús les da la misma señal que les había dado en la escena del compartir los panes (9,16) y que los llevó a reconocerlo como Mesías (9,18-20). Se dan cuenta de que es él en la acción de compartir el pan (24,35) para que comiera de él todo Israel. Lo sienten viviente, como cuando «estaban en ascuas mientras les hablaba por el camino» (24,32).

Palabra y gesto: si queremos comprender el plan de Dios, debe­mos habituarnos también nosotros a compartir, como Jesús se entregó a sí mismo en un acto supremo de donación (22,19) y lo significó mediante la «partición del pan». Mientras vayamos en busca de una iglesia triunfante, bien considerada y aplaudida por los poderosos, mientras confiemos en los grandes medios de comunicación como formas de evangelización, por el estilo de los carismáticos evangelistas que dominan las televisiones americanas, remaremos contra corriente y no descubriremos nunca a Jesús en la pequeña, pobre e insignificante historia de los hombres y mujeres que nos rodean o que se nos acercan.


31. COMENTARIO 3

La carta de Pedro pone en evidencia las dificultades que le dieron origen. Va contraponiendo situaciones precedentes, presentes y futuras. Con esto busca establecer un paradigma a partir de la experiencia. Los acontecimientos de la historia, las realizaciones actuales y las esperanzas y sueños futuros proporcionan el material para articular la enseñanza cristiana. No son un conjunto de principios abstractos. Leídos en el contexto de la carta dan un método de reflexión para aprender a discernir a nivel individual y comunitario diversas situaciones históricas.

El autor muestra cómo la vida de los cristianos enfrenta dificultades que antes no se tenían. La impronta que Jesús establece en la experiencia del cristiano ilumina la vida individual bajo nueva una luz. Lo que antes se tenía como práctica normal y establecida, se convierte a la luz de Cristo en un hecho contradictorio. Por esto, la carta nos expone cómo la experiencia de Dios se convierte en fuente de transformación: “si llaman Padre a Dios, juez imparcial, deben mostrarle coherencia durante todo el tiempo de su existencia”.

A continuación muestra el valor de la muerte de Jesús. No fue un mero accidente de la historia ni un capricho del destino. Por esto, la sangre de Jesús adquiere todo su valor como una entrega generosa que transforma la existencia de quienes le manifiestan su fe. De este modo, los creyentes en Jesús que no provienen del judaísmo llegan a comprender a Dios únicamente por medio de Jesús. La vida, muerte y resurrección, la existencia histórica de Jesucristo, “su sangre”, son insustituibles para la fe.

El Evangelio nos presenta el proceso de fe de la comunidad. Un permanente ir y venir por los caminos de la historia, a veces sin descubrir la evidente presencia del Señor.

Los discípulos caminan hacia una población cercana alejándose de Jerusalén. Discurren sobre la ignominiosa muerte de Jesús. Ponen sobre la palestra todas las expectativas que tenían sobre “ese hombre”. Es muy curioso el hecho de alejarse de Jerusalén. Tal vez huyen de la dura experiencia, de la situación complicada que se desató, o simplemente muestran su desacuerdo con la comunidad que se mantiene atada al antiguo bastión de la fe israelita. Al rehacer el camino de Jesús convergen en la experiencia que les han comunicado las mujeres.

En el camino, Jesús se les acerca y participa de la conversación. El tema: la desilusión que sobrevino a la comunidad al deshacerse las expectativas mesiánicas. Ellos querían un Mesías político, un líder nacional. No acertaron a descubrir un valor universal en la acción de Jesús, al inscribirlo únicamente dentro del anuncio de los profetas de Israel. Para estos discípulos, el significado de Jesús sólo se restringía al esquema de sus doctrinas. Por fortuna, la fuerza del resucitado vence las ataduras de unas expectativas nacionalistas y de una intelección muy reducida, y abre el entendimiento a las nuevas interpretaciones. Así, se confirma el testimonio de las mujeres. Testimonio nacido de una memoria siempre viva y un amor sin límites.

El camino continúa y Jesús comienza a redireccionar la interpretación nacionalista que los discípulos dan a su propia tradición. La mentalidad triunfalista había inhabilitado la capacidad para entender las nuevas realidades. Para comprender que de un fracaso de la historia Dios nos da una lección permanente. De este modo, la suerte del crucificado se convierte en la clave hermenéutica para abrir la inteligencia de los grupos afincados en ideologías nacionalistas y legalismos dogmáticos. La gloria de Dios no es ajena a la historia. Es precisamente el testimonio de los seres humanos que dan su vida por la justicia y por construir la paz en un mundo erigido sobre la violencia.

Por esto, el resucitado se convierte en un contradictor de la historia triunfalista y en la reivindicación de la esperanza de los seres humanos justos. El resucitado nos recuerda: ¿No tenía que padecer eso para entrar en su gloria? En la palabra “eso” va todo el contenido de una historia vista únicamente con los ojos del inmediatismo y no de un futuro abierto a Dios.

“Y comenzando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que en toda la Escritura se refería a él”. Una interpretación abierta de la Biblia es necesaria para comprender las nuevas realidades de la historia. La Palabra de Dios siempre es interpelación, cuestionamiento, exhortación en una expresión: Palabra viva. Por esto, el resucitado les exigió una nueva mentalidad y una nueva hermenéutica para comprenderlo a él.

Al final, viene la celebración festiva. Se reúnen en torno a la mesa y dan gracias a Dios por el camino avanzado. El Pan y la Palabra se hacen uno en el resucitado, y su presencia se evidencia en la comunidad. Sin un pan compartid, la Palabra no es entendida. Sin la Palabra acogida en comunidad, el pan es simple ritualismo. Así, se conjugan Pan y Palabra para hacer efectiva la presencia de Jesús en la comunidad. Ahora es posible la vuelta a Jerusalén, para salir definitivamente de la antigua ciudad de la fe.

1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

2. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).