Hoy celebramos la Pascua, "la fiesta de las fiestas", porque es
el día de la resurrección del Señor. Por esto, hoy, cielos y tierra
cantan el aleluya, expresión de alegría que significa "alabad al
Señor", antiguo grito de alabanza litúrgica heredado del culto
israelítico.
Celebramos
hoy -después de escuchar esta pasada noche el anuncio pascual-
el hecho central de nuestra fe: que Cristo, tal como decimos en el
Símbolo de la fe, después de su crucifixión, muerte y
sepultura, "resucitó al tercer día".
-Pascua
es un acto de fe: Cristo es el Viviente
Con una
conciencia clara de que no podemos agotar el contenido
de esta fiesta de hoy, que continuamos -como en una sola y
única fiesta- durante toda la
cincuentena pascual, hasta Pentecostés, repasemos las tres
lecturas bíblicas de esta celebración.
Y,
en primer lugar, el evangelio, que nos invita a dejarnos penetrar
por la luz de la fe ante el hecho del sepulcro vacío de Jesús.
Este hecho desconcertó primeramente a las mujeres y a los mismos
Apóstoles, pero después entendieron su sentido: aceptaron un
hecho histórico y comprendieron su sentido de salvación a la luz
de las Escrituras. El cuerpo de Jesús, muerto en la cruz, ya no
estaba allí. Pero no porque hubiera sido robado, sino porque
HABÍA RESUCITADO. Aquel Cristo a quien habían seguido era el
VIVIENTE; en El triunfaba la vida; en El se anticipaba el
"Día del Señor", en el que los mejores israelitas
esperaban la resurrección de los muertos. Cristo era el vencedor
de la muerte: "Victor mortis".
Sí,
la Pascua nos pide sobre todo un gran ACTO DE FE. Creemos que
Cristo vive; creemos que es nuestro Redentor, el Redentor del
hombre y de todo hombre que no lo rechaza; creemos que en Cristo
tenemos la Vida verdadera...
-Pascua
es una transfiguración de nuestra vida
Cristo
resucitó por todos nosotros. El es la primicia y la plenitud de
una humanidad renovada. Su vida gloriosa es como un inagotable
tesoro, que todos estamos llamados a compartir desde ahora.
Mediante
el bautismo, su presencia se ha compenetrado con nuestro ser y nos
da ya ahora, germinalmente, la gracia de nuestra futura
resurrección. El pasaje de la Carta a los Colosenses que leemos
en la misa de hoy es una reminiscencia de una homilía bautismal y
nos sitúa muy bien en el sentido de esta fiesta para nosotros:
"Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de
allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de
Dios..."
En
Cristo todo adquiere un sentido nuevo. Por esto en la Pascua, como
nos recuerdan a menudo las homilías de aquellos grandes obispos
de los primeros siglos llamados "Padres de la Iglesia",
se alegran a la vez el cielo y la tierra; los ángeles, los
hombres y la creación entera: porque todo está llamado a ser
transfigurado, a ser liberado de la esclavitud del pecado y a
compartir la gloria del Señor Resucitado. Si nuestra fe es
sincera, nuestra alegría pascual tiene que ser profunda y
contagiosa. Pascua nos pide amar la vida más que a nadie.
-Pascua
es un compromiso de testimonio
Sin
la resurrección de Cristo no se habrían escrito los Evangelios
ni existiría la Iglesia. Los Apóstoles fueron, antes que nada,
testigos de la resurrección de Jesús, como vemos hoy escuchando
la predicación de Pedro, leída en la primera lectura de esta
misa del día de Pascua.
Aquel
mismo testimonio, que ha sido como un fuego que ha ido dando calor
a las almas de los creyentes hasta hoy, llega en este año de
gracia hasta nosotros. No nos reúne nada más. Seamos conscientes
de que no tenemos otro objetivo, en nuestra convocatoria de hoy y
de cada domingo -¡todo el año es como una celebración pascual!-
que acoger el don de Dios Padre en el Cristo Viviente y transmitir
este mensaje a las nuevas generaciones. Sean cuales sean las
dificultades, éste es nuestro deber más sagrado: transmitir la
BUENA NOTICIA DE QUE, EN CRISTO, LA VIDA HA VENCIDO A LA MUERTE,
como glosa poéticamente la secuencia de la misa. Digamos al mundo
hoy, día santo de Pascua, y todo el año que:
"lucharon
vida y muerte
en singular batalla
y, muerto el que es Vida,
triunfante se levanta".
(Secuencia
de Pascua)
NARCIS
JUBANY
MISA DOMINICAL 1987, nº 8
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