COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
Col 3. 1-4

 

1. RS/BAUTISMO  VCR/YA-AUN-NO

La resurrección no es sólo lo que sucedió una vez en Cristo, sino lo que ha de suceder en nosotros por Cristo y en Cristo. Más aún: en cierto sentido, es lo que ya ha sucedido por el bautismo. Ha sucedido radicalmente, en la raíz, pero ha de manifestarse aún en sus consecuencias, en los frutos.

Porque ya ha sucedido en nosotros, es posible la nueva vida; porque todavía no se ha manifestado, es necesario dar frutos de vida eterna. Nuestra vida se mueve entre el "ya" y el "todavía-no".

Hay, por lo tanto, un camino que recorrer y un deber que cumplir. Estamos en ello, en el paso o trance de la decisión. Hay que elegir, y nuestra elección no puede ser otra que "los bienes de arriba". Lo cual no significa que el cristiano se desentienda de los "bienes de la tierra", si ello implica desentenderse del amor al prójimo. Pues los "bienes de arriba", es decir, lo que esperamos, es también la transformación por el amor del mundo en que habitamos.

Lo que ha sucedido visiblemente, es decir, en la expresividad del símbolo bautismal, y en la interioridad del espíritu, no ha cambiado aparentemente la vida de los bautizados, pues la auténtica vida está escondida con Cristo en Dios. Cristo, ascendido al cielo, es "nuestra vida" (sólo participando de la manera de ser de Cristo resucitado, podemos vivir de verdad).

Cuando Cristo aparezca, se mostrará en él nuestra vida y entonces veremos lo que ahora somos ya radicalmente, misteriosamente.

Entonces aparecerá la gloria de los hijos de Dios y la nueva tierra. Mientras tanto, la creación entera está ya en dolores de parto esperando la manifestación de los hijos de Dios (/Rm/08/19-22). Buscar las cosas de arriba es también llevar a plenitud las cosas de abajo.

EUCARISTÍA 1982, nº 19


2.

La comunidad de Colosas, tras un momento inicial de desarrollo, está en crisis. La causa hay que buscarla en el fuerte influjo ambiental de la filosofía; 2,8. El autor presenta los elementos de este mundo como peligrosos poderes angélicos que quieren determinar el orden cósmico y el destino de cada uno de los hombres. Hacer caso de estos elementos es separarse de Cristo; 2,10. Las prácticas que se insinúan son caracterizadas como ejercicios ascéticos de procedencia judaica.

El texto de hoy abre la parte parenética de la carta y es como el fundamento de la ética o comportamiento cristiano. Contrapone las cosas de arriba a las de abajo. La diferencia sustancial entre el anuncio de la filosofía y el del evangelio radica en la relación histórica que determina el fundamento de la ética cristiana. A la concepción dualista del mundo no contrapone una metafísica cristiana sino una realidad histórica: Cristo crucificado, resucitado y glorificado. Hay una identidad total entre el Cristo glorificado y el Cristo crucificado.

Por tanto el paso de lo de "abajo" a lo de "arriba" no se realiza por prácticas ascéticas, gnosis o misterios, sino por la confesión de fe en Cristo Jesús.

La contraposición entre las cosas de arriba y las de abajo ha influido fuertemente en la teología y en la piedad cristiana, y ha dejado a un lado con frecuencia la realidad de la vida. Basta recordar algunos textos de oraciones, incluso litúrgicas. Buscar las cosas de arriba no significa despreciar los bienes de la tierra para poder amar los del cielo. La responsabilidad del progreso material no se puede separar de la moral cristiana. La piedad ha valorado excesivamente algunas prácticas destinadas a mortificar el cuerpo para liberar el alma.

P. FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985, 8


3. BAU/MUERTE/VN

Estos cuatro versículos de la carta a los de Colosas cabalgan entre la parte de la carta en polémica con las falsas doctrinas -de la que sería al final- y la exhortación a lo que debe ser realmente la vida cristiana.

Pablo nos define primeramente al cristiano como aquel que, al bajar a las aguas bautismales "murió", y salió de ellas "resucitado con Cristo" a una nueva vida. Si ésta es la realidad fundamental del creyente, todo su modo de pensar y de actuar debe acomodarse a ello: "buscad los bienes de allá arriba". El bautismo, la unión con Cristo resucitado, marca para el cristiano la orientación fundamental de su vida. Y se trata de una vida que camina hacia una plenitud y que está llamada a crecer continuamente.

JOSÉ ROCA
MISA DOMINICAL 1982, 8


4.

Este texto aparece en el contexto de la nueva vida en Cristo. Es insistir una vez más en la fuente de donde ella brota y en las consecuencias que tiene. Subraya la dimensión salvadora de la Resurrección, porque no otra cosa es la vida que Cristo resucitado nos da a quienes estamos unidos con él.

Por un lado, se hace la afirmación fuerte de lo ya sucedido a quien por la fe y el bautismo, la vida en la iglesia, ha establecido relación íntima y total con Cristo. Unión que es también, y sobre todo, por el amor a El y a los hombres. El autor de Colosenses llega a afirmar una resurrección del cambio que produce en la vida esta unión con el resucitado. De ahí surge la motivación de cualquier conducta del cristiano.

La unión con Cristo lleva necesariamente consigo una forma de vivir acorde con eso que se es. Por otro lado, también hay un recuerdo del "todavía no". La vida poseída está escondida. Aún no se vive en todas sus consecuencias de gozo, seguridad, imposibilidad de perderla. También por ello cabe la esperanza. Pero en algo que ya se tiene, no en algo sólo futuro.

F. PASTOR
DABAR 1988, 23


5. BAU/VIDA-NUEVA:

Por su bautismo, los cristianos penetran en el campo abierto de una nueva vida. Lo que ha sucedido en ellos socialmente y en la interioridad de su espíritu ha de acreditarse ahora manifestándose en una vida orientada hacia Dios. Primero es siempre el indicativo evangélico: "Habéis resucitado con Cristo", y sobre este hecho se funda después el imperativo de la Nueva Ley: "Buscad las cosas de arriba".

Sin embargo, aparentemente, nada ha cambiado para los cristianos que han sido bautizados: Cristo, "nuestra vida" (porque sólo participando de la manera de ser de Cristo resucitado podemos vivir), ha sido elevado al cielo y sentado a la diestra del Padre y, así, está ahora oculto a nuestros ojos carnales. En la Parusía se manifestará la gloria de Cristo y con ella también nuestra vida escondida ahora en Dios. Entonces veremos claramente lo que ahora ya somos misteriosamente y contra todas las apariencias: resucitados con Cristo e incluso sentados por él a la diestra del Padre (Ef. 2, 5).

EUCARISTÍA 1971, 26


6.

No sólo Cristo ha muerto y resucitado, también nosotros. No es que resucitaremos, sino que estamos resucitados. Lo que quiere decir que Cristo no sólo resucitó sino que resucitó para mí y que resucita en mí. Cristo vive y vive en mí. Dicho de manera insuperable: «Cristo, vida nuestra».

Lo que pasa es que todo esto aún está muy «escondido en Dios». Pero algún día se manifestará gloriosamente. Mientras tanto, dejémonos atraer por Cristo, tendamos a él, aspiremos a él, vivamos para él, y no para las cosas del mundo. Toda esta vida de consumo no es vida.

Leemos este texto pensando en el bautismo. En él fuimos sumergidos, muriendo en Cristo, y por él resucitamos en Cristo. «Cuando nos bautizaron nos llevaron a enterrar. En el mismo momento quedasteis muertos y nacisteis» (SAN CIRILO DE JERUSALEN). El bautismo es tumba y seno.

CARITAS
UNA CARGA LIGERA
CUARESMA Y PASCUA 19887.Pág. 150


7. /Col/03/01-17  CV/BAUTISMO/VCR

Pablo considera al creyente como un hombre que ha muerto con Cristo a los elementos del mundo y ha resucitado juntamente con él. En esta misma línea aborda lo que hoy llamaríamos el compromiso cristiano. Este, como tal, lo es para la vida. Es decir, el creyente se ha comprometido a vivir de distinta forma que vivía antes. Creer implica, pues, descubrir esta nueva manera de vivir, llamada globalmente vida cristiana, como algo posible -si lo quiere- para el que cree. La vida cristiana, sin embargo, no se desarrolla por sí misma sin más, sino que, de hecho, se encuentra continuamente acechada por fuerzas hostiles que la obstaculizan y que anidan en el propio hombre. Es decir, el creyente, pese a su buena voluntad y a la atracción que pueda sentir por su nueva manera de vivir, no se ve -por eso sólo- liberado de los obstáculos a la hora de ser consecuente en sus decisiones con aquello que ha creído y ha visto. Por eso, lo que llamamos conversión es en realidad una tarea de toda la vida. Cristiano no será, pues, el hombre convertido, sino, más exactamente, el que nunca cesa de convertirse. Así se entiende la intención de Pablo de despertar esta conciencia en los creyentes: buscad, desead lo que es de arriba, no lo que es de la tierra.

Es evidente que, en la vida de un hombre que busca y desea efectivamente lo que es de arriba, las inevitables inconsecuencias no merecen sino comprensión y benevolencia. Ambas están presentes -aunque no explícitas- en el trasfondo del texto del Apóstol, el cual sabe muy bien que no se dirige a cristianos perfectos. Además es consciente de que a él no se le ha concedido juzgar a nadie. Su enseñanza no busca tampoco el perfeccionamiento de instituciones y estructuras. La doctrina de Cristo, tal como él la entiende, busca al hombre concreto y real, del que aquéllas tienden a adueñarse, para abrirle caminos de libertad. Juntamente con Cristo, a Pablo se le ha revelado el hombre.

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 181 s.


8.

«Cristo, vida nuestra». La fe en Cristo resucitado no es sólo una convicción de que Jesús vive, es una experiencia de que Cristo es vida nuestra, que Cristo alienta nuestra vida, que nos hace resucitar. No sólo creemos que Cristo resucitó, sino que Cristo está resucitando en mí, en su Iglesia.

Este texto es una catequesis bautismal. Todo bautizado muere y resucita con Cristo. Por eso, debe empezar a vivir una vida nueva, una vida resucitada. Hay que buscar "los bienes de arriba", no los de la tierra; los valores auténticos, no los del consumo. Hay que alzar la puntería, porque Cristo está arriba.

Vida nueva. En la noche bautismal de Pascua todo era nuevo: el fuego, la luz, el agua, los vestidos, la levadura. Empezamos una vida nueva.

CARITAS
UN DIOS PARA TU HERMANO
CUARESMA Y PASCUA 1992.Págs. 181 s.


9. /Col/03/1-17

Evidentemente, hay una cierta exigencia lógica entre lo que cada uno cree y su propio comportamiento. En eso se apoya el razonamiento de Pablo en relación a los creyentes cuando les dice: «Por tanto, si habéis resucitado con Cristo, buscad lo de arriba...; estad centrados arriba, no en la tierra» (vv 1s). Sin embargo, la inteligencia de lo que el Apóstol dice y el esfuerzo para vivir en consonancia con ello tropiezan con un escollo. Y tal escollo reside en que la vida no se presenta aquí como dice la doctrina; es decir, el creyente -pese a haber sentido que ha resucitado con Cristo- sigue sujeto a la muerte, como cualquier otro hombre, y vive atraído por todas las cosas de la tierra. En otras palabras: la fe no cambia la realidad que el hombre ve. La fe dice que la realidad no es como se presenta, pero no hace que se muestre como dice que es.

Sin embargo, la enseñanza evangélica no cesa de hablar al hombre de una nueva manera de vivir que, si quiere, puede hacer realidad en sí mismo, ya que la vida, ante todo, sólo se da en la propia intimidad de cada uno. En este sentido, Pablo le dice que, aunque no pueda extirpar los deseos terrenos, sí puede -en su interior- oponerse al deseo de poseer las cosas de la tierra, ahorrándose las preocupaciones que comporta cualquier ley de posesión. La lógica de la recomendación de Pablo tiene un aspecto indiscutible: al poner de manifiesto la caducidad de cualquier posesión y, por tanto, su falta de sentido, revela que, a fin de cuentas, nada de aquí abajo vale la pena. Se trata de la muerte, que para el hombre significa la caducidad efectiva de todo. Es verdad que la comprensión que uno pueda tener de la muerte no parece bastar por sí sola para moverlo a vivir según el evangelio. Ahora bien: tal vez tampoco lo es siquiera la esperanza de una glorificación con Cristo en el futuro, dado que la opacidad de la misma muerte borra también cualquier certeza y seguridad. Todo eso hace pensar que probablemente sólo aquellos que libremente se empeñan en vivir según lo que creen pueden decir si realmente vale la pena. Y no en el otro mundo, sino ya ahora.

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 584 s.


 

10. Como quien ha resucitado con Cristo, buscar las cosas de arriba (Domingo de Pascua, ciclo B)

Pedro Mendoza, LC

"Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él". Col 3,1-4

Comentario

El domingo en que celebramos la Resurrección del Señor la 2ª lectura de la liturgia de la Palabra nos ofrece un pasaje de la carta a los Colosenses. En él san Pablo nos revela las consecuencias de la Resurrección de Cristo para nuestra vida y afirma que también nosotros hemos resucitado con Cristo.

El pasaje está colocado en una de las secciones exhortativas que se alternan con las secciones dogmáticas de la carta a los Colosenses. Previamente el Apóstol ha ratificado nuestra pertenencia a Cristo por el bautismo (2,11-13a), un tema que retomará más adelante (3,5-11). De este modo el tema del bautismo funge de marco al pasaje propuesto para este domingo de Resurrección, en cuanto que por el bautismo participamos en el misterio pascual de Cristo: pasión, muerte y Resurrección.

En primer lugar san Pablo revela que el bautismo no consiste en una piadosa ceremonia, sino que es un gran misterio y, como anteriormente ha indicado, lo más importante que puede acontecer en la vida del creyente (2,11-13). El motivo reside en que en el bautismo participamos plenamente del misterio pascual, de modo que un hombre viejo muere y es resucitado un hombre nuevo "juntamente con Cristo". De esta realidad acontecida en el bautismo, deriva la consecuencia inmediata del cambio de mirada interna que debe caracterizar la vida del cristiano. Ya no puede tenerla fija en las cosas de abajo, sino que tiene que dirigirla resueltamente hacia "arriba" (v.1). Allá está el nuevo centro donde deben converger los deseos de la comunidad cristiana y de cada uno de los cristianos: Cristo, que desde su ascensión a los cielos está enaltecido a la derecha de Dios. El que busca a Cristo allí le encuentra.

Juntamente con este nuevo horizonte que dirige nuestro caminar por esta tierra y hacia donde debemos elevar nuestra mirada, san Pablo recomienda encarecidamente a "aspirar" a las cosas de arriba (v.2). De este modo su exhortación se especifica aún más invitándonos a elevar nuestros juicios, pensamientos y anhelos al "cielo" (es decir, a nuestro Señor Jesucristo glorificado, en quien ya se ha renovado toda la creación), no a las cosas terrenas. Esto significa, sin duda, una radical transmutación de todos los valores y exige del cristiano un desprendimiento creciente de las cosas terrenas. Pero esto no quiere decir que el cristiano pueda descuidar sus obligaciones y tareas terrenas (cf. también 1Tes 4,11s), mas no debe extraviarse en ellas, como si tuvieran un valor definitivo y supremo. El cristiano cumple sus obligaciones terrenas dirigiendo sin ruido su mirada a Cristo, su Señor y su esperanza.

Como refiere el v.3: "habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios", san Pablo apoya su exigencia precedente de dirigir resueltamente la mirada hacia arriba, en la indicación de que ya hemos "muerto" en el bautismo (cf. 2,12). Pero también se nos ha dado en Él la nueva vida, la participación en la vida de Cristo resucitado (2,13), que ahora está sentado en el trono de la gloria celestial. Esta vida se sustrae por ahora a la mirada terrena, como el Señor glorificado, está "oculta, juntamente con Cristo, en Dios". Con estas palabras, el Apóstol no quiere decir que el cristiano tenga una doble existencia, una impropia en la tierra y otra propia en el cielo. Lo que se sustrae a la mirada terrena es la misteriosa conexión vital del bautizado con Cristo, manantial de su vida oculta: porque ésta es el mismo Cristo (3,4). El cristiano vive del misterio que se llama Cristo. Por eso, su mirada también tiene que estar dirigida a Él.

San Pablo concluye este pasaje de la carta señalando el último fin de la vida del creyente y de la historia: "Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él" (v.4). Cristo se manifestará al fin del mundo. Entonces saldrá de su retiro celestial y se mostrará como el verdadero Señor del mundo, con miras al cual todas las cosas fueron creadas (1,16), y en quien están "recapituladas" todas las cosas de los cielos y de la tierra (Ef 1,10). Aquél será el momento en que también cesará de ser invisible y oculta la "vida", de la que Dios nos ha hecho donación en el bautismo. Esta vida aparecerá gloriosa, y entonces también abarcará el cuerpo, para reproducir en nosotros "la imagen de su Hijo" (Rom 8,29).

Aplicación

Como quien ha resucitado con Cristo, buscar las cosas de arriba.

La fiesta de Pascua es la más importante de todo el año litúrgico. Todas las lecturas de este domingo nos ayudan a captar toda la trascendencia de esta fiesta de luz: Cristo resucitado infunde en nuestros corazones el gozo de su triunfo glorioso, y nos llena de esperanza y de amor. El relato del Evangelio refiere los eventos de la mañana del domingo de Pascua en donde aparecen los primeros testimonios de la Resurrección. El pasaje de los Hechos de los apóstoles recoge el testimonio que san Pedro da a un pagano sobre este gran acontecimiento. Y san Pablo, con la profundidad de su mirada, además de señalar las consecuencias de la Resurrección de Cristo para nuestra vida, afirma nuestra condición de resucitados con Cristo.

En la primera lectura san Pedro proclama el mensaje de la Resurrección de Jesús en la casa del centurión Cornelio (Hch 10,34.37-43). En breves pinceladas presenta la vida pública de Jesús y el desenlace de la misma: su muerte injusta, el poder de Dios que lo ha resucitado y su aparición a muchos. Indica la potencia de Cristo resucitado que otorga a sus discípulos el poder de perdonar los pecados. Cristo ha vencido el pecado y la muerte y por eso es capaz de otorgar este poder a quien quiere. Pero también ha recibido el poder de juzgar, en base a la acogida o al rechazo de Él por parte de los hombres. Este juicio tendrá lugar, después de nuestra vida terrena, cuando nos presentaremos a Él.

El evangelista san Juan nos presenta, en el pasaje del Evangelio de este domingo de Pascua, los primeros testimonios de la Resurrección (Jn 20,1-9). María Magdalena, encontrando la tumba vacía, es la mujer privilegiada destinataria de los signos de la Resurrección de Cristo. La experiencia de Cristo resucitado la convierte en unos de los primeros testigos de este gran acontecimiento. Llena de admiración y de gozo por lo sucedido se dirige a los apóstoles para comunicarles la buena noticia. Entonces toca a san Pedro y a san Juan constatar la tumba vacía donde antes habían colocado el cuerpo del Maestro. Ahí están las primeras pruebas que ratifican las predicciones que Cristo les había hecho: "que según la Escritura Jesús debía resucitar de entre los muertos" (v.9).

Ya en la misa de medianoche san Pablo, con el pasaje de la carta a los Romanos (6,3-11), nos ha explicado que con el bautismo hemos sido sepultados juntamente con Cristo en su muerte, para unirnos a Él también en su Resurrección. Por tanto, nosotros, en un cierto sentido, hemos resucitado ya con Cristo; la vida de Cristo nos ha transformado interiormente. De ahí las consecuencias que se derivan para nuestra vida y que el pasaje de la lectura de la misa dominical resalta (Col 3,1-4). El Apóstol señala, como uno de los deberes correspondientes a la nueva vita que participamos como resucitados, el buscar las cosas de arriba y el aspirar a las cosas de arriba y no a las de la tierra. Por tanto no debemos ya buscar sólo los bienes de esta tierra, sino tomar conciencia de que nuestra vida recibe todo su valor de la unión con Cristo en el amor. A esta comunión de vida nos llama Cristo desde el momento en que por el bautismo nos hemos unido a Él para compartir con Él su vida entera. A ejemplo de Cristo que ha dado su vida por nosotros, buscar las cosas de arriba significa entonces vivir con generosidad, con espíritu de servicio, con gran atención a las necesidades de nuestro prójimo. Vivamos, pues, como quienes han resucitado con Cristo y buscan en todo las cosas de arriba.

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