AUSENCIA - PRESENCIA

 

La promesa de Jesús: "Os conviene que yo me vaya... Yo estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos... He aquí que voy y vengo", indican seriamente que la ausencia corporal de Jesús no es la única faz del misterio de la Ascensión.

El maravilloso diálogo con los discípulos de Emaús tiene el mismo mensaje. «Entonces sus ojos se abrieron y lo reconocieron... y desapareció de su lado...» En el momento en que la presencia corporal parece realizar lo que promete, desaparece para dar lugar a otra presencia; Jesús estaba sentado a su lado, y ahora está en su corazón...

J/PRESENCIA/FASES:Volviendo a leer las diferentes fases de la presencia de Dios entre los hombres, podríamos discernir un movimiento profundo e irreversible: poco a poco, a lo largo de la historia, Dios se hace cada vez más interior a los hombres, y más universalmente presente. Cuando Jesús vivía en Galilea ese movimiento no había terminado. Porque Jesús vivió la condición corporal y sus limitaciones en espacio y tiempo. Cuando estaba sentado en casa de Lázaro y de sus hermanas, no estaba en otra parte. Y cuando dormía, envuelto en su manto, cerca de sus discípulos al borde del lago, no estaba en ellos, como lo estuvo después.

Por ello, la Ascensión aparece no como una ausencia de Jesús que haría legítima su tristeza, sino como una modificación de su presencia: la presencia corporal, sin dejar de ser corporal, muere a cierta manera de ser, para realizarse totalmente, es decir. para llegar a ser más interior y más universal.

Podríamos decir que en el cuerpo glorificado de Jesús se realizan las promesas al cuerpo humano. Lo que prometía, en el encuentro personal, deja de impedirlo. Este es el verdadero cuerpo humano. Para nosotros, el cuerpo es lo que nos hace presentes, pero al mismo tiempo limita y sabotea esta presencia de la persona. Con razón escribía Blondel: «Es una extraña soledad el que los cuerpos y todo lo que se ha podido decir de la unión no es nada para el precio de la separación que causan» (L'Action, t. Il. pág. 262).

Pero en el cuerpo glorificado de Jesús se realiza lo que no nos habríamos atrevido a esperar. Jesús se hace inmediatamente presente a los que ama, y se une a ellos allí donde ellos son justamente ellos mismos, se hace interior a ellos. Y, por otra parte, se hace simultáneamente presente a todos, sin limitaciones espacio-temporales.

Si Jesús es el hombre perfecto, porque está asumido íntegramente por Dios, hay que decir que en la medida en que, tras El, el cristiano está asumido por Dios, el cuerpo glorioso es la norma escatológica de lo que vive hoy. Por tanto, el hombre puede discernir a través de la tensión que atormenta sus deseos de presencia, de expresión y de comunión, el recuerdo al estado de perfección personal, sombra proyectada de lo que será un día sobre lo que ahora es ya, en germen.

Esa trascendencia humana que hemos visto en la presencia corporal que se esfuerza hacia un lenguaje personal o en una presencia más interior que trasciende la exterioridad física o en una presencia corporal preocupada por mantenerse a pesar de la ausencia física o de la falta de fuerzas debida a la edad; esa trascendencia humana, decimos, no deja de ser humana, puramente humana, un llamamiento del hombre para obtener del hombre aquello hacia lo que tiende. Pero en el interior de esa trascendencia, sin desnaturalizarla, discernimos el llamamiento interior al estado perfecto de los cuerpos. Lo que un día vamos a ser nos arrastra hacia adelante, porque ya lo somos en germen, y la naturaleza humana no está exenta de gracia. Sólo llegará a realizarse, emergiendo del dinamismo de esta gracia.

Así, el misterio de Jesús aboliendo ciertas formas de presencia corporal para tener junto a nosotros una presencia más interior y más universal, es a la vez el sentido de una experiencia humana vivida y la promesa de que esta experiencia será salvada y colmada para los que la vivan en la fe.

JEAN LE DU
CATEQUESIS:EDUCACION DE LA FE.CELAM-CLAF
MAROVA.MADRID-1968.Págs. 74-76