21 HOMILÍAS PARA EL CICLO A DE LA FIESTA
DE LA ASCENSIÓN
9-20

 

9.

EL GRAN SECRETO

Sabed que yo estoy con vosotros.

Jesús no es un difunto. Es alguien vivo que ahora mismo está presente en el corazón de la historia y en nuestras propias vidas. No hemos de olvidar que ser cristiano no es admirar a un personaje del pasado que con su doctrina puede aportarnos todavía alguna luz sobre el momento presente. Ser cristiano es encontrarse ahora con un Cristo lleno de vida cuyo Espíritu nos hace vivir. Por eso Mateo no nos ha dejado relato alguno sobre la ascensión de Jesús. Ha preferido que queden grabadas en el corazón de los creyentes estas últimas palabras del resucitado: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo". Este es el gran secreto que alimenta y sostiene al verdadero creyente: el poder contar con el resucitado como compañero único de existencia.

Día a día, él está con nosotros disipando las angustias de nuestro corazón y recordándonos que Dios es alguien próximo y cercano a cada uno de nosotros. El está ahí para que no nos dejemos dominar nunca por el mal, la desesperación o la tristeza. El infunde en lo más íntimo de nuestro ser la certeza de que no es la violencia o la crueldad sino el amor, la energía suprema que hace vivir al hombre más allá de la muerte. El nos contagia la seguridad de que ningún dolor es irrevocable, ningún fracaso es absoluto, ningún pecado imperdonable, ninguna frustración decisiva. El nos ofrece una esperanza inconmovible en un mundo cuyo horizonte parece cerrarse a todo optimismo ingenuo. El nos descubre el sentido que puede orientar nuestras vidas en medio de una sociedad capaz de ofrecernos medios prodigiosos de vida, sin poder decirnos para qué hemos de vivir. El nos ayuda a descubrir la verdadera alegría en medio de una civilización que nos proporciona tantas cosas sin poder indicarnos qué es lo que nos puede hacer verdaderamente felices. En él tenemos la gran seguridad de que el amor triunfará. No nos está permitido el desaliento. No puede haber lugar para la desesperanza. Esta fe no nos dispensa del sufrimiento ni hace que las cosas resulten más fáciles. Pero es el gran secreto que nos hace caminar día a día llenos de vida, de ternura y esperanza. El resucitado está con nosotros.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 59 s.


10.

1. Ascensión y misión.

La primera lectura contiene el evangelio propiamente dicho. Los cuarenta días de la aparición del Resucitado fueron un período de transición muy misterioso entre la vida y la muerte terrestres de Jesús, por una parte, y su ascensión al Padre, por otra. Desde el comienzo de su vida pública, Jesús apareció como el engendrado por el Espíritu y el lleno del Espíritu: la elección de los doce se produce expresamente en el Espíritu (v. 2). Ahora es el Glorificado totalmente transfigurado por el Espíritu, «el segundo Adán del cielo» (1 Co lS,47) que, cuando vuelva al Padre, se convertirá en «Espíritu de vida" (ibid. 46) para la Iglesia. Lo único que le importa es el «reino de los cielos» (v. 4) que los discípulos tendrán que anunciar en el Espíritu «hasta los confines del mundo», mientras que para los discípulos, que aún no han recibido el Espíritu Santo, todavía es importante «la soberanía de Israel» y la hora en que ésta haya de producirse. Pero estas miras de los discípulos quedan eliminadas por dos cosas: la espera en oración del Espíritu y el envío en él a todo el mundo como «mis testigos». Estas dos cosas, que son inseparables, constituirán la esencia de la Iglesia: invocación del Espíritu de Dios y testimonio. Los ángeles reenvían a los discípulos, que miran fijos al cielo viendo desaparecer al Señor, a la doble tarea que les ha sido encomendada.

2. El poder sobre el universo y la Iglesia

La segunda lectura describe el poder ilimitado que Dios Padre ha concedido al Hijo elevado al cielo. La resurrección de entre los muertos, la exaltación a la derecha de Dios y la superioridad sobre toda potestad creada constituyen un único e idéntico movimiento. Y esto no sólo para el tiempo efímero de este mundo, sino también para el mundo «futuro», glorificado en Dios. Se podría pensar que, debido a esta concesión de poder tan ilimitada, la Iglesia quedaría rebajada al nivel de una parte (quizá insignificante) de la soberanía de Cristo. Si él domina sobre todos los poderes del mundo -sobre la política, la economía, la cultura, la religión y cualquiera de los poderes que dominan el mundo-, entonces la Iglesia parece una institución más entre otras, una instancia escasamente relevante. Sin embargo, sorprendentemente, se establece una diferencia entre el poder del Exaltado sobre el universo entero y su posición como cabeza de la Iglesia, que es su cuerpo. El cuerpo de Cristo no es el cosmos (no hay un «Cristo cósmico»), sino sólo la Iglesia, en la que, por sus sacramentos, su Eucaristía, su palabra, su Espíritu y su misión, Cristo vive de un modo misterioso que se ilustra con la imagen del alma y el cuerpo. A partir de aquí se puede ver ya que a la Iglesia no le está permitido vivir encerrada en sí misma y para sí misma, sino que debe estar abierta al mundo que, a través de la Iglesia, debe integrarse en la plenitud de Cristo y de Dios.

3. Pleno poder de misión.

Eso es lo que confirma definitivamente el evangelio, el brillante final del texto de Mateo. El Señor que aparece aquí y ante el que se postran los discípulos, es ya el Glorificado «al que se le ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra». «Dado», porque él es el Hijo que recibe todo del Padre, pero lo transfiere incondicionalmente. La palabra «todo», que se repite cuatro veces, abarca todas las dimensiones imaginables e incluye expresamente en ellas la misión universal, «católica», de la Iglesia: el «pleno poder» es necesario para poder dar una orden tan categórica y universal: «a todos los pueblos». La misión tiene por objeto enseñar a los hombres a guardar «todo» lo que Jesús ha dicho y hecho, con lo que queda prohibida cualquier selección reductiva en la doctrina y en la vida. Esta misión aparentemente tan excesiva será posible porque el Señor estará «todos los días, hasta el fin del mundo» con los enviados y garantizará así el cumplimiento de la misma.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 68 ss.


11.Frase evangélica: «Haced discípulos de todos los pueblos»

Tema de predicación: LA MISIÓN UNIVERSAL

1. En el Nuevo Testamento, el «envío» se relaciona con la idea de misión o de embajada, así se pone de manifiesto la relación entre el que envía y el enviado. Aparecen en el envío dos aspectos: la elección de Dios y la salvación de los hombres. Rechazar al enviado de Dios es rechazar a Dios; recibirlo es recibir al Señor. Lo propio del misionero es su misión. Por consiguiente, lo que confiere valor al envío es la orden del Señor.

2. Después de enviar Dios a los profetas, envió a su Hijo. Para san Juan, todo lo que hace Jesús está en relación a Dios, «al Padre que le envió». Jesús conoce al Padre, porque es el enviado. A su vez, Jesús envía al Espíritu y a sus discípulos, que se convierten en «apóstoles» para la salvación del mundo. Pero en Jesucristo la persona del mensajero no desaparece frente al que lo envía, sino que se funde con ella. Jesús es el Apóstol, el Enviado (Heb 3,2). No es un siervo de Dios como Moisés; es el Hijo de Dios.

3. Los discípulos son enviados por Jesús de dos en dos, sin dinero, sin provisiones, sin ropa de repuesto, como ovejas entre lobos... Su objetivo es proclamar el reino de Dios. Algunas embajadas fracasan, y otras deben ser rectificadas. Pero, en definitiva, la Iglesia es misión; todos sus miembros -cada cual según los carismas y servicios propios- son enviados. La finalidad de todos los envíos (profetas, Hijo de Dios, Espíritu, apóstoles) consiste en reunir a todo el pueblo bajo la justicia y la misericordia de Dios. El envío y la reunión definen a la Iglesia.

4. Antes de que Jesús confíe a sus discípulos la misión, los acoge y perdona: son creyentes vacilantes. En el encargo de Jesús, según Mateo, se observan las dos insistencias de Jesús: la enseñanza del mensaje y su puesta en práctica. El evangelio termina con la misión o evangelización.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Nos sentimos enviados por Dios?

¿Somos misioneros?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 124 s.


12.

LA FE ES UN REGALO, EL APOSTOLADO UNA RESPUESTA

Cristo es la fuente y la cumbre de la Revelación. Nos muestra a Dios en totalidad. Dios se nos da a conocer en y por Cristo. Jesús, a lo largo de su vida, va desvelando el perfil de Dios, va dibujando su rostro, va dándolo a conocer para, cuando todo esté cumplido, cuando haya realizado esta misión, volver al Padre.

La Ascensión marca el momento de la verdad, porque sólo se puede realizar cuando «todo esté cumplido». Pone de manifiesto que al menos el grupo apostólico está en condiciones del pleno conocimiento de Dios y recibe, por ello, el encargo de universalizar ese conocimiento. Nace la Iglesia.

Imaginémonos rodeados de las personas más queridas; imaginémonos que sólo nos quedan unos minutos de vida para estar con ellos. ¿Qué haríamos? ¿Qué les diríamos?... 

En esa situación creo que olvidaríamos las cuestiones urgentes para ir a las importantes, dejaríamos de lado lo inmediato para ir a lo fundamental; creo que sufriríamos una tal catalización, al saber que contamos con pocos minutos para estar con ellos, que precipitaríamos la más pura esencia de nuestro ser. . .

Pues bien, Cristo en estas circunstancias les dice: «ID Y HACED DISCÍPULOS». Esto es, por lo visto, lo importante para él, lo fundamental, la esencia de su ser. Amigos míos: la vida es un regalo que recibimos de Dios y el modo cómo la vivamos es el regalo que le podemos devolver. Si esto es así, también digo que: el cristianismo es un regalo de Dios, la fe siempre es gracia, y el ser apóstol es la respuesta, el regalo que él espera de nosotros. . .

No se puede vivir un amor, y el Evangelio lo es, sólo pasiva y receptivamente; no podemos quedarnos «MIRANDO AL CIELO» olvidándonos de la tierra y sus hombres. Tampoco se puede vivir de renta en el amor, no se puede dar un «sí» y tenerlo a título de inventario. El «sí» hay que apoyarlo, afianzarlo continuamente. Jesús les recomienda, antes de «ir a todo el mundo», «PERMANECER EN JERUSALÉN». Ir y permanecer. ..; o lo que es lo mismo: amar y alimentar ese amor, evangelizar y dejarte evangelizar.

Nos corresponde por derecho y por obligación a los cristianos laborar, aquí y ahora, en la extensión del Reino/Reinado de Dios, por la realización del Evangelio en esta tierra. Ser y actuar como otros cristos: «VOLVERÁ COMO LE HABÉIS VISTO MARCHAR». El cristiano está llamado a presencializar a Dios en su medio social, en su mundo. Ésta es la aventura cristiana, el Evangelio, ser y dar una Buena Noticia a este mundo en el que nos ha tocado vivir. Esta aventura no acabará hasta el final de los tiempos: «YO ESTOY CON VOSOTROS HASTA EL FINAL DE LOS TIEMPOS».

Este sistema de vida sólo se puede aceptar desde la luz del corazón, a ojos humanos vista es un mal negocio. El cristianismo es una utopía para hombres dispuestos a pisar la realidad, para hombres empeñados en ser como Dios manda.

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 145-146


13.

- Misión cumplida: el triunfo de Cristo ¡"Jesús, el Señor, el rey de la gloria, vencedor del pecado y de la muerte, mediador entre Dios y los hombres, juez de vivos y muertos"! Esto es lo que afirmaremos de Jesús en el prefacio de esta fiesta de la Ascensión.

Jesús ha triunfado. Ha sido glorificado. Ha cumplido su misión. Ha seguido su camino hasta el final, incluida la muerte. Y ahora ha llegado a su plenitud como persona y como cabeza de la nueva humanidad, constituido por encima de toda la creación y cabeza de la Iglesia. Como nos ha dicho san Pablo, "el Padre ha desplegado la eficacia de su fuerza poderosa en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo".

- Es también fiesta para nosotros

Alegrémonos, hermanos, en este día de gloria para Cristo Jesús. Es también fiesta para nosotros, que somos sus seguidores, los miembros de su Cuerpo que es la Iglesia. El triunfo de Jesús nos afecta a todos. Su Ascensión es ya nuestra victoria, nos ofrece la garantía de que también nosotros estamos destinados a los bienes del cielo. En Cristo Jesús nuestra naturaleza humana ha sido enaltecida y participa ya de algún modo de su misma gloria. Él nos ha precedido como cabeza nuestra para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su Reino (prefacio).

La fiesta de hoy nos debe llenar de optimismo. San Pablo nos ha invitado en su carta a comprender cuál es la esperanza a la que nos llama Dios, y cuál la riqueza de gloria que nos da en herencia a los que creemos en Cristo Jesús e intentamos seguirle en nuestra vida. Más aún: se puede decir que es fiesta y motivo de esperanza para la humanidad entera. Todos estamos incluidos en la victoria de Jesús, que nos da la medida del amor de Dios y de la capacidad de respuesta del hombre. La Ascensión nos señala el camino y la meta final: un destino de vida, no de muerte, aunque el camino sea a veces difícil y oscuro. El motivo principal de este optimismo es la promesa que nos hizo Jesús en su despedida, y que hemos escuchado en el evangelio de Mateo: "Sabed que yo estoy con vosotros todas los días hasta el fin del mundo". No se trata, por tanto, de una despedida, sino de una presencia continuada, aunque sea invisible. Su presencia, y además el don de su Espíritu, es lo que da fuerza a nuestra fe.

Como dirá el prefacio, "no se ha ido para desentenderse de este mundo". La Ascensión no es un movimiento contrario a la Navidad (entonces "bajó" y ahora "sube y se va"): desde su existencia gloriosa, libre ya de todo límite de espacio y de tiempo, es cuando más presente nos está Jesús, el Señor, como nos ha prometido.

- Ha dejado una tarea a la comunidad cristiana

Pero además de ser un motivo de fiesta, la Ascensión es también el recuerdo de que Jesús ha dejado a sus discípulos, a nosotros, una tarea a realizar en este mundo. Los ángeles invitaron a los apóstoles a que no se quedaran mirando al cielo. Recibieron el encargo de continuar la misión de Jesús: hacer discípulos, bautizar, enseñar... Así como Cristo ha sido el gran testigo del Padre, ahora los cristianos lo tenemos que ser en cada generación, animados por el Espiritu de Jesús: "Cuando el Espiritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos". Vivimos el tiempo que va desde la Ascensión hasta la venida gloriosa final de Cristo. Un tiempo de trabajo y responsabilidad, de tarea y compromiso. Los cristianos, convencidos y animados por la presencia de Cristo Jesús y de su Espiritu, debemos comunicar a los demás, de palabra y de obra, con un estilo de vida que resulte creíble y elocuente a todos, el mismo mensaje de Cristo.

Se nos pide que en un mundo en que no abunda la esperanza, seamos personas ilusionadas. En medio de un mundo egoísta, que mostremos un amor desinteresado. En un mundo centrado en lo inmediato y lo material, que seamos testigos de los valores que no acaban. Y esto lo deben realizar, no sólo los sacerdotes y los religiosos y los misioneros, sino todos: los padres para con los hijos y los hijos para con los padres, los mayores y los jóvenes, los políticos y los escritores cristianos. Todos estamos llamados a seguir escribiendo esa historia que empezó hace dos mil años. Lo que leemos estos domingos en el libro de los Hechos de los Apóstoles fue el primer capitulo. Nosotros, ahora, estamos a punto de empezar el tercer milenio y tratamos de difundir en el mundo, generación tras generación, la buena noticia del amor de Dios, de la salvación de Cristo y de su estilo de vida.

Miramos al Cristo triunfador, que se nos ofrece como alimento en la Eucaristía, y esto nos da fuerzas para seguir cumpliendo la tarea que nos ha encomendado.

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1999/07/45-46


14.

SUBIÓ A LOS CIELOS

Antes que nada, hoy debemos situar bien la fiesta en el contexto pascual y hacer ver cómo la liturgia quiere reproducir los "espacios de tiempo" de los cuarenta días hasta la Ascensión y de los cincuenta hasta Pentecostés, que Lucas nos ha señalado en sus narraciones tan "significativas" para indicar la realidad de un único misterio pascual. También en la liturgia pascual tenemos una gran riqueza de signos que debemos saber aprovechar y que estos últimos días debemos volver a destacar con fuerza. La profesión de fe que recitamos, sea la que sea, también es "narrativa" y nos pone ante el acontecimiento que hoy celebramos: subió a los cielos, decimos para indicar la Ascensión de Jesús, y también, está sentado a la derecha del Padre, recogiendo la admiración de la segunda lectura de hoy.

De momento, en la primera lectura, el evangelista Lucas que ya nos había narrado el nacimiento y la infancia de Jesús en su primer libro, ahora, al empezar el segundo nos brinda la narración del nacimiento y la infancia de la Iglesia, continuadora de la "misión" del Señor a través del "testimonio" que deben dar de él en el mundo: en Jerusalén. . . y hasta los confines del mundo. Y la profusión de detalles con que engalana la narración nos debe permitir comunicar el misterio que celebramos en toda su profundidad.

¿QUÉ HACÉIS AHÍ PLANTADOS MIRANDO AL CIELO?

Cuando vieron al Señor levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista, dos hombres vestidos de blanco les tuvieron que decir que esta no es la actitud que se esperaba de ellos, que no se deben quedar contemplando sólo lo que Jesús había hecho y su localización tan arriba, en el cielo. Más bien deben buscarle en la acción del Espíritu más abajo, en su vida, porque ya ahora se ha abierto el tiempo de la Iglesia, este tiempo que durará hasta el fin: este Jesús volverá como le habéis visto marcharse.

En este espacio de tiempo la Iglesia deberá "contemplar" el cielo, donde está uno que es hombre como nosotros y nos prepara sitio, deberá "esperar" y desear el retorno de su Señor, pero deberá estar bien encarnada en su mundo para poder "testimoniar" el Reino de Dios. La oración será de nuevo: venga a nosotros tu reino, con todo lo que representa de acción y compromiso. Esta es la misión de la Iglesia.

ID... A TODOS LOS PUEBLOS

El evangelio de Mateo nos presenta el mismo misterio desde otra perspectiva. Al llegar al final, el Resucitado convoca de nuevo a los discípulos en Galilea, en el punto de salida, muy cerca de las Bienaventuranzas que resuenan a través de la montaña donde les ha reunido. Y desde allí Cristo, a quien se le ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra, los envía a empezar la historia del nuevo pueblo de Dios, los envía en la misión de siempre de la Iglesia: convertir por la predicación de la Palabra y el testimonio, "bautizar" en el nombre de la Trinidad haciendo llegar la acción de los sacramentos, y "enseñar" a guardar sus mandamientos y a vivir en la caridad.

La promesa de Cristo a los suyos es firme y asegura su presencia, no obstante la aparente ausencia, de manera constante y sin fin: yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Esta es la garantía del ser y del actuar de la Iglesia porque en ellos se hace presente en el mundo la acción de Cristo resucitado.

QUE DIOS ILUMINE LOS OJOS DE VUESTRO CORAZÓN

Porque sólo así podremos comprender cuál es la esperanza a la que os llama y podremos disfrutar del Espíritu de sabiduría y revelación. Debería ser el contenido de la oración del predicador por él mismo y por la comunidad a quien debe dirigir la palabra. Así podremos comprender que Cristo, glorificado en el cielo, es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia que vive gracias a su Espíritu. La mesa de la Eucaristía también es obra del Espíritu del Señor.

Es el Espíritu a quien esperamos como fruto de la Pascua. A quien celebraremos la semana que viene por Pentecostés. Hoy lo deberíamos destacar en nuestra Eucaristía de forma vibrante y deberíamos anunciar también las acciones especiales que con este motivo se hacen en nuestra comunidad.

JOAN TORRA
MISA DOMINICAL 1999/07/41-42


15

La obra de Lucas presenta (Lucas/Hechos) dos relatos de la ascensión (Lc 24, 50-53; Hch 1, 1-14). Ningún otro libro del Nuevo Testamento desarrolla este tema con tanto despliegue de detalles. En las cartas paulinas hay referencias directas a la glorificación del Señor, pero en forma de himno o como explicación catequética, pero no como relato (Flp 2, 6-11; Ef 4, 10; 1 Tm 3, 16). Lo mismo en la Carta de Pedro (3, 22).

Hay un lenguaje simbólico compartido por los dos relatos. En la antigüedad se pensaba que el universo estaba constituido por tres capas: el hades o abismo, la tierra y el cielo. En este sentido, el progreso hacia Dios se expresaba como un ascenso. El mundo de "arriba" pertenece a Dios. Los seres humanos santos tienden hacia el mundo divino como reconocimiento de su obra (Dan 7). La nube es símbolo de la presencia de Dios, como ocurrió durante el éxodo de Israel (Ex 13, 22) o en la teofanía del Sinaí.

En el Evangelio, Lucas nos presenta a Jesús despidiéndose de sus seguidores con una bendición sacerdotal. Jesús eleva sus manos y los bendice mientras es llevado al cielo. Esto concuerda con las enseñanzas del Eclesiástico (Eclo 50, 20-23). El sacerdote bendice al pueblo para que goce de alegría y prosperidad. Es la alegría que envuelve a los discípulos y los prepara para la misión universal.

En el libro de los Hechos la ascensión está vinculada estrechamente a la Pascua y a Pentecostés. De una parte, es la continuación de los relatos de la resurrección. Todo el camino de Jesús es un constante ascenso de Galilea a Jerusalén. Culmina con una ascensión junto al Padre. El acontecimiento ocurre cuarenta días después de la resurrección. Es un tiempo de enseñanza y preparación para la misión universal de la Iglesia, similar al tiempo que Jesús pasó en el desierto como preparación a su ministerio en Israel.

Lucas enfatiza en que los discípulos ven a Jesús elevarse. Esto recuerda la elevación de Henoc (Gen 5, 24), pero sobre todo, el "rapto" de Elías (2 Re 2). Eliseo, al presenciar la partida de su maestro, recibe una parte del espíritu profético de Elías. Lucas, que suele presentar a Jesús como el nuevo Elías, insiste en que la visión de la ascensión es una participación de la misión de Jesús. Por esta razón, la presencia de los personajes con vestiduras resplandecientes. Ellos interpelan al grupo que mira al cielo y lo exhortan a esperar el regreso.

El monte de los Olivos es, según Ezequiel, el lugar donde la presencia de Dios reposa un momento para ir a acompañar a su pueblo exiliado (Ez 11, 23). Para Zacarías, el monte de los Olivos es el lugar donde comenzará la instauración del reinado de Dios (Zac 14, 4). De este modo, Jesús, auténtica presencia de Dios, inaugura el tiempo del Espíritu en el monte donde acontece su ascensión.

La promesa del Espíritu se hace efectiva a partir de ese momento. Ellos reorganizan la comunidad y, en compañía de María y las otras mujeres, esperan la venida del Espíritu. Lo que el Espíritu comunica es una participación plena en la vida y obra de Jesús. Por esto, los discípulos y discípulas, luego de algunas dificultades, salen a anunciar el Evangelio a todos los pueblos.

La carta a los Efesios es una extensa catequesis eclesial destinada a fortalecer la vocación universal de la Iglesia. El Espíritu le da unidad al conjunto de comunidades y las convierte en un único cuerpo del Señor. La Iglesia es el cuerpo de Jesús que actúa en la historia por la fuerza del Espíritu. "La Iglesia es pueblo de Dios y esposa del Mesías". En esta carta ya no se siente la ardua argumentación legal de otros escritos del Corpus Paulino. Es más, parece que la contienda entre judaizantes y helenistas ha cedido terreno a favor de los extranjeros. El lenguaje es místico, aunque no tan fluido como en otras cartas.

El pasaje que hoy leemos nos presenta dos aspectos. El primero es una súplica dirigida al Padre (Ef 1, 17-19). La primera petición clama por un Espíritu de Sabiduría que permita comprender a Jesús como el enviado de Dios La segunda petición es un ruego para que el Espíritu abra nuestra mentalidad y podamos comprender que la esperanza cristiana está iluminada por las promesas de Jesús; por su llamado personal (Consagrados). En la tercera súplica, pide para que el poder del resucitado, vencedor de la muerte y realizador del reinado de Dios, fortalezca a la Iglesia.

La segunda parte hace un paralelo entre el ser humano como cabeza de la creación y Cristo cabeza de la Iglesia, nueva creación. Así como las criaturas son sometidas según sus órdenes, el mundo es puesto a los pies de Cristo, de acuerdo a la configuración social de la época. De este modo, los cristianos equilibran la pretensión divina del Emperador Romano y la relativizan al compararla con Jesús, el enviado de Dios.

Mateo coloca al resucitado sobre un monte. La situación es similar a la proclamación de las bienaventuranzas (Mt 5, 1s) y la transfiguración (Mt 17, 1-13). El monte es por excelencia el lugar de la teofanía. Allí el nuevo pueblo de Dios es constituido como un grupo de personas destinadas a la evangelización mediante el discipulado, a la consagración trinitaria de los bautizados y a la fidelidad a la enseñanza de Jesús. El resucitado es garantía de una presencia continua y efectiva.

A pesar de la majestuosidad del escenario y de la solemnidad del momento, algunos dudaron. La duda se refiere a la condición permanente del discípulo. Durante todo el camino a Jerusalén la duda respecto al significado de Jesús para Israel acompañó a los discípulos. Ahora, frente a la misión a todos los pueblos hay dudas sobre el significado universal de la persona de Jesús.

Mateo, en las tres dimensiones de la misión, enfatiza en la necesidad de hacer discípulos a los creyentes en el Señor. Porque lo prioritario no es que se bautice o que se comunique la doctrina. Lo fundamental es que los seguidores de Jesús lleguen a ser verdaderos discípulos de él, pues Jesús de Nazaret es el único maestro de la Iglesia (Mt 23, 8). El bautismo y la maduración doctrinal se alcanzarán en la medida que los creyentes conviertan el seguimiento de Jesús en el eje de su existencia.

Para la revisión de vida

La Ascensión de Jesús al cielo no es una marcha que nos deje desamparados, sino el paso del testigo, del revelo, de Jesús a nosotros, para que nosotros continuemos, como él, su misma tarea de anunciar la Buena Noticia a los pobres. ¿He aceptado yo el revelo que Jesús me pasa, o me limito a ser espectador de lo que otros hacen?; ¿pienso que Jesús se ha "ido al cielo" o siento que sigue vivo y presente en medio de nosotros?

Para la reunión de grupo

- Tras la "marcha" de Jesús, los apóstoles se quedan extasiados, mirando al cielo; pero unos hombres vestidos de blanco se les presentan para recordarles que ese mismo Jesús ha de volver y que no es cuestión de quedarse mirando al cielo. Y yo, ¿hacia dónde miro?, ¿he olvidado que a Dios lo encontraré en el pobre y en todo hermano necesitado y también soy de los que miran al cielo pensando que así le doy culto a Dios?

- La ascensión de Jesús es otra manera de presentar su resurrección, haciéndolo desde el punto de vista de su glorificación: Jesús ha sido constituido Señor de toda la creación; ¿quién es el verdadero Señor de mi vida: el Señor Jesús o alguno de los muchos diosecillos que se enseñorean de la vida de las personas?

- Jesús invita a los suyos a hacer discípulos de todos los pueblos, y a no olvidar nunca que él está con nosotros hasta el fin de los tiempos. ¿Vivo consciente de esa presencia de Jesús en mi vida, incluso en las ocasiones en las que puede darme la impresión de que Dios se ha olvidado de mí? ¿Tengo presente que la invitación que Jesús hace a los suyos para trabajar por el Reino también está dirigida a mí?

Para la oración de los fieles

- Por la Iglesia, para que sea consciente de estar enviada a anunciar la Buena Noticia del Reino a todas las personas. Oremos.

- Por cuantos nos confesamos cristianos, para que no nos quedemos "plantados mirando al cielo" y nunca caigamos en la tentación de huir, evadirnos o caer en el idealismo abstracto y teórico. Oremos.

- Por el papel de los seglares y las mujeres en la Iglesia, para que ellos también encuentren su puesto a la hora de colaborar en la tarea evangelizadora y cada vez tengan más cauces de participación en la vida de la Iglesia. Oremos.

- Por todos aquellos que han perdido la fe en la resurrección y la vida, para que nuestro testimonio les haga comprender que no es una forma de evasión sino la forma más profunda de ser auténticamente humanos al traducir nuestra fe en la otra vida en compromiso con ésta. Oremos.

- Por los que se sienten solos, para que nuestra cercanía, nuestro cariño y nuestra solidaridad les haga sentir que Dios siempre camina a nuestro lado. Oremos.

- Por nuestra comunidad, para que comprendamos que no hay otro camino al cielo que el que pasa por el compromiso concreto con los hermanos para construir un mundo fraternal.

Oremos.

Oración comunitaria

Señor, tú te despediste de los discípulos encomendándoles una misión evangelizadora y prohibiéndoles quedarse mirando al cielo; haz de nosotros unos apasionados transmisores de tu mensaje, de modo que aspiremos al cielo sin perder nunca de vista nuestro compromiso en la tierra, y que el gozo de tu continua presencia en medio de la comunidad nos mantenga fuertes en la esperanza y firmes en el amor real, concreto y transformador de nuestro mundo. Por Jesucristo.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


16.

Cristo asciende entre aclamaciones.

1. "Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperenza a que os llama, cuál la riqueza de la gloria y cuál la riqueza del poder con el que resucitó y sentó a su derecha a Cristo" (Efesios 1,3).

Quiero comenzar esta homilía con esta oración ardentísima de Pablo, porque sólo con la respuesta del Padre de la gloria a nuestro deseo de que nos ilumine, podremos rastrear un poco el gran misterio que celebramos.

2. Nuestros ojos que ven tantas cosas, nuestro corazón, que tan fácilmente queda prendido de lo terreno e insustancial, y nuestras preocupaciones y desvelos por los afanes temporales y cotidianos, apenas si dejan un resquicio por donde filtrar el rayo de la luminosidad del cielo. Nos ocurre, a los que vivimos en la ciudad, que perdemos la noción de la naturaleza, metidos en el asfalto y en la altura de los grandes edificios, y nos olvidamos de gozar de la contemplación de la belleza serena de una luna llena y espléndida en una noche cubierta con un manto de brillantes estrellas, o de una ladera verde y perfumada con el verde de los pinos o del impoluto y embriagante azahar de los naranjales.

3. En esta celebración, pues, insistamos en la oración al Padre para que ilumine con las luces poderosas de su Espíritu, nuestra mente adormecida, nuestra sensibilidad espiritual embotada, para que quede maravillada ante el esplendor de Cristo resucitado que sube al cielo. Si el Señor nos concede lo que le estamos pidiendo, saldremos de esta liturgia llenos de alegría, con el espíritu renovado y con mayores ganas de trabajar y de testificar que Jesús es el Hijo de dios, que aunque se ha ido al Padre, no ha dejado esta tierra, sino que está más presente que nunca, con una presencia invisible, pero real y eficaz, como nos lo ha prometido: "Sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo". (Mateo 28,20).

4. Pensamos que lo que no vemos y tocamos no existe, y ese es el mal del materialismo y del empirismo, en el cual vivimos sumergidos. Sólo la fe, que nos representa la acción del misterio dela presencia del espíritu en nuestras vidas, en el mundo y en la historia, puede devolvernos la alegría, el estímulo para practicar la virtud, aunque no sea agradecida ni recompensada, y el coraje para enfrentarnos a todas las dificultades y pruebas, incluso la muerte.

5. Jesús no ha dejado la tierra porque estuviera desengañado de nuestra infidelidad, ni porque se hubiera cansado de nuestra torpeza, sino porque su tiempo terreno se había cumplido, y porque ahora ha comenzado nuestro tiempo, el tiempo de la iglesia, por eso Lucas nos narra lo que los dos hombres, con vestidos blancos de sobrenaturalidad, han dicho a los apóstoles: "¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?" (Hechos 1,1), como diciéndoles: "Manos a la obra, muchachos". Yo estoy con vosotros, pero vosotros habéids de estar conmigo. Trabajad y haced el trabajo bien hecho. A que, aunque no aigáis mi voz, estad seguros de que yo oigo la vuesra y os respondo sin palabras, y os doy la inspiración en el momento oportuno, la palabra suave y amable cuando os asalte la cólera, la paciencia para seguir atendiendo a ese enfermo, la fortaleza en el aciago momento de la tentación, el discernimiento, para decidiros por lo que vale, y la fortaleza para seguir cargando con vuestra cruz. Después estaréis contentos, gozaréis de la victoria sin acordaros del sudor de la lucha, y experimentaréis que, aún viviendo en la tierra, os participo ya los bienes del cielo.

6. ¿Qué otra cosa, sino voy a hacer ahora, al partir el pan resucitado, que es mi cuerpo glorioso, y al daros a beber mi sangre derramada, que haceros partícipes de mi cielo, que yo os compré con mi muerte cruel, humillante y amarga y con la resurrección con que el Padre ma ha glorificado, sentándome a su derecha? En verdad, Cristo cabeza de la iglesia, nos lleva a nosotros, sus miembros, a donde está él, como nos lo había dicho: "Voy a prepararos sitio. Cuando vaya y os lo prepare, volveré para llevaros conmigo: así, donde esté yo, estaréis también vosotros" (Jn 14,2).

7. Cantemos con alegría con el Salmo 46: "Dios asciende entre aclamaciones; pueblos todos, batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo". Pidamos a Dios que nos conceda el deseo vivo de estar junto a Cristo. Amén.

J. MARTI BALLESTER


17.

Como ya no se celebra la Ascensión del Señor en el «jueves» precedente a este domingo, según fue tradicional en siglos pasados, su liturgia se traslada a lo que debería ser el VII Domingo de Pascua.

Los textos de este día están, pues, determinados por esta fiesta lucana del Señor. Y decimos eso porque es Lucas el autor que directamente en el Evangelio (24, 50-53) y en los Hechos de los Apóstoles (1, 9-10), habla de este misterio en el Nuevo Testamento.

La dedicaremos, por tanto, nuestro comentario.

1ª Lectura (Hch 1,1-11) : Seréis mis testigos... "Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalém...y hasta los confines del mundo. Dicho eso, le vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista..."

1.1. Sobre la Ascensión del Señor disponemos,según se ha dicho, de dos relatos, ambos de san Lucas: Evangelio 24,46-53 y Hechos de los apóstoles 1,1-11. Quien tenga la curiosidad de confrontarlos encontrará, con sorpresa, y a pesar de ser obra del mismo autor, algunas diferencias en aspectos del relato y en símbolos empleados.

1.2. En realidad no se trata de dos momentos opuestos. Pero sí resalta el dato de que en los Hechos de los Apóstoles la Ascensión se pospone «cuarenta días» a la resurrección, mientras que en el Evangelio todo parece suceder en el mismo día de la Pascua.

Esto último es lo más determinante, ya que la Ascensión no implica un grado más o un misterio distinto de la Pascua, si ésta se concibe integralmente como la «exaltación» de Jesús a la derecha de Dios.

1.3. Preguntémonos: ¿qué es lo que pretende Lucas en su relato, en los Hechos, con los "cuarenta días" ? Simplemente trata de establecer un período determinado, simbólico, de días (no contables en espacio y en tiempo), en el que lo determinante es lo que se refiere a hablar a los apóstoles del Reino de Dios y a prepararles para la venida del Espíritu Santo.

El tiempo Pascual extraordinario, viene a decirles Lucas a los discípulos, está tocando a su fin, y el Resucitado no puede estar llevándoos de la mano como hasta ahora. Los apóstoles deben abrirse al Espíritu, porque les espera una gran tarea en todo el mundo, hasta los confines de la tierra.

1.4. La pedagogía lucana, atenida a las necesidades de su comunidad, apunta a que la Resurrección de Jesús no supone (al contrario de la resurrección de otras personas) una ruptura definitiva con la tierra, con la historia, con todo lo que ha sido el compromiso de Jesús con los suyos y con todo el mundo. Jesús sigue presente. Pero, además, hay una promesa muy importante: los apóstoles recibirán la fuerza de lo alto, recibirán al Espíritu Santo que les acompañará siempre.

Lucas se vale, pues, teológicamente del misterio de las Ascensión para llamar la atención sobre la necesidad de que los discípulos entren en acción. Hasta ahora todo lo ha hecho Jesús y Dios con él; pero ha llegado el momento de una ruptura necesaria para la Iglesia en que ésta tiene que salir de sí misma, de la pasividad gloriosa de la Pascua, para afrontar la tarea de la evangelización.

2ª Lectura (Ef 1,17-23) : La esperanza a la que hemos sido llamados. "Que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál la esperanza a que os llama.."

2.1. En la carta a los Efesios (1,17-23) nos ofrece el autor, presuntamente Pablo, una fórmula de alabanza o acción de gracias al Señor y, además, una petición importante: pide para la comunidad el conocimiento, como una especie de carisma.

2.2. No se trata de un conocimiento intelectual, sino de un conocimiento de experiencia, que es el lenguaje en el que se expresa el mundo bíblico en sus relaciones con Dios y con la salvación.

De esta manera el conocimiento que se pide para la comunidad otorga una sabiduría como don incesante. No es un conocimiento de cosas, sino es una experiencia de fe y de amor.

3ª Evangelio (Mt 28,16-20) : Haced discípulos por todo el mundo

"Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado...Jesús les dijo : Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espírtu Santo..."

3.1. Con estos versículos que ha tomado la liturgia en este día se cierra el evangelio de de Mateo; y en ellos se quiere poner de manifiesto lo que Lucas ya nos ha atestiguado con la presentación de la «Ascensión»: que es el momento de los discípulos, de sus seguidores; y que ellos tienen que llevar el evangelio allí donde Jesús no pudo ir: a todo el mundo.

3.2. Eso lo proclama Jesús desde lo alto de un monte, con todo el simbolismo que tal gesto tiene en la Biblia:

Jesús otorga a los suyos un poder especialísimo que es comunicador de salvación y de gracia.

El bautismo, en su nombre, será, para siempre, el sacramento de iniciación de los que quieran llevar una vida nueva en este mundo.

Si Mateo ya había elegido un monte para proclamar la enseñanza de Jesús que ha pasado a la historia como el «sermón de la montaña» (Mt 5-7), y con ello se quería ir más allá del monte Sinaí y de la ley del Antiguo Testamento (la antigua Alianza), ahora, para culminar la teología de una Alianza nueva dada en una enseñanza nueva, Mateo, en Galilea, nos presenta al Resucitado corroborando, con un nuevo poder, lo que ya les había dicho en el sermón de la montaña.

Miguel de Burgos, op
 Convento de Santo Tomás
Sevilla


18.

Nexo entre las lecturas

El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse. (1L) Esta afirmación de los Hechos de los apóstoles nos ofrece una síntesis profunda de la liturgia en la solemnidad de la Ascensión. Jesús sube al cielo con su cuerpo glorificado. Deja a los apóstoles una misión clara y comprometedora: Id y haced discípulos a todos los pueblos (EV). Se trata de ir hasta los confines de la tierra para que resuene el pregón de Dios. Se trata de anunciar sin descanso cuál es la altura, la anchura y la profundidad del amor de Dios, que se ha manifestado en Cristo Jesús. El apóstol será pues el hombre del "amor más grande". El hombre consciente de que el Señor, que hoy asciende entre aclamaciones, volverá. ¡Volverá sin falta y lleno de Gloria!. Así pues, se trata en último término de comprender cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados (2L), comprender cuál es la herencia que Dios prepara a los que lo aman. Esta solemnidad de la Ascensión es pues un momento magnífico para examinar nuestro peregrinar en la vida, considerar que el Señor volverá para tomarnos consigo y que, por lo tanto, hay que reemprender con entusiasmo nuestras tareas cotidianas recuperando en ellas el valor de eternidad.


Mensaje doctrinal

1. Jesús resucitado es una grande esperanza para los apóstoles. Después de la experiencia traumática de la pasión, como hemos visto en los domingos precedentes, los apóstoles se encontraban desconcertados y atemorizados. Tenían temor de la actitud que tomarían los judíos en relación con ellos. No querían considerar su responsabilidad ante la misión que Cristo les había asignado. Todo este panorama empieza a cambiar cuando Cristo resucitado se hace presente entre los suyos y los confirma en su misión de testigos de la buena nueva del evangelio. Paulatinamente aquellos hombres paralizados por sus propios pensamientos y temores, empiezan a abrirse a la esperanza, empiezan a cobrar valor y decisión. Antes se encontraban incrédulos y ponían en duda el testimonio de las mujeres sobre la resurrección, ahora se les ve fieles y entusiastas por Cristo; antes se les veía tímidos y apocados, ahora se les ve llenos de vigor y seguridad. Es muy hermoso contemplar la actitud de estos hombres en sus encuentros con Cristo: a los discípulos de Emaús se les enardece el corazón y retornan presurosos sobre sus pasos para ser confirmados por los apóstoles y, a su vez, para proclamar la resurrección del Señor. Pedro se lanza al agua impaciente porque ha visto al Señor resucitado que lo espera en la orilla. María corre a anunciar a los apóstoles que el Señor ha resucitado.

En esta ocasión, el Señor resucitado los lleva a la montaña, lugar donde Él solía rezar y retirarse para estar a solas. Allí desaparece de su vista tras la nube. Ciertamente se trataba de una pérdida para los discípulos: habían terminado las apariciones del resucitado. Sin embargo, ellos empezaban a comprender que aquella ascensión era también una ganancia y ¡de qué precio!. Cristo asciende a los cielos para sentarse a la derecha del Padre y para prepararles un lugar como lo había prometido según el evangelio de San Juan que meditamos el domingo pasado.

Aquella nube que esconde el cuerpo de Cristo posee un profundo significado bíblico. En múltiples ocasiones en la Sagrada Escritura, la Gloria de Dios se manifiesta en forma de nube (Ex 16,10; 19,9 etc.). La nube fue la que se interpuso entre el campamento de los israelitas y el de los ejércitos egipcios que venían en su busca por el desierto. Esa nube era la que defendía a Israel y la que indicaba el momento de alzar el campamento y reemprender la marcha. El texto del Éxodo es muy significativo: Yahveh iba al frente de ellos, de día en columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en columna de fuego para alumbrarlos, de modo que pudiesen marchar de día y de noche. No se apartó del pueblo ni la columna de nube por el día, ni la columna de fuego por la noche. (Ex 13, 21-22). Es pues, función de la nube "guiar" de día y "alumbrar" de noche. Pero es también la nube la que se aparece en el Sinaí y envuelve a Moisés con el misterio para recibir las tablas de la ley. La nube es símbolo de la cercanía de Dios: Dios está presente, se avecina y se deja sentir, pero al mismo Dios es trascendente, es santo, está por encima de los cielos. La nube es revelación y misterio. Es revelación y ocultamiento. Es una verdad que se revela ocultándose y se oculta revelándose.

Para los discípulos la Ascensión fue un evento determinante, un misterio de Cristo que dejó en ellos una experiencia profunda. El Señor que había convivido a su lado se encuentra a la derecha del Padre para interceder por ellos. El Maestro, hijo de María e Hijo de Dios, ha triunfado del mal, del pecado, de la muerte y de la infamia del diablo.

2. El Señor subió a los cielos y se sienta a la derecha del padre. Cristo con su cuerpo glorificado en la resurrección sube al cielo y se sienta a la derecha del Padre. Para nosotros hombres esto puede tener dos significados:

a) Él nos precede en nuestro peregrinar hacia la casa del Padre. La naturaleza humana de Cristo es llevada al cielo. El catecismo de la Iglesia Católica nos instruye sobre el particular: "El Cuerpo de Cristo fue glorificado desde el instante de su Resurrección como lo prueban las propiedades nuevas y sobrenaturales, de las que desde entonces su cuerpo disfruta para siempre (cf.Lc 24, 31; Jn 20, 19. 26). Pero durante los cuarenta días en los que él come y bebe familiarmente con sus discípulos (cf. Hch 10, 41) y les instruye sobre el Reino(cf. Hch 1, 3), su gloria aún queda velada bajo los rasgos de una humanidad ordinaria (cf. Mc 16,12; Lc 24, 15; Jn 20, 14_15; 21, 4). La última aparición de Jesús termina con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube (cf. Hch 1, 9; cf. también Lc 9, 34_35; Ex 13, 22) y por el cielo (cf. Lc 24, 51) donde él se sienta para siempre a la derecha de Dios (cf. Mc 16, 19; Hch 2, 33; 7, 56; cf. también Sal 110, 1)"; (CCI 659).

Jesucristo está sentado a la derecha del Padre. "Por derecha del Padre entendemos la gloria y el honor de la divinidad, donde el que existía como Hijo de Dios antes de todos los siglos como Dios y consubstancial al Padre, está sentado corporalmente después de que se encarnó y de que su carne fue glorificada" (San Juan Damasceno, f.o. 4, 2; PG 94, 1104C).

Así nosotros tenemos la viva esperanza de llegar también un día al cielo, allí donde Él reina, allí donde la cabeza del cuerpo ha llegado. El cristiano debe tener los ojos puestos en el cielo y los pies sobre la tierra. Es decir, debe tener una esperanza sólida y profunda en la vida eterna, pero debe dedicarse con empeño y abnegación a las tareas presentes. La amonestación de los ángeles a los apóstoles es elocuente: Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse. Los apóstoles deben dedicarse a "acelerar el Reino de Dios", deben preparar la venida definitiva y gloriosa de Cristo Jesús.

b) En segundo lugar conviene subrayar que Él se encuentra en el cielo para interceder por nosotros. (Hb 9,24). Ésta es una noticia sumamente consoladora para el hombre que debe peregrinar sobre la tierra: tenemos en el cielo a Cristo glorificado que intercede por nosotros. Podemos tener confianza pues ante el trono de Dios. La consecuencia lógica de la exaltación de Cristo es la de ocupar nuestro tiempo sin tardanza, sabiendo que la gloria futura nos espera.

Quien comprende, iluminado por Dios, cuál es la esperanza a la que Dios nos llama, cuál la riqueza de la gloria que da en herencia a los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder (2L) vive de modo distinto. Da a su vida una dimensión de eternidad. Los momentos presentes se convierten en etapas maravillosas de un itinerario que conducen al amor eterno de Dios. Cristo, sentado a la derecha del Padre, reina eternamente y todo principado está puesto a sus pies y todo esto lo ha dado a la Iglesia, como Cabeza.


Sugerencias pastorales

Podemos pues decir que la misión del cristiano es "acelerar" la venida del Reino de Cristo para que Él sea todo en todos.

¿Qué puede significar para nosotros el "acelerar la venida del Reino de Dios?

a) Significa que debemos rezar junto a María, como los apóstoles, para esperar la venida del Espíritu Santo. En compañía de María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia. Debemos consagrar a Dios por manos de María toda nuestra actividad, nuestras penas y tristeza, nuestras alegría y conquistas. Nunca jamás se ha escuchado que alguno no haya sido atendido al recurrir a María.

b) En segundo lugar, "acelerar la venida del Reino" significa despertar y avivar y dar cauce a todas las fuerzas espirituales y apostólicas que existen en nosotros. El Evangelio de Mateo que leemos este domingo es una invitación entusiasta a "predicar" a salir en busca de los hombres para anunciarles la buen nueva. El Papa ama llamar a los jóvenes: los centinelas de la mañana. Aquellos que vigilan, aquellos que anuncian la llegada de las buenas noticias, aquellos que ponen en alerta ante los peligros. El centinela debe estar alerta, debe estar despierto, debe estar activo porque la llegada del Señor es inminente. Hay una pintura de Gerrit von Hunthorst, pintor holandés del siglo XVII que muestra a Pedro recluido en una cárcel obscura. Parece cansado y sin fuerzas. Súbitamente se presenta el ángel liberador. Muestra su presencia juvenil y su robusto brazo e invita a Pedro, ya anciano y decaído a ponerse en pie y a salir de la obscuridad de la cárcel (Cfr Hc 12, 5 ss.). El Ángel lleva consigo una nueva noticia, un nuevo impulso, un nuevo proyecto de parte de Dios, porque la Palabra de Dios no puede permanecer encadenada. Pedro debe salir y confirmar a sus hermanos. Pedro debe seguir dando testimonio, debe, en algún modo acelerar la venida del Reino.

No temamos poner en pie iniciativas que surjan entre nuestros feligreses, entre los jóvenes, entre la gente mayor. Hemos de convocar todas las fuerzas del hombre para llevar a Cristo a los hombres. Los hombres tienen necesidad de Cristo y no debemos perdonrnos fatiga para ayudarlos a encontrarlo.

P. Octavio Ortíz


19. 2002

COMENTARIO 1

16Los once discípulos fueron a Galilea al monte donde Jesús los había citado. 17A1 verlo se postraron ante él, los mismos que habían dudado.

. «Los once discípulos»: falta uno, Judas el traidor, repre­sentante del Israel histórico que ha pedido la crucifixión de Jesús. El Israel mesiánico se forma sin integrar al antiguo pueblo como tal. La expresión «los once discípulos», que excluye la existencia de otros discípulos (cf. 10,1: «sus doce discípulos»), muestra cla­ramente que el número es simbólico y que «los Doce / Once» abar­can a todos los discípulos de Jesús, fuese cual fuese su número.

En relación con la defección del Israel histórico está la ida a Galilea. Jerusalén, capital de Israel, queda atrás y no va a ser objeto de misión. La misión en Israel la han hecho Jesús (15,24) y los discípulos (10,6). Ahora que Israel ha rechazado al Mesías, la misión se dirigirá a los paganos. Galilea es el punto de arran­que, pues es la tierra limítrofe con las naciones paganas (cf. 8,28; 15,21). «El monte», como en 5,1, representa la esfera divina, la del Espíritu; desde ella va a enviar Jesús a los suyos. La presencia de Jesús en Galilea conecta al resucitado con el Jesús histórico, que ejerció su actividad en esa región.

Los discípulos se postran ante Jesús, mostrando su fe en él como Hijo de Dios (cf. 14,33), pero al mismo tiempo dudan El verbo «dudar/vacilar» se encuentra en el evangelio solamente aquí y en 14,31, donde delataba la falta de fe de Pedro, que lo llevó a hundirse en el agua. La escena está también en relación con la transfiguración: la realidad de Jesús ahora es la misma que se manifestó allí; la transfiguración anticipaba la resurrección. Teniendo en cuenta estos datos, la duda significa que los discípulos no tienen fe suficiente para asumir el destino de Jesús. Según Mt, es la primera vez que tienen experiencia del resucitado, el vencedor de la muerte; saben que han de afrontar la muerte para llegar a este estado. Como Pedro en 14,31, no se sienten capaces de realizar en sí mismos la condición divina que ven en Jesús.

v.v.18-20: Jesús se acercó y les habló así: -Se me ha dado plena autoridad en el cielo y en la tie­rra. 19Id y haced discípulos de todas las naciones, bauti­zadlos para vincularlos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo 20y enseñadles a guardar todo lo que os mandé; mi­rad que yo estoy con vosotros cada día, hasta el fin de esta edad.

. Durante la vida mortal de Jesús, «el Hombre» había tenido potestad «en la tierra» (9,6); ahora, después de su resurrec­ción, sentado a la derecha del Padre (26,64), su autoridad, como la de éste, se extiende a tierra y cielo. A través de la cruz ha llegado a la plena condición divina.

En virtud de esa autoridad universal, los manda en misión al mundo entero. Va a realizarse la promesa de Dios a Abrahán (Gn 17,4s; 22,18); toda la humanidad va a constituir el Israel definitivo. «Id» muestra que Galilea es el punto de partida. La misión con­siste en hacer discípulos, en proclamar el mensaje de Jesús para que los hombres sigan sus enseñanzas, aprendan su mensaje y lo practiquen.

Para ello, el primer medio es el bautismo. En el evangelio han aparecido dos bautismos, el de Juan, con agua, y el de Jesús, en su aspecto positivo, con Espíritu; en su aspecto negativo (atribui­do por Juan Bautista y que no pertenece a la misión), con fuego (cf. 3,11). El bautismo con agua es signo de arrepentimiento y en­mienda (3,6.8); sólo el bautismo con Espíritu vincula con el Pa­dre, con Jesús y con el Espíritu mismo. Mt indica la vinculación personal (= nombre) que se produce en el bautismo: el hombre queda vinculado al Espíritu, que completa su ser y lo pone en la línea del «Hombre» (cf. 3,16); por ser el Es­píritu, exhalado por Jesús en su muerte, el mismo Espíritu de Jesús, vincula a él porque produce la unidad de Espíritu; pero el Espíritu que recibió Jesús era el Espíritu de Dios (3,16), que lo hacia Hijo; por él reciben también los hombres la calidad de hijos del Padre y hermanos de Jesús (28,10). A la escucha y aceptación del mensaje sigue, pues, el bautismo del Espíritu, dado directa­mente por Jesús (3,11). Mt, que tiene una fuerte tradición judía, incluye probablemente en el encargo «bautizadlos» ambos bautis­mos el de agua, administrado por los discípulos, y el del Espíritu, obra de Jesús.

El segundo medio para hacer discípulos es la instrucción o en­señanza que lleva a la práctica. No se trata ya de un primer acer­camiento a Jesús por la audición del mensaje, sino de la práctica de éste. Jesús no encarga a sus discípulos enseñar doctrina (cf. 23, 8), sino «practicar todo cuanto os he mandado». Hay que aclarar el contenido de la enseñanza. En Mt, el verbo «mandar», con su­jeto Jesús, ha aparecido solamente en 17,9, donde prohibe a Pedro, Santiago y Juan decir nada de la visión que han tenido (la transfi­guración) hasta después de su resurrección. Esta orden no ofrece paralelo con el contenido de 28,20. Para encontrar un paralelo hay que remitirse al término entolé, «orden, mandamiento, encargo», de la misma raíz. Ahora bien, la única vez que aparece «manda­miento» sin referirse a los del AT (cf. 15,3; 19,17; 22,36.38.40) es en 5,19, donde denota las bienaventuranzas. Éstas son los manda­mientos de Jesús que toman el puesto de los de Moisés. Por otra parte, la frase «todo lo que yo os he mandado» es la misma que se usa a menudo para referirse a la antigua Ley (cf. Ex 23,22; 25,21; 29,35; 34,11.18.32; 40,16; Dt 1,41; 61.3, etc.). Jesús encarga a los suyos enseñar el código de la nueva alianza (cf. 26,28), que se com­pendia en las bienaventuranzas propuestas en su primer discurso (5,3-10). Nótese la oposición entre 5,19: «el que se exima de uno de estos mandamientos mínimos y lo enseñe así a los hombres» (motivo de exclusión del reino), y la totalidad que exige Jesús en la enseñanza y observancia: «todo lo que os he mandado».

Los que van a enseñar esto a las naciones han de practicarlo (cf. 5,19: «el que lo practica y enseña»). La comunidad con su modo de obrar y su fidelidad al mensaje de Jesús, constituye la escuela de iniciación para los nuevos adeptos.

La última frase de Jesús es una promesa que mira sobre todo a la misión. No van a estar solos en ella, Jesús va a acompañar­los en su labor (cf. Ag 1,13). Así se cumplirá el contenido de su nombre, Emmanuel: «Dios entre nosotros» (1,23). Juntos van a beber el vino nuevo de la entrega total (cf. 26,29). Tal situación du­rará hasta el fin de esta edad, que coincide con el del mundo, es decir, durante todo el tiempo del reinado de «el Hombre» en la historia (13,41). Después quedará solamente el reinado del Padre (13,48; 26,29), fase definitiva del reinado de Dios.

20. COMENTARIO 2

La primera lectura de la liturgia nos ofrece el relato de la Ascensión del Señor cuyo objetivo fundamental es trazar los rasgos específicos de la esperanza cristiana. Jesús, nuevo Elías, asciende a los cielos y este hecho no significa el fin de la historia deseado por los discípulos según se refleja en su pregunta: “¿Es ahora cuando vas a restaurar el reino para Israel?” (v.6). Se trata por el contrario, del tiempo del testimonio que prepara ese final. En el salmo interleccional se proclama la entronización de Dios como “emperador” y “rey” de toda la tierra y la carta a los cristianos de Efeso conecta el señorío del Mesías Jesús a la comprensión que deben tener los miembros de la comunidad eclesial sobre la esperanza a la que “abre su llamamiento” (1, 18) .

El Evangelio, final del relato de Mateo, vuelve a subrayar esa conexión. Comprende las circunstancias del último encuentro entre Jesús y sus discípulos (vv.16-17) y las palabras finales del Señor a su comunidad (vv.18-20).

Respecto a las circunstancias, el texto sitúa la escena en una montaña de la Galilea. Se produce en ella la teofanía del Resucitado que debe colocarse en relación con la montaña de la Tentación y con la montaña de la Transfiguración. Se anticipa, así el Señorío de Jesús, tema principal que se desprenden de las palabras que éste pronuncia.

Lejos del centro de la dirigencia religiosa, Jesús se encuentra con los Once. El número es el resultado de la sustracción de Judas de la cifra original de los Doce discípulos y significa la totalidad de los seguidores de Jesús que no defeccionaron. Todos ellos son beneficiarios de la experiencia del Resucitado.

Ante esa experiencia su actitud es una mezcla de adoración y de duda. Como Pedro ante el embate de las olas (cf. Mt 14, 23-33), la comunidad lleva en su seno estos dos sentimientos contradictorios. Ambos son los dos únicos textos de Mateo que combinan los verbos que se refieren a esos dos sentimientos.

Las palabras de Jesús se dirigen a fortalecer la fe comunitaria desde un encargo en que están implicados tres personajes: Jesús, el círculo de los discípulos y “todos los pueblos”. Respecto a sí mismo, Jesús afirma que ha recibido “plena autoridad en el cielo y en la tierra” (v. 18). Para el evangelista, la autoridad ocupa un puesto importante en la presentación de Jesús. Este, al inicio de su actividad, había rechazado la última propuesta del diablo en orden recibir “todos los reinos del mundo” (cf. Mt 4, 8-10), los discípulos habían visto actuante en Jesús el significado del poder divino pero debían mantenerlo en secreto (cf. Mt 16, 28 - 17, 9). Ahora es el momento de la proclamación de ese señorío, recibido por Jesús del Padre.

Los elementos que subrayan el universalismo son acumulados en este breve pasaje. Junto a “cielo y tierra” y la mención de los “pueblos” se da una significativa repetición del término “todo”, “plena autoridad” (v.18), “todos los pueblos” (v.19), “todo lo que les mandé” (v.19), “cada día” (v.20). La obediencia al querer divino confiere a Jesús un señorío universal que se ejerce sobre toda realidad creada.

Este señorío universal es el fundamento para la existencia de la realidad eclesial. El encuentro con Jesús Resucitado establece la Iglesia en el momento de la irrupción gratuita y definitiva de Aquel que ha sido entronizado a la derecha del Padre. De esta forma se inicia una nueva era con la presencia definitiva del Enmanuel, el Dios con nosotros.

Este “relato de vocación” de la comunidad eclesial describe la transmisión que le hace Jesús de “todo su poder”. Gracias a él pueden convocar a nuevos discípulos mediante el bautismo y la enseñanza. Por el bautismo, Jesús había iniciado el cumplimiento definitivo de la justicia del Reino (Mt 3, 15), igualmente el bautismo cristiano injerta a cada bautizado en la misma dinámica. Junto al bautismo, el otro rasgo característico de la existencia cristiana es la “enseñanza”. No se trata de una teoría que se debe proclamar, sino de la Buena Noticia del Reino frente a la cual todo creyente es un seguidor al que se exige un comportamiento coherente. Se trata de “guardar todo lo que les mandé”. De esa forma, toda obra y palabra de Jesús se convierten en punto de referencia que se debe tener presente en la propia vida.

El mandato de Jesús compromete a toda la comunidad eclesial y la responsabiliza frente a todas las naciones. Aunque ya iniciado en el círculo de los discípulos, el señorío de Jesús no puede agotarse al interno de la vida de las comunidades cristianas. Para ello cuenta con la asistencia de su Señor: “Yo estaré con ustedes”. Esta asistencia suministra el coraje necesario para superar todos los temores y tempestades y confiere un ámbito ilimitado para la actuación de la salvación.

Pero para ello, se exige de la Iglesia la misma obediencia de Jesús. Sólo en el rechazo del poder de dominio, en la obediencia filial al Padre, podrá realizar su tarea. Este “manifiesto” final del Señor Resucitado liga íntimamente la misión de la Iglesia al camino recorrido históricamente por Jesús de Nazaret, Hombre y Dios.

1. J. Mateos-F. Camacho, El evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid
2. Diario Bíblico. Cicla (Confederación Internacional Claretiana de Latinoamérica)