HOMILÍAS PARA LA MISA VESPERTINA DE LA VIGILIA DE NAVIDAD

1. 

Navidad, fiesta de la alianza amorosa 

Jerusalén, ciudad destruida y prostituida por sus enemigos, desterrada y solitaria, infiel y  pecadora, es, a pesar de todo, invitada por Yavé a unirse a El en una alianza de amor, como  una novia virgen y joven.

Es ésta una de las más bellas imágenes de lo que es Navidad, día en el que brilla hasta el  exceso el apasionado amor de Dios hacia los hombres; el total y absoluto amor, más fuerte  que la misma infidelidad.

Hoy se nos dice que no es cierto que Dios castiga nuestro pecado y desprecia nuestra  pequeñez. El Dios de Jesús, nuestro Dios, no conoce el resentimiento ni la venganza. Todo  él vibra como un novio en la noche de bodas. Y en esta noche, la novia es la humanidad;  mujer de cuyo seno brota y surge el bello fruto de la libertad, de la paz, de la justicia y de la  alegría.

El esposo divino hoy invita a su mujer a vivir amando, a amar gozando, a gozar  entregándose. Bien lo intuimos al considerar este día como una de nuestras fiestas  populares más grandes y más bulliciosas, como también más íntima y más familiar. Es la  noche de bodas...

D/ESPOSO:Los cristianos, tan acostumbrados a llamar Padre a Dios, hemos olvidado este  otro nombre con que la Biblia invoca a Dios: esposo. Es cierto que a los hombres nos cuesta  sentirnos «la esposa» de Dios, cumpliendo un papel femenino ante su masculinidad. Pero  más allá de las palabras, está la realidad profunda: dos esposos son dos seres que se unen  en una empresa común: amarse y gozar, crecer y hacer crecer. La figura de «padre»  siempre nos deja la impresión de autoridad, de severidad, de poder, hasta de castigo. No así  la de esposo: nuestro Dios se nos acerca seduciéndonos, sin gritos ni amenazas, enamorado  de la raza humana, atrapado por nuestra condición humana. Tanto se enamora que se  vuelca totalmente y él mismo se hace «hijo» de la tierra, se hace hombre: es Jesús. Sentir en esta noche a Dios como esposo, nos lleva, sin duda alguna, a un cambio muy  grande en nuestra concepción de la religión y de la fe. Al esposo se le habla de igual a igual,  se le siente la otra parte de uno mismo, la otra mitad de nuestro ser. Sólo en la unión con el  esposo la mujer se siente entera, total. Y lo mismo le sucede al marido.

Navidad nos muestra a este Dios presente en un niño, en todo igual a los hombres;  necesitado de cariño y afecto, de una madre, de gente a su alrededor... Dios necesita de los  hombres. Y los hombres necesitamos de este Dios, interioridad de nuestra vida, plenitud de  ser, totalidad de amor.

Jesús es el hijo de Dios, porque es su don, el fruto de su amor. Pero también es el fruto de  la tierra, el don de la humanidad, la expresión de un profundo amor yacente en una mujer.  Así María, en esta noche, con ese amor delicado, íntimo y total, bien expresa lo que debe ser  la comunidad cristiana: receptora del Espíritu, dadora de vida.

Celebrar Navidad es colocar en el centro de nuestro interés una sola cosa: el amor. El hijo  de este amor es Jesús. Poco importa quiénes son sus padres. Poco importa de dónde viene  ese hombre o aquella mujer... Navidad nos enseña que todo hombre y toda mujer son  expresión de amor y llamada al amor.

2. Jesús, el gran proyecto de la historia 

A lo largo de las reflexiones del Adviento, hemos ido considerando este importante  elemento de reflexión al que nos invita la Navidad.

Hoy Pablo y Mateo insisten en él.

Jesús no llega de repente, como un fruto exótico. Es el final de un largo proceso histórico  que se inició con Adán, que tomó fuerzas con Abraham, que se vislumbró con David y los  profetas, y que, finalmente, «de esta descendencia, Dios lo hizo emerger como Salvador»,  como bien lo recalca Pablo.

Mateo, por su parte, al darnos la genealogía de Jesús, lo entronca con hombres y mujeres  que lo precedieron en una larga cadena que culmina en José y María (Mt 1,1ss). Jesús pertenece a la historia de la humanidad, es totalmente hombre y con esa misma  totalidad se comprometió con la historia de su pueblo. Jesús no es una abstracción, no es un  mito o una leyenda, no es una abstracta doctrina ni un frío código de moral... Es realidad  histórica; es presencia salvadora, según hemos reflexionado en el domingo anterior. Nadie  puede afirmar que Dios sigue en las nubes o en los libros; que está alejado de nuestras  preocupaciones o que sólo nos espera en el más allá. «El que me ve a mí, ve a mi Padre»,  dirá él mismo.

Celebrar la Navidad con una liturgia, en una eucaristía, no es para recordar solamente lo  sucedido en el pasado. Hoy Navidad es presencia del mismo Cristo resucitado, que se reúne  en la mesa con los suyos. Hoy sigue presente en la historia a través de su pueblo, un pueblo  que a veces anda por las nubes y que necesita encarnarse entre los hombres,  solidarizándose hasta las ultimas consecuencias.

Por todo esto, el centro de la Navidad es el Hombre, porque Dios se ha hecho hombre. Un  hombre-presencia-en-la-historia.

Y ése es el hombre al que estamos todos llamados a encarnar. No somos un simple  instrumento en las manos de Dios; tampoco somos algo abyecto y miserable, como cierta  mística desencarnada quiso afirmar alguna vez.

Somos los ejecutores de nuestra propia liberación, como responsables, como seres  adultos y conscientes de lo que somos y de lo que debemos llegar a ser y a realizar. No es  minimizando al hombre como se engrandece a Dios. Es Dios quien hoy se minimiza para  engrandecer al hombre.

Así Navidad nos da la base para elaborar un auténtico humanismo, una teoría cristiana  sobre el hombre.

Jesús nace del sí libre de María para ser libre. Y para ser libres -dicho en lenguaje bíblico:  salvados- se nos ha llamado.

Si los cristianos viviéramos Navidad, no como la fiesta del arbolito, sino como la fiesta del  Hombre-presencia, ciertamente que nunca se hubiera dicho que nuestra fe es el opio del  pueblo, ni los hombres hubieran tenido en más de una oportunidad que renegar de Dios  para construir su historia.

Navidad hoy nos desafía. Dios nos desafía a ser hombres creadores de nuestra libertad.  Dios desafía a los cristianos a que lo seamos por algo más que el nombre. Jesús recibió un  nombre: Salvador. ¿Los resultados? Murió clavado en la cruz.

Nosotros somos cristianos... ¿Cuáles serán los resultados? 

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A. 1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 99 ss.


2. 

El rey prometido. 

Los textos de la misa de la vigilia giran en torno a este tema: el salvador prometido a Israel  será su rey. En el concepto de rey se incluyen dos elementos: él rey es el resumen  representativo de todo el pueblo y, a la vez, el que le supera, el que le confiere sentido y  orden. El árbol genealógico de Jesús, tal y como lo presenta Mateo en el evangelio, muestra  tres peculiaridades. En primer lugar se menciona a Jesús como descendiente de la estirpe de  David, rey que desciende a su vez de Abrahán, el fundador del pueblo y de su fe. Después  se mencionan los reyes de Israel según se fueron sucediendo, aunque se silencian los  nombres de los que fueron especialmente impíos. Y finalmente aparece la extraña serie de  nombres de mujeres y de madres: Tamar, Rut, Betsabé y María, la última de todas. El árbol  genealógico de los descendientes de David termina con «José, el esposo de María», de la  que nace el Mesías. Los judíos consideran como padre legal al que reconoce al niño. Es lo  que hace José, por indicación del ángel. Esto coloca a Jesús dentro de la sucesión real: los  Magos preguntarán por el «rey de los judíos que ha nacido».

2. Las nupcias reales. 

El texto de la primera lectura, tomado de Isaias, insiste también en el tema y lo asocia con  el de las nupcias de Dios con el pueblo elegido. Unas nupcias que brillan como una luz sobre  el mundo entero, «todos los reyes verán tu gloria». Y en la entrega definitiva de Dios a su  pueblo -que acontece en el envío de su Hijo-, Israel será «una corona fúlgida en la mano del  Señor, una diadema real en la palma de tu Dios». Pero no se trata de una concesión externa  de poder, sino de la creación de una íntima relación de amor, «como un joven se casa con  su novia, como la alegría que encuentra el marido con su esposa». El poder divino que el  pueblo recibe en Jesús, y que le hace partícipe del poder real de Dios, es el poder del amor,  en el que Dios como Esposo confiere su poder supremo a la criatura, quien de este modo,  ella que era una simple esclava, se convierte ahora en reina: la humanidad de Jesús deviene  así digna de ser adorada junto con su divinidad.

3. Homenaje. 

En la segunda lectura Pablo describe el comportamiento del hombre elegido con respecto  a esta gracia recibida de Dios. Sólo Dios ha «enaltecido» al pueblo elegido. Ya en tierra  extranjera, en Egipto: «Con su brazo poderoso los sacó de allí». «Después suscitó a David  por rey». Esta elevación procede exclusivamente de Dios, y se produce para que el hombre  elegido pueda «cumplir todos mis preceptos»: la realeza por gracia divina es siempre puro  servicio a Dios. El salvador de la estirpe de David consumará esto en cuanto que, como rey  del universo, «no hará su voluntad, sino la voluntad del Padre». Este servicio se cumple en el  gesto de homenaje del último precursor, que se declara indigno de «desatar las sandalias»  al rey supremo que viene detrás de él. Todavía en el Apocalipsis, los elevados a la dignidad  real son los que adoran más profundamente al Rey eterno.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 19 s.


3. MIEDO/SEGUIMIENTO

A lo largo de la historia de la salvación, repetidas veces se ha acercado Dios a los hombres, a un hombre, para decirles que no tuvieran miedo. El evangelio de hoy es un ejemplo de ello. Ya el ángel había dicho a María: ¡No tengas miedo! ¿QUÉ SIGNIFICAN ESOS MIEDOS? Miedo de Dios y miedo de los hombres, miedo de un peligro y miedo de un exceso de esperanza, miedo de sentirse solo y miedo de saberse demasiado amado. Miedo es una sensación que tenemos ante cualquier cosa que haga peligrar nuestro equilibrio, exterior o interior. El miedo viene de una causa externa, pero en último término siempre es de mí y por mí por lo que tengo miedo: temo no estar a la altura de lo que se me pide, o temo tener que ponerme a esa altura. El miedo es algo así como una compasión propia.

-El miedo de José.

José no se atreve a tomar a María como esposa. Es un hombre justo, intuye un misterio y tiene miedo de entrar en él. Miedo del misterio. ¿Miedo también de las responsabilidades? Dios se nos manifiesta por caminos inéditos. Dios es indomesticable.

Permitir la entrada de Dios con todo su misterio en nuestras vidas SIGNIFICA EXPONERNOS a sorpresas continuas, renunciar a nuestras seguridades, tener que cambiar nuestra tendencia a la táctica por el don gratuíto de la esperanza. Significa dejar nuestras pequeñas pero palpables riquezas y ponernos pobres y sin experiencia a merced del Señor, que es libertad suprema.

José había hecho sus planes. Siendo hombre justo, se imaginaba seguir caminos de justicia y de amor. Como cualquier joven, había escogido una esposa. Sin ambición de ningún tipo, veía la vida en Nazaret con una serena tranquilidad: trabajar y amar, formar una familia en el temor de Dios y en la práctica de la Ley, llegar a una vejez venerable y, bendecido por Dios y por los hombres, volver al lugar de sus padres. Hijos y nietos bendecirían su memoria y perpetuarían a lo largo de las generaciones sus nombres.

En María ocurre algo que no comprende. Y tiene miedo, porque ve la mano de Dios demasiado próxima. Instintivamente quiere volverse atrás, para bien de María y suyo propio. Hasta que el Señor le aclara lo que está ocurriendo y, destruido el miedo, le prepara para INTRODUCIRSE EN EL MISTERIO.

NV/MIEDO: -El miedo de la Navidad ¿No hemos sentido nunca miedo ante una de esas interrupciones de Dios en nuestras vidas? Cada Navidad puede ser una. Hablamos mucho de la alegría de la Navidad, de su ternura significada por el niño que nace. ¿Hemos pensado nunca que todo niño que nace, gozo y ternura, es también motivo de miedo para los padres? Todo niño es un MISTERIO y comporta unas RESPONSABILIDADES y no permite que nos tracemos caminos demasiado fáciles, No sería nada malo hablar del miedo de la Navidad. Porque la Navidad es el primer paso en el camino que nos debe conducir a una participación activa en la historia de salvación. El niño que vemos nacer es el hombre que veremos morir. En la Navidad, los ángeles cantan la gloria de Dios; luego la tierra se resquebrajará en protesta por el gran ultraje. Si estamos atentos, Navidad significaría cargar con unas responsabilidades y entrar en un misterio indescifrable. Dejarnos penetrar por la Navidad significa entrar de lleno en la lucha por la justicia. Y eso da miedo.

Pero ahí es cuando aparece la palabra que hemos oído en el evangelio: José, hijo de David, no tengas reparo... José, hijo de David, ¡no tengas miedo! La razón para no tener miedo nace del misterio mismo de la Navidad. El niño que nos ha de nacer llevará el nombre de Emmanuel, que significa: DIOS-CON-NOSOTROS. Y Dios-con-nosotros siempre es prenda de salvación. Una salvación que nos llegará por caminos inéditos, que deberemos trabajar con nuestro esfuerzo, siempre sometidos a sorpresas. "No tengas miedo" es un grito de esperanza, de esa esperanza que, por venir de Dios y por aferrarse como un ancla al misterio de su amor, nunca nos engaña.

MIQEL ESTRADE
MISA DOMINICAL 1974, 6


4. EVA/M

Jesús, el Hijo de Dios, se hace hombre y así cumple las promesas e inaugura el tiempo de la salvación, que es el que nosotros estamos viviendo hasta el final de la historia.

Ya hace dos mil años que vino, pero ahora de nuevo quiere entrar en nuestra existencia, hoy y aquí. Su nombre, según la profecía de Isaías que acabamos de escuchar, es "Emmanuel, Dios-con-nosotros". ¿Podemos gozarnos de un nombre y de un acontecimiento más esperanzador? También Pablo nos ha asegurado que Cristo Jesús, en cuanto hombre, ha nacido de la estirpe de David: es el misterio de un niño cuyo nacimiento celebramos, que es a la vez hombre de nuestra raza y el Hijo eterno de Dios. Y viene, nos ha dicho, "a salvar a todos", para "que todos los gentiles respondan a la fe".

El evangelio de Mateo también nos revela cuál es el nombre del que nace en Belén. El ángel se lo dice a José: el hijo de María se llamará "Jesús", que significa "Dios salva", y también "Emmanuel, Dios-con-nosotros", anunciando así que la profecía de Isaías se cumple en Jesús de Nazaret.

En la víspera de Navidad los cristianos de todo el mundo nos alegramos de esto, por encima de otros varios aspectos de la fiesta, amables pero más románticos y superficiales. Celebramos que Dios es Dios-con-nosotros, un Dios Salvador. Es la fiesta mejor que podemos imaginar.

Pero hoy nuestra celebración está impregnada de un recuerdo entrañable: el de la Madre del Mesías, la Virgen María.

Ya Isaías anunciaba que "la virgen dará a luz un hijo, y este hijo será el Emmanuel, el Dios-con-nosotros".

En María se cumple como ha dicho Mateo en el evangelio, la profecía de Isaías, una virgen que da a luz un hijo, que es el Dios-con-nosotros. María es la nueva Eva: en el prefacio (el IV) glorificaremos a Dios "por el misterio de la Virgen Madre. Porque si del antiguo adversario nos vino la ruina, en el seno virginal de María, la hija de Sión, ha brotado para todo el género humano la salvación y la paz. La gracia que Eva nos arrebató nos ha sido devuelta en María..." El recuerdo de María es muy oportuno para que terminemos bien el Adviento y celebremos con fe y profundidad la Navidad. En esta fiesta, en unión con todas las comunidades cristianas del mundo, miramos a la Madre del Señor, la Virgen María, nos gozamos con ella y aprendemos de ella a acoger al Salvador con fe y con amor, abriendo nuestra existencia a su gracia.

Al lado de la Virgen está también José, su esposo. Un joven humilde, trabajador de pueblo, que nos da un ejemplo de actitud abierta hacia Dios y sus planes.

Él no entiende del todo el papel que Dios le asigna en la venida del Mesías. El evangelio nos ha contado sus dudas: no porque sospeche nada de María, o porque ignore lo que en ella ha pasado.

Precisamente porque José ya conoce el misterio sucedido y sabe que el hijo que va a tener María es obra de Dios, por eso, en su humildad, no quiere usurpar para sí una paternidad que ya sabe que es del Espíritu y se quiere retirar: no comprende que él pueda caber en los planes de Dios. Es el ángel el que le asegura que sí cabe: va a ser esposo de María y por eso va a hacer que el Mesías venga según la dinastía de David. José acepta los planes de Dios. Como tantos otros en la Historia, que se encuentran desconcertados, pero sse fían de Dios. José acepta lo que se le encomienda y vive la Navidad desde una ejemplar actitud de creyente.

Junto con María, también José es un modelo para todos nosotros, abierto a la Palabra de Dios, obediente desde su vida de cada día a la misión que Dios le ha confiado. También de él podemos decir como de su esposa: "feliz tú porque has creído".

En la Navidad celebramos un acontecimiento siempre nuevo: Dios que se hace Dios-con-nosotros, Dios-Salvador. El recuerdo de María y de José nos ayudará a que esta fiesta no sea vacía, una Navidad sin Jesús. Sino una Navidad en la que gozosamente celebramos que Dios se ha hecho de nuestra familia, que ilumina toda nuestra existencia, y que nos pide una acogida de fe y de amor.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1989, 24