COMENTARIOS AL EVANGELIO
Lc 2. 1-14

 

Comencemos nuestra reflexión sobre el evangelio señalando las relaciones de palabras o de temas significativos.

Resulta sugestiva la secuencia de nombres de lugares. El relato empieza hablando de "el mundo entero", luego de Siria, después de Galilea y Nazaret, de Judea y Belén y, finalmente, de la posada y del pesebre. De esta forma, con un movimiento semejante al de una cámara que, en el marco de un vasto paisaje al que se acerca poco a poco, se fija progresivamente en un único punto, dejando todo lo demás hasta no ver más que aquel punto, el autor conduce nuestra mirada desde las lejanas fronteras del universo hasta el pesebre de Belén.

El sentido del procedimiento es fácil de entender. Porque entre los nombres de lugares, los hay relacionados con personas.

César Augusto y "el mundo entero"...; Cirino y Siria; Belén y David, finalmente, Jesús y el pesebre. Por lo tanto, el autor ha hecho desfilar sucesivamente ante nosotros a las diversas autoridades reconocidas por los hombres, con la indicación del campo en el que ejercen su poder, hasta conducirnos, finalmente, a aquel que posee la verdadera autoridad, el único verdadero poder: no ya César, reinando sobre toda la tierra, ni Cirino, el gobernador de Siria, ni siquiera David en su ciudad de Belén, sino Jesús en su pesebre, aquel a quien hay que llamar el Mesías-Señor.

El que Jesús ocupe el lugar de esas autoridades reconocidas o establecidas, se deduce de los títulos que le son atribuidos.

El es, dice el ángel, "Salvador, Mesías-Señor". En tiempos de Lucas, los romanos gratificaban a sus emperadores con los títulos de "Salvador", de "Señor"; y mucho antes, la tradición bíblica había considerado a los reyes del Antiguo Testamento, a aquellos "ungidos", "mesías", "cristos" (2 Sam 1, 14-16), como "salvadores": "El salvará a los hijos de los pobres", canta, por ejemplo, el salmo 72, a propósito del "rey" y del "hijo del rey" (vv. 1 y 4). Así, pues, a partir de "hoy", todos los monarcas humanos, sean cuales fueren, paganos o judíos, no tienen ya el privilegio de tales títulos, de los que el nacimiento de Jesús les desposee. Únicamente éste que acaba de nacer puede ser llamado y lo es verdaderamente, Salvador, Mesías y Señor.

El acontecimiento es considerable para los hombres que saben por dura experiencia que "los reyes de las naciones gobiernan como señores absolutos, y los que ejercen la autoridad sobre ellos se hacen llamar Bienhechores" (Lc 22, 25). Pero se ha producido un parón en esta sed de consideración y de prestigio, porque el que ahora posee la autoridad se presenta a los hombres de una forma desacostumbrada: "envuelto en pañales y acostado en un pesebre... porque no había sitio para ellos en la posada". Es comprensible que el que así nace, el que no se comporta como los poderosos de este mundo, pida un día a sus discípulos "que el mayor entre vosotros sea el que sirve" (22, 26).

El acontecimiento es, aún ahora, más considerable de lo que parece. El niño es llamado "Señor", con un título que se atribuían los monarcas terrenos pero que en el lenguaje cristiano -el del evangelista, por lo tanto- adquiere un sentido mucho más rico. Esto se ve confrontando tres pasajes de los Hechos donde se proclaman los mismos títulos que los ángeles dieran a Jesús. El primer pasaje habla de la Buena Noticia del Cristo Jesús (5, 42); el segundo, de "la Buena Noticia del Cristo Señor" (11, 20); el tercero, de la Buena Noticia de "este Jesús a quien Dios ha constituido Señor y Cristo" (2, 36). De modo que, el Señorío de Jesús, manifestado mediante su resurrección y su ascensión, que han revelado en él al Hijo de Dios (Lc 1, 35), es proclamado por los ángeles en el momento mismo de su nacimiento. Desde ese día, a Jesús se le llama "Señor", porque lo es, no solo a la manera con que se saludaba a los emperadores, sino a la manera con que Dios era celebrado en el Antiguo Testamento.

No es, pues, únicamente un cristo, un salvador, un señor, de este mundo el que yace en el pesebre, sino el Cristo de Dios, el Señor. Sorprendente trueque de las cosas que lleva, además, en sí mismo un motivo para suscitar la convicción. Los pastores, se nos dice, verán un "signo", pero ese signo no será otra cosa que la realidad... oculta, escondida. Escondida e invisible para quienes permanecen en la noche; luminosa como la claridad angélica para quienes saben verla. Maravillosa Buena Noticia, pues: "Os traigo la buena noticia, la gran alegría", el Evangelio de la alegría, comparable al que predicaban los Apóstoles publicando la resurrección de aquel Jesús que los judíos habían condenado.

Buena noticia que anuncia ese vuelco de las cosas, de las situaciones, de las realidades terrestres que detallará el discurso de las Bienaventuranzas: "Los que lloran hoy, los que tienen hambre hoy, los que son pobres hoy: ¡dichosos! (Lc/06/20-26).

Precisamente esa extrema novedad traída por el nacimiento del Señor en un pesebre queda sugerida mediante otras oposiciones de palabras. Ya hemos aludido a la antítesis noche-luz.

Los pastores se encontraban en la noche antes de que se les comunicara y fuera proclamada a sus oídos la Buena Noticia; he aquí que con los mensajeros del sorprendente misterio aparece una extremada claridad, que es "la Gloria del Señor". Cambio total de las cosas, indicio de un mundo verdaderamente nuevo en el que las realidades aparecen al fin tal como son.

El secreto de la maravilla, objeto del discurso angélico, se dice con una frase muy breve cuyo sentido ha sido una lástima que lo falseara una antigua traducción: el ángel habla de los "hombres que Dios ama". El texto no insiste en esta palabra-clave que queda sin comentario. Advirtamos que el mismo término vuelve a salir en 10, 21: "el bien-querer" del Padre ("beneplácito" suena quizá peor hoy día), su "benevolencia" ha dirigido la predicación de Jesús; y la misma raíz vuelve a encontrarse en 3, 22, en las palabras que Dios dirige a Jesús, ese "hijo en quien ha puesto todo su amor". Por eso, porque los hombres son el objeto de la benevolencia, del amor divino, se opera la maravilla que convierte a la noche de los hombres tan luminosa súbitamente como el día.

Finalmente, hay que prestar atención a los personajes: José y María pasan rápidamente por la escena y dejan el lugar a dos grupos de interlocutores: el ángel del Señor, por una parte, en seguida rodeado de "una legión del ejército celestial", y los pastores, por otra. Estos últimos permanecen callados, destinados a tomar la palabra en el segundo acto. El ángel responde a su pregunta incluso sin que la hayan formulado (vv. 9 s). De este modo, los hombres quedan sorprendidos de improviso, con la boca abierta, pasivos ante la súbita irrupción del don de Dios.

Los ángeles hablan... Su discurso tiene un doble registro. Hablan a la manera de los predicadores apostólicos al publicar la Buena Noticia de Jesús, Cristo y Señor... Pero luego cantan "Gloria a Dios". Interesante yuxtaposición de los procesos: la palabra de evangelización y la palabra de alabanza, la que publica la Buena Noticia y la que formula la Gloria de Dios. No es fácil unir en una vida humana, tan bien como lo hacen los ángeles, los dos procesos; sin embargo, aquí se entrevé que están muy cerca uno de otro. El primero dice a los hombres las maravillas divinas, que vuelve a ponderar el segundo para felicitar por ellas a su Autor.

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE LUCAS
Edit. Sal Terrae, Santander 1982, pág. 82


2.J/ALIMENTO.-

"...lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre...".-No tenían sitio en el albergue de los viajeros, y el texto nos dice que -una vez nacido- el niño es acostado en un pesebre de animales. La tradición posterior concretó el lugar en una cueva donde se guardaban animales. Jesús nace como alimento salvador para el rebaño de su pueblo.

J. NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1988, 24


3. D/POBREZA  J/HIJO  A/POBREZA  POBREZA/VCR:

Es pobre el que dice a otro: "Tú eres todo para mí; todo me viene de ti, empezando por el ser mismo. Mi riqueza no está en mí, esta en ti". Es pobre el que puede decir: "Todo me ha sido entregado por mi Padre" (Lc 10, 22) o también: "Mi doctrina no es mía sino del que me ha enviado" (Jn 7, 16). Mediante estas palabras el hijo dice al Padre: "Tú eres todo para mí; nada tengo que no sea tuyo".

Es pobre el que puede decir: "Todo me ha sido entregado por mi Padre" (Lc 10, 22) o también: "Mi doctrina no es mía sino del que me ha enviado" (Jn 7, 16). Mediante estas palabras el Hijo dice al Padre: "Tú eres todo para mí; nada tengo que no sea tuyo". Pero también es pobre el que nada guarda para sí, aquel que es don total y permanece y cuyo Hijo puede decir: "Dios amó tanto al mundo que le entregó a su Hijo único" (Jn 3, 16), o también: "El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano" (Jn 3, 35) o también: "Todo lo que el Padre tiene es mío" (Jn 16, 15) o también: "Eran tuyos y tú me los has dado" (Jn 17, 6).

Es pobre el Hijo que no recibe nada como no sea para devolverlo. "Mirad que voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre" (Lc 24, 49), o también: "Padre, los que tú me has dado, quiero que en donde yo esté, se hallen también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has entregado" (Jn 17, 24) o también: "En tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc 23, 46). Es pobre quien no dispone para sí de los bienes que ha recibido en herencia, el que puede decir: "Ha complacido a vuestro Padre daros el Reino" (Lc 12, 32) o también: "Yo dispongo en favor de vosotros del Reino, como mi Padre lo dispuso para mí" (Lc 22, 29).

Es humilde y dependiente el que no tiene más voluntad que la voluntad de su Padre: "¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" (Lc 2, 49) y también: "Mi aliento es hacer la voluntad del que me ha enviado" (Jn 4, 34), o bien: "He bajado del cielo no para hacer mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado" (Jn 6, 38) o también: "Nada puedo hacer por mí mismo... No busco mi voluntad sino la voluntad del que me ha enviado" (Jn 5, 30) y también: "El Padre que me envió me ha mandado lo que tengo que decir y hablar y sé que su mandato es vida eterna" (Jn 12, 49-50), "Padre todo te es posible, pero no sea lo que yo quiero sino lo que quieras tú" (Mc 14, 36).

Son humildes y pobres las personas divinas que se prestan mutuamente testimonio diciendo: "Este es mi Hijo muy amado, en quien me complazco" (Mt 3, 17) o también: "Nada puede hacer el Hijo por su cuenta sino lo que ve hacer al Padre. Lo que hace él eso también lo hace igualmente el Hijo porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él hace" (Jn 5, 19-20) o bien: "Si yo mismo me glorificase, mi gloria no valdría nada; es mi Padre quien me glorifica" (Jn 8, 54). Es humilde y dependiente en su ser más profundo el que puede decir: "Me ha enviado el Padre que vive y yo estoy vivo por el Padre" (Jn 6, 57) y además: "El Padre está en mí y yo estoy en el Padre" (Jn 10, 38) o bien: "Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador" (Jn 15, 1).

Sí, Dios es pobre, humilde y dependiente. De Dios no se dice nunca que posee, se dice que es. No hay amor sin pobreza puesto que sólo la pobreza total permite darlo todo sin retorno a sí mismo, recibir todo del otro en la gratitud perfecta, devolver todo al otro en un impulso de reciprocidad sin recelo. No hay amor sin dependencia. Como el padre del hijo pródigo, amar es querer seguir, reunirse, suscitar, glorificar. Porque no hay amor sin humildad. "Una mirada que domina al otro no es una mirada de amor" dice el padre Varillon. Cuando Jesús mira a su Padre, se borra ante él. Y cuando el Padre mira a su hijo pone en esa mirada toda su complacencia.

Dios es amor; es pobre en todo, salvo en amor; sólo es todopoderoso en amor; es grande y por encima de todo, en amor. No puede darnos nada más que amor. Pedimos incesantemente a Dios. Pero, si no posee nada, no puede darnos cosa alguna; en desquite, nos da a alguien. Se da él mismo y por ello, nos colma más allá de nuestros pobres deseos, porque él es el único que puede colmar los deseos del corazón del hombre a quien ha hecho a su imagen y en quién él mismo ha inscrito la necesidad de hallar a alguien que sea Dios. Y el movimiento mismo de la pobreza, humildad y dependencia de Dios es el Espíritu Santo; él es el dinamismo mismo del autor trinitario. Gracias al Espíritu Santo que cubrió a María con su sombra, nos es dado este signo del Niño-Dios.

¿Qué viene a hacer aquí este Niño-Dios? María y José, esa pareja joven y enamorada, se han visto sacados de la relativa comodidad y de la seguridad de su vida en Nazaret donde tenían un domicilio y amigos. Este niño que conduce al mundo y los acontecimientos -del que San Juan dice: "En él, por él, para él, todo ha sido creado"- arrastra a sus padres, a los que ama con un amor incomparable, a una situación incómoda y pobre. Desde luego, están los hechos y sus explicaciones: un censo, una decisión administrativa. Pero ¿quién los guía si no es este Niño-Dios?.

Y este Niño-Dios ha venido para hacer a todo hombre participante en su vida divina, para divinizar al hombre. Como dice San Ireneo en Contra las herejías: "El verbo de Dios se ha hecho hombre, el que es Hijo de Dios se ha hecho hijo del hombre, para que el hombre se torne hijo de Dios, comunicando con el Verbo de Dios y recibiendo la adopción. Pues no podíamos recibir la incorruptibilidad y la inmortalidad sin estar estrechamente unidos a la incorruptibilidad y a la inmortalidad".

"Para que el hombre se torne hijo de Dios...". ¿Como extrañarse ahora de que un Dios pobre, humilde y dependiente quiera hacer al hombre pobre, humilde y dependiente, empezando por los que están más cerca de él? La pobreza, la dependencia, la humildad no son unas etapas purificadoras pero provisionales, hacia la divinización del hombre, sino la introducción en la vida divina, la participación en la vida del Espíritu Santo. Cómo se comprende entonces ese grito de Jesús: "¡Bienaventurados los pobres!" No es un dolorismo inapropiado sino una clara e indudable manifestación del amor de Dios. Cómo se comprende que este Dios pobre sea recibido de modo prioritario por los que son ya los más próximos: María y José, los pobres, los pastores, ante los cuales, sin obstáculo "El Ángel del Señor se les presentó y la gloria del Señor les envolvió con su luz" (Lc 2, 9).

Jesús elige unos amigos pobres; arrastra a la pobreza a los que se entregan a su amor. Pero él vela. Si no captamos esto, corremos el riesgo de caer en la angustia, cuando no en un activismo inoportuno. ¿En la angustia? Pensemos en esos hogares y en esos grupos en donde se organiza debate tras debate, discusión tras discusión para saber si se vive con suficiente pobreza o cómo se tendrá que hacer para llevar una vida más pobre. La angustia procede del hecho de que las realidades no surgen tan rápidamente como nuestras buenas intenciones: o el marido, o la mujer o los hijos constituyen un obstáculo, o le gustaría a uno sin atreverse del todo. ¿En el activismo inoportuno? Evoco aquí a los que quieren hacerse pobres, como si no fuese también una riqueza escoger la pobreza y construirla uno mismo. Desde luego no podemos criticar a los que han escuchado una auténtica llamada a la pobreza y no han respondido con generosidad. Pero me parece que tenemos que temer ante todo el creernos dueños de nuestra pobreza. Es Jesús quien a través de lo que sucede desposee a María y a José de su comodidad y de su seguridad. Es él quien a través de los acontecimientos desposeerá aún más a su Madre, a sus apóstoles, y a nosotros. Por las circunstancias de la existencia, me desposeerá de mi salud, de mi dinero, de mi situación. ¿Me desposeerá quizá de un esposo, de un hijo? ¿Me desposeerá quizá de afecto o de seguridad o incluso de la claridad de la fe? Si deseo estar cerca de Jesús no me libraré de una forma u otra de pobreza, la que él me propondrá. Y entraré en la desposesión por fidelidad al amor de Dios que se me manifiesta en el signo del Niño de la cueva. Si entro con él en esta desposesión, él será mi única riqueza, me comunicará toda su riqueza divina, ese Reino que ha venido a abrirme. Entremos y acerquémonos con los pastores y veamos resplandecer el esplendor de nuestro Dios pobre, humilde y dependiente. Con el sacramental mozárabe cantemos: "¡Hoy nos ha nacido un tesoro!".

Señor, mira cuán henchido está nuestro corazón. A veces son cosas buenas pero mal empleadas. Mira cómo nuestro amor conyugal, realidad buena por excelencia, ha ocupado todo el sitio en detrimento del servicio a los demás; mira cómo nuestro amor maternal o paternal ha ocupado todo el sitio y llega incluso a sofocar a nuestros hijos; mira cómo nuestro éxito profesional ha ocupado todo el sitio y ahoga en nosotros el sentido del don y de lo gratuito; mira cómo nuestra inteligencia ha cerrado nuestro corazón.

Tú vienes para una obra de liberación; para hacernos participar en la vida de tu Padre; para que nos dejemos arrastrar por el dinamismo del Dios pobre, humilde y dependiente que es el Santo Espíritu. Dános un corazón que acoja las desposesiones que nos envías, por amor, a través de lo cotidiano. Sé tú la riqueza de nuestra vida, sé nuestro tesoro, tú, Jesús, pobre, humilde y dependiente.

ALAIN GRZYBOWSKI
BAJO EL SIGNO DE LA ALIANZA
NARCEA/MADRID 1988.Pág. 56ss


4. PASTORES

En Palestina, en el tiempo en que nació Jesús, los pastores eran considerados personas de las que no había que fiarse demasiado. No gozaban de buena reputación: la gente pensaba que eran tramposos y ladrones y los acusaban de entrar con los animales y destrozar los campos ajenos, de quedarse con parte de los productos (lana, leche, cabritos) de los rebaños que no eran de su propiedad. Por otro lado, las personas religiosas les echaban en cara que no cumplían los mandamientos de Moisés, como, por ejemplo, el descanso del sábado. En realidad eran gente de clase social humilde que, quizá sólo por la comida o por muy poco más, tenían que guardar, día y noche, los rebaños de los terratenientes; incluso los sábados, mientras los dueños de los rebaños rezaban en la sinagoga.

A ellos les manda Dios, antes que a nadie, el recado del nacimiento del Mesías: "Os traigo una buena noticia, una gran alegría que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, que es el Mesías Señor". Ellos, marginados y despreciados por los buenos, oprimidos y explotados por los ricos, son los elegidos por Dios para conocer antes que nadie que ha nacido el Mesías; a ellos, antes que al resto del pueblo, se les comunica la buena noticia que, más para ellos que para cualesquiera otros, convierte aquella noche en nochebuena.

Los pastores, precisamente porque no tenían nada, porque no contaban con nada y porque nada esperaba nadie de ellos, precisamente porque eran pobres y marginados, pudieron recibir esa noticia como buena noticia. Ellos son, en el evangelio, símbolo de todos los que caminaban en las tinieblas de la opresión y sentían sobre sus hombros el yugo de su carga; ellos representan a cuantos necesitaban que se estableciera la justicia y el derecho y que la vara del opresor fuera destrozada (véase Is 9, 13). Por eso, para ellos, el anuncio del nacimiento del liberador fue la luz que iluminó la terrible oscuridad de su existencia; y pudieron sentir con más profundidad que nadie la alegría de saberse amados por Dios, quizá el único que los quería ¡y hasta ahora no se habían enterado!

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990.Pág. 33


5. A/RIESGO  A/LIBERTAD

La navidad se convierte así en una historia de puertas que permanecen obstinadamente cerradas. "...No tenían sitio en la posada" (/Lc/02/07).

Cuando el Hijo de Dios decide venir al mundo, a su propia casa, no se presenta en actitud de amo, sino de mendigo. No fuerza las puertas. Espera. Porque la puerta se abre desde dentro. El amor no puede ser coacción. El amor debe aceptar el riesgo de ser rechazado, rehusado. Con la navidad se inaugura el tiempo de la paciencia de Dios, de las esperas interminables del mendigo divino a las puertas de los hombres.

Después de la primera puerta abierta de par en par, la de la madre ("Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra"), he ahí una serie de puertas atrancadas, que solamente dejan pasar por una grieta un no enojado, y los hombres dentro, decididos a no ceder un centímetro de su espacio sofocante, a defender con las uñas sus obstrucciones. Han entendido mal. Tienen miedo de aquel niño mendigo. Miedo a que les quite algo. No entienden que ha venido para dar.

Más tarde dirá: "Llamad y se os abrirá". Pero, para su madre, que lo llevaba en el vientre, el llamar ha resultado inútil. El mismo, más adelante, se desollará los nudillos de los dedos a fuerza de llamar... Y se va de allí, con los pasos lentos de la madre cansada, y de José desalentado. Y se va a nacer fuera. Para no molestar a nadie. Para estar todavía más libre para dar.

El pesebre puede ser suficiente para contener la presencia de un recién nacido. Una presencia que, desde el nacimiento, evoca la imagen del alimento ofrecido. Del pan partido para todos. Es, pues, enviado a nacer fuera de la ciudad. Así como también será mandado a morir fuera de la ciudad.

Se diría que para un Dios que se hace hombre, los hombres no encuentran ni siquiera un lugar minúsculo que ofrecerle en el mundo. Y mira que ha hecho el mundo más bien grande... "Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron" (/Jn/01/10-11).

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO B
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1987Pág. 31


6./Lc/02/07

"No tenían sitio en la posada...".

En toda la colosal operación mercantil que hemos montado en nombre de la navidad, una vez más no hay sitio para él. Hay algo peor que rechazarlo. Y es secuestrarlo para permitirnos el lujo de los buenos sentimientos una vez al año.

En nuestras carreteras, tiendas e incluso casas "adornadas" de navidad, puede haber de todo. Y todo puede remitirse a él. Pero a fuerza de poner cosas, llenar, hacer preparativos colosales, ordenar la habitación para el huésped, ¡nos hemos olvidado de... dejarle sitio¡. Así él viene y se ve obligado a buscar sitio en otra parte.

En todo aquel ruido no está a gusto. Y nosotros así no lo encontraremos. Podría preguntarnos: "Y yo ¿qué pinto en medio de todas estas cosas?". Nuestra navidad puede ser una navidad que nada tiene que ver con él.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO C
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Pág. 26


7.

En esta lectura hay la narración del nacimiento de Jesús en el lugar predicho por el profeta vv. 1-7 y la proclamación solemne del acontecimiento salvífico 8-14. El edicto de Augusto y el censo de Quirino se mencionan para señalar que la historia salvífica se amplía del pueblo judío a todo el mundo. El nacimiento del Bautista es un hecho interno de la historia nacional de Israel pero el nacimiento de Jesús afecta a la historia universal. Además el censo hacía sentir al pueblo la dolorosa realidad de la independencia perdida. El pueblo judío debía convencerse que la casa real de David no era ya un poder político.

La descripción del nacimiento parece un hecho de la vida cotidiana pero la intención de este relato va mucho más allá. Quiere poner de relieve que se cumple la promesa que el Hijo de Dios se ha hecho realmente hombre. Se habla del primogénito porque como tal estaba consagrado a Dios Ex 13, 12; 34, 10 y como primogénito de la estirpe de David era un posible pretendiente a ser el Mesías.

El anuncio a los pastores puede ser significativo desde la tradición bíblica. Recuerda a David que guardaba el rebaño... y el texto de Miqueas 4, 8. El autor hace del ambiente pastoril de la historia del nacimiento un motivo mesiánico. Teniendo en cuenta la simpatía que Lucas manifiesta por los pobres puede ser que viera en los pastores a los representantes de los menospreciados de la sociedad a los que Dios se dirige con predilección.

La aclamación mesiánica que acompaña la llegada del Mesías une los dos elementos de la salvación mesiánica: Gloria a Dios... paz a los hombres. La gloria de Dios es salvar al hombre. El recién nacido es el Príncipe de la paz anunciado por los profetas.

P. FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1984, 24


8.

El marco del nacimiento de Jesús tiene dos aspectos a destacar: 1) la descripción del censo (marco universal, implicación de todos los pueblos) que lleva a José y María a Belén (lugar clave de la manifestación del Mesías davídico), vv. 1-5; 2) la descripción del nacimiento en Belén, indicando la colocación del niño en el pesebre, vv. 6-7. Recuerden que en Is 1, 3 encontramos: "conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo, pero Israel no entiende, mi pueblo no tiene conocimiento". Lucas pone de relieve que Jesús nace en la ciudad de David, no en un alojamiento como un extraño (¡es el conocido!), sino en un pesebre, donde Dios sostiene a su pueblo. Una vez situados en un marco universal (el censo) y a la vez muy concreto (un pesebre). Le presenta la anunciación del acontecimiento a los pastores. Los pastores (que, viviendo al aire libre, velan, v.8) simbolizan la Iglesia que acoge la irrupción de la gloria de Dios en el espacio/tiempo y, al mismo tiempo, representan a todos los anawim, prototipo de los que lo esperan.

J. FONTBONA
MISA DOMINICAL 1990, 23