19 HOMILÍAS MÁS PARA LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA - CICLO C
(14-19)

14.

Ya nos hemos puesto a andar todos los cristianos del mundo desde la Navidad para recorrer este camino, donde la primera etapa es el conocer más y mejor para vivirlo en profundidad, este primer y gran misterio de salvación, que es la ENCARNACIÓN del HIJO de DIOS, a  que llamamos JESUCRISTO, HIJO de MARÍA Y OBRA del ESPÍRITU SANTO.

Este Dios encarnado nos va invadiendo poco a poco a cada uno de nosotros, si le abrimos nuestra vida, nuestro ser, para ir purificando y limpiando todos esos recovecos de nuestro espíritu y hacernos humanos, como Dios nos creó. Y así, mientras ÉL se humaniza en la carne limpia de un NIÑO, después en la nuestra, ya purificada, a nosotros nos va divinizando.

Que este ha sido siempre el deseo del hombre: ser como dioses, porque intuimos nuestra grandeza, aunque no la conozcamos, y sentimos, en el inconsciente religioso, esa tendencia hacia lo divino. Y lo realizamos por la vía del pecado, por el camino de la rebelión, como simbólicamente nos lo narra el Génesis con el relato de Adán, con su autosuficiencia de querer saber tanto o más que Dios. Pero también esa tendencia hacia lo divino lo podemos llevar a cabo por el camino acertado de la humildad y de la obediencia, que es escuchar a Dios y seguir su Palabra.  Esa es la dinámica de este  misterio.

Por eso a medida que vamos siendo mayores, vamos descubriendo que somos cada vez mejores que cuando teníamos menos años. En los ancianos vemos más nobleza, más indulgencia y tolerancia, más señorío, más santidad. Qué raro es que digamos, de una muchacha de 20 años, en nuestras conversaciones ordinarias: es una santa. En cambio de una anciana de 70 o más años, fácilmente decimos: es o era una santa, ¿no es verdad?

Que seamos más conscientes y responsables para recorrer esta primera etapa  de este año litúrgico, que nos llevará hasta acabar prácticamente el año 2004. Que lo caminemos con más fe, más esperanza de vivir mejor este misterio de la ENCARNACIÓN y  que lo vayamos realizando día a día con más caridad, que es amor a Dios y al prójimo, a fondo perdido.

Hoy, en medio de este octavario, que lo comenzamos el día de Navidad, 25 de diciembre, y que finalizará el día 1 de enero, con la fiesta de la MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA, hoy, pues, se nos presenta esta estampa de la FAMILIA de JESUCRISTO, CON MARÍA y JOSÉ.

La familia natural ha sido hecha y estructurada por Dios y su fuente u origen es  el matrimonio de un hombre con una mujer. “Dejará el hombre a su padre y a su madre, que son amores naturales muy fuertes en el ser humano, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne, es decir una sola vida: el mismo sentir, el mismo pensar, el mismo querer y el mismo obrar. La familia así estructurada, es a lo que tiende todo el mundo, como lo habéis hecho todos los que estáis casados.

¿Sabéis por qué? Porque Dios, en su estructura íntima, no es un ser solitario, sino que es un ser comunitario, Dios es también familia de tres personas: el PADRE, el HIJO, engendrado por el Padre y la plenitud del AMOR de DIOS, que le llamamos ESPIRITU SANTO. Si Dios es Familia, al hacernos, al crearnos, al realizarnos, “al pintarnos”, como el mejor artista y pintor del mundo nos dejó su impronta, su sello de “familia”. Y sentimos todos esta tendencia a la familia y si no la tenemos la formamos, como esas pobres gentes sin familia, que han intentado formar familia en tantas parroquias del mundo, cenando juntos en la Nochebuena.

Esta estructura familial, de un hombre y una mujer, que se da de tal modo y manera que forman una sola vida, es imprescindible para la formación integral del niño, del bebé, del infante para que madure y se  desarrolle en él la humanidad equilibrada por lo masculino y lo femenino, pues el mismo niño es al cincuenta por ciento masculino y femenino. Así emerja en él la persona humana. Necesita los dos modelos de referencia: el del padre, el hombre y el de la madre o mujer.

Las demás soluciones de modelos de unión de pareja, sin compromiso responsable entre ellos mismos y la sociedad no se pueden equiparar a esta estructura natural y fundamental, que forman una sola vida y bueno sería las designasen tales uniones con otro nombre para evitar confusiones, para que todo el mundo sepa dónde se encuentra en la sociedad y qué está haciendo con su vida. Vamos, que no haya equívocos. Este tipo de familia, esta estructura familial es imprescindible para formar personas maduras

Pero dicho lo cual, también nosotros y con nosotros los países, sobre todo del área latina (Francia, Italia, Portugal, algún otro país mediterráneo y los de América latina) debemos tener en cuenta que hemos hecho de la estructura de la familia un absoluto y es solo una mediación, para que yo llegue a ser persona. La familia es como un nido, donde yo me formo, pero el nido, nuca es una cárcel para los poyuelos; cuando son maduros, lo dejan.

El peligro en toda el área de estos países y de otros similares por la afectividad y sentimientos, es caer en la tentación de una cierta complacencia sentimental y afectiva, de que nuestra manera de concebir y vivir la familia es la mejor, y la única verdadera. Y así los padres intentan que alguna de las hijas se quede soltera para que sea su criada de por vida, todo hecho con mucho cariño, pero desgraciando la vida de la hija. Y también se da el caso de  algún hijo que nunca se casará, porque como dicen los psicólogos, la madre le ha castrado afectivamente, y siempre permanece niño al lado de su querida madre, que lo trata como un niño y no como un adulto.

Los países que tienen una concepción menos sentimental y menos afectiva de la familia, una idea más abierta y madura, que tratan a los hijos, una vez criados y educados, como adultos, libres e independientes, son países más desarrollados en el campo de las relaciones sociales, políticas, religiosas y económicas. La estructura de patriarcado y de tribu la han superado

Jesús nos ayuda a tener esta visión amplia de la familia.  En el templo  anuncia ya a su madre  que el hogar y su familia no pueden ser una cárcel, que los lazos biológicos de maternidad son muy importantes en la primera etapa de la vida, pero que son solo una mediación, no algo absolutos. A la pregunta de María a su hijo: ¿por qué has hecho esto con nosotros, tu padre y yo te hemos buscado angustiados? Jesús les responde, no con frialdad y menos con dureza o desprecio, sino llenando de una luz intensa, que deslumbra, el horizonte de sus padres, y que no lo llegaron, en ese momento, a comprender por tanta claridad y luminosidad de su respuesta. Lo guardaron en su corazón para llegar a comprenderlo más tarde. Les contestó: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabéis que yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre?

En otra ocasión le dirán, cuando estaba rodeado de un gran gentío, y que era difícil llegar hasta él: Tu madre y familiares está ahí fuera y quieren verte. La repuesta es categórica: ¿Mi madre y mis hermanos? Mi madre y mis hermanos no son los que se relacionan conmigo por lazos de carne y sangre, por funciones biológicas, sino son mi madre y mis hermanos, son mi familia, todos aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica

Si María es grande y es un ser excepcional no es tanto por ser la madre biológica de Jesús, como cualquier otra madre, sino por ser la primera en haber escuchado la Palabra de Dios por el ángel, que le trajo  su mensaje, y haber cumplido hasta el fin esa palabra, esa voluntad de Dios; por esto es grande, por esto es Madre de Dios, porque ha engendrado lo divino y se ha divinizado, cumpliendo su palabra: Aquí está la esclava del Señor. Que se haga en mí según tu palabra.

Hoy en la primera lectura del Eclesiástico 3, 2-6 . 12-14 y en la segunda lectura de Colosenses 3, 12-21, nos han dado las pautas y los comportamientos que debemos desarrollar en nosotros para FORMAR, MANTENER y VIVIR la maravilla de lo que simbólicamente entendemos por cielo, ya aquí en la tierra: LA FAMILIA.

Y que esta Eucaristía que vamos a celebrar nos dé el impulso para nuestras familias sean como la familia de Jesús: LA SAGRADA FAMILIA.

                                             AMEN

P. Eduardo Martínez Abad, escolapio
edumartabad@escolapios.es


15.Comentario: Rev. D. Joan Antoni Mateo i García (La Fuliola-Lleida, España)

«Le encontraron en el Templo sentado en medio de los maestros. Estaban estupefactos por su inteligencia»

Hoy contemplamos, como continuación del Misterio de la Encarnación, la inserción del Hijo de Dios en la comunidad humana por excelencia, la familia, y la progresiva educación de Jesús por parte de José y María. Como dice el Evangelio, «Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,52).

El libro del Siracida, nos recordaba que «el Señor glorifica al padre en los hijos, y afirma el derecho de la madre sobre su prole» (Si 3,2). Jesús tiene doce años y manifiesta la buena educación recibida en el hogar de Nazaret. La sabiduría que muestra evidencia, sin duda, la acción del Espíritu Santo, pero también el innegable buen saber educador de José y María. La zozobra de María y José pone de manifiesto su solicitud educadora y su compañía amorosa hacia Jesús.

No es necesario hacer grandes razonamientos para ver que hoy, más que nunca, es necesario que la familia asuma con fuerza la misión educadora que Dios le ha confiado. Educar es introducir en la realidad, y sólo lo puede hacer aquél que la vive con sentido. Los padres y madres cristianos han de educar desde Cristo, fuente de sentido y de sabiduría.

Difícilmente se puede poner remedio a los déficits de educación del hogar. Todo aquello que no se aprende en casa tampoco se aprende fuera, si no es con gran dificultad. Jesús vivía y aprendía con naturalidad en el hogar de Nazaret las virtudes que José y María ejercían constantemente: espíritu de servicio a Dios y a los hombres, piedad, amor al trabajo bien hecho, solicitud de unos por los otros, delicadeza, respeto, horror al pecado... Los niños, para crecer como cristianos, necesitan testimonios y, si éstos son los padres, esos niños serán afortunados.

Es necesario que todos vayamos hoy a buscar la sabiduría de Cristo para llevarla a nuestras familias. Un antiguo escritor, Orígenes, comentando el Evangelio de hoy, decía que es necesario que aquel que busca a Cristo, lo busque no de manera negligente y con dejadez, como lo hacen algunos que no llegan a encontrarlo. Hay que buscarlo con “inquietud”, con un gran afán, como lo buscaban José y María.


16. Como aquella Familia de Nazaret

Autor: P. Sergio Córdova

Es sumamente hermoso y consolador saber que tenemos a esta maravillosa familia –a Jesús, María y José— como protectora de nuestras propias familias. Pero no sólo. Ellos son también el prototipo y el modelo más perfecto de familia que hemos de imitar en nuestra vida. ¡Cuánta delicadeza, ternura y comprensión reinaría entre esas almas tan singulares! ¡Qué trato tan dulce, cariñoso y respetuoso dispensaría José a María, y Ella a su esposo! Y, ¿cómo sería el amor y la obediencia que animara a Jesús hacia sus padres y de todos entre sí! Sin duda alguna, pasar un rato junto a ellos sería como gozar del cielo en la tierra. Algo de esto podemos barruntar en la narración del Evangelio de hoy.

Pero, desafortunadamente, no todas las familias respiran este mismo aire que reinaba en la casita de Nazaret. Ni muchos niños o personas mayores han corrido siquiera la misma suerte que la mayoría de nosotros. Por desgracia, el mundo en el que nos toca vivir padece una grave crisis familiar y, tristísimamente, se va haciendo cada vez más común en las sociedades ricas y bien acomodadas de hoy en día. ¡Cuántos hogares rotos! ¡Cuántas familias destruidas! ¡Cuántos niños que no conocen lo que es el amor y la ternura de unos padres buenos, la paz y la felicidad de una familia unida! ¡Cuántos bebés que ni siquiera han conocido el calor y los brazos de una madre porque han sido abandonados al nacer –o peor todavía— asesinados y abortados en el seno de su propia madre!

Basta echar una mirada a nuestro alrededor, sobre todo en las grandes ciudades, para contemplar esta dramática situación. Y no me refiero sólo a Europa y a Norteamérica. Desafortunadamente, también en nuestro México y en América Latina comienza a infiltrarse este cáncer mortal. No nos hace daño pensar, en un día como hoy, en todos estos hermanos nuestros que sufren estas carencias o las provocan en los demás. Y, al recordarlos, elevemos una ferviente oración a nuestro Padre Dios por cada uno de ellos.

Se podría tal vez decir que hoy no es un día para pensar en cosas tristes. Y es cierto. Sería más hermoso meditar en la belleza de la Sagrada Familia o evocar hermosos recuerdos de la nuestra. Sí. Pero, por desgracia, lo que estoy diciendo no son inventos o cuentos chinos, sino hechos que suceden a diario. En este caso, evitar esos temas “molestos” sería como taparnos los ojos para no ver la realidad y para evitar sentir en nuestra conciencia el aguijón del pecado y de tantas injusticias que se cometen hoy en el mundo. Sería un pecado gravísimo de omisión, de egoísmo y de comodidad no pensar en los demás o no tratar de hacer algo por ellos.

Por este motivo, Juan Pablo II, este Papa tan humano y tan cercano al dolor, a las alegrías y a la realidad palpitante de cada hombre que encuentra en su camino, ha denunciado con tanta claridad y energía el hedonismo y la injusticia de tantas sociedades nuestras, llamando la atención sobre aquello que ha definido –con toda razón— “la cultura de la muerte” que se va infiltrando en la mentalidad de nuestro mundo. En su encíclica “Evangelium Vitae”, el Papa habla de una auténtica “conjura contra la vida humana” en muchos sectores de la sociedad. Cristo mismo es la Vida y vino a traernos la vida en abundancia.

El Evangelio de la vida es el corazón del mensaje de Jesús. Y la familia es el “santuario de la vida”. Todas estas son palabras textuales de Juan Pablo II, que nos invita a valorar esta esencial dimensión del cristianismo.

Recordemos, en este sentido, aquel elocuente testimonio de la Madre Teresa de Calcuta. Ella gritaba al mundo entero: “Si oyen que alguna mujer no quiere tener a su hijo y desea abortar, intenten convencerla para que me traiga ese niño. Yo lo amaré, viendo en él el signo del amor de Dios”.

Tal vez podamos preguntarnos qué podemos hacer nosotros, desde nuestra casa, para ayudar a solucionar este grave problema. Nos parecerá que somos impotentes y que nada podemos aportar. Sin embargo, no es así. Te voy a sugerir algo brevemente.

Estamos todavía celebrando estas hermosas fiestas de la Navidad. Acaba de nacer el Niño Dios en Belén y en nuestros corazones. Pues no olvidemos que Jesús, al encarnarse y al hacerse uno de nosotros, se identifica con cada niño y con cada ser humano. Por eso nos dijo que todo lo que hagamos a los demás, lo considera como hecho a Sí mismo; que el que recibe a un niño en su Nombre, lo recibe a Él; y que los ángeles contemplan en cada niño el rostro mismo de Dios.

Por eso, no podemos no pensar, amar y ayudar a los demás. Comencemos por las cosas pequeñas, por hacer aquello que sí está al alcance de nuestra mano realizar. Comencemos por amar y ayudar al niño de la calle que nos pide limosna; enseñemos a nuestros hijos a compartir con los pobres lo que Dios sí nos ha dado a nosotros. ¿Por qué no invitar a un niño pobre o a una de estas familias a cenar un día a nuestra casa? ¿Te parece excesivo? Sugiramos a nuestros niños que le regalen uno de sus juguetes a alguno de esos pobrecitos, o que lo inviten a jugar con ellos, como hacen tantas familias buenas en las Misiones de Semana Santa.

¿No sería hermoso, por ejemplo, que se organizaran varias de nuestras familias para ofrecer una cena de Navidad o de Año nuevo a otras familias pobres? En lugar de gastar mil pesos más en bagatelas y caprichos nuestros, ¡démosles un regalo a los pobres! Sí, a ésos que conocemos, a los que vemos todos los días en la calle, tal vez mendigando de nuestro barrio… Si esto hacemos, podremos de verdad llamarnos cristianos y comenzaremos a vivir, con nuestras obras, el auténtico mensaje de la Navidad.

Entonces tal vez podamos ser un poco más semejantes a aquella Familia de Nazaret. ¡Ojalá que estas palabras no caigan en saco roto en tu corazón!


17. DOMINICOS 2003

Domingo de la Sagrada Familia

Hoy se nos invita a contemplar el hogar de Nazaret, el primer hogar cristiano. Como nosotros, Jesús ha querido nacer y vivir en una familia. Pensamos que, no sólo para nosotros, seguidores de Jesús, sino para toda persona de buena voluntad, Jesús, María y José, viviendo en familia, siguen siendo como un espejo donde podemos admirar las cualidades humanas más auténticas y las virtudes cristianas más elevadas.

Esto no obstante, se trata de una familia singular. Ninguno de sus miembros es realmente lo que en un primer momento pudiera parecer. Se nos dice que el padre no era padre, hacía sólo de padre; que la esposa no era “plenamente” esposa, tal como se suele entender este vocablo; y, finalmente, que el hijo, siendo realmente hijo, rebasaba totalmente el alcance de la paternidad y de la misma maternidad. Todos allí viven el misterio. Todos desempeñan el papel asignado previamente por Dios tan maravillosamente, que del padre se nos dice que “siendo justo”, o sea, santo...; de la madre, más que santa, santísima.; y, de Jesús, el Hijo eterno del Padre. Pero, son humanos, hay cosas que no entienden y, por eso, tienen dudas y necesitan, como todos los humanos, reflexionar, orar y pedir luces. E, incluso, guardar lo que no entienden en el corazón hasta que lleguen tiempos mejores.

¿No nos tacharán de nostálgicos? Probablemente. Parece que el pensamiento actual –convertido en leyes, prácticas y costumbres- va por otros derroteros antagónicos, más que distintos, de lo que celebramos hoy en la vida familiar de Nazaret.

- Abortos baratos y fáciles

-Preservativos y anticonceptivos, incluso –o sobretodo- para los adolescentes

-Congelación de los embriones humanos no siempre éticamente justificable

-Uniones de hecho, en toda su gama de expresiones, con nombre y fuero de familia

-Separaciones cada vez más frecuentes

-Disminución grave de la natalidad

Nosotros, al margen de nostalgias y romanticismos, apostamos por la dignidad y la bondad de la familia y, dentro de ella, por el bien de la vida. Lo aprendimos en Nazaret, en el seno de la familia de Jesús. Y, testigos de la misma, lo testimoniamos y celebramos.

Comentario Bíblico

Sagrada Familia

La tradición litúrgica reserva este primer domingo después de Navidad a la Sagrada Familia de Nazaret. El tiempo de Nazaret es un tiempo de silencio, oculto, que deja en lo recóndito de esa ciudad de Galilea, desconocida hasta que ese nombre aparece por primera vez en el relato de la Anunciación de Lucas y en el evangelio de hoy, una carga muy peculiar de intimidades profundas. Es ahí donde Jesús se hace hombre también, donde su personalidad psicológica se cincela en las tradiciones de su pueblo, y donde madura un proyecto que un día debe llevar a cabo. Sabemos que históricamente quedan muchas cosas por explicar; es un secreto que guarda Nazaret como los vigilantes (Nazaret viene del verbo nasar, que significa vigilar o florecer; el nombre de Nazaret sería flor o vigilante). En todo caso, Nazaret, hoy y siempre, es una sorpresa, porque es una llamada eterna a escuchar la voz de Dios y a responder como lo hizo María.

Iª Lectura: Eclesiástico (3,3-7;14-17): El misterio creador de ser padres

La primera lectura de este domingo está tomada del Ben Sirá  o Eclesiástico. Tener un padre y una madre es como un tesoro, decía la sabiduría antigua, porque sin padre y sin madre no se puede ser persona. Por eso Dios, a pesar de que lo confesamos como Omnipotente y Poderoso, no se encarnó, no se acercó a nosotros  sin ser hijo de una madre. Y también aprendió a tener un padre. La familia está formada por unos padres y unos hijos y nadie está en el mundo sin ese proceso que no puede reducirse a lo biológico. No tenemos otra manera de venir al mundo, de crecer, de madurar y ello forma parte del misterio de la creación de Dios. Por eso el misterio de ser padres no puede quedar reducido solamente a lo biológico. Eso es lo más fácil, y a veces irracional, del mundo. Ser padres, porque se tienen hijos, es un misterio de vida que los creyentes sabemos que está en las manos de Dios.

Como el relato de Lucas estará centrado en la respuesta de Jesús a “las cosas de mi Padre”, se ha tenido en cuenta el elogio del padre humano de Jesús, que no es otro que José, tal como se le conocía perfectamente en Nazaret. Aunque Jesús, o Lucas más bien, ha querido decir que el “Padre” de Jesús es otro, no se quiere pasar por alto el papel del “padre humano” que tuvo Jesús en Nazaret. Incluso la arqueología nos muestra esa casa de José dónde se llevó a María; donde Jesús vivió con ellos hasta que, contando como con unos treinta años, abandonó su hogar para dedicarse a la predicación del Reino de Dios; donde posteriormente se reúne una comunidad judeo-cristiana para vivir sus experiencia religiosas.

IIª Lectura: Colosenses (3,12-21): Los valores de una familia cristiana

II.1. La lectura de este domingo es de Colosenses y está identificada en gran parte como un “código ético y doméstico”, porque nos habla del comportamiento de los cristianos entre sí, en la comunidad. Lo que se pide para la comunidad cristiana -misericordia, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia-, para los que forman el “Cuerpo de Cristo”, son valores que, sin mayor trascendencia, deben ser la constante de los que han sido llamados a ser cristianos. Son valores de una ética que tampoco se puede decir que se quede en lo humano. No es eso lo que se exige precisamente a nivel social. Aquí hay algo más que los cristianos deben saber aportar desde esa vocación radical de su vida. La misericordia no es propio de la ética humana, sino religiosa. Es posible que en algunas escuelas filosóficas se hayan pedido cosas como estas, pero el autor de Colosenses está hablando a cristianos y trata de modificar o radicalizar lo que los cristianos deben vivir entre sí; de ello se deben “revestir”.

El segundo momento es, propiamente hablando, el “código doméstico” que hoy nos resulta estrecho de miras, ya que las mujeres no pueden estar “sometidas” a sus maridos. Sus imágenes son propias de una época que actualmente se quedan muy cortas y no siempre son significativas. Todos somos iguales ante el Señor y ante todo el mundo, de esto no puede caber la menor duda. El código familiar cristiano no puede estar contra la liberación o emancipación de la mujer o de los hijos. Por ser cristianos,  no podemos construir una ética familiar que esté en contra de la dignidad humana. Pero es verdad que el código familiar cristiano debe tener un perfil que asuma los valores que se han pedido para “revestirse” y construir el  “cuerpo de Cristo”, la Iglesia. Por tanto, la misericordia, la bondad, la humildad, la mansedumbre y la paciencia, que son necesarias para toda familia, lo deben ser con más razón para una familia que se sienta cristiana. Si los hijos han de obedecer a sus padres, tampoco es por razones irracionales, sino porque sin unos padres que amen y protejan, la vida sería muy dura para ellos.

Evangelio: Lucas (2,41-52): "Las cosas de mi Padre"

III.1. Esta escena del evangelio, “el niño perdido”, ha dado mucho que hablar en la interpretación exegética. Para los que hacen una lectura piadosa, como se puede hacer hoy, sería solamente el ejemplo de cómo Jesús es “obediente”. Pero la verdad es que esa sería una lectura poco audaz y significativa. El relato tiene mucho que enseñar, "muchas miga", como diría algún castizo. Es la última escena de evangelio de la Infancia de Lucas y no puede ser simplemente un añadido “piadoso” como alguno se imagina. Desde el punto de vista narrativo, la escena ofrece muchas posibilidades. Lo primero que debemos decir que es hasta ahora Jesús no ha podido hablar en estos capítulos (Lc 1-2). Siempre han hablado por él o de él. Es la primera palabra que Jesús va a pronunciar en el evangelio de Lucas.

III.2. El marco de referencia: la Pascua, en Jerusalén, como la escena anterior del texto lucano, la purificación (Lc 2,22-40), dan mucho que pensar. Por eso no podemos aceptar la tesis de algunos autores de prestigio que se han aventurado a considerar la escena como un añadido posterior. Reducirla simplemente a una escena anecdótica para mostrar la “obediencia” de Jesús a sus padres, sería desvalorizar su contenido dinámico. Es verdad que estamos ante una escena familiar, y en ese sentido viene bien en la liturgia de hoy. El que se apunte a la edad de los doce años, en realidad según el texto podríamos interpretarlo “después de los doce”, es decir, los treces años, que es el momento en que los niños reciben su Bar Mitzvá (que significa=hijo del mandamiento, es decir, de la ley) y se les considera ya capaces de cumplirlos. A partir de su Bar Mitzvá es ya adulto y responsable de sus actos y debe cumplir con los preceptos (las mitzvot). No todos consideran que este simbolismo esté en el trasfondo de la narración, pero sí considero que se debe tener muy en cuenta. De ahí que se nos muestre discutiendo con los “los maestros” en el Templo, al “tercer día”. Sus padres –habla su madre-, estaban buscándolo angustiados (odynômenoi). En todo caso, las referencias a los acontecimientos de la resurrección no deben dejar ninguna duda. Este relato, en principio, debe más a su simbología de la pascua que a la anécdota histórica de la infancia de Jesús. Por eso mismo, la narración es toda una prefiguración de la vida de Jesús que termina, tras pasar por la muerte, en la resurrección. Esa sería una exégesis ajustada del pasaje, sin que por ello se cierren las posibilidades de otras lecturas originales. Si toda la infancia, mejor, Lc 1-2, viene a ser una introducción teológica a su evangelio, esta escena es el culmen de todo ello.

III.3. Las palabras de Jesús a su madre se han convertido en la clave del relato: “¿no sabíais que debo ocuparme de las cosas de mi Padre?”. Yo no estaría por la traducción “¿no sabíais que debo estar en la casa de mi padre?”, como han hecho muchos y con buenos argumentos. El sentido cristológico del relato apoya la primera traducción. Jesús está entre los doctores porque debe discutir con ellos las cosas que se refieren a los preceptos que ellos interpretan y que sin duda son los que, al final, le llevarán a la muerte y de la muerte a la resurrección. Es verdad que con ello el texto quiere decir que es el Hijo de Dios,  de una forma sesgada y enigmática, pero así es. Como hemos insinuado antes, es la primera vez que Lucas permite hablar al “niño” y lo hace para revelar qué debe hacer y quién es.  Por eso debemos concluir que ni se ha perdido, ni se ha escapado de casa, sino que se ha entregado a una causa que ni siquiera “sus padres” pueden comprender totalmente. Y no se diga que María lo sabía todo (por el relato de la anunciación), ya que el mismo relato nos dirá al final que María: “guardaba todas estas cosas en su corazón” (2,51). Porque María en Lc 1-2, no es solamente María de Nazaret la muchacha de fe incondicional, de confianza absoluta en Dios, sino que también representa a una comunidad que confía en Dios y debe seguir los pasos de Jesús.

III.4. Y como la narración de Lc 2,41-52 da mucho de sí, no podemos menos de sacar otras enseñanzas posibles. Si hoy se ha escogido para la fiesta de la Sagrada Familia, deberíamos tener muy en cuenta que la alta cristología que aquí se respira invita, sin embargo, a considerar que el Hijo de Dios se ha revelado y se ha hecho “persona” humana en el seno de una familia,  viviendo las relaciones afectivas de unos padres, causando angustia, no solamente alegría, por su manera de ser y de vivir en momentos determinados. Es la humanización de lo divino lo que se respira en este relato, como en el del nacimiento. El Hijo de Dios no hubiera sido nada para la humanidad si no hubiera nacido y crecido en familia, por muy Hijo de Dios que sea confesado (cosa que solamente sucede a partir de la resurrección). Aunque se deja claro todo con “las cosas de mi Padre”, esto no sucedió sin que haya pasado por nacer, vivir en una casa, respetar y venerar a sus padres y decidir un día romper con ellos para dedicarse a lo que Dios, el Padre, le pedía: anunciar y hacer presente el reinado de Dios. Es esto lo que se preanuncia en esta narración, antes de comenzar su vida pública, en que fue necesario salir de Nazaret, dejar su casa y su trabajo… Así es como se ocupaba de las cosas del Padre.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía

La Sagrada Familia empieza, evangélicamente hablando, en los desposorios de María y José. Obviando, más por necesidad que por deseo, cómo se gestaron los desposorios, sí podemos conocer algo de lo que aportaron ambos a aquel rito previo al matrimonio.

María y José se desposan como personas que quieren pertenecer a Dios y quieren pertenecerse mutuamente, pero sin que estas intenciones tengan en ellos el mismo peso. La voluntad de Dios, el servicio a Dios, la pertenencia a Dios, es lo determinante, constituyendo la razón de ser de su unión. Tan determinante que no descartan ninguna posibilidad de servicio o de pertenencia que Dios quiera exigirles en su matrimonio.

Que María no experimente ninguna tensión entre la entrega a Dios y la entrega a un hombre, sólo se explica en razón de su Inmaculada Concepción. Hasta la mejor de las muchachas, sometida a la ley del pecado original, no puede no presentir algunas de las consecuencias del mismo. María es tan buena, tan limpia, que, aunque no ignora las leyes de la procreación humana, en modo alguno reflexiona sobre ellas una vez que, confiando plenamente en Dios, le ha dejado a él la configuración de su vida. Ella sabe que está unida a su esposo y que este vínculo no supone decisión alguna contra la virginidad. La compatibilidad de ambas realidades es cosa de Dios. Esa es la voluntad de Dios, él sabrá lo que hace.

Pero José no es la inmaculada concepción. José es maculado y no desconoce la oposición entre el matrimonio y la virginidad. Él ha escogido el matrimonio, no la vida religiosa, y para él los desposorios fueron el preludio de un matrimonio “normal”. Y, en ese momento, experimenta el amor real de una mujer, y este amor de su prometida le enriquece.

Y, dentro de su matrimonio, Dios le impondrá la continencia. Y la tendrá que vivir en su casa, no en un convento, con su mujer y su hijo. No nos extraña que necesite la ayuda de Dios, por medio de un ángel, que le dé a conocer los planes de Dios, los caminos de Dios  que él ni sospechaba. Al conocerlo, lo acepta, lo agradece y lo cumple.

Cuando José conoce que María está encinta no puede sino dudar. No sospecha de María, simplemente, objetivamente, ha descubierto que María espera un hijo. Esto no coincide con lo que él sabe de María, no coincide con ella, y en él prevalece María. “Siendo justo”, piensa que repudiar en secreto a María parece lo más acorde con la Ley y con Dios, pero sin enemistarse con María.

María, como casi siempre, calla. Ella comparte el secreto con Dios que está tan por encima de ella que no puede hacer otra cosa que callar. Por otra parte, nadie, ni en la sinagoga ni en la calle, la hubiera creído. Pero quiere y espera que llegue el momento en que se aclaren las cosas y pueda compartirlo todo con José, de la manera prevista por Dios.

Cuando José decide actuar, se le aparece el ángel, se lo explica, y, desde entonces, lo que era sólo misterio de María se convierte en misterio de los dos. No es necesario darse explicaciones, basta el silencio y el amor.

No hay dos misiones, hay una misión y dos personas. Y, tan clara, que no necesitan ni comentarla, sólo aceptarla. Es una misión prevista por Dios y reservada para ellos desde toda la eternidad. Se trata de hacer posible el nacimiento y crianza del Mesías. María, como madre y esposa; José, como esposo, amando con toda su alma a su esposa y a su hijo, y velando y cuidando de ambos, siempre a disposición de Dios.

No faltará quien critique a María por haber hipotecado los legítimos derechos de José al dar su consentimiento a Dios, decidiendo unilateralmente sobre su futuro matrimonio. Pero, el que ha decidido es Dios, María es sólo “su sierva”. El consentimiento de María no afectó al compromiso de José que siguió siendo libre para contestar sí o no al ángel. También él tendrá que tomar una decisión personal, decidiendo renunciar a sus propios proyectos para secundar los de Dios. Sabe que Dios quiere encarnarse y nacer en una familia y, según Dios, él es el elegido para realizarlo. Y esto sólo puede hacerlo el esposo de la madre de Dios.

Esta es una de tantas estampas de la familia de Jesús, de la Sagrada Familia. Cada vez que en el Evangelio se cita a María o a José, se nos proporcionan otras. Estamos en Navidad. Jesús acaba de nacer. Puede que sea ésta la primera estampa familiar que, en el álbum hipotético que Jesús pudiera hojear más tarde, le hablara –si no lo supiera- de lo que sucedió en su nacimiento. 

Hermelindo Fernández, op
hfernandez@dominicos.org


18. LECTURAS: 1SAM 1, 20-22. 24-28; SAL 83; 1JN 3,1-2. 21-24; LC 2, 41-52

¿NO SABÍAN QUE DEBO OCUPARME EN LAS COSAS DE MI PADRE?

Comentando la Palabra de Dios

1Sam. 1, 20-22. 24-28. Cuando Ana ofrece su hijo al Señor para que le quede consagrado de por vida, no sólo está cumpliendo con un juramento, sino que está dándonos ejemplo de que los dones que Dios nos hace no pueden ser utilizados de un modo equivocado. Al Señor le pertenece la vida; y si quienes hemos sido consagrados de por vida al Señor por medio del Bautismo, regresamos a casa, es porque nuestros padres han de esforzarse para que crezcamos en edad, sabiduría y gracia, delante de Dios y de los hombres. Dios ha tenido una gran confianza a los padres de familia para encomendarles el cuidado de aquellos que Él aceptó por hijos, no sólo para extenderles un certificado de Bautismo que les sirva para realizar algunos trámites, sino para que, por medio de ellos se asegure, por voluntad del mismo Dios, la presencia salvadora de su Hijo en la historia.

Sal. 83. Para el hombre de fe es un gozo el encaminarse al encuentro del Señor en su templo y suspirar por sus atrios. Sin embargo esto no puede realmente ser motivo de alegría sino sólo para aquel que en verdad ama al Señor. Ir y morar en el templo del Señor es un pregustar de lo que en la eternidad será nuestro gozo para siempre, en la presencia de nuestro Dios y Padre. Pero, más allá de un encuentro con el Señor en su templo, nuestros pasos se encaminan hacia el encuentro definitivo con Él en la eternidad. ¿Somos conscientes de ir con lealtad por ese camino del Señor? Ojalá y vayamos hacia Él con alegría; es decir, no sólo con la esperanza de salvarnos, sino de llegar ante Él como hijos que ya desde ahora, mediante sus buenas obras y su auténtico amor fraterno, dan razón de su esperanza.

1Jn. 3, 1-2. 21-24. En verdad que nadie nos ha amado como Dios lo ha hecho. Nos envió a su propio Hijo no sólo para el perdón de nuestros pecados, sino para que, unidos a Él, seamos hechos hijos suyos. Siendo, así, de la familia divina, no podemos sino amarnos los unos a los otros, porque Dios es amor. Quien no ama no le pertenece a Dios y, más aún, ni siquiera puede decir que le conoce. Dios nos quiere como hijos; hijos que saben escuchar su voz y ponerla en práctica. Hijos fieles que cada día, por obra del Espíritu Santo, van siendo una imagen más perfecta del Padre Dios en la historia. Por eso hemos de aprender a cumplir con el mandato que el Señor nos dio: que nos amemos los unos a los otros como Él nos ha amado a nosotros.

Lc. 2, 41-52. Hechos hijos de Dios no podemos sino ocuparnos en las cosas de nuestro Padre Dios. Jesús nos manifiesta cuáles son esas cosas: No sólo hablarnos de Dios como un Padre lleno de amor misericordioso por nosotros; sino realizando las obras de Dios a favor nuestro como: buscar a los pecadores para perdonarlos; curar a los enfermos; dar voz a los desvalidos; socorrer a los pobres; liberarnos de la esclavitud del maligno; dar, en amor, su vida por nosotros y resucitar de entre los muertos para que en Él tuviésemos nueva vida. Así Él llevó a término la obra de Dios. En eso se ocupó mientras estuvo entre nosotros. Y, al final, nos confió a nosotros el anuncio de esa misma salvación a todos los hombres. A nosotros corresponde llevarla no sólo con las palabras, sino con las obras y actitudes que el Señor nos enseñó para que, esforzándonos día a día, luchemos para que el Reino de Dios en verdad se abra paso entre nosotros.

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

La Eucaristía nos reúne como una sola familia que no sólo alaba a nuestro Dios y Padre, sino que da testimonio de nuestro amor fraterno. Instruidos por una misma Palabra, alimentados de un mismo Pan y de un mismo Cáliz, el Señor, al hacernos hijos suyos y al darnos a todos a beber de un mismo Espíritu, nos quiere fraternalmente unidos para que el mundo crea. Efectivamente, donde hay divisiones y discordias no puede decirse que se vive la comunión con Cristo. Por eso la Eucaristía es todo un compromiso de amor fraterno, que brota de la participación de la misma Vida y del mismo Espíritu, que Dios ha derramado en nuestros corazones.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

A quienes creemos en Cristo y vivimos en comunión de vida con Él, nos corresponde continuar realizando las cosas de nuestro Padre Dios, en el mundo y su historia, hasta que el Reino de Dios llegue a su plenitud en nosotros. Cierto que la Iglesia, santa porque su Cabeza es santa, pero cuyos miembros somos pecadores y frágiles, está llamada a una continua y verdadera conversión. Sólo a través del dejarnos transformar día a día por el Espíritu Santo podremos decir que el proceso de conversión en nosotros no se ha detenido. Entonces podremos afirmar que crecemos en edad, sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres. Ojalá y crezcamos y no disminuyamos. Que quienes creemos en Cristo, como Él, pasemos haciendo el bien a todos. Que no seamos ocasión de pecado, de escándalo, de sufrimiento, de explotación, de persecución, de muerte para nuestros hermanos. El Señor no nos envió a destruir a los demás, sino a fortalecerlos para que, hechos miembros de una sola familia, teniendo a Dios por Padre, nos amemos con el mismo amor con que el Señor nos ha amado a nosotros.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María y de Señor San José, la gracia de seguir las huellas de Cristo, cargando nuestra cruz de cada día y aprendiendo a dar nuestra vida a favor de los demás, tanto en el anuncio del Evangelio, como en el testimonio del mismo con una vida íntegra, hasta que algún día podamos todos juntos reunirnos en la Casa del Padre, convertidos en sus hijos amados por estar, ya desde ahora, unidos a su Hijo único, nuestro Señor Jesucristo. Amén.

www.homiliacatolica.com


19.- Familia, vocación de amor y destino eterno
Comentario al evangelio de la Sagrada Familia/C

Por Jesús Álvarez SSP

ROMA, 27 de diciembre de 2012 (Zenit.org) - “Los padres de Jesús iban todos los años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Cuando Jesús cumplió los doce años, subió también con ellos a la fiesta, pues así había de ser. Al terminar los días de la fiesta regresaron, pero el niño Jesús se quedó en Jerusalén sin que sus padres lo supieran. Seguros de que estaba con la caravana de vuelta, caminaron todo un día. Después se pusieron a buscarlo entre sus parientes y conocidos. Como no lo encontraran, volvieron a Jerusalén en su búsqueda. Al tercer día lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndoles preguntas. Todos los que le oían quedaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas. Sus padres se emocionaron mucho al verlo; su madre le decía:"Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados mientras te buscábamos."El les contestó:"¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que yo debo estar donde mi Padre?"Pero ellos no comprendieron esta respuesta. Jesús entonces regresó con ellos, llegando a Nazaret. Mientras tanto, Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia, ante Dios y ante los hombres”.(Lc 2, 41-52)

La fiesta de la Sagrada Familia es la fiesta de todas las familias, pues toda familia es sagrada, por ser templo donde Dios-Amor crea nuevas vidas a través del amor de los padres. El amor no vive ni se agota en el placer ni en los bienes materiales --que son dones de Dios para gozar y compartir con orden y gratitud al servicio del amor y de la vida--, sino que es un amor que abarca la mente, la voluntad y el corazón.

La familia está al servicio de la persona, de su misión en la vida y de su destino eterno. Los hijos son un don de Dios y le pertenecen. Solo Dios es el origen de la vida y dueño absoluto de los hijos. Los padres son solo cauces de la vida de sus hijos. Por eso Jesús, a los doce años, sin contar con sus padres, se quedó en el templo para cumplir la voluntad de su Padre. Y también la Virgen María, a los trece, dio su SÍ al ángel, sin consultar a sus padres ni a los sacerdotes.

Jesús, el Hijo de Dios, quiso nacer en una familia, pues la familia unida en el amor es el ambiente insustituible para el crecimiento sano y feliz de los hijos y de los padres. Para la persona humana no existe bien más gratificante que un hogar donde se vive la fe, donde padres e hijos se aman en Cristo.

La gran mayoría de las enfermedades psíquicas, morales, espirituales y físicas tienen a menudo su origen en la falta de amor en el hogar, y en la disolución de la familia. El verdadero amor y la unión familiar son la mejor medicina preventiva contra las enfermedades físicas, morales, psíquicas y espirituales.

En la Sagrada Familia no fue todo milagro y rosas sin espinas; hubo miedo, persecución, destierro, pérdida de Jesús, escasez de pan, enfermedad y muerte de san José. Pero el amor verdadero los conservó unidos a Dios Padre y entre sí, con lazos cada vez más fuertes. Ese fue el gran secreto de su felicidad en el tiempo y en la eternidad.

No hay amor verdadero sin sufrimiento; y el sufrimiento sin amor, es infierno en la tierra. Pero el amor convierte la tierra en cielo, aún en medio del sufrimiento, que se hace fuente de felicidad eterna. La familia es templo de Dios con destino de cielo ya en la tierra, a la espera de reintegrarse en la Familia Trinitaria, que es su origen y su destino.

¿De qué vale haber tenido hijos e hijas, si al final se pierden para siempre?

Donde hay amor, allí está Dios Amor, que sostiene a sus hijos en el sufrimiento y se lo convierte en fuente de salvación. Y de la misma muerte hace surgir la vida por la resurrección, puerta de la Casa eterna de la Familia Trinitaria.