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HOMILÍAS MÁS PARA LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA -
CICLO C
(1-4)
1.
Nadie tan absoluto como Dios respetó tanto nuestra libertad; nadie tan Otro se hizo tan igual a nosotros; nadie tan Padre apareció tan hermano. Hoy celebramos al Dios absoluto, Otro y Padre, encarnado en la Familia de Nazaret.
Porque ningún lugar como la familia para presentar al hombre un sacramento de tanta sublimidad: un hombre, una mujer, un hijo,... una autoridad que libera, una obediencia que realiza, una igualdad de distintos, una comunión, el amor como ceñidor de la unidad consumada, y la Paz de Cristo actuando de árbitro entre los inevitables conflictos de quienes han sido llamados a vivir un solo cuerpo.
Pero he aquí que la Modernidad ha decretado que familia, fidelidad, obediencia, virginidad, respeto a la vida,... han quedado fuera de la bolsa de los valores de hoy. Y ahí está el cristiano: en riesgo de ocultar tesoros salvadores que le vienen de Dios para bien del hombre, por temor al anatema descalificador: antiguallas, conservadurismo, oscurantismo,... Padre-autoridad y madre-amor, en matrimonio de comunión, que no en divorcio, lucha y competencia. Lo mismo que el Dios bíblico es Ley y Amor absolutamente casados. Padre-autoridad que libera a los hijos de la debilidad, el desconcierto y el pasotismo. Madre-amor que no deje al hijo sin la figura más entrañable para madurar. No autoritarismo que exaspere a los hijos y anule sus ánimos; no afecto enfermizo y posesivo, pulpo paralizante que no tolera el crecimiento del por ella engendrado. Malo para el hijo crecer sin autoridad o sin amor, como malo para el creyente crecer sin Ley o sin Misericordia.
Es a esta luz -la totalidad de Dios revelada en la Familia- como puede entenderse la fuerza salvadora de las lecturas de hoy, que a la luz de los ídolos nuevos, habrían de suprimirse por opresoras o neuróticas. Porque al fondo está el tremendo dilema que decide el destino de la familia: ¿Dios-Salvador, o dinero y afectos salvadores? Por encima de tradiciones y modernidades, hay que proclamar, para bien del hombre, a Dios como Absoluto y Único: para el padre, para la madre y para el hijo:
-¿No sabías que había de ocuparme en las cosas de mi Padre? Esto hará que la autoridad, amor, obediencia, fidelidad, creación de vida o virginidad, sean salvación y no degeneren en opresión por culto al pasado, o en neurosis angustiosa por culto a la modernidad.
Sólo a Dios darás culto.
MIGUEL FLAMARIQUE
VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
COMENTARIOS AL CICLO C
Desclee de Brouwer BILBAO 1988.Pág.
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2.
El episodio tiene su núcleo esencial en la declaración: "Debía estar en la casa de mi Padre". O también: "Tenía que ocuparme de las cosas de mi Padre". Jesús, respondiendo a la pregunta de la madre, explica el significado de su presencia en el templo en medio de los maestros de la ley e "indica en qué consiste su vocación, a saber, en el servicio de Dios que es su Padre, y no en estar a disposición de la familia natural" (R.D. Brown).
El mismo autor explica: "Ante la madre que viene a él y habla de "tu padre y yo", Jesús proclama la prioridad de las exigencias del otro Padre, pero esto no lo entendieron los padres terrenos".
En esta perspectiva, el episodio señala la ruptura con la familia. Aunque Jesús vuelve a la casa de Nazaret y se manifiesta sumiso a los padres, el desapego se anuncia claramente. Es más, ya está consumado.
En el quinto misterio del rosario se dice: "Pérdida y hallazgo...". En realidad María y José ya no han encontrado más a Jesús. En el mismo momento en que han exhalado un suspiro de alivio habiéndolo visto en el patio exterior del templo, se han visto obligados a levantar acta, a través de las palabras del hijo, de que lo habían perdido definitivamente, al menos "según la carne". Jesús ya no les pertenece. Jesús es para otro Padre. Y para los otros.
María lo "reencuentra" solamente en esta aceptación de "pérdida" en el plano humano. Me parece que se impone un paralelo con el texto más bien incómodo de Marcos (/Mc/03/20-35). "Vuelve a casa. Se aglomera otra vez la muchedumbre de modo que ni siquiera podían comer. Se enteraron sus parientes y fueron a hacerse cargo de él, pues decían; "está fuera de sí" ". Los términos clave para entender el episodio, que se une con el inmediatamente siguiente y que comentaremos, son: casa, fuera, sus parientes. En efecto, aquella no es su casa. Y se dedica a individuos que no son los "suyos", sino que es gente que le roba el tiempo y las fuerzas y, no sólo no le dan de comer, sino que le impiden hasta tomar un bocado. Por tanto, no existe otra explicación: "está fuera de sí". Desde el momento en que no está en su contexto familiar en el puesto que le han señalado, ya no es él. Hay que preocuparse. Es necesario hacerlo "reentrar" precipitadamente.
Cierto, el incidente es embarazoso. Por algo Lucas y Marcos lo ignoran. "Está fuera de sí". Deberían decir: "Está fuera de nosotros". Fuera de nuestros modelos, de nuestras precisiones, de nuestros equilibrios, de nuestras organizaciones. "Llegan su madre y sus hermanos, y quedándose fuera, le envían a llamar. Estaba mucha gente sentada a su alrededor. Le dicen "¡oye¡ tu madre, tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan". El les responde: "¿quién es mi madre y mis hermanos?". Y mirando entorno a los que estaban sentados en corro, a su alrededor, dice: "Estos son mi madre y mis hermanos. Quien cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre" (/Mc/03/31-35). "Tu madre y tus hermanos están fuera y te buscan... ". Jesús no se mueve. Como si la cosa no tuviera que ver con él. Ahora ya está él en otro plano en el que no existen derechos adquiridos, sino sólo posibilidades. Madre y hermanos y hermanas, en esta nueva familia no se encuentran ya al completo, sino que todos pueden serlo.
La parentela no es un dato sacado de un empadronamiento, sino una conquista. Más que un punto de partida es un punto de llegada. "Mirando en torno...". Es la acostumbrada mirada circular, característica de Marcos. Esta vez una especie de reconocimiento oficial de los que pertenecen a la nueva familia. "¡Esta es mi madre¡". De esta nueva familia no quedan excluidos, naturalmente, los parientes según la carne. Pero tienen que "entrar" también ellos haciendo la voluntad de Dios (y, en este sentido, María es la primera que pertenece a esta nueva familia: no por derecho adquirido según la carne, sino por su inicial, total adhesión a la voluntad de Dios). O sea, superando la simple solicitud por la persona física de Jesús para llegar a compartir con él totalmente el "proyecto" y sus consiguientes opciones. Más que preocuparse por el buen nombre de la familia (¡está fuera de sí¡ ¡todos hacemos el ridículo¡ ¡nos compromete también a nosotros con la locura¡), de ahora en adelante se verán obligados a preocuparse de formar parte de ella. He ahí cómo Cristo invierte las posiciones. (...). Ahora está claro. A Jesús se le encuentra únicamente donde está el Padre. Entre él y los "suyos" está de por medio el Padre. Se entra a formar parte de su familia, sólo si se trabaja con él en la empresa de "hacer la voluntad de Dios".
La obediencia al Padre se convierte así en el título que permite entrar en familia. Si alguien lo busca por otros motivos, quedará siempre "fuera". Jesús no se moverá por esas llamadas. Excesivamente "ocupado". En las cosas del Padre.
ALESSANDRO
PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO C
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Pág.
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3.
-La Encarnación: la normalidad de la humanidad
La fiesta de la familia de Nazaret se sitúa en la lógica de la Navidad que es la lógica de la encarnación del Hijo de Dios, del hacerse carne la Palabra eterna de Dios que viene a habitar entre nosotros.
La ley de la encarnación quiere decir que Jesús, nacido de la Virgen María desposada con José, adopta el proceso normal de cualquier criatura de su tiempo. Y quiere decir también que nace y crece en el seno de una familia en la que irá avanzando en edad, en sabiduría y en gracia ante Dios y los hombres.
La misma lógica de la encarnación comporta también la lenta maduración de toda realidad. Son muchos años los que Jesús pasa en Nazaret. Y no son años inútiles ni perdidos. Son ocultos a los ojos del mundo, pero muy presentes ante el Padre. Lo que el Jesús itinerante vivirá y proclamará en los breves años de su vida "pública" se ha ido gestando y madurando en la vida oculta de la familia y el pueblo de Nazaret. La experiencia humana de la vida de Jesús, familia, trabajo, oración, educación, amistades, celebraciones... es el campo del que él propondrá tantos ejemplos de su doctrina nueva. También la encarnación comporta un progreso a partir de unos inicios oscuros. Es la experiencia que san Juan nos presentaba en la segunda lectura: ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que seremos. Hay un descubrimiento progresivo de nuestra condición, como también hay una proyección creciente de aquel Jesús de Nazaret, de una historia inicial tan concreta -el hijo del carpintero, el hijo de María- que se va desarrollando con un valor absoluto y universal.
-La norma suprema: vivir en el Señor
Todavía las lecturas de hoy nos dan otra lección de Nazaret: no hay ninguna realidad humana que tenga un valor absoluto, ni tan sólo la familia, tan querida por Dios. La primacía absoluta es "ser del Señor". En el relato de Samuel, su madre Ana lo expresa entregando al chico al santuario para que sea siempre del Señor.
En el evangelio Jesús responde a la pregunta angustiosa de María "¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?". Aunque inmediatamente Jesús se somete a otra de las expresiones de esta voluntad del Padre: la vida de la familia de Nazaret. Esta etapa y esta forma de la vida de Jesús tienen un valor revelador para nosotros: "Nazaret" es la forma ordinaria de vida de la mayoría. Es decir, una vida discreta, aparentemente sin relieve, pero en la que hay que descubrir y ser fiel a la voluntad del Padre y al crecimiento que él nos pide.
También la vida de familia y nuestras familias son un lugar de encarnación de esta presencia de Dios. En este año internacional de la familia hemos podido encontrar nuevamente en el estilo de Jesús y de la familia de Nazaret una inspiración para renovar y mejorar nuestra convivencia: afirmar el valor gozoso y positivo de la vida familiar como lugar del amor incondicional, como ámbito del respeto y la libertad, la exigencia y la responsabilidad. Reconocer que la familia pide atención y esfuerzo por mantener vivo el amor. Y apoyo por parte de la sociedad y de todos. Y aceptar las experiencias contradictorias, bien simbolizadas en las palabras de María en el evangelio de hoy: "Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados". De este tejido variado está hecha la experiencia de tantas familias. Muchas formas históricas se transforman, pero hay un criterio que perdura: vivir en el Señor, descubrir su voluntad en lo concreto de nuestra vida, también en nuestra vida de familia. El misterio de la Navidad nos anima a buscar la ayuda de aquel que ha venido a compartir nuestra existencia y que ahora, una vez más, se nos da en la Eucaristía.
JOSEP
M. DOMINGO
MISA DOMINICAL 1994, 16
4.
Dios se ha revelado en el seno de una familia.
No sabemos mucho de la familia de Jesús. Pero una cosa es segura: Dios quiso que Jesús naciera y viviera en una familia pobre, una familia obrera. Una familia que tuvo la amarga experiencia de la emigración y las zozobras de la persecución. Una familia con momentos extraordinarios, como la presentación en el templo, y luego meses y años de vida sencilla, de trabajo en Nazaret.
En los medios católicos tradicionales ha habido como una absolutización de la familia. La familia lo era todo, y en aras de ella había que sacrificarlo todo. Jesús niega con su actuación esta concepción: la vocación social, política, religiosa, personal... nunca pueden ser absorbidas por el grupo familiar cerrado.
La evolución actual nos hace comprender mejor la negación del absolutismo familiar. Los jóvenes reciben fuera de la familia tanto o más que dentro de ella. Reciben fuera, cada vez más, las ideas, la cultura, la enseñanza, la amistad; incluso el dinero, el alimento y el techo, pues muchos trabajan y viven fuera de ella gran parte de su tiempo. El grupo familiar queda hoy, en cierto modo, homologado con los otros grupos humanos. Pero la familia, aunque relativizada, mantiene todo su valor singular, inintercambiable.
1. El otro "nacimiento" de Jesús
"Los padres de Jesús solían ir cada año a Jerusalén por las fiestas de Pascua".
La subida a Jerusalén, al templo, estaba prescrita por la ley para las tres grandes fiestas del año: Pascua, Pentecostés y Tabernáculos, y obligaba a todos los hombres, aunque estaban dispensados de acudir los que vivían lejos. Las mujeres y los niños solían acompañarles. Iban en caravanas de familiares y vecinos.
Jesús se comporta como un muchacho normal de su edad y de su época. Si tenia doce años, le faltaba poco para ser considerado adulto por el judaísmo, que los admitía oficialmente como tales a los trece años.
A esta edad, Jesús, partícipe de la sabiduría y gracia de Dios e hijo de padres que vivían profundamente la religiosidad de la Biblia -manifestada por los profetas- y en el ambiente tan inquieto políticamente de la Palestina de entonces, se tenia que haber dado cuenta ya de muchas cosas. La lucha de clases era evidente, lo mismo la opresión y el negocio que ejercían los dirigentes del templo sobre el pueblo.
En esta visita, Jesús comienza el proceso de su nacimiento como hombre responsable en el mundo, comienza a afirmarse como persona distinta. Es el primer aldabonazo de quien un día, aún algo lejano, va a romper dolorosamente la propia estructura familiar para consagrarse a la gran familia universal.
Este texto ha servido normalmente a los cristianos para profundizar en la manera de comportarse Jesús con sus padres y con Dios, en la jerarquía de su obediencia a unos y al Otro.
Sin negar lo anterior, esta narración quizá pretenda ir más allá: Jesús, que partió con su familia para seguir "la costumbre", no vuelve con ellos. Rompe con la costumbre. Cuando los padres "se pusieron a buscarlo" empiezan con toda naturalidad "entre parientes y conocidos".
El clan familiar tiene un comportamiento establecido: todos los años van a Jerusalén por la Pascua. Es "la costumbre" impuesta, reconocida y practicada por todos y en la que Jesús ha vivido hasta entonces, sometido a ese grupo unido por lazos estrechos de familia. Cumplidos los doce años, en el momento en que se le propone integrarse en la vida de ese grupo, adoptando libremente sus costumbres, Jesús se aleja. El gesto es grave: próximo a ser considerado adulto, y, por tanto, libre y responsable de sus actos, Jesús rompe con la unidad del clan. La sorpresa es lógica; también la angustia.
Ausente del grupo familiar, Jesús está "en el templo". Su alejamiento de "la costumbre" no le lleva a prescindir de la ley. Al contrario, manifiesta un gran interés por ella: le encuentran "sentado en medio de los maestros". Hace preguntas e indica algunas respuestas, hasta tal punto que "todos los que le oían quedaban asombrados de su talento y de las respuestas que daba". Se palpa en El un conocimiento claro y profundo de la ley.
Al romper con lo establecido, Jesús no ha actuado con ligereza: sabe que la Ley debe ser interpretada de forma muy distinta.
No se dice de qué hablaba Jesús con aquellos doctores. Sólo se nos dice que los dejaba "asombrados". Pero ¿de qué iban a hablar más que de la ley, de su interpretación? Si, años más tarde, el templo va a ser el punto clave de la lucha entre Jesús y los rabinos, se puede suponer que sus subidas de joven a Jerusalén eran un acumular datos. Años después todo estallaría con fuerza profética.
"Hijo, ¿por qué nos has tratado así?..." Jesús responde con otra pregunta, en la que nos indica la conciencia que tiene de ser el Hijo y que marca una cierta distancia de sus padres: "¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?"
¿Qué quiere decir Jesús con su respuesta? No lo sabemos bien. Lo único que está claro aquí es que las cosas del Padre están por encima de todo lo demás, que esas cosas tienen una prioridad total, aunque ello suponga sufrimiento a los seres más queridos El malentendido entre María y Jesús es total. ¿Qué es lo que tenían que saber sus padres? ¿Quién es este conocedor de la ley que rompe con la ley, este adolescente de doce años que "se sienta" en el templo, este hombre que dice que Dios es su Padre?
¿Quién es Jesús?
La afirmación de la filiación divina de Jesús sobrepasa incluso la inteligencia de María, completamente abierta a la palabra de Dios. Esta afirmación se irá desarrollando y comprendiendo poco a poco.
Sus padres no entienden. Es lo que nos pasa a todos cuando alguien, responsablemente, rompe los moldes sociales y religiosos y no sabemos el porqué. Pero algún día se llega a ver claro y se comprenden muchas cosas si se vive abierto a los acontecimientos. Hemos de reconocer que a los cristianos, casi en general, nos gusta más el Niño del pesebre: está allí a nuestra absoluta disposición, le podemos cuidar, acariciar; no nos proporciona ninguna molestia. Pero este Niño que crece, que camina, ¡nos mete en cada apuro! Nos crea situaciones incómodas. Se nos puede escapar en cualquier momento. Y con ello nos pone en la obligación de seguirle, de caminar detrás de El. ¡Con lo bien que estábamos con todo cronometrado, medido, seguro, fijado!
CULTO/RUTINA: El ideal para la mayoría sería que se estuviera quietecito, que se conformara con el cumplimiento de unas normas y ritos.
Dice Lao Tsé en el apartado XXXVIII de su obra Tao Te King:
Perdido
el Tao (principio superior), queda la virtud.
Perdida la virtud, queda la bondad.
Perdida la bondad, queda la justicia.
Perdida la justicia, queda el rito.
El rito es sólo apariencia de fidelidad
y origen de todo desorden.
A ritos y normas tendemos los hombres a reducir toda relación con Dios. En cumplir ritos y normas emplean su tiempo y sus esfuerzos la mayor parte de las "fuerzas vivas" de la Iglesia católica y de las demás religiones.
Jesús quiere meterse en todos los caminos del hombre, tomar parte activa en sus dramas, en sus mismas ilusiones, en sus mismas tragedias, en sus mismas lágrimas, en sus mismas esperanzas y alegrías. No quiere ser presa de "la costumbre", de los ritos.
Quiere, superando la justicia, la bondad y la virtud, llegar al "Tao" -a Dios-. El evangelio, si se mira bien, no es otra cosa que un largo y continuo caminar. Como la vida. Jesús es Alguien que camina, que jamás está quieto. Los cristianos hemos decidido seguir a Cristo, hemos hecho de su seguimiento nuestra vocación. ¿Por qué hay tantas vocaciones para no hacer nada?
Jesús nunca se dejará aprisionar por nuestros esquemas; nunca entrará en la jaula de nuestras técnicas, de nuestras fórmulas y de nuestros proyectos de apostolado; jamás estará a gusto con nuestras frías celebraciones sacramentales...
2. Crecer con los hijos
"Bajó con ellos a Nazaret y siguió bajo su autoridad".
En el oscuro Nazaret se va a ocultar Jesús durante unos veinte años. Va a llegar a la plenitud de la madurez viviendo sometido a sus padres. Posiblemente sea ésta una de las mayores alabanzas para ellos y para todos los padres. Si los hijos mayores están a gusto con sus padres, por algo será.
Cuando Jesús nos habla de Dios como Padre, de la comunicación de amor, de la amistad; cuando nos dice lo que le ilusiona... estaría hablando de su propia familia, de la comunión que existía en su casa de Nazaret, basada en la aceptación y valoración de cada uno. ¡Cuánta influencia de sus padres en el mensaje de Jesús! José y María son ejemplo del paso que hay que dar de la incomprensión a la comprensión.
María no entiende. La respuesta total no la tendrá más que al final del drama de la vida de su Hijo. Pero "conservaba todo esto en su corazón". Meditaba todos los recuerdos para encontrar su sentido, para acoger ese sentido cuando le fuera facilitado; y los unía. Los padres y los hijos han de esforzarse por entender. Es muy difícil que los padres comprendan las decisiones de sus hijos cuando éstos deciden caminar con independencia. Personalmente dudo mucho de la independencia que es individualismo. Creo en la independencia para la libertad en el compromiso, en el compartir, en la búsqueda..., que será siempre hacia la comunicación, hacia la comunidad, hacia la familia, hacia los otros. María supo callar, esperar. Y supo aprender de su Hijo. Lo respetó y de esa forma facilitó la misión de Jesús.
El amor de María fue un amor liberador, capaz de renunciar a los sentimientos primarios o a los propios proyectos egoístas y posesivos. María supo crecer con su Hijo.
PADRES/HIJOS: Preguntémonos sinceramente: ¿cómo es nuestro amor para con los hijos? ¿Y para con los padres y esposa o esposo? ¿Sabemos valorar y respetar a los otros miembros de la familia? ¿Sabemos callar e interpelar oportunamente? ¿Tenemos conciencia de que los hijos son distintos a los padres y que también ellos tienen una misión que cumplir? ¿Hemos dimitido acaso de acompañarles y de crecer con ellos, sin pretender ser como ellos? ¿Queremos que sean personas libres, capaces de afrontar la vida y el mundo que les ha correspondido vivir, o más bien queremos hacerlos a nuestra imagen de un modo egoísta? ¿Nos limitamos a criticarles o sabemos también reconocer nuestras incoherencias y cobardías? Son preguntas difíciles de contestar porque llevan mucho tiempo y exigen mucha reflexión.
Jesús maduró en familia porque lo amaron con un amor libre y liberador. Y Jesús correspondió a este amor valorando y respetando el papel de sus padres.
3. Crecer con los padres
"Jesús iba creciendo..." Se repite la frase ya dicha en el versículo 40, y que antes se había aplicado a Juan el Bautista (Lc 1,80).
Jesús iba descubriendo su camino, sentía necesidad de vivirlo. Pero no rompe con los suyos. El hombre no puede romper totalmente con la generación anterior. Debe aceptarla como un puente entre el pasado y el futuro. No podemos empezar todo de nuevo. La independencia personal y el romper con algunas cosas no excluye el respeto y el agradecimiento al pasado.
Las relaciones interpersonales -la comunicación- siempre han sido y serán difíciles. Pero son el camino para adquirir una verdadera personalidad, para llegar a ser la imagen y la semejanza de la Trinidad (Gén 1,26).
La vocación de los hijos es crecer, madurar, independizarse, para poseerse y comunicarse. Sólo el que se posee puede darse, puede comunicarse. Para ello deben ayudar los padres con su ejemplo.
"Jesús iba creciendo". ¿A qué puede llegar un niño sin pecado? "Jesús, Hijo de Dios..., ha sido probado en todo exactamente como nosotros, menos en el pecado". (Heb 4, 15)
Al no tener pecado, el desarrollo de Jesús es superior al de todos los demás. Le sucedería lo mismo a cualquier niño que viviera en sus mismas circunstancias. "El pecado del mundo" (Jn 1,29) -original- nos va llegando a todos según vamos creciendo. El ambiente -también el familiar- nos corrompe y nos hace cada día más incapaces de amar. Sin olvidar el mal que cada uno tenemos dentro de nosotros y que va saliendo a la superficie a medida que crecemos.
Por eso nosotros no crecemos como Jesús. ¿Cómo es posible que de un niño "salga" un adulto? ¿No deberíamos ser mejores según avanza el desarrollo? Y ¿no es lo contrario lo más frecuente?
Jesús crecía "en sabiduría", ahondaba en las causas profundas de todo lo que sucedía a su alrededor. Y sacaba conclusiones. Nosotros crecemos en conocimientos sueltos que no nos ayudan -ni queremos- a profundizar en la realidad, que no nos preparan casi nunca para la vida. No buscamos con ilusión la voluntad del Padre sobre nosotros. Nos encontramos bien en la cultura burguesa.
Jesús crecía "en estatura". Como nosotros. Para ello basta que pasen los años de desarrollo dentro de unas condiciones mínimas de subsistencia. Para muchos millones de niños estas condiciones mínimas no se dan, y tienen que pagar con su muerte prematura los egoísmos inconfesables de la humanidad; egoísmo al que todos contribuimos en mayor o menor medida. Queremos que en el mundo haya justicia, pan para todos..., siempre que nuestros ingresos económicos no sufran merma. ¿Es posible la justicia sin quitar a unos para que llegue a todos los hombres el alimento suficiente y los bienes indispensables para una vida digna?
Jesús crecía "en gracia"; crecía en el amor hacia dentro, hacia el Padre, y hacia afuera, hacia los hombres. Y se notaba. Para El eran el mismo amor. El amor del Padre era el motor de su amor al Padre y a los que le rodeaban. Nosotros encontramos muchas dificultades para el desarrollo del amor dentro de nosotros mismos y en el ambiente que nos rodea. Cada una de nuestras familias debería ser un lugar de crecimiento. Lo mismo cada una de nuestras comunidades. Nunca termina este crecimiento en el amor.
Los padres deben aceptar con alegría la mayoría de edad de sus hijos. Han de caer en la cuenta que sus hijos también piensan y quieren y buscan. Y deben ayudarles, aunque su camino no coincida con el de ellos.
A veces los hijos son mudos en casa, porque el diálogo se hace imposible, a no ser que piensen todos de la misma forma.
Los padres deben aceptar morir como tales para que el hijo tenga autonomía, iniciativa, ser creador, pueda llegar a ser padre él también. Deben ir dejando de ser padres para convertirse en hermanos de sus hijos, en compañeros de camino.
La misión de los padres es la de preparar a los hijos para la vida, para que ellos puedan realizarse libremente como personas verdaderas.
Ser padre es muy difícil, y esto deben comprenderlo los hijos. Ser hijo también es difícil, y esto deben reconocerlo los padres.
Que los niños crezcan porque hallen en la familia un ambiente de amor, porque lo respiran en todo lo que se dice y se vive en el hogar. Que los jóvenes crezcan porque hallen comprensión, caminos abiertos, una ayuda que no pide nada a cambio. Que los mayores crezcan porque superen toda tentación de cansancio, de rutina, de malhumor, de dogmatismo, de seguridad. ¡Ojalá que a la pregunta: ¿qué es el amor?, los hijos pudieran responder: "mis padres"; y los padres: "nuestros hijos"!
4. Sólo educa el amor que crece y madura
No podemos buscar en la familia de Nazaret un modelo que podamos ahora copiar como si no hubieran cambiado las circunstancias. Si Jesús no hubiera nacido en Palestina, sino en una tribu africana, o si hubiera nacido ahora y no en el siglo I, su vida concreta, personal y familiar hubiera sido distinta. Pero siempre el principio animador hubiera sido el mismo: la fidelidad en el amor.
FAM/CRISIS: No existe "la familia": sólo existen familias. Y no simplemente porque cada familia es un mundo, sino porque las familias difieren en el tiempo y en el espacio. No podemos mitificar la familia, como si se tratara de un modelo estático. Al ser una realidad humana, la familia es cambiante, móvil. Y en nuestros días vive una verdadera crisis de cambio, con roturas y desgarramientos interiores.
Parece que son cambios inevitables, porque responden a una evolución de las estructuras sociales, económicas, culturales, generacionales.
La familia une al hijo con el pasado para lanzarlo, sin rupturas, hacia el futuro, hacia la tarea de realizar su mundo según sus propias exigencias.
Los padres tienen que amar a los hijos hasta lograr que éstos lleguen a ser capaces de amar. Sólo entonces serán adultos. Entonces, ¿cuántos adultos? Al que ama se le pueden soltar las amarras. Puede hacer lo que quiera; siempre que su amor sea verdadero amor. Porque amor se llama hoy a muchas cosas que no lo son.
Un cristiano ama a los demás por sí mismos, poniendo como modelo de su amor el de Dios; es decir, trata de amar a los demás como Dios le ama. El amor al prójimo "por Dios" debemos entenderlo: amar al prójimo como Dios le ama. Lo mismo el padre al hijo. ¿Cómo va a amar un padre a su hijo por Dios? ¡Lo amará porque es su hijo! Lo que le pide Dios es que lo ame cada vez más, hasta que llegue a amarlo como El lo ama, con un amor que debe crecer siempre. Hay mucho egoísmo en el amor del padre y de la madre a sus hijos, a pesar de ser el más perfecto. Dios les ama siempre más, y a ese amor tienen que tender.
Normalmente, el hijo aprende lo que la familia vive. No se puede dar lo que no se tiene. Ser padre es contagiar, día a día, en la convivencia cotidiana, lo que se valora, lo que se vive. Pero ¿saben los padres lo que es el amor? ¿Son adultos? ¿Saben amar? ¿Cómo lo demuestran?
En la familia no sólo se heredan los rasgos físicos. En ella se realiza también una configuración de la personalidad de cada uno.
Todos los hijos, como una plastilina, hemos salido modelados o deformados en gran parte del seno de la familia. Porque no podemos olvidar la influencia que ejercen la escuela, la sociedad, los amigos, la televisión...
La familia es el lugar privilegiado para la educación en la justicia y en el amor, en la libertad y en la verdad, en la paz. O en todo lo contrario.
Los padres y los hijos deben descubrir los valores y el ambiente que han creado alrededor. Lo mismo hemos de hacer en los grupos que hemos formado y en las comunidades.
Deberíamos sentirnos convocados a romper el estrecho cerco de injusticias que se nos ha impuesto y empezar o continuar un nuevo estilo de vida. No hablo de rebelión, que es fácil, sino de una conversión auténtica.
Estamos todos tan radicalmente deteriorados, que sólo si nacemos de nuevo (Jn 3,3), más allá de la familia, de la carne y de la sangre (Jn 1,13), podemos llegar a ser justos. ¿Están nuestras familias cultivando la justicia o la injusticia? Veamos algunos datos: Muchas familias están organizadas sobre relaciones de poder y autoridad. ¿Por qué no resplandece más en nuestras familias el valor del servicio desinteresado? ¿Por qué no hay más respeto a la autonomía personal? ¿Por qué no se educa al diálogo? Se educa para la dependencia, no para la libertad responsable.
Muchos padres inician a sus hijos a la posesión, a la acumulación de bienes. Los hijos van asimilando calladamente la apasionada carrera de sus padres por acumular, por poseer, por ganar dinero... Y así van inclinando a sus hijos a la injusticia, a la insolidaridad. Muchos padres inculcan en sus hijos una religión de ritos sin vida, al ser la que ellos practican.
En muchos hogares se siembra el clasismo. Van haciendo connaturales en el niño los aberrantes criterios de la clase social; imponen los valores de casta, sus comportamientos, la insensibilidad ante los demás. Si los padres no descubren a sus hijos la realidad en su conjunto, éstos la percibirán deformada.
Muchos padres educan a sus hijos para que no arriesguen nada. Así, los hijos se hacen conformistas, pasivos, sin espíritu creativo y crítico, sin iniciativa. De esta forma las nuevas generaciones se van acomodando al mundo en el que han nacido y se unen para siempre a la cadena de injusticias.
Con frecuencia, las familias no son más que una yuxtaposición de soledades. Creen conocerse porque están siempre juntos, mientras que, en realidad, nadie se abre verdaderamente a los demás. Evidentemente, se quieren, pero con un amor puramente instintivo, animal, en el que las facultades propiamente humanas -las que hacen posible el diálogo, la comprensión, el apoyo...- casi no participan. No se comprenden, no sospechan siquiera que haya algo que comprender en los padres o en los hijos, en los hermanos o hermanas. La gran mayoría de los desastres conyugales y familiares tienen su origen en la falta de comunicación de los espíritus.
¿Cómo es posible que en una familia en que se vive el acumular los hijos sean hermanos? ¡Nos extrañamos de las peleas entre hermanos por las herencias! ¿No nos damos cuenta de que la familia que queremos es todo lo contrario de los criterios que propagamos y de los comportamientos que tenemos? Se transmite lo que se es, no lo que se dice si se hace otra cosa.
Sólo educamos en la justicia si coinciden los criterios y la vida. No es cuestión de hablar de justicia, de amor, de paz, de verdad..., sino de ser justos, de amar, de construir la paz, de ser veraces...
Seamos conscientes de la contradicción en que vivimos. ¿No pedimos a los otros -los hijos a los padres y los padres a los hijos- cosas que nosotros no estamos haciendo? ¿No estáis pidiendo los hijos a vuestros padres que hagan cosas que vosotros tampoco tratáis de hacer? ¿No estáis haciendo en todo lo que os da la gana? ¿No es igualmente cierto lo contrario? ¡A pesar de todo esto, pretendemos que la familia sea un oasis, y nos quejamos si no lo es! Si no somos justos de verdad, estamos en contradicción. Los hijos, lo mismo que los padres, serán injustos e hipócritas, con capa de bondad y de justicia.
Toda paternidad es un camino de fe y de esperanza en el amor. En familia se ama más de lo que merece cada uno. No se aman en ella unos a otros porque no se encuentren defectos, porque sean unos y otros los mejores..., sino porque son el padre, la madre, los hijos o hermanos. En ella se valoran y se experimentan las grandes ilusiones del hombre, como el amor, la comunicación, la solidaridad.
No basta haber engendrado al hijo. Cada padre y cada madre deben preguntarse hasta dónde son padre o madre de sus propios hijos. ¡Cuántos padres se limitan a dar a sus hijos el comienzo de la vida! ¡Cuántos hijos son fruto del instinto exclusivamente! Muchas madres se contentan con llevar a sus hijos en su seno, alimentarlos, cuidarles la salud, que vayan bien vestidos..., y se olvidan de aquello que, más que nada, es el signo de la maternidad: hacer que los hijos, pequeños e indefensos, gracias a su ternura, a su entrega, a su ejemplo, a su fe profunda..., lleguen un día a parecerse a ella, siendo personas adultas, capaces de amar, dignos, conscientes..., hijos de Dios.
Paternidad y filiación son palabras mucho más amplias de lo que normalmente entendemos. ¿Cómo se puede limitar la paternidad a engendrar al hijo y a trabajar para darle de comer? Ser padre es dar vida, ser hijo es recibirla. Somos padres en la medida que damos vida a otros y la desarrollamos. Somos hijos en la medida en que nos dan vida y nos ayudan a desarrollarla.
Por aquí va la paternidad verdadera. A ella pertenece el celibato de las personas que quieren seguir libremente la opción de Jesús. Opción claramente de amor, de vida en plenitud.
El sacerdocio es sacramento, es signo de la paternidad de Dios en el mundo, del amor universal del Padre, del Dios amor. Debe realizar su paternidad dentro de una comunidad cristiana concreta -familia de familias, en la que él es el padre-.
La familia y la comunidad cristiana son sacramento, son signo en el mundo de la Trinidad, que es comunidad de amor, y de la que cada uno somos imagen y semejanza. Por ello, los otros me son necesarios para ser yo mismo.
Jesús, al mandamos amar sin condiciones, nos libra de todos los pretextos que ponemos para no amamos. Necesitamos un motivo absoluto para amamos: creer unos en otros, fiamos unos de otros.
Las relaciones familiares -y comunitarias- tienen que vivirse por cada uno desde un amor sin límites y con los ojos puestos en la inmortalidad. Porque aunque en la actualidad seamos incapaces de amar de verdad, en plenitud, como querríamos, habrá un día en que será posible que nos amemos todos en plenitud y para siempre. Un día nos amaremos como desearíamos amamos ahora y somos incapaces.
Ese amor pleno y eterno se va construyendo en el aquí y ahora, entre luces y sombras. Si un día viviremos el amor sin egoísmos de ninguna clase, podemos vivir ya desde ahora este amor en la esperanza.
Las relaciones familiares y comunitarias adquieren así su profundidad, su verdad. No son ya un padre y una madre y unos hijos que se aman, sino unos hijos de Dios que se van queriendo con amor eterno, ilimitado, inacabable. Lo mismo podríamos decir de las comunidades cristianas en general y de la nuestra en particular.
Cada uno tenemos que ir concretando ese amor, buscando el bien y la realización de los demás; y realizándonos nosotros de esta forma. ¡Cuántas cosas se logran entender desde el amor!
Debemos revisar hasta qué punto contribuimos al bien común y al bien de cada persona, hasta qué punto nos realizamos buscando la realización de los demás. También debemos revisar nuestra aportación a la sociedad en que vivimos y, a través de ella, en el mundo entero.
La familia y la comunidad cristianas deben abrirse a la familia que formamos todos los hombres y deben vivir para todos los hombres. De esa forma irán saliendo de ellas las personas que la sociedad necesita para su transformación.
5. Ayudar y formar, no penalizar
La familia vive hoy cambios profundos y resulta dificil encontrar soluciones válidas. ¡Todo ha cambiado tanto! Y todos, de un modo u otro, sufrimos por ello: los padres, los hijos, los abuelos... A todos nos resulta difícil saber lo que tenemos que hacer.
Sabemos que no existe una solución prefabricada que se pueda aplicar a todo el mundo. Todos debemos hacer un esfuerzo por superar las dificultades y llegar a un verdadero diálogo, a un verdadero entendimiento. Y todos es todos.
Y es importante no equivocarnos de problemas y dedicar nuestras energías a cosas que no son las más importantes. Por ejemplo: la Ley de Divorcio no es el tema más importante que tiene planteado la familia, como si fuera la solución a los problemas del matrimonio; y es lo que muchos creen. Mientras no exista una auténtica liberación económica de la mujer, el divorcio seguirá siendo asunto de gente de dinero, como hasta ahora las separaciones y anulaciones que hacía la Iglesia. ¿Cómo van a vivir de un sueldo dos casas? La solución verdadera no está en el divorcio -que a lo máximo que puede aspirar es a ser un mal menor-, sino en un verdadero noviazgo y en la manera de ser de las personas. Yo creo que muchos hombres y mujeres no son para casados. Si entendiéramos que el enamoramiento no existe únicamente hacia una persona, encontrarían muchos por ahí su camino en la vida. Hay que ser capaces de enamorarse de un noble ideal, de una ilusión, de la vida, de la profesión o vocación personales, de los niños, de la humanidad. Creo que muchos ideales, ilusiones, profesiones..., son para vivirlos en la soledad o abiertos a los que nos rodean. Creo que a muchas personas el matrimonio las limita, las empobrece; mientras que otras no llegan a reunir el mínimo de condiciones para él -los hijos pagarán las consecuencias-.
Algunos han nacido para otra cosa, para vivir en otros horizontes, en otras dimensiones. Lo veo claro en el sacerdote dedicado a la gente, como opción personal y libre. Lo veo de alguna manera en otras profesiones: médicos, maestros, investigadores... En la medida en que la persona se dedique a ellas, le llenarán toda su vida y no tendrá tiempo para nada más. No es raro, por ejemplo, que médicos dedicados de lleno a su profesión tengan abandonada la familia.
La solución verdadera está en descubrir, ahondar en el sentido de la vida y en la manera de ser personal, y buscar la propia realización. Hay que ser -poseerse- para poder darse. Es lo que hizo Jesús en el seno de la familia de Nazaret. Es lo que vivieron José y María: un matrimonio dedicado plenamente a colaborar con Dios en el camino de Jesús.
Más importante que el divorcio es que las familias tengan un lugar digno para vivir, trabajo, escuela para los hijos..., causas de muchos conflictos familiares. Y más importante es ayudar a los jóvenes a descubrir la importancia que tiene el noviazgo.
Nuestra sociedad tiende a poner parches en la superficie de los problemas. ¿Hay problema demográfico, o muchos hijos en una familia, o con los hijos se pierde la "línea", o el "ligue" es esencial a la vida humana...? Solución: aborto y píldoras. ¿Despenalización del aborto? Desde luego que sí: es una forma de igualar a todas las mujeres. El castigo raras veces es eficaz; lo que importa es lograr el convencimiento de la persona, que ésta descubra personalmente lo que debe hacer. La coacción externa no ayuda al hombre a ser persona; la sociedad debía de despenalizarlo todo y defendernos de aquellos que atacan a los demás. Y formar a las personas en profundidad. No basta la instrucción escolar.
El hombre debe tratar de vivir a su nivel humano y, desde él, buscar las respuestas a los problemas. Y de eso estamos muy lejos. Porque el hombre es más dar que recibir; es amor más que egoísmo; es libertad, no esclavitud ni placer; es desprendimiento, no acumulación; verdad, no mentira; comunicación, no aislamiento; tiende a la plenitud y a la eternidad, sin limitación alguna; tiende a Dios, del que es imagen y semejanza, del que es hijo.
¿Por qué una persona no descubre su camino -su vocación- fuera del matrimonio? En el mundo absurdo en que vivimos, tan erotizado, este planteamiento se puede considerar cosa de locos. De un mundo en que el amor es placer, ¿qué se puede esperar?
FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET - 1 PAULINAS/MADRID 1985.Págs.
137-150