16 HOMILÍAS PARA LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA
CICLO B
10-16

 

10. «UNO PARA TODOS Y...»

«Uno para todos y todos para uno». Ese era el juramento de lealtad que se hacían «los tres mosqueteros» en la famosa novela de Dumas. Y, en todas sus aventuras, allá estaban: como una piña. Ayudándose y al quite.

Pero, muchos siglos antes, hubo «otros tres mosqueteros» que, en los mil episodios de su aventura humano-divina, practicaron ese lema con todas sus consecuencias. (Y que Dios me perdone la osadía de la comparación, porque me estoy refiriendo a la Sagrada Familia.)

Hoy andamos todos preocupados con el tema «familia». Unos, la condenan hasta pedir su muerte. Otros, la exaltan hasta el infinito. Los primeros dicen que la familia es la que crea, ya en embrión, las alienaciones, esclavitudes, discriminaciones y ansias de poder o mando del futuro hombre. Los segundos, propugnan un modelo de familia único, invariable, tradicional, válido para todas las épocas, en el cual sigan imperando las costumbres y «modus vivendi» del pasado.

¿Qué pretende la Iglesia, cuando, apenas nacido el Niño, quiere que miremos a la Familia Sagrada, a la familia de Nazaret?

Creo, amigos, que siempre hay que distinguir el «fondo» de la «forma». No hace falta ser perito en sociologías y antropologías para saber que, por simple evolución de la historia, la familia ha ido transformándose en cuanto a su «forma». Primero, existieron los «clanes», formados por vínculos de consanguinidad. Después vinieron familias de «no consanguíneos» pero en régimen de clan. Con la revolución burguesa, la pareja con sus hijos busca autonomía fuera del clan, aunque sigue siendo fuertemente patriarcal y numerosa. La revolución industrial trajo una familia nuclear urbana, menos numerosa y más dependiente de la sociedad. Finalmente hoy, la familia se ha hecho pluriforme y movida, con la paulatina promoción de la mujer, las libres opciones de los hijos al trabajo, el estudio y las diversiones, con el consiguiente vaivén de horarios y estilos. Es decir, ha sido la «forma» de la familia, su realización cultural, la que ha evolucionado. Pero la Iglesia, al hablarnos de la Sagrada Familia, no quiere proponernos un modelo antropológico determinado: la de los tiempos de Jesús, María y José. Sino el «clima» que en ella reinaba, el secreto y la fórmula de su funcionamiento perfecto. Fórmula y secreto que no es otro que el «uno para todos y todos para uno». Slogan que tiene dos interpretaciones que se complementan.

Una. Cada uno ha de pensar en, hablar con, y trabajar para todos. ¡Qué conmovedor resulta ver a María, que, unida a José, estaba pendiente del niño: «Tu padre y yo, con dolor, te buscábamos»! ¡Qué hermoso contemplar a José desvelado por María y Jesús: «Tomó al Niño y a su madre»...! ¡Qué estremecedor el vivir de Jesús de Nazaret: «Bajó a Nazaret y les estaba sumiso»! ¡Mucho me temo que los componentes de la familia de hoy no estamos en ese «uno para todos», sino en «vivir cada uno su vida». Y eso, amigos, se llama «egoísmo». Y el «ego» es el que engendra todo lo que mina la familia: el autoritarismo, el divorcio, la infidelidad, el aborto...

Y dos. Hemos de trabajar «todos para UNO». Así con mayúscula. No es mala cosa eso de vivir el propio rol familiar --padre, madre o hijo- como el mejor modo de «dar gloria a Dios». Ya que El no ha querido otra cosa que salvarnos a todos: «Uno para todos». ¿Verdad que, así explicadas las cosas, me perdonáis que me haya acordado de «los tres mosqueteros», al hablar de la Sagrada Familia?

ELVIRA-1.Págs. 121 s.


11.

1. Revisar el esquema familiar

Al celebrar hoy la festividad de la Sagrada Familia, tal vez sea oportuno que hagamos algunas consideraciones acerca de lo que debe significar hoy una familia, institución básica que, como bien se sabe, no es ajena a la profunda crisis de nuestra sociedad. Si, como hemos considerado en anteriores oportunidades, nuestro cristianismo padece una crisis de identidad, la situación de la familia atraviesa hoy uno de sus momentos más críticos, no digamos en estos últimos años, sino desde hace varios siglos.

Efectivamente, es interesante observar cómo el modelo familiar judeo-cristiano del primer siglo, más o menos se ha mantenido invariable a lo largo de estos dos milenios, a pesar de los múltiples cambios obrados en el sistema social y político. Se trata de una institución importante, de carácter sagrado (es sacramento), con normas jurídico-morales bastante rígidas, y con una función clara en lo que a sus miembros se refiere: el padre, como detentador de la autoridad y del mantenimiento económico; la madre, como protagonista principal en las tareas hogareñas y cuidado de los hijos; y éstos, subordinados a la autoridad de los padres en cuanto a educación se refiere.

Sin embargo, nunca como hoy se han escuchado críticas tan acerbas contra la familia tradicional, hasta el punto de que podamos hablar de un verdadero clima confusional que afecta tanto a su misma esencia como a su papel en la sociedad.

Sin pretender agotar el tema, podríamos partir en estas reflexiones de algunas de estas críticas, al menos para darnos cuenta de que el proyecto cristiano del hombre nuevo será difícilmente viable si, como cristianos, no nos dedicamos a esta tarea urgente de dar identidad y significado al primer modelo de sociedad que el niño recibe: la familia.

a) Nadie ignora que nuestra sociedad está cambiando, y que se trata de cambios profundos y radicales. Cambios que afectan al sistema económico, social, político y religioso; cambios largamente soñados por el hombre; cambios que hoy consideramos como imprescindibles no sólo en lo que respecta a una mejor posición económico-social, sino ateniéndonos a los derechos inalienables del hombre: su libertad, su capacidad de optar y decidir, etc.

Y es desde este frente desde donde surge un primer lote de críticas a la familia, tal como hoy la vivimos: se la considera como excesivamente conservadora, poco abierta a una visión más integral del hombre, desconocedora de ciertos derechos de la mujer o de los hijos, poco democratizadora, etc.

Para muchos, la familia tradicional es el baluarte más fuerte del inmovilismo social, pues, en lugar de preparar a las nuevas generaciones que pasan por su seno para una sociedad pluralista y en cambio, suele más bien presentarles un modelo rígido y autocrático de sociedad, en el que los hijos no descubren el modelo al que hoy aspira el mundo entero. Sin entrar ahora en mayores detalles, y considerando que esta crítica es en gran medida justa, desde un punto de vista positivo podríamos plantear el problema así: ¿De qué manera la familia debe ser, como institución, el modelo de sociedad que todos deseamos para el futuro?

En épocas de inmovilismo, era natural pensar que la familia fuera la gran reserva de las antiguas tradiciones de un pueblo. Pues bien, en una época de transición y cambio, ¿cuál ha de ser el papel de la familia? ¿Cómo ser el clima natural y cálido donde los niños puedan descubrir algo nuevo y algo mejor, sin necesidad de ver que existe una contradicción entre lo que se postula desde otros sectores institucionales (escuela, política, ciencias antropológicas, evangelio, etc.) y lo que se les brinda y muestra en la propia casa? En síntesis: ¿por qué los grandes ideales del hombre moderno -crecimiento en la libertad, comunicación dialogal, clima de paz, justicia, etc.- no pueden ser aprendidos y vividos ya desde la misma familia, evitándose de esta manera ulteriores conflictos innecesarios?

b) Las ideas anteriores nos llevan a otro punto importante: el esquema de relaciones que, en general, vive hoy la familia parece contradecirse con lo que se considera como sistema ideal de relaciones humanas.

En efecto, mientras que en lo político caen los autoritarismos y el hombre recobra su capacidad de hacerse oír y de dialogar con los demás hombres sin odiosas imposiciones, la familia parece ajena a este proyecto social de relaciones.

No se trata, como temen muchos, de acabar con la autoridad; pero sí con la autoridad que hace caso omiso de la persona y de la identidad del otro. Si es cierto que los padres tienen autoridad natural sobre los hijos, tal autoridad está al servicio del crecimiento de los hijos, a fin de que éstos sean precisamente distintos de sus padres; o sea, de que se transformen en personas.

Si leemos en la Biblia los textos relacionados con este tema, podremos observar cómo existe una evolución entre un pensamiento antiguo, fuertemente autoritario (basta leer varios pasajes del Eclesiástico) hasta llegar, por ejemplo, a la parábola del hijo pródigo, que casi raya en lo escandaloso.

O bien considerar cómo el mismo Jesús estableció ciertas reservas al comportamiento de José y María en vistas a lograr su propia identidad (por ejemplo, en el episodio del niño Jesús perdido en el templo).

En síntesis: si hay un problema realmente serio en la mayoría de las familias, es precisamente el de las relaciones entre sus miembros. ¿Tiene algo que decir el Evangelio en este sentido? ¿El concepto de comunidad servicial aplicado a la Iglesia, no vale también para la familia? ¿No es Dios el modelo de toda paternidad y maternidad? ¿Cómo ejerce Dios este papel?

c) Finalmente -y sin ninguna pretensión de agotar el tema- existe un tercer elemento de discordia y confusión: la finalidad de la familia.

Es cierto que no se le puede negar su objetivo de contribuir a la supervivencia de la especie humana mediante su actividad procreadora. Pero será bueno pensar si esto es todo en una familia «humana», es decir, que debe llegar más allá de las solas leyes del instinto natural-animal.

No podemos ignorar que una postura excesivamente rígida y moralizante sobre este tema ha llevado a muchos a una postura radicalmente opuesta: nada de vínculos, nada de hijos, nada de institucional; es el placer el único objetivo de una relación de pareja...

Nadie duda de que esta mentalidad es el peligro más serio con que hoy se enfrentan nuestras familias jóvenes; pero será interesante que nos preguntemos si la familia, tal como se ha estado viviendo, ha sido un centro y motivo de felicidad para tantos hombres y mujeres que terminan por odiar lo que se les ha hecho un peso irresistible.

Son muchos los jóvenes que hoy prefieren eludir su compromiso de pareja-familia, pues piensan que familia y felicidad son incompatibles. Para que se haya llegado a este punto debió haber pasado mucha agua bajo el puente... ¿Cuántos matrimonios pueden afirmar sinceramente que su relación familiar fue una fuente de felicidad y de desarrollo personal? Todo esto debe llevarnos a revisar muchos de nuestros antiguos conceptos en lo que a sexo y familia se refieren para que esta institución celular de la sociedad vuelva a ser lo que Dios quiso que fuera: una comunión en el amor. Si todo hombre y mujer buscan la felicidad y la realización de sus ideales, ¿por qué no conseguirlas en su relación de pareja y en su acción procreadora-educativa?

2. La familia al servicio de la persona y de la comunidad

Todas las ciencias psico-sociales modernas vuelven a darle a la familia una importancia trascendental en lo que respecta al proceso de maduración de la persona, tanto de los esposos y padres, como de los hijos.

Recojamos algunas de las ideas más importantes que, como pronto se descubrirá, están presentes, si no en la letra, sí en el espíritu del evangelio.

a) Familia e identidad personal FAM/MADUREZ 

Al hablar de este tema, se suele subrayar la importancia que para los hijos representa la institución familiar. Pero, antes, no estará de más que nos preguntemos si no son los propios esposos los que llegan a la plenitud de su identidad, gracias a la vida en pareja y a los hijos.

En efecto, el matrimonio brinda al hombre y a la mujer la oportunidad maravillosa de saberse padres y madres. Por los hijos, los padres se transforman en dadores de la vida, en fuente de placer y felicidad para nuevos miembros de la especie humana; se hacen «educadores» en el sentido más pleno de la palabra, sacando desde la nada un ser y llevándolo hasta su maduración.

Pero no bastan los hijos para que haya verdaderos padres; antes debe existir una auténtica pareja: que sepa compartir, dialogar, crecer juntos, educarse mutuamente... Es en la relación-con-el-otro donde nuestro yo se muestra como es, y es allí mismo donde puede adquirir lo que constituye la esencia de la felicidad humana: la capacidad de donación de sí mismo. ¡Hermosa verdad harto olvidada! Cuando los padres han tomado conciencia de sí mismos, cuando quieren al hijo porque quieren darse totalmente y compartir juntos esta maravillosa experiencia, entonces la familia se transforma en el lugar ideal para que un nuevo ser abra sus ojos y comience esta increíble experiencia de ser "alguien" en el mundo. Esta pareja permite que haya Navidad en el mundo...

En la familia, el niño que ha recibido el ser de sus padres recibe de ellos otra cosa tan importante como la vida: el apoyo para crecer, para sentirse Juan, Pedro o María; para caminar y descubrir el mundo; para identificarse con el amor y la ternura; para aprender los límites que la existencia humana nos propone todos los días a fin de no caer bajo el impulso de los instintos... En fin: cada día, cada segundo, el hijo crece; y los padres deben no sólo no impedir ese crecimiento, sino alentarlo en un constante renunciamiento a cierto egoísmo que los impulsa a retener a los hijos como fuente de autosatisfacción.

Cuando existe este amor respetuoso por el otro, la familia deja de ser un rebaño al cuidado de un pastor omnipotente; pasa a ser un grupo familiar, donde cada uno ejerce una función distinta y complementaria de la de los demás. Uno es el padre, otra es la madre; estos son los hermanos mayores y aquéllos los menores... Cada uno hace que la familia se configure con la participación de todos; y cada uno da y recibe de todos lo que es necesario para gozar como seres humanos. Decimos que son funciones complementarias porque cada uno necesita de otro para no sentirse amputado como persona: necesita dar y recibir...

b) Familia y comunidad (socialización de la persona)

La familia es el primer y fundamental medio en el que la persona toma conciencia de que no está sola, sino de que su vida está íntimamente ligada a otros seres. Así el niño descubre que hay mamá y hay papá; también hay hermanos, tíos y abuelos; hay varón y hay mujer; hay fuertes y débiles, sanos y enfermos; hay diversidad de temperamentos y puntos de vista distintos...

En fin: la familia representa el primer modelo de sociedad que el niño percibe. Si este modelo es «bueno», es decir, si es armónico y fuente de gozo, sabrá enfrentarse con la gran sociedad con un espíritu positivo y constructor, sabiendo apoyarse en los padres hasta que sepa caminar solo. Si, en cambio, el modelo es «malo», tendrá que afrontar la vida con un tremendo bache en su personalidad, con un vacío, en cierta forma, irreparable...

También la familia es la primera comunidad cristiana en la que los hijos deben experimentar su pertenencia a la Iglesia, toda ella considerada como la gran familia de Dios. La familia crea, así, un modelo de relación humana, un esquema de grupo social, no tanto por una instrucción teórica, cuanto por la misma vida y experiencia familiar. Todo lo cual pone de relieve, una vez más, la fundamentaI importancia de una pastoral familiar que reconozca el papel activo que la familia tiene en la educación de los hijos y en la instauración de una sociedad más sana y justa.

Hoy celebramos la festividad de la Sagrada Familia. Es poco lo que sabemos de cómo era la experiencia de José, María y Jesús, aunque podemos deducirla por los conocimientos del contexto social y familiar del judaísmo del siglo primero.

Sin embargo, más valioso que esos detalles concretos propios de una situación social hoy desaparecida, es constatar de qué manera Jesús hizo toda su preparación mesiánica dentro de un hogar; ni siquiera concurrió a las escuelas rabínicas de Jerusalén, como pudo hacerlo Pablo...

Y, sin embargo, en aquel centro humilde de trabajo, de meditación y de sabiduría -como señala Lucas- aprendió a ser hombre y se preparó para la delicada misión que se le había confiado.

Quizá baste esta sola consideración para que nos propongamos hacer de nuestras familias un centro de promoción de las nuevas generaciones...

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 105 ss.


12. Nexo entre las lecturas

La mujer es el centro de atención de la liturgia. Particularmente la mujer como madre. Y esa mujer y esa madre es María. San Pablo en su carta a los gálatas dice de Jesucristo: "nacido de mujer, nacido bajo la ley" (segunda lectura), para indicarnos que como hombre Dios necesariamente ha tenido que tener una madre. La bendición litúrgica de la primera lectura parece que fue escrita dirigida a María madre: "El Señor te bendiga y te guarde; el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor te muestre su rostro y te dé la paz". El rostro del Señor es Jesús de Nazaret, el hijo de María. El evangelio nos permite intuirlo cuando con impresionante sencillez nos dice, refiriéndose a los pastores: "Fueron de prisa y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre".


Mensaje doctrinal

1. Mujer y Madre de Dios. "Nacido de mujer" es Jesús. Mujer, con toda su feminidad, es María, la nueva Eva, origen y espejo de toda mujer redimida. Siendo Jesús el Verbo de Dios, resulta obvio que María es la Madre de Dios, la gloria suprema de la mujer. Dios, en su inmensa sabiduría, ha querido vivir la experiencia de tener una madre, de mirarse en la ternura de sus ojos, de acunarse en sus brazos y de ser estrechado en su regazo. Para ser Madre de Dios María no tuvo que renunciar o dejar al margen nada de su feminidad, al contrario, la tuvo que realizar en nobleza y plenitud, santificada como fue por la acción del Espíritu Santo. Al nacer de una mujer Dios ha enaltecido y llevado a perfección "el genio femenino" y la dignidad de la mujer y de la madre. La Iglesia, al celebrar el uno de enero la maternidad divina de María, reconoce gozosa que María es también madre suya, que a lo largo de los días y los meses del año engendra nuevos hijos para Dios.

2. Madre, bendición y memoria. En el designio de Dios, que es fuente de la maternidad, ésta es siempre una bendición: como a María, se puede decir a toda madre: "Bendito el fruto de tu vientre". Una bendición primeramente para la misma mujer, que mediante la generación da cumplimiento a la aspiración más fuerte y más noble de su constitución, de su psicología y de su intimidad. Bendición para el matrimonio, en el que el hijo favorece la unidad, la entrega, la felicidad. Bendición para la Iglesia, que ve acrecentar el número de sus hijos y la familia de Dios. Bendición para la sociedad, que se verá enriquecida con la aportación de nuevos ciudadanos al servicio del bien común.

3. La maternidad es también memoria. "María hacía ’memoria’ de todas esas cosas en su corazón" (evangelio). Memoria no tanto de sí misma, cuanto del hijo, sobre todo de los primeros años de su vida en que dependía totalmente de ella. Memoria que agradece a Dios el don inapreciable del hijo. Memoria que reflexiona y medita las mil y variadas peripecias de la existencia de sus hijos. Memoria que hace sufrir y llorar, que consuela, alegra y enternece. Memoria serena y luminosa, que recupera retazos significativos del pasado para bendecir a Dios y cantar, como María, un "magnificat".


Sugerencias pastorales

1. La madre, "sol de la casa". Esta expresión aplicó el papa Pío XII a la madre en un famoso discurso. Como el sol, la madre aporta "calor" al hogar con su cariño y su dulzura; como el sol, la madre ilumina los "ángulos oscuros" de la vida hogareña cotidiana; como el sol, la madre anima, suscita, regula y ordena la actividad de los miembros de la familia; como el sol, en el atardecer, la madre se oculta para que comiencen a brillar en la vida de los hijos otras luces, otras estrellas. La Virgen María fue el "sol" de la casa de Nazaret para su hijo Jesús y para su esposo José. En ella encuentra toda esposa y madre un modelo que imitar, un camino que seguir. ¿Cómo puede ser hoy, una esposa y una madre, sol de la casa? ¿Cuáles son las expresiones de cariño y de dulzura para "calentar" el hogar? ¿Cómo iluminar los "ángulos oscuros" del esposo, de los hijos, y de los demás seres queridos que conviven en la misma casa? ¿Qué formas de tacto y mesura habrá de usar para orientar la actividad de la familia hacia la unión, el bienestar, la paz, la felicidad? ¿En qué modo habrá de "ocultarse" para no opacar las nuevas luces que aparecen en el horizonte de sus hijos? Sería una desgracia para la familia y para la sociedad el que la madre, en lugar de ser el sol de la casa, viniese a ser noche y tiniebla, tormenta y huracán. ¡Madre!, sé siempre luz del hogar, levanta tu mirada hacia María la Madre y sigue sus pasos.

2. Valorar la maternidad. En el mundo actual la maternidad pasa por un estado de ambivalencia. Por un lado el fenómeno de la disminución de la natalidad en el mundo, especialmente en Europa y Occidente, es real y evidente, al igual que casi se ha perdido el carácter "sacro" de la maternidad por su colaboración con la obra del Creador y el respeto a las leyes divinas sobre las fuerzas y límites procreativos del hombre y la mujer; por otro, la mujer desea satisfacer a toda costa su vocación íntima a la maternidad, o quiere tener menos hijos para poder dedicarse más y mejor a su tarea de madre educadora, o adopta con amor y decisión hijos "anónimos" o "huérfanos", a costa incluso de muchos sacrificios. Ante esta ambivalencia, simplemente delineada y que por tanto abarca otros muchos aspectos, es necesaria una campaña para que tanto la mujer como la sociedad en general valoren más la maternidad. ¿Qué se puede hacer en tu ambiente para lograr esta valoración? ¿En qué pueden las leyes, los medios de comunicación, las instituciones estatales y eclesiales contribuir a valorar la vocación original y primaria de toda mujer?

P. Octavio Ortiz


13. 2002 COMENTARIO 1

INVITACION A LA AUSTERIDAD

"Pasaron dos años y el Faraón tuvo un sueño: Estaba en pie junto al Nilo cuando vio salir de él siete vacas hermosas y bien cebadas que se pusieron a pastar en el carrizal. Detrás de ellas salieron otras siete vacas flacas y mal alimentadas, y se pusieron junto a las otras a la orilla del Nilo, y las vacas flacas y mal alimentadas se comieron las siete hermosas y bien cebadas. El faraón despertó".

Este sueño fue interpretado por José en clave económica así: "Van a venir siete años de gran abundancia en todo el país de Egipto; detrás vendrán siete años de hambre que harán olvidar la abundancia...Por tanto, que el faraón busque un hombre sabio y prudente, y lo ponga al frente de Egipto; establezca inspectores que dividan el país en regiones y administren durante los siete años de abundancia. Que reúnan toda clase de alimentos durante los siete años buenos que van a venir.. Los alimentos servirán de provisiones para los siete años de hambre que vendrán después en Egipto, y así no perecerá de hambre el país". El sueño y su interpretación lo cuenta el libro del Génesis (41,1-36).

Es una invitación al ahorro, a la previsión, a la austeridad. Antigua pero actual invitación que se hace desde el campo de la política, lo social y la religión, para superar males venideros -ya presentes- a nuestro mundo. Un "no" rotundo a esta sociedad de derroche, de gasto superfluo, de lujo injuriante, de insolidaridad de la inhumana familia.

La vieja narración del Génesis parece recobrar actualidad: pasaron los tiempos de las vacas gordas. (¿Volverán alguna vez?). Aquel despertar económico español de los años setenta parece un sueño; el "boom" del turismo y el expansionismo económico también. Las empresas quiebran, el paro con sus secuelas se hace sentir como mordaza en una sociedad que todavía tiene la osadía de derrochar lo que muchos necesitan para sobrevivir.

Pero ya no basta, como en tiempos del faraón, con un hombre sabio y prudente al frente del país, si bien esto remediaría algunos males. Es necesario que todo el país se vista de sabiduría y sensatez, lo que parece, a simple vista, pedirle peras al olmo.

Sabiduría y sensatez que deberían traducirse en un nuevo modelo de familia y de relaciones humanas. Tal vez, volver los ojos hacia la familia de Jesús de Nazaret nos pueda iluminar. Poquísimo sabemos de su convivencia y estilo de vida; sólo un dato seguro: eran pobres.

José, el padre putativo (de ahí Pepe) era un hombre justo, cabal, carpintero o albañil de profesión ("tektón" dice el Evangelio, ese artesano que hay en los pueblos que sabe un poco de todo). María, una joven madre dedicada a las tareas del hogar. Tenían un hijo: Jesús.

En aquella familia pobre y en aquel ambiente austero se educó Jesús. Al presentarlo sus padres en el templo no pudieron ofrecer a Dios ni siquiera un cordero (ofrenda de los ricos); sólo dos pichones o tórtolas, como los pobres (Lc 2,2lss).

De mayor, Jesús obró un gran milagro: siendo y habiendo nacido pobre, no deseó ser rico. Su vida fue una denuncia de todos los ricos, del derroche humano; fue una invitación a la austeridad y a la solidaridad como camino para la supervivencia y la fraternidad. "Dichosos los que eligen ser pobres" era el primer mandamiento de su proclama. Todo esto, pienso yo, lo debió aprender en familia. Y es que sólo los pobres están capacitados para la solidaridad y el amor, único camino que puede abrir la humanidad al futuro.
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14. COMENTARIO 2

LA FAMILIA DE JESÚS

Jesús como cualquier ser humano, nació y creció en el seno de una familia. Pero su perspectiva no se encerró en ella, como no se encerró dentro de las fronteras de su tierra: él tenía en mente una familia formada por todos los hombres que aceptaran como padre a su Padre, Dios Pero esa propuesta provocó muchos conflictos.

UNA FAMILIA POBRE

Cuando llegó el tiempo de que se purificasen, conforme a la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para presentarlo al Señor... y para entregar la oblación (conforme a lo que dice la ley del Señor: "Un par de tórtolas o dos pichones."

Lo primero que a muchos iba a resultar inaceptable es que el Mesías, el Consagrado de Dios naciera en una familia pobre. Ese es uno de los datos que facilita este evangelio y que no debe pasar inadvertido: la familia de Jesús presenta en el templo la. ofrenda de los pobres: "un par de tórtolas o dos pichones" (los que por su situación económica podían costearlo debían ofrecer un cordero; véase Lv 12,6-8). Y es que Dios, cuyo proceder siempre resulta sorprendente a quienes esperan que actúe según los criterios del mundo este, escogió a una muchacha sencilla para ser la madre del Mesías y quiso que su hijo creciera en el seno de una familia pobre y humilde, residente en un pequeño pueblo de la provincia más alejada de la capital: el que después proclamará " ¡ dichosos los pobres!" y "¡ay de vosotros los ricos!" (Lc 6,20-26), anunciando así de parte de Dios que es posible organizar un mundo sin miseria, compartirá, durante toda su vida, la vida de los pobres, en un pueblo pobre y en una familia pobre. Pero no sería ésta la única causa de conflicto.

UNA GRAN FAMILIA

Vivía entonces en Jerusalén un cierto Simeón, hombre honrado y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; el Espíritu Santo estaba con él y le había avisado que no moriría sin ver al Mesías del Señor. Impulsado por el Espíritu fue al templo. Cuando los padres de Jesús entraban para cumplir con el niño lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios diciendo: Ahora, Señor, según tu promesa, despides a tu siervo en paz...

Era creencia común entre todos los paisanos de Jesús que el Mesías vendría exclusivamente para su pueblo, para Israel. Cuando llegara, purificaría las instituciones, restablecería la justicia en las relaciones entre los israelitas y, sobre todo, engrandecería su nación hasta devolverle con creces el esplendor que había alcanzado en tiempos del rey David. Es cierto que, ya desde los tiempos más antiguos, estaba abierta la puerta para que todos los que quisieran incorporarse a la religión y al pueblo judíos pudieran hacerlo, aunque no fuesen israelitas de nacimiento. E incluso los antiguos profetas habían anunciado que un día todas las naciones acudirían a Jerusalén a dar culto al Dios de Israel (véase, por ejemplo, Is 49,6; 56,1-8; 66,18-23). Pero Israel siempre quedaba en el centro (véase Is 60,1-9; 66,20).

El anciano Simeón, "que aguardaba el consuelo de Israel" y que aún mantiene la idea de que todo redundará en "gloria de tu pueblo, Israel", se coloca en el punto más avanzado de esta perspectiva: el Mesías, que él descubre en el hijo de aquella muchacha que se presentaba en el templo para cumplir sus deberes religiosos, ha sido "colocado ante todos los pueblos como luz para alumbrar a las naciones".

LA FAMILIA DE JESÚS

Simeón los bendijo, y dijo a María, su madre:
-Mira: éste está puesto para que todos en Israel caigan o se levanten; será una bandera discutida, mientras que a ti una espada te traspasará el corazón; así quedará patente lo que todos piensan.

Este será otro de los puntos de conflicto. Jesús ofrecerá a todos los hombres, por encima de las diferencias de nación, raza y religión, la posibilidad de llegar a ser hijos de Dios, y ese proyecto chocará una y otra vez con la mentalidad nacionalista y exclusivista de sus paisanos que esperaban de Dios la liberación, pero sólo o por lo menos en primer lugar para Jerusalén, para Israel.

Ni siquiera María, la madre de Jesús, se va a librar de este conflicto: ella participa de la mentalidad de sus paisanos y tendrá que dejar que el mensaje de su hijo separe, también en ella, lo que aún es válido de lo que ya está cumplido: "mientras que a ti una espada te traspasará el corazón". Quizá uno de los momentos en que este discernimiento resultará más doloroso será cuando Jesús tenga que dejar claro que, para él, la familia que realmente importa es la que tiene a Dios por Padre y a todos los hombres que quieran serlo por hermanos: "Madre y hermanos míos son los que escuchan el mensaje de Dios y lo ponen por obra" (Lc 8,21).

De la Sagrada Familia, el evangelio nos dice muy poco, casi nada. Algunos evangelistas ni siquiera se refieren al período de tiempo en el que Jesús vivió en Nazaret con María y José. Lo que sí sabemos es que el conflicto que provocó Jesús al romper con todo lo que impedía la transformación del mundo de los hombres en un mundo de hermanos, ese conflicto afectó en primer lugar a su familia de Nazaret. Recordemos lo que pasó cuando Jesús se quedó en el templo: cuando lo encontraron, su madre le regañó y Jesús respondió: "¿No sabíais que yo tengo que estar en lo que es de mi Padre?" (Lc 2,49; véase comentario núm. 60, correspondiente a la fiesta de San José). Y así, tanto José como María se vieron en la necesidad de romper con su tierra y su pasado para defender a Jesús y ponerse de su parte. De José sabemos poco. Mateo nos dice que tuvo que abandonar su tierra para defender a Jesús, recién nacido, de la crueldad de Herodes (Mt 2,13-14); de María sabemos algo más, aunque no mucho. Desde que aceptó el anuncio del ángel (Lc 1,26-38) hasta que se integró en la comunidad cristiana después de la resurrección de su hijo (Hch 1,14) debió sentir cómo aquella espada, de la que le habló el anciano Simeón, cortaba y separaba, una y otra vez, todo lo que podría haberle impedido colaborar con su hijo en la lucha por convertir el mundo entero en una gran familia. Así, la importancia de la Sagrada Familia de Jesús, José y María consiste, sobre todo, en haber sido el comienzo de la gran familia de Jesús. Por eso es la primera y el modelo de las familias cristianas.
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15. COMENTARIO 3

JESÚS, JUDÍO POR LOS CUATRO COSTADOS

"Al cumplirse los días de su purificación conforme a la Ley de Moisés, llevaron al niño a la ciudad de Jerusalén para presentarlo al Señor (tal como está prescrito en la Ley del Señor: Todo primogénito varón será consagrado al Señor) y ofrecer un sacrificio (conforme a lo mandado en la Ley del Señor: Un par de tórtolas o dos pichones)" (2,22-24). José y María siguen integrando a Jesús en la cultura y religión judías. Pretenden cumplir con él todos los requisitos que manda la Ley, a la par que purificarse la madre de su impureza legal (nótese la triple mención de la Ley).

La madre, después de dar a luz, quedaba legalmente impura: debía permanecer en casa otros treinta y tres días. El día cuarenta debía ofrecer un sacrificio en la puerta de Nicanor, al este del Atrio de las Mujeres. Por otro lado, todo primogénito varón debía ser consagrado a Dios (Ex 13,2.12.15) para el servicio del santuario y rescatado mediante el pago de una suma (Nm 18,15-16). Lucas no menciona rescate alguno. Habla, en cambio, del sacrificio expiatorio de los pobres (Lv 12,8) ofrecido para la purificación.

EL PUEBLO ACUDE AL TEMPLO
EN ESPERA DE LA LIBERACION DE ISRAEL

Para un buen judío, el templo era el lugar más apropiado para las manifestaciones divinas. Lucas, sin embargo, ya nos ha dejado dicho que la aparición del ángel Gabriel a Zacarías en el recinto más sagrado del templo, el santuario, a la hora de la oración matutina, en lugar de asentimiento había suscitado incredulidad; por el contrario, la gran noticia de que fue portador el mismo Gabriel a una muchacha del pueblo, cuando ésta se hallaba en su casa, sin que se diga que estaba orando, había encontrado plena acogida.

Mediante la primera pareja, Zacarías/Isabel, Lucas ha querido describir la situación religiosa de Israel, vista desde la perspectiva de los responsables de mantener la alianza que Dios había hecho con Abrahán y que había renovado por medio de los profetas (Judea/sacerdote/santuario). A pesar de la completa y humanamente insalvable esterilidad de la religión judía, Dios, fiel a sus compromisos, ha intervenido en la historia de su pueblo para que diera un fruto, el fruto más preciado que podía dar la religiosidad judía: Juan, asceta y profeta.

Lucas se ha servido de una segunda pareja todavía no plenamente constituida, María/José, para enmarcar el nacimiento del Hijo de Dios en la historia de la humanidad. A pesar de que María estaba sólo desposada con José y de que todavía no convivían juntos, fruto de la íntima colaboración entre Dios y una muchacha del pueblo, en representación ésta del Israel fiel, pronto para el servicio solícito hacia los demás, pero sin gran arraigo religioso (Nazaret/Galilea), ha tenido un hijo: Jesús, el Mesías de Israel y Señor de toda la humanidad.

Ahora Lucas quiere completar la descripción con una tercera pareja, Simeón/Ana, cuyo único lazo de unión es el hecho de confluir en el templo en el preciso instante en que van a presentar a Jesús; ambos son profundamente religiosos, pero a pesar de su edad avanzada mantienen viva la esperanza de una inminente liberación de Israel: representan al pueblo que, a pesar de la incredulidad de sus dirigentes (representados por la primera pareja), sigue acudiendo al templo con la esperanza de ver realizado su sueño de liberación (cf 1,10.21). A través de estos dos personajes, presentados ambos como profetas, Lucas reúne en el momento de la presentación de Jesús en el templo las dos líneas que había trazado en los cánticos de Zacarías y de María.

DICHOSOS LOS DE MIRADA TRANSPARENTE
PORQUE VERÁN SU LIBERACIÓN

"Pues mira, había en Jerusalén un hombre llamado Simeón -un hombre por cierto justo y piadoso- que aguardaba el consuelo de Israel, y el Espíritu Santo descansaba sobre él" (2,25). El foco ("mira") se ha fijado en un nuevo personaje, representativo esta vez de la humanidad profundamente religiosa que procede con rectitud hacia los demás ("un hombre", "hombre por cierto [lit. "y este hombre"] justo y piadoso"), real ("Simeón", nombre propio muy común en el judaísmo), confiado en que el consuelo de Israel -su liberación- estaba en manos de la institución judía ("en Jerusalén", en sentido sacral), al tiempo que contaba con la asistencia permanente ("descansaba [lit. "estaba"] sobre él") del Espíritu Santo y había sido informado por éste de la inminente presentación del Mesías en el templo: "El Espíritu Santo le había avisado que no moriría sin ver al Mesías del Señor" (2,26).
"Impulsado por el Espíritu fue al templo. En el momento en que introducían los padres al niño Jesús para cumplir con él lo que era costumbre según la Ley, también él lo cogió en brazos y bendijo a Dios diciendo:

"Ahora, mi Dueño, puedes dejar a tu siervo
irse en paz, según tu promesa,
porque mis ojos han visto la salvación
que has puesto a disposición de todos los pueblos:
una luz que es revelación para las naciones paganas
y gloria para tu pueblo, Israel"" (2,27-32).

A diferencia de Zacarías, quien, inspirado por el Espíritu Santo en un momento puntual, entonó un cántico de liberación, aunque circunscrito al pueblo de Israel (cf. 1,67), Simeón actúa permanentemente movido por el Espíritu. Acude al templo, no para celebrar un rito (Zacarías 1,9) o para cumplir un precepto (los padres de Jesús, 2,27 [por cuarta vez se menciona su entera sumisión a la Ley: cf. 2,22.23.24]), sino movido por una inspiración divina.

Como en otro tiempo Abrahán (Gn 15,15), Jacob (46,30) y Tobías (Tob 11,9), "también él" podrá "irse en paz" porque ha visto realizado lo que esperaba. "Ahora" se corresponde con el "hoy" del ángel a los pastores (cf. 2,11): ya se ha inaugurado la etapa final de la historia humana. "Siervo/Dueño", mentalidad veterotestamentaria de respeto y sumisión a Dios; falta todavía un buen trecho hasta que este niño nos revele la nueva relación "Hijo/Padre". Simeón tiene los ojos tan aguzados, gracias a la permanencia en él del Espíritu Santo, que ha logrado penetrar en lo más hondo del plan de Dios: con su mirada profética ha logrado traspasar los limites estrechos de Israel e intuir que la salvación que traerá el Mesías será "luz" en forma de "revelación" para los paganos, liberándolos de la tiniebla/opresión que los envuelve (Is 42,6-7; 49,6.9; 52,10, etc.), y de "gloria" para el pueblo de Israel (46,13; 45,13).

EL ESTANDARTE IZADO EN LO ALTO
COMO SIGNO DE CONTRADICCIÓN

Ante la incomprensión de los padres del niño en todo lo que hace referencia a su futura función mesiánica (se anticipa la incomprensión de que será objeto Jesús entre los suyos), Simeón, dirigiéndose a la madre y usando el mismo lenguaje de María en el cántico, revela que Jesús será un signo de contradicción y que esto lo llevará a la cruz: "Mira, éste está puesto para caída de unos y alzamiento de otros en Israel, y como bandera discutida -también a ti, empero, tus aspiraciones las truncará una espada-; así quedarán al descubierto los razonamientos de muchos" (2,34-35).

El foco, ahora, trata de atraer la atención de María, "la madre" (se excluye José, dejando entrever que éste habría ya muerto antes de que se produjeran estos hechos), sobre el gran revuelo que levantará en Israel la aparición de Jesús, su rechazo por parte de unos, para quienes se convertirá en tropiezo (Is 8,14), y su aceptación por parte de otros, para quienes se convertirá en cimiento o piedra angular (cf. Lc 20,17-18; Is 28,16), o -dicho con otra imagen (muy querida del evangelista Juan ([Jn 3,14; 8,28; 12,32.34])- el Mesías será izado en forma de señal o estandarte, al que unos darán la adhesión y otros rechazarán de plano (Is 11,12).

La idea del rechazo del hijo inclina a Lucas a proyectar, a modo de inciso parentético, el efecto de dicho rechazo sobre la madre, por personificar ésta el Israel fiel a la promesa: "tus aspiraciones (lit. "tu psyche [griego] / nephesh" [hebreo]) las truncará una espada", entendiendo por "espada" la muerte de su hijo (cf. Jn 19,25-27), con el fracaso de la salvación que de él se esperaba y la destrucción de Jerusalén por el ejército romano, que echará abajo para siempre la esperanza de una restauración gloriosa. La cruz pondrá de manifiesto las perversas intenciones de muchos en Israel. Ya desde un principio se apunta que la misión de este niño no estará coronada de éxito, sino que representará un gran fracaso a los ojos de su pueblo.

VIRGEN, CASADA Y VIUDA:
LA HISTORIA DE ISRAEL EN FASCÍCULOS

La figura femenina de Ana se corresponde con la masculina de Simeón, formando una pareja ideal (ambos son profetas): "Había también una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Esta era de edad muy avanzada: después de su virginidad había vivido siete años con su marido y luego, de viuda, hasta los ochenta y cuatro años. No se apartaba del templo, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones noche y día" (2,36-37). La descripción es muy minuciosa, como corresponde a un personaje representativo, al igual que lo era la de Simeón.

La cifra 84 es un múltiplo de 12 (12x7), alusión a las 12 tribus de Israel, mientras que el número 7 tiene, entre otros, valor de globalidad; asumiendo, además, que el período de virginidad hubiese durado catorce años (dos septenarios), momento en que solía darse una hija en matrimonio, y que había vivido de casada siete años (otro septenario), su viudez habría durado sesenta y tres años (llenando los nueve septenarios restantes), es decir, tres cuartas partes de su existencia.

Mediante las tres etapas de la larga vida de Ana, traza Lucas los períodos más importantes (tres es marca de totalidad) de la vida del pueblo de Israel representada por ella: "virginidad", cuando Dios pactó con ella una alianza y la tomó por esposa; "casada con su marido", período de buenas relaciones de Dios con su pueblo; "viuda", por la ruptura de la alianza.

La alusión a la tribu de Aser, una de las diez tribus del norte, confirma el alcance de su representatividad. La mención de la "edad muy avanzada", situada ya en el límite, contrasta con la doble mención de la "edad avanzada" de Zacarías e Isabel (cf. 1,7.18). De una parte, Ana está muy arraigada al pasado (genealogía) y a la institución judía (templo); de otro, por su calidad de "viuda", dice relación con el pueblo de Israel, que ha enviudado de su Dios, mientras que como "profetisa" lanza un grito de esperanza ante semejante desastre nacional.

¿LIBERACION NACIONAL O LIBERACION DE LOS OPRIMIDOS?

"Presentándose en aquel instante, se puso a dar gracias a Dios y a hablar del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel" (2,38). Tanto Simeón como Ana convergen en el preciso momento en que Jesús es presentado a Dios en el templo. Simeón continúa la línea del cántico de María: "caída" de los opresores y "alzamiento" de los oprimidos por ellos; Ana, la de Zacarías: "la liberación de Israel" de los enemigos externos. Lucas logra así que se entrecrucen los contenidos de los himnos de María (Madre por la venida del Espíritu Santo sobre ella) y Simeón (hombre sobre el que reposa el Espíritu Santo) con los de Zacarías (inspirado por el Espíritu Santo) y Ana (profetisa). María-Simeón hablan del "auxilio" (1,54) / "consuelo" (2,25) que Dios viene a traer a los pobres y humillados de Israel frente a los ricos y poderosos que lo oprimen; Zacarías-Ana, de la "liberación de Israel" (1,68) / "de Jerusalén" (2,38) por obra de Dios frente a los enemigos de fuera. Las dos tendencias están muy enraizadas en Israel y ambas cuentan con el respaldo del Espíritu Santo.

En su calidad de Salvador/Liberador, Jesús irá más allá: su muerte dejará perplejos a los que aguardaban la liberación/restauración de Israel (cf. 24,21; Hch 1,6; 3,21); su mensaje no se limitará a proclamar la liberación de los oprimidos frente a los opresores ni se circunscribirá a Israel, sino que creará una comunidad de hombres y mujeres libres que, siguiendo su ejemplo, se pongan al servicio de los demás. De momento, el Espíritu profético sigue la línea de los profetas del Antiguo Testamento. Será en Jesús donde el Espíritu Santo podrá desplegar plenamente toda su fuerza y dinamismo, sin las limitaciones inherentes a todo profeta, condicionado por la tradición patria.

VUELTA A LA REALIDAD COTIDIANA DE NAZARET

"Cuando dieron término a todo lo que prescribía la Ley del Señor, regresaron a Galilea, a su pueblo de Nazaret" (2,39). Se cierra así, mediante una inclusión (Galilea-Nazaret: 2,4 // 2,39), la prolongada -teológicamente hablando- estancia de Jesús y de sus padres en Judea (Belén-Jerusalén), durante un período de "cuarenta días" contando a partir del nacimiento del niño hasta su presentación en el templo, habida cuenta que "cuarenta" connota un período relativamente largo, completo y cerrado; en años, el de una generación. Por quinta y última vez se menciona el cumplimiento efectivo de la Ley por parte de los padres de Jesús. Un decreto del César ha puesto en marcha todo ese proceso. Una vez terminado, regresan a Nazaret de Galilea, como quien cierra un largo paréntesis destinado a encuadrar el nacimiento de Jesús en las coordenadas nacionales y religiosas del judaísmo.

PRIMER COLOFÓN: INFANCIA DE JESÚS
RODEADA DEL FAVOR DIVINO

"El niño crecía y se robustecía, llenándose de sabiduría, y el favor de Dios descansaba sobre él" (2,40). Durante los primeros años de su vida (antes de alcanzar los doce años, momento de su presentación a Israel), Lucas subraya el crecimiento y afianzamiento del niño, en paralelo con el de Juan Bautista (cf. 1,80), pero acentuando su superioridad respecto al precursor. La sabiduría va dando a Jesús una visión profunda sobre el plan de Dios. La presencia continua del favor divino indica una limpidez sin obstáculos. Jesús, que había nacido en la más completa marginación, no se separa de su entorno familiar, mientras que Juan, que había visto la luz rodeado de sus familiares, parientes y vecinos, aguardó en el desierto el momento de su presentación a Israel.
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16. COMENTARIO 4

El modelo de familia que predominó en Israel fue el de familia patriarcal. La autoridad principal era la del padre, y era la que se imponía tanto frente a los hijos como a la mujer. La ley, fiel a esta dinámica, favorecía en general al hombre. Sin embargo, hacia el interior de la familia existía cierta matri-focalidad, que le daba a la madre un gran aprecio, por el papel que desempeñaba, y al mismo tiempo una gran autoridad moral. De todas formas, la familia era concebida como un poder, y éste estaba en manos del padre o patriarca. Esto es precisamente lo que significa "patri-arca": poder o dominio del padre.

Todo lo dicho lo presupone el texto de Eclo 3,3-7.14-17a, aunque trate de reflejar un mundo apacible y espiritual, pero que en el fondo se maneja con obediencia, sumisión, respeto, honor, atención, a fin de obtener, en compensación, larga vida, igual trato más tarde, perdón de los pecados y protección en los peligros. Este modelo de familia patriarcal, típico en Israel, pasó al cristianismo, casi sin crítica, y es el que hoy predomina en nuestra sociedad cristiana occidental, aunque sin los valores religiosos que el Antiguo Testamento le añadía y que, en cierta medida, lo atemperaban y equilibraban.

La propuesta que hizo Jesús y que el Evangelio ofrece a todas las estructuras sociales y culturales a donde llega, es vivir la fraternidad, sin estructuras de poder y sin dominio de unos sobre los otros. Un ejemplo de este propósito nos lo da la carta a los Colosenses 3, 12-21. Fijémonos cómo ella tiene dos partes bien claras: la primera nos trae el ideal cristiano de comunidad, que obviamente debía ser vivido también en la familia. Este ideal no era sólo un proyecto para las reuniones comunitarias o para las comunidades cristianas en general. Era también un proyecto de vida para la misma familia. No se podían dejar para la calle elementos como "la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura y la comprensión". Si en algún sitio debían ser practicadas estas virtudes, y con urgencia, era dentro del hogar. Sin embargo, la última parte de la lectura de la carta a los Colosenses nos vuelve a hablar de autoridad y sumisión, aunque señale también amor y suavidad, y plantea de nuevo la obediencia, aunque no se olvide del peligro que ello implica de exasperar a los demás.

Éste es un claro ejemplo de una tarea que no hizo el cristianismo a su tiempo, debido a las condiciones histórico-culturales de su desarrollo, pero que aún debe hacer: pensar en el modelo de familia que correspondería mejor a los valores del Evangelio, que fundamentalmente son fraternidad/sororidad, solidaridad e igualdad, con renuncia a todo poder de dominio. Si estos valores no se ponen en práctica desde la misma familia, los hijos que nacen vuelven a reproducir el machismo de la familia patriarcal, la insolidaridad y todas las formas de dominio y de egoísmo que tiene nuestra sociedad burguesa, la cual se realimenta principalmente de nuestro modelo actual de familia y de educación.

El evangelio de Lucas 2, 22-40 nos presenta un modelo de familia parcial: se trata de unos padres -José y María- que todavía sin conflicto cobijan a su hijo y cumplen con él todo lo prescrito por la Ley, mientras los que lo rodean se deshacen en alabanzas y en pronósticos acerca del futuro del niño. Sin duda alguna -como testimonia el mismo Evangelio- María y José están en relación a Jesús en esa necesaria etapa de la protección de la vida del indefenso hijo, la cual es la etapa de la admiración. Y desde ella no se puede construir una imagen de la verdadera familia cristiana.

El mismo texto bíblico insinúa por dónde debe tomarse el sentido de esta familia. De Jesús dice que será como una bandera discutida: será signo de contradicción, porque su actitud desnudará el interior de muchas personas. De María dice algo parecido: que su ser de mujer será traspasado por una espada. Es decir, al hogar santo de Nazaret le esperan horas de contradicción y de dolor. Lucas, a lo largo de su evangelio, lo irá descubriendo: el niño dirá más tarde, abandonando temporalmente su hogar, que él debe estar en las cosas de su Padre; dejará su hogar y a su madre viuda, para dedicarse al anuncio del Reino; y predicará que hay que abandonar padre y madre para seguirlo con libertad, etc.

Si seguimos los pasos de Jesús, encontramos que él no presenta un hogar cerrado en sí mismo, sino un hogar que cumplió una misión temporal de formación física y espiritual, hasta que logró lanzar a sus integrantes a la conformación de una nueva realidad, a saber: la comunidad que, superando las limitaciones de la carne y de la sangre, y sirviéndose de la capacidad espiritual que daba el sistema de la alianza, llegó a formar una nueva familia, unida en la causa del Evangelio y del Reino. El texto bíblico, antes de empezar a demostrar cómo Jesús fue cortando los lazos que lo ataban a la carne y la sangre, termina diciéndonos que Jesús, dentro de su hogar, iba haciéndose fuerte corporal y espiritualmente.

La familia de carne y sangre es una estructura necesaria, pero transitoria; su verdadera razón de ser está en preparar miembros que formen las nuevas familias humanas, según la visión del Antiguo Testamento ("dejarán a su padre y a su madre, para unirse a su mujer"); o, según la visión de Jesús, la familia carnal debe ser la primera etapa que abra a todos sus miembros (y no sólo a los hijos) hacia la conformación de la verdadera familia cristiana que se une para lograr vivir la fraternidad, la igualdad y la solidaridad que propone el Reino. Ésta es la única manera para que la familia reciba el sentido escatológico, trascendente que propone Jesús, y no se convierta en un criadero de gente egoísta, de personalidades débiles, de mentalidades cerradas, de grupos que sólo miran sus propios intereses, y de pequeñas empresas espirituales y económicas para las que sólo vale su apellido.

La verdadera familia cristiana está aún por construirse y es una tarea que, cuando se emprenda, llevará a la Humanidad a dar pasos agigantados en su calidad espiritual.

Para la revisión de vida

No hay un único modelo de familia cristiana, eso es algo que hoy ya sabemos muy bien; pero, sea del tipo que sea mi familia, ¿trato de vivir yo en ella los valores evangélicos?

Para la reunión de grupo

- Por más que la Iglesia suela poner como uno de sus grandes principios morales el de la atención a la familia como el pilar fundamental de la sociedad, Jesús no parece que obró así. Jesús parece predicar valores que están muy por encima de la familia, llama a un seguimiento que en principio parece estar en competencia (si no es incompatible) con la vida familiar, no da permiso a aquel que se lo pide para ir a enterrar a su padre… ¿Cómo caracterizar esta actitud de Jesús frente a la familia? ¿Cuál es el valor "mayor que la familia" que Jesús pone por encima de ella?
- El texto de la segunda lectura de hoy (Col 3, 12-21) tiene graves problemas desde una visión de género: "Mujeres, vivid bajo la autoridad de vuestros maridos, como conviene con el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas".
a) Sobre este texto, en primer lugar pedir a alguien que busque un comentario exegético: ¿es de Pablo?, ¿no lo es?, ¿hay algo en el contexto de aquella comunidad que pueda ser relevante para su interpretación?
b) ¿Es mensaje revelado que la mujer debe estar sometida al marido, aunque éste deba tratarla sin aspereza? ¿Podemos aceptar hoy que la mujer debe estar sometida al marido? ¿No exige el evangelio que la pareja viva su amor en armonía y mutuo respeto, sin que ninguno tenga poder o dominación sobre el otro?
c) ¿Qué lugar ocupa en las preocupaciones de nuestra comunidad, el tema de las relaciones de género en la sociedad y en la Iglesia? ¿Es un tema desconocido, minusvalorado, despreciado, temido, afrontado, estudiado? ¿Qué podemos/debemos hacer?
- El Evangelio, ¿nos da una lista de valores que podríamos calificar como propia de una familia cristiana o, simplemente, nos invita a que nuestra familia esté abierta a Dios para que acojamos confiadamente su palabra y su plan en nuestras vidas?

Para la oración de los fieles

- Por toda la Iglesia, para que los cristianos hagamos de ella una verdadera familia en la que no haya discriminaciones sino que reinen la justicia, el amor y la fraternidad. Oremos.
- Por todos cristianos, para que seamos solidarios en la tarea de hacer de este mundo una única familia humana llena de paz y fraternidad. Oremos.
- Por las familias cristianas, para que estén abiertas a todas las transformaciones positivas que vive hoy la institución familiar. Oremos.
- Por las familias rotas, los hijos que sufren las consecuencias de una separación, los que estén alejados de sus familias, los que no aciertan a saber convivir con los suyos. Oremos.
- Por las familias sin vivienda, sin trabajo, emigrantes. Oremos.
- Por la Iglesia, que vive también sus malestares internos como familia, para que se transforme en una familia de convivencia sana y alegre. Oremos.

Para la oración comunitaria

Dios, Padre nuestro, que en la Sagrada Familia nos enseñas cómo hemos de buscar siempre y por encima de todo tu voluntad; enséñanos a parecernos a ellos para que, unidos por los lazos del respeto, la comprensión y el amor, trabajemos siempre por tu Reino. Por Jesucristo.

1. J. Peláez, La otra lectura de los evangelios, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "No la ley sino el hombre ". Ciclo B. Ediciones El Almendro, Córdoba

3. Josep Rius-Camps, El Éxodo del Hombre libre. Catequesis sobre el Evangelio de Lucas, Ediciones El Almendro, Córdoba.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica)