16 HOMILÍAS PARA LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA
CICLO B
1-9

 

Las tres primeras homilías se basan en las tres lecturas propias del ciclo B. Las restantes en las dos primeras lecturas para los tres ciclos y el evangelio propio del ciclo B

 

Nexo entre las lecturas

Abram es el prototipo del hombre justo que por su fe en Dios obtiene de Él la promesa de una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo (1L). Por esa fe, como afirma Pablo en la carta a los romanos, está dispuesto incluso a sacrificar a su hijo único, garantía de la promesa recibida (2L). Del mismo modo, Simeón, varón justo y temeroso de Dios, por su confianza en Aquel que nunca olvida sus promesas, (Salmo) alcanza la promesa de contemplar con sus ojos al Salvador esperado por Israel (EV). María y José viven también inmersos en un designio divino que pide de ambos toda su fe y su esperanza. Ellos se admiran ante el designio que Dios ha preparado para su Hijo y lo viven en medio de una vida sencilla en Nazaret en la que contemplan a su Hijo crecer y fortalecerse en sabiduría (EV).


Mensaje doctrinal

1. Fe como adhesión personal a Dios.
La fe, comenta el catecismo de la Iglesia Católica, “es una adhesión personal del hombre a Dios que se revela. Comprende una adhesión de la inteligencia y de la voluntad a la Revelación que Dios ha hecho de sí mismo mediante sus obras y palabras” (Catecismo de la Iglesia Católica 176). De esta fe, la Iglesia al celebrar hoy la fiesta de la Sagrada familia, hace referencia a Abraham, el padre de todos los creyentes, precisamente por su capacidad de escucha atenta a Dios y por someterse libremente a la palabra escuchada. Él, al ponerse en camino sin saber exactamente hacia dónde dirigirse y estar dispuesto a sacrificar a su hijo Isaac, prueba y garantía que el Señor le había dado de su compañía y bendición, da su asentimiento con todo su ser a Dios que se revela (cf Dei Verbum 5): su inteligencia, su voluntad y, sobre todo, su corazón, centro de su persona. La fe es un don de Dios, un obsequio libre de la razón pero nunca contraria a la razón. Más aún, la fe ilumina la razón abriéndole horizontes más amplios y profundos de manera que ésta puede llegar ahí donde por si sola no puede ni alcanza. (Cf. Fides et Ratio 16). También la familia de Nazareth vive con fe los planes divinos. Sin duda alguna no los comprenden del todo, pero los guardan dentro de su corazón sin evadirlos, viviendo en las tinieblas de la noche como ese primer peregrino que salió de su tierra sin saber qué rumbo había de tomar. Se adhieren al beneplácito de Dios dejando en un segundo plano los planes personales, los propios gustos, los propios criterios. Adhieren por completo sus vidas a Él aprendiendo a prescindir de sí mediante un acto pleno de abandono y confianza, fundados en Él que es la verdad misma que no puede ni engañarse ni engañarnos. Se adhieren a Dios por la fe acogiendo su palabra, cortando amarras de esperanzas amadas, seguridades e ilusiones, para mantenerse unido al hilo de la palabra del Señor a pesar de todos los obstáculos y pesares que su cumplimiento les fue presentando.


2. Venerar el don y el misterio de la vida. “La familia está llamada a esto a lo largo de la vida de sus miembros, desde el nacimiento hasta la muerte. La familia es verdaderamente el santuario de la vida..., el ámbito donde la vida, don de Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques a que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico crecimiento humano” Con estas palabras, la encíclica Centesimus annus nº 39, quiere destacar la misión tan alta de toda familia humana. En realidad, Jesús ha querido formar parte de una familia natural para participar de algún modo misterioso de la gran familia humana María y José, acogiendo a Jesús como un don de Dios, y acompañándole en su crecimiento integral como hombre (cfr. Lc 2, 52 ) son modelo de aquel amor responsable y generoso que los padres, como partícipes del poder creador de Dios, han de ofrecer a sus hijos. Esto es importante sobre todo en el mundo presente, en el que “el papel de la familia en la edificación de la cultura de la vida es determinante e insustituible.” (Evangelium Vitae, 92).


Sugerencias pastorales

1. Caminar en la fe. “El justo vive de la fe” (Heb 10, 38). Fe y vida cristiana se hallan íntimamente unidas. La fe no es sólo un conjunto de conocimientos, de verdades para ser creídas. Ésta es ante todo una vida. fe en Alguien, fe en una persona viva. Vivir la propia fe significa entonces dejar que ese conjunto de creencias, de verdades, pasen a formar parte de mi vida, informen mi vida, guíen e iluminen mi vida. Una fe así la vivió Abraham, entregando por completo su vida al Dios en quien creyó. Del mismo modo, la fe de todo buen cristiano tiene que convertirse en una vida. Sólo así será una fe transformante. La vida de un ser humano es un continuo caminar en la fe. Para nosotros, como lo fue para Abraham, para Sara y para la Sagrada Familia de Nazaret, caminar en la fe significa poner por encima de nuestra jerarquía de valores a Dios, cumplir su voluntad a través de las manifestaciones concretas y puntuales que se nos van presentando en la vida.

2. Atención prioritaria en favor de la familia. Para un pastor de almas, la familia debe ocupar un lugar prioritario en su acción pastoral ya que constituye el núcleo y base de toda sociedad, y podemos decir, de una comunidad parroquial. El Santo Padre no duda en afirmar que “la evangelización depende en gran parte de la Iglesia Doméstica” (Cfr. Juan Pablo II, Discurso a la II Asamblea General de los Obispos de América Latina, 28 de enero de 1979). Podemos decir que ahí donde existen familias sanas, bien constituidas, instruidas en su fe católica y conscientes de su misión dentro de la Iglesia, ahí florece la vida cristiana. Por tanto, el pastor de almas debe ser consciente de que la familia es el camino de la Iglesia. Más aún, “el primero y más importante camino de la Iglesia”. (Carta a las familias, 1994, nº 2).

P. Octavio Ortiz


2.

SITUAR LA FIESTA

En el clima recién estrenado de Navidad, celebramos un recuerdo muy amable: el de la Familia que formaron en Nazaret María, José y Jesús. La fiesta además resulta aleccionadora y estimulante para nuestra vida de familia y comunidad.

Las lecturas de hoy se pensaron con una intención, como dice el Leccionario: «En la fiesta de la Sagrada Familia el evangelio es de la infancia de Jesús, y las demás lecturas hablan de las virtudes de la vida doméstica» (OLM 95). A la vez seguimos meditando en el misterio del Dios hecho hombre, manifestado en la historia, y nos miramos al espejo de la Sagrada Familia para mejorar la nuestra.

Últimamente ha habido un enriquecimiento: no sólo se diversifica el evangelio para cada ciclo, sino también las otras lecturas. Nosotros, aquí, suponemos que se proclaman las tres lecturas propias del ciclo B.

LAS RAÍCES: LA FAMILIA DE ABRAHÁN

La primera mirada es a Abrahán, tal como nos lo presentan las dos primeras lecturas. En verdad la familia que forman Abrahán, Sara y luego Isaac, es modélica: aceptan el plan salvador de Dios, que les incluye a ellos, aunque va a traer a su vida dificultades no pequeñas. Dios ha pensado en ellos para que sean el inicio del pueblo elegido. En una situación que parece más bien inadecuada -la esterilidad de los ancianos- sin embargo creen en Dios, renuncian a sus propios planes para obedecer a los de Dios.

Con razón Pablo alaba la fe de esta familia que abandona su patria y está dispuesta a sacrificar incluso a su único hijo, con plena confianza en los designios de Dios. El acento habría que ponerlo en toda la familia, que por su fe en circunstancias difíciles es hoy como la figura profética de la familia de Nazaret, también envuelta en los planes salvadores de Dios, pero esta vez en la plenitud del tiempo de Cristo.

ALEGRÍAS Y TEMORES DE LA FAMILIA DE JESÚS

El evangelio de este ciclo B nos ofrece la significativa escena de la presentación en el Templo. Por una parte nos ayuda a profundizar el clima de la Navidad. Jesús, el Salvador, entra por primera vez en el Templo, como cumplimiento de las profecías y figuras para el pueblo de Israel e inicio del nuevo Pueblo que se reunirá a su alrededor. Simeón y Ana representan al resto de Israel que acoge al enviado de Dios, como antes los pastores (junto con María y José), y los magos de oriente por parte de los demás pueblos. Estamos en clima de manifestación, con la atención claramente centrada en Cristo, el Mesías.

Está también la perspectiva de la familia de Jesús. Junto a la alegría ante las alabanzas de Simeón y Ana, el episodio debió de ser una experiencia agridulce y fuerte para María y José. Una experiencia que no acabaron de entender, y que seguramente pertenecería a esas cosas que María guardaba, rumiándolas, en su corazón, hasta que comprendiera la plenitud del misterio de su Hijo. Las premoniciones sobre su Hijo tendrán su cumplimiento trágico al pie de la Cruz, y su respuesta definitiva en la Resurrección. La Navidad se entiende desde la Pascua.

LECCIONES PARA NUESTRAS FAMILIAS Y COMUNIDADES

La Familia de Nazaret aparece hoy como una lección para las nuestras. Son varias las direcciones en que se puede concretar.

a) Dios ha querido encarnarse en una familia humana, con hondas raíces genealógicas en un pueblo: Abrahán, David. El que era «de la misma naturaleza del Padre», se hizo uno de nosotros y «compartió en todo nuestra condición humana menos en el pecado». 

b) Nos acercamos a esta Familia con infinito respeto. Ha sido llamada al servicio del plan salvador de Dios en clave muy especial. En ella encontramos la plenitud de la comunión interpersonal y del pacto conyugal y de las relaciones entre padres e hijo: aunque aquí la relación paternal biológica, que no es la más decisiva ni la más profunda, ha sido puesta al servicio de la perfecta fecundidad del Espíritu de Dios. 

c) La Sagrada Familia nos invita a revisar el clima de amor, comprensión y comunicación en nuestra propia familia o comunidad. El mundo de hoy hace difícil esta comunión, pero la Navidad nos invita a que en verdad «la caridad empiece por casa», por haber experimentado la cercanía del amor de Dios. 

d) La salud de una familia cristiana, su equilibrio y trabazón, tiene un factor decisivo en su actitud ante Dios: la escucha obediente a su Palabra, la oración, la «presentación en el Templo» y el encuentro con Dios en la Eucaristía dominical: esto es lo que da solidez al amor mutuo y firmeza a una fe que no pocas veces atraviesa momentos difíciles.

J. ALDAZABAL


3.

Todos los predicadores, cuando llega la fiesta de la Sagrada Familia, nos sentimos tentados de proyectar nuestra mirada a las situaciones familiares de hoy. Entonces comenzamos a describir las anomalías que observamos y, después de haber descargado todas nuestras indignaciones, empezamos un sermón moralizante.

Yo hoy, prefiero comentar los textos bíblicos y dejarme llevar por ellos, ya que no nos invitan a hablar de la familia en un sentido estricto. Tanto la familia de Abrahán y Sara como la de José y María son atípicas y difícilmente las podemos calcar en su aspecto exterior. Debemos buscar en ellas un sentido más profundo.

(Como las estrellas del cielo)

Abrahán es el padre de todos los creyentes. Recordemos que tanto judíos como cristianos y musulmanes lo tenemos como punto de referencia. En el texto del Génesis que hemos escuchado, hemos visto las ideas de paternidad y de descendencia. Una descendencia numerosa, como las estrellas del cielo. Toda aquella inmensa multitud de hijos, no obstante, no aparece en el tiempo reducido de una sola generación sino a través de muchos siglos. Lo mismo pasará con Jesús. A través de todos los siglos se irá multiplicando el linaje de los hijos de Dios, la multitud de los hermanos.

(Fecundidad espiritual)

Aunque entre el hijo de Abrahán y Jesús haya algunas semblanzas (la subida al monte del sacrificio llevando la madera sobre los hombros), aunque uno y otro reciban el título de hijo amado de su padre, también hay diferencias. A Isaac le es ahorrado el sacrificio. A Jesús, no.

Pero la mayor diferencia proviene de observar dónde se coloca el acento a la hora de propagar la descendencia. En todo el Antiguo Testamento se puede observar una preocupación por tener una descendencia carnal. Es perfectamente explicable esta ilusión que todos tenían de ver si podrían entrar a formar parte de la genealogía del Mesías que tenía que venir.

En cambio, el engendramiento de los hijos de Dios de que nos hablará Jesús no será por descendencia de sangre, ni voluntad de un padre o voluntad humana sino de Dios mismo. Aquí encontramos una nueva idea de fecundidad. Quizá se inspiraran en ello los que pocos años después del Concilio Vaticano II decían: "El amor siempre es fecundo". El amor, incluso cuando no hay engendramiento de hijos, produce sus frutos no sólo en el interiorde la familia sino en toda obra humana o eclesial. También las personas que no han fundado una familia voluntariamente o porque las circunstancias de la vida los mantienen en un estado de soltería, aquellos o aquellas que viven en la viudez después de perder al ser querido, las personas consagradas a Dios en la virginidad y el celibato. Todos pueden tener una fecundidad espiritual con sus obras al servicio del Reino.

(Un nuevo concepto de familia)

Yo querría tranquilizar a muchos padres cristianos y a muchos abuelos cuando ven que ya no tienen ningún tipo de influencia sobre sus hijos o nietos, pero en cambio son apreciados en la comunidad cristiana o en cualquier otra asociación: que no dejen de ser fecundos, que no dejen de trabajar por el bien de los demás. No tienen una familia destrozada; la tienen enriquecida.

Yo querría decir a muchos chicos y chicas que se quejan de que los padres no los comprenden. Que sigan amándolos pero que no se encierren en casa. El mundo es muy grande. Hay mucho trabajo a realizar. En todas partes hallarán multitud de hermanos y hermanas con los que formar una nueva familia. Una familia quizá atípica (cf. Mt 12,46-50). Como la de Nazaret.

ALBERTO TAULÉ


4. EP/JUVENTUD 

Podemos afirmar que otro tema emerge, con nítida evidencia, del pasaje de la presentación en el templo: el de la juventud.

Está de por medio un niño. Es verdad que, desde el punto de vista del registro de población, Simeón y Ana aparecen como dos viejos.

En realidad son jóvenes. Mejor, han logrado permanecer jóvenes. Su larga vida se ha devanado a lo largo del hilo de la espera y de la esperanza. Cuando uno ya no espera nada de nadie, cuando deja agotar la previsión de esperanza, en este momento mismo cae sobre la vida el hielo de la vejez y el ala de la muerte. Más que acumular experiencias y desilusiones, Simeón y Ana han acumulado esperanza. Ellos han tenido el coraje de los propios sueños. No han renunciado jamás a la locura de esta espera imposible. Han permanecido "criaturas de deseo". No se han dejado cepillar por la costumbre. Los años, las cosas de siempre, las personas de siempre, el trabajo de siempre, no han secado la frescura que anidaba en ellos. Los años, en su sucesión monótona, no han insensibilizado su corazón. Ni siquiera la institución, de la que no han renegado, con su ceremonial rancio y sus formas esclerotizadas, ha logrado apagar en aquellos ojos la luz, la chispa que era presentimiento, anticipo del advenimiento mismo.

Metidos en la estructura rígida del templo, la pertenencia a la institución (que, hoy, por los superficiales de siempre, es considerada como responsable de todos los desastres y de todos nuestros incumplimientos) ha sido una causa determinante en ellos de una mirada vuelta al pasado. Obstinadamente, pacientemente, en un mundo viejo, sus ojos han permanecido dirigidos hacia el futuro.

No podían envejecer. Tenían que estar preparados. Tenían que conservar los sentidos en perfecta eficiencia para no faltar a la cita decisiva, la que constituía la razón de ser de toda su existencia. Así, en el templo, el niño ha sido tomado en brazos por un joven de nombre Simeón y por una muchachina de nombre Ana. Solamente los niños se entienden entre sí.

Toda la escena se desarrolla en un clima de juventud, de maravilla, aunque en el ambiente austero y "antiguo" del templo. La madre misma es una jovencita. Y José, quien para suerte suya no había caído todavía en las manos y en los pinceles de pintores obtusos que le habrían de pegar una barba blanca sobre un rostro devastado por las arrugas, y que incluso le pintarían encorvado. Dios se da exclusivamente a los niños. El reino, que inaugura, está reservado a ellos. En el templo, un grupo de personas ha renunciado a la experiencia de las cosas viejas y se manifiesta totalmente disponible para los "tiempos nuevos". Se desembaraza de lo "ya visto", para abrirse a lo "nuevo". Son criaturas que jamás se han avergonzado de su sueño inaudito. Y ese sueño no era otra cosa sino el proyecto de Dios. De ese Dios que es siempre "nuevo". A quien le gusta hacer cosas nuevas.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO B
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1987.Pág. 35


5.

LA FAMILIA, ESE PEQUEÑO MILAGRO

No es la simple suma de uno, más uno, más uno. La familia es mucho más. Y, si no, mirad ésta de José, María y Jesús. Nada falta ni sobra. Es la "trinidad" que más nos recuerda a aquella Trinidad de Dios por dentro; lo más parecido al amor perfecto. Una familia con Dios en pleno centro. Todos apoyándose, y todos confiando en el otro, y todos abiertos a lo que el Señor les va pidiendo. Unidos en los contratiempos, y en la duda, y en la alegría...

Es una familia donde se arropa la semilla que acaba de nacer, mientras el tallo es débil; por eso Dios, que se hizo tan débil en Jesús, necesitó los cuidados, el cariño, el amparo de José y de María. «El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la gracia de Dios lo acompañaba».

La familia cristiana viene a ser como un pequeño milagro. En ella florecen, contra viento y marea, los valores más preciosos de la vida -precisamente aquellos que no pueden comprarse con dinero-: el amor que se entrega más al que más lo necesita, el perdón gratuito, la fidelidad sin límites.

Valores amenazados por el mundo implacable de los intereses. Valores que dan la clave para una solución, todavía posible, de tanto problemas que nos ahogan. Y Dios, inspirando y respaldando esos valores: "Hijo mío, sé constante en honrar a tu padre, y no lo olvides mientras viva; aunque flaquee su mente, ten indulgencia". "La piedad para con tu padre no se olvidará... y se desharán tus pecados como la escarcha bajo el calor".

¡Pero es tan difícil vivir esos valores! El ambiente que nos rodea no es precisamente una ayuda. Los modelos de convivencia que se nos presentan como buenos en poco se parecen a aquel modelo de la familia de Nazaret. Y la familia que hoy quiere ser cristiana se siente zarandeada, desorientada, desanimada. ¡Es tan duro remar contra corriente! Por eso esta fiesta de la Sagrada Familia debe ser para nosotros una inyección de fuerza y de luz. Tomar fuerza de ese Jesús que viene a traernos vida: fuerza para confiar y para dialogar, para callar a veces y para perdonar siempre: que todo son maneras de amar, al fin y al cabo. Y dejarnos orientar por esa luz que nos llega de su palabra y de su ejemplo. Teniendo "por encima de todo esto el amor, que es el ceñidor de la unidad consumada". Dejando "que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestro corazón". Haciendo que "la palabra de Cristo habite en vosotros en toda su riqueza". En resumen: que "todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús".

Movida siempre por el amor, buscadora ilusionada de la paz en todas las tormentas, con Dios como timonel, y como faro, y como puerto... la familia cristiana navega, sabiendo que tiene toda una vida por delante. Segura de que puede ser, todavía, la alternativa que saque al mundo de ese atasco de barro y desaliento en que se muere.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas
Ciclo B. GRANADA 1993.Pág. 24 s.


6.

EL CIELO NO ESTA LEJOS

¿Qué ocurrió con aquella familia de José, María y Jesús?

- Algunos -bastantes- tropezaron en su pobreza; y ahí se quedaron. Los de Belén fue sólo eso lo que vieron en aquella pareja joven, con el hijo a punto, que llamaba a sus puertas. Vieron la angustia de sus ojos, su atuendo sencillo, sus pocas pertenencias. Y les cerraron la puerta. La pobreza siempre es molesta, mala vecina de mesa en el banquete, inoportuna compañera de viaje, desagradable inquilina de una casa bien. Vieron sólo eso: una familia pobre.

- Otros, más tarde, verían en ellos a una familia corriente: dos jóvenes que un día, al mirarse, habían descubierto que se querían; y tanto se quisieron, que decidieron compartirlo todo; y hoy pasean en brazos la cosecha de su amor, un hijo envuelto en pañales y en cariño. Una familia como tantas que llenan la tierra y apuntalan la vida para que no se acabe. Una familia con el amor en el centro: mejor o peor entendido, más puro o más equivoco, más o menos duradero, pero amor. Eso: una familia corriente.

- Había que tener muy limpios los ojos, muy lleno el corazón de fe en las promesas del Señor, para descubrir, en aquella familia pobre y corriente, a la esperada familia salvadora: el hogar que Dios se preparó para encontrarse definitivamente con el hombre. Hubo dos ancianos -Simeón y Ana- que tuvieron ojos y corazón para descubrirlo. Y sus vidas se llenaron de luz. Ya todo tenía sentido, ya había camino, Dios se había puesto muy cerca, ya podían morir en Paz.

¿Qué ocurre con nuestras familias, aquí y ahora?

- Muchos no llegan a descubrir su razón de ser. Se quedan en la anécdota de sus limitaciones, de su difícil convivencia, de su frecuente fracaso; y no llegan adentro. La ven como una inútil traba para su libertad total, o como una anticuada manera -innecesaria ya- de organizarse la vida, o como una instancia molesta que no deja al Estado, o a la ideología de moda, manipular a las personas. Los que ven así a la familia, ¿cómo van a preocuparse por defenderla? Todo lo contrario: le ponen zancadillas, fomentan sus disensiones, propician su inestabilidad.

- Otros, más sanos, ven a la familia como la pieza clave de la estructura social; como punto de encuentro, como lugar privilegiado donde el amor germina y crece. Conscientes, sí, de sus limitaciones, descubren también sus posibilidades. Ven que un niño, sin ella, se perdería en el largo camino hacia la madurez; que el amor, sin ella, se moriría de frío o de sequedad; que, sin ella, la soledad acabaría ensombreciendo el ya difícil paisaje de la convivencia.

- Unos pocos, con más luz en los ojos del corazón, llegan a descubrir en la familia una presencia más honda, más envolvente y amiga: Dios. Han aprendido a mirar la vida desde otra altura, alumbrada con otra luz; de ahí que vean en la familia un reflejo, un eco de la eterna y perfecta familia de Dios: Padre, Hijo y Espíritu. Ven en ella el cuenco ideal donde acoger el agua de la Palabra y darla a beber a sus hijos; el remanso sereno donde, en diálogo sin prisas, vayan aprendiendo a conocer, a amar al Padre Dios; el rincón caliente donde su fe se vaya haciendo fuerte antes de echarse a la vida.

Hoy, mirando largamente a esta "sagrada familia" de José, María y Jesús, comprendemos que el cielo no está lejos: que puede empezar aquí, si en cada una de nuestras familias se cultivan los valores que hicieron feliz a aquella familia de Nazaret.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas
Ciclo B. GRANADA 1993.Pág. 25 s.


7.

Frase evangélica: «El niño iba creciendo... y se llenaba de sabiduría»

Tema de predicación: LA FAMILIA DE JESÚS

1. Según el evangelio de Lucas, María dio a luz a su hijo «primogénito», que, en cuanto tal, habría de ser rescatado para la libertad y la liberación. Simeón y Ana son los testigos de la transición de lo antiguo a lo nuevo, de Israel al mundo entero, del espíritu profético al Espíritu de Dios.

2. La familia es una institución humana central que ha evolucionado profundamente, pasando del modelo patriarcal al modelo actual. No se la puede absolutizar de un modo tradicionalista, ni se la puede rechazar como si su función ya no tuviera sentido. La familia es transmisora básica de identificación humana y cristiana, a pesar de muchas deficiencias y dificultades internas y externas. Puede ser contrapunto frente a la sociedad actual deshumanizada, al desarrollar el sentido de la vida y de la persona.

3. La Sagrada Familia es una familia "atípica", porque la madre es virgen, el padre es Dios, y José es encargado de una paternidad que no es suya. No fue una familia sin dificultades, ya que era muy pobre, el nacimiento de Jesús no fue fácil, José tuvo muchas dudas, se exiliaron por temor a los poderosos, y los padres no entendieron bien al hijo. A pesar de todo, por su fidelidad a Dios, es modelo de familia creyente.

4. La familia cristiana se basa en la comunidad de creyentes (no al revés) y en los relatos evangélicos. Los padres regresan con Jesús a Nazaret (se ponen a trabajar), María conserva los acontecimientos en su corazón (es asidua en la escucha de la palabra de Dios), y Jesús crece en sabiduría y en gracia (maduración humana y cristiana).

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Qué aspectos positivos y negativos vemos en la familia?

¿Qué nos dice la Sagrada Familia hoy a nosotros?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 176 s.


8.

Mensaje actual

La institución familiar es un eterno punto de convergencias y de preocupaciones exactamente porque es una eterna realidad. Sociólogos, psicólogos, sexólogos, políticos, educadores... se plantean nuevos problemas, elaboran nuevas teorías, formulan nuevas esperanzas o temores. En cualquier hipótesis se ve la familia como una entidad que decide de la suerte del mundo y de la vida de los hombres. Para unos ha dejado ya de existir, para otros es la única esperanza que le queda a una humanidad rota. Se habla de la crisis de la institución familiar, que difícilmente será nuevamente superada. En consecuencia, se formulan preguntas sobre el futuro de la familia en la sociedad futura.

Pero creemos que el problema está mal planteado. Más que de crisis de la institución debe hablarse de crisis del individuo. Es el individuo el que está en crisis y enfermo. Es el individuo a quien hay que salvar, y quizá el remedio extraordinario es el ordinario medio de una familia según Dios. Más que preguntar si podrá sobrevivir la familia en la sociedad futura, hay que preguntar si podría sobrevivir una sociedad sin la familia.

La familia sigue siendo la célula de la sociedad, pero a su vez la familia recibe el influjo que le viene del exterior. Las tensiones y preocupaciones sobre la familia provienen sobre todo de la mentalidad sofisticada y enfermiza de occidente. Más en concreto provienen de individuos traumatizados que o no han tenido o no han sabido formar una familia "normal". No hace ruido la "mayoría silenciosa", la de aquellos que, por haber tenido la suerte de vivir en una familia «normal», ni se inquietan ni se plantean problemas sobre lo que consideran sencillamente «normal». Ellos saben por experiencia sin que nadie se lo haya enseñado, que es en la familia donde mejor se encuentra aquello que el hombre más urgentemente necesita, sobre todo en la sociedad moderna: espontaneidad, amor, acogida, paz, ayuda afectiva y efectiva. En amplias zonas del mundo, la familia, en cuanto institución, goza de muy buena salud. Es el viejo occidente el que está enfermo.

Ya no existen patriarcas. En la ciudad predomina la familia restringida (a veces un sencillo «egoísmo de dos»). Hay independencia de hogar, se han cortado muchos lazos familiares. La perfección y la plenitud se buscan en el núcleo. La familia se interioriza, los jóvenes esposos miran más a su futuro que a su pasado familiar, convirtiéndose cada nuevo hogar en un pequeño reino independiente, pero más abierto que nunca a los influjos del exterior hasta llegar a convertirse en casos en una verdadera «alienación».

La corta referencia del evangelio de Lucas a la vida en familia de Jesús viene a ser como un himno a ese lugar privilegiado. Ni la vida ni la obra de Jesús se pueden comprender sin referencia a su nacimiento y a su infancia. Fue la familia de Nazaret la que integró a Jesús en la sociedad. Es válido para él también lo que escribió ·Saint-Exupery-A: «Yo soy de mi infancia como de un país». La institución familiar es la encargada de integrar a los nuevos miembros en la sociedad. Es, por tanto, la gran constructora del futuro.

Creer en la encamación del Hijo de Dios no es creer en un acontecimiento abstracto ni en una aparición de Jesús en el mundo ya de adulto. No. Jesús siguió paso a paso todas las etapas del desarrollo, con sus crisis y maduraciones. "Bios, psique y ethos son tres clases de vida en las que Jesús crecía, correspondiendo a la vida vegetativa, intelectiva y moral». Crecía en saber, en estatura y en el favor de Dios y de los hombres. Tuvo un padre y una madre, una casa y una mesa, una educación, unos vecinos, unos compañeros de juego...

Más tarde se le conocerá como «Jesús de Nazaret», quiere decir, con una personalidad y color local. Vivía en una familia que llamamos «sagrada», y allí una vida sencilla todavía no sofisticada, el amor, la sumisión personalizada que no es esclavitud, la obediencia, virtud que no es obligación forzada, la autoridad, que no es despotismo, la dicha del trabajo como autorrealización, la alegría del vivir sin las alienaciones a que nos somete la sociedad tecnificada, materialista, sofisticada. Porque allí todo se iluminaba con la luz de Dios y las cosas de Dios son muy bellas cuando no las deforma la intervención del hombre .

La familia es cuna y refugio de la vida humana si se estructura sobre el paradigma de la familia de Nazaret.

El futuro del mundo y de Dios en el mundo tendrá el color que le den las familias cristianas.

GUILLERMO GUTIERREZ
PALABRAS PARA EL CAMINO
NUEVAS HOMILIAS/B
EDIT. VERBO DIVIN0 ESTELLA 1987.págs. 30 s.


9.

1. La fe de Abrahán.

Es muy significativo que toda la liturgia de esta fiesta esté bajo el signo de la fe. La familia, que se funda tanto en la Antigua como en la Nueva Alianza, es en las dos lecturas una nueva obra de Dios; el cuerpo de Abrahán está ya viejo, Sara, su mujer, es estéril y Abrahán ha designado ya como heredero a un criado de casa, al hijo de su esclava. Pero Dios cambia el destino: los padres se vuelven fecundos milagrosamente y el hijo de la promesa será un puro don de Dios. Este episodio constituye por así decirlo el distintivo de todos los matrimonios de Israel: su fecundidad, orientada hacia el Mesías, recibirá siempre algo de la gracia sobrenatural de Dios: el hijo es un don de Dios, en el fondo le pertenece y sirve para que sus planes se cumplan; a la familia no le está permitido cerrase en sí misma, sino que, al igual que Dios la ha abierto en el origen, así también debe permanecer abierta a los designios de Dios.

2. El sacrificio de Abrahán.

Esto llega hasta lo incomprensible, raya en lo intolerable humanamente hablando, con la prueba a que se somete a Abrahán, cuando Dios le exige que le sacrifique al hijo de la promesa, a cuya existencia el propio Dios había vinculado sus promesas (descendencia tan numerosa como «las estrellas del cielo»). Israel ha considerado siempre este episodio como uno de los más importantes de su historia. Dios entra en la familia que él mismo ha fundado milagrosamente y la destruye. Humanamente hablando, Dios se contradice claramente a sí mismo; pero como se trata de Dios, Abrahán obedece y se dispone a devolver a Dios lo más precioso para él, lo que el mismo Dios le ha dado. La segunda lectura hace también participar a Sara en este acontecimiento; la familia, que se debe a Dios, se convierte ahora no solamente en una familia abierta sino también en una familia sangrante.

3. La espada en el alma de María.

El acontecimiento sobre el que se funda Israel encuentra su pleno cumplimiento en la Sagrada Familia, que en el evangelio de hoy aparece en el templo. A José, el último patriarca, Dios no le hace carnalmente fecundo, sino que debe -¡suprema plenitud de la fecundidad humana!- retirarse para dejar su sitio a la única fuerza generadora de Dios. El sacrificio personal que José ofrece, lo oculta en lo litúrgico, en lo aparentemente insignificante: en el par de palomas, el sacrificio de los pobres. Y la Madre oculta el sacrificio de su entrega total a Dios con el tupido velo de la ceremonia de purificación prevista por la ley. Se produce entonces la profecía que determinará la forma interna de esta familia: por un lado la suprema significación del Niño ofrecido, donde ya se puede ver que esta familia se dilatará mucho más allá de sus dimensiones terrenales; por otro lado la espada que traspasará el alma de la Madre, que será así introducida en una realidad más grande, en el destino de su Hijo: no solamente dejará que el Hijo se marche, con lo que esto supondrá de sacrificio para ella, sino que será incluida en el sacrificio del Hijo cuando llegue el momento, con lo que la antigua familia carnal se consumará en una familia espiritual en la que María -traspasada por la espada- se convertirá de nuevo en Madre de muchos.

La Sagrada Familia de Nazaret es todo menos un idilio: está entre el sacrificio del monte Moria y el sacrificio del Gólgota.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 129 s.