18 Homilías que sirven para los tres ciclos de la fiesta de la Sagrada Familia
(1-9)

1.

- Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia que es, por una parte, el recuerdo festivo, en el ambiente de la Navidad, de la Familia de Nazaret, y por otra, un compromiso cristiano de cara a nuestras propias familias.

Es una ocasión para alabar a Dios porque se nos ha manifestado tan humanamente, recorriendo nuestro mismo camino diario, compartiendo él también y durante la mayor parte de su vida, una sencilla relación familiar. Tan metido en esa relación familiar que la gente se extraña cuando Jesús comienza su predicación: se extrañan porque le consideraban a él y a su familia como uno entre tantos en aquel pequeño pueblo de Nazaret.

Esto mismo nos manifiesta la enseñanza más importante que encontramos en la vida de la familia de Nazaret: aquel que es la Palabra de Dios, el Hijo de Dios, el Mesías del Reino, puede pasar 30 años creciendo, conviviendo, trabajando en el seno de una familia como cualquiera otra. Jesús, que es la revelación del Amor de Dios, crece, convive, trabaja, en la sencilla relación diaria de una familia de aldea.

Esta es para mí la enseñanza de la celebración de hoy. No podemos buscar en la Sagrada Familia un modelo concreto a copiar. Jesús no viviría hoy como vivió entonces, porque las costumbres han cambiado en muchísimos aspectos. Pero hay algo en su ejemplo más importante y profundo: es su valoración de la vida familiar como lugar de amor y de verdad. La Revelación de Dios utiliza constantemente las relaciones familiares -entre esposos, entre padres e hijos- como aquello que hay en la vida humana que es más apto para manifestar lo que es el amor de Dios. La Biblia habla sin cesar de Dios como Padre, como Esposo, y nuestra respuesta a Dios es presentada como la confianza del hijo o la entrega de la esposa.

Y para que estas palabras de la revelación tengan fuerza expresiva es preciso que cada uno de nosotros la haya vivido. Una convivencia familiar basada en el amor no es sólo una condición indispensable para un crecimiento humano adecuado -como constata la psicología actual- sino también una condición para poder descubrir qué significa que Dios es Padre, que nos ama, que espera de nosotros una respuesta de amor.

Cuando Jesús nos habla de Dios como Padre, de la comunión de amor que es la vida cristiana ¿cómo no pensar que en sus palabras resuena la experiencia humana que él ha tenido en su propia familia, de José, de María, de la comunión que existía en la casa de Nazaret? Pero la convivencia familiar -hoy como ayer- no se nutre sólo de amor. A menudo olvidamos que como toda relación humana ha de estar basada también en la verdad. Es decir, en la aceptación y valoración del papel de cada miembro de la familia, en todas las circunstancias, en todas las edades. El amor no puede ser ciego; debe ser lúcido, comprensivo, valorativo. Muchas veces los problemas de nuestras familias no son de falta de amor, sino de falta de verdad. No se acepta la verdad -la realidad- de cada uno, de los demás, y entonces el amor se hace opresivo, celoso, duro.

Uno de los ejemplos perennes de la familia de Nazaret es que cada persona ocupaba su lugar, fiel a su verdad y respetando la verdad de los otros. Quizás no sin conflictos -el evangelio del ciclo C refleja uno de estos conflictos, de malentendidos entre Jesús y sus padres- pero el amor que busca la verdad sabe convertir los conflictos, a menudo inevitables, en una ocasión de progreso en el camino de la convivencia.

Nuestra reunión eucarística es también una reunión familiar, de la familia cristiana. El Hijo de Dios -que se hizo hermano nuestro, haciéndose hijo de una familia humana- se hace presente en su Palabra y en su Cuerpo, para fortalecer los lazos de esta familia cristiana.

Ef/02/19:"Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios".


2.

"Queridos hermanos...". Así comienzan las cartas de S. Pablo y así nuestro sermón y así también nos invita a rezar el sacerdote y nos saludamos los cristianos. Pero ni siquiera cuando estamos reunidos en torno a una misma mesa y nos disponemos a compartir un mismo pan, descubrimos el hondo sentido de estas palabras.

Cualquiera diría que esto de "hermanos" es solamente una costumbre... ¿Pero es que no somos hermanos...? Lo somos por la gracia de Dios. La fiesta que hoy celebramos, la Sagrada Familia, es la promulgación de nuestra hermandad. Para eso vino el Hijo de Dios al mundo, para que todos pudiéramos llamar a Dios "Padre nuestro", y para hacerse él, JC, nuestro hermano mayor. La fiesta que celebramos no es en primer lugar la presentación de un "modelo" para las familias cristianas, sino la celebración de un acontecimiento salvador, por el que Dios se hace, en el seno de una familia humana, vecino y hermano nuestro. Allí, en Nazaret, comenzó la congregación de los hijos de Dios en torno al "Primogénito entre muchos hermanos", allí comenzó la Iglesia, "la familia de Dios". La Sagrada Familia de Nazaret fue el principio del "sagrado pueblo de Dios". Allí comenzó la fe.

Dios llama a todos los hombres a formar parte de este "pueblo sacro y amado", en donde no hay distinción entre hebreos y gentiles y en el que todos somos hermanos en el seno de la gran Familia de Dios. Nadie puede pertenecer a la Iglesia, "el Israel según el espíritu", a título de nacimiento, sino por graciosa vocación de Dios y su libre aceptación. En esto se diferencia la Iglesia del "Israel según la carne". Así lo proclama el Evangelio según S. Juan: "A cuantos le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios. Estos no han nacido de sangre ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios" (Jn 1. 12-13).

No se puede ser verdaderamente cristiano sin serlo responsablemente, sólo por haber nacido de padres cristianos. La Familia de Dios, la Iglesia, crece por elección, no por simple generación. El crecimiento biológico de un cristiano de herencia es el que impide que nos sintamos verdaderamente hermanos, porque no lo somos de hecho hasta que no queremos serlo responsablemente.

Habéis oído decir que "la familia es sagrada". ¿Qué sentido tiene esta expresión? Puede significar que la familia ha sido constituida por Dios y que su estructura esencial no debe ser alterada por la libertad de los hombres. Ahora bien, al decir que la familia es sagrada, lo mismo que cuando calificamos de sagrada a la autoridad o a la propiedad privada, parece como si lo sancionado por Dios fuera precisamente la estructura concreta de nuestras familias burguesas, nuestro modo de abusar de la propiedad y de ejercer la autoridad. De esta manera, si por otra parte hacemos de la familia la célula y prototipo de la sociedad, estaríamos utilizando la religión para mantener en paz nuestro sistema establecido.

JC supo ordenar su vida en Nazaret dentro del marco abierto por la institución familiar y vivió sometido por la obediencia a José y a María. Él no vino a destruir la ley, sino a cumplirla. Y criticó severamente a los fariseos que no honraban a sus padres (Mt 15. 3-7). Pero por encima de todos los vínculos de la sangre, JC colocó siempre la voluntad del Padre, y por encima de la familia humana, la Familia de Dios que se funda en la fe: "Alguien le dijo: `¡Oye!, ahí fuera está tu madre y tus hermanos que desean hablarte`, más él respondió al que se lo decía: `¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?`, y extendiendo la mano hacia sus discípulos dijo: Estos son mi madre y mis hermanos. Pues todo el que cumple la voluntad de mi Padre celestial, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre`" (/Mt/12/47-50).

Así pues, la familia humana no es tan "sagrada" que pueda ser un obstáculo para la comunidad más amplia de los hijos de Dios. Y en otra ocasión dice también el Señor: "No penséis que he venido a traer paz a la tierra. No he venido a traer paz, sino espada. Sí, he venido a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y sus propios familiares serán los enemigos de cada cual. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí" (Mt/10/34-37).

En cambio, JC supo restablecer la familia a su primitiva dignidad e incluso elevar el matrimonio a la categoría de sacramento. La familia sí puede ser sagrada y lo es siempre que no se opone a la comunidad de los hijos de Dios. Pasa a ser, sobre la base de una vocación y de una libertad, como una pequeña Iglesia. Entonces se intensifican los vínculos naturales y en el seno de la familia se desarrolla una convivencia sobrenatural mucho más profunda. La familia cristiana, como pequeña Iglesia, no puede ya vivir solamente bajo las normas de una moral natural, sino que ha de regirse por el Evangelio e incluso puede y debe ordenar toda su vida como verdadero culto de acción de gracias a Dios Padre por medio de JC.

EUCARISTÍA 1969, 6


3.

El mundo de hoy pone interrogantes a la familia como institución. Cada vez son mayores las tensiones en la convivencia entre los esposos, entre los padres y los hijos. En la mente de todos están la serie de problemas sobre la estabilidad del matrimonio, la rebelión de los hijos, la distribución de funciones dentro del quehacer común de una familia...

Pues bien: hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, que es por una parte el recuerdo festivo, en el ambiente de la Navidad, de la Familia de Nazaret, y por otra, un compromiso cristiano cara a nuestras propias familias.

Aunque no sabemos mucho de la familia de Jesús, una cosa es segura: él quiso nacer y vivir en una familia, quiso experimentar la vida de una familia, y por añadidura, pobre, de trabajadores.

Una familia que tuvo la amarga experiencia de la emigración y las zozobras de la persecución.

Una familia que tenía momentos extraordinarios como la presentación en el Templo, y luego meses y años de vida sencilla, monótona, de trabajo escondido en Nazaret. La fiesta de hoy es una invitación a que valoremos y orientemos la vida de nuestra familia a la luz de la de Nazaret. Ben-Sira, en la primera lectura, nos trazaba un pequeño tratado del comportamiento de los hijos para con sus padres.

Ciertamente el marco social ha cambiado mucho desde entonces. Pero la actitud que él señala sigue siendo actual: atender a los padres, también cuando se vuelven viejos y empiezan a chochear.

Qué fácil es honrarles cuando son ellos los que nos ayudan a nosotros. Y qué difícil cuando ya no se valen por sí mismos.

El motivo que da Ben Sira para urgir este amor a los padres no es sólo humano. Se remonta a Dios y a su mandamiento: honrar padre y madre: "el que honra a su padre, cuando rece será escuchado, el que honra a su madre, el Señor le escucha..." Habrá cambiado el sistema educativo. La familia no será tan autoritaria. La independencia de los hijos se valora mucho más.

Pero el mandamiento de Dios continúa, y debe tener aplicación en cualquier circunstancia: honra a tu padre y a tu madre...

Pablo nos ha descrito en su carta otro cuadro, el de la comunidad y la familia cristiana. Las claves que él nos da también siguen válidas: "revestíos de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, saber comprenderos mutuamente, perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro: y por encima de todo esté el amor".

Es esta actitud la que nos suele faltar: la acogida mutua a pesar de la diferencia de edad y de carácter. Las relaciones interpersonales siempre han sido y serán difíciles. Aunque la fiesta de hoy no nos da soluciones técnicas para la vida familiar o social, sí nos ofrece claves profundas, humanas y cristianas a la vez, de la convivencia: el amor, la comprensión, la acogida mutua. Pablo enumera detalles sencillos pero básicos: "maridos, amad a vuestras esposas y no seáis ásperos con ellas; padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que pierdan los ánimos".

Pero hay una clave todavía superior, según él: porque todo esto no lo busca una familia cristiana sólo por motivos humanos, sino "en el Señor": o sea, desde la fe cristiana. Porque Dios nos ha perdonado es por lo que nosotros perdonamos a los demás. Porque Cristo Jesús ha aparecido en medio de nosotros, es por lo que nos sentimos agradecidos y unidos los unos con los otros. La familia cristiana, además de las motivaciones que tienen las demás para una convivencia constructiva, tiene otras: quiere ser en su vida diaria el signo del amor de Dios; quiere realizar a escala de "iglesia doméstica" el ideal de amor cristiano que Cristo nos ha enseñado.

Un último aspecto. La familia de Nazaret aparece como una familia que acude al Templo a orar, a presentar su hijo al Señor (ciclo B). Modelo de toda familia cristiana, que es invitada a rezar unida.

A celebrar, también como familia, la Eucaristía semanal. Por eso hemos escuchado cómo Pablo invitaba a la oración en común: "celebrad la acción de gracias, que la Palabra de Cristo habite entre vosotros, y todo lo que hagáis hacedlo en nombre de Jesús". ¿No es ahí, en la oración familiar, en la Eucaristía celebrada en común, donde mejor pueden las familias alimentar su fe, su unión, su compromiso diario de amor?

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1978, 1


4. 

Todo el proceso de la Salvación es un descenso hasta nosotros para que podamos tocarlo, verlo y oírlo. Dios estaba lejano: "Lo que existía desde el principio" y se hace próximo: "lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos...", nos dice San Juan.

A través de esta revelación hemos de considerar la fiesta de la Sagrada Familia. Se trata de un Dios lejano que se hace próximo.

Se trata de que Dios mismo ha propuesto y facilitado el camino para alcanzarle. No se trata de un Dios abstracto que en las sublimidades -reservadas a pocos- de una contemplación o de una sabiduría de doctores pueda ser alcanzado.

Dios es inmediato, niño y miembro de una familia. Así puede ser tratado por todos. Jesús empezó por ser niño, para que no nos asustásemos de su grandeza y de su misión terrible de la Cruz.

Así siente y dice Carlos de Foucauld. Y esto nos hace meditar. Jesús nos ha traído la seriedad en la vida concreta, porque es a su través como hemos de caminar hacia el misterio. La vida inmediata, prosaica, se ha cargado de seriedad porque nos conduce a lo último, a lo definitivo. No se trata de grandezas "grandes", sino de "pequeñas cosas" que se hacen grandes. Y este caminar entre cosas inmediatas y pequeñas es el sendero que conduce a la intimidad con Dios. Este es el lenguaje que todo el mundo puede entender. Y es el lenguaje en que todos nosotros tropezamos y fracasamos.

Esta fiesta, y la realidad que hay detrás: la familia, la inmediata convivencia, nos contradice porque es Palabra de Dios. Nos dice que estamos llenos de grandes ideas, de sueños, de ilusiones. Nos pone una piedra de contraste y nos invita a una seriedad que no esperábamos. Y es que Dios ha elegido para revelarse y para que le reconozcamos una presencia cotidiana, real y seria, muy concreta, que encierra toda la grandeza de su misterio. Es a través de lo inmediato, de la cruz de cada día, como ha querido que le encontremos. Y esto nos contradice y nos cansa, porque nos arranca de nuestras veleidades de grandeza. El cumplimiento, el respeto, la constancia, la comprensión que exige la familia, el círculo inmediato de nuestras obligaciones diarias, es el banco donde se templa y troquela nuestra capacidad de acceder a Dios. Nada menos. (...) Sería traicionar el sentido de esta fiesta si la redujésemos a sentimentalismo. Sería degradar esta fiesta si la convirtiésemos en motivo de elucubración intelectual o sociológica. La verdad está más cerca y es más difícil, porque es cruz, abnegación y sacrificio.

La verdad no es otra sino aceptar una vez más el escándalo de la Palabra hecha carne: el Dios tres veces santo se hace familia y vive en familia. Como nosotros, goza y sufre en la familia para alcanzar para todos los que viven en familia, que puedan ver y tocar a Dios. Ese es el contenido de la forma familiar que por mucho que haya variado, permanece como el medio de sufrimiento y de gozo a través del cual se nos entrega Dios.

La comprensión, el sacrificio que la vida en convivencia exige es la escuela de contemplación y de deificación que nos ofrece Cristo.

CARLOS CASTRO


5.

De los cuatro evangelios, dos -los de Marcos y Juan- no nos dicen nada sobre el nacimiento y los primeros treinta años de la vida de Jesús; y los otros dos -Mateo y Lucas- lo hacen más con el propósito de presentarnos quién es Jesús para nosotros (qué significa Jesús para nosotros) que no de describirnos cómo realmente vivió Jesús durante sus treinta primeros años. En concreto, el evangelio de Mateo, después de la narración que acabamos de escuchar, después de decirnos que José -con su familia- "se retiró a Galilea y se estableció en un pueblo llamado Nazaret", ya nada más narra sobre estos años y salta al decisivo encuentro de Jesús ya adulto con Juan Bautista. Por todo eso podríamos sorprendernos de que en las oraciones propias de la misa de esta fiesta, pidamos repetidamente "imitar fielmente los ejemplos de la Sagrada Familia: o "imitar sus virtudes domésticas" o digamos que Dios, Padre nuestro, nos ha propuesto "a la Sagrada Familia como maravilloso ejemplo..." ¿Cómo podemos imitar unos ejemplos que conocemos tan poco? Aunque también es verdad que, por más que conociéramos más y mejor la vida de los esposos José y María y de su hijo Jesús, es posible que nos fuera difícil imitar más o menos al pie de la letra su vida porque las circunstancias familiares de entonces eran muy distintas de las actuales. Lo hemos quizá pensado al escuchar hoy la primera y la segunda lectura: los consejos que hemos oído son ciertamente provechosos, pero buena parte de la concreción que nos presentaban de las virtudes familiares reflejaban unas circunstancias culturales, sociales y económicas muy lejanas de las actuales. Si quienes sois ya algo mayores sabéis por experiencia cómo ha cambiado el modo de vivir familiarmente el tiempo de nuestros abuelos, o cómo quizá ya vuelve a ser distinto el de vuestros hijos o nietos, ¿cómo ahora podríamos reproducir los modos de vivir de veinte siglos atrás? La conclusión es que no hay un modelo único de familia cristiana, sino que en cada época y en cada circunstancia cada familia debe buscar su modo de vivir cristianamente la relación familiar. De ahí que pedir saber imitar el ejemplo de la Sagrada Familia no signifique reproducir al detalle su modo de relacionarse sino intentar descubrir cómo en nuestras circunstancias, en nuestra realidad presente habrían vivido Jesús, María y José.

Me parece que para ello, para ayudar nuestra reflexión cristiana y nuestra oración de hoy, nos puede ser útil repasar lo que nos decía san Pablo en la segunda lectura. Nos hablaba él de la necesidad de llenar nuestra vida -y por tanto también nuestras relaciones familiares- de "misericordia entrañable, bondad, humildad, dulzura, comprensión". ¿No os parece que con frecuencia nuestras relaciones familiares son hoy excesivamente tensas, fácilmente crispadas, demasiado duras? Nos falta a menudo esta dulzura y bondad humilde y comprensiva de la que nos habla Pablo.

Y diría que no se trata tanto de actos y hechos concretos, como del clima habitual que hemos de conseguir en nuestras familias con la aportación de todos, empezando por quienes en ellas tienen mayor responsabilidad. No dejemos que el clima violento, opresivo, tenso, que domina en tantos aspectos de nuestra sociedad, entre en nuestras casas.

"Sobrellevaos mutuamente y perdonaos, cuando alguno tenga quejas contra otros", hemos leído también. Todos sabemos por experiencia que en la vida de familia es inevitable que surjan a veces motivos de queja de unos para con otros. No se trata de disimularlo siempre, de no decirlo claramente nunca. Pero tampoco se trata de convertir nuestra vida familiar en una queja casi continua, en una especie de reivindicación exigente ante los demás.

Deberíamos tener presente siempre tres cosas: primero, que los defectos no son exclusiva de los otros ya que todos tenemos los nuestros; segundo, que el mejor modo de ayudar a los demás a curarse de sus defectos es la cordialidad y diría que también el buen humor; y, tercero, que para mejorar en toda relación de pareja, en toda relación entre padres e hijos, o con los demás miembros de la familia, lo inteligente es fijar siempre más la mirada en lo positivo que no en lo negativo. De algún modo, perdonarse es esto: mejorar nuestro modo de mirarnos.

Podríamos seguir comentando y aplicando a nuestra vida familiar lo que nos decía san Pablo. Pero terminemos con estas palabras suyas: "Y todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de gracias a Dios Padre por medio de él". Es lo que vamos a hacer ahora, en la Eucaristía, es decir, en la Acción de gracias. Incluyamos hoy muy especialmente en esta acción de gracias todo el amor, la generosidad, el esfuerzo que -a pesar de todo- hay en nuestras familias. Y pidamos al Padre de todos que nos ayude a saber descubrir cómo habrían vivido hoy, en las circunstancias de cada uno de nosotros, José, María y Jesús.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1989, 24


6. FAM/FRATERNIDAD FAM/GRATUIDAD 

El clima de la familia de Nazaret y el Evangelio de Jesús son el telón de fondo para el nacimiento de un nuevo equilibrio familiar, en el que se vivan unos valores que sean el inicio de respuesta a muchas crisis que vive nuestra sociedad de finales de siglo.

Permitidme citar dos de estos valores genuinamente evangélicos que con toda seguridad la familia de Nazaret hizo de ellos vida. Son la fraternidad y la gratuidad.

-El primero, la fraternidad. En el seno de una sociedad que invita a la competencia agresiva, al dominio de unos sobre los otros, a la rivalidad sin límites, en una familia cristiana se puede vivir la experiencia de la fraternidad. Esta vivencia se aprende en la familia, se experimenta en su seno. Y cuando se hace realidad, estos nuevos seres, forjados en la familia, quieren extender este espacio a los demás campos. Saben que, por más difícil que sea, es posible, no es un sueño, porque ya lo han experimentado en esa microsociedad denominada familia.

Es una fraternidad que se traduce en una escuela de compartir, de colaborar y vencer el egoísmo cada día. El amor no es un tesoro que se guarda, sino una simiente que se planta cada día.

-El segundo, la gratuidad. En una sociedad en la que todo se compra y se vende, la familia tendría que ser un espacio en el que se respiraran unas relaciones gratuitas, no interesadas.

La familia es el lugar en donde es posible aceptar a las personas por ellas mismas, independientemente de su productividad y eficacia. En la familia pueden convivir hermanos útiles y no útiles, inteligentes y menos dotados, sanos y enfermos. Aún más: la familia se suele volcar más en los más débiles.

Con esta experiencia, la familia resiste y lucha contra las tendencias que se respiran en muchos ambientes: apartar a los no productivos, los enfermos, los ancianos. La fe cristiana, que tiene como espina dorsal la gratuidad de un Dios que se da, nos ofrece grandes potencialidades educativas para expresar en la vida familiar este valor tan necesario para colocar los cimientos de una nueva sociedad.

-El día a día: fundamento de la sociedad del mañana

A buen seguro que hay muchos otros valores que rezuman Evangelio y que la familia de Nazaret vivió en su seno, pero quizá vale más ser realistas y empezar por estos dos. Estamos a las puertas de ese mítico 1992. Además de las olimpíadas y exposiciones, la vida continúa en la normalidad del cada día familiar. Y este día a día tiene que ser el fundamento de la sociedad del mañana.

En esta Eucaristía, pidamos a Dios que, fortalecidos con el ejemplo de la familia de Nazaret, fundamentemos este nuevo equilibrio familiar en los valores de la fraternidad y la gratuidad.

LLUIS SUÑER
MISA DOMINICAL 1991, 17


7.

1. La familia se define y se construye en el amor

Hemos celebrado el nacimiento de un niño que es la sonrisa de la creación. Hoy decimos que nació en una familia. Una familia bendita, pero pobre y acosada, a la que no se ahorraron trabajos y dificultades. La familia, desde que Dios nace en ella, queda también redimida y consagrada.

La familia es nuestro nido natural, donde recibimos cariño y cuidado, calor y alimento, refugio y valor, fe e ideales. Nos marca de tal manera que siempre conservamos querencias familiares.

La familia se define y se construye en el amor. Podríamos aplicar aquí el texto evangélico: "el que se casa con-en-por-para el amor se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia...

En cambio, el que se casa por interés o desde la ilusión o la pasión se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena..." (Mt. 7,24-27). El amor es palabra grande y bonita, pero no todos la entienden de la misma manera. Desde análisis psicológicos podríamos decir que el amor es:

-Don, pero no un don que resta dándose, sino que se multiplica. Aquello de "la alegría es mayor si se reparte". El amor da de sí: de sus alegrías y entusiasmos, de sus penas y miedos, de sus ideales, de su vida. El amor es fuerza creadora y comunicativa. El amor se recrea en el acto de crear y comunicarse.

El amor, al dar, no crea dependencia o pasividad; crea en el que recibe capacidad de dar. Así como Dios-Amor nos crea creadores, así el amor, dándose, crea donadores. El que es amado no sólo recibe del que ama, sino que, recibiendo, se siente donador, se siente amador.

-Cuidado, cultivo, dedicación y trabajo. El amor no es tarta que se consume, sino tarea que se consume; no es joya que se guarda, sino semilla que se cultiva. El amor es preocupación activa por el otro, para que sea y crezca.

Los que traen hijos al mundo y no los cuidan, serán progenitores, pero no padres. «Se ama aquello por lo que se trabaja y se trabaja lo que se ama» (·Fromm-E). El amor es vigilante, imaginativo, no se cansa ni descansa.

Dios cuida de todas sus criaturas, porque las ama. Y quiere que el hombre las cuide y las ame. Jesucristo cuidó de sus discípulos, porque los amaba. Y nos mandó su Espíritu, que es Amor, para que nos cuidara. También la familia es vida y escuela, es fragua y campo de siembra.

PASOTISMO/RBA  El amor está siempre dispuesto a "dar respuesta", porque "uno es responsable de aquello que ama". No hace como Caín: «¿qué tengo que ver yo con mi hermano?» Ni dice como los modernos caínes, insolidarios y egoístas: «ese es tu problema» No. Tu problema es mi problema; a tu llamada yo respondo; tu necesidad trataré de satisfacerla y tu deseo de cumplirlo; tu mirada me interroga; tu fracaso me preocupa y tu éxito me alegra.

En la familia todos son responsables unos de otros. El amor familiar los ha unido, los ha implicado y relacionado tan fuertemente que nadie puede sentirse ajeno o insolidario. El ejemplo de José y María: aquellos sueños y visiones, aquellos miedos y preocupaciones, aquellas huidas y retornos, son manifestaciones de responsabilidad compartida.

A/RESPETO: -Respeto. El amor no es pasivo, absorbente o paternalista, sino sumamente delicado y respetuoso. La persona amada no es cosa de mi propiedad, algo que se adapta dócilmente a mis gustos y exigencias. El amor respeta la identidad del otro, quiere que sea otro, le ayuda a ser él mismo y a crecer en su propia personalidad. No es cuestión de "comerse" mutuamente, sino de ayudarse a ser y crecer.

«En el abrazo más amoroso, escribe magistralmente R. Garaudy, se abraza a un ser libre. El amor comienza cuando se prefiere al otro y no a sí mismo, y cuando se reconoce su diferencia y su imprescindible libertad... Nada hay más grande que ese saber compartir la personalidad de cada uno... Un amor que no es la creación continuada de uno por otro, hecha al precio de dramáticos desprendimientos, es todo lo contrario del verdadero amor". A/LIBERTAD: El amor es siempre hijo de la libertad, nunca del dominio. Así es el amor de Dios. Así fue el amor entre José y María, y de ambos hacia el Hijo. A veces no lo entendían, pero lo respetaban y se esforzaban por entenderlo.

-Conocimiento. Porque "sólo se ve bien con el corazón". Sólo se conoce bien lo que se ama. Los ojos del corazón penetran en el secreto de la persona. A/MISTERIO: Nunca se puede llegar al secreto último. Toda persona tiene algo de misterio, incluso para ella misma, y ahí está su encanto. Si se pudiera analizar fría y totalmente en el laboratorio, si se pudiera dominar por medio de técnicas psicológicas, dejaría de ser persona. «Sólo un ser dotado de misterio es, a la larga, digno de amor... Si un amante tuviera la conciencia de haber conocido o traspasado con su mirada el objeto de su amor, tal conciencia sería un signo infalible de que el amor ha llegado a su fin.» (H. Urs von ·Balthasar-V).

Es verdad. Pero el amor intuye algo de este secreto. Comprende mejor que nadie las motivaciones últimas, los fines verdaderos, las circunstancias objetivas, todo lo que hay mucho más adentro de cualquier superficie y muy por debajo de cualquier apariencia. Sabe distinguir el tono, interpretar el gesto, leer la mirada, descubrir la intención, adivinar el deseo. ¡Qué lúcido y comprensivo es el amor! Los clásicos lo pintaban con los ojos vendados; pero ése era el «eros», el amor-deseo. Sin embargo, nada tan clarividente y penetrante como el amor-agape, el amor de caridad.

¿Puede entenderse una familia cuyos miembros sólo se conocen superficialmente? Pues haberlas, hay. Quizá por falta de tiempo, de diálogo, de confianza, de responsabilidad... Siempre por falta de amor.

2. La familia, una Iglesia en pequeño. La Iglesia, una gran familia

Si desde el verdadero humanismo se puede llegar a estas cimas de relación amorosa, ¿qué decir si lo miramos desde la experiencia y la exigencia cristianas? Cristo, al fin y al cabo, ha venido a eso: a enseñarnos a amar. No destruye nuestra capacidad de entrega, sino que la potencia. No viene a despojarnos de nuestro amor, sino a cultivarlo, orientarlo y agrandarlo.

La familia cristiana ha de llevar hasta sus últimas consecuencias las exigencias del amor, ha de llevarlas hasta el límite, o como diría San Pablo, hasta la ruptura de los límites. Apliquemos a la familia de Nazaret el esquema señalado: se da sin límites, se ayuda sin límites, se responsabiliza sin límites, se respeta sin límites, se conoce sin límites. Hay en toda ella un toque de misterio y una sobreabundancia de gracia.

Lo que no quiere decir que no fuera humana, que no surgieran interrogantes y problemas, sufrimientos e insatisfacciones.

¿Qué significaba ese guardar la palabra y meditarla sino un esfuerzo por crecer en el conocimiento, en el respeto, en la ayuda, en la compenetración? Al vivir Jesús en una familia la convierte como en un sacramento. Esa realidad humana pasa a significar una realidad espiritual: una familia surgida, no de la carne y sangre, sino de la fe y el amor; la familia que hemos dado en llamar Iglesia. Y ambas realidades significarán otra realidad divina: la común-unión trinitaria. ¿No es acaso Dios una Familia?

Pero como en todo sacramento, hay que decir que el signo no sólo significa, sino que produce esa realidad significada. Es decir: que una familia de cristianos que viva con profundidad y fuerza sus relaciones familiares, está haciendo Iglesia, está siendo Iglesia y se está acercando, se está llenando, se está uniendo a Dios. Sí, ya sé que en la familia no hay obispo ni hay eucaristía, pero hay fe, hay amor, hay espíritu eclesial; ahí está Cristo. Cada familia, con las debidas limitaciones, podemos decir que es una Iglesia en pequeño.

La Iglesia, una gran familia

La Iglesia ha de ser familia de familias, misterio de amor entregado y creativo, brazos abiertos a todos los hombres, mesa y hogar para todos los pueblos.

La familia, Iglesia doméstica, no puede encerrarse en sí misma. Quien se aísla se pudre. La familia está bien, pero no es un absoluto. Debe abrirse a otras familias y a otro tipo de familias.

Familias abiertas e Iglesias unidas. Esta es la cuestión. Si abrimos a las familias y unimos a las Iglesias, estas dos realidades terminan encontrándose.

CARITAS
UNA CARGA LIGERA
ADVIENTO Y NAVIDAD 1987.Págs. 108-111


8.

1. La familia, un sacramento natural La familia fue bendecida por Dios desde el principio. En el amor del hombre y la mujer Dios se hace presente. Si ya el hombre está hecho a imagen de Dios, la familia es su modelo acabado porque Dios es también familia.

La familia es lugar privilegiado de encuentro y amor, lugar privilegiado de comprensión y perdón, lugar privilegiado de creatividad y superación, lugar privilegiado de la presencia de Dios, o sea, un sacramento natural.

-Encuentro y amor

No hay nada tan gratificante como cuando dos personas se encuentran en profundidad y se sienten incondicionalmente aceptadas y valoradas. Es como encontrar el tesoro escondido, la dicha que nadie te puede quitar. Entonces es cuando cada uno tiene derecho a pronunciar el nombre del otro, un nombre que se pronuncia en verdad y significa conocimiento, porque sólo se conoce bien lo que se ama.

Este encuentro amoroso es el secreto de la felicidad. El gran engaño, Ia ofuscación perversa de nuestro tiempo, es poner la felicidad en el tener, la seducción del dinero, en vez de la seducción del amor y de la gracia. No hay dinero que pueda comprar la dicha del amor, ni pueda llenar el vacío de la soledad. Se lo podíamos preguntar a Adán, cuando estaba solo en el paraíso: suyos eran los tesoros del mundo y era dueño de todas las cosas, pero su corazón se moría de tristeza y su alma padecía insatisfacciones angustiosas. Sólo al contemplar a la mujer dio un grito de entusiasmo. Así todo Adán enamorado podía repetir con el salmo: "Más estimo yo las palabras de tu boca, que miles de monedas de oro y plata" (Sal. 118, 72); más estimo yo una sonrisa, una caricia, una presencia, un gesto de amor, que todos los tesoros de la tierra.

AMISTAD-VERDADERA No se trata naturalmente de un amor cualquiera, de un amor erótico, interesado, pasajero. Se trata de un amor auténtico, que llega al fondo de la persona, que es incondicional y tiende a ser definitivo. Ya decía ·Jerónimo-SAN: "Amistad que puede perderse nunca fue verdadera". Cuando el amor es verdadero, cuando llega al centro de la persona, ese amor desafía el futuro como la casa cimentada sobre la roca.

En cada familia reverbera la dichosa comunidad divina donde se hace posible el encuentro, la acogida, el diálogo, Ia amistad, la interrelación mutua, el amor más grande, la unión más íntima. En la familia, cada miembro es amado más de lo que merece, se vive continuamente la gratuidad.

-Comprensión y perdón

El amor es comprensivo, da una apertura magnífica para conocer al otro y acercarse al misterio de la persona, que suele ser mejor de lo que pensamos. Si conociéramos y comprendiéramos de verdad a las personas, no seríamos tan fáciles para odiar y condenar.

Y la comprensión se da la mano con el perdón. Por muy grande que sea el amor siempre hay algo que perdonar. Todos los días tendremos algo que perdonarnos, por los olvidos, por los cansancios, por las insatisfacciones, por las preocupaciones, por los prejuicios, por las dudas, por los nervios, por los roces, por los inevitables egoísmos, por las incomprensiones, por todo tipo de fallos y limitaciones. En la familia, o se aprende a perdonar o se rompe al día siguiente. Nadie como los padres para comprender a sus hijos. Y nadie debe conocerse y comprenderse mejor que los esposos.

La comprensión y el perdón son la base para la estabilidad y la armonía de la familia y de toda comunidad. Se necesita el diálogo valiente, la paciencia constante, la caridad creciente. Se manifiesta en los pequeños detalles de cada día, que son los que tejen la trama de la vida. No hay que esperar sólo a las grandes infidelidades o violentas discusiones. Lo grande se hace a base de repetir lo pequeño.

La comprensión y el perdón no están reñidos con la exigencia mutua y el esfuerzo de todos: no deben abrir la puerta a la indiferencia, la dejación, el capricho o la falta de respeto. El sentirme comprendido y perdonado debe ser para mí la mayor disciplina y el mejor estímulo. La familia es, efectivamente, un semillero de exigencia y tolerancia, de perdón y agradecimiento.

-Creatividad y superación NO-VIOLENCIA Es cierto que nada hay tan gozoso como el amor, pero nada tan exigente y tan fuerte como el amor. El es la fuerza que crea la vida, que aglutina familias y comunidades, que sostiene el mundo. A veces nos asustamos de los desastres originados por las fuerzas del odio y la violencia. Pero siempre es más fácil destruir que construir. La no-violencia y el amor son mas fuertes, porque construyen la sociedad, porque aglutinan a los pueblos. «La no-violencia, escribía ·Gandhi, es la fuerza más grande que la humanidad tiene a su disposición. Es más poderosa que el arma más destructiva inventada por el hombre».

La familia se forja para la creatividad y el crecimiento.

El amor es creativo y hace crecer; no es tarta que se consume, sino tarea que se consuma; no es tesoro que se guarda, sino semilla que se cultiva: no es nirvana, sino creación continua; no es mirarse el uno al otro, sino conjuntar miradas y esfuerzos en metas superiores. El amor hay que conquistarlo en la lucha de cada día. Hay que purificar las actitudes cada día, hay que cultivar el detalle cada día, hay que limpiar el polvo de la rutina cada día, hay que ejercitar la paciencia cada día, hay que ofrecer el perdón cada día.

A/AUTENTICO: El amor hace crecer a las personas. "Un amor que no es la creación continuada de uno por otro hecha al precio de dramáticos desprendimientos, es todo lo contrario del verdadero amor" (·Garaudy-R).

El amor no es dominante ni absorbente, sino que respeta sumamente al otro y le ayuda a ser él mismo y a crecer en su propia personalidad. No se puede querer tanto a las personas que las asfixiemos.

El amor hace crecer la vida. A través de los padres, Dios sigue creando, cultivando la vida, desarrollando el ser. Pero los hijos también hacen crecer a los padres: no sólo reciben, también dan estímulos vitales enriquecedores. La familia es así verdadero seminario de humanidad. Benditos los agricultores todos de la vida.

-Presencia de Dios

Todo amor humano es un reflejo del amor divino. Toda familia humana es una participación de la familia divina. Dondequiera que se cultive el amor y la vida, allí está Dios. Dios está ahí, ayudando a los esposos a quererse, ayudando a los padres a prolongarse, ayudando a los hijos a desarrollarse, ayudando a todos a integrarse desde el respeto, el diálogo y la solidaridad.

También la familia es un templo donde todo puede convertirse en oración. Si santa Teresa encontraba a Dios entre los pucheros, lo mismo se le puede encontrar entre los libros, en la cama o en la mesa de trabajo, junto a la lumbre o en el sofá. Y Dios se hará presente en los besos y abrazos multiplicados, en las lágrimas compartidas, en los esfuerzos conjuntados, en las esperanzas cultivadas, en los ideales soñados. Y su presencia será especialmente viva e intensa cuando nace un niño, cuando triunfa o cuando enferma un hermano, cuando muere un padre. Y una presencia especialísima cada vez que se reúnen para hacer oración, para escuchar su palabra e interpretar los acontecimientos.

Otro modo de presencia es cuando las puertas de la casa se abren al amigo o al peregrino, cuando se comparte con el vecino, cuando se participa en la vida social o se trabaja de cualquier modo por los demás. Porque la familia siempre ha de estar abierta a los demás y lanzada hacia el futuro.

Contando con esta presencia de Dios en la familia, todas las dificultades se pueden superar; las gratificaciones prevalecerán sobre las discusiones, la creatividad sobre las rutinas, la libertad sobre la costumbre, las satisfacciones sobre los vacíos, la presencia y valores sobre los problemas, las alegrías sobre las penas, la presencia y amistad sobre la soledad.

2. El matrimonio, un sacramento cristiano

En estas festividades navideñas celebramos no sólo el nacimiento de Jesús, sino su nacimiento y su vida en familia. No será tan mala esta institución cuando el mismo Hijo de Dios se asentó en ella y durante treinta largos años vivió activa y participativamente en ella. Y si algo hubiera de impuro y si algo hay de limitado en ella, la vivencia del Hijo de Dios la purifica, la redime y la dinamiza.

Cristo redime todo lo que él asume. Cristo libera todo lo que toca. Cristo salva todo lo que experimenta. Por eso, todo lo humano queda salvado, porque él lo vivió: todo, incluso el dolor, las lágrimas, el miedo, la muerte y, naturalmente, también la familia, en la que pasó la mayor parte de su vida.

-Icono del amor

Cristo aporta, pues, a la familia la medicina y el dinamismo necesarios para que pueda convertirse en un verdadero sacramento. Cristo salva a la familia de las limitaciones de la carne, de la tiranía del sexo, del aislamiento familiarista, de la insolidaridad egoísta, de la falta de compromiso, del tradicionalismo a ultranza, del autoritarismo patriarcal, del sentido posesivo del amor. Recordemos las palabras de Jesús referentes a los lazos familiares (Mt/10/37;Mt/19/29). O las que utiliza cuando le hablan de su madre (Mc. 3, 33- 35; Lc. Il. 27-28).

Cristo cambia el agua insípida del amor humano en el vino generoso y abundante del amor del Espíritu. La transformación del agua en vino durante unas bodas es un bello símbolo de la acción de Cristo sobre el matrimonio y la familia. Cristo purifica, eleva, trasciende el amor de los esposos, de manera que llegue a ser una imagen del amor de Cristo a la Iglesia. Un amor que sea, como el suyo, limpio, gratuito, generoso, incondicional, ilimitado, entregado. No niega nada, sino que lo potencia todo. Aquello de que «la gracia no destruye la naturaleza, sino que la perfecciona».

-El lazo del Espíritu

Dicho esto, con toda la belleza y la profundidad que encierra, debemos reconocer que Cristo también cuestiona y relatividad a la familia. Es como si quisiera romper las paredes de la casa, que la familia sea siempre algo abierto y dinámico que no se limitará a las relaciones basadas en la carne y la sangre. El quiere hacer familias más libres y más grandes, enlazadas por los lazos del Espíritu. El quiere que todos lleguemos a formar una sola familia; ha venido para eso, para crear la fraternidad y la solidaridad.

Dicho de otro modo, si por una parte Cristo convierte la familia en una Iglesia, convierte, por otra, Ia Iglesia en una familia para todos. Es la familia de los hijos nacidos, "no de sangre ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre. sino de Dios" (Jn. 1. 13). Es la familia de Dios, en la que ya no hay distinción «entre judío y griego; bárbaro y escita: esclavo y libre: hombre y mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gal. 3. 28: Col. 3, 11).

Es la familia en la que ya no hay puertas cerradas ni muros divisorios ni murallas defensivas ni pasos fronterizos ni bloques cerrados ni pactos beligerantes ni alianzas defensivas ni economías opresoras. Es la familia en la que todos hablarán la misma lengua, o se entenderán aunque hablen lenguas distintas, en que la colaboración sustituirá a la competencia y la solidaridad a la rivalidad y la confianza al miedo y la ayuda a la explotación. Es la familia del amor.

3. La familia, amenazada hoy

-Superficialidad FAM-LIGH Primera amenaza: la superficialidad, la banalización de las relaciones familiares. La familia ligth. Hoy todo es ligero, frívolo, efímero, inconsistente, permisivo. Hoy todo es rápido y cambiable: productos para usar y tirar. Acostumbrados a tantas noticias, tantos sucesos, tantas emociones, pasamos por ellos alegremente o pasan por nosotros epidérmicamente.

La familia también se ve afectada por esta ola de ligereza. Es el caso de la metáfora evangélica: la casa cimentada sobre arena, que sucumbe ante cualquier viento o dificultad. Ligeras y volubles son en tantos casos las relaciones entre los esposos y entre los padres y los hijos. Se dialoga poco, se discute mucho, se vive con los nervios desatados, a golpe de gusto. Se vive a veces con más intensidad fuera que dentro. Hay casas que se convierten en fondas o en lugar de descanso y esparcimiento. Hay veces que las relaciones son tan flojas y tan poco consistentes, que a los pocos años ya se han roto y no queda nada, si acaso traumas y recuerdos. Los folletines o folletones televisivos ofrecen mil y un ejemplos de este tipo de relaciones.

-Consumismo

"El consumismo es la nueva religión española" (Jan Gibson) y la familia suele ser uno de sus templos privilegiados. La familia es la presa más codiciada del consumismo. A ella va dirigida la mayor parte de sus ofertas publicitarias: para que la casa esté bien puesta, para que la familia disfrute del bienestar conveniente, para que todos sus miembros vayan a la moda, para que se pueda conseguir el éxito, para no ser menos que los demás, para que se pueda ir progresando en todo: el piso, el chalet, el garaje, el coche, la moto para los niños, el vídeo, el ordenador, los cuadros, el aire acondicionado, toda la complicada y variada gama de electrodomésticos...: es forzoso consumir.

Naturalmente, para eso hay que trabajar mucho y trabajar todos: hay que vivir deprisa y vivir «stressados», a no ser que toque algún tipo de juego o lotería o «precio justo». Se convive, pues, no para la común-unióm sino para el común-consumo y disfrute de las cosas. La idolatría del tener.

-La idolatría del sofá

El intimismo, la familia como refugio, la idolatría del sofá, Ia falta de solidaridad y de compromiso social. Se quiere vivir cómodamente, casi narcisísticamente, y no se quieren complicaciones de ningún tipo.

Es verdad que la familia está llamada a ser en medio de la sociedad dura, fría, competitiva, un oasis afectivo y emocional en el que se cultiven las relaciones individualizadas, personalizantes; en el que la persona no sea tratada como un número; en el que la intimidad prevalezca sobre la eficacia; en el que cada uno se sienta gratuitamente aceptado y amado. Pero esta vivencia de intimidad, lejos de aislar a la familia, la capacita para el trabajo y el compromiso en la sociedad.

"Las familias pueden y deben dedicarse a muchas obras de servicio social, especialmente en favor de los pobres..." (A.A. Il).

"La función social de las familias está llamada a manifestarse también en la forma de intervención política" (F.c. 44).

Es una gran dejación, un gran pecado de omisión, vivir insolidariamente, no preocuparse por los problemas del otro, no asumir los compromisos que el bien común nos exige, no luchar contra el deterioro de la vida social, no esforzarse por mejorar la calidad de vida del propio pueblo y de toda la sociedad. Las familias, asociándose unas con otras, tienen mucho que hacer y que decir.

CARITAS
UN AMOR ASI DE GRANDE
ADVIENTO Y NAVIDAD 1990.Págs. 133-139


9.

1. La familia, laboratorio de la persona

El hombre nace y se hace en la familia. No sabemos si algún día se podrán hacer niños en el laboratorio; pero lo que sí sabemos es que nunca se podrán hacer personas en el laboratorio. La persona es una realidad maravillosa que no se puede programar. A ver, ¿qué cantidad de besos y caricias necesita un niño para que llegue a ser persona?; ¿cuántas veces hay que cogerle en brazos o dejarle en la cuna?; ¿cuántas veces hay que hablarle y sonreírle?; ¿cuántos piropos hay que decirle?; ¿qué gestos y palabras debe aprender?... El hombre, cuando nace, es el ser más desvalido. Otros animalitos se valen enseguida por sí mismos. El hombre necesita mucho tiempo de las atenciones y cariño de los padres. El niño sólo puede crecer adecuadamente en una «comunidad de vida y amor», y eso es lo que llamamos familia. Aquí, en este entrañable laboratorio de vida, el ser más desvalido irá creciendo y desarrollando todas sus potencialidades, hasta llegar a ser la criatura más admirable del universo: inteligente, libre, creadora.

-Comunión PERSONA/PROGRESO:

Para que la persona crezca, necesita desarrollar una triple dimensión, que podríamos poner en forma de cruz. Hacia arriba, lo que llamamos vocación. La persona está llamada a superarse, a trascenderse, a ir más allá de lo dado y lo adquirido, a potenciar todos sus talentos, a abrirse a toda clase de sueños y esperanzas. Hacia abajo, lo que llamamos encarnación. La persona está obligada a comprometerse con el entorno que la rodea, a no olvidar sus raíces cósmicas, carnales y sociales, a cultivar la parcela en la que haya sido colocada. Debe asumir las luchas y esperanzas de los humanos y conectar con las aspiraciones de la naturaleza. Hacia los lados, lo que llamamos comunión. Por la comunión, la persona está llamada al despojo de sí y a la donación a los demás, a salir de sus recintos e ir al encuentro de las gentes. Nadie puede crecer como persona por sí misma y desde sí misma. Nadie puede crecer como persona por medio del pensamiento. Sólo se crece como persona en la relación con los demás: «Amo, luego existo».

La familia ofrece los cauces y los medios para este triple crecimiento. Es en la familia, donde el niño empieza a conocer su nombre y su identidad; donde se siente llamado, lo que quiere decir que alguien lo estima y se fija en él; donde se sabe distinto, con unos valores propios que ha de desarrollar; donde aprende a soñar y a llenarse de ideales. Aquí empieza a conocer su primera vocación. Cada hijo, se ha dicho, es «portador de un misterio», con una vocación personal, única e irrepetible.

Es también en la familia donde empieza a enraizarse con los problemas de los demás, a sentir como suyas las aspiraciones y las luchas de sus padres, a ser consciente de que quedan mucha casa y mucho mundo por construir. No le faltarán tareas y compromisos.

-Gratuidad

Es, por fin, en la familia donde el hombre aprende a vivir la comunión. El vino a la existencia, porque fue llamado por el amor de dos personas: «Soy amado, luego existo». Empezó a encontrar una acogida y un cariño que no merecía: la experiencia de la gratuidad. Aprendió enseguida la necesidad de relacionarse y de compartir. Y fue aprendiendo poco a poco lo que era el verdadero amor.

FAM/Jn-PABLO-II: Decía ·JUAN-PABLO-II: «La familia es la única comunidad en la que todo hombre es amado por sí mismo, por lo que es y no por lo que tiene... El otro no es querido por la utilidad o el placer que pueda procurar; es querido por sí mismo y en sí mismo. La norma fundamental es, pues, la norma personalista: toda persona... es afirmada en su dignidad en cuanto tal, es querida por sí misma» (alocución a las familias cristianas de España). Y en la Centesimus Annus: «En la familia aprende qué quiere decir amar y ser amado, y por consiguiente qué quiere decir en concreto ser una persona... El don recíproco de sí por parte del hombre y la mujer crea un ambiente de vida en el cual el niño puede nacer y desarrollar sus potencialidades, hacerse consciente de su dignidad y prepararse a afrontar su destino único e irrepetible» (39).

No sabemos hasta qué punto el hombre necesita de los hombres para todo. Los necesita hasta para conocer su nombre. ¿Qué sabría el hombre de sí, de sus cualidades y sus capacidades, si nunca fuera llamado? La primera llamada la tiene en la familia, y la primera interpelación y la primera oportunidad y la primera exigencia y, sobre todo, el primer amor. Y ya sabemos que siempre el amor y sólo el amor es personalizante; la persona sólo se realiza en la red del amor. Y la familia es la más hermosa red de amor, fina y fuertemente entrelazada. No hay laboratorios ni comunas que la sustituyan.

2. La familia, icono de Dios

Afirmamos que la familia ha sido bendecida y querida por Dios. Nos referimos, claro, a la realidad en sí, no a sus formas y estilos, que pueden variar.

Afirmamos que al nacer en una familia el Hijo de Dios la redimió y la consagró. Todo lo que Cristo asume queda santificado. Y Jesús asumió la vida familiar por muchos años.

Afirmamos también que la familia es la imagen más perfecta de Dios. Los profetas se atrevieron a afirmar que lo que más se parece a Dios es el amor esponsal, y en imágenes de amor esponsal vertían los sentimientos y las definiciones divinas. Es claro; si definimos a la familia como comunidad de vida y amor, estamos expresando una realidad que se da en Dios en grado supremo. Dios no es más que la primera y más perfecta comunidad de vida y amor. Esta semejanza no es simple analogía, sino que encierra una cierta participación de la realidad. Es decir, que en toda familia que pone en común la vida y el amor hay una misteriosa presencia de Dios.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
ADVIENTO Y NAVIDAD 1992.Págs. 133 ss.