66 HOMILÍAS MÁS PARA LA FIESTA DE LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
55-66

55.

HOMILÍA Durante la misa de ordenación episcopal de diez presbíteros en la solemnidad de la Epifanía, 6 de enero 2002

Cristo, luz de los pueblos, os llama a ser misioneros valientes de su Evangelio

El día 6 de enero, solemnidad de la Epifanía, el Santo Padre confirió la ordenación episcopal a 10 presbíteros procedentes de Italia (5), República democrática del Congo (2), República del Congo, Filipinas y Portugal; cuatro de ellos ejercerán su misión como representantes del Santo Padre en Senegal y Mauritania, Georgia, Armenia y Azerbaiyán, Papúa Nueva Guinea, y República democrática del Congo; cinco serán pastores de Iglesias locales en República del Congo, República democrática del Congo, Italia y Portugal; y el otro trabajará en la Ciudad del Vaticano como delegado de la Fábrica de San Pedro. Durante su pontificado Juan Pablo II ha ordenado ya 309 obispos en el curso de 43 celebraciones, de las cuales veintitrés en la solemnidad de la Epifanía; en tres ocasiones ha ordenado nuevos pastores fuera de la basílica vaticana:  el 4 de mayo de 1980 en Kinshasa (África), donde impuso las manos a ocho obispos; el 14 de septiembre de 1985, en la catedral de Albano, donde ordenó a mons. Rigali; y el 25 de abril de 1993 en Shkodër, cuando ordenó cuatro nuevos obispos para la Iglesia albanesa. En esta ocasión actuaron de co-consagrantes los arzobispos mons. Leonardo Sandri, sustituto de la Secretaría de Estado, y mons. Robert Sarah, secretario de la Congregación para la evangelización de los pueblos. Asistieron al acto numerosos cardenales, arzobispos y obispos, miembros del Cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, y una gran asamblea de fieles procedentes principalmente de las naciones de origen de los nuevos prelados y de los lugares en los que ejercerán su ministerio.

La ceremonia tuvo lugar en la basílica de San Pedro; comenzó a las nueve de la mañana y terminó poco antes de mediodía. Después del rito de introducción, el cardenal Giovanni Battista Re, prefecto de la Congregación para los obispos, se acercó al altar para pedir al Papa "en nombre de la Iglesia católica", que confiriera la ordenación episcopal a los diez presbíteros elegidos. Estos respondieron a continuación a las preguntas que les hizo el Santo Padre:  si estaban dispuestos a cumplir el ministerio transmitido por los Apóstoles, a anunciar con fidelidad y constancia el evangelio de Cristo y custodiar puro e íntegro el depósito de la fe, a edificar el Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, a prestar obediencia al Sucesor de Pedro, a cuidar del pueblo de Dios, a acoger a los pobres, a ir en busca de la oveja perdida, a orar incansablemente a Dios omnipotente. Siguió el canto de las letanías de los santos, el rito de la imposición de las manos, la imposición del Evangeliario abierto sobre la cabeza de los ordenandos, la oración de la ordenación, la unción con el sagrado crisma y la entrega de las insignias episcopales:  el Evangelio, el anillo, la mitra y el pastoral. Durante esta celebración, el Papa pronunció en italiano la homilía que ofrecemos a continuación traducida al castellano.

1. "Lumen gentium (...) Christus, Cristo es la luz de los pueblos" (Lumen gentium, 1).

El tema de la luz domina las solemnidades de la Navidad y de la Epifanía, que antiguamente -y aún hoy en Oriente- estaban unidas en una sola y gran "fiesta de la luz". En el clima sugestivo de la Noche santa apareció la luz; nació Cristo, "luz de los pueblos". Él es el "sol que nace de lo alto" (Lc 1, 78), el sol que vino al mundo para disipar las tinieblas del mal e inundarlo con el esplendor del amor divino. El evangelista san Juan escribe:  "La luz verdadera, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre" (Jn 1, 9).

"Deus lux est, Dios es luz", recuerda también san Juan, sintetizando no una teoría gnóstica, sino "el mensaje que hemos oído de él" (1 Jn 1, 5), es decir, de Jesús. En el evangelio recoge las palabras que oyó de los labios del Maestro:  "Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12).

Al encarnarse, el Hijo de Dios se manifestó como luz. No sólo luz externa, en la historia del mundo, sino también dentro del hombre, en su historia personal. Se hizo uno de nosotros, dando sentido y nuevo valor a nuestra existencia terrena. De este modo, respetando plenamente la libertad humana, Cristo se convirtió en "lux mundi, la luz del mundo". Luz que brilla en las tinieblas (cf. Jn 1, 5).

2. Hoy, solemnidad de la Epifanía, que significa "manifestación", se propone de nuevo con vigor el tema de la luz. Hoy el Mesías, que se manifestó en Belén a humildes pastores de la región, sigue revelándose como luz de los pueblos de todos los tiempos y de todos los lugares. Para los Magos, que acudieron de Oriente a adorarlo, la luz del "rey de los judíos que ha nacido" (Mt 2, 2) toma la forma de un astro celeste, tan brillante que atrae su mirada y los guía hasta Jerusalén. Así, les hace seguir los indicios de las antiguas profecías mesiánicas:  "De Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel..." (Nm 24, 17).

¡Cuán sugestivo es el símbolo de la estrella, que aparece en toda la iconografía de la Navidad y de la Epifanía! Aún hoy evoca profundos sentimientos, aunque como tantos otros signos de lo sagrado, a veces corre el riesgo de quedar desvirtuado por el uso consumista que se hace de él. Sin embargo, la estrella que contemplamos en el belén, situada en su contexto original, también habla a la mente y al corazón del hombre del tercer milenio. Habla al hombre secularizado, suscitando nuevamente en él la nostalgia de su condición de viandante que busca la verdad y anhela lo absoluto. La etimología misma del verbo desear -en latín, desiderare- evoca la experiencia de los navegantes, los cuales se orientan en la noche observando los astros, que en latín se llaman sidera.

3. ¿Quién no siente la necesidad de una "estrella" que lo guíe a lo largo de su camino en la tierra? Sienten esta necesidad tanto las personas como las naciones. A fin de satisfacer este anhelo de salvación universal, el Señor se eligió un pueblo que fuera estrella orientadora para "todos los linajes de la tierra" (Gn 12, 3). Con la encarnación de su Hijo, Dios extendió luego su elección a todos los demás pueblos, sin distinción de raza y cultura. Así nació la Iglesia, formada por hombres y mujeres que, "reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido el mensaje de la salvación para proponérselo a todos" (Gaudium et spes, 1).

Por tanto, para toda la comunidad eclesial resuena el oráculo del profeta Isaías, que hemos escuchado en la primera lectura:  "¡Levántate, brilla (...), que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! (...) Y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora" (Is 60, 1. 3).

4. De este singular pueblo mesiánico que es la Iglesia, vosotros, amadísimos hermanos, sois constituidos pastores mediante la ordenación episcopal de hoy. Cristo os convierte en ministros suyos y os llama a ser misioneros de su Evangelio. Algunos de vosotros ejerceréis este "ministerio de la gracia de Dios" (Ef 3, 2) como representantes pontificios en algunos Estados:  tú, monseñor Giuseppe Pinto, en Senegal y Mauritania; tú, monseñor Claudio Gugerotti, en Georgia, Armenia y Azerbaiyán; tú, monseñor Adolfo Tito Yllana, en Papúa Nueva Guinea; y tú, monseñor Giovanni d'Aniello, en la República democrática del Congo.

Otros serán pastores de Iglesias particulares:  tú, monseñor Daniel Mizonzo, guiarás la diócesis de Nkayi, en la República del Congo; y tú, monseñor Louis Portella, la de Kinkala, en la misma República del Congo. A ti, monseñor Marcel Utembi Tapa, te he confiado la diócesis de Mahagi-Nioka, en la República democrática del Congo; y a ti, monseñor Franco Agostinelli, la de Grosseto, en Italia. Tú, monseñor Amândio José Tomás, ayudarás, como obispo auxiliar, al arzobispo de Évora, en Portugal.

Por último, tú, monseñor Vittorio Lanzani, como delegado de la Fábrica de San Pedro, proseguirás tu servicio a la Iglesia aquí, en el Vaticano, en esta basílica patriarcal tan querida para ti.

5. Hace un año, en esta fiesta de la Epifanía, al final del Año santo, entregué idealmente a la familia de los creyentes y a toda la humanidad la carta apostólica Novo millennio ineunte, que comienza con la invitación de Cristo a Pedro y a los demás:  "Duc in altum, rema mar adentro".

Vuelvo a aquel momento inolvidable, amadísimos hermanos, y os entrego de nuevo a cada uno este texto programático de la nueva evangelización. Os repito las palabras del Redentor:  "Duc in altum". No tengáis miedo a las tinieblas del mundo, porque quien os envía es "la luz del mundo" (Jn 8, 12), "el lucero radiante del alba" (Ap 22, 16).

Y tú, Jesús, que un día dijiste a tus discípulos:  "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 14), haz que el testimonio evangélico de estos hermanos nuestros resplandezca ante los hombres de nuestro tiempo. Haz eficaz su misión para que cuantos confíes a su cuidado pastoral glorifiquen siempre al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5, 16).

Madre del Verbo encarnado, Virgen fiel, conserva a estos nuevos obispos bajo tu constante protección, para que sean misioneros valientes del Evangelio; fiel reflejo del amor de Cristo, luz de los pueblos y esperanza del mundo.


56.

Tres tiempos, tres actos de una misma pieza de teatro, tres misterios. ESO ES EL AÑO LITÚRGICO y eso es nuestra vida cristiana

 Primer tiempo y primer misterio es la ENCARNACIÓN. El hijo de Dios que se encarna, que se hace hombre para perdonarnos primero, para darnos una nueva vida después, una vida de hijos adoptivos de Dios.

Segundo tiempo y segundo misterio es la RESURRECCIÓN del Hijo de Dios, que nos abre así la esperanza a esa nueva vida de resucitados. La muerte ya no es el final.

Tercer tiempo y tercer misterio es la venida o invasión de todo el amor de Dios sobre la humanidad entera. A esa plenitud del amor de Dios sobre los seres humanos le llamamos ESPÍRITU SANTO. Nos defiende  de todo, por eso se le llama también Paráclito.

Durante esta semana vamos a acabar de vivir ese misterio de la ENCARNACIÓN.        

 

EPIFANIA DEL SEÑOR  2004

 Navidad es uno de los misterios, que son quicio, alrededor del cual gira una concepción liberadora y salvadora de lo que es ser hombre. Cristo se encarnó para mostrarnos el modelo de hombre perfecto, tal como salió d e las manos de Dios creador. “Antes de la creación del mundo, Dios nos pensó y nos eligió, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor, que nos dijo el domingo pasado San Pablo.

 Pilatos no se equivocó al presentar a Jesucristo ante la multitud, que pedía su muerte, diciendo y proclamando: “Ecce homo”, es decir, aquí tenéis al “verdadero hombre”; éste sí que es un “hombre”, aunque no tenía aspecto humano, deshecho como estaba por los azotes brutales que le habían dado.

         La  segunda persona de la Trinidad de Dios corre la aventura de hacerse hombre para enseñarle al hombre lo que verdaderamente es ser hombre.  Y la Iglesia tiene prisa en comunicarlo, porque Dios se muere de ganas,  por decirlo. Anunciarlo no solo a un pueblo, a una raza, sino a través de una raza y un pueblo quiere gritarlo a todas las razas y a todos los pueblos.

         El relato que acabamos de proclamar es un midrash. Un midrash es un relato simbólico a través de una comparación o semejanza de signos precursores de la realidad, que en el ahora, en la actualidad de aquel momento se vive. En un midrash, pues, no importa que no sean todos los elementos del relato históricos. Quizás no apareció realmente la estrella, ni hubo magos. Eso, San Mateo no quiere probarlo, porque ese no es su objetivo. Lo que nos quiere decir con este relato, es que la salvación es universal. Que Dios viene y se manifiesta: es su “epifanía” o manifestación y no solo al pueblo de Israel, sino a todos los pueblos, también, pues, a nosotros, a todos los seres humanos, al manifestarse a los tres magos, que eran paganos, porque no pertenecían al pueblo de Israel.

         Hoy es el día de nuestra vocación, de nuestra llamada por Dios. Hoy, Dios nos manifiesta su voluntad de amor, de salvación; es su “epifanía”: vengo a salvar al hombre, a que dé la talla de hombre, porque lo que yo salvo son hombres, para que pueda llegar así a ser “hijo de Dios”.

         Y unos magos se pusieron en camino, al sentir la insatisfacción y el sin sentido de su existencia. Hicieron el esfuerzo de dar un primer paso, dejando todo atrás, en busca de “alguien”, que llenara sus deseos, que trajera paz a sus inquietudes, que apagara su sed. Esta es una primera meta para todos nosotros, los cristianos, al comenzar el año: dar un primer paso, y buscar como los magos buscaron, dejando su viejo país de sombras y de muerte.

Nuestro primer compromiso, pues: LEER, ESTUDIAR, MEDITAR EL MENSAJE DE DIOS. Buscar para encontrar y mejor conocer a Jesús, como los magos lo buscaron en las estrellas. Seguro que ni nuestro primer paso, ni nuestra búsqueda serán infructuosos. Saldrá una estrella, un signo, como a los magos, que guiará nuestro caminar: la lectura, el estudio, la meditación. Dios no permanece mudo, ni sordo ante el esfuerzo del hombre.

         También se nos relata que los magos corrieron la aventura de la fe, que conlleva generosidad, entrega, confianza, servicio, donación. Y los magos sin saber nada, sin conocer nada se encontraron con Dios, porque antes se habían entregado del todo. San Juan de la Cruz nos lo dice así: “para venir de todo al Todo, has de dejar del todo, todo: Y cuando lo vengas todo a tener, has de tenerlo sin nada querer, porque si quieres tener algo en todo, no tienes puro en Dios tu tesoro.

         Los escribas y fariseos, sabiendo mucho, sabiendo todo de las profecías y Herodes, enterándose de todo este saber, a todos ellos les faltó la fe. A punto tenían su ciencia, pero no tenían a punto su fe, porque eran avaros, egoístas, desconfiados y soberbios. No podían dar un paso adelante, porque les asustaba el vacío y el riesgo de la fe. Eran gentes que buscaban la seguridad. Y se quedaron con sus seguridades, con sus cosas, con su “todo”, pero no encontraron a Dios.

LA FE NO CONSISTE EN CONOCER LAS COSAS DE DIOS, SINO EN COMPROMETERME CON LAS COSAS DE DIOS QUE CONOZCO.

Pero antes tengo que conocer las cosas de Dios, hacer una buena catequesis, cada año y cada vez mejor y más profunda.

Sin conocer las cosas de Dios, y su la revelación, no me puedo comprometer con nada de Dios, a quien no conozco o le conozco muy mal. Si me comprometo a algo, revestirá ese compromiso, el aspecto de fantasmagoría, será como un fetiche, un ídolo, un sueño de calentura a lo que le doy culto.

         Primera meta, pues: buscar como los magos buscaron, con fe plena en Dios, es decir confiando y comprometiéndose con sus conocimientos elementales. Me debo entonces, en primer lugar comprometerme más y mejor en mi vida cristiana, adquiriendo un conocimiento que supere lo que conocí y aprendí en la catequesis de primera comunión y de la confirmación. Eso, para mí, adulto, ya no es suficiente.

         Segunda meta para este año: reavivar, fortalecer mi fe; ser, pues, valiente y correr todos los días el riesgo de creer. Creer en el hombre y creer en mí, que es creer en la obra de Dios. Comprometerme entonces más y mejor  con cuanto estoy conociendo de nuevo sobre Jesucristo y la Iglesia.

         Y si en mi caminar, acabo encontrándome con Dios, como los magos, como los magos, debo anunciarlo a los demás, volviendo por otro camino, como ellos, que por otro camino volvieron a su país. Del camino viejo de nuestras soberbias, volver por el otro camino de la humildad, del camino viejo de las injusticias, por el camino nuevo de la justicia y de la paz, del camino viejo del odio, por el nuevo del amor y fraternidad.

         Anunciar al Dios de mi corazón no con palabras, sino con realidades. Y nuestra realidad será ahora la celebración de esta Eucaristía, que nos compromete a volver a la vida de todos los días por el nuevo camino del amor, de la esperanza y de la fe, que juntos nos disponemos a  profesar.                  

AMEN.

P. Eduardo Martínez Abad,  escolapio

                                                                              edumartabad@escolapios.es


57. Fe y la adoracion de los magos
María, Estrella de la Mañana, nos conducirá por el camino que lleva a Jesús.

"NACIDO JESÚS EN BELÉN, UNOS MAGOS LLEGARON DE ORIENTE A ADORARLO" La ocupación de estos hombres sabios era estudiar el firmamento, y fue ese el medio que Dios usó para hacerles conocer su voluntad. Al ver ellos "La Estrella", supieron, por gracia especial, que anunciaba el nacimiento del "MESIAS PROMETIDO". -Y se pusieron en marcha hacia Belén, dejando familia, comodidades y bienes, llevando lo mejor de lo que tenían de bienes como regalo al Niño Jesús. El viaje fue largo y difícil, Herodes trató de desalentarlos, pero ellos se mantuvieron firmes en el camino. Estos hombres nos dan ejemplo y nos enseñan lo que hemos de hacer nosotros si queremos encontrar y llegar a Jesús.

Hemos visto "La estrella que nos invita a buscar a Jesús. para ello necesitamos DESPRENDIMIENTO de todo aquello que nos impide llegar a El".

Toda nuestra vida debe ser "UN CAMINO HACIA JESÚS", iluminado por la "luz de la Fe". Un camino de fe, es un camino de esfuerzo y sacrificio. Cristo nos ha dado; la Iglesia y por ella, la seguridad de su doctrina, la gracia de los Sacramentos y dispone a personas, ya sea sacerdotes o laicos, que nos pueden orientar, conducir para enseñarnos el camino. De nosotros depende que esa "Luz" sea claridad, y luego estrella y sol, y así encontrar "ese camino" y poder llevar a Jesús a todos.

Cada propósito que hacemos de seguir a Cristo, es una pequeña luz que se enciende. - Pidamos a Nuestra Madre María, nos ayude a tener esa luz interior en nuestra vida diaria, para ver a ese Dios escondido en el mundo, y así poder darlo a conocer a nuestros hermanos, sin volverle jamás la espalda. Que podamos ver a ese Jesús-Dios presente en el Sagrario de toda la Iglesia, ese Jesús que es el mismo que encontraron los reyes magos en brazos de María su Santísima Madre.

¿Y NOSOTROS QUE LE PODEMOS REGALAR ?

Los magos abrieron sus cofres y le ofrecieron presentes: Oro, Incienso y Mirra. Los dones más preciosos que poseían.
Nosotros al igual si queremos le podemos ofrecer a Jesús:

* "EL ORO FINO", de un " Espíritu de desprendimiento" de los bienes materiales. Usando los bienes como "medios", no como un fin.

* "INCIENSO", símbolo de la "Esperanza". Todo deseo que sube hasta Dios de llevar una vida noble, es como el incienso. Sembremos comprensión, amistad, y la práctica de las Virtudes, como LA JUSTICIA, LA LEALTAD, LA FIDELIDAD, LA COMPRENSIÓN, LA ALEGRÍA, LA GENEROSIDAD, etc...

* "MIRRA" que es "El Sacrificio" que no debe faltar en la vida de todo cristiano. Allí podemos ofrecer también todas nuestras ENFERMEDADES, PENAS, DOLORES y todos nuestros pequeños vencimientos de cada día. Todo esto, hecho con rectitud de intención tiene más valor que, el oro, el incienso y la mirra, al ofrecerlo nosotros a Dios y unirlo al sacrificio de Cristo.

Los magos tuvieron una "estrella", nosotros tenemos a MARÍA. "ESTRELLA DE LA MAÑANA", para encontrar a Jesús y nunca perderlo. Pidámosle a Ella su ayuda y protección.


58.

Hoy celebra la Iglesia la manifestación de Jesús al mundo entero, y en los Magos están representadas las gentes de toda lengua y nación que se ponen en camino, para adorar a Jesús. Ellos se alegran con un gozo incontenible al encontrar a Jesús: nosotros aprendemos de ellos en primer lugar que todo reencuentro con el camino que nos conduce a Jesús está lleno de alegría. Nosotros tenemos, quizá, el peligro de no darnos cuenta cabal de lo cerca que está el Señor de nuestra vida, “porque Dios se nos presenta bajo la insignificante apariencia de un trozo de pan...” (J LECLERQ, Siguiendo el año litúrgico). Muchos de los habitantes de Belén vieron en Jesús a un niño semejante a los demás. Los Magos supieron ver en Él al Niño Jesús, y le adoraron (Mateo 2, 11). Saben que es el Mesías. Nosotros hemos de estar atentos porque el Señor se nos manifiesta en lo habitual de cada día, y sabemos que Jesús, presente en el Sagrario, es el mismo a quien encontraron estos hombres sabios en brazos de María, y nosotros, también lo adoramos.

Diariamente hacemos nuestra ofrenda al Señor, porque cada día podemos tener un encuentro con Él en la Santa Misa y en la Comunión.

Nosotros hemos visto la estrella de una llamada de Dios, y llevamos esa luz interior, consecuencia de tratar cada día a Jesús; y sentimos por eso la necesidad de hacer que muchos hombres se acerquen al Señor. La Epifanía nos recuerda que debemos poner todos los medios para que nuestros amigos, familiares y colegas se acerquen a Jesús. Nosotros le pedimos hoy a los Santos Reyes que nos enseñen el camino que lleva a Cristo para que cada día le llevemos nuestras ofrendas. Y también le pedimos a nuestra Estrella, la Virgen María, que nos muestre el sendero que conduce a Cristo.


59.

Hoy, el profeta Isaías nos anima: «Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti» (Is 60,1). Esa luz que había visto el profeta es la estrella que ven los Magos en Oriente, con muchos otros hombres. Los Magos descubren su significado. Los demás la contemplan como algo que les parece admirable, pero que no les afecta. Y, así no reaccionan. Los Magos se dan cuenta que, con ella, Dios les envía un mensaje importante por el que vale la pena cargar con las molestias de dejar la comodidad de lo seguro, y arriesgarse a un viaje incierto: la esperanza de encontrar al Rey les lleva a seguir a esa estrella, que habían anunciado los profetas y esperado el pueblo de Israel durante siglos.

Llegan a Jerusalén, la capital de los judíos. Piensan que allí sabrán indicarles el lugar preciso donde ha nacido su Rey. Efectivamente, les dirán: «En Belén de Judea, porque así está escrito por el profeta» (Mt 2,5). La noticia de la llegada de los Magos y su pregunta se propagaría por toda Jerusalén en poco tiempo: Jerusalén era entonces una ciudad pequeña, y la presencia de los Magos con su séquito, debió ser notada por todos sus habitantes, pues «se turbó con Herodes toda Jerusalén» (Mt 2,3), nos dice el Evangelio.

Jesucristo se cruza en la vida de muchas personas, a quienes no interesa. Un pequeño esfuerzo habría cambiado sus vidas, habrían encontrado al Rey del Gozo y de la Paz. Esto requiere la buena voluntad de buscarle, de movernos, de preguntar sin desanimarnos, como los Magos, de salir de nuestra poltronería, de nuestra rutina, de apreciar el inmenso valor de encontrar a Cristo. Si no le encontramos, no hemos encontrado nada en la vida, porque sólo Él es el Salvador: encontrar a Jesús es encontrar el Camino que nos lleva a conocer la Verdad que nos da la Vida. Y, sin Él, nada de nada vale la pena.


60. 2004

LECTURAS: IS 60, 1-6; SAL 71; EF 3, 2-3. 5-6; MT 2, 1-12

¿DÓNDE ESTÁ EL REY DE LOS JUDÍOS QUE ACABA DE NACER? PORQUE VIMOS SURGIR SU ESTRELLA Y HEMOS VENIDO A ADORARLO.

Comentando la Palabra de Dios

Is. 60, 1-6. No es Jerusalén quien atrae a todos los pueblos hacia sí misma, sino la presencia del Señor cuyo Nombre, Luz y Gloria ha hecho en esa ciudad su morada. Dios, en Jesús, llevará a su plenitud esta profecía de Isaías pues, levantado en alto, ha atraído a todos hacia Él. Así se conforma la Iglesia en torno a Cristo y su Sacrificio Redentor, así como en torno a su gloriosa resurrección. Es decir: El Hijo Encarnado ha sido glorificado por el Padre colocándolo en lo más alto de los cielos, por encima de los principados y potestades. Jesús, viviendo su Pascua en la voluntad de su Padre Dios y en la fidelidad a las promesas hechas a nosotros, se ha convertido para nosotros en el único Camino que nos salva. Nadie va al Padre sino por Él. Por eso, incluso los poderosos de este mundo, han de volver la mirada hacia Cristo para seguir sus huellas cargando su propia cruz, pues sólo caminando a la luz de Cristo podremos alcanzar nuestra perfección, conforme al plan de salvación de Dios sobre nosotros.

Sal. 71. Aquel a quien Dios comunica su juicio y su justicia no puede convertirse en un opresor o destructor de la dignidad de los demás. Sólo aquel que vive al margen de Dios, engreído consigo mismo, en lugar de hacer el bien querrá brillar ante todos para ser glorificado como Dios, a pesar de que en ese esfuerzo inmoral tenga que asentar su trono sobre los cadáveres de aquellos a quienes debía servir, amar, fortalecer y levantarles sus esperanzas. Cristo ha venido como siervo, puesto al servicio de todos, dando su vida para salvarnos de nuestros pecados y esclavitudes. La Iglesia, unida a Él, debe seguir las mismas huellas de su Señor.

Ef. 3, 2-3. 5-6. San Pablo nos dice que la salvación, como algo que ha de llegar a toda la humanidad, sólo se nos ha revelado por medio de Cristo Jesús, pues antes se pensaba que esa salvación sólo pertenecía a los Judíos. Hay muchos que siguen pensando que sólo ellos son los únicos que se van a salvar, y que quienes estén fuera de su grupo son unos malditos, unos condenados ya desde este mundo. Es muy elocuente como un signo de falta de fe auténtica en Cristo el creer en Él y dividirse unos con otros, sea por la forma de seguir a Cristo, o a causa de la interpretación de su Palabra. Quien dice creer en Cristo y genera divisiones no es de Cristo, pues Él mismo oró a su Padre diciendo: Padre, que sean uno para que el mundo crea. Cristo nos ha llamado a todos a participar de su vida, de su gracia y de su gloria. Vayamos hacia Él para vivir como un sólo cuerpo que alaba al Padre Dios y vive un auténtico amor fraterno capaz de generar en nosotros una continua conversión, una verdadera comunión y una auténtica solidaridad, unidos a aquellos a quienes Él puso como Pastores de su Pueblo, pues un cuerpo sin cabeza sería todo, menos el Cuerpo de Cristo. Entonces viviendo con autenticidad nuestra fe en Cristo seremos un signo luminoso y claro del Señor y podremos cumplir con su mandato misionero de ir y hacer llegar, con mucho amor, a impulsos del Espíritu Santo en nosotros, el Evangelio de salvación a todos los hombres.

Mt. 2, 1-12. El Salvador, venido como una Luz de lo Alto; Aquel que es Luz de Luz, no es un Dios que sólo pertenezca a un pueblo, o a alguna cultura, o a algún grupo. Dios no se deja atrapar ni aprisionar por nadie. Por medio de Jesús Dios ha salido al encuentro del hombre, de todo hombre. Él quiere conducir nuestra vida para que lo reconozcamos en los sencillos, en los pobres, en los desvalidos. Nuestros dones a Él de nada le aprovechan, pues ¿qué podemos darle que de Él no hayamos recibido? Sin embargo Él espera que nos preocupemos de ofrecerle nuestros dones en la persona de los que nada tienen, ni siquiera una casa digna o un lugar dónde reclinar la cabeza, y que muchas veces viven confundidos entre los animales. Dios quiere que aprendamos a respetar la dignidad de los demás. Quien busca a Cristo no sólo lo encuentra en el templo; también debe encontrarlo en su prójimo, especialmente en los pobres. En ellos ha de amar y servir a Dios, pues lo que hagamos a los demás, a Cristo mismo se lo estaremos haciendo.

La Palabra de Dios y la Eucaristía de este Domingo.

En esta Eucaristía nos encontramos con Cristo. Nuestra mejor ofrenda es nuestra propia vida que se la entregamos para vivir en plena comunión con Él. De nada nos serviría desprendernos de algo ante el Señor si no somos capaces de disponernos a escuchar su Palabra y de ponerla en práctica. Cristo quiere romper en nosotros las barreas que muchas veces nos han separado; barreras construidas por el poder económico, político o de color de razas, o de ideas que pensamos no son compatibles con las nuestras. Cristo ha querido atraernos a todos hacia Él para que formemos un sólo pueblo que alabe al Señor no sólo en el templo, sino en la vida de comunión fraterna y de solidaridad con todos. Quienes acudimos a la Eucaristía nos hemos de dejar conducir por el Sol de justicia que nace de lo alto, Cristo Jesús, para poderlo reconocer y amar en todo aquel con quien entramos en contacto en la vida.

La Palabra de Dios, la Eucaristía de este Domingo y la vida del creyente.

En el salmo 72 (71) hemos reconocido que el Señor ha venido a librar al débil del poderoso; a ayudar al que se encuentra sin amparo; a apiadarse del desvalido y pobre y a salvar al desdichado. Jesús ha venido como una luz que devuelve la esperanza a todo hombre que ha vivido oprimido por el pecado y sus consecuencias. Y el Señor quiere que su Iglesia continúe siendo ese signo de su amor salvador para todos los hombres de todos los tiempos y lugares. Ojalá y se pueda decir de quienes creemos en Cristo que llegamos a los demás como luz, como un motivo de paz, de alegría y de amor; como aquellos que levantan a los decaídos, fortalecen a los cansados y dan firmeza a los que vacilan. Cristo espera de su Iglesia un trabajo intenso para conducir a todos los hombres hacia Él, de tal forma que, encontrando en Él la salvación aprendan a esforzarse por servir a los más frágiles, débiles, pobres y marginados. La Manifestación del Señor como salvador de todos los hombres continúa en la historia por medio de quienes somos el Cuerpo de Cristo, y que hemos sido constituido en un signo creíble de Él en el mundo y su historia.

Que Dios nos conceda, por intercesión de la Santísima Virgen María, nuestra Madre, la gracia de no sólo postrarnos ante Cristo, sino de amarlo y servirlo en nuestro prójimo sin distinciones vanas. Así, viviendo fraternalmente unidos, podremos encaminarnos juntos, guiados por el Espíritu Santo, al encuentro definitivo con el Señor en la Vida eterna. Amén.

www.homiliacatolica.com


61. CLARETIANOS 2004

LA ESTRELLA -EL ESPÍRITU- QUE CONDUCE A JESÚS

El día de la Epifanía es día de revelación, de manifestación. Hay muchas cosas que no conocemos. Los seres humanos vivimos en una ardiente oscuridad. Las cuestiones más serías de la existencia no encuentran una respuesta clara, contundente.

Hoy es para nosotros, los cristianos, fiesta de Revelación. La palabra "epifanía" nos dice que Dios se nos manifiesta. El modo de hacerlo es profundamente simbólico. El Evangelio de este día puede prestarse a interpretaciones exotéricas, cuya verificación no está a nuestro alcance. Lo más oportuno es, tal vez, descubrir el "sentido simbólico" del evangelio de los magos.

Hay un contraste entre los representantes del Pueblo de Israel, concentrados en el poder religioso y político, y los poderes mágicos de otros pueblos. La celebración de este día nos dice que no es sólo Jerusalén o el pueblo de Israel el objetivo de la encarnación del Hijo de Dios. Dios quiere manifestarse a otros pueblos que de una manera u otra lo buscan.

El Espíritu Santo es la estrella que habla a través de los profetas, pero es también la estrella misteriosa que guía a los pueblos de la tierra, hacia Jesús. Esa estrella conduce hacia el portal del Belén, manifiesta dónde se encuentra la revelación última de Dios. Esa estrella alegra y da confianza en el camino. Al mismo tiempo se posa sobre el portal y señala a Jesús.

En este día vemos cómo Dios quiere revelar a su Hijo. "Tanto amó Dios al mundo -¡no solo a Israel!- que le entregó a su Hijo único. Dios tiene prisa en manifestar a su Hijo al mundo. Por eso, no espera el tiempo de la misión pospascual. Ya la misma Navidad se convierte en acontecimiento misionero. La Estrella del Espíritu manifiesta a Jesús, manifiesta el proyecto del Abbá a unos magos de Oriente.

Se manifiesta así el amor de Dios a todas las naciones de la tierra, a todos los pueblos. Israel tendía hacia un nacionalismo cerrado. Se mostraba quizá demasiado autosuficiente. Se creía superprivilegiado. Llama la atención que las autoridades de Israel no hagan lo más mínimo por comprobar lo que dicen los profetas. Ellos saben, pero no actúan. Los magos no saben, pero actúan, se dejan llevar por la Estrella.

La manifestación de Dios es extremadamente tierna e incluso extremadamente insospechada: ¡en un Niño! ¡en el hijo de María! Aparece en brazos de una mujer. El varón orgulloso es excluido. La gran Sacerdotisa de este evento epifánico, quien ofrece el Cuerpo del Señor, es precisamente una Mujer. María forma parte del modo de revelarse Dios. La revelación acontece en su cuerpo, en sus brazos, bajo su mirada.

La celebración de la Epifanía nos conduce hacia lo nuclear de nuestra vocación cristiana: ser buscadores apasionados de Dios, más allá de todos los convencionalismos y ser misioneros, anunciadores y mensajeros de Jesús, colaborar con la Estrella santa en la tarea de manifestar al Hijo de Dios y superando todas las fronteras.

JOSÉ CRISTO REY GARCÍA PAREDES?


62. ARCHIMADRID 2004

“También los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo, por el Evangelio”. La Epifanía, o manifestación de Dios a todas las gentes, nos da la oportunidad, cada 6 de enero, de avivar en nuestros corazones el deseo por llevar a todos un único mensaje: “Dios quiere que todos los hombres se salven”. Y, curiosamente, la tradición cristiana se ha servido de la imagen de los “reyes magos” llevando regalos a los niños para que cale en todas las familias lo gratuito del amor de Dios. ¡Qué gran don el saber que hemos sido queridos por lo que somos, no por lo que tenemos!… ¡hijos en el Hijo! Semejante herencia jamás ha sido soñada por nadie en la historia de la humanidad. A pesar de todo, hemos dado por supuestas tantas cosas, que apenas valoramos el gran regalo de Dios.

“Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con Maria, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron”. Aquellos magos de Oriente debieron planear con sumo cuidado y detalle el viaje que emprenderían tras la Estrella. Lo curioso del relato es que no mostraron estupor ante la imagen de una familia que se alojaba dentro de una gruta porque carecía del bienestar más elemental. Todo lo contrario, el evangelista nos dice que “cayendo de rodillas lo adoraron”. Para aquellos que saben buscarla, es evidente que la gloria de Dios es capaz de darse a conocer entre lo más pobre y humilde.


63. INSTITUTO DEL VERBO ENCARNADO

Comentarios Generales

Isaías 60, 1-6

El Profeta entona un grandioso poema a Jerusalén, centro de la Salvación Mesiánica:

- La Gloria de Dios (Is 40, 5) se va a revelar en Jerusalén. Es decir, va a inaugurarse la Era Mesiánica. El Profeta la concibe como un Sol que alborea en Sión. La luz de este Sol iluminará no sólo a Israel, sino también a todas las naciones.

- Caravanas de pueblos, presididos por sus Reyes, llegan a Sión en busca de la Salvación. Llegan del Occidente: Las potencias marítimas (Grecia, Fenicia); de Oriente: Los pueblos de Egipto y Arabia; toda la Humanidad va a ser partícipe, mediante Israel, de la Salvación Mesiánica.

- Este universalismo ocupa lugar relevante en el Deutero-Isaías (45, 14. 23).

La Liturgia nos presenta la adoración de los Magos como la aplicación y cumplimiento de la Profecía. Son los Magos las «primicias» de los gentiles a los que desde Sión llega la Salvación Mesiánica. Con todo, Isaías nos entrega esos hermosos oráculos impregnados de nacionalismo. Los gentiles participan con Israel de la Salvación del Mesías, pero no con paridad de derechos, sino como tributarios (5). La superioridad de Israel es incuestionable (4). Hasta que llegue la plenitud de la luz del N.T. nos quedará del todo «espiritualizado» el sentido que en las profecías tiene la Salvación Mesiánica que nos viene de Sión. Y cómo judíos y gentiles se hallan por igual indigentes y pecadores; y reciben por igual gratuitamente la Salvación de Dios.

Efesios 3, 2-3. 5-6

San Pablo tiene la especialísima vocación de proclamar a la faz del mundo el «universalismo» de la Salvación de Cristo. Se trata de «Gracia» de Dios. Gratuita para todos y ofrecida por igual a todos. Es lo que llama San Pablo: «Misterio» o plan secreto de Dios: Salutis nostrae mysterium in Cristo hodie ad lumen gentium revelasti (Pref.). En el desarrollo de ese Misterio o plan divino tenemos tres etapas:

- Misterio guardado secreto y no dado a conocer en tiempos pasados (5).

- Misterio revelado ahora por el Espíritu Santo a los Apóstoles y Profetas. Pablo se considera particularmente iluminado en la inteligencia de este Misterio (4. 8).

- Misterio realizado cada día con mayor riqueza, grandeza y belleza. Este «Misterio» de Dios es la Iglesia: Reunión de judíos y gentiles para formar el único Cuerpo de Cristo: «Los gentiles son coherederos, y miembros de un mismo cuerpo, y copartícipes de la Promesa en Cristo Jesús por la fe en el Evangelio» (6). Para heredar la Promesa, la Salvación Mesiánica, la condición no es la raza, ni la sangre, ni la Ley; es la Fe. En Cristo, nuestra Cabeza, nos aunamos todos. Todos por igual miembros de la Familia de Dios: «Ahora en Cristo Jesús ya no sois extranjeros, ni forasteros, sino que sois conciudadanos de los santos» (Ef 3, 19). «El es nuestra paz, el que de ambos pueblos (judíos y gentiles) hizo uno; creó de los dos un solo hombre nuevo» (14). Los Magos representan la primera célula que la gentilidad aporta para la formación del único Cuerpo de Cristo, la Iglesia. Este universalismo Mesiánico se revela perennemente en la celebración eucarística: Banquete del N.T. Todos somos a él invitados; todos tomamos parte en él en calidad de hijos; todos tenemos el deber urgente de llamar a él a los ausentes (Mt. 22, 9).

Mateo 2, 1-12

San Mateo es el Evangelista que escribe su Evangelio para los judío-cristianos y que tiene la clara intención de hacerles ver cómo en Jesús se han cumplido las viejas profecías. Y por tanto, Jesús es el Mesías que esperaba Israel. Esta intención aparece en el episodio de los Magos:

- La «Estrella» del Mesías: En Nm 24, 17 el Profeta Balaam nos hace la Promesa del Mesías como «Estrella» de Jacob. Es lo mismo que nos dice Isaías de la «Luz» que desde Jerusalén ilumina como un Sol a todo el mundo: El «Sol» celeste cuya aurora saluda Zacarías (Lc 1, 78). Y al modo que Faraón quiso matar a Moisés y al modo que en tiempo de Balaam, Balac Rey de Moab quiso exterminar a Israel (de quien debía nacer esta «Estrella»), así ahora el usurpador Herodes quiere exterminar al Mesías. Mateo quiere decirnos que aquellos «signos» de Números 22-24, entonces con significado temporal y material, son ahora plenitud espiritual: de Jacob surgió ya la «Estrella»; la Luz y Salvación del mundo: Jesús.

- La «Estrella» que ven los Magos (varones del Oriente: Irak-Arabia-Moab) es un «signo» milagroso. Ellos lo interpretan porque tienen la Luz de la gracia; la Luz del Mesías que ya ha iniciado su misión iluminadora. Ellos son ejemplo y modelo para nosotros: por su fe, su docilidad, su disponibilidad, su constancia, su generosidad. Cumplen los oráculos Mesiánicos: Gentiles que presentarán al Rey-Mesías ricas ofrendas (Is 60, 5-6; Jr 6, 20). Con la ofrenda del incienso y con la adoración confiesan la divinidad del Hijo de María. Esta fe se contrapone a la incredulidad que en Israel hallará Jesús.

- El sanguinario Herodes, asesino de su esposa, de su hermano y de sus hijos, pretende ahora, con el infanticidio de Belén, deshacerse de un posible competidor: «Rey de los Judíos» (2) y Mesías (4). ¿Qué podía él entender de un «Reino de Dios» espiritual? Mateo aplica también a este momento el llanto de Raquel. Génesis 35, 19 coloca cerca de Belén el sepulcro de Raquel. Esta, que según la bellísima prosopopeya de Jeremías lloró al ver a los Benjaminitas, hijos suyos, que marchaban deportados a Babilonia (Jer 13, 15), otra vez rompe en llanto ante esta nueva crueldad que inunda de sangre inocente las cunas de Belén.

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.


--------------------------------------------------------------------

San Buenaventura

La estrella de los Magos y su significación

A) Elevación mística

a) ¿Dónde estás, Rey de los judíos?

« ¡Oh dulcísimo y amantísimo Niño eterno, Niño y antiguo! ¿Cuándo te veremos, cuándo te hallaremos, cuándo comparecere­mos delante de tu rostro? Tedio es gozar sin Ti, deleitoso gozar contigo, llorar contigo. Todo lo que a Ti es contrario, a nosotros penoso; tu beneplácito según nuestro insaciable deseo. ¡Oh, si tan dulce es llorar por Ti, cuán dulce será gozar contigo! ¿Dónde, pues, estás, oh fin de nuestras pesquisas? ¿Dónde estás, oh deseado en todas las cosas y sobre todas las cosas? ¡Oh nacido Rey de Israel, ley de los devotos, luz de los ciegos, guía de los miserables, vida de los que mueren, salud eterna de los que eternamente viven! ¿Dónde estás?».

b) En Belén de Judá

« Ved aquí la oportuna respuesta: En Belén de Judá. Belén significa casa del pan, Judá quiere decir confesor. Allí, pues, se encuentra Jesús donde, confesados los pecados, se escucha, se rumia y se asimila la doctrina evangélica, que es pan de vida, para ejecutarla y proponerla a los demás como dechado de la palabra y el ejemplo; allí se encuentra el Niño Jesús con su Madre María donde, después de llorosa contrición y fructuosa confesión, entre la abundante copia de lágrimas se gusta la dulcedumbre de la contemplación celestial; donde, pues, el hombre en oración, casi desesperado de salud, salido de ella, se encuentra lleno de alegría con la esperanza del perdón. ¡Oh feliz María!, en la cual se con­cibe Jesús, de la cual nace y con la cual permanece con tanta dul­zura y alegría».

c) Adoradle y ofrecedle dones

« Pues también vosotros, ¡oh reyes!—esto es, vosotras, fuerzas naturales del alma devota—, buscadlo para adorarlo y ofrendarle vuestros dones. Adoradlo con reverencia como a Creador, Reden­tor y Glorificador: como Creador dio la vida natural, como Redentor restauró la vida espiritual, como Glorificador distribuye la vida eterna. ¡Oh reyes!, adoradlo con reverencia, porque es Rey poderosísimo; adoradlo con el debido decoro, porque es Maestro sapientísimo; adoradlo con alegría, porque es Príncipe liberalísi­mo. Ni os deis por satisfechos con sólo la adoración; acompañadla con ofrendas. Ofrecedle oro de caridad ardentísima; ofrecedle in­cienso de contemplación devotísima y mirra de contrición amarguísima: el oro del amor por los bienes recibidos, el incienso de la devoción por los goces que os tiene preparados, la mirra del dolor por los pecados cometidos. El oro ofreced a la eterna divinidad, el incienso a la santidad del alma de Cristo, la mirra a su cuerpo pasible. ¡Oh almas!, buscadlo de esa manera, adoradlo y presen­tadle vuestros dones ».

B) Significado de la estrella

a) La estrella tiene una significación mística.

1. La estrella marca una ruta al mundo

« Esa estrella apareció no sólo para los Magos, sino también para esclarecer el misterio que ilustra a todo el mundo. Ahora es enseñado todo el mundo por el misterio de la estrella; son ilustrados, digo, los que siguen la ruta de la estrella, la cual es, no ruta natural, sino evangélica; y así como los Magos fueron dirigidos por la estrella natural, así nosotros lo seremos por la estrella por la estrella espiritual ».

2. Induce, conduce, reduce a los hombres a Cristo

« La estrella indujo a los Magos a presentarse ante Cristo, los condujo a Cristo y los redujo a Cristo.

Y que los indujese se da a entender cuando se dice: Hemos visto su estrella en el Oriente.

Y que los condujese se insinúa con estas palabras: La estrella iba delante de ellos, hasta que llegando se paró delante donde estaba el Niño.

Y que los redujese se indica diciendo: Y viendo la estrella se regocijaron en gran manera. Y entrando en la casa hallaron al Niño, etcétera. Esta estrella, por consiguiente, induce, conduce y reduce. Pero esta estrella no es sino una figura de la estrella espiritual, que también nos induce a ir a Cristo, nos conduce a Cristo y nos reduce a Cristo ».

3. La Escritura y el Espíritu Santo significados en la estrella

« La estrella que nos induce a la presencia de Cristo es significada por la estrella de la mañana, de la cual, si de alguna, tuvo origen la estrella aparecida a los Magos; y bien podemos decir que la estrella externa es la que nos induce a presentarnos ante Cristo; la estrella superior es la que nos conduce a Cristo, y estrella interior es la que nos reduce a Cristo. La estrella exterior, cuya virtud nos induce a la presencia de Cristo, es la Sagrada

Escritura; la estrella superior, a la que compete conducirnos a Cristo, es la santa y bendita Virgen María; y la estrella interior; que nos reduce a Cristo, es la gracia del Espíritu Santo. Estas tres estrellas nos llevan como de la mano a la presencia de Cristo »

b) La Escritura es luz

« La estrella que nos induce a ir donde está Cristo es la Sagrada Escritura, de la cual se dice en el Eclesiástico (50, 6): Brilla como el lucero de la mañana en medio de la niebla y como la luna llena en sus días, etc. La Escritura se halla en medio de la niebla, es decir, en medio de la oscuridad de la ignorancia humana. Puesto que no podemos ver las cosas superiores, tampoco podemos ver la faz divina de Cristo; de ahí que sea requisito necesario para verla la dirección de la luz celestial; y esta luz es la Sagrada Escritura, luz del cielo, traída por los ángeles a los patriarcas, profetas y apóstoles. Esta es la luz que hemos de mirar; y de ella dice San Pedro (II Pedr.1, 19): Y aún tenemos más firme la palabra de los profetas; la cual hacéis bien en atender como a una antorcha que luce en un lugar tenebroso. Necesitamos la luz de la Sagrada Escritura hasta que brille el día de la eternidad. La Sagrada Escritura es luz legal en los patriarcas, profética en los profetas y evangélica en los apóstoles. En los patriarcas hay brillo de méritos; en los profetas, brillo de méritos y de milagros, y en los apóstoles, brillo de méritos, de milagros y de martirio ».

c) María vence a nuestros enemigos.

« La estrella superior, que es la bienaventurada Virgen, nos conduce a Cristo; y de ella se entiende lo que se dice en el libro de los Números (24,17) con estas palabras: De Jacob nacerá una estrella y de Israel se levantará una vara y herirá a los caudillos de

Moab. Llámase estrella la bienaventurada Virgen por su virtud estable e inconmovible; por Moab se entienden los voluptuosos. Caudillos de Moab son los demonios o los pecados capitales. Esta estrella, es decir, la bienaventurada Virgen, desbarata a los caudillos de Moab, que son los siete pecados capitales: el espíritu de soberbia, siendo humildísima; el espíritu de envidia, siendo benignísima; el espíritu de ira, por ser mansísima; el espíritu de pereza, por ser devotísima; el espíritu de avaricia, por su generosidad liberalísima; el espíritu de gula, por su templanza moderadísima; y, por último, el espíritu de lujuria, siendo como es integrísima y omnímodamente casta. Desbarató, pues, esa estrella a los caudillos de Moab y condujo a los Magos a Cristo ».

d) El Espíritu nos lleva a Cristo si no matamos sus inspiraciones.

«La estrella interior, que es la gracia del Espíritu Santo, nos reduce a Cristo. De ella se dice en el Apocalipsis (2, 26.28): Y al que venciere y guardare mis obras hasta el fin yo le daré potestad sobre las naciones, etc., y le daré la estrella de la mañana. Mas se ha de notar que la gracia del Espíritu Santo puede ser inicial, promotiva y final. No nos reduce a Cristo sino la gracia final. Pierde la dirección de esta estrella el que incurre en el endurecimiento de Herodes, es decir, aquel que extingue las inspiraciones divinas en sí mismo. Demos que has concebido el propósito de practicar obras de piedad, enmendar la vida y entrar en una religión. Pues bien, si lo dejas sin cumplirlo eres como Herodes, que intentaba matar al Niño. Otros, en cambio, son como Faraón, que mandó arrojar al río a todos los niños varones. Hay quienes extinguen todo buen propósito del prójimo allí donde lo encuentran. Por ejemplo: cuando a uno que quiere entrar en una religión se le dice: Puedes hacer mayor bien en el siglo, llegando a apagar en él el buen propósito. Estos son, sin duda, como Faraón, que mandó matar a todos los hijos varones; y cosa cierta es que el Pecado de Faraón fue grande. Habríale de bastar al hombre su Propio pecado ».

(Verbum Vitae, t. IX, B.A.C., Madrid, 1957, p. 160-163)

----------------------------------------------------------------------

Dr. D. Isidro Gomá y Tomás

ADORACIÓN DE LOS MAGOS : MT. 2, 1-12

Explicación. — Clara e ingenua como es la narración del Evan­gelio que precede, ofrece al exegeta no pocas dificultades, relativas principalmente a los altos personajes que vinieron a visitar a Jesús recién nacido. Diremos sobre ello lo más comúnmente admitido en nuestros días. Por lo que atañe al tiempo de la visita de los Magos a Jesús, hay varias opiniones, desde la de San Agustín, que supone fue trece días después de Navidad, fecha en que la Iglesia celebra la Epifanía, pasando por la más corriente de los que sitúan la visita poco tiempo después de la Purificación, hasta los que, como Cornely, la colocan como probable hacia diciembre del año siguiente del Nacimiento, y algunos de los más antiguos Padres que suponen habían ya transcurrido dos años de la Navidad del Señor. Es lo cierto que el arte antiguo, en la escena de la adoración por los Magos representa al Niño, no envuelto en pañales, sino ya crecidito, sentado en las rodillas o en el regazo de su Madre.

Los Magos (1-2)— Sólo San Mateo nos refiere el episodio de los Magos. Insinuado no más en brevísima frase el hecho del nacimien­to de Jesús, entra de lleno el Evangelista en la descripción del famoso hecho, y lo hace en forma dramática y viva : Habiendo, pues, nacido Jesús en Belén de Judá... Belén significa «Casa del Pan»; más tarde dirá Jesús: «Yo soy el pan vivo, que bajé del cielo» (Ioh. 6, 41). Se añade aquí el nombre de la tribu al de la ciudad, para distinguirla de otra Belén de la tierra de Zabulón en el Norte. En tiempo del rey Herodes: se trata de Herodes el Grande, hacia el fin de cuyo reinado nació el Redentor. No sin énfasis y para poner de relieve lo inesperado de la visita solemne, que llamaría la atención de los ciudadanos de Jerusalén, introduce San Mateo súbitamente a los altos personajes en su narración: He aquí que unos Magos vinieron del Oriente a Jerusalén...

¿Quiénes eran los Magos? San Agustín y San Jerónimo toman el nombre y los personajes en mala parte, creyéndoles hechiceros, nigromantes, etc.; pero la tradición, casi unánime, alaba su buena intención de conocer al recién nacido rey de los judíos. No son pocos los que ponderan la excelsitud de unos personajes que mere­cieron una revelación de Dios sobre el nacimiento del Mesías. El Martirologio les ha colocado en el catálogo de los santos ; y Colonia se gloría en la posesión de sus cuerpos, a los que rinde culto. «Mago», nombre de excelencia y grandeza, designaba entre los Persas, Caldeos y Medos a unos hombres de raza sacerdotal, sabios, filósofos, que cultivaban la medicina y la astrología, consejeros de los reyes, ministros del culto, maestros de religión, a guisa de los mandarines de la China o de los brahmanes de la India. Gozaban de gran consideración. Sólo más tarde, y cuando degeneraron de su primitiva grandeza, sirvió el nombre de mago para designar a los cultivadores de la magia y de los sortilegios.

La tradición les hace reyes; pero el arte cristiano antiguo no les atribuye signo alguno de realeza, sino que les representa con el gorro y manto característicos de los sabios persas. Piensan algunos que se introdujo posteriormente el concepto de la realeza de los Magos por una acomodación, más o menos propia, de las palabras del Salmo 71: «Los reyes de Tarsis y de las islas pagarán el tributo: los reyes de la Arabia y de Sabá ofrecerán dones», y de otros pa­sajes que figuran en la literatura litúrgica de su fiesta. Es probable fuesen como unos emires o reyezuelos, príncipes más esclarecidos por su ciencia que por su potestad.

El Evangelio no nos indica su patria; el Oriente, con respecto a la Palestina, puede ser la Persia, Caldea, Arabia, Media; la mayor parte de los intérpretes les suponen persas, ya que de este país era originaria la casta de los Magos.

Tampoco se nos dice su número: las antiguas reproducciones artísticas presentan dos, tres, cuatro y seis. Los sirios admiten hasta doce. Orígenes es el primero que fija el número de tres, que después de los sermones de San León el Grande, y definitivamente en tiempo de San Gregorio Magno, prevalece en la Iglesia Romana y demás occidentales. Quizá no tenga este número más fundamento que el número ternario de los dones: oro, incienso y mirra; o la leyenda que les hace representantes de las tres grandes razas humanas : Sem, Cam y Jafet. Por lo que a sus nombres atañe, los Padres antiguos no indican ninguno; los actuales nombres Gaspar, Melchor y Baltasar se consignan por vez primera en un episcopo­logio de Ravena redactado en el siglo ix.

¿Cómo los Magos vinieron de remotas regiones a Jerusalén para ver a un rey recién nacido? Históricamente, y siempre dentro de la providencia extraordinaria de Dios que, en su gran misericor­dia, quiso revelar a los pueblos gentiles el advenimiento del Reden­tor del género humano, el hecho rarísimo tiene su explicación. La dispersión de los judíos con motivo del cautiverio de Babilonia; el lugar preeminente que en la capital de Caldea llegó a gozar el profeta Daniel, «príncipe de los Magos», como se le llamó en aquella corte (Dan. 5, 11), y anunciador del tiempo preciso en que debía venir el Mesías; la versión griega de los Setenta, y algunos libros apócrifos, como el de Henoc y los Salmos salomónicos, habían difundido extraordinariamente por todo el mundo helénico la idea de que debía nacer un gran rey en la Judea, que debía sojuzgar el mundo; Tácito y Suetonio son, entre los historiadores romanos, testigos de esta arraigadísima creencia.

Prevalecía, por otra parte, entre el pueblo la convicción de la influencia de los astros en la vida del hombre, y de que los grandes personajes eran anunciados por acontecimientos extraordinarios de orden sideral. Los Magos, más astrólogos que astrónomos, pro­fesaban las mismas ideas del pueblo. Tal vez en las regiones orien­tales había adquirido cuerpo la profecía de Balaam, profeta de la Mesopotamia, que anunció el advenimiento del Mesías por una estrella (Num. 24, 17). Este cúmulo de factores, y especialmente la gracia de Dios que interiormente les ilustró, hizo que los Magos, al aparecer en el cielo una estrella extraordinaria, relacionaran el hecho sidéreo con el gran suceso histórico que se esperaba como inminente, y que debiendo el rey ser de la Judea, a su capital, Jeru­salén, se dirigieran para ser testigos del gran suceso, y rendirle pleitesía.

Y en Jerusalén entraron, diciendo: ¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido? Porque vimos su estrella en el Oriente, y venimos a adorarle. ¿Qué estrella fue ésta? Quieren unos que fuese una nueva estrella que hiciera aparecer Dios en el firmamento para avisar a los Magos; otros optan por un cometa; quiénes por la conjunción de dos o más planetas que les dieron un brillo extraordi­nario: es esta última opinión del astrónomo Kepler, que supone que en el año de Roma 747 estuvieron en conjunción Júpiter, Marte y Saturno y que ello fue para los Magos el aviso del cielo. Pero la narración del Evangelio es sencillísima, y no reclama complicados cálculos. La opinión más común, ya seguida de antiguos autores, es que se trataba de un meteoro luminoso, que hizo Dios aparecer en la misma región atmosférica de la tierra. El hecho de que se posara el cuerpo luminoso sobre la casa donde estaba el Niño da valor a esta interpretación. Los astros del firmamento no están sobre una casa, sino por igual sobre todas. Probablemente no les sirvió de guía la estrella a los Magos desde el Oriente a Jerusalén; el Evan­gelio dice tan sólo que la vieron «en Oriente», mientras estaban en Oriente, o hacia la parte de Oriente. Ni tenían necesidad de guía celeste para ir a la capital judía. Llámanla los Magos estrella del rey, «su estrella», porque Dios la había hecho aparecer para anunciar su nacimiento, y porque la luz de Dios les enseñaba inte­riormente la relación que había entre el astro y el rey nacido.

Inquietud de Herodes (3-8). — Como reguero de pólvora que se inflama corrió por Jerusalén la nueva de la venida de los Magos y su rara pregunta. Los tiempos eran de plena expectación mesiá­nica y de ominosa tiranía por parte de un rey extranjero. La voz pública llega hasta Herodes, quien, suspicaz como todo usurpador, teme y se turba al solo pensamiento de que ha nacido un rey de raza judía. Túrbanse con él Herodianos y Saduceos, partidarios del rey y bien acomodados con el régimen y que ejercen hegemonía sobre el pueblo que, a su vez, se deja arrastrar por ellos: Y el rey Herodes, cuando lo oyó, se turbó, y todo Jerusalén con él.

Era preciso salir de congojas : él sabe que está próximo el adve­nimiento del Cristo, según las ideas judías; las profecías señalarán seguramente el lugar de su nacimiento. Se trata, pues, de una cuestión teológica, que pertenece al depósito de la tradición de Israel: los príncipes de los sacerdotes, jefes de las familias sacer­dotales, pontífices que han ejercido el supremo pontificado y los elegibles para el elevado cargo, son la más alta autoridad en la materia ; los escribas son los intérpretes de los sagrados libros. He­rodes los llama a todos a consejo: Y convocando a todos los prín­cipes de los sacerdotes y a los escribas del pueblo, les preguntaba dónde debía nacer el Cristo. No es probable convocara Herodes al Sinedrio, que más bien se reunía, como tribunal supremo de la nación, para los asuntos de orden judicial. Aquí se trataba de una cuestión de carácter dogmático o doctrina.

Fácil fue a la asamblea evacuar la consulta del tirano; la pro­fecía era clara y categórica, en Miqueas (5, 2): Y ellos le dijeron: En Belén de Judá, porque así está escrito por el profeta: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres la menor entre las principales de Judá, porque de ti saldrá el caudillo que gobernará a mi pueblo de Israel. Sacerdotes y escribas interpretan la profecía de Miqueas en sentido diverso del en que él la profirió: Miqueas habla de la insig­nificancia de Belén, que no llegaba a mil familias en su tiempo; los sacerdotes y escribas se refieren a la gloria que vendrá a dicha ciudad por el nacimiento del Mesías en ella. Ello no obsta a la verdad del hecho que se trata de averiguar. Y es la alegación pre­cioso documento para los Magos.

Herodes, maestro en insidias, conocido el lugar del nacimiento del rey presunto, procede con recelosa cautela en un negocio en que corre peligro su posesión del trono de Judá. Llama ocultamente a los Magos para que no tome cuerpo en el pueblo la gran noticia, y les sonsaca con diligencia la fecha en que apareció la estrella denunciadora del nacimiento: así conocerá el lugar donde se halla el rey nacido y su edad; Entonces Herodes, llamando en secreto a los Magos, se informó de ellos cuidadosamente del tiempo en que les apareció la estrella; pensaba Herodes, como el vulgo de su tiempo, que coincidía el nacimiento con la aparición del astro que le indicaba.

Sólo faltaba a Herodes puntualizar un hecho para no errar el golpe cuando trate de eliminar a su rival, asesinándole: conocerle personalmente. Para lograrlo, finge entrar en los mismos senti­mientos de los Magos para que, cuando le hayan hallado, se lo indiquen: Y enviándoles a Belén les dijo: Id, e informaos bien del niño: y cuando le hubiereis hallado, hacédmelo saber, para que yo también vaya a adorarle. Cuando le conozca, hará con él lo que hizo con toda la familia de los Hasmoneos ; los mismos Magos le habrán servido inconscientemente de espías.

Los Magos a Belén (9-12). — Partieron de Jerusalén los Magos : Ellos, oído el rey, se fueron. El camino de Jerusalén a Belén es de dos horas escasas y harto conocido: ¿viajaron los Magos de noche? La aparición de la estrella parece indicarlo; pero el Crisóstomo supone fueron de día, siendo la estrella un cuerpo luminoso de la baja región de la atmósfera. Mas: Knabenbauer opina que el astro no se les reapareció hasta Belén; no lo necesitaban para un fácil camino, pero sí para indicarles la casa donde se hallaba el rey. El que la estrella fuese «delante de ellos», lo interpreta en el sentido de que se les adelantó o anticipó en su viaje; con todo, creen otros que les sirvió de guía durante toda su ruta: Y he aquí que la estre­lla que habían visto en el Oriente iba delante de ellos, hasta que lle­gando se paró encima de donde estaba el niño. Pondera el Evange­lista la extraordinaria alegría de los Magos al ver la Estrella: Y cuando vieron la estrella se regocijaron en gran manera; parece ello demostrar que la aparición de la estrella fue súbita, sobre la casa ante la que se hallaban los Magos: la misma divina señal que en Oriente les anunciaba el nacimiento, les indica ahora el lugar del Niño.

Y entrando en la casa hallaron al Niño con María, su madre. Aunque creen algunos se trataba del mismo establo del nacimiento, es de creer que, descongestionada la ciudad de la aglomeración de viajeros que a ella vinieron para empadronarse, los santos esposos pudieron hallar una casa en que acogerse. En ella encuentran al Infante, y con él a la dichosa Madre que le contemplaría en su regazo o le tendría abrazado contra el casto pecho. En Belén, en Nazaret, en el Calvario, en la historia del Cristianismo, siempre hallamos a la Madre acompañando al Hijo. ¡Dulce símbolo, en que se complace nuestra fe y nuestra piedad!

Ante el delicioso y humilde espectáculo, la fe de los Magos no titubea ; lo primero que hacen es prosternarse en el suelo, adorán­dole como a su Dios : Y postrándose, le adoraron. En Oriente nadie se presenta ante los grandes personajes sin ofrecerles algún pre­sente: Y abiertos los cofres donde llevaban sus tesoros, le ofrecie­ron dones, oro, incienso y mirra, estimadísimos productos en Orien­te. El oro es el metal regio; el incienso se ha usado siempre en honor de la divinidad; la mirra se empleaba en Oriente para embal­samar los cadáveres: por estos símbolos reconocían los Magos en Jesús el carácter de Rey, Dios y Hombre. La Iglesia ha consagrado significación instituyendo la fiesta de la Epifanía, o manifestación de la divinidad y realeza del Hombre-Dios. Los Magos representan la vocación de los gentiles, de quienes fueron las primicias.

Se disponían los Magos, que no podían sospechar la perfidia de Herodes, a darle cuenta de su viaje, cuando por revelación nocturna les dijo Dios que no volviesen a Herodes, cuyos planes quizá les manifestaría el Señor. Y habida respuesta en sueños —respuesta equivale aquí a simple admonición, sin precedente pregunta—, que no volviesen a Herodes, se volvieron a su tierra por otro camino. La intervención de Dios en favor del Niño, por Sí mismo o por un ángel, confirmó la fe de los Magos en la divinidad del Infante.

Lecciones morales. — A) v. 1. — He aquí que los Magos vinie­ron de Oriente.. —Los Magos obedecen con docilidad, humildad, prontitud, confianza ilimitada, las indicaciones de la estrella y las mociones interiores de la gracia de Dios. Siguen su ruta a través de dificultades y obstáculos. Y porque no se apartan de la luz de Dios, llegan a gozar la dicha de ver a Jesús. No nos falta a nosotros nuestra estrella: es la fe, las mociones e iluminaciones de la gracia, las santas exhortaciones y ejemplos. Si seguimos impávi­dos sus orientaciones, encontraremos a Jesús, con todos sus consuelos, en este valle de miserias: le veremos, como Dios y Rev inmortal de los siglos, en su Humanidad glorificada, en los cielos, verdadera Epifanía, o manifestación de la esencia de Dios a los bienaventurados.

B) v. 3.—Y el rey Herodes, cuando lo oyó, se turbó... — Tur­bose porque temió que, nacido un rey de raza judía, él, que era idumeo de nación, sería removido de su trono. Es que a las grandes potestades suele acompañarlas gran temor que no suelen experimentar los de baja condición, dice el Crisóstomo. Porque así como las altas ramas de un árbol se agitan a la más leve brisa, así cualquier noticia suele conmover a los hombres encumbrados, mientras que los humildes, como los valles, suelen gozar de mayor tranquilidad. Gocémonos de las ventajas de la humildad tranquila en que Dios nos ha colocado; o fundemos nuestra debilidad en la fuerza de Dios, si por El hemos sido encumbrados.

C) v. 5.—Y ellos le dijeron: En Belén de Judá... — Los Magos y los judíos se ilustran mutuamente en la cuestión del Mesías, dice el Crisóstomo; los judíos declaran a los Magos las profecías que indican el lugar del nacimiento: los Magos señalan a los judíos el hecho, revelado por la estrella. Pero los judíos, depositarios de la revelación y los primeros llamados, se turban y se quedan en sus casas, sin ver al Infante; son, en frase de San Agustín, como las piedras miliarias de los caminos que enseñan la ruta a los vian­dantes, y ellas no se mueven. En cambio, los Magos se aprovechan de su saber y del de los demás, para la ejecución de sus santos designios. Es que para los hombres de buena voluntad todo coopera al bien, lo suyo y lo de los demás: pero los de voluntad remisa o pervertida dejan rasar las oportunidades para el bien, si no es que se aprovechan del bien para el mal, como Herodes.

D) v. 7.—Y entonces Herodes, llamando en secreto a los Ma­gos... —Admiremos la inutilidad de los designios y esfuerzos del hombre contra Dios, revelada en la ocasión presente. Herodes es poderoso, sagaz, con sabios consejeros y auxiliares; oculta cuida­dosamente sus planes; no olvida ninguno de los factores que pue­den llevarle al conocimiento de Jesús y matarle. Dios se burla de él. Muchas veces acude Dios a medios extraordinarios de su Providencia para vencer el humano esfuerzo. como en este caso, en que ilustra milagrosamente a los Magos. Herodes morirá desastra­damente dentro de pocos meses; Jesús vivirá y será bendecido por toda la humanidad. de todos los siglos. En la historia de la Iglesia se ha repetido el ejemplo centenares de veces.

E) v.11. —Y postrándose, le adoraron... — Como los Magos, de­bemos humillarnos profundamente ante Jesús, y ofrecerle, como ellos, místicos dones: el oro de la fe y de las buenas obras; el in­cienso de la oración y de la piedad: la mirra de la mortificación de la carne y la castidad. Junto a Jesús, acostumbrémonos a ver siempre a María, Madre suya y nuestra.

F) v. 12.—Se volvieron a su tierra por otro camino. — No era posible, dice el Crisóstomo, que quienes venían de Cristo volvieran a Herodes. Porque los que dejando a Cristo van al diablo por el pecado, deben volver a Cristo por la penitencia. Quien estuvo en la inocencia mientras no supo lo que era el mal, fácilmente pudo ser engañado: pero cuando experimentó lo que era el mal que halló, y recordó el bien que había perdido, se vuelve a Dios com­pungido. Pero quien dejando al diablo viene a Cristo, difícilmente vuelve al diablo: porque mientras se goza en los bienes que en El halló, y recuerda los males de que escapó, difícilmente vuelve al mal.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. I,Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966, p. 306-313)

----------------------------------------------------------------------

San Gregorio Magno

ANTE LA EPIFANÍA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Habiendo nacido el Rey del cielo, se turbó el rey de la tierra porque la grandeza de este mundo se anonada en el momento que aparece la majestad del cielo. Mas sé nos ocurre preguntar: ¿qué razones hubo para que inmediatamente que nació en este mundo nuestro Redentor fuera anunciado por los ángeles a los pastores de la Judea, y a los magos del Oriente no fuera anunciado por los ángeles sino por una estrella, para que viniesen a adorarlo?

Porque a los judíos, como criaturas que usaban de su razón, debía anunciarles esta nueva un ser racional, esto es, un ángel; y los gentiles, que no sabían hacer uso de su razón, debían ser guiados al conocimiento de Dios, no por medio de palabras, sino por medio de señales. De aquí que dijera San Pablo: "Las profecías fueron dadas a los fieles, no a los infieles; las señales a los in fieles, no a los fieles", porque a aquéllos se les han dado las profecías como fieles, no a los infieles, y a éstos se les han dado señales como infieles, no a los fieles.

Es de advertir también que los Apóstoles predicaron a los gentiles a nuestro Redentor cuando era ya de edad perfecta; y que mientras fue niño, que no podía hablar naturalmente, es una estrella la que lo anuncia; la razón es porque el orden racional exigía que los predicadores nos dieran a conocer con su palabra al Señor que ya hablaba, y cuando todavía no hablaba lo predicasen muchos elementos.

Debemos considerar en todas estas señales que fueron dadas tanto al nacer como al morir el Señor, cuánta debió ser la dureza de corazón de algunos judíos, que no llegaron a conocerlo ni por el don de profecía, ni por los milagros.

Todos los elementos han dado testimonio de que ha venido su Autor. Porque, en cierto modo, los cielos lo reconocieron como Dios, pues inmediatamente que nació lo manifestaron por medio de una estrella. El mar lo reconoció sosteniéndolo en sus olas; la tierra lo conoció porque se estremeció al ocurrir su muerte; el sol lo conoció ocultando a la hora de su muerte el resplandor de sus rayos; los peñascos y los muros lo conocieron porque al tiempo de su muerte se rompieron; el infierno lo reconoció restituyendo los muertos que conservaba en su poder. Y al que habían reconocido como Dios todos los elementos insensibles, no lo quisieron reconocer los corazones de los judíos infieles y más duros que los mismos peñascos, los cuales aún hoy no quieren romperse para penitencia y rehúsan confesar al que los elementos, con sus señales, declaraban como Dios.

Y aun ellos, para colmo de su condenación, sabían mucho antes que había de nacer el que despreciaron cuando nació; y no sólo sabían que había de nacer, sino también el lugar de su nacimiento. Porque preguntados por Herodes, manifestaron este lugar que habían aprendido por la autoridad de las Escrituras. Refirieron el testimonio en que se manifiesta que Belén sería honrada con el nacimiento de este nuevo caudillo, para que su misma ciencia les sirviera a ellos de condenación y a nosotros de auxilio para que creyéramos.

Perfectamente los designó Isaac cuando bendijo a su hijo Jacob, pues estando ciego y profetizando, no vio en aquel momento a su hijo, a quien tantas cosas predijo para lo sucesivo; esto es, porque el pueblo judío, lleno del espíritu de profecía y ciego de corazón, no quiso reconocer presente a aquel de quien tanto se había predicho.

Inmediatamente que supo Herodes el nacimiento de nuestro Rey, recurre a la astucia con el fin de no ser privado de su reino terreno. Suplica a los magos que le anunciasen a su vuelta el lugar en donde estaba el Niño; simula que quiere ir también a adorarlo, para sí pudiera tenerlo entre manos, quitarle la vida. Mas ¿de qué vale la malicia de los hombres contra los designios de Dios? Escrito está: "No hay sabiduría, ni prudencia, ni consejo contra el Señor". Así la estrella que apareciera guió a los Magos, que hallan al Rey recién nacido, le ofrecen sus dones y son avisados en sueños para que no volviesen a ver a Herodes, y de esta manera sucedió que Herodes no pudiera encontrar a Jesús, a quien buscaba.

¿Quiénes están representados en la persona de Herodes sino los hipócritas, los cuales, pareciendo que sus obras buscan al Señor, nunca merecen hallarlo?

Los Magos ofrecen oro, incienso y mirra; el oro conviene al rey, el incienso se ponía en los sacrificios ofrecidos a Dios; con la mirra eran embalsamados los cuerpos de los difuntos. Por consiguiente, con sus ofrendas místicas predican los Magos al que adoran: con el oro, como rey; con el incienso, como Dios, y con la mirra, como hombre mortal.

Hay algunos herejes que creen en Jesús como Dios, pero niegan su reino universal; éstos le ofrecen incienso, pero no quieren ofrecerle también el oro. Hay otros que le consideran como rey, pero no lo reconocen como Dios: éstos le ofrecen el oro y rehúsan ofrecerle el incienso. Y hay algunos que lo confiesan como Dios y como rey, pero niegan que tomase carne mortal: éstos le ofrecen incienso y oro, y rehúsan ofrecerle la mirra de la mortalidad.

Ofrezcamos nosotros al Señor recién nacido oro, confesando que reina en todas partes; ofrezcámosle incienso, creyendo que Aquel que se dignó aparecer en el templo era Dios antes de todos los siglos; ofrezcámosle mirra, confesando que Aquel de quien creemos que fue impasible en su divinidad, fue mortal por haber tomado nuestra carne.

En el oro, incienso y mirra puede darse otro sentido. Con el oro se designa la sabiduría, según Salomón, el cual dice: "Un tesoro codiciable descansa en boca del sabio". Con el incienso que se quema en honor de Dios se expresa la virtud de la oración, según el Salmista, el cual dice: "Diríjase mi oración a tu presencia a la manera del incienso". Por la mirra se representa la mortificación de nuestra carne; de aquí que la Santa Iglesia diga de los operarios que trabajan hasta la muerte por Dios: "Mis manos destilaron mirra".

Por consiguiente, ofrecemos oro a nuestro rey recién nacido si resplandecemos en su presencia con la claridad de la sabiduría celestial. Le ofrecernos incienso, si consumimos los pensamientos carnales, por medio de la oración, en el ara de nuestro corazón, para que podamos ofrecer al Señor un aroma suave por medio de deseos celestiales. Le ofrecemos mirra, si mortificamos los vicios de la carne por medio de la abstinencia. La mirra, como hemos dicho, es un preservativo contra la putrefacción de la carne muerta. La putrefacción de la carne muerta significa la sumisión de este nuestro cuerpo mortal al ardor de la impureza, como dice el profeta de algunos: "Se pudrieron dos jumentos en su estiércol" (Joel, 1, 17). El entrar en putrefacción los jumentos en su estiércol significa terminar los hombres su vida en el hedor de la lujuria. Por con siguiente, ofrecernos la mirra a Dios cuando preservamos a este nuestro cuerpo mortal de la podredumbre de la impureza por medio de la continencia.

Al volver los Magos a su país por otro camino distinto del que trajeron nos manifiestan una cosa que es de suma importancia. Poniendo por obra la advertencia que recibieron en sueñas, nos indican qué es lo que nosotros debemos hacer.

Nuestra patria es el paraíso, al que no podemos llegar, conocido Jesús, por el camino por donde vinimos. Nos hemos separado de nuestra patria por la soberbia, por la desobediencia, siguiendo el señuelo de las cosas terrenas y gustando el manjar prohibido; es necesario que volvamos a ella, llorando, obedeciendo, despreciando las cosas terrenas y refrenando los apetitos de nuestra carne. Por consiguiente, volvemos a nuestra patria por un camino muy distinto, porque los que nos hemos separado de los goces del paraíso con los deleites de la carne, volvemos a ellos por medio de nuestros lamentos.

De aquí que sea necesario, hermanos carísimos, que con mucho temor y temblor pongamos siempre ante nuestra vista, por una parte las culpas de nuestras obras, y por otra el estrecho juicio a que se nos ha de someter. Pensemos en la severidad con que ha de venir el justo juez, que nos amenaza con un estrechísimo juicio y ahora está oculto a nuestra vista; que amenaza con severos castigos a los pecadores, y, no obstante, todavía las espera: que está dilatando su segunda venida para encontrar menos a quiénes condenar. Castiguemos con el llanto nuestras culpas, y prevengamos su presencia por medio de la confesión.

No nos dejemos engañar por fugaces placeres, ni tampoco nos dejemos seducir por vanas alegrías. No tardaremos en ver al juez que dijo: "¡Ay de vosotros los que ahora reís, porque gemiréis y lloraréis". Por eso dijo Salomón: "La risa será mezclada con el dolor, y el fin de los goces será ocupado por el llanto". Y en otro lugar dice: "He considerado la risa como un error, y he dicho al gozo: ¿por qué engañas en vano?"

Temamos mucho los preceptos de Dios, si con sinceridad celebramos las fiestas de Dios; porque es un sacrificio muy grato a Dios la aflicción de los pecados, como dice el Salmista: "El espíritu atribulado es un sacrificio para Dios". Nuestros pecados antiguos quedaron borrados al recibir el bautismo; mas después de recibido hemos cometido muchísimos, pero no nos podemos volver a lavar con su agua.

Puesto que hemos manchado nuestra vida después de recibido el bautismo, bauticemos con lágrimas nuestra conciencia, para que, volviendo a nuestra patria por distinto camino del que llevamos, los que nos hemos separado de él atraídos por los bienes terrenales volvamos a él llenos de amargura por los males que hemos obrado, con el auxilio de Nuestro Señor Jesucristo.

San Gregorio Magno (Homilía X in Evangelia)

----------------------------------------------------------------------

Juan Pablo II

MISA DE ORDENACIÓN EPISCOPAL DE DIEZ PRESBÍTEROS
EN LA SOLEMNIDAD DE LA EPIFANÍA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

Domingo 6 de enero de 2002

1. "Lumen gentium (...) Christus, Cristo es la luz de los pueblos" (Lumen gentium, 1).
El tema de la luz domina las solemnidades de la Navidad y de la Epifanía, que antiguamente -y aún hoy en Oriente- estaban unidas en una sola y gran "fiesta de la luz". En el clima sugestivo de la Noche santa apareció la luz; nació Cristo, "luz de los pueblos". Él es el "sol que nace de lo alto" (Lc 1, 78), el sol que vino al mundo para disipar las tinieblas del mal e inundarlo con el esplendor del amor divino. El evangelista san Juan escribe: "La luz verdadera, viniendo a este mundo, ilumina a todo hombre" (Jn 1, 9).

"Deus lux est, Dios es luz", recuerda también san Juan, sintetizando no una teoría gnóstica, sino "el mensaje que hemos oído de él" (1 Jn 1, 5), es decir, de Jesús. En el evangelio recoge las palabras que oyó de los labios del Maestro: "Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12).

Al encarnarse, el Hijo de Dios se manifestó como luz. No sólo luz externa, en la historia del mundo, sino también dentro del hombre, en su historia personal. Se hizo uno de nosotros, dando sentido y nuevo valor a nuestra existencia terrena. De este modo, respetando plenamente la libertad humana, Cristo se convirtió en "lux mundi, la luz del mundo". Luz que brilla en las tinieblas (cf. Jn 1, 5).

2. Hoy, solemnidad de la Epifanía, que significa "manifestación", se propone de nuevo con vigor el tema de la luz. Hoy el Mesías, que se manifestó en Belén a humildes pastores de la región, sigue revelándose como luz de los pueblos de todos los tiempos y de todos los lugares. Para los Magos, que acudieron de Oriente a adorarlo, la luz del "rey de los judíos que ha nacido" (Mt 2, 2) toma la forma de un astro celeste, tan brillante que atrae su mirada y los guía hasta Jerusalén. Así, les hace seguir los indicios de las antiguas profecías mesiánicas: "De Jacob avanza una estrella, un cetro surge de Israel..." (Nm 24, 17).

¡Cuán sugestivo es el símbolo de la estrella, que aparece en toda la iconografía de la Navidad y de la Epifanía! Aún hoy evoca profundos sentimientos, aunque como tantos otros signos de lo sagrado, a veces corre el riesgo de quedar desvirtuado por el uso consumista que se hace de él. Sin embargo, la estrella que contemplamos en el belén, situada en su contexto original, también habla a la mente y al corazón del hombre del tercer milenio. Habla al hombre secularizado, suscitando nuevamente en él la nostalgia de su condición de viandante que busca la verdad y anhela lo absoluto. La etimología misma del verbo desear -en latín, desiderare- evoca la experiencia de los navegantes, los cuales se orientan en la noche observando los astros, que en latín se llaman sidera.

3. ¿Quién no siente la necesidad de una "estrella" que lo guíe a lo largo de su camino en la tierra? Sienten esta necesidad tanto las personas como las naciones. A fin de satisfacer este anhelo de salvación universal, el Señor se eligió un pueblo que fuera estrella orientadora para "todos los linajes de la tierra" (Gn 12, 3). Con la encarnación de su Hijo, Dios extendió luego su elección a todos los demás pueblos, sin distinción de raza y cultura. Así nació la Iglesia, formada por hombres y mujeres que, "reunidos en Cristo, son guiados por el Espíritu Santo en su peregrinar hacia el reino del Padre y han recibido el mensaje de la salvación para proponérselo a todos" (Gaudium et spes, 1).

Por tanto, para toda la comunidad eclesial resuena el oráculo del profeta Isaías, que hemos escuchado en la primera lectura: "¡Levántate, brilla (...), que llega tu luz; la gloria del Señor amanece sobre ti! (...) Y caminarán los pueblos a tu luz; los reyes al resplandor de tu aurora" (Is 60, 1. 3).

4. (…).

5. Hace un año, en esta fiesta de la Epifanía, al final del Año santo, entregué idealmente a la familia de los creyentes y a toda la humanidad la carta apostólica Novo millennio ineunte, que comienza con la invitación de Cristo a Pedro y a los demás: "Duc in altum, rema mar adentro".

Vuelvo a aquel momento inolvidable, amadísimos hermanos, y os entrego de nuevo a cada uno este texto programático de la nueva evangelización. Os repito las palabras del Redentor: "Duc in altum". No tengáis miedo a las tinieblas del mundo, porque quien os envía es "la luz del mundo" (Jn 8, 12), "el lucero radiante del alba" (Ap 22, 16).

Y tú, Jesús, que un día dijiste a tus discípulos: "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 14), haz que el testimonio evangélico de estos hermanos nuestros resplandezca ante los hombres de nuestro tiempo. Haz eficaz su misión para que cuantos confíes a su cuidado pastoral glorifiquen siempre al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5, 16).

Madre del Verbo encarnado, Virgen fiel, conserva a estos nuevos obispos bajo tu constante protección, para que sean misioneros valientes del Evangelio; fiel reflejo del amor de Cristo, luz de los pueblos y esperanza del mundo.

----------------------------------------------------------------------

Catecismo de la Iglesia Católica

Epifanía

528 La Epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Con el bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná (cf. LH Antífona del Magnificat de las segundas vísperas de Epifanía), la Epifanía celebra la adoración de Jesús por unos "magos" venidos de Oriente (Mt 2, 1) En estos "magos", representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la Encarnación, la Buena Nueva de la salvación. La llegada de los magos a Jerusalén para "rendir homenaje al rey de los Judíos" (Mt 2, 2) muestra que buscan en Israel, a la luz mesiánica de la estrella de David (cf. Nm 24, 17; Ap 22, 16) al que será el rey de las naciones (cf. Nm 24, 17-19). Su venida significa que los gentiles no pueden descubrir a Jesús y adorarle como Hijo de Dios y Salvador del mundo sino volviéndose hacia los judíos (cf. Jn 4, 22) y recibiendo de ellos su promesa mesiánica tal como está contenida en el Antiguo Testamento (cf. Mt 2, 4-6). La Epifanía manifiesta que "la multitud de los gentiles entra en la familia de los patriarcas"(S. León Magno, serm.23 ) y adquiere la "israelitica dignitas" (MR, Vigilia pascual 26: oración después de la tercera lectura).


-----------------------------------------------------------------------

EJEMPLOS PREDICABLES

Los Reyes Magos

Mientras en Oriente la Epifanía es la fiesta de la Encarnación, en Occidente se celebra con esta fiesta la revelación de Jesús al mundo pagano, la verdadera Epifanía. La celebración gira en torno a la adoración a la que fue sujeto el Niño Jesús por parte de los tres Reyes Magos (Mt 2 1-12) como símbolo del reconocimiento del mundo pagano de que Cristo es el salvador de toda la humanidad.

De acuerdo a la tradición de la Iglesia del siglo I, se relaciona a estos magos como hombres poderosos y sabios, posiblemente reyes de naciones al oriente del Mediterráneo, hombres que por su cultura y espiritualidad cultivaban su conocimiento de hombre y de la naturaleza esforzándose especialmente por mantener un contacto con Dios. Del pasaje bíblico sabemos que son magos, que vinieron de Oriente y que como regalo trajeron incienso, oro y mirra; de la tradición de los primeros siglos se nos dice que fueron tres reyes sabios: Melchor, Gaspar y Baltazar. Hasta el año de 474 AD sus restos estuvieron en Constantinopla, la capital cristiana más importante en Oriente; luego fueron trasladados a la catedral de Milán (Italia) y en 1164 fueron trasladados a la ciudad de Colonia (Alemania), donde permanecen hasta nuestros días.

El hacer regalos a los niños el día 6 de enero corresponde a la conmemoración de la generosidad que estos magos tuvieron al adorar al Niño Jesús y hacerle regalos tomando en cuenta que "lo que hiciereis con uno de estos pequeños, a mi me lo hacéis" (Mt. 25, 40); a los niños haciéndoles vivir hermosa y delicadamente la fantasía del acontecimiento y a los mayores como muestra de amor y fe a Cristo recién nacido.



64. SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO

La primera lectura nos lleva a las primeras estrofas de un poema que abarca todo el capítulo, hasta el v. 22. Estamos en la época postexílica; los judíos repatriados, llegados de Mesopotamia, tratan de revivir y mantener la fe de Israel, no sin polarizaciones: nacionalismo-ecumenismo, pesimismo-optimismo, legalismo-humanismo...

Discípulos de los discípulos de Isaías (a los caps. 55-66 se les llamó "Tritoisaías" o "tercer Isaías") alzan la voz para mantener viva la perspectiva del gran profeta del siglo VIII. Aquí se anuncia una época de esplendor y de reconocimiento para la pequeña ciudad que apenas comienza a reconstruir sus ruinas: será como el centro del mundo; a la luz de un día sin ocaso, vendrán todos los pueblos a traerle sus presentes, sus hijos exiliados retornarán.

Esta primera lectura de la solemnidad de Epifanía nos pone sintonía con los símbolos de la celebración de hoy: la luz que guía a los pueblos a Jerusalén será como la de la estrella que guía a los magos del evangelio; los tesoros traídos a la ciudad santa desde Oriente y Occidente se cumplirán en aquéllos que los magos pusieron a los pies del niño recién nacido y de su madre; la salvación se hará universal cuando judíos y paganos, todos juntos, adoren a Dios en la persona de Jesús recién nacido en Belén.

Las Iglesias orientales celebran hoy el día de Navidad. Y es que en la antigüedad, hasta el siglo III o IV, era el día de Navidad para toda la Iglesia. Decimos esto para que caigamos en cuenta de que ni el 25 de diciembre «es» Navidad, ni el día 6 de enero «es» Epifanía. Navidad y Epifanía no son unos «hechos» brutos, históricos, que ocurrieron esos días precisamente. En la pifanía no celebramos un hecho, sino una dimensión, la dimensión de «manifestación hacia los gentiles» que el misterio de Jesús tiene. Los magos no son un hecho que celebremos, sino un símbolo que nos recuerda una dimensión.

En la segunda lectura, de los seis capítulos que componen la carta a los Efesios, los tres primeros presentan la obra salvífica de Jesucristo como un don gratuito de Dios para todos los pueblos. Los tres últimos son exhortaciones de vida cristiana. Estos versículos que acabamos de leer vienen a subrayar un aspecto fundamental de la solemnidad de Epifanía: Cristo ha nacido entre nosotros para dar a conocer el amor de Dios y su salvación a judíos y a paganos, sin distinción de raza ni de condición. Ahora nosotros, los cristianos, los católicos, no podemos volver a ser fanáticos exclusivistas, que condenemos a todos los que no creen. Nuestra responsabilidad es darles a conocer, como hizo Pablo, el "misterio", es decir: el plan de Dios, de la salvación universal, como un don ofrecido a todos los hombres y mujeres del mundo.

Los relatos del nacimiento del Mesías, en los dos primeros capítulos de su evangelio, presentan el misterio de Jesús en la visión peculiar de Mateo como cumplimiento de las promesas del AT: Él es el hijo de David, el hijo de Abrahán, como leemos en la genealogía, es decir, el Mesías, y la bendición para todos los pueblos. Él es el anunciado por los profetas (cfr. las cinco citas proféticas de cumplimiento en 1,22-23; 2,5-6. 15. 17-18. 23). Él sería un nuevo Moisés cuyo nacimiento anunció un astro resplandeciente, perseguido por el faraón de Egipto que mandó matar a los niños hebreos, como también leemos en el libro del Éxodo y en sus comentarios judíos (los midrashim). Jesús personifica al verdadero Israel, hijo de Dios, "llamado" desde Egipto, es decir: liberado, traído de la mano de Dios. También, para Mateo -y para el sentido clásico de esta liturgia de la Epifanía- la venida de los magos a visitar al niño Jesús sería un símbolo del destino universal de todos los pueblos de incorporarse un día, en el futuro, al cristianismo... Por eso la fiesta de la Epifanía era una fiesta «misionera», universalista, supracristiana.

En un tiempo como el que vivimos, marcado radicalmente por el pluralismo religioso, y marcado también, crecientemente, por la teología del pluralismo religioso, el sentido de lo «misionero» y de la «universalidad cristiana» han cambiado radicalmente. Hasta ahora, en demasiados casos, lo misionero era sinónimo de proselitismo, de «convertir al cristianismo» (al catolicismo concretamente entre nosotros) a los «gentiles», y la «universalidad cristiana» era sentida como la centralidad del cristianismo: éramos la religión central, la (única) querida por Dios, y por tanto, la religión destino de la humanidad. Todos los pueblos (universalidad) estaban destinados a dejar su religión y a ser cristianos...

Hoy todo esto ha cambiado, aunque muchos cristianos y cristianas (incluidos muchos de sus pastores) no se han enterado. Buen día hoy para presentar estos desafíos y para profundizarlos. No desaprovechemos la oportunidad de este día tan oportuno para actualizar nuestra visión en estos temas.

Para la revisión de vida
Dios, por medio de Jesús, se da a conocer a todas las gentes; no sólo al pueblo elegido, sino a todos los pueblos, representados en los Magos de Oriente. ¿Tengo yo ese mismo sentimiento de universalidad de Dios, o creo que sólo yo tengo la razón, que sólo nosotros conocemos a Dios y estamos en la verdad? ¿O pensamos tal vez que sólo nuestra religión es verdadera, que las demás son "falsas"?

Para la reunión de grupo
- El símbolo de la epifanía (magos de Oriente yendo a adorar a Jesús) es un símbolo, una elaboración teológica del “evangelio de la infancia” de Mateo, realizada en aquel contexto la génesis del Nuevo Testamento, que es un contexto de confrontación de la comunidad cristiana con el mundo ambiente, contexto de expansión esforzada, de evangelización misionera. Es fácil hacer de este símbolo una interpretación en el marco del “inclusivismo”, como si “toda salvación que haya fuera del cristianismo proviniera en definitiva únicamente de Jesús”, o en el marco incluso del “exclusivismo”, como si “fuera de Jesús no hubiera salvación”… Hoy, dos milenios más tarde, con una visión bastante más amplia, y tras un Concilio Vaticano II que ha dicho las palabras más positivas y optimistas sobre el valor salvífico de las demás religiones, caben otras interpretaciones más abiertas. Dialoguemos sobre ello.

- La salvación de Dios ofrecida en Jesús es universal, como lo es la salvación que Dios causa y ofrece fuera (o antes) del cristianismo a través de las religiones de los pueblos. Dios es el mismo a pesar de la multiplicidad de sus nombres o de la diversidad de las religiones. Por eso los magos adoran a Jesús sin ser cristianos, y por eso los cristianos podemos participar de las riquezas religiosas de toda la humanidad. Todo lo que es de Dios nos pertenece a sus hijos, a todos sus hijos. Por eso debe haber diálogo y paz entre las religiones… ¿Es ésta una argumentación correcta?

- La Epifanía de Jesús, su manifestación a toda la humanidad, significa que hay más «Pueblos de Dios» que el Pueblo de Dios del cristianismo. ¿Seguimos identificando el «pueblo de Dios» con la Iglesia católica, o con el cristianismo? ¿Es correcta esa identificación? ¿Por qué sí o por qué no? ¿Quiénes serían «Pueblo de Dios»?

- El Concilio Vaticano II nos ha recordado que la manifestación de Dios en Jesús no es la única. Dios se ha manifestado de muchas maneras también a otros pueblos (Heb 1,1)... ¿Qué cambios de actitud y hasta de lenguaje implica este "descubrimiento"? ¿Qué cambios también implica en los fundamentos de la misión, de la evangelización a los pueblos no cristianos?

Para la oración de los fieles
- Para que estemos siempre dispuestos a dar razón de nuestra fe y de nuestra esperanza a quien nos lo pida. Roguemos al Señor.
- Para que cada religión esté dispuesta a escuchar a las demás y a acoger con apertura de corazón lo que el Espíritu nos manifiesta en las religiones de todos los pueblos. Roguemos…
- Para que todos los catequistas sepan unir el testimonio de su propia vida a una buena preparación para ejercer su ministerio. Roguemos…
- Para que cuantos viven sumidos en la duda, el temor o la intranquilidad se encuentren con Dios vivo y alcancen la luz y la paz que buscan y necesitan. Roguemos…
- Por cuantos buscan un mundo más justo y en paz, para que encuentren la recompensa a sus trabajos y desvelos. Roguemos…
- Para que vivamos de tal modo la fraternidad con quienes nos rodean que seamos para todos un verdadero testimonio de fe y de amor. Roguemos…

Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro: el relato evangélico nos narra que en un día como éste Jesús fue reconocido por unos magos venidos de Oriente en su búsqueda; haz que quienes te buscan, encuentren y sigan las estrellas que Tú pones en su camino, y quienes ya te hemos encontrado podamos contemplar un día, cara a cara, la gloria de tu rostro. Por Jesucristo.

Oh Dios, Dios único, «Dios de todos los nombres» con los que los humanos de todos los tiempos te han buscado. Tú que te has hecho buscar por todos los pueblos, y a todos ellos también les has salido al encuentro en su propia vida espiritual, en su religión, concédenos apertura de corazón para sentir tu presencia omnímoda en todas las religiones de la tierra. Tú que vives y reinas, y dialogas con todos los pueblos, por los siglos de los siglos. Amén.


65. La adoración de los Magos

Autor: P. Fintan Kelly

1. El seguimiento de Cristo significa dejar algo y buscar algo

Como todo movimiento el seguimiento de Cristo implica un punto de partida y un punto de llegada. Para hacerlo hay que dejar algo y tender hacia algo. Es responder en la fe al llamado de Dios. El episodio de los Magos ha sido el paradigma de la fe. La fe nos lleva a dejar algo atrás para buscar el ideal. Es como el barco que debe dejar el puerto para poder atravesar el mar y llegar a su destino.

Los Magos eran sabios de oriente, tal vez de Arabia. Allí había muchos estudiosos de diferentes materias: la medicina, la agricultura, la astronomía... Se ve, por el relato evangélico, que estos Magos estudiaban las estrellas. Seguramente fueron estimados por los otros estudiosos y vivían una vida acomodada y holgada. Todo esto resalta el mérito de estos hombres, pues, dejaron todo para seguir una estrella incierta, una señal vaga, un signo borroso. En el firmamento que cubría la tierra árabe, había muchas estrellas. Sin embargo, los Magos se fijaron en una solamente. Así es la dinámica de la fe: es una preferencia por la Palabra de Dios entre muchas otras palabras que uno podría aceptar.

No hay duda de que la noche de cada uno de nosotros está poblada de muchas estrellas. Tenemos muchas posibilidades, muchos ideales que nos totalizan. Dios, con su Revelación, nos interpela como un día lo hizo con Abrahám, como lo hizo con los profetas, como lo hizo con María y San José...

La fe siempre es una opción y ésta a veces cuesta, pues hay que dejar a un lado nuestro racionalismo y nuestra sed de seguridades humanas. No nos gusta nadar en las aguas profundas porque preferimos tener unas agarraderas. En la vida espiritual la única agarradera es la veracidad y fidelidad de Dios.

Para mí creer es lanzarme en la oscuridad de la noche, siguiendo una estrella que un día vi, aunque no sepa a dónde me va a llevar. Para mí creer es sobrellevar con alegría las confusiones, las sorpresas, las fatigas y los sobresaltos de mi fidelidad. Para mí creer es fiarme de Dios y confiar en Él.

2. La fe se templa con las dificultades

Para templar una espada hay que meterla en el fuego. La fe también se forja en la tribulación. Hay gente que quiere tener una fe gigante, pero sin chamuscarse. Es como el atleta que quiere ganar la carrera, pero sin entrenarse, sin sufrir, sin lastimarse nunca.

La fe es un camino hermoso tapizado de rosas que están llenas de espinas. Los Magos tuvieron una experiencia profunda de la fe. Podemos imaginarlos llegando a un oasis para cargar provisiones y agua. Seguramente les vino a la mente la posibilidad de desistir. Tal vez en sus noches fueron visitados por sueños que les acosaban como fantasmas. El recuerdo de las burlas de sus compatriotas, el escepticismo de sus compañeros de estudios les perseguía. Hubo momentos de titubeos, de incertidumbre, de duda...

Sin embargo, siempre venció su fe. De hecho, su brújula no era tanto el astro luminoso en la bóveda de la noche, sino la luz de su fe encendida en sus almas.

En nuestros momentos de dificultad, también tiene que prevalecer la luz de la fe. Creer cuando todo va viento en popa es fácil; creer cuando el temporal de la adversidad choca cruelmente contra nuestra pequeña embarcación es más difícil. Pero, esto es lo que nos hace gigantes en la fe. Nunca ha existido un santo sin una fe probada, como nunca ha existido un atleta que haya tenido éxito sin esforzarse en los momentos de desánimo.

Este mundo es como un gran gimnasio en el cual, el cristiano tiene que ejercitarse en la fe: un día puede ser la penuria económica, otro día el sufrir el látigo cruel de la maledicencia propagada por nuestro mejor amigo, otro día el desamor de un ser querido...

3. La fe nos exige ver a Dios en las cosas sencillas

Después de viajar muchos kilómetros, los Magos encontraron al Rey de los Judíos, el Salvador del mundo, el Rey de reyes, envuelto en pañales y acostado en un pesebre, en una cueva de una aldea de mala muerte, fuera de la ciudad de Jerusalén.

Era suficiente para obligar al corazón bajar a los pies. Sin embargo, lo aceptaron plenamente: se arrodillaron delante de Él. Vieron a Dios en un bebé que lloraba.

El Catecismo nos habla del sentido de la Epifanía (manifestación de Cristo) en el n.528:

La epifanía es la manifestación de Jesús como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Con el bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná, la epifanía celebra la adoración de Jesús por unos “magos” venidos de Oriente. En estos “magos”, representantes de religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las naciones que acogen, por la encarnación, la Buena Nueva de la salvación.

Un día alguien dijo a un amigo que había encontrado el teléfono de Dios. El amigo se sorprendió y muy irónicamente le preguntó cual era. Recibió una respuesta sublime: el teléfono de Dios es la fe.

Con la fe puede uno “conectarse” con Dios en cualquier momento. Al contemplar la belleza de la naturaleza, el estruendo del mar, la brisa entre los árboles... se puede ver a Dios si uno tiene fe.

También se le puede ver en el sacerdote que se sienta en el confesionario para escuchar nuestra miseria moral y darnos con seguridad el perdón de Dios. Con la fe se ve a Cristo presente en el Pan sagrado, en las manos del ministro en la Misa. La fe permite ver a Cristo en su Vicario en la tierra, el Santo Padre....

La fe abre horizontes y nos hace ver más lejos de lo que podríamos con la sola luz de la razón. Nuestra pobre razón es como el ojo desnudo que sólo ve un poco del universo al contemplar las estrellas que desfilan delante de él en la noche clara. Pero con un telescopio potente se puede penetrar en los espacios siderales y descubrir mundos nuevos. Así es la fe para un creyente: es un nuevo ojo para ver. En lo que parece sólo un trozo de pan le permite ver el Cuerpo de Cristo; en el vagabundo que toca a la puerta pidiendo una ayuda le revela la presencia del Cristo Místico; en el jefe enojón que da un mandato, la manifestación de la Voluntad de Dios...

4. El mejor don de los Magos fue su fe

Impresiona el regalo costoso del oro, incienso y mirra. Pero más impresionante todavía fue la fe, tamaño gigante, de estos hombres. Aquel día cuando los Magos se acercaron a la cueva de Belén y pidieron permiso para traspasar el dintel más pobre que habían visto en su vida, los papás del Niño accedieron a la petición de personas tan ilustres. Se maravillaron al verlos caer al suelo, manchar su ropa, e inclinar la cabeza delante del Bebé.

Cuando nosotros lleguemos al Cielo, ciertamente no vamos a entrar con unos lingotes de oro, una caja de incienso y un bote de mirra. Lo que vamos a llevar va a ser, como dijo San Pablo, nuestra fe, esperanza y caridad.

No juzguemos el valor de nuestra vida por las cosas que tenemos o las obras que hacemos. Lo que es la fe y el amor con que obramos eso es lo que vale delante de Dios. Mejor ir pobre al Cielo que rico al Infierno; mejor ir analfabeta al Cielo que con un doctorado al Infierno. Desde un punto de vista espiritual, el valor de los Magos no era el tamaño de sus dones materiales, sino la medida de su fe.

Unas preguntas

1. ¿Cómo es nuestra fe? ¿lánguida? ¿depende de como nos sentimos? ¿una fe fuerte?

2. ¿Si la fe exige dejar algo para seguir más de cerca a Cristo, ¿qué nos está pidiendo Cristo que dejemos?

3. ¿Está nuestra fe basada en la Palabra de Dios o en una serie de sentimientos movedizos?


66. La estrella de la FE

"Hemos visto salir su estrella, y venimos a adorarlo" (Mateo 2, 2). Los Magos resumen de este modo el motivo y la meta de su ida a Belén para encontrarse con Jesús.

Habían visto una estrella, una luz que brilla en medio de las tinieblas que cubren la tierra, iluminando la oscuridad de los pueblos. Dejándose guiar por la luz, se ponen en camino, como peregrinos, para encontrar a Dios y adorarlo.

La peregrinación caracteriza al hombre que se pone a la búsqueda de su destino esencial, de la verdad, la de la vida justa, de Dios (cf Benedicto XVI, "Discurso a la Curia Romana", 22 de Diciembre de 2005). El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, que ha sido creado por Él y para Él.

Los Magos representan a las religiones paganas y a las naciones gentiles que acogerán la Buena Nueva del Evangelio. En realidad, todas las religiones de la tierra son un testimonio de la búsqueda de Dios. Por eso, la Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero que puede encontrarse en ellas como "una preparación al Evangelio y como un don de aquel que ilumina a todos los hombres, para que al fin tengan la vida" (Constitución Lumen gentium, 16; cf Catecismo de la Iglesia Católica, 843). En una sociedad marcada cada vez más por la pluralidad de razas, de culturas y de religiones, los cristianos hemos de estar abiertos a descubrir en el otro, en aquel que no piensa como nosotros, y que no cree como nosotros, no a un rival ni a un enemigo, sino a un hermano que recorre a nuestro lado la peregrinación de la vida para poder encontrarse también con Dios.

Como los Magos, como todos los peregrinos, hemos de permitir que la luz de la estrella disipe las tinieblas del mundo para que éste se convierta para nosotros en un signo que nos remita a su Creador. Como enseñaba San Pablo, "lo invisible de Dios, desde la creación del mundo se deja ver a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su divinidad" (Romanos 1, 19-20).

En nuestro propio interior podemos encontrar también una senda que nos conduzca hacia Dios. Él nos ha creado con el deseo de encontrar la verdad y la belleza, con la aspiración al bien moral, con el afán de ser verdaderamente libres y felices. En todo hombre resuena la voz de la conciencia, que es como un eco de la voz de Dios. También a aquellos que, buscando honradamente la verdad y el bien, aunque todavía no reconozcan a Dios y no se definan como creyentes - quizá por el peso de los prejuicios, por la rebelión contra el mal o por otras causas diversas - debemos reconocerlos como compañeros de camino. La Iglesia no desespera de la salvación de quienes "intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia" (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 847).

La meta de la peregrinación de los Magos es el encuentro con el Hijo de Dios hecho Niño en Belén. Al encontrarlo, "cayendo de rodillas, lo adoraron". El Papa Benedicto XVI ha subrayado la necesidad de la adoración, de reconocer a Dios "como Dios, como Creador y Salvador, Señor y Dueño de todo lo que existe, como Amor infinito y misericordioso" (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 2096). La adoración nos hace verdaderamente libres y nos da el criterio adecuado para nuestro actuar, librando "al hombre del repliegue sobre sí mismo, de la esclavitud del pecado y de la idolatría del mundo" (cf Catecismo de la Iglesia Católica, 2097).

La estrella que guió a los Magos a Belén es, para nosotros, la estrella de la fe. Esta estrella nos conduce al encuentro con Cristo en la Eucaristía, para que también nosotros podamos postrarnos ante el Señor resucitado, presente en el Sacramento, y adorarlo. Cada vez que comulgamos adoramos a Aquel que recibimos, a Aquel que es el Mesías de Israel, el Hijo de Dios y el Salvador del mundo.

Guillermo Juan Morado. - Dr. en Teología.


67.- P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).

Idea principal: Tres hombres, dos caminos, una estrella.

Síntesis del mensaje: Tres hombres, dos caminos y una estrella nos invitan hoy a la fe. La palabra que hoy resuena es “luz”, que esconde una gran realidad, la fe. Tanto en Roma como en Egipto y Oriente, las fiestas del 25 de diciembre y del 6 de enero tenían mucho que ver con la luz: la luz cósmica que, por estas fechas, empieza en nuestras latitudes a “vencer” a la noche, después del solsticio de invierno que es el 21 de diciembre. De ahí es fácil el paso a la luz de Cristo, el verdadero Sol que ilumina nuestras vidas. Y esos tres hombres –y tantos otros- se encontraron con ese Sol y fueron iluminados con la luz de la fe. Y esa luz cambió su vida y se fueron por otro camino, el de la fe en Cristo.



Puntos de la idea principal:

En primer lugar, tres hombres, que la tradición popular ha puesto nombres: Melchor, Gaspar y Baltasar. Tres reyes magos, legendarios, simbólicos, representantes de todos los hombres y mujeres de buena voluntad divina, que buscan a Dios, cruzan mil penalidades y le encuentran. Éstos son los reyes magos en quien creo. Los tres aventureros del desierto, de Dios y las estrellas; en cuanto la estrella les hizo el primer guiño nocturno, se ponen en camino, desamarran el camello y se echan al desierto, con sus noches y alboradas. Los tres, representativos de todos los hombres y mujeres, que en la vida apuestan a divino contra humano, a espiritual contra material, Dios contra egocentrismo. Ni saben por qué pero van, que es lo grande. Ni saben adónde pero van, que es lo bueno. Ni saben a qué pero van, que es lo divino. Es la nostalgia de Dios que todo hombre tiene en lo profundo del corazón, invitándonos a la fe en ese Dios, hecho hombre, hecho carne, hecho niño.

En segundo lugar, dos caminos. Los caminos de la vida son dos: el que va y llega, y el que ni llega ni va a Dios. El que va y llega es el camino del hombre honesto que busca la felicidad y el sentido de la vida más allá de sus satisfacciones inmediatas y materiales. Este camino no está exento de asaltos y peligros, de oscuridad, pues la estrella se ocultó. Pero es un camino que, cuando el hombre es sincero consigo mismo y mira la trascendencia, llegará al portal de Belén y se encontrará con ese Dios paradójico, hecho carne, que les esperaba y les sonríe. El otro camino es triste, pues ni llega ni va a Dios. Es el camino del desenfreno egoísta, idolátrico y ambicioso, representado en el rey Herodes, que en vez de acompañar a esos magos y ponerse en camino, se quedó sentado en su sillón real, temeroso que alguien se lo usurpase, y nadando en sus placeres materiales. ¿Cómo terminó este Herodes? Según Flavio Josefo en sus “Las Antigüedades de los judíos” Libro XVII, caps. VI al VIII: “La enfermedad de Herodes se agravaba día a día, castigándole Dios por los crímenes que había cometido. Una especie de fuego lo iba consumiendo lentamente, el cual no sólo se manifestaba por su ardor al tacto, sino que le dolía en el interior. Sentía un vehemente deseo de tomar alimento, el cual era imposible concederle; agréguese la ulceración de los intestinos y especialmente un cólico que le ocasionaba terribles dolores; también en los pies estaba afectado por una inflamación con un humor transparente y sufría un mal análogo en el abdomen; además una gangrena en las partes genitales que engendraba gusanos. Cuando estaba de pie se hacía desagradable por su respiración fétida. Finalmente en todos sus miembros experimentaba convulsiones espasmódicas de una violencia insoportable”.

Finalmente, una estrella. Yo no sé si la estrella de este evangelio estuvo alguna vez colgada en el firmamento –tal vez sí-; o fue la conjunción luminosa de los planetas Júpiter y Saturno allá por los años en que nació Jesús –bien posible-; o fue una inspiración potente y divina que sonó en el corazón estos paganos –que eso creo- y los citó al encuentro con Dios. Yo creo en la estrella de los magos, que fue inspiración divina; yo creo en los magos de la estrella, que reaccionaron a la inspiración de Dios. Yo creo en la estrella de los hombres, que es impulso divino, y creo en los hombres de la estrella, que, oír a Dios y ponerse en camino, todo es uno. ¡Pobre corazón humano y cómo te cuesta alzar de la vulgaridad, amar lo invisible y latir por la trascendencia! Y como estos magos, hay muchos hombres buscadores y halladores de Dios: esos son los magos en que yo creo. Y yo quiero ser uno de ellos, todos los días, en búsqueda de Dios, con mi fe, mi esperanza y mi amor. Con mi fe, como faro para el camino. Con mi esperanza, como cayado para sostenerme. Con mi amor, como fuego que me anima y calienta mi corazón para calentar al que está a mi lado y también yo camino hacia ese Dios encarnado en Cristo. Y todos los días quiero darle en mi oración el oro de mi libertad, el incienso de mi adoración y la mirra de mis sufrimientos y penalidades.

Para reflexionar: ¿Cómo está la luz de mi fe en Cristo? ¿Todos los días camino hacia Jesús iluminado por esa luz? ¿Trato de que la luz de mi fe ilumine mis pasos para que otros que caminan a mi lado se beneficien del resplandor de mi buen ejemplo y lleguen a Cristo?



Para rezar:
¡Oh Santos Reyes que desde el oriente
supisteis, iluminados por la luz de la fe,
encontrar en el cielo el camino de Belén!,
alcanzadnos de aquel Niño Divino que adorasteis primero,
el vernos libres de las hechicerías de la falsa ciencia
y de los caminos tortuosos del mundo,
para que, a través del conocimiento de los cielos,
los mares y la tierra,
y de todo lo que hay en ellos,
alcancemos al que lo creó todo de la nada,
para facilitar el camino de la salvación a todos,
y así poder ofrecer el fruto de nuestro saber y de nuestro amor,
como oro al Rey de reyes
y como incienso
y mirra al Dios
y hombre verdadero.
Amén.