43 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO SEGUNDO DE NAVIDAD
28-38

28.

Dos serias afirmaciones hace San Juan: la primera, que la luz, que llega, fue rechazada por la tiniebla; que Aquél que venía a su casa fue rechazado por los habitantes de aquella casa.

La segunda, que todos aquellos que lo recibieron, se convirtieron, por esa acogida, en hijos de Dos.

Hoy es un día de grandes decisiones. No es para el creyente un día cómodo y tranquilo, bullicioso y sensible. Es un día serio y profundo en el que el hombre se encuentra, frente a frente, con Dios que llega hasta él envuelto en el ropaje de un niño; y frente al cual se pueden adoptar dos posturas diferentes; o rechazarlo y pasar de largo ante esa venida, o aceptarlo y quedar convertido en hijo de Dios.

COSTUMBRE/PELIGRO: Nos acecha un peligro: el de la costumbre. Estamos totalmente acostumbrados a los acontecimientos y a las palabras, a los grandes conceptos y a las grandes ideas y a que esas realidades apenas tengan repercusión práctica en nuestra vida. Tenemos el peligro de pasar hoy cerca de uno de esos grandes acontecimientos y no sacar de él la mínima consecuencia.

Sería una pena que de alguno de nosotros se tuviera que decir lo que Juan escribe en el prólogo de su Evangelio: Vino a su casa y los suyos no le recibieron. O lo que le pasó al matrimonio José y María, que andaba buscando una casa para dar a luz: no tenían sitio en la posada para ellos.

A veces nosotros estamos tan llenos de cosas, de problemas y de entretenimientos, que no tenemos sitio para Dios en nuestra vida. Y celebrar la Navidad debería significar hacer sitio al amor de Dios que se nos ha manifestado en Cristo Jesús.

A los que le recibieron, les da poder para ser hijos de Dios. Este es el fruto de una Navidad bien celebrada: nacer con Cristo y ser con Él hijos de Dios.


29. 

* En el Antiguo Testamento los israelitas comprendieron que Dios desde la creación del mundo tenía un proyecto determinado para su obra. Ellos concebían la Sabiduría como un plan determinado, susceptible de ser ejecutado. Hombres y mujeres estaban convencidos de que todo cuanto había en el mundo, no era producto del azar, de la casualidad, sino de la Sabiduría de Dios, que siempre había estado acompañándolo (Eclo 24, 2). La Sabiduría de Dios al servicio de ese su proyecto, su designio arcano de salvación para todo el mundo.

Israel ha comprendido que Dios en todos los momentos de su historia ha estado con él y que su Sabiduría lo acompaña y no lo deja claudicar, ya que en medio de las indecisiones y pérdidas de rumbo hacia el proyecto de Dios, la Sabiduría será la encargada de mostrar nuevamente el camino para vivir acorde a los planes sabios de Dios. La Sabiduría, así como acompaña a Dios para ejecutar sus proyectos, también se ha encarnado en la vida del pueblo, para que éste comprenda su plan de amor para todos sus hijos e hijas (Eclo 24, 3).

* Todos nosotros estamos incluidos en el proyecto de Dios desde antes de la creación del mundo (Ef 1, 4). Eso lo hemos comprendido con mucha más facilidad en la persona de su Hijo (Ef 1, 3), en quien hemos conocido los misterios que no habían llegado a revelarse antes. Jesucristo es la plenitud del proyecto de Dios, y la plenitud de su revelación; él es el modelo de toda la creación, "compañero inseparable" de Dios, ya que todo cuanto en el mundo existe, no se hizo sino por él y para él. Esta "compañía" es la que los antiguos la reconocían como sabiduría.

Los planes y proyectos del Padre son conforme a la imagen de su Hijo. En Él se recapitula la nueva creación. Él fue capaz de asumir la realidad humana, y en ella se humanizó, logrando ser enteramente transparente al amor del Padre, hasta el punto de desprenderse de su propia vida y entregarla en servicio por todos. En él reside la Sabiduría, que nosotros debemos pedir al Padre (Ef 1, 17) para conocer mejor su proyecto, dado plenamente en la persona de Jesucristo.

* El prólogo del Evangelio de Juan es la síntesis de todo su evangelio. En él quiere el evangelista recoger todo lo que su comunidad ha reflexionado en torno al acontecimiento Jesús. Dios siempre ha trabajado con un proyecto específico, pero ahora ese proyecto se encarna en la historia humana y asume su realidad. La eterna Palabra creadora, la Palabra "por la que todo fue hecho" en el Génesis (Jn 1, 1-3), asume ahora la condición terrenal y "acampa en medio de nosotros" (Jn 1, 14).

El evangelio de Juan utiliza el término Logos, para referirse al proyecto de Dios encarnado ahora en Jesucristo. Jesucristo es la concreción de ese proyecto. Y ya que Dios ha tenido un proyecto de humanidad, asume nuestra historia sin violentarla, humanizándola, dando testimonio de que es posible ser más humano.

Jesucristo entonces es el punto de partida de la creación, el "alfa". Él es el modelo, la "imagen y semejanza" según la cual fuimos creados conforme a la tradición bíblica del Génesis; de la cual todos fuimos sacados, pero que por nuestros egoísmos fuimos desvirtuando y de la que fuimos alejándonos.

Pero Él es también en el punto de llegada, la "omega", hacia donde toda la creación camina. Y es punto de llegada porque es el punto inicial del proyecto, la realidad misma de Dios, la misma Sabiduría de Dios que desde siempre le ha estado interpelando a la historia para conducirla hacia su plenitud.

Así, la visión de Juan evangelista en este evangelio resulta en una perspectiva grandiosa, de conjunto total, como en un intento de abarcar el plan eterno de salvación viéndolo concretizado misteriosamente en Jesús. En ese niño humilde y pobre, que tirita de frío y nos roba el corazón con su ternura, Juan ve encerrado el misterio arcano de Dios, el designio eterno de los siglos, el destino de los tiempos, la Palabra (Logos) eterna. Es la Historia entera de la Salvación la que gira silenciosamente en torno a ese niño, a ese Dios escondido y manifestado en sus vagidos balbucientes.

En este domingo la liturgia nos invita a volver sobre este misterio y a contemplarlo de nuevo desde una perspectiva de globalidad. Y a quedar extasiados, en contemplación amorosa y agradecida, pidiéndole al Señor que haga calar en nuestro corazón su Palabra hecha carne, su Enmanuel, para que acojamos decididamente con nuevo ardor la vida nueva que él nos dio y que este "año nuevo" nos desafía a vivir.

Oración comunitaria:

Señor Dios Nuestro: prolonga en nosotros la vivencia del espíritu de la navidad, para que arraiguen en nuestras vidas el amor a la humanidad, la ternura de corazón y la sencillez de espíritu, actitudes de las que nos dio acabado ejemplo tu Hijo al hacerse carne y acampar junto a nosotros. Te lo pedimos por el mismo Jesucristo...

Para la oración universal:

-Por la Iglesia, para que dé siempre testimonio claro del amor de Dios al mundo, roguemos al Señor.

-Por todos los evangelizadores que se inculturan y encarnan en lugares pobres o difíciles, para que se guíen siempre por el ejemplo del Verbo encarnado...

-Para que sigamos fomentando en nuestras vidas las actitudes positivas propias de la navidad, tanto en nuestra familia como en la sociedad misma, y para que en ese sentido siempre sea Navidad en nuestra vida...

-Por todos los que están lejos de su tierra o apartados de sus hogares, para que en este tiempo de navidad sientan con más intensidad el amor y el cariño de los suyos...

-Por los niños de la calle, todos los niños abandonados, y por los padres que no quieren o no pueden atenderles, para que en esta navidad sientan de un modo especial el amor y la ternura a la que todos tienen derecho...

-Por todos los cristianos, para que aprendamos la solidaridad que Dios ha manifestado para con nosotros y que celebramos en este tiempo de navidad...

Para la revisión de vida:

-Meditar el evangelio de hoy, el prólogo de Juan: contemplar el misterio de la encarnación.

-Si estoy en tiempo de "vacaciones" dedicar un tiempo mayor al cultivo de actividades gratuitas, sin objetivos de trabajo (ni laboral ni casero).

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


30. J/KENOSIS INCULTURACION/FE

Este domingo es como una invitación a recapitular y reflexionar más despacio, sobre el misterio mismo de la Navidad. Al celebrarla la hemos visto como en primera fila, como al detalle del hilo histórico en que se desarrolló, elocuente por sí mismo; ahora se trata de verla como en una segunda vuelta, desde una visión más teológica o de profundidad, y con el mismo deseo de contemplación: ¿qué significa globalmente este misterio de la Encarnación?

La primera y la tercera lectura de hoy se apuntalan mutuamente. Esa Sabiduría de Dios que el Antiguo Testamento llegó a personificar, es puesta en relación con la Palabra de Dios, una Palabra creadora, divina, preexistente a los siglos, que estaba junto a Dios y que era Dios, por la que todo se hizo y nada de lo que existe fue hecho.

Pero esa Palabra se hace carne y acampa entre nosotros. Toma tierra, aterriza, se enraiza, arraiga. Estamos ante un misterio esencial al cristianismo, distintivo y característico de él: la encarnación de Dios. Nuestro Dios no se quedó en el Olimpo, sino que se hizo uno de nosotros, asumió nuestra carne -que es todo un símbolo englobador- y expresó la perfecta unidad entre lo divino y lo humano.

Esta vez vamos a traer aquí un resumen del capítulo titulado «Encarnación» del libro «Espiritualidad de la liberación» de CASALDALIGA-VIGIL, cuyos puntos pueden orientar para nuestra reflexión personal y/o comunitaria.

-En Jesús Dios se hizo carne. Se hizo humanidad concreta, es decir, tomó carne, sangre, sexo, raza, país, situación social, cultura, biología, sicología... Lo asumió todo. Se hizo enteramente persona. Plenamente humano. No es sólo Dios (monofisismo). No es un hombre aparente (docetismo), ni un simple hombre tampoco (arrianismo). Es plenamente hombre, y en él habita la plenitud de la divinidad (Col 1, 19).

Frente al monofisismo latente en tantas espiritualidades, el correcto cristianismo cree en la humanidad plena de Jesús. En él Dios amó nuestra carne, la asumió, la hizo suya, la santificó. Ello nos invita a valorar supremamente la humanidad, nuestra humanidad, el ser humano: Dios no se contentó con amarnos a distancia... Nos invita a no huir de la carne de la historia hacia el espíritu sin carne de los espiritualismos. Sólo entrando en la carne podemos ser testimonio y ser testigos del Dios encarnado. No hay otro camino. Sólo se salva lo que se asume, según el adagio clásico de los Padres. La encarnación es para la Salvación. La liberación pasa por la encarnación.

-En Jesús Dios se hizo historia. No entró en el Olimpo de las esencias inmutables y ahistóricas en el que los griegos pensaban que habitaban los dioses, sino en la historia. Se reveló en ella asumiéndola. Hizo imposibles las dicotomías. No hay dos historias. La encarnación misma es historia. No es sólo un momento, el momento de contacto metafísico entre dos naturalezas, la humana y la divina, como piensa el mundo griego. Sin negar la innegable dimensión ontológica de la encarnación, elaborada por el Concilio de Calcedonia, diremos que la encarnación no es un momento, sino un proceso, historia. Es toda la vida de Jesús la que es un «proceso» de encarnación. No es simplemente el momento de la anunciación a María. «Crecía en edad, sabiduría y gracia, delante de Dios y de los hombres» (Lc 3, 40). En el taller de José, en el desierto, en la tentación, en la oración, en la crisis de Galilea, en la oscuridad de la fe... En Jesús Dios se hizo proceso, evolución, historia.

-En Jesús Dios se abajó, en kénosis. No se hizo genéricamente «hombre», sino concretamente pobre. Tomó la condición de esclavo (Fil 2, 7). Plantó su tienda entre nosotros (Jn 1, 14), entre los pobres. No entró en el mundo en general -lo que ya supondría un «abajamiento»- sino en el mundo de los marginados. Eligió ese lugar social: la periferia, los oprimidos, los pobres. La kénosis de la «en-carn-ación» no consistió simplemente en asumir «carne» sino en asumir también la «pobreza», la pobreza de la humanidad. El seguimiento de Jesús en este espíritu ha llevado a un sin fin de latinoamericanos a realizar un éxodo físico y mental hacia los pobres, a insertarse en su mundo y su cultura, trasladándose «a la periferia, a la frontera, al desierto»...

La Iglesia, como un todo, si quiere ser cada vez más evangélica y más eficazmente evangelizadora, habrá de ir pasando por ese éxodo y entrando en esa kénosis; insertándose -con sus recursos humanos y materiales y con toda su institucionalidad- en las capas populares mayoritarias, entre las mayores urgencias de los pobres, en la periferia de este mundo humano dividido en dos. El cuerpo místico de Cristo ha de estar donde estuvo el cuerpo histórico de Jesús.

-En Jesús Dios asumió una cultura, se «inculturó». La eterna Palabra divina se expresó en el temporal lenguaje humano. Y asumió este lenguaje con todas sus limitaciones. La Palabra universal balbuceó en dialecto. Asumió el contexto, se hizo contextual, hundió enteramente sus raíces en la propia situación. Nació en una colonia dependiente, fue reconocido como «el galileo». Acento galileo tenía cuando hablaba.

La encarnación nos pide vivir inmersos en nuestro contexto, adquirir contextualidad, ser lo que somos y serlo donde estamos. Amar nuestra propia carne -tierra, etnia, cultura, lengua, idiosincrasia, forma de ser...-, nuestra autoctonía, nuestra latinoamericanidad, y nuestra peculiaridad local. Un amor verdaderamente encarnado nos exige defendernos frente a la «adveniente cultura» científico-técnica, niveladora, homegenizadora, arrasadora de las riquezas y peculiaridades de nuestros Pueblos, sin que ello obste para asimilar los beneficios reconocidos de los avances científicos y técnicos.

En cuanto venido el cristianismo de un rincón de la cuenca del mediterráneo europeo, el misterio de la encarnación nos recuerda también la exigencia de inculturación, de asumir la cultura de cada pueblo para en ella vivir la fe y construir la Iglesia. El Espíritu del «Verbo encarnado» prohibe la predicación de una «cultura forastera» como si fuera contenido de la fe, así como la canonización de una cultura como cristiana, frente a las demás. Ninguna cultura es connaturalmente mejor ante Dios. Dios es «la luz de toda cultura». Dios las ama a todas por igual porque todas ellas son destellos singulares de su luz original. Como cada persona es imagen, única, irrepetible, de Dios, cada Pueblo, cada cultura es también imagen, colectiva y diferente, del Dios de todos los nombres, de todas las culturas.

La encarnación exige a la Iglesia no ser forastera, no ser eurocéntrica ni etnocéntrica, descentralizarse, hacerse autóctona, dar cabida y participación al liderazgo local y a toda la comunidad nativa y, sobre todo, respetar la identidad cultural y religiosa de los pueblos por la inculturación y el diálogo interreligioso.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


31.

SITUACIÓN LITURGICA. El ciclo navideño tiene muchas fiestas con acento propio: Sagrada Familia, Santa María Madre de Dios, Epifanía, Bautismo del Señor. Se trata de celebrar aspectos diversos del misterio inagotable del amor salvador de Dios en Jesucristo.

Hoy es domingo y no tiene un color especial. Las lecturas nos invitan a una nueva profundización del misterio central que celebrábamos el día de Navidad. De hecho, como casi siempre, nos reconocemos bastante dispersos en la frivolidad, tan aumentada estos días. Es bueno retornar repetidamente a aquel que nos da la vida. Las lecturas tienen solidez propia; podemos destacar tres aspectos:

LA PALABRA SE HIZO CARNE Y ACAMPÓ ENTRE NOSOTROS (Ev). Se trata del misterio central, la Encarnación salvadora del Hijo de Dios. La 1ª. lectura evoca el sublime pensamiento del AT sobre la Sabiduría y lo proclama en la perspectiva del prólogo de san Juan: la Sabiduría eterna de Dios es su Palabra, por la que todo ha venido a existir, que es Vida y Luz de los hombres. Este es el primer acento, propio de la revelación cristiana. El segundo: la Palabra se hizo carne. Es Jesús de Nazaret, hijo de María.

Renovemos la contemplación admirada y sorprendida del mensaje evangélico. De un lado, el misterio de Dios que nadie ha visto jamás, revelado (Ev) porJesús como Plenitud de Vida, de Luz, de Amor (l Jn 4,7). Esto desborda nuestros comentarios espontáneos sobre Dios; pocas veces las reflexiones o las discusiones, si es el caso, evocan un contenido así. Y por otro, la Encarnación en Jesús de Nazaret, muerto y resucitado. Jesús fue una persona singular, no una especie de figura etérea e inconcreta. He aquí un punto fuerte del cristianismo: Dios se ha hecho un hombre concreto de nuestra historia humana. Lo cual sorprende y espanta. Puede incluso escandalizar a personas nobles que respetan todas las culturas y las tradiciones religiosas de la humanidad. Pero no olvidemos aquello que es también central en la fe cristiana: Jesús es la Encarnación de la Palabra precisamente como plenitud de Verdad y de Gracia, que llegó a una donación total al Padre y a los hombres en la muerte y la resurrección. Es uno de los nuestros pero no uno como nosotros. La Encarnación de Dios, plenitud de Vida y de Luz, se manifestó en su amor incondicional hasta la muerte y la resurrección, y allí apareció como Verdad y Gracia. La Encarnación en un hombre no es un empobrecerse o un limitarse de Dios: es la manera de ser verdaderamente Dios-con-nosotros, de manifestar su amor eficaz a los hombres, siempre reales y concretos.

Es interesante notar el proceso contrastado que Juan muestra: La ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo (Ev). La ley, que marca a los hombres el camino de la vida, es don de Dios; "pero" la revelación definitiva de Dios se muestra en la Gracia y la Verdad, que es Jesucristo.

NOS HA DESTINADO EN LA PERSONA DE CRISTO A SER SUS HIJOS (2a lect). En esto consiste nuestro misterio. El evangelio habla de Jesucristo como el único, aquel en quien reside corporalmente toda la plenitud de la divinidad (Col 2,9), de una vez para siempre (Hb). Pero nunca lo hace en tono apologético, para alejar a Jesucristo de nosotros y hacerlo inasequible, sino para mostrar el plan de Dios sobre los hombres: ser hijos en Jesucristo; a todos los que le han recibido les concede poder ser hijos de Dios. Así como el evangelio subraya la unicidad concreta de Jesucristo, también subraya: la Luz verdadera alumbra a todo hombre (Ev). Este "todo hombre" forma parte de la entraña cristiana, indica a los hombres reales, a los millones de hijos de hombre que han ocupado la tierra. Al decir "Jesucristo" deberíamos evitar la sensación espontánea de reducirnos al grupo de cristianos, y evocar esta universalidad. A cuantos la recibieron (Ev) expresa un misterio que tendríamos que contemplar arrodillados. "Recibir" a Jesucristo o "rechazarlo" radica en el núcleo más profundo de cada una de las personas. Recibir a Cristo es vivir la comunión íntima con la Gracia, la Verdad y el Amor, y así poder ser hijos de Dios (Ev). Ser hijo no es una simple realidad óntica sino una participación viva en aquel que es el Hijo único, una manera de ser y de vivir como Él.

NUESTRA FIDELIDAD. El texto de la carta a los Efesios (2ª lect) subraya dos aspectos de la obra de Dios en nosotros que se convierten en dos exhortaciones. El primero se refiere a nuestra vida entera: Él nos eligió en la persona de Cristo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor. El amor de Dios nos conduce a una vida nueva en el sentido más real, a una manera nueva de amar, de ser generosos, de afrontar el sufrimiento y la muerte, de confiar en Dios. El segundo se refiere a lo que podríamos denominar la experiencia interior. Que Dios os dé espiritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Normalmente exhortamos a ser fieles en nuestra manera de vivir. También es bueno, en estas fechas, exhortarnos a la contemplación silenciosa para avanzar en "sabiduría para conocerlo". En la figura de Jesús nacido en Belén se esconde y se manifiesta a la vez el gran misterio de la Vida para todos los hombres. Llegar a "conocer" es la manera de crecer espiritualmente, de pasar de la situación de quien siempre escucha lo que "otro dice" a "sentir y saber" personalmente (Jn 4,42), de dejar a la niñera y empezar a gustar la Luz del Espíritu. Se trata de conocer de verdad quién es él, el Dios y Padre que en Jesús manifiesta su amor salvador; y comprender cuál es la esperanza a la que nos llama, en la comunión vivida con el Señor, verdadera plenitud de la vida humana.

GASPAR MORA
MISA DOMINICAL 1999/01-13


32

(Del evangelio, quizá podrían omitirse las referencias a Juan Bautista, pero no el último párrafo: "A Dios nadie...". Y podría volver a leerse lentamente el evangelio después del silencio de la comunión).

Las lecturas de hoy, en este domingo dentro del ambiente celebrativo de la Navidad, son una nueva invitación a contemplar el gran acontecimiento que marca la historia de la humanidad: la humanización -la encarnación- del Hijo de Dios. Quisiera proponer brevemente tres aspectos de esta reflexión. Para que cada uno escoja el que prefiera para su oración contemplativa.

- La Encarnación incluye limitación

'La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros". La Sabiduría de Dios, la Palabra de Dios, el Hijo de Dios, se hace carne y sangre humana.

Y hay una consecuencia de ello que quizá a veces no atendemos. Es que ese hacerse hombre del Dios infinito necesariamente le limita. No se hace hombre "en general", sino hombre concreto. De un país, de un tiempo, de una cultura. Todo ello implica limitación. A veces se habla de Jesús como "hombre perfecto". Pero no hay, no puede haber, ningún hombre perfecto. Ni Jesús. Encarnarse y asumir las circunstancias concretas de su país, de aquella cultura, inevitablemente implica tanto una riqueza humana como unas limitaciones también humanas. Si hubiera nacido siglos después, o en otro país (en la India o en la China, por ejemplo), humanamente -tanto positiva como negativamente- habría sido distinto.

¿Qué significa esto para nosotros? La consecuencia es que hemos de saber descubrir y contemplar la Sabiduría de Dios, la Palabra de Dios, a través de estas circunstancias humanas concretas que asumió Jesús. El Dios infinito se manifiesta y se da a conocer en la inevitable limitación de un hombre, de su Hijo hecho una carne concreta. Quizá, en el fondo, este sea el sentido de aquellas misteriosas palabras de Jesús: "El Padre es mayor que yo" (Mt 14,28). Dios es siempre más, incluso más que su Hijo encarnado.

- "A Dios nadie lo ha visto jamás

Dicho esto, miremos la otra cara de la moneda. Dios se encarnó en un hombre concreto y por ello limitado; pero nosotros, en ese hombre, tenemos la luz, la vida y el camino para vislumbrar quién y cómo es el Dios infinito. La afirmación del prólogo del evangelio de Juan que hemos leído es contundente. Y convendría que nos la repitiéramos con frecuencia: "A Dios nadie lo ha visto jamás: el Hijo único es quien lo ha dado a conocer". Repito: "A Dios nadie lo ha visto jamás". ¿Por qué, entonces, tantas veces parecemos saber muchas cosas de Dios, somo si fuéramos sabios sobre Dios?

Hemos de criticar y dudar de la imagen que espontáneamente tenemos de Dios, de la concepción que presenta el mundo. Es a través de Jesús, a través del Hijo, como sabemos algo a ciencia cierta sobre Dios. El antiguo mandamiento, "No tomarás el nombre de Dios en vano", significa también esto: es preciso que dudemos de nuestra concepción de Dios si no corresponde con la que nos comunicó su Hijo Jesús. Seamos parcos en hablar de Dios, si no es a través de las palabras y de la vida de Jesús.

- No tenemos el monopolio de Dios

Tercer aspecto que hoy podríamos considerar: la Palabra, el Hijo, "alumbra a todo hombre", dice el evangelio de Juan. Es lo que celebraremos en la próxima fiesta de la Epifania: Dios, en Jesús, se revela a todos los hombres.

Los cristianos, la Iglesia, no tenemos la exclusiva de Jesús. Y, menos aún, la exclusiva de Dios. No es propiedad nuestra, no podemos reivindicar un monopolio sobre Él. Dios Padre se manifestó máximamente en Jesús. Esta es nuestra fe. Pero ello no significa que no se manifieste por otros caminos. Al hablar de las diversas religiones no cristianas, el Concilio Vaticano II afirma que con frecuencia "reflejan destellos de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres" (N.A. 2). Afirmación que podemos extender a todo hombre de buena voluntad.

Lo hemos dicho y quizá vale la pena repetirlo: Dios es siempre más. Se nos reveló -se nos revela- a través de su Hijo Jesús y nosotros lo contemplamos agradecidos. Pero ello no significa que no se comunique por otros caminos. Al amor de Dios todopoderoso no vale ponerle limites. Él no pide ningún carnet de pertenencia, de identificación, para amar, para comunicarse.

Continuemos con nuestra celebración de acción de gracias. Si el Hijo de Dios no se hubiera hecho hombre, no podría dársenos como pan y vino para nuestro camino humano. La sencillez del pan y del vino expresan maravillosamente el sentido de su encarnación: es en lo pequeño donde se revela la grandeza y la infinitud de Dios.

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1999/01-17


33. 

No son muchas las lecturas de este libro del Eclesiástico o del Ben-Sirá (el hijo de Sirá) que hacemos en la liturgia. Escrito a finales del siglo III a.C., contiene la reflexión de un sabio de Israel sobre la historia de la salvación, la ley, la alianza y otros temas fundamentales del judaísmo antes de Jesucristo. Hoy nos habla de la sabiduría divina, personificándola, como lo hacen otros libros del AT, para subrayar que no se trata de una sabiduría especulativa, ni tecnológica, ni financiera, ni como tantas otras sabidurías humanas. Se trata de una sabiduría amorosa, la sabiduría con la que Dios creó el universo, la que se manifiesta en la historia de salvación. Una sabiduría amorosa que quiere habitar entre nosotros, en el pueblo de Dios, en Jerusalén que, para nosotros los cristianos, es uno de los tantos símbolos de la Iglesia. Sabiduría para vivir más humanamente, en armonía con todos los seres del mundo, en búsqueda de la felicidad, la armonía y la paz a las que Dios nos tiene destinados.

Por su parte el salmo es himno de alabanza a Dios que hace tantas maravillas en favor de su pueblo: no solamente en la creación, y en las distintas etapas de la historia salvífica, sino enviando su Palabra a Jacob, manifestando su voluntad y sus designios a Israel.

Unos versos del himno cristológico con el que comienza la carta a los Efesios, y la acción de gracias del autor por la fe de los cristianos de esa comunidad, constituyen la segunda lectura de este domingo. El himno canta los designios amorosos de Dios que ha querido hacernos santos, nos ha elegido, nos ha hecho sus hijos en la persona de Jesucristo, su primogénito, cuya encarnación y nacimiento estamos celebrando. Los versículos de la acción de gracias se convierten en oración del apóstol para que los cristianos recibamos la sabiduría divina, para que nuestros ojos se iluminen y conozcamos la esperanza, los dones, los favores amorosos de Dios Padre para con nosotros.

El evangelio de Juan comienza con un "prólogo" -así se le llama comúnmente- que acabamos de leer. Es un pasaje altamente inspirado y famoso como pieza literaria de la Biblia y de la poesía universal. Se trata de un himno a Jesucristo como Palabra eterna de Dios que se hace carne para salvar a la humanidad. El himno existía tal vez antes de que el autor lo utilizara, y se inspira claramente en la personificación de la sabiduría divina como la que encontrábamos en la primera lectura. La Palabra, el Logos -en griego- de Dios, que existe desde siempre en Dios, que es Dios, por el cual Dios hizo todas las cosas, ahora se ha hecho hombre, ha puesto su morada, ha acampado entre nosotros, para hacernos partícipes de su vida inmortal, dándonos a conocer plenamente a Dios, a quien nadie ha visto, pero que Él, el Logos, la Palabra encarnada, Jesucristo, nos ha dado a conocer.

Pero no basta conocer a Dios tal y cómo nos lo revela Jesucristo, su hijo encarnado, su Palabra, su Logos: hay que recibirlo como a la luz, hay que testimoniarlo como lo hizo Juan Bautista, hay que proclamarlo con nuestras propias palabras; que ellas se hagan palabra de Dios.

Para la conversión personal

Ya muy avanzadas estas fiestas de Navidad, podríamos hacer un balance personal: ¿hemos celebrado con conrazón atento esta conmemoración alegre?, ¿hemos aprovechado esta ocasión de fiestas y de agradables momentos al lado de los seres queridos? ¿ha significado también la celebración de la Navidad, la encarnación de la Palabra de Dios en Jesucristo?, ¿ha sido también ocasión de más oración, de más contemplación, de más compromiso para el resto de nuestra vida?

Para la reunión de grupo [Sobre la Jornada de la Paz]

-Ver: ¿cómo está el mundo, nuestro país, nuestro barrio... en paz? ¿Cuáles los principales obstáculos para la paz en el mundo (país, barrio...)?

-Juzgar: ¿Cómo enjuiciar la situación del mundo a la luz de la fe? ¿Cuál es el papel del cristiano en un mundo en tensión como el nuestro?

-Actuar: ¿Cómo tendrá que evolucionar el mundo para hacer posible la paz? ¿Qué podemos hacer nosotros, yo mismo?

Para la oración de los fieles

-Por la paz del mundo, en esta Jornada Mundial por la Paz, para que el Espíritu de Dios mueva los corazones de todos los hombres y mujeres hacia la reconciliación, la tolerancia, la igualdad entre los sexos, el respeto de las diferencias culturales, y la Justicia, de la cual es fruto la paz, roguemos al Señor.

-Por los gobernantes de todos los países, para que aúnen esfuerzos sinceros en favor de la paz...

-Por las instituciones internacionales, para que evolucionen hacia formas acordes con los nuevos tiempos mundializados que vivimos y puedan ser instrumentos más útiles al servicio de la humanidad...

-Para que aprovechemos ahora la oportunidad que tenemos de hacer verdad en nuestra vida el refrán: "Año nuevo, vida nueva"...

-Por nuestros hogares, para que continúen durante todo el año inmersos en el buen espíritu familiar de la navidad...

-Por todos los que no acabarán el año que ahora comienza, para que se reconcilien a tiempo con la verdad de su vida...

-Por todos nuestros amigos y conocidos que nos dejaron el año que acaba de pasar, por su eterno descanso...

Oración comunitaria

*Dios de la Vida, Creador del Universo, que nos has concedido el espacio y el tiempo para vivir y desarrollar la Vida, para ser felices y hacer felices a los demás; al comenzar un Año nuevo te pedimos nos enseñes a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato y vivamos consciente, responsable y agradecidamente el don del tiempo que nos concedes. Por nuestro Señor Jesucristo...

*Dios de la Paz, Padre y Madre de todos los hombres y mujeres, que quieres que vivamos como hermanos en unidad fraterna. En este día de año nuevo, Jornada Mundial de la Paz, te pedimos con todo el corazón nos concedas la Paz, que es don de tu Espíritu y fruto de la Justicia, y que hagas de nosotros esforzados constructores de la Paz, para que merezcamos la bienaventuranza de tu Hijo, que vive y reina contigo...

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


34.

LA PALABRA VIVE CON NOSOTROS. ACERQUÉMONOS A ELLA Y NO LA RECHACEMOS, PUES QUIERE Y BUSCA NUESTRA INTIMIDAD.

1. Primero fue el tabernáculo, tienda portátil, en medio de su pueblo, acampado en el Sinaí. Después, fue el Templo de piedra en Silo o en Jerusalén. Eran preparaciones, símbolos de su presencia entre los hombres. Cuando los tiempos maduraron, en el esplendor del Imperio Romano, con César Augusto como Emperador, la Palabra se hizo hombre, uno de nosotros, y vino a vivir con nosotros, y a comer a nuestro lado, y a llorar, y a amar y a compartir nuestras fatigas, zozobras, y alegrías, sobresaltos y monotonías, rudezas y desvíos. Dios hecho hombre ha acampado entre nosotros. Esto es lo que viene a decirnos la primera lectura de este domingo.

2. "La Sabiduría hace su propio elogio, se gloría en medio de su pueblo. En medio de su pueblo será ensalzada, recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos... Desde el principio, antes de los siglos, me creó, y no cesaré jamás" Eclesiástico 24,1. Los sabios de Israel recibieron una revelación incompleta de la Sabiduría. La concibieron como criatura de Dios, aunque existente en él desde el principio, y eterna para siempre. Y la vieron obedeciendo a Dios que le ordena establecer su morada en Jacob, en Israel, en Sión, en Jerusalén. Era una Visión grandiosa pero imperfecta.

3. San Juan, en plenitud y madurez de manifestación, entonará su gran HIMNO a la PALABRA, revelación suprema ya y definitiva: "la Palabra, que era Dios, acampó entre nosotros. Era Vida, y era Luz" de los hombres Juan 1,1 y ¡cuánta necesidad tenían los hombres de esa Luz!. En el tiempo "Nacido de María Virgen", pero engendrado y no creado del Padre desde el Principio.

4 "En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo" . Cuando los hombres hablan, pronuncian palabras. Pero sus palabras son palabras, palabras, palabras...Se han gastado las palabras. No tienen sentido, carecen de vida. Son sólo sonidos lanzados al viento. Palabras corteses. Palabras mundanas. Palabras vacías. Palabras monótonas. Palabras de cumplimiento social. Sosas, siempre iguales, gastadas de tanto decirlas, de tanto manosearlas. De tanto repetirlas. De tanto trillarlas. Como quien repite el Avemaría sin sentido, sin pensarlo, sin saber lo que dice. Pero el "yo" en el fondo. El "yo" asomando vergonzante la cabecita por entre las ramas. Es necesario que el podador dé un buen golpe y decapite toda la palabrería y se quede sólo el silencio profundo y fecundo. Cuando Dios habla por el Hijo nos lo dice todo en una PALABRA: "Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo" . Y muchos rechazaron la Palabra: "Vino a los suyos y los suyos no la recibieron".

5 Cuando el mundo se oscurecía progresivamente en sus tinieblas, o en sus luces de neón, era necesaria la Luz. Y vino la Luz a iluminar la tiniebla. Y las tinieblas no la recibieron. Prefirieron su oscuridad, su caos, su propia hecatombe y destrucción. Engreídos en su soberbia, quisieron construir una ciudad a su aire, sin Dios, sin Luz, sin Verdad. Inducidos por el Padre de la mentira, se encerraron en su laberinto, del cual no podían salir. Con demasiada frecuencia preferimos a las criaturas. ¿Es que pensamos que nos pueden ofrecer más felicidad?

6. Cada hombre que no recibe a Cristo, está cegando la fuente de la Luz para él y para el mundo. Pero los que le han recibido son hechos hijos de Dios. Han recibido con Cristo toda clase de bendiciones espirituales y celestiales; han sido elegidos para ser santos e irreprochables en su presencia por el amor. Nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por Jesucristo, conforme a su agrado. Fue su voluntad, su amor y su gloria y alabanza. Efesios 1,3.

7. La Sabiduría recibió orden de morar en Jacob. Igualmente: "El Verbo se hizo carne, es decir, debilidad, y plantó su tienda entre nosotros y hemos contemplado su gloria, la gloria que le pertenece como Hijo Unico del Padre, lleno de gracia y de verdad".

8. Recibamos en nuestra casa al Verbo Divino que viene a revelarnos las maravillas del Padre y a contarnos las locuras de su amor que se siente feliz viviendo con nosotros. Si a un joven aristócrata, acostumbrado a una vida sumamente refinada, se le envía a vivir a una tribu de esquimales, o de gitanos, ¿notará la diferencia?. El Hijo de Dios ha dado un salto mayor, de gigante . Del cielo a la tierra. De la compañía de los ángeles, a la de los hombres rudos que somos. ¡Y está a gusto! . Y quiere que estemos con El. Lo peor es que podemos cerrarle la puerta, como lo hicieron en Belén, y como lo hacemos cada día tantas veces. Le cerramos la puerta a El, cuando no acogemos sus palabras y cuando no acogemos a los hermanos, sus hermanos, los hijos adoptivos de su Padre. Pues el mandamiento del amor de Dios es el primero en la jerarquía del precepto, pero el amor del prójimo es el primero en el rango de la acción . Por eso quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve . Parte tu pan con el hambriento, y hospeda a los pobres sin techo; viste al que ves desnudo, y no te cierres a tu propia carne .

9. Al acampar Dios entre nosotros, Dios está en todos nosotros, en cada uno de nosotros. Lo que hacemos al prójimo lo hacemos a Dios. No le cerremos la puerta de nuestro corazón, como los que no le quisieron recibir, sino "abramos las puertas a Cristo" (Juan Pablo II).

J. MARTI BALLESTER


35.

1. Lecturas del día:

Eclesiástico 24, 1-4.8-12 : La sabiduría de Dios habita en el Pueblo escogido.

Carta a los efesios 1, 3-6. 15-18 : Dios nos ha destinado en la persona de Cristo a ser sus hijos.

Ev. según san Juan 1, 1-18 : La Sabiduría de Dios, la Palabra de Dios, el Hijo de Dios, se hace carne y sangre humana, que engendra, que crea, que ilumina, que juzga.

2. La Sabiduría de la vida

2.1. Vamos a reflexionar sobre un tema, quizá extraño para nuestros días, pero muy antiguo y que siempre ha preocupado a la humanidad: encontrar la sabiduría de la vida.

La primera lectura nos hace su elogio; la segunda nos invita a recibirla; y la tercera nos presenta a Jesús como la Sabiduría encarnada.

2.2. Entre nosotros es común llamar sabio a un personaje de ciencia, a un intelectual. Sin embargo en Oriente, sobre todo antiguamente, sabio era el maestro que enseñaba auténticos caminos de vida. Era el hombre prudente, equilibrado, justo.

2.3. Existe, por tanto, gran diferencia entre nuestro concepto de sabiduría y el concepto oriental (bíblico).

-Para nosotros, el sabio dirige sus esfuerzos hacia fuera, hacia las cosas; y más que su vida importa su ciencia, su saber. Para la Biblia, el sabio dirige sus esfuerzos hacia el descubrimiento de sí mismo, hacia el secreto de la vida, hacia lo trascendente, hacia Dios.

-Nuestros sabios son científicos que buscan la perfección de las cosas; los sabios en la Biblia son santos que buscan la perfección del hombre.

-La Sabiduría bíblica, y por tanto la cristiana, es simultáneamente:

.Arte del buen vivir : distingue lo verdadero de lo falso, lo justo de los injusto. Su fundamento son las grandes virtudes.

.Reflexión sobre la existencia humana: sobre la grandeza y pequeñez del hombre, la soledad, la muerte..., la auténtica felicidad,

.Palabra reveladora: la auténtica sabiduría viene de lo alto, no está ligada al interés, es una fuerza generadora de vida.

3. Jesús, nuestra Sabiduría

3.1. La Sabiduría-Palabra es una persona: es el Sabio, Cristo, el hombre lleno de luz, el camino, la vida.

3.2. Sus características son éstas:

. Es acción : "Todas las cosas fueron hechas por medio de ella.. Vino a este mundo. Nos dio el poder de ser hijos de Dios.." El cristiano, enriquecido con esa Sabiduría, ha de ser dinámico y ha de encontrar su lugar propio en la historia, en el quehacer de los hombres, en el compromiso, en la transformación del mundo...

. Es Vida : "Todo lo que existe tiene vida en ella... Cuantos la recibieron, han nacido de Dios..." La auténtica sabiduría se manifiesta en su capacidad de dar vida, no cualquier vida sino la "verdadera". El cristiano será, así, un hombre vital, que ama la vida y goza de ella, que la difunde, que nunca dice ¡basta!, que siempre está insatisfecho, que no se estanca...

. Es Luz : "La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre.. Y nosotros hemos visto su gloria.." La sabiduría de Dios nos hace discernir lo que realmente es, de sus espejismos. Por Cristo podemos ver al Padre, es decir, conocerlo, amarlo, sentirlo, vivirlo. Así, pues, el cristiano descubre en la Luz cuál es el sentido de su vida y cuál el modo de sentirse hijo de Dios sin dejar de ser hijo del hombre.

4. Sabiduría de Dios y sabiduría del mundo

4.1. Sabiduría del mundo : es la que propone al hombre un futuro que se apoya sobre la base de acumulación de bienes, sobre el tener y acaparar más y más, sobre el poder, sobre la comodidad..

4.2. Sabiduría de Dios : es la que se basa en el Espíritu que es vida, en lo auténtico que nunca muere, en la transparencia y desinterés, en la sinceridad, en el conocimiento de Dios como fuente de amor y verdad, y en el amor fraterno que es síntesis de toda sabiduría.

5. Conclusión

La sabiduría enseña a vivir.. No enseña con normas exteriores ni con amenazas o castigos. Enseña como la luz, mostrando desde dentro todo lo que el hombre "es" y aquello a lo que el hombre está llamado a ser.

Los cristianos hemos perdido ese sentido profundo. Nos hemos acomodado a una fe fácil, que bautiza al hombre pero no lo regenera.

¿Qué hemos de hacer hoy para revalorizar el mensaje cristiano y convertirlo en acción-vida-luz de los hombres? Debemos ser portadores de vida. Jesús, el sabio por excelencia, saboreó la vida hasta su última gota. Y la encontró buena ...

Acabemos, con Pablo, pidiendo que "el Padre nos dé espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo plenamente... y comprender cuál es nuestra esperanza..."

DOMINICOS
Convento de Ntra. Sra. de Atocha. Madrid


36. Nexo entre las lecturas

Jesús, el Verbo hecho carne y que ha puesto su casa entre nosotros (evangelio), es la sabiduría de Dios entre los hombres. Una sabiduría que existe desde el principio, que puso su tienda en Jacob y en Jerusalén ha asentado su poder (primera lectura). Una sabiduría que, no siendo humana, hemos de pedirla al Espíritu para que Él nos haga comprender y nos dé a conocer cuál es la esperanza a la que hemos sido llamados, y la gloria otorgada en herencia a su pueblo (segunda lectura). Una sabiduría que goza de poder creador y de cuya plenitud todos hemos recibido gracia sobre gracia (evangelio).


Mensaje doctrinal

1. El Jesús del Evangelio. El prólogo que leemos en este domingo sintetiza los grandes rasgos del misterio de Jesucristo, teniendo como trasfondo un paralelismo con la sabiduría personificada, que hace su propio elogio, y que evidentemente Cristo supera. Jesús es un "hombre eterno", con un principio sin principio junto a Dios (Jn 1,1-2); la sabiduría por su parte dice de sí: "Antes de los siglos, desde el principio, me creó, y nunca dejaré de existir" (Sir 24,9). Jesús es con el Padre el creador de todo y sin él nada se hizo de cuanto llegó a existir (Jn 1,3). La sabiduría a su vez dice que "cuando Dios establecía los cielos, allí estaba yo... cuando echaba los cimientos de la tierra, a su lado estaba yo, como confidente" (Prov 8, 27-30). Jesús es la vida y el camino para llegar a ella y la verdad que la da sustancia y peso (Jn 1,4; 14,6). La sabiduría a su vez dice de sí que "quien me encuentra, encuentra la vida, y alcanza el favor del Señor" (Prov 8,35). Jesús es la luz verdadera que ilumina a todo hombre (Jn 1, 9), y el sabio "hará brillar la instrucción que ha recibido, y su orgullo será la ley de la alianza del Señor (Sir 39,8). Jesucristo es la plenitud de todo (Jn 1, 16), y "los pensamientos de la sabiduría son más anchos que el mar, sus designios más profundos que el gran abismo" (Sir 24,29).

Éste es el Jesús que la Iglesia predica y hace presente en medio del tiempo y de la historia de los pueblos. La Iglesia lo hace presente, no por luces propias o a causa de poderosos instrumentos humanos, sino que Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, ilumina los ojos de su corazón para que lo conozca (Ef 1, 18), de modo que en tal conocimiento colaboren la inteligencia y el amor. En este sentido todo cristiano es un "iluminado", pero no por la ciencia de los hombres, sino por la ciencia de Dios. Aquí reside la verdadera sabiduría de la Iglesia, que tiene en Dios su origen y su camino y su destino.

2. La respuesta del hombre a Jesús. La Biblia no deja de decir claramente que quien no acepta la sabiduría de Dios es un necio (cf Sal 14 y 53). La "necedad" es el resultado de quien no acoge la sabiduría de Dios y, por tanto, no recibe a Jesucristo en su corazón y en su vida. Por el contrario, quien acoge a Jesucristo, incluso hasta en el escándalo de la cruz, posee la sabiduría de Dios, ya que Cristo se ha hecho para nosotros sabiduría divina, salvación, santificación y redención (cf 1Cor 1, 18-31). En todo ello existe la paradoja de que Dios desvela su sabiduría a los humildes y sencillos, a la vez que destruye la sabiduría de los sabios y hace fracasar la inteligencia de los inteligentes (Cf Is 29,14). El hombre está obligado a dar una respuesta al misterio de Jesús. ¿Será de acogida o de rechazo? ¿Será de necedad o de sabiduría?


Sugerencias pastorales

1. La sabiduría cristiana. El mundo está lleno de ciencia, pero en buena parte desprovisto de sabiduría. Con la ciencia el hombre aprende a manejar las cosas, con la sabiduría aprende a ser señor de sí mismo y a orientar su vida por los caminos de Dios. La ciencia da a luz al progreso y al desarrollo en todos los ámbitos de la existencia humana y del mismo universo, la sabiduría da a luz a la prudencia y a toda virtud, da a luz a la santidad. La ciencia hace la vida más llevadera y fácil, más dinámica e intensa, la sabiduría hace la vida más armoniosa y más feliz. Con la ciencia el hombre se está superando constantemente a sí mismo, con la sabiduría el hombre llega hasta Dios y adquiere la "mente" de Dios. La ciencia es un producto maravilloso del hombre, la sabiduría es un don estupendo de Dios... No es que haya que contraponer la ciencia humana y la sabiduría cristiana. Ambas pueden ser posesión del hombre y ennoblecerlo en su poder y dignidad. Como la razón y la fe, la ciencia y la sabiduría son dos alas con las que el hombre vuela en su peregrinación hacia Dios.

2. La Iglesia de la Palabra. La Iglesia es obra de la Palabra de Dios, su prolongación en el tiempo. La Iglesia no se pertenece, pertenece a la Palabra. Por eso, su primera tarea es tomar conciencia de sí misma, de su origen y de su misión entre los hombres; una toma de conciencia no sólo de la jerarquía, sino de todos los fieles cristianos. Por eso, debe predicar la Palabra sin cesar, en todos los rincones del planeta; predicarla con autoridad como elegida por Dios para esta misión y con humildad, como servidora de los misterios de Dios. Por eso, debe predicarla con competencia, para que la Palabra sea conocida y aceptada; debe predicarla con integridad, para no mutilar la Palabra de Dios. Por eso, no debe predicarse a sí misma, sino a la Palabra, al Verbo de Dios hecho carne. ¿Cómo es, sacerdote, tu predicación? ¿Haces resonar verdaderamente en tu predicación la Palabra de Dios? Para que la palabra de la Iglesia, la palabra de cada uno de sus hijos, sea eficaz en el mundo y en el ambiente particular de cada uno, ésta tiene que llegar a ser la Iglesia de la Palabra.

P. Octavio Ortíz


37.

Nexo entre las lecturas

La Palabra encarnada, Jesucristo, es un don del Padre. En esta frase intento resumir el sentido de la liturgia de este segundo domingo después de Navidad. El Padre nos ha bendecido con toda clase de bienes espirituales, entre los que sobresale el don mesiánico, por medio de Cristo (segunda lectura). En la historia de las bendiciones divinas, que corresponde con la historia del hombre, Dios se ha dado como don de Sabiduría, primeramente al pueblo de Israel (primera lectura) y luego al pueblo cristiano, ya que Jesucristo es Sabiduría de Dios, el único que ha visto a Dios y que nos lo puede revelar (Evangelio). En esa misma larga historia, Dios se nos ha dado como Palabra eterna, que ha tomado carne mortal en Jesús de Nazaret (Evangelio).


Mensaje doctrinal

1. Don para Israel, don para el mundo. Nada hay más extraordinario que el hecho de que Dios haya querido ser don para el hombre. No se trata de darle cosas, objetos materiales. Eso ya sería grande, pero se queda chico ante la maravilla de un Dios, don de Sí mismo. En la historia de las relaciones de Dios con el hombre, primeramente es un don que se encarna bajo la forma de sabiduría. Es una sabiduría divina, la que hallamos en la primera lectura. Preexistía cerca de Dios y ha salido de su boca, y a la vez ha puesto su tienda en Jerusalén y tiene su lugar de reposo en Israel. Es decir, en medio de la sabiduría humana, tan extraordinaria, de los pueblos circunvecinos, como Mesopotamia y Egipto, Israel goza de una sabiduría superior, por la que Dios le revela sus designios y proyectos y le manifiesta el sentido de las cosas y de la historia. Con el paso de los siglos, al llegar el momento culminante de toda la historia, se verifica un cambio singular: Dios no se da sólo como don espiritual (sabiduría), sino personal (encarnación del Verbo, de la Palabra de Dios). Ningún signo de admiración es capaz de expresar este don excepcional. Que Dios rasgue el misterio de su trascendencia, entre en la historia y se nos dé en una creatura humana recién nacida, ¿quién lo podrá comprender? (Evangelio). No bastará la eternidad para sorprendernos ante este gran misterio. No es una "necesidad" de Dios; no se siente obligado por nadie; no le perfecciona en su divinidad. Sólo el amor lo explica, el amor que es difusivo y generoso. Además no sólo es un don personal, es también un don universal, mundial. "Luz para todas las naciones". Mientras exista la historia, Dios será un don para todos, sin distinción alguna. Los hombres podrán decir: "No lo quiero", "No lo necesito", pero jamás podrán pronunciar con sus labios: "Estoy excluido", "No es para mí". Jesucristo es el don del Padre para toda la humanidad.

2. Un don en plenitud. Son hermosas las imágenes que utiliza el Sirácida para comunicarnos esa plenitud: la sabiduría, recurriendo a imágenes vegetales, dice de sí misma que es como un cedro del Líbano, como palmera de Engadí, como un rosal de Jericó o un frondoso terebinto. También echa mano de imágenes aromáticas para describir, con distintos lenguajes, la misma plenitud: el aroma del laurel indiano (cinamomo), el perfume del bálsamo o de la mirra, el olor penetrante del gálbano, ónice y el estacte; sobre todo, el incienso que humea en el templo, y en cuya composición entran todos los aromas aquí mencionados. La belleza y elegancia de los árboles, la frescura y colorido del rosal, la intensidad de los perfumes se aúnan para subrayar la plenitud del don divino de la sabiduría. El Evangelio es más sobrio en imágenes, pero más rico en significado. Habla de la "gloria del Hijo único del Padre, LLENO de gracia y de verdad" y, poco después, "de su PLENITUD todos hemos recibido gracia sobre gracia". Y el himno de la carta a los efesios, ¿no se refiere a la plenitud del hombre cuando dice que "Dios nos ha destinado a ser adoptados como hijos suyos por medio de Jesucristo? La grandeza y plenitud del don nos remiten a la grandeza y plenitud del Donante. ¡Nobleza obliga a agradecer!


Sugerencias pastorales

1. Un don venido de lejos. No son los astros distantes los que, después de muchos años o siglos, nos regalan sus rayos de luz; no es la tierra la que, en rincones tan diversos y lejanos, ofrece al hombre la prodigalidad de sus minerales o de sus frutos vegetales; no es el hombre quien nos dona su creatividad, su trabajo, su genio. Todas estas realidades pertenecen al mundo creado. El Don nos viene del mundo y de la distancia increados, del más allá de toda creatura, del Dios trascendente. Jesucristo, el Don de Dios, viene de lejos, pero se introduce en el corazón de los acontecimientos y del ser humano hasta el punto de ser uno más entre los hombres. Aquí radica nuestra perplejidad. Lo vemos tan igual a nosotros, que se nos puede ocurrir pensar que no viene desde el mundo de Dios. En brazos de su Madre nada hay que lo muestre divino. Y desgraciadamente en no pocas ocasiones los hombres, del hecho de no aparecer como Dios, concluimos que ni puede serlo ni lo es. Diremos que es un gran personaje de la historia, que su personalidad es enormemente seductora, que su moral es de una altura y nobleza grandiosas, que su capacidad de arrastre es imponente, que es una paradoja viviente al ser el más amado y el más odiado de los nacidos de mujer... Pero en nuestro razonamiento no podemos llegar a la afirmación fundamental: "Es un Don de Dios, venido del mismo mundo de Dios". Al venir al mundo y hacerse hombre, ha venido a quedarse con nosotros; a la vez, estando con nosotros, pero proviniendo del mundo de Dios, ha venido a llevarnos con Él al mundo lejano del cual ha salido, el mundo desconocido, pero que es nuestra patria verdadera y definitiva. ¿Aceptamos con fe y con amor este Don cercano, como lo es un niño, pero trascendente, como el mismo Dios?

2. Testigos del don divino. Juan, el Bautista, es llamado en el Evangelio "testigo de la luz, a fin de que todos crean por Él". Testigo Juan, de esa luz, de esa sabiduría divina que es Jesucristo. Siguiendo al Bautista, todos en cierta manera estamos llamados a ser testigos del don divino, Jesucristo. El mundo creerá si aumentan los testigos de Cristo. Y si la fe disminuye en nuestro país, ¿no será porque han disminuido los testigos? Los maestros pueden aclarar la verdad del Don divino, mas los testigos hacen la verdad, y haciéndola la acreditan y garantizan. Cristo, Don de Dios para el hombre, necesita de testigos. Niños, testigos de Cristo para los niños y para los mayores; jóvenes, testigos de Cristo para los jóvenes y los no tan jóvenes; adultos, testigos de Cristo para los adultos, y para los niños y jóvenes. Testigos convencidos y audaces, al estilo del Papa Juan Pablo II. Cristo necesita padres de familia que no tengan miedo de entregar la antorcha de su testimonio cristiano a sus hijos; educadores que sean testigos de Cristo para sus alumnos; párrocos que testimonien con su vida santa el Don de Cristo a todos sus feligreses. ¿Soy un auténtico testigo de Jesucristo? ¿Qué hago ya y qué más puedo hacer para que mi testimonio sea creíble y Dios lo haga eficaz?

P. Antonio Izquierdo