26 HOMILÍAS PARA LOS TRES CICLOS DE LA TRINIDAD
(11-26)

 

11. LA CONSAGRACION BAUTISMAL: BAU/VCR BAU/SELLO

La vida cristiana nace en el bautismo. Y el bautismo es una consagración al Padre y al  Hijo y al Espíritu Santo. Podemos evocar ese antiguo y sugeridor nombre del bautismo: era  llamado "sello", marca o señal de pertenencia. En virtud del bautismo, dejamos de  pertenecer a nosotros mismos, para pertenecer al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Ser cristiano no consiste, simplemente en haber sido bautizado, sino en vivir como  auténtico bautizado. Lo decisivo es la fidelidad, a lo largo de toda nuestra vida, a la  consagración bautismal, viviendo dedicados, ofrendados, consagrados al Padre y al Hijo y  al Espíritu Santo. Es vivir en pertenencia.

GRAVE DEVALUACION DEL DOGMA TRINITARIO "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén". Así comenzamos muchas  veces nuestras tareas. Pero no nos damos cuenta de lo que hacemos, sin que esa  invocación nos haga conscientes del sentido y de la dirección de toda nuestra vida. "En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén". Así comenzamos también  nuestras oraciones. Y no precisamos atención a esas palabras, quizá porque tenemos prisa  de orar, como si invocar a la Santísima Trinidad no fuera orar, sino simple pórtico para  nuestra oración. Y solemos terminar nuestras oraciones con "el gloria al Padre y al Hijo y al  Espíritu Santo", pero lo hacemos rutinariamente, como si se tratase de una simple fórmula  que indica que la oración ha terminado.

Y la Eucaristía -el gran himno de alabanza y de acción de gracias al Padre, por el Hijo, en  el Espíritu Santo- comienza con la invocación trinitaria y termina con la bendición del Padre  y del Hijo y del Espíritu Santo. Pero corremos el riesgo de no ser conscientes de lo que  entrañan comienzo y final tan solemnes y majestuosos.

¿No ha dejado de ser el "dogma trinitario" el misterio central de nuestra fe, que debe  estar en la raíz de nuestra vida iluminándola y transformándola, para convertirse en una  fórmula vacía o, en el mejor de los casos, en un puro enunciado doctrinal que aceptamos  con nuestro entendimiento? Es urgente recuperar para nuestra vida de cada día el "dogma  trinitario". El "dogma trinitario" nos dice, en primer lugar, que Dios no es insondable  soledad, lejanía, infinita frialdad, sino comunión, relación, calor de hogar, vida, amor. El  misterio de la Santísima Trinidad nos revela el rasgo característico y esencial de la fe  cristiana. Toda la fe cristiana se resume en esta frase sencilla e inmensa: "DIOS ES AMOR"  (1Jn/4/16). Nunca se ha dicho nada tan alto sobre Dios. Nunca se ha dicho nada tan alto  sobre el amor. Nunca se ha dicho nada tan alto, tan hondo y medular sobre la fe y la vida  cristiana.

DIOS ES AMOR:Esta breve frase nos brinda la perspectiva exacta para contemplar el misterio trinitario. El Padre no vive en una insondable soledad, ensimismado en sí mismo y en su infinita  perfección, sino que vive totalmente vuelto, referido, ofrendado hacia el Hijo y el Espíritu  Santo. El Padre es amor; por consiguiente es relación, entrega, donación, puro gesto de  amor al Hijo y al Espíritu.

El Hijo no vive clausurado en sí mismo, sino que vive totalmente dirigido, orientado hacia  el Padre y el Espíritu. El Hijo es amor; por consiguiente, es relación, entrega, donación,  puro gesto de amor al Padre y al Espíritu Santo.

El Espíritu Santo no es lejanía. Vive en el Padre y en el Hijo, porque es el Espíritu del  Padre y del Hijo. El Espíritu es amor; por consiguiente, es relación, entrega, donación, puro  gesto de amor al Padre y al Hijo.

DIOS ES AMOR AL HOMBRE. Ese incesante círculo de vida y de amor entre las Tres Divinas personas, no se cierra  sobre ellas mismas, sino que se hace torrente de vida y amor que se desborda sobre el  hombre. "Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza" (Gn/01/26). El hombre fue creado  por amor.

Y cuando el hombre, al comienzo de la historia, dijo "no" a Dios y dijo "no" al hermano, no  quedó abandonado a su propia suerte. Dios Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo, puso  en marcha el proyecto salvador. Así, el que había sido creado por amor, por amor fue  restaurado.

Todo hombre que viene a este mundo está destinado, llamado e invitado a hacer de su  vida una historia de amistad. Esta llamada a escribir una historia de amistad con el Padre y  el Hijo y el Espíritu Santo constituye la raíz y la razón más profunda de la originalidad y  grandeza del hombre. "Vendremos a él y haremos morada en él" (Jn/14/23). "El hombre  existe pura y simplemente por el amor de Dios que lo creó y por el amor de Dios que lo  conserva. Y sólo se puede decir que vive la plenitud de verdad cuando reconoce libremente  ese amor y se confía por entero a su creador".

TEMPLOS DE LA TRINIDAD

La Santísima Trinidad está presente por gracia en nosotros. El NT llama a esta presencia  "inhabitación". No es una presencia estática, sino dinámica e interpeladora, que demanda  respuesta por nuestra parte. Esta presencia ofrecida deber ser conocida, reconocida,  aceptada y correspondida. Esa presencia es efecto y expresión de amor, que reclama  reciprocidad: gozosa acogida de amor, que convierte nuestra vida en un diálogo de amor.

CAMINAR EN PRESENCIA.D/PRESENCIA. "Camina en mi presencia" (Gn/17/01): éste es el designio del Dios Trino sobre el  hombre. El hombre debe vivir su vida EN PRESENCIA. Esta presencia, mientras camina, es  una presencia en la oscuridad de la fe. Pero avanza alentado por lo que le espera al final  del camino: contemplar al Dios Trino cara a cara, en la claridad de la visión. La fe cesará,  porque veremos, sin velos, cara a cara, a la Trinidad Santa. Y cesará también la esperanza,  porque habremos entrado en la posesión de lo esperado. Unicamente permanecerá el  amor, porque "el amor no pasa nunca" (1 Cor. 13, 13).

Habremos alcanzado la plenitud anhelada. Y descubriremos, experimental- mente, qué  verdaderas eran aquéllas bellas palabras: "Nos has hecho, Señor para ti y nuestro corazón  está inquieto hasta que descanse en ti". Y seremos, por toda la eternidad, un éxtasis de  felicidad, porque seremos un éxtasis de amor". Y seremos PRESENCIA en todo su  esplendor.

VICENTE GARCIA REVILLA
DABAR 1992, 33


 

12.

-Una invitacion a entender quien es nuestro Dios. El domingo pasado, con la solemnidad de Pentecostes, acabábamos el largo tiempo de  Cuaresma y Pascua, el tiempo central de la muerte y la resurrección de Jesús. Y hoy,  nuestra fiesta, nuestra reunión dominical, viene a ser como un eco de todo lo que  acabamos de celebrar.

Hoy es la fiesta de la Santísima Trinidad. ¿Qué quiere decir esta fiesta? ¿Qué nos invita  a recordar, a tener presente?  Yo diría que esta fiesta, este eco de la Pascua que acabamos de concluir, nos invita  sobre todo a mirar hacia nuestro Dios y empaparnos bien de él. Mirarlo, e intentar  comprender más y vivir más quién es él: quién es el Dios en quien nosotros creemos.

Porque hay gente que cree en Dios y se lo imaginan como un personaje poderoso que  nos vigila desde el cielo para poder castigarnos si desobedecemos sus leyes. Otros se lo imaginan como una especie de motor lejano que lo pone todo en movimiento,  incluso a nosotros, como si fuéramos unas marionetas. U otros que piensan que es alguien  a quien podemos utilizar para que nos resuelva los problemas, o incluso para ponerlo a  favor nuestro cuando tenemos conflictos con alguien: antes, cuando había guerra, ¡muchos  creían que podían poner a Dios a su favor y en contra de sus enemigos!  Ciertamente, si entendiéramos a Dios de este modo, lo entenderíamos muy  equivocadamente. Seguro que no lo entendemos así. Pero no nos irá mal, recordar otra vez  quién es este Dios en quien creemos.

-La Cuaresma y la Pascua nos hacen conocer quién es nuestro Dios  El tiempo de Cuaresma y de Pascua que ahora hemos concluido nos ha mostrado con  toda claridad quién es nuestro Dios.

Lo que hemos celebrado a lo largo de estas semanas es sobre todo que Dios nos ama.  Dios, origen y fin de toda vida, nos ama. Y por eso, la palabra que más se ajusta para  hablar de él, y para dirigirnos a él, es la palabra Padre. Cuando nosotros le decimos a Dios  "Padre", estamos diciendo que lo sabemos más grande que nosotros, que nos ponemos en  sus manos, que lo reconocemos como al único grande; y a la vez, que vivimos y sentimos  su bondad, su estimación hacia cada uno de nosotros.

-- Dios es nuestro Padre. Pero eso no lo decimos porque se nos haya ocurrido a  nosotros, sino porque lo hemos podido palpar. Lo hemos podido palpar en Jesús. A lo largo de estas semanas de Cuaresma y Pascua, hemos celebrado a aquel hombre,  Jesús de Nazaret, que ha amado hasta la muerte y ahora vive por siempre. Lo hemos celebrado, y hemos reconocido que en él Dios estaba presente. Hemos reconocido que él era el Hijo de Dios, Dios hecho hombre. El nos ha enseñado el  amor inmenso de Dios, y nos ha enseñado a dirigirnos a él llamandole "Padre". Y viéndole a  él hemos visto a Dios mismo compartiendo nuestra condición humana.

-- Y aún es más. Aún es más fuerte el amor de Dios. Dios Padre, y Dios Hijo hecho  hombre, nos han dejado un don: nos han dado su mismo Espíritu para que esté por siempre  con nosotros, y nos dé vida, y nos haga vivir el Evangelio, y nos reúna en comunidad, y nos  lleve hacia el Reino. Dios Espíritu Santo es la presencia en nosotros, constante, viva,  transformadora, del amor infinito, de la bondad para siempre, de la gracia inagotable.

Este es nuestro Dios. Es el Padre fuente de toda vida y bondad. Es el Hijo que ha  compartido nuestra condición humana amando hasta la muerte y resucitado para darnos  vida. Es el Espíritu que vive en nosotros y nos conduce, a nosotros y a la humanidad  entera, hacia la plenitud de Dios.

-La plegaria eucarística, recuerdo y plegaria al Padre, al Hijo y al Espíritu  No sé si os habréis fijado, pero nosotros, cada domingo, en el momento central de  nuestro encuentro, en la plegaria eucarística, recordamos y oramos de una manera  especial a este Dios que es Padre, e Hijo, y Espiritu. Nuestra plegaria eucarística es una acción de gracias al Padre por todo lo que él ha  hecho: por eso la iniciamos invitando a levantar los corazones y a darle gracias, y despues  lo aclamamos como Santo Señor del universo. La plegaria eucarística es también recuerdo  y presencia -memorial- de Jesús, de su entrega hasta la muerte, de su resurrección: el  celebrante repite sus gestos y lo proclama, y nos unimos aclamando: "anunciamos tu  muerte, proclamamos tu resurrección". Y la plegaria eucarística es también plegaria e invocación al Espiritu Santo para que por  su fuerza el pan y el vino se conviertan en la presencia viva de Jesús, y para que nosotros  mismos seamos semejantes a él: el momento principal de esta invocación es cuando el  celebrante extiende las manos sobre el pan y el vino. ¡Vale la pena vivir la presencia y la fuerza del Dios vivo que acompaña nuestras vidas!  Vivámoslo en la oracion personal, en la celebración de la Eucaristía, en el amor a los  hermarnos, en todos los instantes de nuestra existencia.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1993, 8


 

13. DIOS NO SE ABURRE  y os comunicará...

Son bastantes los que, llamándose cristianos, tienen una idea absolutamente triste y  aburrida de Dios. Para ellos, Dios sería un ser nebuloso, gris, «sin rostro». Algo impersonal,  frío e indiferente.

Y si se les dice que Dios es Trinidad, esto, lejos de dar un color nuevo a su fe, lo  complica todo aún más, situando a Dios en el terreno de lo enrevesado, embrollado e  ininteligible. No pueden sospechar todo lo que la teología cristiana ha querido sugerir acerca de Dios,  al balbucir desde Jesús una imagen trinitaria de la divinidad. Según la fe cristiana, Dios no es un ser solitario, condenado a estar cerrado sobre sí  mismo, sin alguien con quien comunicarse. Un ser inerte, que se pertenece sólo a sí mismo,  autosatisfaciéndose aburridamente por toda la eternidad.

Dios es comunión interpersonal, comunicación gozosa de vida. Dinamismo de amor que  circula entre un Padre y un Hijo que se entregan sin agotarse, en plenitud de infinita  ternura. Pero este amor no es la relación que existe entre dos que se exprimen y absorben  estérilmente el uno al otro, perdiendo su vida y su gozo en una posesión exclusiva y un  egoísmo compartido.

Es un amor que requiere la presencia del Tercero. Amor fecundo que tiene su fruto  gozoso en el Espíritu en quien el Padre y el Hijo se encuentran, se reconocen y gozan el  uno para el otro. Es fácil que más de un cristiano se «escandalice» un poco ante la descripción de la vida  trinitaria que hace el Maestro ·Eckhart: «Hablando en hipérbole, cuando el Padre le ríe al  Hijo, y el Hijo le responde riendo al Padre, esa risa causa placer, ese placer causa gozo,  ese gozo engendra amor, y ese amor da origen a las personas de la Trinidad, una de las  cuales es el Espíritu Santo».

Y sin embargo, este lenguaje «hiperbólico» apunta, sin duda, a la realidad más profunda  de Dios, único ser capaz de gozar y reír en plenitud, pues la risa y el gozo verdadero brotan  de la plenitud del amor y de la comunicación. Este Dios no es alguien lejano de nosotros. Está en las raíces mismas de la vida y de  nuestro ser. «En él vivimos, nos movemos y existimos» (Hechos 17, 28). En el corazón mismo de la creación entera está el amor, el gozo, la sonrisa acogedora de  Dios. En medio de nuestro vivir diario, a veces tan apagado y aburrido, otras tan agitado e  inquieto, tenemos que aprender a escuchar con más fe el latido profundo de la vida y de  nuestro corazón.

Quizás descubramos que en lo más hondo de las tristezas puede haber un gozo sereno,  en lo más profundo de nuestros miedos una paz desconocida, en lo más oculto de nuestra  soledad, la acogida de Alguien que nos acompaña con sonrisa silenciosa. 

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985. Pág. 299 s.


 

14.

Dios  Sería realmente bueno, muy bueno, que la celebración de la Trinidad nos hiciera sentir  profundamente el misterio de Dios; nos llenara de asombro y fascinación; nos obligara a  danzar o caer en tierra, o quitarnos las sandalias, o «cubrirnos el rostro con el manto», o  cantar o balbucir o gemir o guardar silencio o decir cosas sin sentido, como Pedro en el  Tabor, y nos hiciera experimentar los abismos del ser y de la nada.

-¿Qué sabemos nosotros de Dios? 

Sería muy bueno que, con respecto al misterio de Dios, sacáramos alguna conclusión  radical superadora de tanta rutina y tanto rebajamiento, de tanta doctrina y tanta fórmula  fría. Porque, ¡hay que ver lo bien que conocemos nosotros a Dios!, y lo mucho que  sabemos de sus cualidades y atributos, y la facilidad con que descubrimos su santísima  voluntad. 

-«Porque es voluntad de Dios»-, nos aseguran los superiores; ¡y hay que ver lo que se  ha exigido en nombre de esa voluntad!

-¡«Porque Dios así lo ha querido»!-, comenta la gente sencilla, y le hacemos responsable  de cosas injustísimas. Pero ¿qué sabemos nosotros de Dios?  Sería muy bueno que, después de celebrar este misterio, dijéramos cosas como éstas:

--Dios es, yo no soy. «Que Tú seas y yo no sea» (Santa Catalina).

--Dios es el Todo, yo soy la nada, y «para venir a lo que no sabes has de ir por donde no  sabes» (San Juan de la Cruz).

--De manera que «todo lo que sabes es un estorbo. Nunca te quieras satisfacer en lo que  entendieres de Dios, sino en lo que no entendieres de El»; «que entienda, claro que no se  puede entender» (C 1,12; 7, 9). «En verdad eres un Dios escondido» (Is 45,15).

--Dios es inefable, de modo que «los que saben no hablan, y los que hablan no saben»  (Lao Tse).

--Que sólo se puede hablar de Dios apuntillando enseguida: «Pero no es eso, no es  eso», o «es más, es más: semper maior».

--O querer quemar cuanto escribimos de Dios porque toda esa Suma Teológica «no es  más que un montón de paja» (Santo Tomás de Aquino).

--O que habría, por algún tiempo, que dejar de pronunciar la misma palabra «Dios»,  porque la hemos gastado y degradado enteramente.

-No maltratemos el misterio D/DOMESTICO D/TRASCENDENCIA:

Hemos rebajado tanto el misterio, que nos hemos familiarizado neciamente con Dios; si El  nos creó a su imagen, nosotros le hacemos a la nuestra; un Dios para andar por casa, que  no haga daño; un Dios máquina, que controlo con oraciones y devociones, recitando  fórmulas y encendiendo velas. Hemos echado agua al vino de la revelación. Hemos  convertido lo sagrado en familiar, lo imprevisible en programable, lo tremendo en vulgar.  Hemos «maltratado el misterio» (Morculescu). No es extraño que, como ya lo tenemos todo  programado, un gran poeta escribiera: «Pero dadme un misterio, simple, pequeño..., ¡al  menos uno!» (Evtusenko).

Dios es otra cosa; siempre es distinto de lo que pensamos. Los grandes teólogos y  verdaderos místicos lo saben muy bien. Hay toda una rica tradición en este sentido. La  teología apofática, que nos enseña que Dios es mejor conocido por la negación, que a Dios  se llega más por el «no-saber»; y toda la teología mística, que descubre a Dios en la  experiencia o en el deseo o en el amor.

San ·Buenaventura-S resume así: «Pregunta a la gracia, no al saber humano; pregunta  al deseo, no al entendimiento; pregunta al gemido expresado en la oración, no al estudio y  la lectura; pregunta al Esposo, no al Maestro; pregunta a Dios, no al hombre; pregunta a la  oscuridad, no a la claridad; no a la luz, sino al fuego que abrasa totalmente y que transporta  hacia Dios».

Un místico inglés del siglo XIV: «Deja que tu incesante deseo golpee en la nube del  no-saber que se interpone entre tú y Dios. Penetra esa nube con el agudo dardo de tu  amor; rechaza el pensamiento de todo lo que sea inferior a Dios...» (La nube del  no-saber).

BI/LECTURA:Un testimonio de la espiritualidad rusa: «El pustinik lee la Biblia de  rodillas. No con su inteligencia (de forma crítica, conceptual), pues la inteligencia del  pustinik está en su corazón. Las palabras de la Biblia son como miel en su boca. Las lee  con profunda fe, no las analiza. Deja que reposen en su corazón... Es así como el eremita,  el pustinik, aprender a conocer a Dios. No aprende cosas sobre Dios, sino que aprende al  mismo Dios del mismo Dios» (Pustinia).

Un místico de nuestro tiempo: «En cuanto creí que había un Dios comprendí que no  podía más que vivir para El... Dios es tan grande, hay una tal diferencia entre lo que es  Dios y todo aquello que no es El...» (Ch. de ·Foucauld-C).

Un teólogo de nuestro tiempo: «Conocer a Dios significa estar en silencio adorándole, a  él que habita una luz inaccesible» (K. ·Barth-K).

¡Qué bien nos vendria escuchar el consejo de un gran psicólogo!: «Mientras la religión  no sea sino creencia y forma exterior, y la función religiosa no se convierta en experiencia  de la propia alma, no ha tenido lugar aún lo fundamental. Falta todavía por comprender que  el "misterium magnum"... está fundamentado en el alma humana... En una ceguera  verdaderamente trágica, hay teólogos que no se dan cuenta de que no es cuestión de  demostrar la existencia de la Luz, sino de que hay ciegos que no saben que sus ojos  podrían ver...» (C. G. ·Jung-C).

-Abrámonos al misterio 
D/EXPERIENCIA

Perdón, porque estoy cayendo en el error que se comenta. Lo que quiero decir es que, al  celebrar este gran misterio de Dios, no nos empeñemos en demostrar que 1 = 3; que  tratemos de abrirnos al misterio por el camino de la experiencia o por la vía del deseo; que  relativicemos constantemente nuestros conceptos de Dios y purifiquemos cada día la  imagen que de El nos hayamos formado, porque si algún día aseguras que conoces a Dios  puedes estar seguro que se trata de un ídolo; y que no quieras tener respuesta para todo,  porque eso sería rebajar el misterio; para todo, sea a nivel teórico o a nivel práctico.

En la vida es preferible muchas veces el silencio a la respuesta razonada. Y no es  suficiente con repetir la Biblia o las palabras de Jesús. Ya sabemos que la letra y la fórmula  matan. No basta con que digas: yo lo sé, yo sé que Dios es el ser, yo sé que Dios es  Padre, que Dios es Amor. ¿Pero qué significa eso? ¿Cómo experimentar eso? 

El pueblo de Dios lo fue conociendo en la medida que lo experimentaba, especialmente  en los acontecimientos salvadores de su historia. Dios mismo tomaba la iniciativa y se hacía  presente en medio del pueblo, porque el hombre no puede acercarse a El. Dios también se  te acercará a ti, si tú realmente lo deseas. Puede que lo sientas en el desierto, puede que  en «el susurro de la brisa», en cualquier rato de oración o en cualquier acontecimiento de  tu vida. No sé. Pero lo que sí es cierto es que si captas algo de Dios todo será para ti  distinto.

CONOCIMIENTO-D:Y es cierto que para llegar a Dios, o que Dios llegue a  ti, hay un camino que nunca equivoca: no es el de la ciencia o el de la liturgia; es el camino  del corazón. Mientras te ejercites en el amor, no importa que tengas más o menos doctrina  y no importa que hagas más o menos oraciones; mientras vivas en el amor, Dios estará en  ti, tú estarás en El, aunque no sepas cómo es y aunque ni siquiera lo sientas. Dios es misterio trinitario, misterio de vida y de amor. Descálzate, pero no de tus zapatos,  sino de todo. Tira tus muletas y tus apoyaturas. No quieras comprender ni tener seguridad.  Ponte a la escucha, como Elías. A ver si pudieras descubrir, fascinado, alguna huella, algún  signo de su presencia. 

CARITAS/94-1.Pág. 293 ss.


 

15.

1. Dios es comunión No podemos definir a Dios. Dios es siempre mayor que nuestras  palabras y conceptos. Si lo definimos muy bien, lo convertimos en un «ídolo». Pero nuestra  fe es trinitaria. Y aún podemos utilizar analogías y decir que Dios es un «beso santo», un  abrazo vivo, una comunicación y comunión totales.

Nuestra fe es trinitaria. Creemos que hay un Dios Padre-Madre, que nos crea, protege,  regala y nos ama tanto. Creemos en un Dios-Hijo, Enmanuel, cercano a nosotros, que nos  bañó de filiación. Creemos en Dios-Espíritu que derrama en el corazón, dulce Huésped, y  nos alegra, enseña y conforta. Por eso siempre oramos al único Dios, uno en su ser y trino  en personas.

Creer en la Trinidad quiere decir que Dios no es un ser solitario y ocioso, una mónada  aislada y despreocupada, una estrella errante y lejanísima. Dios es diálogo eterno,  Donación absoluta, Comunión sustancial. Dios es esencialmente relación desde el  principio. "No había hecho aún la tierra y la hierba...", antes de que el agua fuera todo  vapor y empezara a llover por los siglos, antes de que el polvo cósmico se ordenara en  espirales de galaxias, antes de la primera explosión cósmica gigantesca, la Sabiduría, la  Palabra de Dios jugaba con Dios ininterrumpidamente.

-Diálogo y Amor 

Desde el principio, Dios ha pronunciado una Palabra plena -el Hijo-, y desde el principio  ha existido entre ellos una relación misteriosa de amor -el Espíritu-. Es decir, que Dios es  Diálogo y Amor, formando la comunidad más perfecta y profunda, donde todo es común,  donde no existen diferencias, preferencias, jerarquías, distancias; pero donde todas las  personas son respetadas en su máxima dignidad e identidad.

-Las tres grandes dimensiones divinas 

• Diálogo. El Padre ve en el Hijo toda su verdad, y el Hijo ve en el Padre toda su  identidad. El Espíritu sería como los ojos para verse. 
• Donación. El Padre se entrega todo al Hijo, que se siente enteramente del Padre. El  Espíritu sería los brazos de la mutua entrega. 
• Comunión. Hasta fundirse Padre e Hijo en la unidad perfecta, sin perder la propia  identidad. El Espíritu seria el abrazo vivo.

2. A su imagen y semejanza  Creer en la Trinidad no es un mero ejercicio mental. Es una urgencia de vida. Habría que  decir, no sólo que creemos en la Trinidad, sino que la vivimos y practicamos. Porque  estamos hechos a su imagen y semejanza, marcados con el sello trinitario. Quiere decir que  nuestro parecido con Dios no está sólo en que somos racionales o espirituales, sino en que  estamos hechos para el encuentro y la comunidad, que nos realizamos por el diálogo y la  colaboración, que no podemos vivir solos, que el otro es mi complemento, que el yo es  impensable sin el tú, que el tú no es límite, sino manantial del yo. Quiere decir que nuestra  semejanza con Dios está fundamentalmente en la relación, en el amor. Vivir, pues, la Trinidad exige de nosotros potenciar las relaciones con los hermanos.  Relaciones que, siguiendo el modelo trinitario, podemos triangular:

Diálogo 

Es una de las fuerzas que construyen la sociedad, desde la familia a las más grandes  organizaciones. Es también una fuerza que construye la Iglesia. La verdad es que hablamos  mucho, pero dialogamos poco. La verdad es que la gente habla lenguas distintas: cada uno  habla la lengua de su egoísmo o su ideología. Y por falta de diálogo vienen las  incomprensiones, los prejuicios, las distancias, los aislamientos, divisiones, la  superficialidad en las relaciones. No puede haber comunidad auténtica, si falta el diálogo  en profundidad. 

Donación 

Si a través del diálogo nos comunicamos, a través de la donación compartimos.  Hablamos de bienes materiales, pero hablamos sobre todo de la donación de sí mismo. Se  trata de vencer esa terrible fuerza del egoísmo, que nos lleva a la insolidaridad y la  explotación de los otros. Se trata de salir de sí mismo e ir al otro para ofrecer y recibir, para  poner en común y compartir. Que nadie viva para sí mismo, sino para los demás.

Comunión  Es como el fruto de los esfuerzos anteriores. Cuando hay apertura de mente y de  corazón, se llega enseguida a la compenetración. Este es el ideal cristiano: «Un solo  corazón y una sola alma». Esto es lo que pedía Jesús: «Que todos sean uno»; no sólo que  estén unidos, sino que estén fundidos, que sean uno, a la manera trinitaria. Cuando encontramos un mundo roto, cuando vemos una Iglesia dividida, cuando nos  acostumbramos a los divorcios y todo tipo de divisiones, podemos darnos cuenta qué lejos  estamos del modelo trinitario. Y sentiremos la urgencia de nuestro compromiso cristiano. 

Nuestro compromiso consiste en poner el sello trinitario en todas las relaciones humanas y  en todas las cosas, sembrando todo con semillas de Trinidad. Comprometidos a acercar a  los hombres, a destruir barreras, a superar desigualdades, a enseñarles una lengua común,  a forjar verdaderas comunidades. Comprometidos a vivir y hacer vivir en el amor.

TRI/AGUSTÍN
"Entiendes la Trinidad si vives la caridad" TRI/ENTENDER Porque, al fin, como  expresaba bellamente ·Agustín-san: «Entiendes la Trinidad, si vives la caridad». Lo  demás, todo lo que podamos decir de este misterio, es silencio y adoración. Como rezaba la  Bta. Isabel de la Trinidad: «Oh, Dios mío, Trinidad a quien adoro. Ayúdame a olvidarme  totalmente de mí, para establecerme en Vos, inmóvil y tranquila, como si mi alma estuviera  ya en la eternidad». 

CARITAS/89-1.Págs. 207 ss.


 

16.

1. El beso santo La Trinidad no es una fiesta más para celebrar, sino la síntesis de todo  lo que celebramos: la fiesta de Dios. Todas nuestras celebraciones, todas nuestras  oraciones, las iniciamos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y todas las  terminamos bendiciendo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Estamos  marcados por la Trinidad y vivimos inmersos en la Trinidad. Es el aire que respiramos, la  atmósfera que nos envuelve. No es el objeto que vemos, sino la luz con la que vemos todos  los objetos. Cuando deseamos un bien, es a Dios trino al que deseamos. El es el objeto  oculto de todos nuestros deseos y es la fuente de todas nuestras satisfacciones. Cuando  buscamos a alguien, El es siempre nuestro Tú. Cuando nos encontramos con nosotros  mismos, El es nuestro verdadero Yo. Nuestro Todo.

La señal de la cruz con la invocación trinitaria no es sólo una introducción a nuestras  oraciones, sino que es ya una hermosa oración y profesión de fe, confesamos al Padre, al  Hijo y al Espíritu, les ofrecemos lo que hacemos y lo que somos, nos protegemos con su  marca y su presencia, nos engolfamos en su vida divina.

2. Creer en la Trinidad 

Creer en la Trinidad es creer en el misterio y en la profundidad de las cosas. Nosotros  nos movemos en la superficie y caemos en el vacío. Pero Dios es profundidad sin fondo, la  profundidad última de nuestra vida, la fuente de nuestro ser, la meta de nuestras  aspiraciones.

Si quitamos a Dios, caemos en la futilidad de nuestro consumismo, en la vaciedad de las  cosas, en la inutilidad del tener, en la necedad de las ambiciones, en el hastío de los  placeres, en el sinsentido de los acontecimientos y de la historia. Así se describe hoy, por ejemplo, la vida social: "Frente a la caótica situación de un  mundo que ha perdido el ton y el son que lo movió hasta ahora, se instalan en nuestra  sociedad unos digeribles sucedáneos, el pasotismo y la superficialidad...

Pocas veces se habla ya del dolor o de la felicidad; es corriente traducir tales términos  por fastidio y gusto, por molestia y placer... Escuchar buena música, ver películas gratas,  tomar copas risueñas, asistir a una opera, vestirse como mandan los cánones, retirarse al  campo los fines de semana... En el fondo, pasar". (A. ·Gala-A. El País, ll-11-89).

Apertura y comunión 

Creer en la Trinidad es creer en la comunión de los hombres. Hecho a imagen y  semejanza de Dios, el hombre se realiza en la medida que se relaciona, se libera cuando se  abre, se estimula cuando se comunica, se llena cuando se entrega. El fondo íntimo de la  persona, en el que se graba el dinamismo trinitario, es apertura y comunión. Así como el  Padre es impensable sin el Hijo y el Hijo es impensable sin el Padre y el Espíritu es  impensable sin el Padre y sin el Hijo, así el yo es impensable sin el tú y el tú es impensable  sin el yo. El tú no es límite sino manantial del yo. Estamos hechos, siguiendo el modelo  trinitario, para el diálogo, el amor y la unión de todos en Dios. Sólo así nos personalizamos  como en la Trinidad, en que las personas se plenifican en la comunicación y donación  mutuas, se gozan en la relación, se extasían en la unión.

Por eso, la Trinidad no es tanto un dogma para estudiar. sino un misterio para vivir y una  realidad a la que tender. Estamos llamados para sumergirnos dentro del dinamismo  trinitario: ahora imperfectamente, algún dia en su plenitud. «Que todos sean uno, como tú  Padre en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros» (Jn. 17. 21). Unidad  perfecta. Así, desde la comunión, es como se entiende la Trinidad. Lo que decía  ·Agustin-san: «Entiendes la Trinidad, si vives la caridad».

Comunicación 

Creer en la Trinidad es aceptar la riqueza de la pluralidad. La comunión trinitaria es  dinámica y respetuosa. No absorbe ni destruye la personalidad del otro, sino que la  defiende y la cultiva. Cada persona es un valor insustituible. El yo y el tú son  inreemplazables.

La unidad no se realiza por absorción, sino por comunicación. Dios gusta de la variedad y  es inagotable en su creatividad. Por eso nos quiere distintos, únicos, inrepetibles. Dios no  se repite nunca, respeta todo lo que crea y nos ama como somos.

Aceptación UNIDAD/UNIFORMIDAD:

Así, nosotros tenemos que empezar por aceptarnos y amarnos, cultivando nuestra propía  identidad. Para poder aportar algo a la comunidad, tenemos que tener valores distintos,  tenemos que ser distintos. Sé tú mismo. Defiéndete de la masificación. Pero tenemos que respetar y amar al otro tal como es; incluso debemos luchar para que  sea así, original y distinto. Cuando amamos al otro, aunque sea el hijo, no es para que se  parezca a mí, sino para que sea él... Aun en la unión más íntima se requiere la diferencia.

El sello trinitario 

Sabemos las dificultades que encontramos para realizar este proyecto trinitario. Nos  cuesta el camino de la unidad y nos cuesta la aceptación del pluralismo. Basta echar una  mirada al mundo: de una parte lo vemos roto por los cuatro costados, divisiones íntimas y  profundas en todos los niveles, ideológicos, políticos, económicos; de otra parte  constatamos las tendencias absolutistas, también en todos los niveles, que convierten al  hombre en un número, un voto, un cliente, un consumidor, todo masificado. El mismo  peligro encontramos en las sociedades más pequeñas, como las familias. En las mismas  Iglesias, que tendrían que ser un ejemplo de comunión trinitaria, encontramos tantos  problemas para conseguir la unidad, dentro del necesario respeto a la propia identidad. Nuestra tarea no es otra que ir poniendo el sello trinitario en todas nuestras relaciones;  que lo llenemos todo de respeto y amor; que rompamos todos los muros, pero que  defendamos todas las identidades; que todos sean uno, pero que sean todos. 

CARITAS/90-1.Págs. 243-246


17.     

Frase evangélica: «Haced discípulos de todas las naciones» 

Tema de predicación: EL DIOS CRISTIANO 

1. Desde Adviento a Pentecostés, recorre la Iglesia aproximadamente seis meses  contemplando a Cristo liberador, hijo del Padre, especialmente en el día de la Pascua.  Otros seis meses dura el tiempo después de Pentecostés, dedicado al Espíritu santificador,  engendrado del Padre y del Hijo. Cristo es precursor del Espíritu, y el Espíritu es precursor  de Dios Padre. El año litúrgico es, en su realidad más profunda, un ciclo trinitario. Acabado  el ciclo pascual, es necesario solemnizar la Trinidad, bajo cuyo nombre hemos sido  bautizados, cuya inhabitación hemos recibido y en cuya memoria empezamos toda reunión  cristiana. La idea principal de esta fiesta, nacida tardíamente en el siglo X, es recordar el  dogma de la Trinidad. Con la fiesta de la Trinidad se abre un amplio «tiempo ordinario».

2. La fiesta de la Trinidad nos ayuda a contemplar el misterio pascual en la totalidad de  Dios único o en la acción del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. También nos revela el ser  del cristiano, imagen y semejanza de un Dios que es comunidad de vida, comunión de  personas. Recordemos que la persona se define por una relación de amor. Aunque el  término «Trinidad» no se encuentra en el Nuevo Testamento se pueden observar pasajes  en los que se describe la acción amorosa y creadora del Padre, la acción liberadora y  salvadora del Hijo y la acción santificadora y llena de plenitud del Espíritu.

3. La comunión cristiana es comunión con Dios, por Jesucristo, en el Espíritu Santo.  Además, en nombre de la Trinidad ejerce la Iglesia su triple misión, según san Mateo:  evangelizar (hacer discípulos), celebrar la fe (bautizar y celebrar la eucaristía) y guardar el  nuevo mandamiento (ser servidores de la caridad). Finalmente, las oraciones litúrgicas van  dirigidas al Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo. La fiesta de la Trinidad nos invita a  madurar la comunidad de fe, a fomentar la unidad en la caridad y a desarrollar la misión en  la esperanza de la plenitud .

REFLEXION CRISTIANA:

¿Influye en nuestra vida cristiana el Dios trinitario? 

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993. Pág. 201 s.


 

18. ECOLOGISMO/ALABANZA CREACION/ECOLOGIA

Una de las tareas más urgentes de las Iglesias es hoy, sin duda, ayudar a la humanidad  a recuperar el sentido de la adoración, la admiración y la alabanza. Una humanidad que no  venera la vida ni sabe agradecer al Creador el regalo de la Tierra, corre el riesgo de  deslizarse progresivamente hacia su autodestrucción. Lo advertía hace ya algunos años,  Teilhard de Chardin con estas palabras: «Pronto la humanidad deberá escoger entre el  suicidio o la adoración.» 

Estamos asistiendo estos días a los tensos debates y discusiones que se producen en  «La Cumbre de Río» sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo. Atrapados entre el miedo a la  destrucción y los intereses económicos de cada nación, los hombres se enfrentan entre sí,  incapaces de cambiar y de orientar su vida de manera diferente sobre la Tierra. La humanidad va tomando conciencia de que todo no puede ser dominar y utilizar la  Tierra; que es necesario cuidarla, respetarla y compartirla de manera más humana. Pero,  ¿quién será capaz de liberar a los hombres de la apropiación abusiva, de la explotación  utilitaria, de la insolidaridad egoísta de los poderosos? 

El desastre sólo puede ser evitado cambiando de rumbo, pero, ¿dónde encontrar el  fundamento de una decisión ética que urja a todos los hombres a sustituir el egoísmo  individual y colectivo por una actitud nueva de fraternidad entre todos los pueblos y de  comunión con el mundo? 

El hombre moderno ha ido expulsando a Dios del mundo. Se ha esforzado por hacer de  la Tierra una morada más segura y confortable, pero ha olvidado al Creador, ha  menospreciado el «origen amoroso» de donde proviene la vida. Se ha creído dueño  absoluto del mundo, pero el mundo se le escapa de las manos hacia la destrucción. Hemos excluido a Dios como «Misterio del mundo» (E. Jungel), y el mundo se va  cerrando cada vez más sobre unos hombres replegados sobre sus propios intereses.  Hemos hecho del mundo «una inmensa fábrica» de producir y consumir objetos, pero este  mundo ya no nos remite a algo más profundo y sagrado. Hemos prescindido del Creador y  hemos desencadenado una agresión a la creación que ya no sabemos cómo detener. Probablemente, nunca ha sido tan necesario el retorno a Dios, fuente misteriosa de la  vida, amor original de donde brota la apasionante aventura del mundo, fundamento último  de la dignidad inalienable del ser humano.

La fiesta de la Trinidad es una invitación a adorar a Dios como «Misterio del mundo».  Una fe viva en ese Dios ayudaría a los hombres a recuperar una visión más unitaria de la  humanidad y del mundo, urgiría a una fraternidad real entre todos los pueblos, despertaría  el respeto a la creación entera y suscitaría en los hombres el amor a todo lo vivo.

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944. Pág. 57 s.


 

19.

Frase evangélica: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo» 

Tema de predicación: DIOS UNO Y TRINO 

1. Para conocer y penetrar en el misterio de Dios, la Biblia procede pedagógicamente. El  misterio de la Trinidad se prepara en el Antiguo Testamento con la vivencia del  monoteísmo: Yahvé es un Dios único. Pero no es un Dios de la naturaleza, sino de la  historia. Dada la situación humana, es un Dios salvador, como se muestra en sus  intervenciones liberadoras. Los profetas anuncian la llegada de un Mesías Salvador en los  nuevos tiempos, cuando se lleve a cabo la nueva alianza y Dios reine en persona, sin  personajes interpuestos. El Mesías de Dios será el Salvador del mundo.

2. El misterio de Dios uno y trino se revela de una forma más completa en el Nuevo  Testamento. El punto de partida es la persona de Jesús. Recordemos que la fe de la Iglesia  se redujo al principio a esta afirmación: «Jesús es el Señor» o «el Cristo», es decir,  Jesucristo. Jesús, en plena continuidad con la fe judía, llama «Padre» a Dios y concibe la  patemidad de Dios de un modo universal: es el Dios del reino, del pueblo, de los pobres.  Ciertamente, las relaciones entre el Padre y el Hijo son íntimas y totales. Su conocimiento  mutuo es idéntico, como es igual la concordia de sus voluntades. Por otra parte, Jesús  revela el misterio del Espiritu, especialmente en la última cena. Muere exhalando el Espíritu  y aparece resucitado soplando el Espíritu sobre sus discípulos. Los profetas habían dicho  que el Mesías tendría el Espíritu en plenitud y lo derramaría abundantemente. Es Lucas,  sobre todo, el testigo del Espíritu en la persona y en la obra de Jesús.

3. La Iglesia es la comunidad de los cristianos enviados al mundo, como Cristo fue  enviado por el Padre; es además la comunidad de los que se aman entre sí y aman a los  demás como el Padre ama al Hijo, y el Hijo al Padre. En definitiva, la Iglesia, en relación a  la Trinidad, es la familia del Padre, el cuerpo de Cristo y el templo del Espíritu. La fe se  manifiesta trinitaria en el acto bautismal y en toda eucaristía, que empieza y termina en el  nombre del Padre, del Hijo y del Espiritu Santo. Finalmente, con el gesto fundamental de la  cruz nos santiguamos trinitariamente.

REFLEXION CRISTIANA:

¿Tiene cabida en nosotros el Espiritu Santo? 

¿Por qué somos reticentes a lo que llamamos «espiritual»? 

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993. Pág. 127 s.


 

20.

¡Qué gran fiesta es Dios! A veces pensamos que Dios es un poquito aburrido, un poquito  serio. A veces incluso hemos llegado a pensar que Dios es un tanto severo y exigente,  tendiendo a cruel. ¡Qué imágenes de Dios, Dios mío, hemos llegado a presentar! Como  para hacer ateo a cualquiera. Y. efectivamente. muchos negaron a Dios, pero sólo estaban  negando las imágenes que les presentaban los creyentes. Recordemos aquellas terribles  palabras de Martin Buber: "Dios... es la palabra más vilipendiada de todas las palabras  humanas... Las generaciones humanas... han desgarrado esta palabra. Han matado y se  han dejado matar por ella... Los hombres dibujan un monigote y escriben debajo la palabra  Dios".

En el libro de los Proverbios leemos unas preciosas palabras puestas  en boca de la Sabiduría: «Mi origen es antiquísimo... Cuando colocaba los cielos, allí  estaba yo... Cuando asentaba los cimientos de la tierra, yo estaba junto a él, como  aprendiz, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia». Antes de  que el agua fuera vapor y empezara a llover por los siglos; antes que las palabras fueran  como un mar de olas rojas: antes del primer fulgor de las estrellas, que iniciaron enseguida  una danza espléndida, ininterrumpida; antes de que el polvo cósmico produjera inmensas  espirales de galaxias: antes de la primera explosión cósmica, gigantesca, que dio origen a  la expansión no acabada de la materia, hace de esto más de 13.000 millones de años;  antes de todas las cosas creadas, yo, la sabiduría, jugaba con Dios hasta llegar al éxtasis;  yo, su Hijo, «jugaba en su presencia», y ese juego quedó personalizado en el Espíritu.

Entonces, Dios no es un ser solitario o triste o aburrido. Dios está siempre jugando y vive  siempre en una relación desbordante, misteriosa. Dios es una fiesta que no acaba. Dios  vive siempre en éxtasis electrizante. Dios es una danza apasionada. Dios es fecundidad  infinita. Dios es creatividad desbordante. Dios está siempre creando. Y Dios está siempre  amando. La creación es para El como un juego de amor. Dios juega siempre con su Hijo,  con sus hijos. Dios ama infinitamente a su Hijo, a sus hijos. Dios habla mucho con su Hijo,  con sus hijos. Dios es diálogo y amor. Dios es un verdadero «encanto». Dios es una gran  fiesta.

Pero, claro, todo lo que decimos de Dios es palabra relativa, y se define mejor por lo que  no es, que por lo que es. También podríamos decir de Dios que es compasión infinita. que  es una cascada inagotable de lágrimas misericordiosas, que tiene sus ojos puestos con  preferencia sobre los pobres y los despreciados, que no hay dolor que El no sienta, que se  pasa su cielo consolando y ayudando a sus hijos ¿Cómo será ese cielo de Dios?  Realmente es que no le dejamos descansar. Si tiene que escuchar todas nuestras  plegarias y enjugar todas nuestra lágrimas y resolver todas nuestras dudas, ¿qué tiempo le  queda para El? 

De todos modos. aunque no sabemos bien cómo se entiende, algunas cosas sobre Dios  sí podemos asegurar. Podemos decir, por ejemplo. que Dios es Padre, que es Amor, pero  sobrepasando todas nuestras categorías. Podemos decir que Dios es Vida, que es plenitud.  Podemos decir que Dios es Donación- Comunicación-comunión: un Amor que se da, que se  relaciona y que unifica.

¿En qué Dios creemos? Es importante responder a esta pregunta, porque «uno es lo que  adora». Queremos siempre ser como el Dios que adoramos. Cuando uno tiene un ídolo, trata de imitarlo. El Dios que adora hoy la mayoría de la gente  es el dinero y el consumo, y así se van convirtiendo en devotos consumistas.

• Nosotros creemos en un Dios todo corazón, un Dios compasivo y misericordioso. Lluvia  de besos y gracias. Un Dios-Amor. 
• Nosotros creemos en un Dios-Padre, fuente de vida, generosidad desbordante. Nos lo  da todo. Nos crea con capacidad de crear. 
• Nosotros creemos en un Dios-Hijo, su palabra y su encanto, diálogo permanente,  comunicación plena, entrega total. 
• Nosotros creemos en un Dios-Espíritu, chispazo de unión, arco voltaico divino, abrazo  vivo, comunión profunda, la flor del Amor, el Amor del Amor. Siguiendo la huella trinitaria, podríamos distinguir tres grandes «dimensiones divinas»:  

Donación-Comunicación-Comunión.

Donación  El amor de Dios es enteramente generoso. Es donación total y gratuita. La creación  entera es un desbordamiento de su generosidad. Crea para comunicar vida, no para recibir  nada. Dios no exige nada; sólo quiere que vivamos en plenitud. Los creyentes en Cristo  sabemos hasta qué grados llega esta donación divina.

Pero hay en Dios una donación primera, fontal, origen de todas sus donaciones. Es la  autodonación total del Padre en el Hijo. El Hijo nace de las entrañas del Padre y lo recibe  todo de El. El Padre no se vacía, pero el Hijo se llena enteramente del Padre. Así, todo lo  que tiene el Padre lo recibe el Hijo, de manera que no pueden distinguirse en nada, si no es  en la relación paterno-filial. "Todo lo que tiene el Padre es mío" afirma Jesús. Donación que  se extenderá igualmente al Espíritu. «Tomará de lo mío». El Padre, por tanto, no se reserva  nada para marcar, digamos, diferencias; lo da todo y se da del todo. Derramándose a sí  mismo, engendra al Hijo. Dándose, fecunda.

Comunicación 

El Hijo es la respuesta agradecida al Padre, el diálogo permanente con el Padre, la  comunicación abierta. El Hijo es la palabra del Padre, su sabiduria, todo su saber, su  pensamiento, su idea.

Dios no es Silencio, es Palabra. Dios no es secreto, es comunicación. El Padre no se  reserva ninguna idea brillante. El Hijo es toda la verdad del Padre, de la cual participa  plenamente el Espíritu. Sólo con mirarse se comunican plenamente. Esta palabra nos llegará también a nosotros. Dios ha querido comunicarse con el  hombre, hasta el punto de enviarle su propia Palabra. Dios nos ha hablado y nos sigue  hablando de muchas maneras, pero especialmente por medio de su Hijo (cfr. Hb 1,1-2). La  Palabra de Dios «gozaba con los hijos de los hombres».

Comunión D/FAMILIA:

En Dios no sólo hay diálogo, sino comunión perfecta. De las tres personas divinas, sí que  podemos decir que no tienen más que una sola alma y un solo corazón. Hay sintonía y  empatía totales. Podemos atribuir al Espíritu este misterio de comunión; El es el Abrazo que  une o en el que se unen el Padre y el Hijo. Es la personificación de esa atracción mutua  que se da entre el Padre y el Hijo. Es el beso santo entre el Padre y el Hijo. Es el  «Nosotros» del Padre y del Hijo.

Dios no es solitario ni individualista. Es familia, es hogar, es mesa redonda, es alianza de  amor, es unidad consumada.

Esta comunión y esta alianza divina también tienen su prolongación en el hombre. Inició  con él una serie de alianzas, cada vez más perfectas, hasta llegar a la alianza plena en  Jesucristo y en el Espíritu. Dios quiere que también nosotros nos integremos en su unidad:  «Que todos sean uno, como Tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en  nosotros... Yo en ellos y Tú en mí, para que sean perfectamente uno» Jn/17/21-23).

Hechos a su imagen y semejanza 

No se nos revela el misterio de la Trinidad para que nos rompamos la cabeza, sino para  salir de nuestros egoísmos. Si conocemos algo del misterio de Dios, es para que nos  esforcemos por vivirlo, de manera que lleguemos a ser parecidos a El, pues estamos  hechos con un dinamismo divino. Nuestra perfección consistirá en acercarnos lo más  posible al modelo en el que fuimos pensados.

Si las "dimensiones" divinas son la donación, la comunicación y la comunión, seguro que  también nosotros nos realizaremos a base de donación, comunicación y comunión.  Estamos hechos para el encuentro y la comunidad, para el diálogo y la comunicación, para  la unión y el amor.

Al ver la realidad humana, seguro que nadie lo diría. ¿Qué es lo que realmente  prevalece: la solidaridad o el egoísmo, la rivalidad o la colaboración, el diálogo o la  violencia? ¿Predomina el entendimiento entre los hombres? ¿Brilla la generosidad? 

¿Resplandece la fraternidad?  Si realmente creemos en la Trinidad, debemos poner todo nuestro empeño en asumir  esas fuerzas divinas que la construyen.

Donación 

Aprendamos a dar y a darnos, a compartir bienes y talentos, a vivir en solidaridad.  Aprendamos a abrir la mano y el corazón. Se trata de vencer esas terribles fuerzas del  egoísmo y la avaricia que nos llevan a la insolidaridad y la explotación. Aprendamos a dar  generosa y gratuitamente, sin pedir recompensas: «Como te di tanto, me debes  corresponder con tanto». Eso no es amor, sino mercado. Parece difícil aprender esta  lección y, sin embargo, ¿no es verdad que «hay más dicha en dar que en recibir»? Sin  duda, es más feliz el que da que el que acapara. Y, sobre todo, más fecundo. El que se da  generosamente, engendra. El que se da del todo, se llena de hijos. El que se cierra  egoístamente, queda infecundo.

Comunicación 

La sociedad humana, desde la familia a las más grandes organizaciones internacionales,  se construye con la fuerza de la palabra. Pero una palabra compartida. Porque hablamos  mucho, pero dialogamos poco. Hablamos mucho, pero cada uno habla su propia lengua: la  de su egoísmo o su ideología. Hablamos mucho, pero vivimos aislados. Demasiados  prejuicios e incomprensiones, demasiadas superficialidad y demagogia, demasiadas  agresividad y violencia en las palabras. La palabra que viene de Dios es generosa, altruista, respetuosa, humilde, compartida,  entregada.

Comunión 

Creer en la Trinidad es creer en la comunión de los hombres. El hombre se realiza en la  medida que se relaciona. En lo más intimo de la persona hay un dinamismo de apertura y  comunión. El yo es impensable sin el tú. El tú y el yo son impensablcs sin el nosotros. Las  personas y los pueblos crecen cuando se unen.  Cuando encontramos un mundo roto, cuando vemos una Iglesia dividida, cuando nos  acostumbramos a los divorcios y a todo tipo de divisiones, podemos constatar qué poco  espíritu de comunión hay en nosotros. Y sentiremos a la vez la urgencia del compromiso  cristiano: la de ir poniendo el sello trinitario en todas las relaciones humanas,  esforzándonos por superar todo aquello que divide a los hombres.

Cinco erigencias trinitarias 

-- Salir de sí e ir al otro, superando toda cerrazón y distancia.

--Sentarse en la mesa del diálogo para compartir y enriquecerse en la verdad.

--Compartir con generosidad toda clase de bienes, viviendo en solidaridad o igualdad.

--Sentir con el otro, com-padecer, em-patizar, com-partir la vida del espíritu.

--Vivir la comunión, integrarse en comunidad.

CARITAS/92-1.Págs. 270-275


 

H-21.

«PER IPSUM...». Cada vez me gusta más esa doxología con que culminamos la plegaria eucarística. En  ella, elevando el sacerdote en su manos el cuerpo y la sangre de Cristo, dice: «Por Cristo,  con El, y en El, a Ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y  toda gloria».

Cada día me gusta más, porque es el resumen y la quintaesencia de toda nuestra  relación con el misterio de la Trinidad, en el que vivimos. Mirad. La postura más racional y bella de nuestra condición de criaturas es la de «alabar  al Creador». Desde nuestra pequeñez. Desde el reconocimiento de nuestra menguada y, a  la vez, gran estatura. Es tan grande la obra de Dios en nosotros que, por poco que se haya  desarrollado nuestra capacidad de admiración; deberíamos estar repitiendo a cada paso  como el «poverello» de Asís: «Alabado seas, mi Señor...». La liturgia romana lo hizo  siempre: «Gloria Patri, et Filio...». Y las oraciones de la Didajé, el documento cristiano más  antiguo, terminaban siempre con una expresión de alabanza al Creador.

Pero es que, en esta doxología de la plegaria eucarística, hay una cosa especial. Y es  que el mismo Hijo, el mismo Espíritu Santo, que son «por naturaleza» destinatarios de la  alabanza, aparecen aquí como participantes activos en la realización de esa alabanza. Es  decir, alabamos a Dios, en primer lugar por medio de Cristo: «Por Cristo, con El y en El». No de un Cristo «solitario», como cuando El, en su vida terrena, glorificaba a Dios: «Yo te  alabo, Señor del cielo y de la tierra...». Sino por medio del Cristo-total. Un Cristo cabeza de  toda la Humanidad redimida y de toda la Creación, incorporada a El por su muerte y  resurrección. Y, en segundo lugar, lo hacemos «en unidad del Espíritu Santo». Es decir, la  Iglesia, congregaba en una unidad por el Espíritu, es la que «por El, con El, y en El», hace  la perfecta oración de alabanza. Aquella que preconizó Jesús a la samaritana: «Adorarán  en espíritu y en verdad».

Sí, cada vez me gusta más esa doxología. Me recuerda que toda la historia de salvación  es la repetición de un ciclo incesante que, saliendo del Padre, al Padre vuelve, por medio  del Hijo y en unión del Espíritu.

Efectivamente. Dios Padre, por el Espíritu que es Amor, nos dio a su Hijo en la  Encarnación. Y ya todos los pasos de ese Hijo fueron pasajes de amor y de alabanza.  Escuchad la carta a los Hebreos: «Por el Espíritu se ofreció a sí mismo como hostia  inmaculada a Dios». O lo que dijo el mismo Jesús: «Yo, Padre, siempre te he glorificado  sobre la tierra».

Ciclo perfecto, pues.

--Pero ese ciclo de amor y alabanza estará ya siempre comenzando. Eso es lo que  ocurrió en Pentecostés: «El Espíritu cubrió con su sombra» a los apóstoles, que «estaban  reunidos con María la Madre de Jesús». Eran ya la Iglesia. Una Iglesia que, siguiendo los  pasos de Jesús, podrá decir un día: «Yo siempre te he glorificado...». En eso trabaja y  sueña.

--Y más todavía. Ese ciclo de alabanza se debe repetir en cada uno de nosotros. En mí,  pobre pecador. Porque a mí también, oídlo todos, «me cubre el Espíritu con su sombra» y  está tratando de hacer surgir en mí una «copia» de Cristo: alter Christus. Eso sí, en la  medida en la que yo «me deje hacer». En esa medida, yo también podré repetir: «¡Padre,  yo siempre te he glorificado sobre la tierra!». Al menos, ése es mi intento, no siempre logrado.

ELVIRA-1.Págs. 45 s.


 

22.«TU ROSTRO BUSCARE, SEÑOR» 

El día de nuestro bautismo hicimos una declaración de amor. Quiero decir que, por el  bautismo, acogíamos el inmenso amor que Dios nos tiene y, a la vez, le prometíamos el  nuestro. De esta declaración de amor nacieron dos entrañables vinculaciones. Una, a la  Trinidad soberana, ya que nos convertimos en «templos suyos». Y otra, al Cuerpo de  Jesús, como lo dijo también Pablo: «Todos nosotros hemos sido bautizados en un mismo  Espíritu, para formar un solo cuerpo». No vivimos, pues, en soledad. Actuamos «en el  nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu», y somos «miembros vivos del cuerpo de  Cristo».

Ahora bien, en el cuerpo de Cristo «unos son apóstoles, otros, profetas, otros tienen el  don de curar...».. Pablo se extiende complacido en la enumeración de los carismas, para  destacar su variedad. Pero, en un momento determinado dice: «Los miembros que parecen  más débiles, son los más necesarios. Y los que parecen despreciables, los apreciamos  más».

Quiero subrayar estas palabras. y pienso de una manera especial en «los  contemplativos», a los que quizá subestimamos y no acabamos de entender. Ocurre que el  hombre de hoy, tan productivo, activo y eficacista, tan metido en el ruido y el ajetreo, se  resiste a admitir que unos hombres hechos y derechos, y unas mujeres con su rica  personalidad en flor, se encierren en la soledad de un claustro, priven a la sociedad de su  colaboración y talento, y allá se desgasten como lámparas inútiles. Creo que nos conviene refrescar algunas ideas.

1ª ¿Qué es lo útil? ¿Qué es lo inútil? ¿Podríamos llamar inútiles los 30 años del «Deus  abscónditus» de Jesús en Nazaret? ¿Son inútiles las flores que nos regala la primavera?  ¿Es inútil esa sonrisa que acabo de ver en el rostro de un niño? ¿Serán, por tanto, inútiles  las vidas de estos seres que, como flores de primavera, se abren a la Trinidad? Escuchad  lo que escribió ·Merton-TOMAS, el fino monje norteamericano ORA/CONTEMPLACION  «Hemos sido llamados a preferir la gran inutilidad, la aparente  improductividad de sentarnos a los pies de Jesús y escucharle. Estamos llamados a preferir  esto a otra vida más productiva. Calladamente afirmamos que hay algo más importante que  hacer cosas».

2ª ¿Y la parábola del «tesoro escondido»? El hombre que lo encuentra «vende todo lo  que tiene por comprar ese campo». ¿Es que hay algún tesoro más estimable que «el mismo  Dios»? ¿No consiste el primer mandamiento en «amar a Dios sobre todas las cosas»? El  contemplativo es el que mejor dice: «Tu rostro buscaré, Señor...». Y de ellos dice el  Vaticano II: «Van buscando a Dios en soledad y silencio, en asidua oración y generosa  penitencia y tienen un puesto eminente en el Cuerpo místico de Cristo».

3ª Dentro de esa dinámica, ningún problema de la Humanidad les resulta ajeno. Y así,  mientras nosotros, los que trabajamos en la vida activa, hablamos a los hombres «de Dios»,  ellos hablan a Dios «de los hombres». Desde la «soledad», que ellos han elegido, se hacen  solidarios con esas otras «soledades», que nosotros acarreamos sin haberlas elegido.

4ª Finalmente, aunque la vocación de los contemplativos no busque directamente el  apostolado, su «modo de vida» es apostolado y testimonio. Con su actitud pregonan que  «Dios es más importante que todas las cosas». Su apertura al misterio de la Trinidad es  una invitación a buscar, dentro de este mundo materialista, los valores eternos y  espirituales.

ELVIRA-1.Págs. 144 s.


 

23. ELEGIR LA MEJOR PARTE VIDA CONSAGRADA

No deja de sorprender que la Iglesia nos proponga un «día» para «rezar por los que  rezan»: pro orántibus. ¡Si ellos son el acumulador de energías para los demás, la  «palanca» del cuerpo místico, ¿qué necesidad tienen de nuestra oración? ¡Es como echar  agua al mar! Quizá los maliciosos piensen: «Es para que vuelvan al buen camino; para que  dejen la contemplación y vengan a la acción, que es lo que hace falta, ya que «la mies es  mucha y los obreros pocos».

¡Suele mezclarse la ligereza cuando hablamos de los contemplativos! ¡O el  desconocimiento del «ser cristiano»! Pensamos, al evocarlos, que son seres huidizos,  inútiles, equivocados, con una visión unilateral y desenfocada en el modo de «implantar el  reino».

Somos nosotros seguramente los que necesitamos rumiar profundamente las palabras de  Jesús: «Muchas cosas me quedan por deciros. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, os  guiará a la Verdad plena». Y concretando más: «Todo lo que tiene el Padre es mío. Y el  Espíritu tomará de lo mío y os lo anunciará». Eso son los contemplativos. Seres que han  leído muy atentamente estas palabras y en ese empeño viven. Seres que tratan de beber,  «en la interior bodega» del Espíritu, todo «lo que a Jesús le faltaba por decir» y que, a El,  «se lo había comunicado su Padre». Miembros vivos, entroncados en el Misterio de la  Trinidad, cuya fiesta celebramos.

Los contemplativos no son hombres y mujeres que se han buscado «su cueva» para  sobrevivir, como los hombres de las cavernas. Al menos para un sobrevivir meramente  terreno. Ellos van tras otra «supervivencia». La que, «como un manantial, llega hasta la  vida eterna». ·Agustín-SAN lo explicaba, asombrado de sí mismo: «Tú estabas, Señor,  dentro de mí y yo estaba fuera de mí mismo y te buscaba fuera. Tú estabas conmigo y yo  no estaba contigo. Tú me llamabas y, al fin, tu grito forzó mi sordera. ¡Tarde te amé,  hermosura, siempre antigua y siempre nueva!» 

El contemplativo «contempla». No como hacemos los demás, tan tangencial y  epidérmicamente. El contemplativo busca la raíz de las cosas, «la fuente do mana y corre»,  el manantial. El contemplativo, «a zaga de la huella» que él «dejó por estos sotos», entra  en diálogo con el Omnipresente. Y, mientras nosotros hablamos de Dios a los hombres, él  habla de los hombres a Dios.

Necesitamos, sí, a los contemplativos. Nosotros tenemos el peligro de hacer un mundo  muy tecnificado, pero de piezas sueltas, disgregadas, desprovistas de una conjunción y de  un «espíritu interior» que les dé sentido. Ellos son la secreta savia vivificante y lubrificante  que ponga en marcha y haga posible el engranaje y el movimiento de todo el material  moderno por nosotros acumulado. Vivimos con la tentación constante de «hacer y hacer»  cosas. Los contemplativos andan «tratando de amistad con Dios», para que todas esas  cosas nuestras «se muevan» y no queden oxidadas en el montón de chatarra. Por eso, debemos rezar «pro-orántibus». Para que, en su tarea de diálogo permanente  con el Omnipotente y el Absoluto, no se detengan nunca. Para que no se dejen ganar por el  hastío. Para que no sucumban ellos mismos en el mal pensamiento de pensar, como  muchos piensan, que sus vidas son inútiles y sin sentido. Para que tengan la certeza de  que, en su silencio y su oración, han elegido «la mejor parte». Como María, la hermana de  Marta.

ELVIRA-1.Págs. 226 s.


24. Predicador del Papa: La Trinidad de Dios, modelo de «unidad en la diversidad» para la familia
El padre Raniero Cantalamessa comenta las lecturas del próximo domingo

ROMA, viernes, 20 mayo 2005 (ZENIT.org).- La Trinidad de Dios es modelo para toda comunidad humana (desde la familia a la Iglesia) porque muestra cómo el amor crea la unidad en la diversidad, recuerda el padre Raniero Cantalamessa --predicador de la Casa Pontificia— en su comentario a las lecturas del próximo domingo (Ex 34,4b-6.8-9; Dn 3,52-56; 2Co 13,11-13; Jn 3,16-18), solemnidad de la Santísima Trinidad


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Juan (3,16-18)

En aquel tiempo Jesús dijo a Nicodemo: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios».

La fuente del amor

En la liturgia del día la segunda lectura, de la segunda carta de San Pablo a los Corintios, es la que más directamente evoca el misterio de la Santísima Trinidad: «La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros». Pero ¿por qué los cristianos creen en la Trinidad? ¿No es ya bastante difícil creer que existe Dios, para añadirnos también el enigma de que él es «uno y trino»? Hay hoy día algunos a los que no les disgustaría dejar aparte la Trinidad, también para poder así dialogar mejor con judíos y musulmanes, que profesan la fe en un Dios rígidamente único.

¡Los cristianos creen que Dios es trino porque creen que Dios es amor! Es la revelación de Dios como amor, hecha por Jesús, la que ha obligado a admitir la Trinidad. No es una invención humana. Dios es amor, dice la Biblia. Así que está claro que si es amor debe amar a alguien. No existe un amor al vacío, no dirigido a alguien. Entonces nos preguntamos: ¿a quién ama Dios para ser definido amor? Una primera respuesta podría ser: ama a los hombres. Pero los hombres existen desde hace algunos millones de años, no más. Antes de entonces, ¿a quién amaba Dios? No puede de hecho haber comenzado a ser amor en cierto punto del tiempo, porque Dios no puede cambiar. Segunda respuesta: antes de entonces amaba el cosmos, el universo. Pero el universo existe desde hace algunos miles de millones de años. Antes de entonces, ¿a quién amaba Dios para poderse definir amor? No podemos decir: se amaba a sí mismo, porque amarse a sí mismo no es amor, sino egoísmo o, como dicen los psicólogos, narcisismo.

Y he aquí la respuesta de la revelación cristiana. Dios es amor en sí mismo, antes del tiempo, porque desde siempre tiene en sí mismo un Hijo, el Verbo, a quien ama con un amor infinito, esto es, en el Espíritu Santo. En todo amor hay siempre tres realidades o sujetos: uno que ama, uno que es amado y el amor que les une.

El Dios de la revelación cristiana es uno y trino porque es comunión de amor. La teología se ha servido del término «naturaleza» o «sustancia» para indicar en Dios la unidad, y del término «persona» para indicar la distinción. Por esto decimos que nuestro Dios es un Dios único en tres personas. La doctrina cristiana de la Trinidad no es una regresión, un compromiso entre monoteísmo y politeísmo. Es un paso adelante que sólo Dios mismo podía hacer que diera la mente humana.

Pasemos ahora a algunas consideraciones prácticas. La Trinidad es el modelo de toda comunidad humana, desde la más sencilla y elemental, que es la familia, a la Iglesia universal. Muestra cómo el amor crea la unidad en la diversidad: unidad de intenciones, de pensamiento, de voluntad; diversidad de sujetos, de características y, en el ámbito humano, de sexo. Y vemos precisamente qué puede aprender una familia del modelo trinitario.

Si leemos con atención el Nuevo Testamento, observamos una especie de regla. Cada una de las tres personas divinas no habla de sí, sino de la otra; no atrae la atención sobre sí, sino sobre la otra. Cada vez que el Padre habla en el Evangelio lo hace siempre para revelar algo del Hijo. Jesús, a su vez, no hace sino hablar del Padre. El Espíritu Santo, cuando llega al corazón de un creyente, no enseña a decir su nombre, que en hebreo es «Rûah», sino que enseña a decir «Abbà», que es el nombre del Padre.

Intentemos pensar qué produciría este estilo si se transfiriera a la vida de una familia. El padre, que no se preocupa tanto de afirmar su autoridad como la de la madre; la madre, que antes de enseñar al niño a decir «mamá» le enseña a decir «papá». Si este estilo fuera imitado en nuestras familias y comunidades, se convertirían verdaderamente en un reflejo de la Trinidad en la Tierra, lugares donde la ley que rige todo es el amor.

[Original italiano publicado por «Famiglia Cristiana». Traducción realizada por Zenit]


25. Fray Nelson
Temas de las lecturas: El Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro * Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: "¡Abba!" (Padre) * Bautizados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo

1. La Gloria de la Trinidad en la Historia
1.1 El 9 de febrero del año 2000 el papa Juan Pablo II nos regaló una reflexión preciosa sobre la presencia del misterio trinitario en la historia. Ofrecemos un aparte de su enseñanza, aunque la numeración aquí presentada es nuestra.

1.2 trataremos de ilustrar esta presencia de Dios en la historia, a la luz de la revelación trinitaria, que, aunque se realizó plenamente en el Nuevo Testamento, ya se halla anticipada y bosquejada en el Antiguo. Así pues, comenzaremos con el Padre, cuyas características ya se pueden entrever en la acción de Dios que interviene en la historia como padre tierno y solícito con respecto a los justos que acuden a él. Él es "padre de los huérfanos y defensor de las viudas" (Sal 68, 6); también es padre en relación con el pueblo rebelde y pecador.

1.3 Dos páginas proféticas de extraordinaria belleza e intensidad presentan un delicado soliloquio de Dios con respecto a sus "hijos descarriados" (Dt 32, 5). Dios manifiesta en él su presencia constante y amorosa en el entramado de la historia humana. En Jeremías el Señor exclama: "Yo soy para Israel un padre (...) ¿No es mi hijo predilecto, mi niño mimado? Pues cuantas veces trato de amenazarlo, me acuerdo de él; por eso se conmueven mis entrañas por él, y siento por él una profunda ternura" (Jr 31, 9. 20). La otra estupenda confesión de Dios se halla en Oseas: "Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. (...) Yo le enseñé a caminar, tomándolo por los brazos, pero no reconoció mis desvelos por curarlo. Los atraía con vínculos de bondad, con lazos de amor, y era para ellos como quien alza a un niño contra su mejilla, me inclinaba hacia él y le daba de comer. (...) Mi corazón está en mí trastornado, y se han conmovido mis entrañas" (Os 11, 1. 3-4. 8).

2. Junto a nosotros
2.1 Continúa enseñándonos el papa Juan Pablo II.

2.2 De los anteriores pasajes de la Biblia debemos sacar como conclusión que Dios Padre de ninguna manera es indiferente frente a nuestras vicisitudes. Más aún, llega incluso a enviar a su Hijo unigénito, precisamente en el centro de la historia, como lo atestigua el mismo Cristo en el diálogo nocturno con Nicodemo: "Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él" (Jn 3, 16-17). El Hijo se inserta dentro del tiempo y del espacio como el centro vivo y vivificante que da sentido definitivo al flujo de la historia, salvándola de la dispersión y de la banalidad. Especialmente hacia la cruz de Cristo, fuente de salvación y de vida eterna, converge toda la humanidad con sus alegrías y sus lágrimas, con su atormentada historia de bien y mal: "Cuando sea levando de la tierra, atraeré a todos hacia mí" (Jn 12, 32). Con una frase lapidaria la carta a los Hebreos proclamará la presencia perenne de Cristo en la historia: "Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre" (Hb 13, 8).

2.3 Para descubrir debajo del flujo de los acontecimientos esta presencia secreta y eficaz, para intuir el reino de Dios, que ya se encuentra entre nosotros (cf. Lc 17, 21), es necesario ir más allá de la superficie de las fechas y los eventos históricos. Aquí entra en acción el Espíritu Santo. Aunque el Antiguo Testamento no presenta aún una revelación explícita de su persona, se le pueden "atribuir" ciertas iniciativas salvíficas. Es él quien mueve a los jueces de Israel (cf. Jc 3, 10), a David (cf. 1 S 16, 13), al rey Mesías (cf. Is 11, 1-2; 42, 1), pero sobre todo es él quien se derrama sobre los profetas, los cuales tienen la misión de revelar la gloria divina velada en la historia, el designio del Señor encerrado en nuestras vicisitudes. El profeta Isaías presenta una página de gran eficacia, que recogerá Cristo en su discurso programático en la sinagoga de Nazaret: "El Espíritu del Señor Yahveh está sobre mí, pues Yahveh me ha ungido, me ha enviado a predicar la buena nueva a los pobres, a sanar los corazones quebrantados, a anunciar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad, y a promulgar el año de gracia de Yahveh" (Is 61, 1-2; cf. Lc 4, 18-19).

2.4 El Espíritu de Dios no sólo revela el sentido de la historia, sino que también da fuerza para colaborar en el proyecto divino que se realiza en ella. A la luz del Padre, del Hijo y del Espíritu, la historia deja de ser una sucesión de acontecimientos que se disuelven en el abismo de la muerte; se transforma en un terreno fecundado por la semilla de la eternidad, un camino que lleva a la meta sublime en la que "Dios será todo en todos" (1 Co 15, 28). El jubileo, que evoca "el año de gracia" anunciado por Isaías e inaugurado por Cristo, quiere ser la epifanía de esta semilla y de esta gloria, para que todos esperen, sostenidos por la presencia y la ayuda de Dios, en un mundo nuevo, más auténticamente cristiano y humano.

2.5 Así pues, cada uno de nosotros, al balbucear algo del misterio de la Trinidad operante en nuestra historia, debe hacer suyo el asombro adorante de san Gregorio Nacianceno, teólogo y poeta, cuando canta: "Gloria a Dios Padre y al Hijo, rey del universo. Gloria al Espíritu, digno de alabanza y todo santo. La Trinidad es un solo Dios, que creó y llenó todas las cosas..., vivificándolo todo con su Espíritu, para que cada criatura rinda homenaje a su Creador, causa única del vivir y del durar. La criatura racional, más que cualquier otra, lo debe celebrar siempre como gran Rey y Padre bueno" (Poemas dogmáticos, XXI, Hymnus alias: PG 37, 510-511).


 

26.- Solemnidad de la Santísima Trinidad - Ciclo A - Textos: Ex 34, 4.6.8-9; 2Co 13, 11-13; Jn 3, 16-18

Por Antonio Rivero

BRASILIA, 10 de junio de 2014 (Zenit.org) - P. Antonio Rivero, L.C. Doctor en Teología Espiritual, profesor y director espiritual en el seminario diocesano Maria Mater Ecclesiae de são Paulo (Brasil).

Idea principal: El misterio de la Trinidad viene a desafiar todas las religiones y filosofías humanas. Mientras esas religiones, sobre todo las más depuradas, como el hinduismo y las creencias orientales, conciben a Dios como un todo impersonal, rozando a veces en el panteísmo, el Cristianismo nos presenta a un Dios personal, capaz de conocer y amor a sus creaturas. Ninguna religión llegó a concebir que la divinidad amase realmente a los hombres.

Resumen del mensaje: Hoy la Iglesia celebra el misterio más elevado de la doctrina revelada, su misterio central. El enunciado del misterio es muy simple, como lo aprendimos en el Catecismo: La Santísima Trinidad es el mismo Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; tres Personas distintas y un solo Dios verdadero. Misterio insondable que nos lleva a tres actitudes: adorar, agradecer y amar. Sólo lo comprenderemos en el cielo.

Puntos de la idea principal:

En primer lugar nos preguntamos si este misterio, que sólo entenderemos en el cielo, nos servirá a nosotros aquí y ahora. Podríamos responder: realmente el misterio de la Santísima Trinidad no nos sirve para nada, porque Dios no sirve a nadie y a nada. Dios está para ser servido por nosotros y no para que nosotros nos sirvamos de Él. Tenemos que cuidarnos del criterio utilitarista tan propio de nuestra época, que juzga todo según sirva o no al capricho del hombre. Hay bienes que son deseables y amables por sí mismos, sin necesidad de estar buscándoles utilidades a nuestra medida. Los antiguos llamaban a estos bienes “honestos” porque se deseaban por sí mismos, sin buscar la utilidad o el deleite, que los convertiría en medios. ¡Te adoro, Dios Trinidad!

En segundo lugar, realmente deberíamos agradecer a Dios porque al ser un misterio inaccesible a nuestra mente, nos ha hecho el gran favor de humillarnos, de abajar nuestra inteligencia y nuestra cabeza, y colocarnos en nuestro verdadero lugar y de rodillas. Dios no es un objeto del cual podamos disponer a nuestro arbitrio, sino que es nuestro Señor y Creador, al que tenemos que adorar y ante el cual debemos doblegar nuestras rodillas. Contra la soberbia del hombre moderno, que cree poder conocer y dominar todas las cosas, aún las mas sagradas, como el alma y la vida humana, se alza el misterio insondable de la Una e indivisa Trinidad que la Iglesia proclama hoy, como hace dos mil años. ¡Te agradezco, Dios Trinidad!

Finalmente, la revelación de este misterio es otra muestra más del infinito amor de Dios hacia los hombres. Él no se contenta con amarnos, sino que goza en nuestro amor por Él, y como nadie puede amar lo que no conoce, para excitar más nuestro amor por Él quiso mostrarnos los secretos de su vida íntima. Porque eso es en definitiva lo que Dios nos revela en este misterio, nada más y nada menos que su intimidad. De este modo, sabemos que Dios no es un solitario encerrado en su inalcanzable grandeza, sino que en Él hay un dinamismo vital de conocimiento y amor. Dios Padre, desde toda la eternidad, engendra al conocerse una Persona, su Imagen plena, el Hijo de Dios. Y el amor entre la primera y segunda Persona, entre el Padre y el Hijo, es tan profundo, por ser divino, que de él brota una tercer Persona, el Espíritu Santo. ¡Te amo, Dios Trinidad!

Para reflexionar: Piensa en esta frase de san Pablo: “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni entró en pensamiento humano, lo que Dios tiene preparado para los que le aman” (1 Co 2, 9).