20 HOMILÍAS PARA EL CICLO C
1-6

 

1. TRI/DEVOCION 

No hay un revelación del Padre que sea la del Antiguo Testamento, luego una revelación del Hijo en los evangelios, y finalmente una revelación del Espíritu en la vida de la iglesia. Algunas visiones del judeocristianismo imaginan este proceso, pero ¡eso sí que es dividir la Trinidad! En realidad, es la misma revelación la que progresa a lo largo de los siglos según la evolución de los hombres y la pedagogía de Dios; se trata siempre de la revelación del Padre, del Hijo y del Espíritu.

Cuando Jesús nos dice que el Espíritu nos guiará "hacia la verdad plena" y lo llama "el Espíritu de verdad", podría creerse que nos ofrece a un teórico de la religión. Pero basta con leer los Hechos de los Apóstoles, el evangelio del Espíritu, para ver que seguimos estando en la verdad evangélica, es decir en una "práctica", en una vida según Jesús, que tiene que transformarnos en verdaderos hijos de Dios.

El Espíritu nos enseña "haciéndonos vivir". Seguiremos estando en el mundo de la experiencia, única base de la fe y de la devoción trinitarias. Esta experiencia del Padre, del Hijo y del Espíritu se irá elaborando poco a poco como teología, pero en su punto de partida está el triple encuentro con Yavé, con Jesús y con el Espíritu de Pentecostés; la Trinidad será siempre un misterio que vivir.

¿Cómo vivirlo? Por el evangelio, si es para nosotros una llamada a realizar constantemente una triple experiencia trinitaria. La de la oración que va modelando poco a poco en nosotros un corazón de hijos: "¡Padre, venga a nosotros tu reino!". La experiencia fraternal que nos hace comulgar con Jesús: "Amad como yo y por medio de mí". Y finalmente la experiencia de la fuerza de vivir: el coraje de realizar nuestra tarea humana en cualquier situación según las inspiraciones del Espíritu.

En realidad estamos metidos en una vida; son los tres los que nos hacen vivir la oración, el amor y el coraje. Pero unas veces es el Padre el que nos atrae con mayor fuerza; otras veces es Jesús o el Espíritu. Lo esencial es vivir algo, y entonces es como nos hacemos instintivamente trinitarios: Jesús nos impulsa hacia el Padre y nos da el Espíritu, y el Padre nos dice su amor por el Hijo y sabemos que ese amor es el Espíritu, el Espíritu nos permite decir "¡Padre!" y "¡Señor Jesús!" como es debido.

Finalmente, ser trinitario es pedirle constantemente al Espíritu que no permita que desmintamos con nuestros actos estos dos gritos de amor.

ANDRE SEVE
EL EVANG. DE LOS DOMINGOS
EDIT. VERBO DIVINO ESTELLA 1984.Pág. 217


2.

En muchas ocasiones hemos indicado, al tratar la cuestión de la Trinidad, desde estas mismas páginas, cómo la principal enseñanza que de esta realidad podemos sacar para nuestra vida es el estilo comunitario. Dios, en cuanto Dios-comunidad, es la mayor enseñanza de cómo debe actuar el hombre.

Pero quizá sea bueno que tratemos de dar un paso más y superemos ese paralelismo en que nos hemos quedado: al igual que Dios es comunidad, el hombre debe ser comunidad. Porque la comunidad divina no es algo cerrado en sí y presentado como modelo a los hombres; esa comunidad es activa hacia el hombre. Y ¿cuál es esa actividad que la comunidad divina desarrolla con el hombre? Partimos de una realidad: Dios es inaccesible para el hombre; y éste sólo tiene un camino para conocerlo: Jesús. A partir de aquí Dios ya no es una idea, sino el Padre que se hace visible en Jesús.

A un Dios-idea-lejano se le acepta fácilmente: no exige nada y con un culto desencarnado se le puede tener contento. Un Dios-hombre que se hace historia, afecta a ésta, a la sociedad y al hombre. Al tomar el Dios-hombre una opción en el concierto humano, acredita unas posturas y desacredita otras.

Esto es lo que hará Jesús con sus discípulos: comunicarles lo que ha oído del Padre, es decir: su plan para con el mundo. Pero los discípulos (y no sólo los de entonces: los de todos los tiempos), en un primer momento, no le comprenden.

Será el Espíritu quien explique y aplique el mensaje de Jesús; y así, la historia del hombre, a partir del acontecimiento Jesús, va tomando, poco a poco, conciencia del proyecto de Dios-Padre: hacer que el hombre viva (en plenitud).

El Espíritu, por tanto, obrando en el corazón de los hombres haciéndoles conocer a Jesús (y, con él, lo que éste había oído del Padre), va dando la clave en que los hombres -al menos los discípulos- deben leer la historia; ésta no es sino una dialéctica entre el "mundo" (en el más genuino sentido del evangelio de Juan) y el proyecto de Dios. Los discípulos deben conseguir que ese proyecto se haga realidad; para lograrlo habrá que estar abiertos, por una parte, a la vida y a la historia, y por otra, a la voz del Espíritu que les va interpretando esa vida y esa historia.

Y toda esta capacidad interpretativa le es dada a los discípulos precisamente a partir de la exaltación (muerte de Jesús). Profundizando en este acontecimiento culmen de la historia, la comunidad va descubriendo cómo actúa el pecado del mundo desacreditando al justo, matando al hombre, porque el "mundo" está guiado por un espíritu mentiroso y homicida; pero desde la resurrección, la comunidad descubre también cómo se va ejecutando en el "mundo" esa sentencia que lo condena al fracaso; a pesar de las victorias parciales del "mundo", el triunfador ha de ser, a la larga, el proyecto de Dios.

Pero la acción del Espíritu no es una simple obra de iluminación; el Espíritu no es un "luminotecnia espiritual".

El Espíritu, además, comunica el amor de Jesús, pone en sintonía con él a los discípulos; y así hace posible que la comunidad, identificada con Jesús gracias a la acción sintonizadora del Espíritu, se convierta en el nuevo enviado de Dios para comunicar a los hombres lo que han oído del Padre.

Y esta sintonía de los discípulos con Jesús se traduce en el amor. Sólo quien es capaz de amar a los hombres con el mismo amor con que los amó Jesús, es decir, hasta el extremo de dar la vida por ellos, es quien puede afirmar que ha sintonizado en su vida con Jesús, que es portavoz de la Palabra del Padre y que obra bajo la acción del Espíritu. En Jesús ya se realizó el plan de Dios.

Ahora ese mismo plan -plan de amor, de desenmascarar toda muerte en el mundo aun cuando estén amparados en el nombre de Dios, de desenmascarar toda opresión, de denunciar toda marginación e injusticia, de llevar al hombre a la madurez y a la plenitud por el camino de la fraternidad y de la igualdad- debe realizarse en la comunidad. Esta, por su sintonía con Jesús, debe reproducir fielmente su estilo, debe entregarse únicamente a interpretar la historia según el criterio del amor para hacerla caminar hacia su culminación en Cristo Jesús. Y también es el Espíritu el que ayuda a la comunidad a conseguir que la acción de la comunidad esté plenamente identificada con la acción de Jesús.

La Trinidad, como vemos, es mucho más que un dogma de lujo. Es la realidad de un Dios-comunidad que se hace presente en la historia, conmocionando la marcha de la misma y creando unas relaciones dialógicas personales con el hombre creyente.

Tratemos de celebrar la festividad de hoy descubriendo si nuestra docilidad al Espíritu, nuestra identificación con Jesús y nuestra condición de enviados del Padre son tres realidades de las que somos perfectamente conscientes, con nuestro estilo de vivir, son nuestra presencia fructífera en el mundo.

DABAR 1980, 32


3. ES/VERDAD:

-El Espíritu nos guía hasta la verdad plena (Jn 16, 12-15)

El pasaje del evangelio de san Juan elegido para la solemnidad de hoy, se encuadra en el contexto del discurso que siguió a la Cena. Dentro de poco Cristo va a dar por terminadas sus relaciones terrenas con los Apóstoles.

Es importante aclarar el comienzo de esta perícopa: Jesús hace constar que no le ha sido posible enseñar todo lo que él hubiera querido. Y no por falta de habilidad en él o por haber empleado mal su tiempo, sino por la incapacidad de sus oyentes para el diálogo. En efecto, la enseñanza de Cristo no es ante todo una doctrina; su enseñanza se confunde, por decirlo así, con su persona y a quien hay que recibir es a él. Como san Juan recalca en su Prólogo, el mensaje de Jesús es el mismo Jesús que se entrega como regalo (Jn 4, 10), y hay que entablar diálogo con él. Pues bien, a pesar del tiempo que Jesús pasó junto a sus discípulos, ese diálogo no llegó a alcanzar un punto de perfección suficiente para que ellos pudieran entenderlo todo.

Por otra parte, muchas veces se sintió Juan impresionado ante la incapacidad de los discípulos para entablar un verdadero diálogo con Cristo, cuyo misterio les cuesta trabajo descifrar. Recordemos la pregunta de Tomás al anunciar Jesús que se va para prepararles un sitio: "Señor, no sabemos a dónde vas ¿cómo podemos saber el camino?" (Jn 14, 4-5). A pesar de eso, Jesús afirma que pueden conocerle a él, que le conocen: "si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre. Ahora ya lo conocéis y lo habéis visto" (Jn 14, 7). Esta vez, el que descubre su incomprensión es Felipe: "Señor, muéstranos al Padre y nos basta. Jesús le replica: -Hace tanto que estoy con vosotros, ¿y no me conoces, Felipe? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: "Muestranos al Padre"? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre en mí?" (Jn 14, 8-lO). En el mismo capítulo, en respuesta a la pregunta de Judas: "¿qué ha sucedido para que te muestres a nosotros y no al mundo?", contesta Jesús: "EI que me ama guardará mi palabra y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él" (Jn 14, 22). Un poco más adelante, en el pasaje de Juan que se lee hoy, vemos a los discípulos preguntarse unos a otros sobre el significado de las palabras de Jesús con las que anuncia su ida al Padre (Jn 16, 17-18).

Será necesario, por lo tanto, que el Espíritu les haga conocer la verdad; él continuará la obra de Cristo. Parece claro que Jesús piensa en la obra del Espíritu que debe guiar a toda la Iglesia venidera: él hará que se entienda lo que va a venir y le dará un sentido. Así nos muestra este texto las relaciones entre el Padre, el Hijo y el Espíritu. Jesús es enviado por el Padre, el Espíritu también es enviado por el Padre para continuar en la Iglesia la obra del Hijo. Por la oración de Jesús envía el Padre al Espíritu (Jn 14, 16), y desde el Padre envía el mismo Jesús al Espíritu (Jn 15, 26).

Nuestra vida de cristianos en la Iglesia camina toda ella hacia la plenitud de la verdad, bajo el impulso del Espíritu. La vida de la Iglesia es enteramente trinitaria, signo del amor del Padre en la entrega del Hijo a través del cual llegamos al Padre, en el Espíritu que nos llevará a descubrir constantemente la verdad plena.

-La obra de Dios se manifiesta por su sabiduría (Pro 8, 22-31)

Nos impresiona la belleza de esta literatura poética que el libro de los Proverbios nos ofrece. En una primera lectura, sentiríamos la tentación de ver aquí un himno a la Persona del Hijo o a la del Espíritu Santo. Lo que en realidad sucede es que el Nuevo Testamento presenta a Cristo como la Sabiduría encarnada (Col 1, 15-18; Ap 3, 14). Frecuentemente los Padres hacen lo mismo o también ven la Sabiduría en el Espíritu Santo. Con todo, la exégesis no puede ver en la sabiduría a una persona sino una manera literaria de ensalzar la obra de Dios, la cual es en su totalidad una manifestación de la sabiduría divina. Por lo tanto, no se debería supervalorar la importancia de este texto ni hacer de él una especie de teología del propio Cristo o del Espíritu.

En nuestro texto de hoy, la Sabiduría se presenta a sí misma y toma la palabra para describirse. Fue creada por Dios y con anterioridad a todas las demás cosas; es anterior al mundo.

¿Cómo hay que entender este texto, en la celebración de la Santísima Trinidad? Dejando a un lado toda interpretación puntual de las palabras, en este texto hemos de ver la voluntad de la Iglesia de hacer constar en su liturgia cómo Dios preparó, con siglos de anticipación, el misterio de amor que más tarde habría de revelar en su Hijo por el Espíritu. Se nos invita así a admirar toda la obra de Dios que acaba por insertarnos en plena vida trinitaria.

Así lo entiende el salmo 8 que nos hace cantar a modo de aclamación: "Señor, dueño nuestro, ¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!".

-Participar en la gloria de Dios (Rm 5, 1.5)  CIELO/ESPERANZA:

"La esperanza de la gloria de los hijos de Dios" es una esperanza de cuya realización poseemos ya algunos elementos.

En una antiquísima oración de exorcismo, utilizada hoy en el ritual del bautismo, se nos dice que poseemos los "rudimenta gloriae": poseemos ya los elementos de nuestra propia gloria. Porque en realidad, vivimos ya con la Trinidad en la vida del amor que "ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado". Por la fe se nos ha dado ya la "justificación". "Hemos obtenido con la fe el acceso a esta gracia en que estamos". Experimentamos, por lo tanto, el amor divino.

Sin embargo, esto no quiere decir que esté todo resuelto; todavía nos encontramos en la fase de lucha y de prueba. Pero aquí es donde estas luchas y estas pruebas adquieren ante nuestros ojos, con la fe y la certeza de que vivimos unidos a la Trinidad, un significado que sólo puede existir para los que recibieron el Espíritu: "Hasta nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce constancia; la constancia, virtud probada; la virtud, esperanza".

Así, la vida en el Espíritu nos da el don de la paz con Dios por Cristo en el Espíritu, que ha infundido en nosotros el amor.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 68-71


4. 

El misterio del hombre y del mundo

Una de las grandes figuras de la mística cristiana es el alemán maestro Eckhart. Fue un hombre que supo reunir en el siglo Xlll el saber teológico, los cargos de gobierno en la orden dominicana y una profunda experiencia mística que refleja en sus escritos. Refiriéndose al misterio de Dios, el maestro Eckhart formulaba así su ciencia teológica y su experiencia espiritual: «Hablando en hipérbole, cuando el Padre ríe al Hijo, y el Hijo le responde riendo al Padre, esa risa causa placer, ese placer causa gozo, ese gozo engendra amor, y ese amor da origen a las personas de la Trinidad, una de las cuales es el Espíritu Santo».

Por supuesto, que todas estas metáforas no sirven para explicar racionalmente el misterio del Dios uno y trino, pero nos dan una imagen del Dios en quien creemos muy distinta de la que habitualmente está en nuestra mente: el famoso triángulo trinitario y los fríos conceptos, tomados de la filosofía griega, de naturaleza, persona, relación etc. Es un Dios cuyo misterio se refleja en vivencias humanas como las de la risa, el gozo y el amor... que nos resultan más entrañables que los rígidos e intelectuales conceptos escolásticos.

En la portada de nuestra sencilla hoja parroquial hemos reproducido uno de los más famosos iconos de la Iglesia oriental. Es de mediados del siglo XV, atribuido a Andrei Rublev y que se conserva en Moscú. Está inspirado en un pasaje del libro del Génesis, cuando Dios se apareció a Abrahán junto al encinar de Mambré, mientras estaba sentado a la puerta de su tienda, porque hacía calor. Abrahán alzó la vista, vio a tres hombres de pie frente a él y les dijo: «Señor, si he alcanzado tu favor, no pases de largo junto a tu siervo».

Es un relato deliciosamente primitivo, en el que se mezclan el único Dios y los tres caminantes que se acercan a Abrahán y le acaban prometiendo el hijo deseado, a pesar de que su mujer, Sara, estaba ya «seca».

La Trinidad ha tenido una gran influencia en la espiritualidad rusa. Como dice Pavel Florensjkij: «La Trinidad se ha entendido siempre, y todavía se la entiende así, como el corazón de Rusia: a la hostilidad y el odio reinantes venía a contraponerse el amor recíproco, desbordante del eterno y silencioso coloquio, en la eterna unidad de las esferas eternas».

Hay una frase del teólogo español, Xavier Pikaza que dice: «El misterio de la Trinidad nos descifra nuestro propio misterio». Es lo que también había dicho, con otras palabras, Y. Congar: «Tal vez la mayor desgracia del catolicismo moderno es haberse convertido en teología y catequesis sobre el "en sí" de Dios, sin insistir al mismo tiempo sobre la dimensión que todo ello encierra para el hombre».

Es verdad: hemos reducido el dogma de la Trinidad a un misterio que nos habla del incomprensible «en sí» de Dios y hemos perdido de vista el «en sí» del hombre que, al mismo tiempo, se nos manifiesta. Porque Jesús no es sólo la revelación del «Dios, a quien nadie ha visto jamás», sino, también, la revelación del misterio del hombre que no comprendemos.

-Voltaire decía que «Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, y el hombre le ha pagado con la misma moneda». Nos ha faltado estar más a la escucha del misterio de Dios, revelado en Jesús, y nos hemos construido un Dios a nuestra imagen y semejanza, hecho sobre nuestros deseos de poseer, acaparar, dominar... E, igualmente, nos hemos olvidado de mirar a Dios para balbucear el misterio del hombre: hemos considerado que lo importante en el hombre es el dinero, la fuerza, la ciencia, el prestigio. Y apenas nos acordamos de que el hombre se asemeja al Dios que es amor cuando vive en el amor, cuando crea lazos, cuando no es un individuo aislado, encerrado en sí mismo, sino cuando intenta vivir la vida de amor que es la misma vida de Dios.

La primera lectura y el salmo están llenos de esas resonancias ecológicas, tan de actualidad hoy por la Cumbre de Río y de las que hablábamos el domingo pasado. Nos hablan de la sabiduría de Dios formada antes de los abismos, de los manantiales y las aguas, que precedía a la tierra, la hierba y los terrones del orbe. Incluso, con gran audacia, presenta a esa sabiduría jugando como una niña con la bola de la tierra. Y el salmo es una plegaria de admiración hacia el nombre del Señor, al contemplar los cielos, la luna, las estrellas, las aves del cielo, los peces del mar que trazan sendas por los océanos...

Tenemos que decir, hoy también, que el misterio de la Trinidad no sólo nos descifra el misterio del hombre, sino que también nos descifra nuestra relación con el mundo. Porque se nos está reprochando frecuentemente a los cristianos de responsabilidad en la gravísima crisis ecológica que estamos padeciendo. Se nos recrimina que ninguna religión está tan centrada en el hombre y subraya más el dominio del ser humano sobre la naturaleza, como la que arranca del relato de la creación en el Génesis. Se insiste en que el famoso mandato del «dominad la tierra y sometedla» ha significado el impulso hacia unas actitudes de dominio despótico sobre la naturaleza creada.

Pero también se insiste en que el gran desarrollo tecnológico que ha originado la crisis medioambiental surge precisamente cuando la ciencia y la tecnología han sido más autónomas y han estado más al margen de las Iglesias cristianas. Y se subraya igualmente que el arranque de la crisis hay que situarlo en el Renacimiento, que es cuando comienza a imponerse una creciente comprensión de Dios como el omnipotente, dueño absoluto de la creación. Pero es un Dios al que se le retira al mundo de lo trascendente, abriéndose paso una concepción inmanente del mundo, que lleva a pensarlo sin Dios y donde el hombre, creado a imagen del Todopoderoso, se asemeja a Dios por su poder sobre el mundo, no por la bondad y el amor. Aquí se debe situar la figura de Descartes, para el que la ciencia convierte al hombre en «señor y propietario de la naturaleza», poniendo las bases para una relación del hombre con la naturaleza como de sujeto-objeto, como dominio-sometimiento. Ante la necesidad de una ética, y aún de una religión, que ofrezcan propuestas ante la crisis medioambiental se ha vuelto los ojos a las religiones primitivas y a las orientales. Sin negar el valor de estas tradiciones, debemos afirmar que los cristianos podemos encontrar en nuestra propia sabiduría pistas para una armónica relación con la naturaleza.

No basta con afirmar, como lo ha hecho la Iglesia evangélica, que «la tierra pertenece al Señor», no al hombre. Tenemos que recordar que el Dios trino no es un solitario, dominador del cielo y la tierra, sino un Dios comunitario, rebosante de relaciones. Padre, Hijo y Espíritu Santo viven dentro de la más perfecta comunidad de amor. Podemos asemejarnos a ese Dios no mediante el señorío y el sometimiento de la realidad creada, sino a través de la comunidad y de una reciprocidad rebosante de vida. No es cristiana, sino teísta, esa concepción en la que el Dios trascendente ha creado un mundo inmanente y cerrado. Dios Padre, a través de su Palabra y en el Espíritu Santo, ha creado el mundo.

Como consecuencia de ello, todo existe por, en y a través de Dios. Dios está presente por su Espíritu en todo; cada ser vivo existe en esa fuente de vida que es el mismo Dios. El Espíritu de Dios ha sido derramado y renueva la faz de la tierra. Esta visión de la creación, como reflejo de la vida íntima de Dios, hace al hombre más inmerso en la creación, crea en él una actitud más de admiración que de dominio. Es lo que expresaba también el salmo de hoy: «¡Qué admirable es el nombre y la presencia de Dios en toda la tierra!». Es lo que reflejaban también el canto de las criaturas de Francisco de Asís y «las montañas y los valles solitarios, nemorosos» de san Juan de la Cruz.

Por eso tenemos que volver a la risa, al placer, al gozo y al amor de Dios, o al viejo icono ruso, para comprender al hombre y su relación con el mundo. Allí, en nuestra antigua sabiduría podemos encontrar también reflejado el misterio de la Trinidad, el misterio más íntimo de Dios, el misterio del hombre, el mismo misterio del mundo.

JAVIER GAFO
DIOS A LA VISTA
Homilías ciclo C
Madris 1994.Pág. 183 ss.


5.

1. El testimonio del Espíritu y de los discípulos

Siguen las repeticiones de Juan en el discurso de despedida de Jesús. Ya en la primera parte había prometido a sus discípulos la permanencia en ellos del "Espíritu de la Verdad" (Jn 14,17), que los iría llevando a la comprensión de todo su mensaje (Jn 14,26). Ahora les anuncia la actividad del Espíritu en orden a la misión, dando testimonio en favor del mismo Jesús, condenado por el mundo.

El Espíritu -significa "viento" o "aliento"- es el "aliento" de Dios, la expresión de su vida, de la intimidad de su ser. Es el amor del Padre y del Hijo derramado en el corazón de los hombres. Es el Espíritu creador. que procede de Dios Padre. Este Espíritu es quien va a dar testimonio de Jesús. de la verdad de su vida y de su amor. Continuará la salvación-liberación que comenzó Jesús, ofreciéndola a toda la humanidad (Jn 3,17: 12,47).

Jesús ya no habla de "su Padre" (Jn 15,23-24), sino "del Padre", porque la relación filial con Dios va a ser posible a todo hombre que responda a su amor. El testimonio que Jesús ha dado de sí mismo y de su misión no se verá reducido al silencio después de su partida de este mundo; seguirá resonando a través de la obra del Paráclito y de los discípulos, en medio de crueles enfrentamientos con el mundo hostil, y en los que los discípulos llevarán la peor parte (Jn 16,33). Un testimonio que sólo podrán descubrir los pobres, los que lloran, los perseguidos por ser justos, los misericordiosos..., es decir, todos los bienaventurados (Mt 5,3-12). Todos los demás seguirán -¿seguiremos?- empeñados en no querer ver. Un peligro que todos corremos, especialmente los que monopolizan las ideologías, la economía, la política o las religiones.

Los testimonios del Espíritu y de los discípulos constituyen una unidad, porque el Consolador da su propio testimonio precisamente a través de los discípulos, llevándolos a entender más a fondo la obra de Jesús y sirviéndose de ellos como instrumentos para continuarla.

El Espíritu dará su testimonio dentro de las comunidades, confirmando la experiencia interior de Jesús en sus miembros y empujándolos a la lucha por el reino de Dios, que implica necesariamente la ruptura con el mundo injusto. Un testimonio que renovará en cada época la obra del Mesías de Dios. De esta forma, además del Espíritu, también los discípulos darán testimonio del Maestro. Un testimonio que sólo llegará al pueblo si el discípulo vive de acuerdo con el mensaje de Jesús.

"Porque desde el principio estáis conmigo". ¿Qué significa esta expresión? No puede referirse únicamente a los apóstoles, porque todo discípulo, en cualquier época y lugar, está llamado a dar testimonio de Jesús. Por lo que estas palabras son válidas, necesariamente, siempre. Parecen afirmar, más bien, que para dar testimonio de Jesús es imprescindible aceptar como norma de la propia vida toda su existencia -"desde el principio"-, sin separar al Jesús resucitado del histórico, huyendo de la tentación de quedarnos únicamente con el primero y olvidando la entrega hasta la muerte que le llevó a esa glorificación. Entrega que deberemos imitar sus seguidores si queremos dar ese testimonio que nos pide.

2. La verdad es un largo camino

"Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas ahora". ¿Fue incompleta la enseñanza de Jesús a sus discípulos durante el tiempo que vivió con ellos? Parece que ésa es la respuesta que se deduce de estas palabras. Sin embargo, no debemos entenderlas en sentido cuantitativo, como si Jesús hubiera dejado un determinado número de verdades para que se las enseñara el Espíritu Santo, sino cualitativamente, en cuanto comprensión en profundidad: mayor penetración del misterio de la persona y de la obra de Jesús, del sentido de su muerte, la sustitución que ha protagonizado de todo el orden religioso, la universalidad de su misión salvadora... No estaban capacitados aún para entender toda la hondura de estos acontecimientos. Los mismos evangelios nos dicen que algunos sucesos de la vida de Jesús no fueron entendidos por los discípulos cuando tuvieron lugar, sino después de su resurrección (Jn 2,22; 12,16). Ya hemos visto la reacción de todos cuando Jesús trataba de mostrarles su verdadero mesianismo... Nunca acabaremos de comprender en toda su profundidad la vida y la misión del Hijo de Dios. Nos pasa con ellas algo parecido a lo que sucede con las etapas del desarrollo del hombre: vamos entendiendo las cosas de niño, adolescente, joven y adulto según nuestra capacidad y nuestra vida concreta. Es la dinámica que sigue todo progreso humano, que requiere una constante reformulación y profundización de lo que sabemos para evitar el estancamiento y el infantilismo.

Por tercera vez habla del "Espíritu de la Verdad". Será el que "los guiará hasta la verdad plena", en el sentido que hemos visto. Verdad plena que es Cristo resucitado. Ante los nuevos hechos y circunstancias de la vida humana, el Espíritu irá iluminando a los creyentes las palabras de Jesús, las mismas que dijo a sus apóstoles. Las respuestas suelen "tocarnos" después de hacernos las preguntas.

Como sucedió con Jesús, tampoco el Paráclito hablará por iniciativa propia, sino que anunciará únicamente lo que oye de Dios (Jn 7,17; 8,28; 12,49; 14,10). "Os comunicará lo que está por venir". Ayudará a los discípulos a sacar del mensaje de Jesús las enseñanzas adecuadas para cada época o situación. Para lo que será necesario estar muy atentos al "periódico" y al evangelio: uno en cada mano. La verdadera clave de lectura de la historia humana es para los creyentes la plena comprensión del misterio de Jesús de Nazaret. O dicho de otra forma: Jesús marca la verdadera dirección de la humanidad, porque sólo a través de un amor como el suyo se puede conocer el ser del hombre, interpretar su destino y realizar la sociedad humana. La comprensión del Mesías la irán experimentando exclusivamente los que vivan desprendidos.

El Espíritu "glorificará" a Jesús porque, gracias a la iluminación que producirá en los discípulos su testimonio, éstos podrán ir comprendiendo que la muerte de Cristo fue el principio de su exaltación junto al Padre; que el camino elegido por Jesús -lleno de fracasos, humillaciones y derrotas- encerraba la verdadera vida humana.

"Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo comunicará". Al irnos ayudando a profundizar en las palabras de Jesús, el Espíritu nos manifiesta también quién es el Padre, porque el Padre y Jesús tienen todo en común. Todo lo que tiene que decirnos el Padre nos lo ha dicho en Jesús. Todo lo que el Espíritu tiene que comunicarnos lo toma de Jesús. El Padre y Jesús nos envían su Espíritu para que nos renueve íntimamente y mantenga vivo en nosotros, a lo largo de la historia personal y colectiva, el testimonio del Hijo.

A Dios se le ha hecho decir y defender todo. El Espíritu nos irá desvelando el auténtico Dios de Jesucristo, haciéndonos experimentar que el camino de transformación de la sociedad emprendido por Jesús es el camino de Dios. Es garantía de libertad -no está ligado a ninguna época pasada ni a ninguna situación fija- y también de fidelidad, porque retorna siempre al testimonio de Jesús, vuelve siempre a los orígenes. ¿No debiera haber hecho siempre -y seguir haciéndolo- esto mismo la Iglesia? ¡Cuántas reuniones y documentos en los que no se tiene en cuenta para nada el evangelio!

Jesús, lleno del Espíritu, ha llevado a término la misión que le confió el Padre, consistente en mostrar a los hombres su amor y su deseo de fraternidad universal, de salvación-liberación para todos los hombres. Ahora nos corresponde a sus discípulos, guiados por su mismo Espíritu, continuar en el mundo esta obra de liberación.

3. La Trinidad de personas en Dios

La teología considera los dos últimos versículos de este texto evangélico como uno de los más claros de la Escritura sobre la unidad de naturaleza y la distinción de personas en la Trinidad, y sobre la procedencia del Espíritu del Padre y del Hijo. La frase "todo lo que tiene el Padre es mío" se refiere, directamente, sólo a la verdad revelada por Dios, pero indirectamente se puede entender también en relación con la naturaleza divina, ya que la unidad de naturaleza es la razón última para que el Padre, el Hijo y el Espíritu posean la verdad en común.

La Trinidad de Dios es, para la mayoría de los cristianos, un problema matemático, fruto de un falso planteamiento desde las primeras catequesis: ¿cómo tres pueden ser uno? Es preciso buscar en el Nuevo Testamento qué significa creer en la Trinidad, qué representa en concreto para la vida de los hombres. Porque no podemos olvidar que toda verdad de nuestra fe, toda afirmación del credo, son realidades de vida.

Todos los hombres tenemos la experiencia de ser individuos que no se confunden con nada ni con nadie, irrepetibles. Nuestra propia intimidad es como una isla inabordable, que nos hace ser diversos, inconfundibles. Pero, a la vez, sentimos una irresistible tendencia al amor, a la amistad, a relacionarnos. Sentimos la necesidad de los demás para ser nosotros mismos. Somos diversos, pero sentimos la llamada a vivir en comunión. Estas tendencias de las personas se repiten en los pueblos y en toda la creación.

Conforme avanza la ciencia y la técnica, se va descubriendo cada vez mejor la tendencia a la unidad que existe en el universo. Nuestro mundo y nosotros somos así, porque somos creación de un Dios trino. ¿No deja el artista parte de su propio ser en su obra?

Hemos sido creados para compartir, para complementarnos unos a otros. Nada podemos hacer solos. Todo se explica y se realiza por la comunicación y la colaboración de unos hombres con otros. No podemos vivir ni un solo día de nuestra existencia sin la ayuda de los demás. ¿Cuántas personas colaboran constantemente para que podamos alimentarnos, vestirnos...? Es necesario que nos hagamos conscientes de ello para intuir algo de esa vida trinitaria presente en lo más profundo de la creación. En la raíz del ser humano existe la añoranza de una realidad trinitaria -comunitaria-. Nuestra intimidad personal incluye unas aspiraciones inagotables a la común-unión, porque cada ser humano es la imagen viva de Dios (Gn 1,26-27).

El misterio más profundo de Dios, el dogma más vital, está presente en las aspiraciones y esperanzas más hondas y auténticas del ser humano. Toda la humanidad está implicada en la realidad trinitaria. Dios nos ha creado semejantes a él y quiere que seamos, por opción libre nuestra, fieles a esa semejanza. La Trinidad es la raíz, la fuente y la meta de nuestra fraternidad humana.

Dios vive una vida semejante a como debería ser la nuestra: vida de familia, de comunicación, de entrega de la propia vida.

El misterio -realidad llena de vida- de la Trinidad nos tiene que ayudar para rechazar ese Dios que nos hemos imaginado tantas veces: un ser autosuficiente, dominador de todo, totalmente solitario en su cielo, rico...

El Dios trino es un Dios cercano, que se comunica, que se da. Una realidad de vida que intentamos describir con nuestro lenguaje, siempre limitado y deficiente, aproximativo, y que es el núcleo fundamental del cristianismo. Es verdad que el ser de Dios supera nuestra comprensión, que no lo podemos demostrar ni definir, pero sí podemos vivir inmersos en él.

Nos equivocamos cuando pretendemos reducir la Trinidad a fríos razonamientos. Lo que debemos hacer es vivir atentos a su existencia dentro de nosotros (Jn 14,23). Creer en Dios como Padre, Hijo y Espíritu, no es saber unas fórmulas, sino vivir en comunión con ellos. Un Padre, un Hijo y un Espíritu que se nos revelan en continua relación de amor, de comunicación, de fecundidad, de diálogo... Manifestamos nuestra fe en la Trinidad a través del amor, de la comunicación, de la fecundidad, del diálogo... que mantengamos unos con otros. EI hombre que vive como hijo de Dios y hermano de todos los hombres, fruto de su libertad interior, ha encontrado la razón de su vida; experimenta la Trinidad al vivir como hijo del Padre, siguiendo al Hijo, guiado por el Espíritu .

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET- 4 PAULINAS/MADRID 1986.Págs. 217-222


6.

1. «Os guiará hasta la verdad plena».

En el evangelio de hoy Jesús promete a sus discípulos el Espíritu Santo, que los guiará hasta le verdad completa. Esta totalidad es el misterio íntimo de Dios, su esencia, una esencia que sólo El conoce: porque al igual que únicamente el espíritu del hombre conoce la intimidad del hombre, así también, y mucho más aún, la intimidad de Dios nadie la conoce, si El mismo no nos la da a conocer y no nos hace partícipes de ella (1 Co 2,10-16). Esta autoapertura de Dios es entonces también «la verdad plena», pues tras la verdad de Dios o más allá de ella no puede haber ninguna otra verdad, y toda verdad contenida en el mundo creado no es sino un reflejo y una imitación de la verdad divina. Pero la verdad íntima de Dios es que Dios en cuanto origen y Padre se comunica ya desde siempre total e incondicionalmente a su «Palabra» o «Expresión» o «Impronta», que es «engendrada» en esta entrega total; se trata de un acto del amor más original al que sólo se puede corresponder con un amor recíproco igualmente total e incondicional. Pero cuanto más incondicional sea el amor, tanto más fecundo será: un simple «yo-tú» eterno se agotaría en sí mismo si el encuentro no fuera al mismo tiempo la producción de un fruto que (al igual que el niño es el fruto del encuentro de sus padres) testimonia el encuentro eterno del Padre y el Hijo. Los seres finitos, incluso cuando se aman, engendran y dan a luz en el amor, son seres yuxtapuestos; pero el ser infinito, que es Dios, sólo puede ser único: los que se aman en El sólo pueden existir el uno en el otro. Cuando el Hijo se hace hombre, no puede revelarnos otra cosa que el amor del Padre y su amor al Padre, y el amor de ambos por nosotros. Pero nosotros sólo podemos comprender este misterio y participar interiormente en él, si el Espíritu, que es a la vez la reciprocidad y el fruto de este amor, se derrama sobre nosotros. Este Espíritu no puede añadir nada más ni nada nuevo, pero su enseñanza es tan ilimitada como el propio amor divino. Si la revelación del Hijo ha «dado a conocer» (Juan 1,18) el amor divino «hasta el extremo» (Jn 13,1), y este extremo se alcanza con la muerte y resurrección, lo que comunique el Espíritu será tan ilimitado como lo que ha enseñado el Hijo.

2. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo».

La segunda lectura subraya esta verdad una vez más. Con su pasión y muerte, Jesús ha realizado finalmente el amor de Dios hacia nosotros y por nosotros, amor que no puede ser sino su propio amor trinitario, pues Dios no nos ama de una forma distinta a como se ama en sí mismo. El que nosotros, que hemos tenido «acceso» a este amor, seamos confortados en las tribulaciones y perseveremos en la paciencia, con la esperanza de participar en este amor, es decir: el que el sufrimiento en este mundo no nos aleje de Dios sino que nos acerque a El, y esto se convierta en nosotros en certeza, se lo debemos al Espíritu del amor de Dios que ha sido derramado en nuestros corazones. Merced a este Espíritu, nosotros mismos quedamos incluidos en la corriente eternamente fluyente del amor divino.

3. «Yo estaba junto a él, como aprendiz; yo era su encanto cotidiano»

Esto vale para los cristianos. Pero el misterio trinitario de Dios esta desde el principio impreso en toda su creación, como se indica en la primera lectura. Ya antes de las aguas primordiales, existía esta Sabiduría de Dlos, que aquí es designada como su hijo (aprendiz, su encanto cotidiano) y que en otros pasajes le ayuda a proyectar la creación; una Sabiduría que en la Antigua Alianza puede simbolizar tanto al Hijo como al Espíritu, algo divino y a la vez distinto del Creador paterno, de modo que todas las criaturas llevan impresa una huella de la entrega y de la fecundidad divinas. Cristo y el Espíritu Santo enviado por él no son simplemente la revelación de un misterio extraño y totalmente nuevo, sino al mismo tiempo también el desvelamiento para la criatura de su propio ser y de su sentido ultimo.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 254 s.