COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
Rm 05, 01-05

 

1.

Los exegetas consideran el cap. 5 de la carta a los romanos unas veces como conclusión de los cuatro primeros capítulos y otras como introducción a los capítulos siguientes. Probablemente no se puede escoger entre estas dos posturas: este capítulo prolonga y supera todo lo que le precede, anunciando lo que sigue. Los once primeros versículos que nos ofrece la lectura de hoy describen el itinerario del pensamiento de Pablo: partiendo de la experiencia presente (versículos 1-2) de la paz, de la gracia y de la esperanza, descubre en ellas los signos del amor eterno de Dios (vv. 3-8): la habitación del Espíritu Santo en nosotros y la muerte de Cristo por nosotros. Finalmente (vv. 9-11), el apóstol pasa a describir el futuro de la salvación.

a) La primera afirmación de Pablo es la de nuestra justificación por la fe (v. 1). Habla de ella en aoristo como de un hecho ya pasado, cuya realidad aún se hace sentir. En la primera parte de su carta Pablo colocaba la idea de la justificación en el centro de su exposición, viendo en ella la iniciativa divina más decisiva para la suerte de la humanidad. Pero con el v. 1 pasa el apóstol de una exposición intemporal de la justificación (sus principios: Rom 3, 21- 26; su universalidad: Rom 3, 27-4, 25) a la afirmación concreta de su realización presente en nosotros desde Cristo.

JUSTIFICACIÓN: Los judíos, sin embargo, esperaban la justificación en un futuro escatológico: la conjugaban en futuro. Pablo, conjugándola en aoristo, revela la diferencia fundamental que separa la fe del judío de la del cristiano. La justificación no es ya un objeto de esperanza, es un hecho pasado que se vive en realidades presentes y que desemboca en una nueva esperanza, insospechada para Israel.

b) Entre los frutos actuales de la justificación adquirida por Cristo, Pablo menciona la paz y la gracia (v. 2a). La paz sucede al estado de enemistad para con Dios y entre los hombres en el que paganos y judíos estaban sumidos antes de Cristo (cf. el cuadro sombrío que traza los primeros capítulos de la carta); la gracia es el contrapunto de la cólera divina (Rom 1, 18-3, 20); ella hace vivir en la amistad con Dios a aquellos que se encontraban separados de ella.

La paz entre judíos y paganos es uno de los motivos centrales de la carta a los romanos. Todo lleva a creer que en aquella época había en Roma dos Iglesias distintas: una, la judeo-cristiana, compuesta por ex judíos que escaparon a la persecución, y la otra, de origen griego o romano. Estas dos Iglesias tendrían vida totalmente separada (la carta a los romanos es, por otra parte, la única que no se dirige a "la Iglesia de Roma".

El objetivo de la carta aparece claramente; Pablo quiere que las dos Iglesias se unan y que los judíos y paganos se den cuenta de que todos son pecadores, tanto unos como otros (capítulos 1-4) y que han sido gratuitamente reconciliados con Dios por Cristo (cap. 5 y sgs.).

c) Pero el gozo de los bienes presentes que da la justificación queda superados en la esperanza. Leyendo el v. 5 se podría incluso creer que la fe es superada por la esperanza porque el apóstol conserva la orientación escatológica de la fe y de la justificación. La fe, obra de Dios es en certeza en nosotros la gloria.

d) Sin embargo, esta esperanza de la gloria saca a plena luz la distancia que separa al cristiano que está en el mundo de esa gloria cuya manifestación espera. Los judío expresaban con frecuencia esta distancia entre presente y futuro hablando de las tribulaciones y de las persecuciones que señalaban el paso de la una a la otra. Detrás de este tema se esconde la dolorosa depuración que produce siempre la trascendencia. La prueba de aquí abajo, cuando se vive un ideal elevado, pone en juego la existencia de la fe en este ideal: la virtud de la constancia la mantiene activa (v. 3). Pero el tiempo y su duración puede poner en peligro la solidez de la fe: la "virtud probada" viene entonces a socorrer a la esperanza y a ayudarla a mantenerse en pie (v. 4). Pero ¿de qué sirven unas simples virtudes de solidez si el espíritu de Dios no mora en los fieles para animar su fe, y si el amor de Dios no lo sitúa en una relación personal e indisoluble con el Padre? (v. 5). De este modo, la fe y la esperanza se nutren mutuamente de la caridad que vive en nosotros (1 Cor 13, 4-13).

Desde ahora, el cristiano, justificado por su fe y por la gracia de la sangre de Cristo, funda su vida sobre la paz y el amor al Padre, y sobre la morada del Espíritu en El para afrontar el futuro con la seguridad necesaria. El ritmo ternario del pensamiento de Pablo y de su expresión literaria lo lleva a hacer de la Trinidad el misterio más decisivo para el ser y para la vocación de cristiano.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág. 295


2.

Es un típico texto trinitario paulino y en él podemos ver algunas de las características más importantes de la presentación de la Trinidad que Pablo suele hacer en su catequesis. Aparecen, desde luego, los Tres de la Trinidad ("Dios" es el Padre en la terminología Paulina) y aparecen obrando la salvación. Este es el rasgo sobresaliente de la predicación trinitaria de san Pablo: no hablar tanto de la Trinidad en sí misma, ontológicamente considerada, sino de su función salvífica. Habla de ella tanto cuanto sea preciso para explicar el misterio de la salvación humana, sin grandes preocupaciones teóricas: en cambio procura conectar la vivencia cristiana (justificación, esperanza, otras actitudes cristianas básicas tal como aparecen en el texto de hoy) con la Trinidad. Se trata, pues, de un Dios cercano a los hombres, hombres creyentes.

En su catequesis trinitaria Pablo ahonda hasta la fuente del misterio salvífico desde la realidad del hombre salvado. Parece conveniente comenzar por esta realidad para ir profundizando y presentar al Padre como origen y destino de la humanidad, lo que se lleva a cabo por la acción de Cristo, aplicado a los individuos y a la comunidad por el Espíritu. Naturalmente la atribución de cada función a una persona es relativa. Pero nos orienta a cómo poder hablar de Dios Trino en contextos ya creyentes.

DABAR 1980, 32


3.

El cap. 5 de Rom expone una de las piezas claves de la teología de Pablo: el hombre justificado, reconciliado y salvado. El estar en paz con Dios no quiere decir tanto buscar la paz, sino el caer en cuenta de que ya se nos ha dado la paz en Jesucristo (Ef 2, 14). La paz se convierte así en el mayor bien mesiánico y no en una simple dimensión del alma, en una mera virtud (Is 9, 6; Lc 1, 79; Ef 2, 17). Estar en paz con Dios es saberse salvado y con fuerza para emprender una labor constructiva.

Si el hombre no tiene ningún título que presentar que le pueda hacer merecedor de la justificación (Rom 3, 27; cf. Lc 18, 9-14), el creyente no puede poner todo el peso de su ser hombre en las solas obras; por el contrario, puede "poner su orgullo" en la esperanza, porque ésta, así como la fe, se apoya solamente en la misericordia de Dios y en la fidelidad de sus promesas (cf. Rom 4, 2). Lejos de restar energías al cristiano, esta visión potencia su esfuerzo hacia límites inusitados. Esta justificación que nos descubre Pablo, es signo claro de que todo lo dicho es verdad.

Este término designa en el A.T. los sufrimientos del pueblo y de los hombres piadosos. Para el judaísmo, las tribulaciones son un signo anticipado del final de los tiempos. Para el cristiano supone mantener que el final de los tiempos está ya iniciado, que creer en Dios por Jesús es posible, lo que conlleva muchas tribulaciones (cf. Hech 11, 19; 17, 5-6; 2 Cor 1, 4-5) que tienen el matiz de inevitables (Mt 24, 9-28; Ap 1, 9). Evidentemente Pablo no quiere decir que el cristiano ande buscando el fracaso por no sé qué masoquismo insano; sino que, con la confianza que da la justificación, el creyente se siente con fuerza para superar lo contrario al evangelio y a la vida.

Se trata aquí del amor que Dios nos tiene y del que nadie podrá separarnos (Rom 8, 35). Este verso es dentro del N.T. el que más claramente afirma la relación amor-espíritu. A la hora del esfuerzo el hombre cristiano tiene un incentivo: Dios no se ha guardado su capacidad de querer, sino que nos la ha dado a nosotros.

EUCARISTÍA 1977, 27


4.

Haber sido justificado significa haber alcanzado la paz con Dios. Sin Cristo, hay entre Dios y el hombre pecador guerra y enemistad (v. 10). Pero en Cristo y por la fe en Cristo cesa la guerra y viene la paz. Dicha paz no es tan sólo un estado anímico, sino una nueva relación con Dios, la cual influye después en el estado del alma.

"Esta gracia en que estamos" es la nueva relación de los hombres a Dios. Redimidos por Cristo, somos ya "hijos de Dios". La filiación divina es obra del Espíritu Santo (cfr. c. 8). Sabiendo que somos hijos de Dios, esperamos alcanzar la gloria que a tales hijos corresponde. Por eso nos gloriamos, y éste es nuestro orgullo: pero no nos gloriamos como los fariseos en nuestra autosuficiencia y en el cumplimiento de la ley (2, 17 ss.; 3, 27; 4, 2). La esperanza y la confianza de los hijos de Dios sólo es posible si tenemos experiencia de la salvación recibida. Y es precisamente en las tribulaciones donde esta confianza se acredita como fuerza invencible, como constancia. Por la fe en el "Padre de misericordia y Dios de todo consuelo" (2 Cor. 1, 3), el cristiano resiste siempre contra toda esperanza humana. Y esa constancia y esa fidelidad en medio de las pruebas engendra de nuevo una mayor esperanza y nos hace sentir la salvación. La fe y la esperanza crecen en medio de las penas de la vida y mediante ellas, hasta que llegue la salvación total y la visión de lo que ahora sólo barruntamos.

La firmeza de la esperanza cristiana se nutre del amor de Dios, del que Dios nos tiene y ha sido derramado en nuestros corazones. Participamos y conocemos ese amor en virtud del Espíritu Santo que nos ha dado el Padre. El Espíritu no sólo nos cerciora de que Dios nos ama, sino que él mismo es la realidad, el Don, de ese amor de Dios. El es también la garantía de que el amor de Dios consumará la obra de salvación que ha comenzado en nosotros para que así la esperanza no quede defraudada.

EUCARISTÍA 1974, 34


5.

Los capítulos 5-8 de la carta a los Romanos son el núcleo más importante de la teología paulina. "El capítulo 5 es como un inmenso arco que, partiendo del pasado y del presente, se dirige hacia el futuro que llevará definitivamente a conclusión la obra iniciada con la fe" (O, Kuss).

Los primeros versículos del capítulo 5 nos hablan de la salvación que hemos recibido nosotros en nuestra justificación. Al quedar justificados por la fe en Cristo, estamos en paz con Dios: gozamos de su amistad, confianza, amor, nos sentimos próximos a él sin ningún temor ni distancia. Gracias a Cristo, la fe nos ha permitido esta entrada en la familia y la familiaridad con Dios, y gozar de la esperanza de la gloria.

Esto confiere seguridad y confianza al corazón cristiano, incluso en medio de las pruebas que van afinando nuestra fe y nuestra esperanza jamás defraudada. Dios nos ha dado su amor dándonos el Espíritu Santo, Espíritu de amor; y nosotros lo hemos conocido y acogido, dándole una respuesta de amor, de su mismo amor.

J. M. VERNET
MISA DOMINICAL 1983, 11


6.

Después de que en los capítulos anteriores Pablo ha expuesto que "hemos recibido la justificación por la fe", ahora describe los efectos de esta "justicia". El primero de todos es la paz: la reconciliación obrada por Jesucristo hace que estemos en paz con Dios. No es la paz del estúpido que no se apercibe de los problemas o la del cínico que pretende ignorarlos y los rehuye, sino que se trata de aquella paz que se mantiene firme incluso en las pruebas, porque es un don de Dios.

Al lado de la paz, está la gracia y la esperanza. En nosotros todavía no se ha realizado en plenitud el gozo de la vida en Dios, pero la esperanza, basada en la fe en Jesucristo, nos lleva a no sentirnos defraudados.

De hecho, estos efectos se incluyen en uno: el Espíritu Santo. El, que es el amor de Dios derramado en nuestros corazones, es quien hace posible que vivamos de la misma forma que Jesús, quien, lleno de este mismo Espíritu, ha vivido, en las pruebas y el sufrimiento, con aquella paz y aquella esperanza que provienen de la confianza total en un Dios-Amor.

JOSEP M. GRANÉ
MISA DOMINICAL 1992, 8


7. JUSTIFICACION/QUE-ES

En este típico texto paulino podemos observar un desarrollo de la justificación, enunciada en principio a partir de Rom. 3, 21.

Justificación no es algo extraño, aunque resulte difícil de entender si no se explica. Aquí hay una buena equivalencia, "tener paz con Dios", o sea, tener buenas relaciones con El. Siempre, como es lógico, por medio de Nuestro Señor Jesucristo, porque esas buenas relaciones no son simplemente un "pacto de no agresión", si no se van profundizando hasta llegar a ser las del hijo con su Padre Dios. Por eso se destaca que es un don, una gracia. Superada ya la vieja polémica protestante-católica sobre fe y obras, es claro que cuanto significa la justificación precisamente de relación positiva total con Dios no puede lograrse por acciones humanas, aunque sean muy buenas, sino sólo abriéndose a Nuestro Señor Jesucristo.

No siendo algo jurídico, es claro que esta situación se traduzca en el v. 5 en esperanza y amor, dimensiones apenas distinguibles en la teología paulina. Amor que está unido al Espíritu. Con lo cual han aparecido en este texto los Tres de la Trinidad en una forma muy paulina: no especulando sobre ellos, sino haciendo ver lo importantes que son para la vida del creyente.

Por otro lado tampoco hay que contraponerlos. Lo cual es claro. El Hijo abre el acceso al Padre y eso mismo es el amor del Espíritu. Pero hasta cierto punto todo es lo mismo, aunque en este texto haya diferencias.

F. PASTOR
DABAR 1992, 33


8. /Rm/05/01-21 CJ/DEVOCION 

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús fue una respuesta al jansenismo, es decir, a una interpretación rigorista de los capítulos 9-11 de la carta a los Romanos, prescindiendo de su gran presupuesto: que Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, tiene corazón para amarnos.

El fárrago de la devoción y una serie de circunstancias de varias clases nos han hecho volver a otra especie de jansenismo. El capítulo quinto de la misma carta a los Romanos puede ayudarnos a poner de nuevo las cosas en su punto.

La esperanza en Dios no defrauda, porque Dios es capaz de transformarnos totalmente, de inyectarnos el amor con que él ama al mundo. Como se lo comunicó a Cristo, el cual vivió la muerte con todo el dramatismo con que un ser humano la puede vivir, pero se entregó a ella por la fuerza de un gran amor.

Ese amor de Cristo era el amor que Dios nos tiene, hecho presente en una vida humana. Por eso esta vida humana es demostración del amor de Dios.

En la segunda parte del capítulo, la comparación con Adán nos hace ver de manera más clara la importancia de la vivencia humana de Cristo en la obra de nuestra redención. Si, de una manera típica, todo el pecado del mundo se puede considerar como una especie de trasvase del pecado de Adán, de una manera mucho más real la justicia y la vida del cristiano son en cierto modo un injerto en nosotros de la respuesta personal de Cristo en su vida mortal.

La obediencia de Cristo al Padre, que no es sumisión legalista, sino identificación filial, es -mediante el Espíritu suyo que nos ha comunicado- verdadera fuente de nuestra vinculación filial a Dios.

J. SANCHEZ BOSCH
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 233 s.


9.

Estamos justificados, estamos salvados, estamos en paz con Dios, por Jesucristo. Con vigor expresa S. Pablo esta realidad de gracia. Hay que repetir constantemente: "Gloria a Dios".

Pero aún no vivimos en la gloria. Es el tiempo de la esperanza. Vivimos en «la esperanza de la gloria de los hijos de Dios». Y esta esperanza es inquebrantable. Incluso se crece en los trabajos, en los fracasos, en los sufrimientos y en las tribulaciones. Y la razón última es que tenemos una fuerza secreta y una garantía infalible: son las arras del Espíritu, «Amor de Dios derramado en nuestros corazones». ¡Admirable revelación!

CARITAS
FUEGO EN LA TIERRA
CUARESMA Y PASCUA 1989.Pág. 205


10. /Rm/05/01-11

La fe de Abrahán era fe en unas promesas que estaban lejos de cumplirse. Nuestra fe lo es en unas promesas que ya se han cumplido. Cristo ha tomado posesión de la tierra prometida, que es la casa del Padre, y ha obtenido en herencia todos los reinos de la tierra. Por eso, nuestra fe nos introduce inmediatamente en una especie de cielo: la paz, la filiación divina, el acceso franco a Dios, la esperanza.

Hay todavía diferencias entre Cristo y nosotros: por eso hablamos de esperanza (lo cual significa que el don de Dios no es todavía completo) y sentimos en nuestra carne las tribulaciones propias de los que viven en este mundo. Pero las afrontamos con el espíritu de la victoria ya lograda, precisamente porque hemos participado de la victoria de Cristo. Ni la constancia ni la virtud tienen su origen en nosotros, sino que todo forma una cadena perfectamente trabada que arranca de que el Espíritu Santo nos ha infundido el mismo amor de Dios.

Dios ya se ha puesto totalmente de nuestra parte: cuando éramos débiles, impíos, pecadores y enemigos, cuando nada se podía esperar de nosotros, entregó a su Hijo para morir por nosotros, mucho más dispuesto a continuar su obra estará ahora que hemos creído en Cristo y hemos participado de su vida.

Así, pues, el cristiano puede contar con Dios, gloriarse en Dios. Del mismo modo que el judío decía con orgullo ante todos los pueblos de la tierra «éste es mi Dios», así el pueblo cristiano, sin atribuirse ningún tipo de mérito, puede sentirse continuador de la obra de Cristo y, por tanto, templo vivo de Dios en la tierra.

J. SANCHEZ BOSCH
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 489


11. /Rm/05/12-21

El hombre, aunque creado por Dios, es pecador. Esto significa que en el mundo hay una fuerza -llamada Pecado, con mayúscula- que lleva a los hombres a pecar. Para Pablo, la escena del Génesis en que por un solo hombre todos pierden el paraíso representa la entrada de esa fuerza en el mundo y la inexorable muerte de cada persona es un signo de que todos estamos bajo el pecado. Desde Adán hasta Moisés (para los paganos no ha concluido aún ese período), los hombres vivieron en una gran ignorancia: no transgredían ningún mandamiento positivo, como lo había transgredido Adán. Sin embargo estaban también bajo el dominio del pecado y morían como consecuencia de ese dominio, que afectaba a todos los hombres.

La experiencia del pecado universal proporciona a Pablo un modelo adecuado para entender la presencia de Cristo en medio de sus fieles. La obra de Cristo fue mucho más ardua que la de Adán, pues el pecado era como un torrente que corre montaña abajo y cubre una extensión cada vez más grande, en cambio Cristo tuvo que remontar toda aquella extensión de muerte -toda la humanidad pecadora- para infundirle una nueva vida. Cristo, mucho más que Adán, tiene el papel de mediador: por medio de él actúa «la gracia otorgada por Dios, el don de gracia» (v 15). Porque el hombre se basta para pecar, pero sólo Dios puede resucitar a los muertos. En definitiva, el resultado es que Adán engendró una humanidad pecadora como él y Cristo -por la gracia de Dios, aceptada mediante la fe- imprime en nosotros su propio rostro. Por tanto, si Adán es el padre de los que desobedecen a Dios, Cristo es el primogénito de los que le obedecen. Por un solo hombre todos se convirtieron en pecadores. Pero por otro hombre, Cristo, todos se convertirán en justos.

J. SANCHEZ BOSCH
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 489 s.

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