14 HOMILÍAS PARA EL CICLO B
9-14

 

9. DOMINICOS

Este Domingo
Festividad de la Santísima Trinidad
Hoy celebramos la fiesta de la Santísima. Trinidad, misterio máximo de nuestra fe y clave de todos los demás, que están por él condicionados.

El es la máxima revelación que Dios ha hecho al hombre y el que distingue fundamentalmente a la fe cristiana de la fe mosaica, su punto de partida que culmina en la Persona de Jesucristo, Dios y Hombre verdadero. Hijo del eterno Padre forma con Él, en la unidad del Espíritu Santo, el único Dios verdadero, Uno en naturaleza y Trino en Personas. ¡Inescrutable misterio de la vida íntima de Dios que desborda como ningún otro la capacidad de la razón y comprensión humanas.

Cierto, asequible a ellas de forma más o menos clarividente es la existencia de un Creador, Supremo Bien y Belleza suma, Primer Motor inmóvil a lo que alcanzaron filósofos paganos. El mismo filosofar rudimentario de no pocos que confiesan que “algo hay” y de los que San Pablo (Rom. 1, 19-22) hace una severa descripción.

Fue a Moisés, en el conocido episodio de la zarza en llamas (Ex.3, 1-6), a quien se hizo la gran teofanía, a quien Dios reveló su existencia dándole incluso su nombre, detalle de alta significación en la mentalidad semítica y encargándole la liberación de su pueblo de la esclavitud de Egipto.

Pero sólo en Cristo y por Cristo se nos dará a conocer en su vida íntima. Porque “ Nadie conoce al Hijo sino el Padre , ni nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo quiera revelárselo”.(Mt. 11, 27 ). Por ello la Iglesia canta al Padre, en el prefacio de Navidad: “Gracias al misterio de la Palabra hecha carne, la luz de tu gloria brilló ante nuestros ojos con nuevo resplandor; para que conociendo a Dios visiblemente, Él nos lleve al amor de lo invisible”.

 

Comentario bíblico:
La Santa Trinidad


El misterio insondable de Dios siempre ha apasionado a los grandes teólogos, porque la revelación de este Dios en la historia se ha expresado culturalmente según las necesidades humanas e incluso según la defensa que se ha debido hacer de Dios como garante de un pueblo, de una nación, de una religión. El pueblo de Israel hubo de enfrentarse a esta realidad, porque sabía que era la garantía de su identidad. Cuando «llegó la plenitud de los tiempos», con Jesucristo, se suavizan muchas expresiones, se manifiesta la dimensión amorosa de Dios al nivel más misericordioso, pero Dios sigue siendo misterio. La fe cristiana de los primeros siglos tuvo que hacer también su defensa de las imágenes bíblicas de Dios, como Padre, como Hijo y como Espíritu. Ello significa que el mundo de Dios no es la soledad omnipotente y trascendente, sino que se expresa en el “humus” familiar, de relaciones y de comunión; y si es familiar, es amorosa, porque la familia se realiza en el amor de entrega absoluta. Por eso, la celebración de esta solemnidad nos asoma a ese misterio de la Santa Trinidad como un misterio de relaciones de amor sin medida.



Iª Lectura: Deuteromio (4,32-40): Dios eligió a un pueblo marginal
I.1. Este texto de Dt es una exhortación muy doctrinal, desde luego, pero no menos entrañable y comunicativa por parte de Dios. Los autores han querido presentar la elección de Israel como una decisión muy particular y decisiva de Yahvé. Se pasa revista a los grandes acontecimientos que le han dado al pueblo una identidad: la liberación de Egipto, la teofanía o manifestación en el Sinaí (o en el Horeb), el don de la tierra de Canaan. Todo esto forma el “credo” fundacional de la fe israelita. Esto llama al pueblo a un destino.

I.2. Al contrario de lo que cabía esperar, nos habla del Dios cercano de Israel, del que ha elegido a este pueblo, sin méritos, sin cultura, sin pretensiones, para que haga presente su proyecto de salvación y liberación sobre la humanidad. Esto lo interpretó Israel como un privilegio, pero en contrapartida, en este texto se exige el guardar sus mandamientos para que esa nación pueda considerarse como privilegiada. El Dios que hace escuchar su voz en medio de signos y prodigios, según expresiones bíblicas, es un Dios histórico, no se queda en el arcano, porque es en la historia donde se encuentra con nosotros. El conjunto tiene un acento de condición apasionada. No olvidemos que éste no es un texto muy antiguo, más bien se cree que pertenece a la escuela deuteronomista que lo ha redactado en tiempos del Segundo Isaías. Es de raíces muy monoteístas, pero debemos reconocer que es uno de los pasajes más bellos del libro del Deuteromio.



IIª Lectura: Romanos (8,14-17): El Espíritu nos hace sentirnos hijos de Dios
II.1. Pablo, inmediatamente antes de estos versos, habla de la lógica de la carne (que lleva a la muerte) y de la lógica del Espíritu (que lleva a la vida). Por eso, los que se dejan llevar por el Espíritu sienten algo fundamental e inigualable: se sienten hijos de Dios. Esta experiencia es una experiencia cristiana que va mucho más allá de las experiencias de Israel y su mundo de la Torá. Se trata de una afirmación que nos lleva a lo más divino, hasta el punto de que podemos invocar a Dios, como lo hizo Jesús, el Hijo, como Abbá. Que el cristiano, por medio del Espíritu, pueda llamar a Dios Abba (cf Gál 4,6), viene a mostrar el sentido de ser hijo, porque hace suya la plegaria de Jesús (especialmente tal como se encuentra en Mc 14,36, aunque también en Lc 11,2, mientras que Mt ha preferido en tono más judío o más litúrgico, con “Padre nuestro”. Eso significa, a la vez, una promesa: heredaremos la vida y la gloria del Hijo a todos los efectos. Ahora, mientras, lo vivimos, lo adelantamos, mediante esta presencia de Espíritu de Dios en nosotros.

II.2. La carta de Pablo a los Romanos, pues, nos asoma a una realidad divina de nuestra existencia. Decimos divina, porque el Apóstol habla de ser «hijos de Dios». Pero sentirse hijos de Dios es una experiencia del Espíritu. Es verdad que nadie deja de ser hijo de Dios por el hecho de alejarse de El o a causa de vivir según los criterios de este mundo. Pero en lo que se refiere a las experiencias de salvación y felicidad no es lo mismo tener un nombre que no signifique nada en el decurso del tiempo, a que sintamos ese tipo de experiencia fontal de nuestra vida. Y por ello el Espíritu, que es el «alma» del Dios trinitario, nos busca, nos llama, nos conduce a Dios para reconocerlo como Padre (Abba), como un niño perdido en la noche de su existencia, y a sentirnos coherederos del Hijo, Jesucristo. Por ello, el misterio del Dios trinitario es una forma de hablar sobre la riqueza del mismo, que es garantía de que Dios, como Padre, como Hijo y como Espíritu nos considera(n) a nosotros como algo suyo.



Evangelio: Mateo (28,16-20): El bautismo sacramento del amor trinitario
III.1. El evangelio del día usa la fórmula trinitaria como fórmula bautismal de salvación. Hacer discípulos y bautizar no puede quedar en un rito, en un papel, en una ceremonia de compromiso. Es el resucitado el que “manda” a los apóstoles, en esta experiencia de Galilea, a anunciar un mensaje decisivo. No sabemos cuándo y cómo nació esta fórmula trinitaria en el cristianismo primitivo. Se ha discutido mucho a todos los efectos. Pero debemos considerar que el bautismo en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo significa que ser discípulos de Jesús es una llamada para entrar en el misterio amoroso de Dios.

III.2. Bautizarse en el nombre del Dios trino es introducirse en la totalidad de su misterio. El Señor resucitado, desde Galilea, según la tradición de Mateo (en Marcos falta un texto como éste) envía a sus discípulos a hacer hijos de Dios por todo el mundo. Podíamos preguntarnos qué sentido tienen hoy estas fórmulas de fe primigenias. Pues sencillamente lo que entonces se prometía a los que buscaban sentido a su vida. Por lo mismo, hacer discípulos no es simplemente enseñar una doctrina, sino hacer que los hombres encuentren la razón de su existencia en el Dios trinitario, el Dios cuya riqueza se expresa en el amor.

Miguel de Burgos, OP

mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía
La primera lectura enuncia las consecuencias de la susodicha teofanía: el acatamiento de la fe por parte de Israel y la respuesta de esa fe en sus comportamientos.

“Reconoce en tu corazón” que el Señor es Dios único.


Advertencia y mandato para aquel pueblo de quien Dios dirá por boca de los profetas: ”este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mi”.

Advertencia valedera no menos para nuestro tiempo tan inclinado a la idolatría del poder, las apariencias, el hedonismo y el consumismo.

El olvido de esta exigente llamada trajo a Israel nuevas calamidades y prolongadas esclavitudes como la de Babilonia.

¿Qué otras consecuencias puede traernos también a nosotros? Clamorosas injusticias, guerras desatadas por la codicia, terrorismo de idolatrías racistas; vaciedad, insatisfacción del corazón y pérdida del sentido de la vida que sólo lo tiene en Dios como fin.



Canto a nuestra liberación


La segunda Lectura es un canto a nuestra liberación de la esclavitud del pecado llevada a cabo por la adopción filial en Cristo, Hijo del eterno Padre y como coherederos con Él de los bienes eternos. El Espíritu Santo lo corrobora clamando en nuestros corazones ¡Abba!, Padre. Y como viene a decirnos San Juan, no sólo nos lo llamamos, lo somos de verdad. Ya tenemos pues un gran paso en la revelación al afirmar nuestra condición de hijos adoptivos por la inserción en Cristo y la presencia orante, en y con nosotros, del Espíritu Santo.

Ello implica unas exigencias aún mayores que las exigidas a los israelitas en el desierto. Podemos resumirlas con otras palabras del apóstol Pablo: “¡Tened los mismos sentimientos que Cristo Jesús¡" (Cft. Flp. 2, 5-8 ). Y el mismo Jesús nos lo resumirá en pocas palabras: “ Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre”,

(Jn.4,34), breve programa de gran hondura y grandes exigencias.



La dignidad del cristiano


Pero es en el Evangelio de hoy donde, además de la proclamación solemne del misterio que celebramos, el Resucitado nos da la clave de nuestra incorporación al mismo y el cómo realizarlo: “Id, haced discípulos de todas las gentes y bautizadlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñadles a guardar todo lo que yo os he mandado”.

Como bautizados estamos sellados con el sello indeleble de la Trinidad Santísima en virtud de la sangre de Cristo con la que fuimos comprados. Ello debe recordarnos aquel grito de San León Magno: "¡Reconoce, cristiano tu dignidad ¡ Y puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no vuelvas con tu comportamiento indigno a las antigua vilezas." ( PL.,54)

“De devociones a bobas líbrenos Dios”, dice la gran doctora Sta. Teresa de Jesús.

¡Cuantas devociones “bobas” aunque legítimas entre los cristianos¡ y se olvidan de vivir la presencia real y vivificante de la Trinidad Santísima en sus corazones (Cf. Jn. 14,20-23).

Y puesto que tan soberana realidad nos viene por Cristo y en Cristo, bien estaría hacer lo que nos recomienda la misma santa de Ávila : “traerle siempre cabe sí”, es decir, tenerle siempre amorosamente presente en todas nuestras actividades para en Él, con Él y por Él, hacer de nuestra vida un perpetuo Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como fruto de la fiesta que celebramos.

Fr. José Polvorosa, OP.

aquinas.es@dominicos.org
 


 

10. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO

16Los once discípulos fueron a Galilea, al cerro donde Jesús los había citado. 17Al verlo se postraron ante él los mismos que habían dudado. 18Se acercó Jesús y les habló así: Se me ha dado plena autoridad en el cielo y en la tierra. 19Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos, bautícenlos para consagrárselos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, 20y enséñenles a guardar todo lo que les mandé; miren que yo estoy con ustedes cada día hasta el fin del mundo.

Esto de la Trinidad, tal y como lo han predicado, suena a “música celestial”. Es un misterio, se ha dicho; no hay quien lo entienda. Al fin y al cabo, por mucho que nos esforcemos, nunca vamos a poder desvelarlo. "Un sólo Dios y tres personas distintas. El Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios".

Cuando para la mayoría de los cristianos el misterio de la Trinidad está entre paréntesis, hablar ahora de ella y de sus implicaciones en la vida ciudadana puede parecer el colmo de la paradoja. Pero, a pesar de ello, vamos a intentarlo porque, si creemos que estamos hechos a imagen de Dios, nos debe preocupar conocer su verdadero rostro para entender el nuestro.
Las ideas que tenemos de Dios, por regla general, no son demasiado cristianas, digámoslo abiertamente. Se han infiltrado en el cristianismo cuando éste se sumergió en la cultura griega. En el mejor de los casos son herencia del judaísmo.

Para unos Dios es "ese algo que mueve todo esto por ahí arriba", “el principio y fin de todo”, el "motor inmóvil" de Aristóteles, o aquello de la "inteligencia creadora" que apunta Platón. Para otros, Dios es un ser personal, alguien, pero implacable, irascible, celoso, vengativo, justiciero, aguafiestas, tapahuecos, inmóvil, impasible... Imágenes de un Dios cancelado por Jesús hace veintiún siglos. Dios no es así.

Dios no es algo, sino alguien. Nos lo dijo Jesús: "Cuando oréis decid: Padre..." (en arameo, la lengua hablada de Jesús: "abbá"). Que a Dios se le llamaba “padre” estaba dicho y descubierto muchos siglos antes de Jesús. En oraciones sumerias como el Himno de Ur a Sin, dios lunar, el orante lo invoca como "Padre magnánimo y misericordioso en cuya mano está la vida de la nación entera". Pero parece que se había olvidado.

Hoy que está en crisis la imagen del padre, que hay crisis de autoridad, ¿debemos seguir hablando de Dios como Padre? ¿No será contraproducente? ¿Qué clase de padre es Dios?

Dios, el Dios de Jesús, es padre, pero no paternalista ni autoritario. En esto radica la crisis de autoridad que atravesamos. Juan dice en su Evangelio: "El padre y yo somos una misma cosa" y Jesús dice a su Padre: "Yo sé que siempre me escuchas". La primacía del Padre en la Trinidad no se ejerce en menosprecio o anulación del Hijo, sino con una autoridad que resulta paradójica: "El Padre ama al Hijo y lo ha puesto todo en sus manos". Confianza y entrega plena es el clima de las relaciones entre Padre e Hijo.

Dios es también Hijo (palabra que proviene del latin "filius" y ésta de "filum", hilo). Dicho de otro modo, Dios es dependiente. En toda familia, el hijo depende al nacer de los padres, pero, para subsistir como persona, tiene que cortar el cordón umbilical. Dependencia originaria y autonomía consecuente. En nuestra sociedad se da actualmente un rechazo del padre por parte de los hijos, de la autoridad por parte de los gobernados; se puede hablar ya de un mundo que abandona su ser patriarcal. ¿Y no será porque el padre corta la aspiración del hijo y porque el hijo, al subrayar su libertad, no reconoce su dependencia del padre? En la Trinidad divina no sucede así. El Hijo no rechaza al Padre. Es camino e imagen del mismo. "Quien me ve a mí ve al Padre". No hay dominación sufrida por el hijo, ni anarquía reivindicada en Jesús. Hay amor que lo iguala todo, gracias al Espíritu. Pablo, lo dice claramente en la carta a los Romanos: el hecho de llamar a Dios “Padre” lejos de esclavizarnos, nos libera de toda esclavitud, pues si Dios es nuestro Padre, ningún ser humano podrá sentirse señor y dueño nuestro; todos nos consideraremos hermanos y herederos de la promesa divina.

Dios, finalmente, es Espíritu. Como viento y fuego, calor, libertad, amor. Sin el Espíritu la relación Padre-Hijo se convertiría en tortura y martirio de frialdad y desamor.

Y aquí es donde la Trinidad se convierte en lección de vida ciudadana. Autoridad y paternidad en nuestra sociedad, sí; pero no autoritarismo ni paternalismo. Dependencia de hijos a padres, pero sin atentar contra la autonomía de cada uno. Y sobre todo amor, libertad, escucha, calor de hogar.

En el evangelio Jesús envía a sus discípulos para que hagan discípulos de entre todas las naciones y los consagren a este Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. A estos nuevos discípulos no les enseñarán una doctrina, sino “todo lo que él les mandó”. Y lo que él les mandó fue poner en práctica los “mandamientos mínimos”, esto es, la bienaventuranzas, que han tomado el puesto de los antiguos mandamientos de Moisés. Con la práctica de las bienaventuranzas, nacerá una sociedad alternativa, austera, solidaria, cargada de amor y apertura, libre de autoritatismo y respetuosa con las diferencias. En esa sociedad estará por siempre presente Jesús que ahora cumple la función de Enmanuel (Dios con nosotros): “Miren que yo estoy con ustedes cada día hasta el fin del mundo”.



Para la revisión de vida
-¿Me dejo inundar por la vida de Dios?
-¿Estoy atento a la "vida comunitaria" de las tres divinas personas en la "soledad" de mi vida íntima?


Para la reunión de grupo
- Dios estableció una Alianza con el pueblo judío basada en la Ley; pero luego renovó esa Alianza, con toda la humanidad, basándola en el amor y sellándola no en unas tablas de piedra sino en una persona: su Hijo Jesús. ¿Mi fe se basa en el cumplimiento de la ley, o en la relación de amistad y amor con Dios?
- Alegría, gusto por el progreso espiritual, fraternidad, un corazón común y vivir en paz: ¿es éste el clima de nuestras asambleas litúrgicas, de nuestra comunidad?


Para la oración de los fieles
-Por todos los que se esfuerzan por crear comunidad en el mundo, por encima de las fronteras políticas, ideológicas, étnicas, culturales y religiosas... roguemos al Señor...
-Por todos los que están solos, aislados, o se sienten "sin nadie en el mundo", sin comunidad, o lejos o incomunicados de los que les aman; para que sientan la "comunidad con Dios" más poderosa que toda lejanía o incomunicación...
-Para que la Iglesia sea un modelo de comunidad, en la que reina la fraternidad, la participación, la comunión... más que el poder, la jerarquización, la exclusión, los privilegios, la falta de participación y de democracia...
-Por nuestras comunidades cristianas: para que cada una de ellas sea reflejo de la Trinidad, que es "la mejor comunidad"...


Oración comunitaria
Oh Dios-Trinidad, "la mejor comunidad", misterio eterno, insondable, del que apenas podemos balbucir una lejana aproximación. Aviva en nosotros tu misma Vida, la que creaste y depositaste en cada una de tus criaturas, para que nos sintamos convocados a acrecentar la Vida, arrollados por esa corriente original y eterna de vida en comunión que tú mismo eres: Trinidad santa, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Amén.

Señor, Dios, que eres nuestro Padre, nuestro Hermano Jesucristo y el Espíritu que nos consuela y nos fortalece; ayúdanos a vivir en auténtica y sincera comunidad, y que lo que celebramos en la liturgia lo expresamos en toda nuestra vida, que traduzcamos nuestra fe en obras de justicia y amor, que no busquemos sólo en tener una fe correcta sino, sobre todo, una vida correcta, que sea siempre y en todo conforme a tu voluntad de que todos seamos hermanos. Por Jesucristo.


11.

CON NOSOTROS LA GRACIA DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, EL AMOR DEL PADRE Y LA COMUNION DEL ESPIRITU SANTO

1. Israel conoció a Dios a través de sus obras: Dios les había hablado y ellos le habían escuchado: "Tú has oído la voz del Dios vivo". "¿Hay algún pueblo como tú, que haya oído la voz de Dios vivo?" Dios les había amado: "se buscó una nación". "¿Algún Dios intentó venir a buscarse una nación?". Dios les había liberado "de Egipto con mano fuerte y brazo poderoso". Dios ama al hombre, de manera esplendorosa y misteriosa, incomprensible para nosotros, más que una madre a su hijo; mucho más que un esposo a su esposa. Por eso, Israel, "guarda sus preceptos para ser feliz". Deuteronomio 4,32. Es Dios por nosotros, es Dios en nosotros, es Dios con nosotros, está siempre con nosotros, hace su morada en nosotros, camina a nuestro lado, se solidariza con nosotros. Aunque no lo sintamos, ¿lo creemos? ¿Lo vivimos? ¿Obramos en consecuencia?.

2. Sólo Jesús, el Hijo, puede revelarnos a su familia, la Santa Trinidad. Y lo ha hecho. Y, no sólo eso, sino que, con el precio de su sangre, nos ha integrado en su propia Familia y nos ha enviado: "Id y enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" Mateo 28,16. No quiero que os guardéis tanta riqueza para vosotros solos; id a todos los pueblos y hacedles partícipes de todas las grandezas y maravillas de Dios. Este mandato de Cristo, quiere decir mucho más que sumergirles en el agua recitando esa fórmula: es trabajar para entroncar a todos con Cristo, y con El, en una vida que pueda llegar a ser dichosa por el Padre, aceptando totalmente su palabra y su querer, como María, y, a la vez, siendo regalo de amor y de servicio a Dios y a los demás, para ir creciendo como personas en el vivir trinitario, transformados en vendaval de amor y de eterno convivir, en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

3. "Para la formulación del dogma de la Trinidad, la Iglesia debió crear una terminología propia con ayuda de nociones de origen filosófico: substancia, persona o hipóstasis, relación, etc". Al hacer esto, no sometía la fe a una sabiduría humana, sino que daba un sentido nuevo, sorprendente, a estos términos destinados también a significar en adelante un Misterio inefable, "infinitamente más allá de todo lo que podemos concebir según la medida humana" (Pablo VI) (CIC 251).

4. La fe católica nos enseña que en Dios hay tres personas completamente distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que tienen una sola naturaleza o esencia divina. La naturaleza es la esencia de un ser considerado como sujeto de operaciones y responde a la pregunta ¿qué es esto? - Es una flor, un pájaro, un hombre. La persona expresa el sujeto que realiza operaciones por medio de su naturaleza racional. "Persona, dice Santo Tomás, significa lo más perfecto que hay en toda la naturaleza, o sea, el ser subsistente en la naturaleza racional". La persona responde a la pregunta: ¿quién es éste? Estas nociones elementales son fundamentales e imprescindibles para entender el dogma de la Trinidad. En Dios hay tres personas distintas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

6. Aunque la razón no puede demostrar el misterio trinitario, puede rastrear su admirable credibilidad, iluminada por la fe. La pluralidad de personas en Dios equivale a sus varias relaciones subsistentes, realmente distintas entre sí. Distinción real entre las relaciones divinas proveniente de su oposición relacional. Así como la paternidad y la filiación son relaciones opuestas, pertenecientes a dos personas, la paternidad subsistente es la persona del Padre, y la filiación subsistente es la persona del Hijo. La espiración activa del Padre y del Hijo es opuesta a la espiración pasiva, o procesión del Espíritu Santo.

7. El pensamiento de Hegel, uno de los filósofos que más han influido caóticamente en el pensamiento contemporáneo, puede ayudarnos "a contrario", para poder profundizar en lo posible, en el misterio del "más grande de los Santos", como le gustaba llamar San Juan de la Cruz a la Santísima Trinidad, cuando le preguntaban la razón de la gran devoción que le profesaba, que nos dé una pizca mayor de luz, que nos confirme en que la fuente de ese río inmenso es el Amor. Y entremos en Hegel. El afirma que la Idea, el Espíritu absoluto sólo es capaz de realizarse cuando ve su conciencia anulada por la presencia del Otro, de tal manera que, para ser diferenciado, debe conseguir la antítesis de lo otro. El acuña su filosofía en que la existencia cristaliza en tesis, antítesis y síntesis. Ya había dicho Fichte que el no yo, es lo que me hace tomar conciencia de mi yo. El Espíritu Absoluto evoluciona transformándose en yo divino cuando se plantea como tesis frente al no yo de la creación, y ante la conciencia del hombre, se reconoce como un yo frente a su alteridad, esto es, un no yo, que es su antítesis. Esta contradicción entre yo y tu, entre tesis y antítesis, ha de ser superada por la síntesis que es producida por el Espíritu que retorna al absoluto diferenciado, personalizado. Este planteamiento, que está en la raíz del pensamiento moderno, no es original de Hegel. Había estudiado teología en el seminario protestante de Tubinga, con Hölderlin y Schelling. Después perdió la fe, y encontró las principales intuiciones de su sistema en sus lecturas sobre la Trinidad: "El Hijo es la antítesis del Padre; el Espíritu Santo la síntesis. Y esto lo proyectará en sentido panteista al universo: el Hijo será el mundo, manifestación del Espíritu Absoluto, y el Hombre, la conciencia del mundo. Todo hombre ha de ver en sí mismo el fondo divino de su ser, y ante la dialéctica de creerse frente al yo de Dios y al yo de los demás, debe hacer la síntesis del Espíritu, imitación del Espíritu Santo. Esta síntesis para él será el Estado y para Marx, después, la dictadura del proletariado y la lucha de clases.

8. Lo que había captado Hegel del misterio trinitario en la heterodoxia protestante e iluminista de su seminario, desembocaba en el panteísmo. Al citarle, trato de razonar y demostrar que la verdadera doctrina trinitaria es mucho más sutil y bella que la disparatada imaginada por Hegel. La Trinidad no es una expansión que Dios necesita para realizarse, haciendo del otro una proyección del yo, porque en Dios no existe antes y después, es eterno:

"Su origen no lo sé, pues no le tiene
mas se que todo origen de ella viene
aunque es de noche.
Bien sé que suelo en ella no se halla
Y que ninguno puede vadealla
Aunque es de noche.

La corriente que de estas dos procede
Sé que ninguna de ellas le precede,
Aunque es de noche.

Bien sé que tres en una sola agua viva
Residen, y una de otra se deriva,
Aunque es de noche".

Lo cantó, quien tenía mucha sabiduría experiencial de la Trinidad, San Juan de la Cruz.
9. No hay pues en Dios una Primera Persona que, tiene necesidad para realizarse, de producir una Segunda frente a él y luego una Tercera para completar el nosotros. En el Dios único hay, desde la eternidad y simultáneamente, un convivir amoroso de tres personas, que no se afirman a sí mismas en el dominio sobre las otras, sino al revés, son entrega total e infinitamente permanente de amor. No son tres yo, sino un único nosotros. Por eso es siempre el mismísimo Dios el que nos habla y no una u otra de las personas de la Trinidad. Santa Teresa, que experimentó el misterio, nos dice que sólo una Persona le hablaba.

10. Para expresar más profundamente estas verdades, la Iglesia utilizó la categoría relación: las tres hipóstasis de la Trinidad no son tres indivíduos, o tres naturalezas, sino tres relaciones distintas. Pongo un ejemplo: entre dos personas humanas amigas hay una doble relación de amistad recíproca. He ahí dos seres humanos y dos relaciones. Pero, entre las personas de la Trinidad, lo único que hay son relaciones, no seres o sustancias diferentes y concretas. En una familia hay dos relaciones: la que va del padre al hijo, la paternidad, y la que va del hijo al padre, la filiación. Pero siguen existiendo como personas distintas y separadas, pudiendo el hijo disentir del padre, y el padre del hijo. En Dios no existe un Padre que tiene relación de paternidad con el Hijo, y un Hijo que tiene relación de filiación con el Padre, sino que el Padre es pura y exclusivamente la relación de paternidad y el Hijo pura y exclusivamente la relación de filiación, identificadas con la misma esencia y con el mismo ser. Cada uno de nosotros tiene conciencia de que piensa, habla y obra. Pensamiento, palabra y obra. Pero puede pensar una cosa, y decir la contraria, y obrar de manera diferente. De quien así procede decimos que no es coherente. De una manera parecida, el padre puede querer un fin y el hijo no someterse. Esto se da por la contingencia de nuestras personalidades y potencias. Y por defecto de coherencia y porque no hay unidad sustancial, ni en nuestras potencias ni en nuestras relaciones. En la Tres Divinas Personas, hay Unidad Sustancial, la unidad que Cristo pedía al Padre, en el sermón de la Ultima Cena: "Padre, que sean Uno como Tú y Yo somos uno" (Jn 17,21).

11. Seguramente estos conceptos son difíciles de entender pero nos acercan a la luz de lo que constituye la personalidad divina de cada uno de los tres: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cada uno no existe de por sí sino que es pura relación a los otros dos. El Padre es relación al Hijo y al Espíritu Santo. El Padre no existe en sí, es afirmación del Hijo y del Espíritu Santo; ni el Hijo existe en sí, sino que es afirmación del Padre y del Espíritu; ni el Espíritu Santo es en sí mismo más que relación, afirmación del Padre y del Hijo. En ellos no se rompe la unidad divina. Sólo así se puede entender la total libertad de la creación, realizada pura y exclusivamente por amor gratuito, ya que Dios, para realizarse, no necesita la creación para afirmar su personalidad en nosotros, pues vive la riqueza maravillosa de su plenitud trinitaria. Esto nos permite penetrar en el misterio de la cruz, que es el acontecimiento en donde mejor se ha revelado el amor misterioso de la Trinidad. Es en la cruz donde la conciencia humana de Jesús muere, resucita y asciende definitiva y plenamente al Padre y al Espíritu, y en ellos, en su Familia, se consuma la armonía plena de Hijo, segunda persona de la Trinidad, en su relación filial con el Padre, que acepta totalmente, negando su voluntad y sometiéndola a la voluntad del Padre, y pura relación de amor a Él y a nosotros por el Espíritu.

12. Estos conceptos misteriosos están en la base del mensaje del evangelio, contrapuesto al del mundo moderno, y al de la filosofía hegeliana, iluminista y protestante, en la que el otro siempre está en función de mi yo, y el tú siempre para afirmar mi yo. En cristiano ser personas es perderse a sí mismos en la relación con los demás. En la filosofía heterodoxa moderna el tu, los tus, siempre son escalones, que han de ser pisados o aplastados, para que brille el yo. La verdadera personalidad evangélica, a semejanza de la de las divinas personas, pone siempre el yo en función del nosotros, de los demás, en relación de amor y de servicio. A un mundo programado en la filosofía de Hegel, liberal y racionalista, el de los criterios, valores y eslóganes, del hay que realizarse, vivir su vida, disfrutar y pasarlo bomba a tope, es su problema, no hay que matarse por los demás, ni por los hijos, ni por la esposa, ni por los amigos, ni por los feligreses, ni por tus trabajadores, el misterio trinitario, traducido en evangelio, le dice que la única manera de realizarse es perderse, darse, jugárselo todo por Dios y por los hermanos: "El que quiera conservar su vida la perderá, el que la arriesgue, en amor y servicio, con valentía y coraje, por amor a mi y a los demás, la encontrará" (Jn 12,25).

13. A la terrible dialéctica idealista de Hegel, o materialista de Marx, que conduce a la destrucción del tu y por eso también del yo, en la voracidad del querer afirmarse cada uno aniquilando al otro y en la falsa síntesis que transforma a todos en el vosotros anónimo y despersonalizante de lo social o del estado, el misterio luminoso de la Trinidad propone una realización personal que respeta cada una de las identidades, las hace crecer con amor y servicio mutuo, y las fortalece en el nosotros de la verdadera familia y comunidad. De la belleza infinita del existir trinitario fluyen, como pálidas manifestaciones, todas las relaciones de verdadero amor, de amistad, de cariño, de enriquecimiento mutuo, que constituyen lo más rico de la vida de los hombres verdaderamente personalizados en la caridad y no en la masificación social que ha producido en nuestro tiempo, con la pérdida de la personalidad y de la solidaridad, el mundo fecundado perversamente por Hegel y por Marx, cuya filosofía y la de otros, ha triunfado perversamente en este siglo XX, como afirma Juan Pablo II en la "Centesimus annus".

14. Hay pues, tres Personas en Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo. "Lo que hace que la primera persona sea el Padre es su relación con el Hijo; lo que hace que la segunda persona sea el Hijo es su relación con el Padre. El Padre es Padre porque engendra y contempla a su Hijo. El Hijo es Hijo porque nace de su Padre y le mira. Así que las divinas Personas son la eterna y necesaria antítesis del egoismo. El Padre no existe sino para engendrar al Hijo infinitamente perfecto y para amarle y con El, dar origen al Espíritu Santo. El Hijo no vive sino para su Padre y para el Espíritu Santo" (Sauvé).

15. "La fe católica es que veneremos a un solo Dios en la Trinidad, y a la Trinidad en la unidad... Dios es el Padre, Dios es el Hijo, Dios es el Espíritu Santo; y, sin embargo no son tres dioses, sino un solo Dios" (Symbolo "Quicumque").

San Juan de la Cruz lo cantará en el bellísimo poema ya citado, de La Fonte:

"Bien sé que tres en una sola agua viva
residen, y una de otra se deriva,
aunque es de noche.
Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida,
aunque es de noche".

17. Con todo derecho y verdad cantamos hoy: "Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor. Nosotros aguardamos al Señor: El es nuestro auxilio y escudo" Salmo 32.

18. "El espíritu de hijos adoptivos que hemos recibido, nos hace gritar: ¡Abbá! ¡Padre!" Romanos 8,14. El Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo, viven y obran siempre dentro de nosotros nuestra salvación y santificación. Aunque es de noche. Aunque no lo sintamos. ¡Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo! San Pablo dirige la mirada sobre la gloria de las tres divinas personas en la creación, en la historia, en el misterio de Cristo, y al hombre para apreciar los rayos luminosos de la acción de Dios. " Dios tiene el alma de todo ser viviente y el espíritu del hombre de carne en su mano, " (Jb 12, 10). Esta afirmación de Job revela la relación radical que une a los seres humanos con el «Señor que ama la vida» (Sab 11,26). La criatura racional lleva inscrita en sí una íntima relación con el Creador, un vínculo profundo constituido por el don de la vida, otorgado por la SantaTrinidad. El Padre entra en escena como manantial de este don al comienzo de la creación, cuando proclama con solemnidad: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza... (Gén 1,26). Dice el Catecismo de la Iglesia Católica: «La imagen divina está presente en todo hombre. Resplandece en la comunión de las personas a semejanza de la unión de las personas divinas entre sí» (n. 1702). En la misma comunión de amor y en la capacidad procreadora de la pareja humana se da un reflejo del Creador. El hombre y la mujer, en el matrimonio, continúan la obra creadora de Dios, participan de su paternidad suprema, en el misterio que Pablo nos invita a contemplar cuando exclama: "un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos" (Ef 4, 6).

19. La presencia eficaz de Dios, a quien el cristiano invoca como Padre, se revela ya en el principio de la vida de todo hombre, para dilatarse después durante todos sus días. Lo testimonia la estrofa de extraordinaria belleza del Salmo 139,15: «Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno... mis huesos no se te ocultaban, cuando en lo oculto me iba formando, y entretejiedo en los profundo de la tierra, tus ojos veían mi embrión; mis días estaban modelados, escritos todos en tu libro sin faltar uno".

20. El Hijo también está presente junto al Padre en el momento en que nos asomamos a la existencia, él que ha asumido nuestra misma carne (Jn 1,14) y nuestras manos lo han tocado, y nuestros oídos lo han escuchado y nuestros ojos lo han visto y contemplado (1Juan 1,1). Pablo nos recuerda que «no hay más que un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y para el cual somos; y un solo Señor, Jesucristo, por quien han sido hechas todas las cosas y por el cual somos nosotros» (1 Cor 8, 6). Toda criatura viviente, además, es cuidada por el soplo del Espíritu de Dios: «Envías tu Espíritu y son creados, y renuevas la faz de la tierra» (Sal 104,30). Palabras que preanuncian a la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. En el manantial de nuestra vida hay, pues, una intervención trinitaria de amor y de bendición,que es la «vida divina» del hombre.

21. La Santa Trinidad ofrece al hombre una gran dimensión a su vida. La «vida eterna», que San Pablo llama «nueva criatura» (2 Cor 5,17), producida por el Espíritu que irrumpe en ella, la transforma y le atribuye una nueva vida (Rm 6,4). La vida pascual: «Así como en Adán mueren todos, así también todos resucitarán en Cristo» (1 Cor 15,22). La vida de los hijos de Dios, que expresa nuestra comunión de amor con el Padre, en el seguimiento de Cristo por la fuerza del Espíritu Santo: « pues ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero por voluntad de Dios» (Gál 4, 6).

22. Esta vida trascendente infundida en nosotros por la gracia nos abre al futuro, más allá del límite de nuestra caducidad de criaturas: «Si el Espíritu de Aquel que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, Aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos dará también la vida a vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que habita en vosotros» (Rom 8,11).

23. La vida eterna es la vida misma de Dios y a la vez la vida de los hijos de Dios. Un nuevo estupor y una gratitud sin límites se apoderan necesariamente del creyente ante esta inefable verdad que nos viene de Dios en Cristo (1 Jn 3,1). Así alcanza su grandeza suprema la verdad cristiana sobre la vida, cuya dignidad no sólo está ligada a sus orígenes, a su procedencia divina, sino también a su fin, a su destino de comunión con Dios en su conocimiento y en su amor. Por eso San Ireneo precisa y completa la exaltación del hombre: «el hombre que vive» es "gloria de Dios", pero "la vida del hombre consiste en la visión de Dios"» (Evangelium vitae, 38). Así lo resume el libro de la Sabiduría 11,24: «Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces, pues, si algo odiases, no lo habrías hecho. Y ¿cómo habría permanecido algo si no lo hubieses querido? ¿Cómo se habría conservado lo que no hubieses llamado? Mas tú con todas las cosas eres indulgente, porque son tuyas, Señor que amas la vida».

JESUS MARTI BALLESTER


12.

INVITADOS A VIVIR EN SU AMOR

1 De Adviento a Pentecostés, hemos seguido, estudiado y orado la historia de la salvación desde la creación hasta la redención, culminada en Pentecostés.

2 Hoy contemplamos el misterio de Dios Uno y Trino en su vitalidad interna, origen del creación y de la redención, el misterio que San Juan de la Cruz decía que era el mayor santo del cielo y que a él y a Santa Teresa les extasiaba sólo hablar de él. Misterio, que visto por Juan de la Cruz al consagrar en la misa, se le manifestaron tres Personas, y dijo después: "¡Oh, qué bienes y qué gloria tan penetrante gozaremos cuando gocemos de la Santísima Trinidad y de su vista!".

3 Hoy la Iglesia nos invita a contemplar este misterio en en el día "Pro orantibus". Contemplar la fuente que origina el río de la salvación.

4 Dios se revela a Moisés proclamándose él mismo: "Señor, Señor, Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad" Exodo 34,4. Dios es amor, y el más alto grado del amor es la compasión, la Misericordia. A partir del año próximo la Iglesia celebrará el Día de la Misericordia, según la revelación de Santa Faustina Kadowoska.

5 Jesús revela a su Padre: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna" Juan 3,16.

6 San Pablo nos saluda anunciando la Trinidad que está siempre con nosotros: "La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre, y la comunión del Espíritu Santo estén siempre con vosotros" 2 Corintios 13,11.

7 El Padre se mira y al entregarse engendra al Hijo y de la entrega de los dos procede el Espíritu Santo. Y el amor, difusivo de sí mismo, se abre al mundo y nos llama a vivir su vida trinitaria, por el Espíritu Santo y la sangre del Hijo Redentor..


13.

Nexo entre las lecturas

El misterio trinitario es un misterio de Dios-Amor. Esto es evidente en las lecturas de la liturgia. Dios-Amor interviene con mano fuerte y brazo poderoso para sacar a su pueblo de Egipto, símbolo de servidumbre y opresión (primera lectura). Dios-Amor regala a sus discípulos una misión maravillosa y les asegura su compañía a lo largo de los siglos (evangelio). Dios-Amor hace a los hombres sus hijos adoptivos para que puedan clamar con Jesucristo: "abba", es decir, "Padre".


Mensaje doctrinal

1. El Dios de Moisés. Aunque en el AT se encuentran ya figuras que preparan la revelación del misterio trinitario, el Dios del AT, el Dios de Moisés, se revela en su unicidad de cara a otros dioses que no son dioses. En la pedagogía de Dios con el hombre tiene lugar primeramente la revelación de un Dios único y personal que en su amor inenarrable se elige un pueblo, lo libera y hace alianza con él. En la capacidad de apertura del hombre a lo divino, está primero la revelación de su carácter único, personal y salvífico ante los acontecimientos y situaciones que en aquellos siglos remotos encontraron los israelitas. El politeísmo circundante (sobre todo los dioses cananeos: Baal, dios de la tierra y de sus frutos, Astarté, diosa de la fecundidad, y Moloch, dios que exigía sacrificios humanos) ejercían un fuerte atractivo sobre la religiosidad, todavía elemental, de las doce tribus de Israel. Había que proclamar y defender a toda costa la unicidad de Dios: "Reconoce hoy y convéncete de que el Señor es Dios allá arriba en los cielos y aquí abajo en la tierra, y de que no hay otro" (primera lectura). En la misma línea que el deuteronomista, el segundo Isaías pone en boca de Dios estas palabras: "¿Hay algún dios fuera de mí, algún otro apoyo que yo no conozca? (Is 44,8) y poco antes había dicho de los ídolos: "Todos ellos son una nulidad, sus obras una nada, viento y vacío son sus estatuas"" (Is 41,29). La tentación de la idolatría no pertenece al pasado. Acecha en la esquina de cada época y de cada cuadrante de la historia. En nuestros días, en una sociedad pluriétnica y religiosamente individualista, la tentación casi parece invadente.

2. El Dios de Jesucristo. Tras una preparación secular Dios consideró que el hombre estaba capacitado para recibir la revelación de su vida íntima, de su misterio trinitario. Dios-Amor envía a su Hijo para que nos descorra algo el velo de su misteriosa intimidad, y el Espíritu Santo nos instruye interiormente para que no seamos necios ni quedemos ofuscados o ciegos ante tanto resplandor divino. El Dios de Jesucristo es ante todo un Dios de donación: el Padre nos dona a su Hijo, el Padre y el Hijo nos donan su Espíritu, el Padre, Hijo y Espíritu nos donan su propia vida haciéndonos hijos de Dios. El Dios de Jesucristo es un Dios de salvación: El Padre quiere que todos los hombres se salven, el Hijo lleva a cabo la salvación de todos en su sangre, el Espíritu hace eficaz en el corazón de cada hombre la salvación de Dios. El Dios de Jesucristo es un Dios de misión: Poneos en camino, haced discípulos a todos los pueblos, bautizadlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñadles a poner por obra todo lo que yo os he mandado. La revelación de este misterio divino se puede captar un poco con la inteligencia, pero se penetra todavía algo más con el corazón y con la experiencia de Dios en la oración. Por eso, este misterio no es una barrera entre Dios y el hombre (si fuera así, Dios no nos lo hubiese revelado), sino un impulso intenso, vivo, constante a desear adentrarse más en él para quedar maravillados, extasiados.

3. Dios con nosotros. El evangelio según san Mateo comienza con el nacimiento del Enmanuel (Dios con nosotros) y termina igualmente con la presencia de Jesucristo glorioso entre sus discípulos y en la historia humana: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el final de este mundo" (evangelio). Israel había ya experimentado en su historia la presencia y cercanía de Yahvéh. Ahora el nuevo Israel, la Iglesia, experimenta la cercanía del Padre en la presencia y en el rostro de su Hijo, Jesucristo, en virtud del Espíritu Santo cuya misión es hacer presente en el tiempo y en la historia la verdad completa sobre Dios y sobre el hombre. En el tiempo de la Iglesia, no sólo el Hijo, sino también el Padre y el Espíritu, están realmente con nosotros y en nosotros.


Sugerencias pastorales

1. La desilusión de los ídolos. En todas las épocas ha sido verdad que si Dios no existe, habrá que inventarlo. Y así ha sido efectivamente. No hay pueblo ni cultura, desde la más primitiva hasta la más avanzada, que no se haya fabricado sus dioses. La historia de las religiones da fe de ello. Ni siquiera los ateos están exentos de esta ley. Ellos cambiarán el rostro de sus ídolos, divinizarán al "Partido", darán culto al "Jefe", lucharán por plantar el cielo en la tierra... Es evidente que no se puede asesinar eso que el hombre lleva inscrito en su misma naturaleza. En la historia humana, las generaciones han visto caer muchos ídolos, pero surgen otros nuevos. En el momento en que nos toca vivir, los ídolos creados por el comunismo han caído estrepitosamente, se derrumban otros ídolos como la técnica, el progreso, el dinero, el erotismo... Estamos en un momento muy propicio para que los cristianos hablemos al mundo no de ídolos, sino del Dios único y verdadero, que nos ha revelado Jesucristo. Es una enorme pena que, cuando muchos hombres necesitan que alguien les hable de Dios, los cristianos nos sumerjamos en el silencio por ignorancia, por temor o por excesiva prudencia humana. No tengamos miedo, Dios mismo pondrá en nuestros labios las palabras justas para que hablemos bien de Él.

2. Hacer visible a Dios-Amor. Posiblemente, los cristianos no hacemos visible a Dios, porque no tenemos una experiencia viva de Él, porque nuestro trato con Dios es a veces más con una abstracción que con un Dios vivo, que se llama Padre, Hijo y Espíritu Santo. La justicia se hace visible en un hombre justo, la verdad en un hombre veraz, el amor en un hombre que ama realmente, pues de esa misma manera Dios se hace visible en un hombre que ha experimentado el amor, la ternura, la grandeza y belleza de Dios; en un hombre "que ha visto, ha oído, ha tocado" a Dios en la Sagrada Escritura, en la oración, en los sacramentos, en el hermano. ¿No es verdad que cada cristiano debería ser como un ostensorio del Dios viviente, del Amor trinitario? Si Dios no está más presente en nuestro mundo, no nos desalentemos. Digámonos: "Es hora de esfuerzos, es hora de responsabilidad". ¡Manos a la obra!


14.Neptalí Díaz Villán CSsR.

LA TRINIDAD: MEJOR COMUNIDAD

El pueblo judío pensaba que si una persona veía el rostro de Dios, moriría (Ex 33,20). En la manifestación de la zarza ardiendo, Moisés se cubrió el rostro para no ver a Dios (Ex 3,6). Dios iluminaba su rostro sobre los seres humanos, pero nadie podía verlo (Sal 44,4; Num 6,25…). Si Dios no iluminaba su rostro sobre el ser humano, este estaba perdido (Sal 30,8). Muy pocas personas habían podido ver el rostro de Dios sin morir, entre ellos Jacob, que después tomó el nombre de Israel (Gen 32,31) y Moisés (Ex 34,29ss). Gracias a Moisés, Israel pudo recibir los mandatos de Dios y consolidarse como pueblo elegido[1].

Según su desarrollo histórico, el ser humano va descubriendo y haciéndose una “imagen” de Dios. En otras palabras, va descubriendo su rostro. Volviendo con una mirada al pasado, podemos descubrir muchos rostros de Dios, que no siempre concuerdan con el rostro que nos reveló Jesús. No pocas veces nos presentan a un dios situado, estático e impasible, que no se inmuta con los sufrimientos humanos. A un dios ajedrecista que maneja las fichas como mejor le convenga: que sacrifica al peón para rescatar la reina y defiende siempre al rey. A un dios de plastilina que moldeamos a nuestro antojo. A un dios tapa huecos que subsana las deficiencias humanas y que, incluso, es cómplice de nuestras irresponsabilidades. A un dios policía que vigila el orden establecido, sanguinario y con sed de venganza. A un dios titiritero que maneja a su antojo los hilos de la historia. Así mismo, muchas veces creamos nuestros propios dioses: modas, ideologías, líderes, cantantes, artistas, deportistas, etc.

La liturgia de la Iglesia nos presenta hoy a Dios como uno y Trino. No es algo fácil de digerir esto de la Trinidad. Según la leyenda atribuida a San Agustín, sería más fácil evacuar toda el agua del mar en un huequito hecho con el dedo, que comprender con nuestra mente el misterio de la Trinidad. Tratar de encerrar en nuestro “pequeño cerebro”, todo el misterio de Dios de una vez para siempre, es una empresa sencillamente imposible. Después de tanto tiempo de decretado el dogma de la Santísima Trinidad, aún algunos dicen que son devotos de la Trinidad porque es muy milagrosa y otros vienen a “ofrecer misas” a la Virgen de la Trinidad.

¡La Trinidad no es una virgen milagrosa! Sin pretender agotar el tema me atrevo a decir que la Trinidad es una manera de expresar la experiencia del Dios de Jesucristo. Él nos mostró a un Dios como un Padre y nos enseñó a llamarlo Abba, (papito querido). Hizo siempre la voluntad de su Padre y vivió impulsado por la fuerza y el Amor del Espíritu. Con sus palabras y obras nos mostró que él era el Hijo porque fue el continuador del Proyecto del Padre, que es Padre en tanto que da vida.

Dios uno y Trino, más que un dogma incuestionable, es una experiencia de salvación. Una fuerza dinámica, transformadora, creadora y recreadora, que nos impulsa a construir familia comunidad de amor, a imagen suya. Esa realidad la vemos reflejada en Jesús de Nazareth, quien formó comunidad con sus amigos y amigas.

El Padre es Padre en tanto que da vida. El hijo es hijo en tanto que recibe la vida del Padre y es capaz de donarla con amor. Y el Espíritu Santo es el Amor que une al Padre y al Hijo. De tal manera que, si somos imagen de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; si somos bautizados, esto es, sumergidos en el Padre, en el Hijo y en el Espíritu Santo, entonces tenemos que estar impregnados de la Trinidad y vivir como tal. O sea, aceptar con humildad la vida del Padre y estar dispuestos a donarla con amor, como lo hizo Jesús.

La palabra padre nos remite necesariamente al tema de la autoridad y los conflictos que nos ayudó a descubrir Freud. Nuestra sociedad vive hoy una profunda crisis de autoridad. Mucha gente rechaza automáticamente todo tipo de autoridad e institución. En las familias muchos padres se quejan por la rebeldía de sus hijos, en parte porque no se ha manejado bien la paternidad y la autoridad.

El Padre que nos reveló Jesús es paternal pero no es paternalista, guía con autoridad pero no es autoritario. En Jesús hubo una buena relación Padre – Hijo. Se sintió escuchado por el Padre[2] y vivió íntimamente unido a Él[3]. Hizo la voluntad del Padre sin que eso significara su anulación. No encontramos en Jesús ningún conflicto edípico.

El autoritarismo genera temor, esclavitud y/o rebelión. El laxismo desvía la formación armónica y desboca peligrosamente los impulsos humanos. Los dos son peligrosos y dañinos. Necesitamos en las familias una sana y amorosa dependencia original que nos lleve a una autonomía creadora e impulsadora de vida. Necesitamos fundar familias y comunidades a imagen de la Trinidad. Padres y líderes que sean autoridad sin ser autoritarios, hijos y miembros en general de nuestras comunidades, capaces de vincularse a procesos que nos lleven a vivenciar la Trinidad entre nosotros. Que todos nosotros, como comunidad y como personas, seamos imagen de la Trinidad.

En Jesús podemos descubrir el rostro misericordioso de Dios, sin el ancestral miedo a perecer de los primeros judíos. Podemos acercarnos Dios con la confianza de un hijo y llamarlo “Abba”, es decir Padre (2da lect.). Esa vivencia debe impulsarnos a mostrar a todo el mundo el camino de Jesús, de tal manera que todo el que quiera pueda ser discípulo. Y todo discípulo pueda formar comunidad bautizada (llena, empapada, sumergida) en el amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Una comunidad de discípulos y discípulas que guarde lo fundamental, que no es la multiplicidad de mandatos y prohibiciones de los judíos, sino el mandato de Jesús que es el amor misericordioso capaz de dar la vida por los amigos. Con la plena seguridad de que Jesús está con nosotros hasta el final de los tiempos, es decir, siempre, hasta llegar a la plenitud con Dios.