La Trinidad, un misterio cercano; explica el predicador del Papa
Comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap., a las lecturas del domingo

ROMA, viernes, 9 junio 2006 (ZENIT.org).- Publicamos el comentario del padre Raniero Cantalamessa, ofmcap. --predicador de la Casa Pontificia-- a la liturgia del próximo domingo, solemnidad de la Santísima Trinidad.


 

Un misterio cercano
Domingo de la Trinidad



La vida cristiana se desarrolla totalmente en el signo y en presencia de la Trinidad. En la aurora de la vida, fuimos bautizados «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» y al final, junto a nuestra cabecera, se recitarán las palabras: «Marcha, oh alma Cristiana de este mundo, en el Nombre de Dios, el Padre omnipotente que te ha creado, en el nombre de Jesucristo que te ha redimido, y en el nombre del Espíritu Santo que te santifica».

Entre estos dos momentos extremos, se enmarcan otros llamados de «transición» que, para un cristiano, están marcados por la invocación de la Trinidad. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, los esposos se unen en matrimonio y los sacerdotes son consagrados por el obispo. En el pasado, en nombre de la Trinidad, comenzaban los contratos, las sentencias y todo acto importante de la vida civil y religiosa.

No es verdad, por tanto, el que la Trinidad sea un misterio remoto, irrelevante para la vida de todos los días. Por el contrario, son las tres personas más «íntimas» en la vida: no están fuera de nosotros, como sucede con la mujer o el marido, sino que están dentro de nosotros. «Hacen morada en nosotros» (Juan 14, 23), nosotros somos su «templo».

Pero, ¿por qué creen los cristianos en la Trinidad? ¿No es ya bastante difícil creer que Dios existe como para añadir también que es «uno y trino»? ¡Los cristianos creen que Dios es uno y trino porque creen que Dios es amor! La revelación de Dios como amor, hecha por Jesús, ha «obligado» a admitir la Trinidad. No es una invención humana.

Si Dios es amor, tiene que amar a alguien. No existe un amor «al vacío», sin objeto. Pero, ¿a quién ama Dios para ser definido amor? ¿A los hombres? Pero los hombres existen tan sólo desde hace unos millones de años, nada más. ¿Al cosmos? ¿Al universo? El universo existe sólo desde hace algunos miles de millones de años. Antes, ¿a quién amaba Dios para poder definirse amor? No podemos decir que se amaba a sí mismo, porque esto no sería amor, sino egoísmo o narcisismo.

Esta es la respuesta de la revelación cristiana: Dios es amor porque desde la eternidad tiene «en su seno» un Hijo, el Verbo, al que ama con un amor infinito, es decir, con el Espíritu Santo. En todo amor siempre hay tres realidades o sujetos: uno que ama, uno que es amado, y el amor que les une. El Dios cristiano es uno y trino porque es comunión de amor. En el amor se reconcilian entre sí unidad y pluralidad; el amor crea la unidad en la diversidad: unidad de propósitos, de pensamiento, de voluntad; diversidad de sujetos, de características, y, en el ámbito humano, de sexo. En este sentido, la familia es la imagen menos imperfecta de la Trinidad. No es casualidad que al crear la primera pareja humana Dios dijera: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra» (Génesis 26-27).

Según los ateos modernos, Dios no sería más que una proyección que el hombre se hace de sí mismo, como uno que confunde con una persona diversa su propia imagen reflejada en un arroyo. Esto puede ser verdad con respecto a cualquier otra idea de Dios, pero no con respecto al Dios cristiano. ¿Qué necesidad tendría el hombre de dividirse a sí mismo en tres personas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, si verdaderamente Dios no es más que la proyección que el hombre hace de su propia imagen? La doctrina de la Trinidad es, por sí sola, el mejor antídoto al ateísmo moderno.

¿Te parece demasiado difícil todo esto? ¿No has comprendido mucho? Te diría que no te preocupes. Cuando uno está en la orilla de un lago o de un mar y se quiere saber lo que hay del otro lado, lo más importante no es agudizar la vista y tratar de otear el horizonte, sino subirse a la barca que lleva a esa orilla. Con la Trinidad, lo más importante, no es elucubrar sobre el misterio, sino permanecer en la fe de la Iglesia, que es la barca que lleva a la Trinidad.

[Traducción del italiano realizada por Zenit]
 

 

 

 

 AGUSTINOSS

HOMILÍAS: "El misterio central de nuestra fe"


Primera homilía

Seguramente todas conocéis esa leyenda en donde se nos dice que S. Agustín paseaba por la playa mientras intentaba comprender el misterio de la Santísima Trinidad cuando se encontró con un niño que quería meter todo el agua del mar en un agujero que había hecho en la arena. Agustín le dijo que eso era imposible y el niño le respondió que más difícil aún era comprender el misterio de la Santísima Trinidad.

Pues bien, creo que esta historia es bastante ilustrativa porque nos hace ver que comprender el misterio de la Trinidad y hablar de ella no es nada fácil. Y es que supone hablar del mayor misterio de nuestra fe. Sin embargo, a pesar de esta dificultad, sí que se puede decir algo, no sólo desde la teoría, sino también desde la práctica, porque la Trinidad se presenta, aunque parezca paradójico, como un misterio y a la vez como un modelo de vida para todos nosotros. Por eso, a mi me gustaría que reflexionásemos un poco sobre esto último.

Lo primero que llama la atención en la Trinidad es la gran unidad que hay en ella. Esta misma unidad es la que Dios nos pide que vivamos entre nosotros. Al menos, es lo que pidió Jesús al Padre poco antes de ser entregado a los judíos: *Como tu, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado+

Por eso, a ejemplo de la Trinidad, toda la Iglesia debería vivir unida con el único fin de dar gloria a Dios y buscar la salvación de los hombres. Y, tanto en vuestro caso como en el nuestro, que vivimos en una comunidad, debemos dar un ejemplo especial de unión, de forma que demos testimonio de que, a pesar de las diferencias que puedan existir entre nosotros en la forma de ser o de pensar, nos queremos y nos sentimos unidos de verdad desde la fe en Dios y en vuestro caso, también desde el carisma que tenéis de atender a las personas que se encuentran más necesitadas.

Por otro lado, la Trinidad no sólo se nos muestra como modelo de comunión, sino también como modelo de sociedad. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo trabajan siempre, por así decirlo, en equipo. Cada uno tiene un papel. El Padre, como se dice en el credo, es creador de todo. En cuanto al Hijo, por él fueron creadas todas las cosas y se hizo hombre para revelarnos el verdadero rostro de Dios y su plan de salvación. Por último el Espíritu Santo interviene en la encarnación y nos enseña y mantiene en la verdad plena. Pero, todo ello, como os he dicho, lo hacen en equipo, lo hacen en unidad absoluta y total.

Y así debe ocurrir en la Iglesia y en cada una de nuestras comunidades. Al igual que cada persona de la Trinidad, aunque desempeña funciones distintas en toda la historia de la salvación, pero trabajan en unidad, también nosotros en nuestra comunidad, dentro de la riqueza, de los dones, y de nuestras posibilidades, debemos saber trabajar en equipo, apoyándonos en nuestra tareas concretas y sobre todo ayudándonos entre todos a vivir el carisma al que Dios nos ha llamado.

Pidamos, por tanto, que en este día en que celebramos la Santísima Trinidad, el Señor nos ayude a vivir estos dos aspectos: la unidad y el trabajar en comunión, así como también lo que nos decía S. Pablo en la segunda lectura: trabajar por nuestra perfección, teniendo un mismo sentir y viviendo en paz.

Es la mejor forma de vivir el misterio de la Trinidad en nuestras vidas, y sólo así como dice también S. Pablo, el Dios del amor y de la paz estará con nosotros.




Segunda homilía

La Iglesia celebra hoy el misterio central de nuestra fe, el misterio de la Santísima Trinidad, fuente de todos los dones y gracias; el misterio de la vida íntima de Dios. Toda la liturgia de la Misa de este domingo nos invita a tratar con intimidad a cada una de las Tres Personas, al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. Esta fiesta fue establecida en 1334 por el papa Juan XXII y quedó fijada para el domingo después de la venida del Espíritu Santo. Cada vez que con fe y con devoción rezamos Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, estamos invocando a la Santísima Trinidad, verdadero y único Dios.

La Trinidad constituye el misterio supremo de nuestra fe. Y misterio es una verdad de la que no podemos saberlo todo.

En el caso de la Santísima Trinidad, sabemos lo que Dios mismo a través de las Sagradas Escrituras y de Jesucristo, nos ha revelado.

Este misterio que no podemos comprender totalmente, sí podemos vivirlo, ya san Pablo, se despedía de las comunidades cristianas diciendo:

La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo, esté siempre con ustedes

El misterio de la Santísima Trinidad, estaba presente ya en tiempos de los apóstoles. Pero ¿vive fecundamente en nosotros?

En el Evangelio de hoy, Jesús al despedirse de sus discípulos, los envía, les da la misión universal de hacer discípulos y bautizar "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo".

La misión fue cumplida por los discípulos y aún hoy lo está siendo por nosotros. Todos nosotros hemos sido bautizados "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", en el nombre de la Trinidad. Adoramos entonces a Dios uno y Trino como consecuencia de nuestra fe bautismal. De modo que al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad, adoramos a tres personas distintas, de única naturaleza, iguales en su dignidad según se reza en el prefacio de la misa de este domingo:"En verdad es justo,... darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre Santo, Dios todopoderoso y eterno.

Que con tu Único Hijo y el Espíritu Santo, eres un solo Dios, un solo Señor; no una sola Persona, sino tres Personas en una sola naturaleza.

Y lo que creemos de tu gloria, porque tú lo revelaste, lo afirmamos también de tu Hijo y también del Espíritu Santo, sin diferencia ni distinción".

De modo que, al proclamar nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad, adoramos tres Personas distintas, de única naturaleza e iguales en su dignidad.Siempre es provechoso esforzarse en profundizar el contenido de la antigua tradición, de la doctrina y la fe de la Iglesia Católica, tal como el Señor nos la entregó, tal como la predicaron los Apóstoles y la conservaron los Santos Padres.

El cristianismo está colmado de misterios, pero el misterio fundamental, el más central, el misterio de los misterios es el de la Santísima Trinidad.

Todos los demás misterios sacan de él su alimento y todos, sin excepción alguna, desembocan nuevamente ahí.

En todos los misterios del cristianismo, llámese como se quieran, está girando el misterio del amor trinitario y todo lo que encierran los misterios es el amor infinito de la Santísima Trinidad a los hombres.

Cuántas veces nos hace notar la Sagrada Escritura, que Cristo pasó por el mundo bendiciéndolo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Los apóstoles, los evangelistas heredaron de Cristo esta actitud. Desde ese tiempo existió en toda la cristiandad el amor a la señal de la cruz.

En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, comenzamos todas nuestras oraciones, comenzamos la Santa Misa y la celebración de todos los sacramentos y actos de la Iglesia.

Al persignarnos hacemos una señal de la cruz pequeña sobre la frente, la boca y en el pecho sobre el corazón, ¿qué están indicando?.

La cruz sobre la frente se refiere al Padre que está sobre todo; la cruz en la boca, indica al Hijo, la Palabra eterna del Padre, brotada desde el seno del Padre celestial desde toda eternidad; la cruz sobre el corazón simboliza al Espíritu Santo.

¿Qué encierra este triple signo?

El reconocimiento del misterio creador más central del cristianismo.

La cruz es el símbolo del Redentor y de la Redención. ¿A quién se lo debemos?

Al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo; a las tres personas, pero a cada una de modo diferente.

Tal vez convenga preguntarnos hoy, si hemos conservado el amor a la cruz, si nos avergonzamos tal vez de signarnos, si signamos a nuestros hijos.

Pensemos que cada vez que hacemos la señal de la cruz, estamos reconociendo y confesando la realidad de la Santísima Trinidad.

La hacemos en el nombre del Padre: el Padre es siempre lo primero, lo supremo, origen de todo.

En el nombre del Padre y del Hijo: el Hijo procede del Padre y ha venido al mundo.

Y En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo: el Espíritu Santo es enviado por el Padre y el Hijo.

Así fue una vez la fe: inamovible, profunda y vital en la Santísima Trinidad. Este símbolo fue creado entonces, y nosotros lo hemos recibido, pero tal vez hemos olvidado su contenido.

¿Quién puede devolvernos esa fe viva?

El Espíritu Santo. Él viene a nuestra alma en forma de lenguas de fuego o de un viento impetuoso o en la suave y silenciosa brisa, entra en nuestra alma para lanzar de ella toda mediocridad, para aclarar toda incomprensión y para que nuestra alma se eleve al Dios eterno, y encuentre allí un lugar de reposo absoluto

Este misterio fundamental de nuestra fe, nunca será captado por nuestra capacidad creada de comprensión.

Nunca lo podremos captar aquí en la tierra, valiéndonos de nuestros sentidos naturales, nunca lo podremos captar con la inteligencia humana.

Cuando pasemos a la eternidad, podremos contemplar a Dios directamente, gozar de Él, pero nunca penetrar su misterio.

Hoy vamos a pedir a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, más fe. Queremos repetir cada vez con más fe: Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo. Creo en el Espíritu Santo. Y pedirle que nuestra vida sea real testimonio de la grandeza del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Que nuestra Madre María, que tal vez como nosotros, no comprendió pero sí vivió ese misterio como Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo y Esposa de Dios Espíritu Santo, nos ayude a vivir a nosotros este misterio


RECURSOS PARA LA HOMILÍA


Nexo entre las lecturas
Si me está permitido hablar así, diría que los textos litúrgicos nos encaminan hacia la Operación Trinidad. Una Operación top secret en el corazón de Dios y que se va revelando poco a poco, por ejemplo, bajo la personificación de la Sabiduría (primera lectura). Jesucristo en el evangelio nos adentra en la Operación Trinidad revelándonos la interacción entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Por último, el texto de la carta a los Romanos muestra las consecuencias de la Operación Trinidad en la vida de los cristianos, por obra sobre todo del Espíritu.


Mensaje doctrinal

1. Dios SE nos revela. Ninguna inteligencia humana, incluso la más elevada y perfecta, puede conocer por sí misma el misterio de la vida trinitaria. Ninguna filosofía puede desvelar por vía especulativa que Dios es simultáneamente uno y trino. Ninguna religión puede descorrer el velo del santuario en el que mora la realidad misma de Dios, Verdad, Amor y Vida. Lo que sabemos del Dios vivo y verdadero nos viene por autorrevelación: AQuiso Dios, con su bondad y sabiduría, revelarse a Sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (Dei Verbum 2). En la historia de la salvación, Dios se ha revelado primeramente como creador y como providencia sobre todas sus criaturas (primera lectura). El texto evangélico nos enseña que Jesucristo, en cuanto Hijo de Dios, nos ha revelado sobre todo la paternidad divina. El Espíritu Santo, por su parte, nos llevará a la verdad completa, es decir, nos hará entender y experimentar mejor y en mayor profundidad la realidad de la vida trinitaria y las consecuencias de esa realidad para nuestra vida en este mundo: la paz con Dios Padre, el estado de hijos de Dios en que nos hallamos por el bautismo, la posesión del amor de Dios con el cual superar cualquier tribulación y vivir en la esperanza que no engaña. Dios no se revela como un anciano solitario y justiciero, sino como un Padre con una intensa vida familiar, sellada toda ella por la Verdad y por el Amor.

2. Dios NOS revela e interpela. Al revelarse Dios a sí mismo en su vida más íntima, revela al hombre su más profunda identidad y su quehacer más importante en la existencia histórica. Por eso, no es ni puede ser indiferente al cristiano el misterio de la Trinidad. Como nos dice el catecismo, el misterio trinitario es la luz que nos ilumina (CIC 234). Ilumina nuestra inteligencia de la creación, pues el Padre ha creado al universo y al hombre con las sabias manos del Hijo y del Espíritu (primera lectura), y así nos revela no sólo nuestra condición de criaturas sino también nuestra condición contemplativa y casi mística. Ilumina nuestra comprensión de las relaciones dentro de la familia divina (evangelio), y mediante ellas nos revela nuestra participación en esa vida divina y nuestra vocación de reflejo de la misma. Nos revela sobre todo nuestra condición de oyentes del Espíritu, a quienes el Espíritu de la Verdad comunica todo lo que ha oído en el seno del Padre y todo lo que ha recibido del Verbo, hecho carne. Nos revela, por acción del Espíritu, nuestra condición de hombres de la esperanza, frente a los hombres sin esperanza, que son los no creyentes; una esperanza sólida, que no engaña (segunda lectura). Esta revelación que el Dios vivo y trinitario nos hace de nuestra identidad, nos interpela al mismo tiempo a fin de que la vida divina adquiera formulación y expresión histórica en cada uno de los cristianos: la unidad de la fe, el amor como esencia del cristianismo, la docilidad a la presencia y acción del Espíritu Santo en nuestras almas, el papel magisterial del Espíritu de la Verdad divina, la multiplicidad de expresiones culturales de la misma y única fe.


Sugerencias pastorales

1. Misterio de fe y amor. Es decir, un misterio en el que no sólo tenemos que creer sino también amar. Creo, creemos en un único Dios que nos da la vida como Padre, que como Hijo nos llama a vivir a fondo la experiencia filial de la que Él nos hace partícipes , y que en cuanto Espíritu se define como intercambio de amor entre el Padre y el Hijo y nos enseña que en el amor está la esencia de Dios y de toda criatura. Me fío de este Dios Vida, Comunión, Verdad, Amor. Creo y confío en que en la apropiación de estos grandes valores Adivinos encuentro mi plena realización humana y cristiana. Como cristiano expreso mi fe amando la grandeza y belleza del Dios unitrino. Con mi amor a cada una de las personas divinas pretendo subrayar que el Dios trinitario no es una abstracción, no es un mundo mental hermoso y bien construido, no es un juego de conceptos con los cuales entretener la reflexión de los teólogos, sino un Dios tripersonal, al que amo como hijo, al que obedezco como creatura, y al que adoro por ser mi Dios y Señor. Considero algo sumamente positivo y necesario que desde la primera catequesis se introduzca a los niños en una relación personal y adorante con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu. Para esta catequesis trinitaria puede ayudarnos una explicación elemental de la santa misa, que comienza y termina en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En ella, Jesucristo, Hijo de Dios, nos habla a los hombres (a los niños, y a los adultos) desde el Evangelio. En ella todas las oraciones y plegarias nuestras se dirigen a Dios Padre, fuente de todo don y gracia. En ella está presente y activo el Espíritu Santo de manera muy especial en el momento de la consagración, para hacer que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo, y para transformar nuestra pobre existencia mediante el cuerpo de Cristo que en la misa recibimos. Si Dios es un misterio de amor, )no será el amor la mejor manera de entrar por la puerta del misterio?

2. La gloria de la Trinidad. La gloria de la Trinidad es que el hombre viva y, por medio de él, toda la creación adquiera sentido y cumpla su finalidad. ¿Qué quiere decir que el hombre viva? Que sea lo que tiene que ser. Que sea plenamente hombre y, si ha sido llamado a la vocación cristiana, que sea plenamente cristiano. Aquí está el drama de la Trinidad que es por igual el drama del hombre: No pocas veces la gloria de la Trinidad es opacada, entenebrecida por el hombre. El hombre no es lo que es, cuando se cree un demiurgo autónomo en lugar de una criatura dependiente, y manipula la vida y la creación a su antojo. El hombre no es lo que es, cuando se olvida de haber sido creado a imagen de Dios y piensa que su imagen más perfecta se halla en el reino animal. El hombre no es lo que es, cuando piensa que no ha sido creado por amor y para amar, sino más bien que su realización personal está en proporción a la medida de su poder y de su dominio sobre los demás. El hombre no es lo que es, cuando se cree dueño de la vida que puede hacer con ella lo que quiere, en lugar de ser un receptor agradecido, que la administra sabiamente por haberla recibido del mismo Dios.