COMENTARIOS AL CÁNTICO DE DANIEL


3/51-88 
PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL 

* Este canto no hace parte del libro de los Salmos sino que está extractado del libro de Daniel. Fue compuesto hacia el año 164, en plena "persecución" de Antíoco Epífanes, tres años después de la "profanación del Templo", el 7 de diciembre del 167; este libro es la reacción del pueblo judío ante la tentativa de los poderes políticos paganos de obligar a los creyentes a abandonar su fe. Ante las civilizaciones helenísticas triunfantes, en que pululan los dioses, en que se adora la belleza de sus estatuas, en que el rey mismo exige los honores de la divinidad, en que el estilo de vida promete un nuevo humanismo centrado en la exaltación deportiva del cuerpo... Israel "resiste", hasta el martirio, con las armas, y la sublevación de los "Macabeos"... Los creyentes afirman con fortaleza que "sólo Dios es Dios". El formulario de "Bendición" del comienzo es tradicional: la acumulación de símbolos significa la "trascendencia" de Dios. El verdadero Dios está "más allá de todo". Lo que lo caracteriza es la "gloria": el firmamento del cielo, inviolado, allá arriba, es signo de su grandeza... Su trono es inaccesible, por encima de seres celestes misteriosos, los Kerubim... Pero Dios penetra también lo más profundo de los abismos, nada le escapa...

En la segunda parte, el "canto de las criaturas" canta la gloria de Dios: el universo es desmitificado. Nada es Dios aquí abajo. Todo ha sido creado por Dios y "bendice a Dios". El mundo entero es convocado.

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS D/TRASCENDENCIA:

** Jesús, durante su juicio ante el Sanedrín, citó el libro de Daniel: "¡Veréis al Hijo del hombre sentado a la Diestra del Todopoderoso venir sobre las nubes del cielo!" (Daniel 7,13; Mateo 26,64; Marcos 14,62; Lucas 22,69). Sus jueces comprendieron perfectamente la alusión y de inmediato gritaron al "blasfemo": estaba bien por parte de Jesús reivindicar algo de la "trascendencia de Dios".

Este canto de Daniel lo propone la liturgia el Domingo de la Santísima Trinidad. Celebrando a Jesucristo cada domingo del año, tomamos conciencia de que estamos ante el misterio del "más allá de todo": el inefable, el indecible, el inconcebible, Dios, se hizo hombre. Pero el misterio "permanece oculto en su misma Epifanía". No tratemos de encerrar a Dios en nuestras definiciones: "los conceptos crean los ídolos de Dios, dice San Gregorio de Nisa, sólo la admiración puede comprender algo". Hay que dejarse simplemente deslumbrar, no ver nada más. Otro padre de la Iglesia escribe: "los misterios se revelan más allá de todo conocimiento, aún más allá de lo incognoscible, en las tinieblas más que luminosas del silencio" (Denys).

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO

*** El creyente ante las "civilizaciones". Hoy estamos enfrentados a los mismos problemas espirituales de los creyentes del tiempo del libro de Daniel. Las civilizaciones dominantes han tenido siempre la tendencia a "encerrar" al hombre en sí mismo. El profundo menosprecio de Karl Marx hacia todas las religiones, que tacha de "fetichismo" construido por el hombre y del cual es necesario desalienarse... Es en nuestro tiempo el rostro nuevo de la tentación de siempre.

Somos de los que creen que el peor fetichismo es aquel del hombre de la civilización de consumo... que se da una multitud de dioses "a ras de tierra, a ras del estómago". Basta, por ejemplo, escuchar la publicidad de nuestro tiempo para ver a "qué nivel" vuela el ideal medio de los consumistas que somos. Aunque esto no guste a Karl Marx y a todos los señores materialistas, sigo convencido de que únicamente Dios es "liberador" y desalienante. La peor esclavitud, la peor alienación es "uno mismo"... y este deseo insaciable que renace cuando ya creemos haberlo satisfecho. En el mundo de los robots y de los esclavos que fabrica en serie nuestra civilización, ¡levántense los hombres libres. Hombres de la "trascendencia" a quienes el verdadero Dios libera de "todo".

Obras todas del Señor, bendecid al Señor. Recordaré toda la vida este canto de las criaturas, que escuché muy de mañana un domingo en un monasterio. Los monjes se habían levantado de madrugada, hacia las tres de la mañana, para su oficio de alabanza nocturna. Después de los Maitines, entonaron los Laudes, que quiere decir "Alabanzas". Uno de ellos, cantante de voz admirable, se puso de pie en medio del coro y lanzó las invocaciones, a las cuales cincuenta monjes respondieron con una formidable y abrumadora letanía. "Arroyos y fuentes"... prorrumpió él, "¡Bendecid al Señor!" le respondían todos."Fuego, calor, frío, nieves, océanos, ríos...". "¡Bendecid al Señor!".

Lo ideal es cantar en grupo este poema, para hacer el efecto del "eco". Pero ensayemos de cantarlo en nuestro corazón, solos. Con un poco de imaginación podemos hacer funcionar nuestro cine interior, para mirar todas las criaturas de las cuales somos la voz: sol, luna, viento, rocío, relámpagos, nubes, colinas, montañas, pájaros, fieras, rebaños... hombres... Podemos añadir otras criaturas claro está. Excelente forma de orar la de convocar todas las criaturas a un canto de alabanza, llamándolas una por una, podemos citar otros nombres... Ensayemos.

Para una visión optimista del universo. Si entramos en el movimiento de este cántico, optamos por mirar el lado bueno de las cosas. El agua, el viento, el fuego, el hielo, los relámpagos, las nubes, las tinieblas, las fieras... No siempre nos son favorables. El viento destroza y arrasa. El hielo destruye los tiernos brotes. Las nubes a veces son devastadoras. Cada cosa de la creación tiene su lado bueno y su lado malo. Sobre el acero del riel pasa el tren, pero su peso y dureza pueden aplastar al obrero que hace un mal movimiento. El fuego sólo es un mal "cuando deja de sernos útil: ya que quema, sirve para cocer los alimentos o afinar los metales". Una parte del "problema del mal", tan doloroso para el hombre moderno, ocurre por la falta de realismo de la humanidad pretenciosa, que quiere evitar todo riesgo. ¡Las cosas son lo que ellas son! Nos toca conocerlas... Utilizar su aspecto favorable, neutralizar su lado negativo.

¡OBRAS TODAS DEL SEÑOR, BENDECID AL SEÑOR!

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo II
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 254-257


2. CATEQUESIS DEL PAPA En la audiencia general del miércoles, 2 de mayo 2001

Toda criatura alabe al Señor

1. "Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor" (Dn 3, 57). Este cántico, tomado del libro de Daniel, que la Liturgia de las Horas nos propone para las Laudes del domingo en las semanas primera y tercera, tiene una dimensión cósmica. Y esta estupenda plegaria en forma de letanía corresponde muy bien al dies Domini, al día del Señor, que en Cristo resucitado nos hace contemplar el culmen del designio de Dios sobre el cosmos y sobre la historia. En efecto, en él, alfa y omega, principio y fin de la historia (cf. Ap 22, 13), encuentra su pleno sentido la creación misma, puesto que, como recuerda san Juan en el prólogo de su evangelio, "todo fue hecho por él" (Jn 1, 3). En la resurrección de Cristo culmina la historia de la salvación, abriendo las vicisitudes humanas al don del Espíritu y de la adopción filial, en espera de la vuelta del Esposo divino, que entregará el mundo a Dios Padre (cf. 1 Co 15, 24).

2. En este pasaje, en forma de letanía, se pasa revista a todas las cosas. La mirada se dirige al sol, a la luna, a los astros; se posa sobre la inmensa extensión de las aguas; se eleva hacia los montes; recorre las más diversas situaciones atmosféricas; pasa del calor al frío, de la luz a las tinieblas, considera el mundo mineral y el vegetal; se detiene en las diversas especies de animales. Luego el llamamiento se hace universal:  convoca a los ángeles de Dios, y llega a todos los "hijos de los hombres", pero implica de modo particular al pueblo de Dios, Israel, a sus sacerdotes, a los justos. Es un inmenso coro, una sinfonía en la que las diversas voces elevan su canto a Dios, Creador del universo y Señor de la historia. Recitado a la luz de la revelación cristiana, se dirige al Dios trinitario, como la liturgia nos invita a hacer al añadir al cántico una fórmula trinitaria:  "Bendigamos al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo".

3. En cierto sentido, en este cántico se refleja el alma religiosa universal, que percibe en el mundo la huella de Dios, y se eleva a la contemplación del Creador. Pero en el contexto del libro de Daniel, el himno se presenta como acción de gracias elevada por los tres jóvenes israelitas -Ananías, Azarías y Misael- condenados a morir en un horno de fuego ardiente, por haberse negado a adorar la estatua de oro de Nabucodonosor, pero milagrosamente preservados de las llamas. En el fondo de este evento se halla aquella especial historia de salvación en la que Dios elige a Israel para ser su pueblo y establece con él una alianza. Precisamente a esa alianza quieren permanecer fieles los tres jóvenes israelitas, a costa de sufrir el martirio en el horno de fuego ardiente. Su fidelidad se encuentra con la fidelidad de Dios, que envía un ángel a alejar de ellos las llamas (cf. Dn 3, 49).

De ese modo, el cántico se sitúa en la línea de los cantos de alabanza de quienes han sido librados de un peligro, presentes en el Antiguo Testamento. Entre ellos es famoso el canto de victoria recogido en el capítulo 15 del Éxodo, donde los antiguos hebreos expresan su acción de gracias al Señor por aquella noche en la que hubieran sido inevitablemente derrotados por el ejército del faraón si el Señor no les hubiera abierto un camino entre las aguas, "arrojando en el mar caballo y carro" (Ex 15, 1).

4. No por casualidad, en la solemne Vigilia pascual, la liturgia nos hace repetir cada año el himno que cantaron los israelitas en el Éxodo. Ese camino abierto para ellos anunciaba proféticamente la nueva senda que Cristo resucitado inauguró para la humanidad en la noche santa de su resurrección de entre los muertos. Nuestro paso simbólico por las aguas del bautismo nos permite revivir una experiencia análoga de paso de la muerte a la vida, gracias a la victoria sobre la muerte que Jesús obtuvo en beneficio de todos nosotros.

Los discípulos de Cristo, al repetir en la liturgia dominical de las Laudes el cántico de los tres jóvenes israelitas, queremos ponernos en sintonía con ellos expresando nuestra gratitud por las maravillas que ha realizado Dios tanto en la creación como, sobre todo, en el misterio pascual.

En efecto, el cristiano descubre una relación entre la liberación de los tres jóvenes, de los que se habla en el cántico, y la resurrección de Jesús. En esta última, los Hechos de los Apóstoles ven escuchada la oración del creyente que, como el salmista, canta confiado:  "No abandonarás mi alma en el Hades ni permitirás que tu santo experimente la corrupción" (Hch 2, 27, Sal 15, 10).

Referir este cántico a la Resurrección es muy tradicional. Existen testimonios muy antiguos de la presencia de este himno en la oración del día del Señor, Pascua semanal de los cristianos. Las catacumbas romanas conservan vestigios iconográficos en los que se ven los tres jóvenes que oran indemnes entre las llamas, testimoniando así la eficacia de la oración y la certeza de la intervención del Señor.

5. "Bendito el Señor en la bóveda del cielo, alabado y glorioso y ensalzado por los siglos" (Dn 3, 56). Al cantar este himno el domingo por la mañana, el cristiano no sólo se siente agradecido por el don de la creación, sino también por ser destinatario de la solicitud paterna de Dios, que en Cristo lo ha elevado a la dignidad de hijo.

Una solicitud paterna que nos hace mirar con ojos nuevos la creación misma y nos hace gustar su belleza, en la que se vislumbra, como en filigrana, el amor de Dios. Con estos sentimientos san Francisco de Asís contemplaba la creación y elevaba su alabanza a Dios, manantial último de toda belleza. Viene espontáneo imaginar que las elevaciones de este texto bíblico resonaran en su alma cuando, en San Damián, después de haber alcanzado la cima del sufrimiento en su cuerpo y en su espíritu, compuso el "Cántico del hermano sol" (cf. Fuentes Franciscanas, 263).


3. CATEQUESIS DEL PAPA en la audiencia general del miércoles, 12 de diciembre 2001

El cántico de las criaturas

1. El cántico que acabamos de proclamar está constituido por la primera parte de un largo y hermoso himno que se encuentra insertado en la traducción griega del libro de Daniel. Lo cantan tres jóvenes judíos arrojados a un horno ardiente por haberse negado a adorar la estatua del rey babilonio Nabucodonosor. La Liturgia de las Horas, en las Laudes del domingo, en la primera y en la tercera semana del Salterio litúrgico, nos presenta otra parte de ese mismo canto.

 

Como es sabido, el libro de Daniel refleja las inquietudes, las esperanzas y también las expectativas apocalípticas del pueblo elegido, el cual, en la época de los Macabeos (siglo II a. C.) luchaba para poder vivir según la ley dada por Dios.

En el horno, los tres jóvenes, milagrosamente preservados de las llamas, cantan un himno de bendición dirigido a Dios. Este himno se asemeja a una letanía, repetitiva y a la vez nueva:  sus invocaciones suben a Dios como volutas de incienso, que ascienden en formas semejantes, pero nunca iguales. La oración no teme la repetición, como el enamorado no duda en declarar infinitas veces a la amada todo su afecto. Insistir en lo mismo  es signo de intensidad y de múltiples matices en los sentimientos, en los impulsos interiores y en los afectos.

2. Hemos escuchado proclamar el inicio de este himno cósmico, contenido en los versículos 52-57 del capítulo tercero de Daniel. Es la introducción, que precede al grandioso desfile de las criaturas implicadas en la alabanza. Una mirada panorámica a todo el canto en su forma litánica nos permite descubrir una sucesión de elementos que componen la trama de todo el himno. Este comienza con seis invocaciones dirigidas expresamente a Dios; las sigue una llamada universal a las "criaturas todas del Señor" para que abran sus labios ideales a la bendición (cf. v. 57).

Esta es la parte que consideramos hoy y que la liturgia propone para las Laudes del domingo de la segunda semana. Sucesivamente el canto seguirá convocando a todas las criaturas del cielo y de la tierra a alabar y ensalzar a su Señor.


3. Nuestro pasaje inicial se repetirá una vez más en la liturgia, en las Laudes del domingo de la cuarta semana. Por eso, ahora sólo elegiremos algunos elementos para nuestra reflexión. El primero es la invitación a la bendición:  "Bendito eres, Señor", que al final se convertirá en "Bendecid".

En la Biblia hay dos tipos de bendición, relacionadas entre sí. Una es la bendición que viene de Dios:  el Señor bendice a su pueblo (cf. Nm 6, 34-27). Es una bendición eficaz, fuente de fecundidad, felicidad y prosperidad. La otra es la que sube de la tierra al cielo. El hombre  que  ha gozado de la generosidad divina bendice a Dios, alabándolo, dándole gracias y ensalzándolo:  "Bendice, alma mía, al Señor" (Sal 102, 1; 103, 1).

La bendición divina a menudo se otorga por intermedio de los sacerdotes (cf. Nm 6, 22-23. 27; Si 50, 20-21), a través de la imposición de las manos; la bendición humana, por el contrario, se expresa en el himno litúrgico, que la asamblea de los fieles eleva al Señor.

4. Otro elemento que consideramos dentro del pasaje propuesto ahora a nuestra meditación está constituido por la antífona. Se podría imaginar que el solista, en el templo abarrotado de pueblo, entonaba la bendición:  "Bendito eres, Señor", enumerando las diversas maravillas divinas, mientras la asamblea de los fieles repetía constantemente la fórmula:  "A ti gloria y alabanza por los siglos". Es lo que acontecía con el salmo 135, generalmente llamado "Gran Hallel", es decir, la gran alabanza, en la que el pueblo repetía:  "Es eterna su misericordia", mientras un solista enumeraba los diversos  actos  de salvación realizados por el Señor en favor de su pueblo.

Objeto de la alabanza, en nuestro salmo, es ante todo el nombre "santo y glorioso" de Dios, cuya proclamación resuena en el templo, también él "santo y glorioso". Los sacerdotes y el pueblo, mientras contemplan en la fe a Dios que se sienta "en el trono de su reino", sienten sobre sí la mirada que "sondea los abismos" y esta conciencia hace que brote de su corazón la alabanza. "Bendito..., bendito...". Dios, "sentado sobre querubines", tiene como morada "la bóveda del cielo", pero está cerca de su pueblo, que por eso se siente protegido y seguro.

5. El hecho de que este cántico se vuelva a proponer en la mañana del domingo, Pascua semanal de los cristianos, es una invitación a abrir los ojos ante la nueva creación que tuvo origen precisamente con la resurrección de Jesús. San Gregorio de Nisa, un Padre de la Iglesia griega del siglo IV, explica que con la Pascua del Señor "son creados un cielo nuevo y una tierra nueva (...), es plasmado un hombre diverso, renovado a imagen de su creador por medio del nacimiento de lo alto" (cf. Jn 3, 3. 7). Y prosigue:  "De la misma manera que quien mira al mundo sensible deduce por medio de las cosas visibles la belleza invisible (...), así quien mira a este nuevo mundo de la creación eclesial ve en él a Aquel que se ha hecho todo en todos llevando la mente, por medio de las cosas comprensibles por nuestra naturaleza racional, hacia lo que supera la comprensión humana" (Langerbeck, H., Gregorii Nysseni Opera, VI, 1-22 passim, p. 385).

Así pues, al cantar este cántico, el creyente cristiano es invitado a contemplar el mundo de la primera creación, intuyendo en él el perfil de la segunda, inaugurada con la muerte y la resurrección del Señor Jesús. Y esta contemplación lleva a todos a entrar, casi bailando de alegría, en la única Iglesia de Cristo.

 


 

4. CATEQUESIS DEL PAPA, el miércoles, 10 de Julio de 2002

Toda la creación alabe al Señor

 1. En el capítulo 3 del libro de Daniel se halla una hermosa oración, en forma de letanía, un verdadero cántico de las criaturas, que la liturgia de Laudes nos propone muchas veces, en fragmentos diversos.

Ahora hemos escuchado su parte fundamental, un grandioso coro cósmico, enmarcado por dos antífonas a modo de síntesis:  "Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos. (...) Bendito el Señor en la bóveda del cielo, alabado y glorioso y ensalzado por los siglos" (vv. 56 y 57).

 

Entre estas dos aclamaciones se desarrolla un solemne himno de alabanza, que se expresa con la repetida invitación "bendecid":  formalmente, se trata sólo de una invitación a bendecir a Dios dirigida a toda la creación; en realidad, se trata de un canto de acción de gracias que los fieles elevan al Señor por todas las maravillas del universo. El hombre se hace portavoz de toda la creación para alabar y dar gracias a Dios.

 

2. Este himno, cantado por tres jóvenes judíos que invitan a todas las criaturas a alabar a Dios, desemboca en una situación dramática. Los tres jóvenes, perseguidos por el soberano babilonio, son arrojados a un horno de fuego ardiente a causa de su fe. Y aunque están a punto de sufrir el martirio, se ponen a cantar, alegres, alabando a Dios. El dolor terrible y violento de la prueba desaparece, se disuelve en presencia de la oración y la contemplación. Es precisamente esta actitud de abandono confiado la que suscita la intervención divina.


En efecto, como atestigua sugestivamente el relato de Daniel:  "El ángel del Señor bajó al horno junto a Azarías y sus compañeros, empujó fuera del horno la llama de fuego, y les sopló, en medio del horno, como un frescor de brisa y de rocío, de suerte que el fuego no los tocó siquiera ni les causó dolor ni molestia" (vv. 49-50). Las pesadillas se disipan como la niebla ante el sol, los miedos se disuelven y el sufrimiento desaparece cuando todo el ser humano se convierte en alabanza y confianza, espera y esperanza. Esta es la fuerza de la oración cuando es pura, intensa, llena de abandono en Dios, providente y redentor.


3. El cántico de los tres jóvenes hace desfilar ante nuestros ojos una especie de procesión cósmica, que parte del cielo poblado de ángeles, donde brillan también el sol, la luna y las estrellas. Desde allí Dios derrama sobre la tierra el don de las aguas que están sobre los cielos (cf. v. 60), es decir, la lluvia y el rocío (cf. v. 64).


Pero he aquí que soplan los vientos, estallan los rayos e irrumpen las estaciones con el calor y el frío, con el ardor del verano, pero también con la escarcha, el hielo y la nieve (cf. vv. 65-70 y 73). El poeta incluye también en el canto de alabanza al Creador el ritmo del tiempo, el día y la noche, la luz y las tinieblas (cf. vv. 71-72). Por último, la mirada se detiene también en la tierra, partiendo de las cimas de los montes, realidades que parecen unir el cielo y la tierra (cf. vv. 74-75).


Entonces se unen a la alabanza a Dios las criaturas vegetales que germinan en la tierra (cf. v. 76), las fuentes, que dan vida y frescura, los mares y ríos, con sus aguas abundantes y misteriosas (cf. vv. 77-78). En efecto, el cantor evoca también "los monstruos marinos" junto a los cetáceos (cf. v. 79), como signo del caos acuático primordial al que Dios impuso límites que es preciso respetar (cf. Sal 92, 3-4; Jb 38, 8-11; 40, 15-41, 26).


Viene luego el vasto y variado reino animal, que vive y se mueve en las aguas, en la tierra y en los cielos (cf. Dn 3, 80-81).


4. El último actor de la creación que entra en escena es el hombre. En primer lugar, la mirada se extiende a todos los "hijos del hombre" (cf. v. 82); después, la atención se concentra en Israel, el pueblo de Dios (cf. v. 83); a continuación, vienen los que están consagrados plenamente a Dios, no sólo como sacerdotes (cf. v. 84) sino también como testigos de fe, de justicia y de verdad. Son los "siervos  del  Señor",  las "almas y espíritus justos", los "santos y humildes de corazón" y, entre estos, sobresalen los tres jóvenes, Ananías, Azarías y Misael, portavoces de todas las criaturas en una alabanza universal y perenne (cf. vv. 85-88).


Constantemente han resonado los tres verbos de la glorificación divina, como en una letanía:  "bendecid", "alabad" y "exaltad" al Señor. Esta es el alma auténtica de la oración y del canto:  celebrar al Señor sin cesar, con la alegría de formar parte de un coro que comprende a todas las criaturas.

5. Quisiéramos concluir nuestra meditación citando a algunos santos Padres de la Iglesia como Orígenes, Hipólito, Basilio de Cesarea y Ambrosio de Milán, que comentaron el relato de los seis días de la creación (cf. Gn 1, 1-2, 4), precisamente en relación con el cántico de los tres jóvenes.

Nos limitamos a recoger el comentario de san Ambrosio, el cual, refiriéndose al cuarto día de la creación (cf. Gn 1, 14-19), imagina que la tierra habla y, discurriendo sobre el sol, encuentra unidas a todas las criaturas en la alabanza a Dios:  "En verdad, es bueno el sol, porque sirve, ayuda a mi fecundidad y alimenta mis frutos. Me ha sido dado para mi bien y sufre como yo la fatiga. Gime conmigo, para que llegue la adopción de los hijos y la redención del género humano, a fin de que también nosotros seamos liberados de la esclavitud. A mi lado, conmigo alaba al Creador, conmigo canta un himno al Señor, nuestro Dios. Donde el sol bendice, allí bendice la tierra, bendicen los árboles frutales, bendicen los animales, bendicen conmigo las aves" (I sei giorni della creazione, SAEMO, I, Milán-Roma 1977-1994, pp. 192-193).
Nadie está excluido de la bendición del Señor, ni siquiera los monstruos marinos (cf. Dn 3, 79). En efecto, san Ambrosio prosigue:  "También las serpientes alaban al Señor, porque su naturaleza y su aspecto revelan a nuestros ojos cierta belleza y muestran que tienen su justificación" (ib., pp. 103-104).

 

Con mayor razón, nosotros, los seres humanos, debemos unir a este concierto de alabanza nuestra voz alegre y confiada, acompañada por una vida coherente y fiel.


 

5. CATEQUESIS DEL PAPA 19-II-2003

Que la creación entera alabe al Señor

1. "Los tres jóvenes, a coro, se pusieron a cantar, glorificando y bendiciendo a Dios dentro del horno" (Dn 3, 51). Esta frase introduce el célebre cántico que acabamos de escuchar en uno de sus fragmentos fundamentales. Se encuentra en el libro de Daniel, en la parte que nos ha llegado sólo en lengua griega, y lo entonan unos testigos valientes de la fe, que no quisieron doblegarse a adorar la estatua del rey y prefirieron afrontar una muerte trágica, el martirio en el horno ardiente.

Son tres jóvenes judíos, que el autor sagrado sitúa en el marco histórico del reino de Nabucodonosor, el terrible soberano babilonio que aniquiló la ciudad santa de Jerusalén en el año 586 a.C. y deportó a los israelitas "junto a los canales de Babilonia" (Sal 136, 1). En un momento de peligro supremo, cuando ya las llamas lamían su cuerpo, encuentran la fuerza para "alabar, glorificar y bendecir a Dios", con la certeza de que el Señor del cosmos y de la historia no los abandonará a la muerte y a la nada.

2. El autor bíblico, que escribía algunos siglos más tarde, evoca ese gesto heroico para estimular a sus contemporáneos a mantener en alto el estandarte de la fe durante las persecuciones de los reyes siro-helenísticos del siglo II a.C. Precisamente entonces se produce la valiente reacción de los Macabeos, que combatieron por la libertad de la fe y de la tradición judía.

El cántico, tradicionalmente llamado "de los tres jóvenes", se asemeja a una antorcha que ilumina la oscuridad del tiempo de la opresión y de la persecución, un tiempo que se ha repetido con frecuencia en la historia de Israel y también en la historia del cristianismo. Y nosotros sabemos que el perseguidor no siempre asume el rostro violento y macabro del opresor, sino que a menudo se complace en aislar al justo, con la burla y la ironía, preguntándole con sarcasmo:  "¿Dónde está tu Dios?" (Sal 41, 4. 11).

3. En la bendición que los tres jóvenes elevan desde el crisol de su prueba al Señor todopoderoso se ven implicadas todas las criaturas. Tejen una especie de tapiz multicolor, en el que brillan los astros, se suceden las estaciones, se mueven los animales, se asoman los ángeles y, sobre todo, cantan los "siervos del Señor", los "santos" y los "humildes de corazón" (cf. Dn 3, 85. 87).

El pasaje que se acaba de proclamar precede a esta magnífica evocación de todas las criaturas. Constituye la primera parte del cántico, la cual evoca en cambio la presencia gloriosa del Señor, trascendente pero cercana. Sí, porque Dios está en los cielos, desde donde "sondea los abismos" (cf. Dn 3, 55), pero también "en el templo de su santa gloria" de Sión (cf. Dn 3, 53). Se halla sentado "en  el  trono de su reino" eterno e infinito (cf. Dn 3, 54), pero también "está sentado sobre querubines" (cf. Dn 3, 55), en el arca de la alianza colocada en el  Santo  de los santos del templo de Jerusalén.

4. Un Dios por encima de nosotros, capaz de salvarnos con su poder; pero también un Dios cercano a su pueblo, en medio del cual ha querido habitar "en el templo de su santa gloria", manifestando así su amor. Un amor que revelará en plenitud al hacer que su Hijo, Jesucristo, "habitara entre nosotros, lleno de gracia y de verdad" (cf. Jn 1, 14). Dios revelará plenamente su amor al mandar a su Hijo en medio de nosotros a compartir en todo, menos en el pecado, nuestra condición marcada por pruebas, opresiones, soledad y muerte.

La alabanza de los tres jóvenes al Dios salvador prosigue, de diversas maneras, en la Iglesia. Por ejemplo, san Clemente Romano, al final de su primera carta a los Corintios, inserta una larga oración de alabanza y de confianza, llena de reminiscencias bíblicas, que tal vez es un eco de la antigua liturgia romana. Se trata de una oración de acción de gracias al Señor que, a pesar del aparente triunfo del mal, dirige la historia hacia un buen fin.

5. He aquí una parte de dicha oración: 

"Abriste los ojos de nuestro corazón (cf. Ef 1, 18),
para conocerte a ti (cf. Jn 17, 3),
el solo Altísimo en las alturas,
el santo que reposa entre los santos.
A ti, que abates la altivez
de los soberbios (cf. Is 13, 11)
deshaces los pensamientos
de las naciones (cf. Sal 32, 10),
levantas a los humildes
y abates a los que se exaltan (cf. Jb 5, 11).
Tú enriqueces y tú empobreces.
Tú matas y tú das vida (cf. Dt 32, 39).
Tú solo eres bienhechor de los espíritus
y Dios de toda carne.
Tú miras a los abismos (cf. Dn 3, 55)
y observas las obras de los hombres;
ayudador de los que peligran,
salvador de los que desesperan (cf. Jdt 9, 11),
criador y vigilante de todo espíritu.
Tú multiplicas las naciones sobre la tierra,
y de entre todas escogiste a los que te aman,
por Jesucristo, tu siervo amado,
por el que nos enseñaste,
santificaste y honraste"
(San Clemente Romano, Primera carta a los Corintios 59, 3:  Padres Apostólicos, BAC 1993, p. 232).

(©L'Osservatore Romano - 21 de febrero de 2003)