COMENTARIOS AL EVANGELIO

Mc 9, 2-10

Paralelos:
Mt 17, 1-9    Lc 9, 28b-36

Hay más comentarios en el Domingo II de Cuaresma de cada uno de los tres ciclos

1.

Dos observaciones literarias pueden ayudarnos a comprender el significado de la transfiguración en la vida de Jesús y en la trama del evangelio de Marcos. Este episodio (9, 2-13) está colocado intencionadamente entre la primera y la segunda predicción de la pasión. Y los diversos detalles de la narración (el vocabulario, las imágenes, las referencias al Antiguo Testamento) demuestran que pertenece al género epifánico-apocalíptico: intenta ser una revelación dirigida a los discípulos, revelación que tiene como objeto el significado profundo y escondido de la persona de Jesús y de su "camino".

Algunos elementos, como la nube y la voz celestial, la presencia de Moisés y de Elías, evocan la presencia en el Sinaí. Con esto se quiere afirmar que Jesús es el "nuevo Moisés", que en él llegan a su cumplimiento las esperanzas, la alianza y la ley.

Otros elementos, como la transfiguración de su rostro, las vestiduras blancas, evocan al Hijo del Hombre del profeta Daniel, glorioso y vencedor, y parecen ser un anticipo de la resurrección: intentan revelarnos el significado escondido de la vida de Jesús, su destino personal.

Jesús, el que camina hacia la cruz, es realmente el Señor. En este camino hacia la cruz es donde hay que insistir ante todo. Precisamente en este Jesús que marcha hacia la cruz es donde encontramos el cumplimiento de todas las esperanzas. Y es precisamente este camino mesiánico el que encierra un significado pascual. Y todo esto con una indicación: el género epifánico-apocalíptico al que pertenece nuestro relato no se limita a revelar el futuro, a señalar la conclusión inesperada de lo que ahora está sucediendo; pretende más bien manifestar el significado profundo que la realidad tiene ya ahora, un significado escondido que no descubre la mayoría y que las apariencias parecen desmentir. De esta forma la transfiguración se convierte en la revelación no sólo de lo que será Jesús después de la cruz, sino lo que él es a lo largo del viaje hacia Jerusalén. Es ésta una clave que nos permite captar la verdadera naturaleza de Jesús detrás de lo que podríamos llamar su realidad fenoménica.

Pero la transfiguración no tiene sólo un significado cristológico. En la intención de Marcos asume un papel importante también en la experiencia de fe del discípulo. Los discípulos han comprendido que Jesús es el Mesías y están ya convencidos de que su camino conduce a la cruz; pero no llegan a comprender que la cruz esconde la gloria. A este propósito tienen necesidad de una experiencia, aunque sea fugaz y provisional: tienen necesidad de que se descorra un poco el velo. Y éste es el significado de la transfiguración en la vida de fe del discípulo: es una verificación. Dios les concede a los discípulos, por un instante, contemplar la gloria del Hijo, anticipar la pascua.

El velo que se descorre no revela únicamente la realidad de Jesús, sino también la realidad del discípulo que camina con él hacia la cruz y también hacia la resurrección, y está con él en posesión -por encima de la realidad fenoménica engañosa- de la presencia victoriosa de Dios. En otras palabras, podemos comparar a la transfiguración con lo que solemos llamar las "comprobaciones", esos momentos luminosos que encontramos a veces en el viaje de la fe, momentos gozosos dentro de la fatiga cristiana. No son momentos que se encuentran automáticamente y de cualquier manera; hay que saber descubrirlos. Y sobre todo no hay que olvidar que su presencia es fugaz y provisional. EL discípulo tiene que saber contentarse con ellos; esas experiencias tendrán que ser escasas y breves. A Pedro le habría gustado eternizar aquella visión clara e imprevista, aquella experiencia gloriosa. Se trata de un deseo que manifiesta una incomprensión de aquel suceso, que no es el comienzo de lo definitivo, que no es la meta, sino sólo una anticipación profética de la misma. El camino del discípulo sigue siendo todavía el camino de la cruz. Dios le ofrece una comprobación, una prenda, y es preciso aceptar esa prenda, sin exigencias de ningún género.

Finalmente, hay un aspecto sobre el que hay que reflexionar y que en cierto sentido parece constituir el punto central del texto: la orden de "escucharlo". Escuchar es lo que caracteriza al discípulo. Su ambición no es la de ser original, sino la de ser servidor de la verdad, en posición de escucha.

En conformidad con toda la tradición bíblica, la palabra de Dios que hay que escuchar no tiene sólo un aspecto cognoscitivo, vehículo de ideas y de conocimientos (en el sentido de que nos revela el plan de Dios: quién es él, qué somos nosotros, cuál es el sentido de la historia en que estamos insertos), sino además un aspecto imperativo (lo que tenemos que hacer, la regla que hay que seguir, el punto de vista que hemos de asumir en nuestras relaciones con los demás y con la historia); finalmente, la palabra de Dios es una fuerza, un promesa fiel que alcanza su objetivo, a pesar de todos los obstáculos. Comprendemos entonces cómo esta invitación a escuchar es invitación a la obediencia, a la conversión y a la esperanza.

Exige no solamente inteligencia para comprender, sino también coraje para decidirse. En efecto, la palabra que escuchamos es una palabra que nos compromete y que nos arranca de nosotros mismos.

BRUNO MAGGIONI
EL RELATO DE MARCOS
EDIC. PAULINAS/MADRID 1981, Pág. 128ss.


 

2.

Ya leímos este evangelio en el segundo domingo de Cuaresma. Los capítulos 8 y 9 de Mc constituyen una bisagra: Jesús pasa de Galilea a Jerusalén, de la aceptación al rechazo de su persona, de la proclamación del Reino al anuncio de su pasión.

Entre la primera y la segunda predicación de la pasión, Marcos coloca la escena de la Transfiguración. Un texto difícil, es cierto, pero teológicamente hablando muy denso. Sus diferentes elementos como son el vocabulario, las imágenes empleadas y las referencias al Antiguo Testamento nos indican que el texto participa de las características de una epifanía apocalíptica.

La nube, la voz celestial, la presencia de Moisés y Elías nos evocan la manifestación de Dios sobre la montaña del Sinaí (cf. Ex 19,16ss y 1R 19,9ss). El rostro resplandeciente y la túnica blanca nos recuerdan la visión del Hijo del hombre que hemos leído en la primera lectura. En Cristo se nos revela el rostro divino de Dios, del mismo Dios que salva a Israel de Egipto por medio de Moisés (Ex 19), Elías de la muerte (1R 19) y el pueblo de los Santos de la persecución helenística (cf. Dn 7).

Pero el relato se abre también a la actitud de los discípulos en su camino tras Jesús. "Éste es mi Hijo amado; escuchadlo" propone al discípulo la actitud receptiva de la escucha. Escucha que no sólo incluye la palabra, sino también la aceptación de la persona del nuevo Siervo de Yahvé (cf. Is 42,1, citado por Mc).

Cristo, el auténtico Hijo del hombre, invita al creyente a descubrir la presencia divina en su predicación y en su obra. Jesús puede también transfigurar nuestra vida, puede ayudarnos a descubrir la presencia de Dios en nuestra historia, y a ser sus testigos ante un mundo secularizado.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 2000, 10, 16


 

3.

Como cada año, el evangelio de este domingo nos describe la transfiguración del Señor, y, como cada año, esta descripción está orientada a preparar nuestros espíritus para una comprensión más profunda del misterio pascual. El relato de Mc es más breve que el de los otros dos sinópticos, pero contiene como elemento propio (aparte del detalle del blanco de los vestidos que ningún batanero -¿por qué no traducir "ningún detergente puede imitar"?- la insistencia en el hecho de que los apóstoles no entendieron del todo qué querría decir aquello de resucitar de entre los muertos. Se podría basar la homilía en esta realidad: nosotros tampoco -pese a la fe en la resurrección de Xto y en la nuestra- no llegamos tampoco a entender todo el sentido del misterio pascual.

La realidad que se expresa a través de la descripción poética y llena de imágenes del episodio de la transfiguración, es una experiencia profunda de fe tenida por los amigos más íntimos de Jesús. En un momento de comunicación profunda, tuvieron la impresión de percibir a Jesús en su verdadera identidad. Fue un instante de éxtasis, que les hizo entrever la realidad gloriosa de Jesús, pero que aún no les mostró toda la profundidad de su misterio. Para llegar a entenderlo, de algún modo, fue necesario el contacto real con la vida, fue necesario que, a través de los sufrimientos y muerte de Jesús -y a través de sus propios sufrimientos y, más adelante, de su propia muerte-, comprendieran que hay que pasar por la muerte para llegar a la vida (cf. el prefacio propio de este domingo), médula de la realidad del misterio pascual. Tampoco nosotros entenderemos qué significa "resucitar" si nos quedamos sólo en el terreno de la fe contemplativa -y es muy posible que, en el nivel teórico, se nos presenten grandes dificultades para aceptar este misterio-. En cambio, si descendemos de la montaña de las ideas a la tierra firme de las realidades diarias, experimentaremos en carne viva lo que significa morir a nosotros mismos y vivir hacia Dios y hacia los hermanos; entenderemos qué es la resurrección.

J. LLOPIS
MISA DOMINICAL 1973, 2


 

4. 2S/07/01-05

La tentación de "hacer tres tiendas" está siempre presente. Es curioso que el hombre se preocupe siempre por construirle una casa a Dios, cuando el mismo Dios ha bajado a la tierra para vivir en las casas de los hombres. Dios no tiene tanta necesidad de metros cuadrados para iglesias como de acogida en el corazón humano. Dios no quiere vivir en un "hotel para dioses" relegado como nuestros ancianos, en una especie de parkings. Dios quiere vivir en familia con los hombres, andar entre sus pucheros. Por ambientados que estén nuestros templos, siempre le resultarán fríos a un Dios que busca el cobijo de los hombres.

EMMANUEL. El Dios-con-nosotros no puede quedar en una especie de producto situado en un mercado al que se acude cuando se necesitan servicios religiosos. Dios no es un objeto de consumo. Él es la vida misma del hombre, pero nosotros nos empeñamos en confinarlo en su casa en lugar de tenerlo como compañero continuo en el camino de la vida.

El Dios de Jesús no se mantiene en alturas celestiales, sino que nos señala en dirección al mundo y quiere que como él nos encarnemos -valga la expresión- en nuestra propia carne. Además de nuestra condición de hombres, hay algo que refuerza nuestro interés por el mundo: nuestra fe. "Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez los gozos y las esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo" (G.S. núm. 1).

EUCARISTÍA 1985, 10


 

5.

El segundo Evangelio sitúa la transfiguración dentro de un contexto en el que, con más claridad que en los otros sinópticos, se afirman los presentimientos de Cristo relativos a su muerte y a su gloria. Jesús acaba precisamente de anunciar su Pascua próxima (Mc. 8, 31-32), pero Pedro se ha opuesto audazmente: no puede admitir que el reino de la gloria y del poder anunciado por los profetas pase por el sufrimiento y la muerte (Mc. 8, 32-33). Jesús se sirve entonces del ritual de la entronización del Mesías doliente en la fiesta de los Tabernáculos para convencer a los suyos que solo será mediante el sufrimiento como conseguirá su mesianidad.

* * * *

a) El primer versículo recuerda hábilmente ese contexto: a pesar de una traducción un tanto confusa, parece que Jesús quiere decir, en un tono un tanto triste: "Esperan de tal forma un reino de poder que ni uno de entre ellos querría pagar con su vida la venida de ese reino". Por eso, a los ojos de Marcos, el episodio de la transfiguración se presenta ante todo como revelación, por parte de Cristo, de la totalidad de su misterio pascual al grupo elegido de sus apóstoles (los mismos que estarán junto a El en Getsemaní: Mc. 14, 33). De ahí que Marcos dé prioridad a Elías sobre Moisés (v. 4), porque si Elías es Juan Bautista, está claro que anuncia el sufrimiento del Mesías a través de sus propios sufrimientos (cf. la explicación de Jesús en Mc. 9, 12-13). Parece, pues, estar claro que lo que constituye el centro del Evangelio de Marcos es la perspectiva del Mesías paciente.

b) La transfiguración consiste esencialmente en la toma de conciencia, por parte de los tres apóstoles, de que Jesús es verdaderamente el Mesías que entroniza la fiesta de los Tabernáculos. La mención "seis días" (v.2) alude a la duración clásica de esta fiesta, la montaña y la nube son elementos tradicionales propios también de esta fiesta, así como especialmente la construcción de tiendas que sugiere Pedro (v.5). En este sentido el relato de la transfiguración es absolutamente paralelo al de la entrada de Jesús en Jerusalén (Mt. 21). Jesús es ciertamente el Mesías al que todos los años la fiesta de los Tabernáculos espera y entroniza revistiéndolo de blancura y de luz (v. 3) e invistiéndolo de la misma palabra de Dios (v. 7). Pero el libro judío de los Jubileos, casi contemporáneo de los Evangelios, anunciaba ya que el Mesías esperado durante la fiesta de los Tabernáculos sería un Mesías sufriente. Ahora bien: Cristo acaba precisamente de anunciar a los suyos su próxima pasión (Mc. 8, 31-38); sin duda aprovechó la ocasión de un ritual de investidura de la fiesta de los Tabernáculos para convencer a los apóstoles de que este camino era normal, ya que correspondía a la misma liturgia.

* * * *

La transfiguración es, pues, una exhortación de urgencia hecha de manera especial a Pedro para que se avenga a escuchar a Jesús (v.7) cuando habla de sus sufrimientos y de su muerte, sin dejar de reconocerle por eso como Mesías definitivo, a la manera del Siervo ideal (Is. 42, 1).

La fe exigida a los espectadores de la transfiguración impulsa hoy a la Iglesia a no huir de las necesarias encarnaciones y del desprendimiento que implican para no buscar más que un Reino de poder que prescindiera de la muerte; pero la impulsa también a no querer una encarnación sin las correspondientes transfiguraciones. La Iglesia no es llamada a estar presente en la estructuras del mundo más que para transformarlas; y no es llamada a transformarlas si no es aceptando morir a todo confort y a toda autoseguridad; conoce también las alternancias de gloria y de humillación y sabe que su victoria no será una clamorosa realidad hasta tanto, rota por la muerte, no surja en un mundo al que habrá ayudado a transfigurarse.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969. Págs. 72-74


 

6.

-"Jesús.. subió con ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró": En una montaña, lugar de revelación y de manifestación de Dios, Jesús se revela a tres discípulos, y los hace portadores especiales de esta revelación. La descripción de la transfiguración se hace a través de una frase popular al referirse al color blanco. "Se les aparecieron Elías y Moisés...": Elías que fue arrebatado al cielo y Moisés que en el Sinaí quedó transfigurado por su contacto con Dios. El profeta y el legislador por excelencia, y los dos que habían entrado en la experiencia de Dios en el Sinaí. El hecho de que aparezca primero Elías, puede ser un indicativo de Marcos que con Jesús ya estamos en el tiempo final.

-"Entonces Pedro tomó la palabra y le dijo a Jesús: "Maestro, ¡qué bien se está aquí!": Los discípulos lo viven como una anticipación de la vida celestial. En este sentido las tiendas que quieren hacer ser refieren a las estancias de los bienaventurados. Quieren que la visión siga. Pero el juicio del evangelista es negativo ante esta actitud: "Estaban asustados, y no sabía lo que decía" "Estar asustados" más que admiración por la transfiguración, significa miedo, indecisión y, sobre todo, falta de comprensión del acontecimiento. Quieren retener la visión para huir de la cruz.

-"Este es mi Hijo amado; escuchadlo": la nube y la voz divina explican la transfiguración y dan una respuesta a los discípulos.

La nube es signo de la presencia de Dios. Tal como aparecía en el éxodo sobre el tabernáculo, ahora aparece sobre Jesús. Los discípulos son los destinatarios de esta revelación sobre Jesús.

Lo deben escuchar, para después ser sus testigos. Pero Marcos indica que la revelación sobre el Hijo y también el testimonio sobre él, están estrechamente relacionados con el silencio de la cruz: ven a Jesús "solo con ellos" y se les manda silencio, pues no pueden captar ni testimoniar el misterio de Jesús sin la pasión y la muerte.

J. NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1988, 5


 

7.

La narración de la transfiguración según san Marcos es sensiblemente igual que la de los otros dos sinópticos, si bien añade el detalle pintoresco de que "sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo".

La transfiguración de Cristo es una manifestación o epifanía de la presencia de Dios entre los hombres, parecido a las que tuvieron lugar a lo largo de la historia del pueblo de Israel. Así como Dios se había aparecido en el Sinaí, sobre el tabernáculo de la Alianza y sobre el templo de Salomón, así también se apareció sobre Jesús, en quien tenemos la revelación definitiva de Dios. Revelación que llegará a su plenitud en la resurrección de Cristo, de la que la transfiguración era un anticipo.

Es importante destacar que esta manifestación de Dios se realiza a través de una humanidad, en todo igual a la nuestra. La transfiguración luminosa del cuerpo de Cristo nos hace ver que es toda la humanidad la que ha sido elevada a la categoría de instrumento y vehículo de la divinización del mundo. La luz divina, manifestada en la humanidad de Cristo gracias al misterio de la transfiguración (y, sobre todo, al de la resurrección y glorificación), estalla también en todos los hombres que se unen a Cristo por la fe y el amor, y rezuma misteriosamente en todos los demás y también en todas las realidades materiales que estos hombres divinizados utilizan.

El mundo entero es el que queda transfigurado. Transfiguración que se da de una manera velada -pero patente a los ojos de la fe- especialmente en todas aquellas realidades que se convierten en símbolos sacramentales. Es bueno ver bajo esta luz las realidades materiales del pan y el vino que constituyen el signo básico de la Eucaristía.

J. LLOPIS
MISA DOMINICAL 1994, 3


8.-

6.8.16. Un rostro de luz. La Transfiguración según Mateo

http://blogs.periodistadigital.com/xpikaza.php/2016/08/05/6-8-16-un-rostro-de-luz-la-transfiguraci

05.08.16 | 11:10.


El relato de la Transfiguración, que los sinópticos ofrecen en versiones paralelas (Mc 9, Mt 17 y Lc 9), constituye el texto básico de la mística cristiana:

Es un texto histórico, que recoge el sentido más hondo de su vida y misión , expresada como rostro de luz de amor, luz invisible que irradia vida: Que sana, que llama, que eleva y que ama.

Es un texto pascual: Los evangelios no se han atrevido a presentar abiertamente el rostro de Jesús resucitado, sólo lo han hecho aquí, de un modo simbólico, proyectando su resplandor hacia el tiempo de su vida.

Es un texto de esperanza de cielo: es decir, de futuro. Todos nosotros estamos llamados a la luz suprema de la montaña de Dios, con Moisés y Elías, de la mano de Jesús, que nos eleva como quiso hace a los tres primeros testigos oficiales varones de la pascua: Pedro, Santiago, Juan.

Es un texto de compromiso: Ésta es la fiesta del rostro que irradia luz de Dios, del rostro del pobre y excluido, del enfermo, del encarcelado, rostro de Dios…luz de Luz, vida de Vida… Todo el evangelio de Dios se condensa en la visión del Rostro del Hermano: Cada rostro humano es figura y concreción de Dios, un don y compromiso de amor, una palabra hecha Vida, hecha Luz, hecha Presencia.

Como he dicho, hay tres relatos paralelos de la transfiguración. Este año (ciclo C) toca en la liturgia el de Mateo. Por eso quiero comentarlo en particular, con cierto detalle, pues sólo los detalles nos abren su misterio.

Éste es el texto supremo de la mística cristiana, mística del monte de Dios, en comunión con la historia de la salvación (Moisés y Elías), en apertura al rostro del pobre, de enfermo, como sigue diciendo la continuación del evangelio (curación del niño lunático…).

De esa forma, la mística del Monte de Dios se convierte en Presencia sanadora en el valle de los hombres, donde discuten letrados y discípulos, mientras sufre y muere el lunático (aquel a quien enloquecen las locuras de los hombres que no miran al rostro, que no quieren de verdad...).

Pero hoy trato sólo de la Transfiguración según Mateo, la fiesta de San Salvador, como se decía en otro tiempo.

Los cuatro iconos que presenten expresan rasgos distintos de este fiesta, con el Cristo en el óvalo sagrado, espacio de luz... un Cristo a quien vemos (hemos de ver, adorar y acompañar) en cada uno de los hombres y mujeres, creados a su imagen y semejanza, es decir, a su forma.
Buen día.

Mateo 17

17, 1 Y después de seis días, tomó Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a Juan su hermano, y les hizo subir en privado a un monte alto. 2 Y fue transfigurado delante de ellos. Su rostro resplandeció como el sol, y sus vestiduras se hicieron blancas como la luz.

3Y he aquí que les aparecieron Moisés y Elías, hablando con él. 4 Entonces intervino Pedro y dijo a Jesús: --Señor, es bueno que nosotros estemos aquí. Si quieres, levantaré aquí tres tabernáculos: uno para ti, otra para Moisés y otra para Elías. 5 Mientras él aún hablaba, de pronto una nube brillante les introdujo en la sombra, y salió una voz de la nube diciendo: "Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia. Escucharle.

6 Al oír esto, los discípulos se postraron sobre sus rostros y temieron en gran manera. 7 Entonces Jesús se acercó, los tocó y dijo: Levantaos y no temáis. 8 Y cuando ellos alzaron los ojos, no vieron a nadie sino al mismo Jesús solo .

Introducción

Pasados seis días, es decir, una semana, tras el anuncio de la pasión (Mt 16, 21-28) y llevó Jesús a sus tres discípulos preferidos a una montaña (que parece tener un sentido pascual, como la de 28, 16, aunque no se dice que sea “la” montaña de Galilea, sino una montaña en general, sin artículo) y se transfigura ante ellos, como ser luminoso (¡sol!), de vestiduras blancas, como viviente del cielo, con Moisés y Elías a su lado. El texto nos lleva así de las dos montañas anteriores, bien determinadas, una de la enseñanza (5, 1) y otra de la curación/alimentación (15, 29), a esta montaña general de la luz de Dios, que es la transformación pascual.

Toda la escena tiene un sentido positivo, de ratificación de un misterio, y ha de entenderse en forma de culminación del pasado (Moisés y Elías dan testimonio de Jesús) y de anticipación (es como si se adelantara la pascua). Mateo sitúa el texto en el camino hacia Jerusalén (16, 21) de manera que sólo en ese contexto se entiende, pero Pedro (¡que debía ser la Roca de la Iglesia, el mismo que ha querido rechazar el camino de entrega de Jesús!) quiere permanecer allí (¡gozar del triunfo de Dios y del cumplimiento de las Escrituras sin entregar la vida por los demás!), construyendo según eso tres tabernáculos, que expresan la culminación del tiempo, con Moisés y Elías dando testimonio de Jesús.

De esa manera, estos privilegiados (Pedro, Santiago y Juan) pueden participar ya de la gloria de Jesús (con Moisés y Elías), pero quieren hacerlo sin compartir su entrega. Pedro mantiene así su propuesta anterior, a pesar de que Jesús le ha dicho que se aparte, llamándola Satán y Escándalo (16, 23). A partir de aquí ha de entenderse la escena, que Mateo ha tomado básicamente de Marcos, aunque ha introducido algunas novedades que destacaremos.

Elementos

− Transfiguración o metamorfosis, un lenguaje paulino (17, 2). Metemorfothê, en forma pasiva, en el sentido de “fue trans-figurado” por Dios (de metamorfo,w, metamorfosis), tomando una apariencia distinta, y mostrando así su realidad profunda. Esa transformación ilumina y desvela la verdad profunda del Cristo que, según el himno de Flp 2, 6-11, existiendo en la forma o morfe de Dios (en morphe theou), tomó la forma de siervo, haciéndose como nosotros, para entregar de esa manera su vida hasta la muerte y muerte de Cruz.

En este camino de entrega en el que se ha situado ya en 16, 21, Jesús muestra en la montaña, su rostro verdadero de Dios. Eso significa que la cruz forma parte del camino y verdad de Dios (cf. 17, 5); de manera que Jesús se ha transfigurado, para que nosotros podamos transfigurarnos con él (metamorfou,meqa, 2 Cor 3,18) reproduciendo en nosotros su imagen. Éste es, pues, un lenguaje paulino (de la iglesia antigua), que ha visto en Jesús al mismo Dios en morfh/| o forma humana .

Conforme al pensamiento antiguo, la forma o morphê no es una simple apariencia externa (objeto de una visión imaginativa ilusoria), sino la verdad o la realidad más honda (como si dijéramos el “alma” de una realidad). Esta visión de la mor`hê que es la forma o esencia de la realidad ha sido desarrollada por el pensamiento griego, extendido de forma universal por todo el oriente (incluso en el área israelita). En esa línea, la morfé es la realidad esencial, como ha puesto de relieve todo el hile-morfismo, con sus diversas maneras de entender la relación entre materia (visibilidad) y forma (esencia). En esa línea, la transfiguración es una meta-morfosis, el descubrimiento de la forma profunda de la realidad de Jesús, precisamente en el camino que lleva hacia Jerusalén. Jesús no es divino sólo al final (resurrección), sino en el mismo camino que le lleva a Jerusalén, como supone el himno de Flp 2, 6-11.

‒ Como el sol, como la luz. Cristo icono de Dios (17, 2). El texto de Mc 9, 2-3 era más sobrio, sólo decía que se transfiguró y que sus vestiduras quedaron blancas (como ningún batanero podría haberlas blanqueado…). Mateo, en cambio, elaborando una tradición que parece evocada ya en Lc 9, 29, precisa los rasgos de las transfiguración de un modo muy preciso: Brilló su rostro como el sol (ô ho hêlios). Esta imagen poderosa proviene de la tradición de las religiones “solares”, que presentan al Gran Dios o a su enviado como el Gran Astro del día. Pues bien, Mateo evoca aquí con toda precisión al Cristo-Sol, como rostro que mira y que irradia, expandiendo su luz.

Por eso, el texto sigue diciendo que sus vestiduras era blancas como la luz (leuka hôs ho phôs), pues luz que irradia del Sol-Cristo y que todo lo alumbra y lo transforma. Ya no estamos ante el signo de la Estrella que viene a la cuna de Jesús nacido (2, 1-4), sino ante el mismo Sol crecido, que desde su montaña alumbra todo lo que existe. Ésta es evidentemente la montaña de la transfiguración y la visión que definirá desde ahora toda la experiencia religiosa y la “mística” cristiana. Pero debemos recordar que se trata de una transfiguración que sólo se despliega y expresa en el camino de entrega de la vida, a favor de los demás, en el camino de Jerusalén .

‒ Moisés y Elías (17, 3). De manera muy significativa, este Cristo Icono de Dios, sol divino cuyos vestidos son luz, no está sólo como el Dios de Is 6, 1, cuyo manto llenaba con sus vuelos todo el templo, sino acompañado por Moisés y Elías; éste es un Dios que se “encarna” en el camino de los profetas, que no está en Jerusalén, sino que va a morir allí, dando su vida… Esta diferencia entre el Dios del templo (Is 6) y el Cristo de la montaña (Mt 17) marca la conexión y diferencia entre Israel y el cristianismo.

La conexión viene dada por la presencia de Moisés y Elías; de una forma lógica, Mateo corrige el orden en que ellos aparecían en Marcos, poniendo a Moisés (Ley), antes que a Elías (profecía; Mt 17, 3; cf. Mc 9, 4), para mantener en principio el esquema “canónico” de Israel, con la Ley antes de los profetas; de todas maneras, en la discusión que sigue, que el referente fundamental para entender el camino de Jesús será Elías, vinculado a Juan Bautista, no Moisés. Están los dos con Jesús, que se distingue de ellos, con gran diferencia, pues sólo él irradia luz como sol, sólo a él se dirige la palabra de Dios que dice “este es mi Hijo”. Jesús constituye así el centro y meta del camino “epifánico” de Israel, subiendo a Jerusalén para dar la vida de Dios a los hombres .

Gran parte de la teología e iconografía, especialmente en la Iglesia Oriental, constituye una reflexión y comentario de esta experiencia del Tabor, como he puesto de relieve en No harás ídolos: Imágenes de la Fe 1000, PPC, Madrid 2016, Cf.
A. M. Ramsey, The Glory of God and the Transfiguration of Christ, Longmans, London 1949;
A. Andreopoulos, Metamorphosis: The Transfiguration in Byzantine Theology and Iconography, St Vladimir's Seminary Press, New York. 2005;
D. Lee, Transfiguration, Bloomsbury Academic, London 2004.
P. Eudokimov, El Arte del Ícono. La Teología de la Belleza, Claretianas, Madrid 1991; L. Oupensky, Teología del icono, Sígueme, Salamanca 2013;
P. A. Sáenz, El icono, esplendor de los sagrado, Gladius, Buenos Aires 1991;
Ch. Schönborn, El Icono de Cristo. Una Introducción Teológica, Encuentro, Madrid 1999.

− Kyrios, Hijo de Dios (17, 4-5). Pedro llama a Jesús “Kyrie” (Señor), en vez de Rabbi (Maestro), a diferencia de Mc 9, 5, destacando así su grandeza y soberanía, como Señor Pascual, signo divino, por encima (a diferencia) de Moisés y Elías. Esta denominación y título ha de entenderse en sentido estricto; y a ella se debe añadir la voz de la nube (fwnh. evk th/j nefe,lhj) del Dios de Israel diciendo: ¡Este es mi Hijo… escuchadle!

La nube es signo de la presencia y providencia de Dios que guía al pueblo de Israel (Ex 13, 21-22), como ha recordado Pablo al afirmar que todos los israelitas se hallaban bajo la nube de Dios (cf. 1 Cor 10, 1-2). Pues bien, la Voz de la Nube es la voz de Dios, que da testimonio de Jesús, llamándole su Hijo Querido, a quien los hombres deben escuchar, ratificando así la palabra del bautismo (comparar Mt 17, 5 con 3, 17). Quizá se puede evocar en este contexto la oscuridad (sko,toj) que se extiende sobre toda la tierra a la muerte de Jesús que grita a Dios con voz grande (27, 46), que se puede relacionar con la voz de la nube que Dios Padre le ha dirigido aquí a Jesús, diciendo “este es mi Hijo querido” . Jesús no es Sol por sí mismo, es el Sol de Dios Padre, en el camino de luz gloriosa de la Cruz que ciega y mata en el sentido más hondo del término.

Terror divino, experiencia de resurrección (17, 6-7). En esa línea se sitúa estos versos en los que Mateo pone de relieve el poder sobrecogedor de la experiencia de Dios que habla a Jesús en la montaña y deja a los tres discípulos (Pedro, Santiago y Andrés) paralizados, llenos de terror, de manera que el mismo Jesús tiene que tocarles y despertarles, diciendo (egerthete, levantaos, resucitad), para que así vuelvan a la vida. Al oír la voz de Dios, los discípulos han caído sobre su rostro, llenos de temor), pues han estado inmersos en una teofanía: Han descubierto a Dios en Jesús, han ido más allá de los límites del mundo, tienen que morir (y en el fondo han muerto), como bien sabe la tradición israelita (cf. Is 6, 5).

De esa forma, Jesús viene a ellos desde más allá de la muerte, desde el lado de Dios, y les despierta, es decir, les eleva, diciéndoles resucitad. Esta experiencia de Jesús es un toque de resurrección, y así se dice que “tocándoles… les levantó de nuevo, para que siguieran viviendo en este mundo, pero bien fundados en el más allá, desde la presencia del Dios de Jesús que resucita, es decir, nos hace vivir resucitados., reconociendo así la presencia de Dios (la realidad divina de Jesús).

‒ Y abriendo los ojos sólo vieron a Jesús (17, 8). Ésta ha sido una experiencia de muerte, y los tres discípulos de Jesús han desbordado los límites de este mundo, han entrado en eso que suele llamarse el “túnel luminoso”, contemplando lo que hay más allá de la muerte: La gran Luz de Dios en Jesús, la palabra que dice “éste es m mi hijo, escuchadle”. Lógicamente tendrían que haber muerto sin retorno a este mundo, pero ésta ha sido una muerte para retornar, y por eso Jesús les toca y les despierta (cf. 9, 25: tomó de la mano a la niña y resucitó…). Pues bien, Jesús toca aquí a los tres y les resucita, para vivan desde el otro lado, como testigos de la resurrección que es la verdad de una muerte como la de Jesús en Jerusalén (cf. 16, 21).

Conclusión

Ésta es la experiencia que define a los cristianos, que son aquellos que han descubierto la presencia y acción de Dios en la muerte de Jesús, que han experimentado a Jesús como el viviente, aquel a quien deben seguir, como ha dicho Dios (escuchadle: 17, 5). Por eso, lógicamente, abriendo de nuevo los ojos, tras la luz cegadora de la montaña sagrada, con la Palabra de Dios, sólo ven a Jesús hombre, al mesías concreto de la historia, que les lleva hacia Jerusalén .

A diferencia de Mc 9, 5-6, que afirma que “no sabía lo que decía”, cuando proponía elevar tres tiendas (para Jesús, Elías y Moisés), Mateo ha tratado a Pedro con más respeto, de manera que no dice y haremos tres tiendas, sino “si tú quieres yo haré”, poniéndose así, con su propia autoridad (cf. 16, 16-19), al servicio de Jesús y de su obra, para descubrir que no debe hacer las tiendas, edificando así una iglesia arraigada ya en el mundo de la fiesta final de los Tabernáculos, sobre la montaña de la gloria, sino seguir a Jesús, en un camino de entrega de la vida y de resurrección. De esa manera. Mateo ha evocado de algún modo la dignidad y conocimiento mesiánico de Pedro, que no entiende a Jesús, pero no le rechaza, sino que se pone a su servicio, de manera que no tiene que añadir “pues no sabía lo que decía” (a diferencia de Mc 9, 7). Sobre el sentido de Jesús como Señor (Kyrios, invocación de Pedro), sobre la palabra de Dios que de llama Hijo, y sobre el mensaje de conjunto de la Transfiguración he tratado en las entradas correspondientes del Gran diccionario de la Biblia, Verbo Divino, Estella 2015.

Mateo acentúa así el valor de gloria y muerte (renacimiento) de la transfiguración sobre una montaña, cuyo nombre no indica (la tradición habla del Tabor, en Galilea), poniendo de relieve la confesión mesiánica de Dios, que reconoce ante los discípulos que Jesús es su Hijo Amado, aquel a quien deben escuchar (17,5: avkou,ete auvtou/), y la experiencia de resurrección de los discípulos, a quienes Jesús ha debido tocar y resucitar. Igual que en Marcos, esta escena viene tras la “confesión” de Pedro, con el anuncio de la pasión y la llamada al seguimiento, y conserva la referencia temporal de los seis días (17,1) que evocan la gran semana que transcurre entre el anuncio de la pasión y la gloria de la transfiguración (resurrección).

Esta escena tendría que haber detenido el camino de la “historia” de los discípulos de Jesús, que han caído de bruces, llenos de miedo, ante la confesión divina, en experiencia pascual de muerte. Pero Mateo, lo mismo que Marcos y Lucas, ha querido situarla en el camino que lleva a Jerusalén, como anticipo pascual, en un contexto contemplativo (como ha puesto de relieve la tradición de la Iglesia ortodoxa), pero también activo, de compromiso mesiánico, como ha puesto más de relieve la tradición de la iglesia occidental .

Así lo ha puesto de relieve Juan Pablo II en su exhortación postsinodal Vita Consacrata (1996), fundada en gran parte sobre este icono de la Transfiguración. Visión de conjunto en R. Silva, Hechos de Jesús. Bautismo, tentación, transfiguración, Follas Novas, Santiago 2000; E. Divry, La lumière du Christ transfiguré chez les saints: nouvelles approches dogmatiques sur la lumière thaborique I-II, Univ. Fribourg 200; Id., La Transfiguration selon l’Orient et l’Occident. Grégoire Palamas - Thomas d’Aquin: vers un dénouement œcuménique, Croire et savoir 54, Paris 2009.