28 HOMILÍAS MÁS PARA LA FIESTA DE LA TRANSFIGURACIÓN DEL SEÑOR
1-7

VER SANTORAL

1.

Saber lo que sucedió exactamente en la montaña sagrada es algo que quizá nunca se llegue a conseguir; las opiniones van desde los que opinan que los relatos se atienen literalmente a los hechos, hasta quienes piensan que es un relato de aparición postpascual, trasladado al tiempo de predicación de Jesús en Galilea. La verdad es que tampoco tiene mayor importancia contestar a esta cuestión, sino aprender el mensaje del evangelista. Aquí apuntamos algunos datos en este sentido.

-UN CONTEXTO DE ORACIÓN

El aspecto de Jesús cambió mientras oraba en la montaña; para que se produzcan los cambios que nuestra sociedad necesita hace falta un contexto de oración, de diálogo con Dios, de conocimiento de su voluntad, de deseo de que su Reino se haga presente entre nosotros, para que entre nosotros todo sea diferente. Los cambios que no nacen en un contexto de oración, de búsqueda de la voluntad del Padre, pueden ser cambios contra el Reino.

-UNA EXPERIENCIA DE ÉXODO

Lo más fácil es dejarse llevar por la tentación de buscar el provecho propio, prescindiendo de las necesidades de los demás; buscar sólo la prosperidad de uno, incluso a costa de los demás, instalarse, acomodarse. Pero este tipo de cambios no beneficia, en el fondo, ni a quien los disfruta. Los cambios beneficiosos para el hombre tienen mucho de renunciar a seguridades y comodidades, mucho de ponerse en camino.

-MOISÉS Y ELÍAS HAN HECHO LA MISMA EXPERIENCIA

Con Jesús aparecen dos personajes bíblicos de los más significativos para el pueblo judío. Los dos vivieron una experiencia de éxodo, especial- mente Moisés. Los hombres de fe han tenido siempre esa experiencia; quienes acompañaban a Jesús la habían tenido; quienes quisieran seguirle, deberán tenerla.

-JESÚS, VERDADERO PORTAVOZ DE DIOS

Muchos se han presentado a sí mismos como enviados de Dios; muchos han asegurado hablar en su nombre, pronunciar su palabra, traer su mensaje. Realmente Dios había enviado a algunos de ellos; pero su labor siempre fue parcial, limitada (a veces incluso errónea); ahora ha aparecido entre nosotros el verdadero y legítimo portavoz de Dios; a éste es al que hay que escuchar (de ahí la invitación de la voz que sale de la nube), él es el único camino para acceder a Dios y a su Reino, ante él desaparecen Moisés y Elías, que ya no tienen mucho que decir al hombre, Pues Jesús lo va a decir todo. Escuchar su palabra para acceder al Reino; no escuchar es arriesgarse a no encontrar el camino para ese Reino, arriesgarse a perderse en los muchos laberintos de la vida que, al final, no conducen a ninguna parte.

-PASO DE LA MUERTE A LA VIDA

La transfiguración fundamental es el paso de la muerte a la resurrección, el paso de todo lo que sea opresión a la libertad.

Ese es el más auténtico cambio que se ha producido en la vida de Jesús, ésa es su verdadera transformación: ha pasado de la muerte a la vida, ha terminado con la esclavitud de la muerte y, en ella, con todas las esclavitudes; eso es lo que Jesús nos ofrece, y nos llama a acoger y aceptar su don.

Participar en su transfiguración es participar en su lucha contra la opresión, en favor de la libertad.

-EL CAMINO DEL CRISTIANO TAMBIÉN ES UN CAMINO DE ÉXODO

El camino del cristiano no puede ser un camino distinto del de Jesús; el camino del cristiano también pasa por la renuncia a los muchos intereses que entretienen y distraen al hombre de su verdadera meta, de su verdadero cometido en la vida. Pasa incluso por la renuncia a uno mismo, por cargar con la propia cruz y, entonces, seguirle. El camino del cristiano es un salir -y ayudar a otros a salir- de la esclavitud en los modernos egiptos: el afán de tener; el lucro como móvil de la profesión; la ley del más fuerte como norma ordinaria de convivencia; la droga, el alcohol, el juego y similares como sustituto de la esperanza, la ilusión y la confianza en un futuro mejor; el sexo de usar y tirar; la guerra como medio de resolver las diferencias entre los países; las dictaduras como medio de salvar incluso a los que no quieran o no se dejen, etc.

-PEQUEÑAS TRANSFORMACIONES, SIGNO DE LA DEFINITIVA

La transfiguración de Jesús bien se puede tomar como un signo, un adelanto, un avance de la transfiguración definitiva que alcanzó con la resurrección; otras muchas cosas cambiaron en torno a Jesús, y todas ellas fueron signo de esa gran transformación del mundo que es el Reino de Dios que comenzaba con él.

Así también, el cristiano debe ir mostrando a los hombres ese Reino de Dios que espera y en el que confía gestos concretos, a veces, pequeños, pero siempre importantes y anunciadores de esa otra liberación definitiva que anhelamos alcanzar un día: el pan compartido con el hambriento, la compañía al que se encuentra solo, la atención delicada y exquisita al enfermo, la lucha por eliminar las injusticias, el respeto a las opiniones de los pueblos, la conquista de la libertad para todos, la esperanza llevada a quienes la han perdido....

-LOS DISCÍPULOS SON TESTIGOS

Los discípulos no son meros comparsas; no están allí sólo para completar el cuadro. Su tarea es ser testigos de lo que allí ha sucedido: no tanto la transfiguración sensible y física de Jesús cuanto la transformación de la realidad: un mundo nuevo existe, es posible, está ahí, al alcance de cuantos quieran apuntarse a la causa de Jesús, en las manos de quienes pongan su vida al servicio del Reino.

El cambio del mundo es posible; más aún: el mundo ya ha cambiado; pero hace falta que ese cambio que se ha realizado en lo más profundo de la creación, de la vida y del hombre, salga a la superficie, aflore, aparezca en todo su esplendor. Hay que "lavar" el Reino de todo el barro bajo el cual está oculto. El Reino ya se nos ha dado, está dentro de nosotros: sólo falta que lo dejemos salir a la luz.

-NO SABÍAN LO QUE DECÍAN

Los discípulos se quedan atónitos y quieren construir unas chozas; Lucas advierte que "no sabían lo que decían". La transfiguración de Jesús no es el número final de una revista en la que la supervedette aparece con todas sus galas y esplendores para recreo de la vista del público. La transfiguración de Jesús es un modelo de lo que nuestra vida debe ser, de lo que tenemos que hacer.

Por tanto, tampoco nosotros podemos quedarnos mirando asombrados, sin saber lo que hacemos ni lo que decimos; tenemos que poner manos a la obra para que la vida siga cambiando, las sociedades se vayan transfigurando y conformándose de tal forma que dejen ver a su través el Reino de Dios.

Esa es la verdadera transfiguración; ésta es la transfiguración que el mundo necesita; ésa es la que nos ofrece Jesús y nos invita a continuarla entre nosotros. ¿Estamos dispuestos a echar una mano?

LUIS GRACIETA
DABAR 1989, 40


 

2. 

Según dicen los exégetas, el centro de este texto del evangelio no es el propio Jesús. En la intención de Mateo están, en primer término, los tres discípulos: Pedro, Santiago y Juan. El evangelista nos hace una indicación temporal: "a los seis días". Seis días antes, efectivamente, Pedro no admitía el punto de vista de Jesús sobre el Mesías. Con la transfiguración, los tres discípulos, en calidad de germen eclesial, van descubriendo el significado de Jesús.

Así debemos enfocar el mensaje de esta fiesta. No se trata de una contemplación maravillosista del milagro de la transfiguración cuanto de descubrir en nuestra vida la necesidad de una transfiguración. Se trata, en el fondo, de descubrir a Jesús más y más, con una mirada transfigurada.

Transfiguración habla de trascendencia. Quizá por eso no sea una fiesta muy del agrado de los inmanentistas. La transfiguración habla de una realidad transmundana, transcendente, de algo más que un simple aquí y ahora terreno e histórico. Y aquí es donde quizá incide el mensaje de la fiesta de la transfiguración.

La segunda carta de Pedro emplea -en el fragmento hoy leído- el argumento de la transfiguración como prueba de la esperanza de la venida del Señor. Aquellos primeros cristianos comenzaban a impacientarse y a pensar que la venida del Señor era un cuento. Pedro les dirá que tienen que mirar las cosas de otro modo, porque él mismo ha visto con sus propios ojos la majestad de Jesús en el monte santo.

Hoy también hay muchos cristianos que no esperan la venida del Señor. No es que piensen que es un cuento, sino que en realidad no cuenta en su vida. Hemos dado muchas vueltas en torno al más allá y al más acá en lo que se refiere a la salvación cristiana.

Hemos criticado mucho el espiritualismo y el evasionismo de nuestro cristianismo anterior. Y con razón. Subrayamos hoy día hasta la saciedad que la salvación cristiana no es para otro mundo, sino que hay que construirla en la tierra. Consecuentes con ello, comprometemos- gracias a Dios- más y más nuestra vida cristiana en tareas sociales, humanas, económicas, políticas...

Pero hay muchos cristianos y hasta muchas comunidades que si apuramos las cosas con rigor ya no se puede decir que esperan ardientemente la venida del Señor Jesús. Cierto que el Señor Jesús viene a través de nuestro amor y de nuestro compromiso, a través de la construcción del Reino de Dios en que nosotros nos empeñamos. Pero también es cierto que más allá, más al fondo y más adentro de todo compromiso social, terrestre o político del cristiano, ha de estar presente un deseo vivo de la venida del Señor Jesús, un elemento místico de identificación con él, de encontrar la mirada de sus ojos gloriosamente humanos.

FE/REVOLUCION: Cierto que el cristianismo es haber encontrado nuestra propia imagen de hombres en Jesús de Nazaret. Cierto que ello nos compromete en la transformación radical y estructural de esta tierra. Pero precisamente por todo ello es necesaria en todo cristiano que lo sea de verdad la presencia de un elemento místico de configuración (y transfiguración) con Jesucristo. No se puede reducir el cristianismo a las tareas sociales, a la lucha ideológica, a reivindicaciones salariales, a mejores humanas y sociales en el tercer mundo, a lucha obrera. Si en todas estas luchas el cristiano no se siente alentado por una presencia interior de Jesucristo, si pierden para él sentido la oración, la contemplación y la espera del Señor más allá de la muerte y de todas las realidades terrenas, su cristianismo habrá sido castrado en uno de sus elementos esenciales.

LUCHA/CONTEMPLACION: Dicen que el verdadero revolucionario no deja de ser un místico. Y en la iglesia estamos pasando quizá de tener muchos místicos evasivos a tener ahora muchos revolucionarios que no son místicos. Lucha y contemplación. No se trata de oscilar de un extremo a otro, sino los dos. No se trata de buscar la línea media, el equilibrio exacto en el punto medio. Se trata de buscar la síntesis, la suma.

Estando hoy nosotros en un ambiente cristiano que se esfuerza por todos los medios por comprometer socialmente el cristianismo -con razón- bueno será que nos recordemos a nosotros mismos que eso no es más que un polo de la dialéctica de la vida cristiana. Que la contemplación, la trascendencia, la nostalgia del cielo, la anhelante espera de la venida del Señor Jesús tiene también un lugar necesario y esencial en la vida cristiana. Es preciso, pues, transfigurar nuestra mirada para saber ver, más allá de las realidades y las luchas concretas, toda una trastienda de dimensiones místicas.

EUCARISTÍA 1978, 44


 

3. 

J/PD En general, el comentario que en los últimos tiempos se hace del pasaje de la transfiguración suele recalcar, sobre todo, la bajada del monte. Se insiste en que no se puede ser cristiano de "sólo Dios"; que hay que evitar la alienación religiosa o la huida del mundo. Se recuerda que, en el mensaje de Jesús, son esenciales las obras de solidaridad, el compromiso social. Estas pueden ser algunas de las ideas más frecuentemente predicadas.

Sin embargo, para poder bajar del monte es preciso que previamente se haya subido. Es muy importante que tengamos en cuenta esta afirmación que, a pesar de tintes de perogrullada, olvidamos con excesiva facilidad. La experiencia de Jesús ha de ser el motor del cristiano en su actividad de compromiso social.

Descubrir el sentido de Jesús en nuestras vidas es la energía que nos permite ir más allá de la mera religión social, para, con alegría y libertad, solidarizarnos con quienes más nos necesitan.

Nuestro actuar con los pobres, desde los pobres y para los pobres es fruto del empuje que el espíritu de Jesús nos da.

El significado del profeta Elías y del legislador Moisés quedan asumidos y superados en la persona de Jesús. El viene a ocupar el lugar de la ley y de los profetas. En su papel de profeta combate las idolatrías y defiende al hombre concreto en su circunstancia concreta. Como nuevo Moisés libertador, dirige un nuevo pueblo, no con leyes grabadas en piedra, sino por medio de su espíritu.

Jesús es toda la escritura. Es la palabra última y definitiva de Dios. Es el rostro humano de un Dios que ama a los hombres de forma absolutamente gratuita. Pero todo esto no son hechos pasados ni simples formas míticas de hablar. Para quienes han descubierto de forma viva al Señor, estas realidades dan sentido a sus vidas. La transfiguración, en su significado profundo, tiene efectividad también hoy.

Los tres apóstoles elegidos contemplaron la humanidad de Jesús brillante de divinidad. A nosotros nos corresponde hoy el mismo papel: descubrir en cada hombre a la divinidad, al Dios que lo inhabita. No se trata simplemente de ver lo bueno de cada persona y entenderlo como algo heredado de Dios. Hemos de descubrir a Dios en ese prójimo que se nos presenta ya sea como ayuda o como tarea. Unas veces recibimos la ayuda de quienes actúan como ángeles de Dios y otras sentimos la llamada a realizar nosotros ese papel con quienes lo necesitan. En ambas circunstancias, el Señor está en el hermano. Así se cumple la Escritura cuando dice: "Todo lo bueno viene del Padre", o "lo que hacéis con éstos, conmigo lo hacéis". Hemos de ser capaces de entender al hombre como epifanía de Dios.

Los ojos de nuestra fe deben encontrar al Señor hecho hombre, transfigurado en hombre. Encarnación y transfiguración son caras de la misma moneda.

Si la experiencia personal de Jesús ha de ser nuestro motor, habremos de buscarla. Tendremos que esforzarnos por subir al monte. La vivencia se dará sin perder nuestras peculiaridades de cultura, carácter, sexo, edad. El entrará en nuestro corazón y nuestra vida será aparentemente igual, pero profundamente distinta. Sin embargo, a pesar de todos nuestros sudores, descubrir al Señor es gracia. Encontrar un día sentido vivo a palabras sobre Jesús que antes habíamos oído, o incluso dicho miles de veces, es gracia.

La verdad es que encontramos en el hombre un empeño de alejar a Dios. Elaboramos abstractísimos conceptos de la divinidad, la encerramos en los templos, y abandonamos toda referencia a ella en la construcción de la sociedad. Pero no es menos verdad que Dios está empeñado en acercarse al hombre. El puso su tienda entre nosotros. Sus objetivos son los mismos: la feliz plenitud del hombre. Por eso el encuentro con él es más fácil en el aire libre del Tabor que en la colina sagrada del templo oficial de Jerusalén. Al Dios de Jesús se le encuentra en la vida: en la naturaleza, en la historia, en la sociedad y en el hermano. Sin embargo, sería más exacto decir que él es quien nos sale al encuentro.

Entendiendo al hombre como sacramento de Dios, nuestra mirada ve en los demás realidades que antes ignoraba o incluso negaba, nuestro "traje mental" cambia y nuestros juicios son más comprensivos. Nuestra creatividad solidaria se pone en marcha. La creación continúa porque con la fuerza de Dios vamos haciendo al hombre más a su imagen y semejanza.

Señor, muéstranos tu rostro para que tus ideales sean nuestros ideales, tus deseos sean nuestros deseos y nuestras acciones sean prolongación de tu acción.

EUCARISTÍA 1989, 36


 

4. J/VERDAD Jn/14/06 Jn/18/37.

El hombre ve la realidad desde su punto de vista, y su punto de vista es casi siempre el punto de vista de su propio interés. De ahí que la verdad que descubre sea la que le conviene, su verdad, una verdad al servicio de su interés. Por eso "tu verdad", o "mi verdad", o "nuestra verdad", nunca es la pura verdad. La pura verdad no se inventa, pues toda verdad inventada es ya una verdad interesada. Y así, sólo aquella verdad que nos sorprende y que, por lo tanto, triunfa por encima de nuestros intereses particulares, puede ser la Verdad. La Verdad ha de venir y ha de manifestarse al hombre, y el hombre ha de estar abierto a la Verdad para que ésta pueda sorprenderle. Esto quiere decir ya que la Verdad que viene no es propiamente algo, sino Alguien.

Para nosotros la Verdad es Jesús. El es la Verdad que viene y se manifiesta a los hombres. Es la Verdad que podemos amar; mas aún, que sólo podemos conocer si la amamos. Cuando el hombre no ama la verdad y se ama a sí mismo, pone la verdad a su servicio, con lo cual ya no conoce la Verdad, sino su verdad, es decir, una fábula, una leyenda, una ideología al servicio de la justificación de su vida o en provecho de su interés egoísta.

Cuando Pedro, Santiago y Juan subieron con Jesús al monte Tabor también tenían su verdad, una verdad compartida por sus contemporáneos en Israel, una verdad sobre el Mesías. Tenían su ideología religiosa, pues se trataba de una verdad a medias al servicio de los intereses nacionales. Sin embargo, Pedro, Santiago y Juan amaban al Maestro y, por eso, pudieron ser sorprendidos por la Verdad, por aquélla que no puede ser ya sometida a los intereses particulares de ninguna nación. Por eso, porque vieron y oyeron la Verdad, pudieron ser enviados por la Verdad y su testimonio no sería un simple informe sobre Jesús, sino prolongación de la manifestación de Jesús en el Tabor y, más allá del Calvario, en la Resurrección. En la predicación apostólica la iniciativa está en el Señor que es la Verdad, El es quien envía y quien se proclama por boca de sus enviados. La predicación del Evangelio no es, pues, una comunicación de verdades o simple informe sobre hechos acaecidos, sino propiamente manifestación del Señor, la Verdad que sigue viviendo y entra en comunión con los que la aman. Es por ello que San Pedro, en la lectura de hoy, dice: "Os hemos dado a conocer el poder y la venida de Nuestro Señor Jesucristo, no siguiendo fábulas ingeniosas, sino después de haber visto con nuestros propios ojos su majestad". Lo proclamado no es sólo palabra sobre Jesús, sino el "poder y la venida" misma de Jesús. Por ello, también, San Pedro invita a sus lectores a que se dejen conducir por la Escritura hasta que ellos mismos, más allá de las palabras, tengan la gozosa experiencia del amanecer "del lucero de la mañana en sus corazones". Jesús mismo, la Verdad de Dios manifiesta a los hombres, se hace presente en el corazón de los creyentes.

"Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: -Señor, es bueno estarnos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas..." Pero la Verdad que inefablemente se manifiesta en nuestros corazones y que es proclamada en la predicación de la Iglesia, la Verdad que se manifestó gloriosamente sobre el Tabor y en la Resurrección, no es una verdad para quedarnos quietos, sino para caminar y para seguirla donde quiera nos lleve. No es, por lo tanto, una verdad que confirme nuestras rutinas, nuestras fórmulas, nuestras costumbres, ni siquiera nuestros ritos, sino la Verdad que nos saca continuamente de esto y nos introduce inefablemente en la casa del Padre. La Verdad no puede ser domesticada, pues es Verdad para caminar y no para construir tres tiendas. Por eso la respuesta del Padre a la proposición de Pedro es rotunda: "Este es mi Hijo amado en quien me complazco; escuchadle." El que encuentra la Verdad debe estar ya siempre en camino, fuera de sí, pendiente de la Verdad por encima de todos sus prejuicios. El que escucha la Verdad se hace lenguas de ella y la proclama y la celebra. Pues la Verdad es el acontecimiento de salvación que nos llena de gozo, es la gracia que desborda nuestro corazón y "de la abundancia del corazón habla la boca".

EUCARISTÍA 1972, 46


 

5. 

Según San Mateo, son los discípulos los beneficiarios de la Transfiguración. Quedan situados en el centro de un dispositivo que ha de llevarles a creer. Es a ellos a quienes "toma consigo" y a quienes "lleva"; se transfigura "delante de ellos"; a ellos "se aparecen Moisés y Elías"; a ellos, en fin, la nube "los cubrió con su sombra".

Este dispositivo que dirige así la fe de los discípulos comprende diversos elementos. Se trata, en primer lugar, de un sitio al que Jesús los "llevó consigo": como en el momento de la Agonía (26, 37) cuando "toma consigo" a los mismos tres discípulos; como en el momento de "subir a Jerusalén", cuando "toma consigo" a los Doce, a fin de anunciarles su muerte y su resurrección ya próxima (20, 17).

Este lugar está "aparte": como aquel en que da el pan 914, 13), o bien aquel otro, ya citado, en el que habla a los Doce de su inminente destino (20,17). Ya se presiente: se trata una vez más con sus tres Apóstoles, "llevados consigo...aparte", de ese destino.

MONTE: Este "lugar retirado" es una "alta montaña"; este detalle recuerda la "alta montaña" en la que el diablo ofrecía antaño un dominio universal al que él sospechaba era "el Hijo de Dios" (4, 3.8); "la montaña" en que Jesús se presenta como nuevo legislador (5, 1); la montaña, en fin y sobre todo, de Galilea donde Jesús resucitado reencuentra a sus discípulos. Esta "montaña elevada" es el lugar ideal de las manifestaciones mesiánicas, aquel en que el misterio de la filiación divina se manifiesta mejor: sobre una montaña, "aparte", oraba Jesús (14, 23). Nadie duda de que al llevar a sus discípulos privilegiados a una alta montaña, Jesús quiere iniciarles en misterios cuyo secreto El posee, de cuyo fondo es el único escrutador.

De hecho Jesús es presentado ante los discípulos como "revelador". Tiene el aspecto y el resplandor del personaje daniélico (Dn 10, 1-11) que viene a hacer entender "el desarrollo de la historia, en la que se realiza el proyecto de Dios". Jesús es, pues, el enviado divino encargado de descubrir a los discípulos el sentido divino de los acontecimientos que van a producirse: los que Jesús conocerá en Jerusalén. Y para demostrar el parentesco que liga la comunicación daniélica con la revelación que trae Jesús, el escenario desarrollado por el autor de Daniel vuelve a ser asumido por el narrador evangélico: los discípulos "caen de bruces" como hiciera Daniel al oír las palabras pronunciadas por la visión (v. 9), y se les invita a levantarse mediante un gesto de Jesús, el mismo que en la otra "visión" (Dn vv. 8-10) Para confirmar esta misión reveladora de Jesús, se encuentran allí Moisés y Elías. Su significado no es fácil de precisar.

Profetas ambos, perseguidos, llevados al cielo, tipos o precursores del Mesías, testigos de la Alianza, etc., su presencia sugiere numerosos temas. De todas formas, ambos fueron los portadores de una palabra que, ante todo, había que escuchar.

Atestiguan, de este modo, que Jesús es el portador de una palabra que es preciso, más que nunca, escuchar y observar.

Finalmente, se deja oír la "voz" celeste. Ya la nube sugería, con su venida inesperada, que Jesús era ciertamente portador de un mensaje divino; es lo que viene a confirmar la "voz" que sale de la nube: "Jesús es aquel a quien hay que escuchar de forma absoluta". No obstante, la conversación que Jesús deja oír es sorprendente.

El felicita a Pedro por haber reconocido en EL a "el Cristo, el Hijo de Dios vivo", pero inmediatamente se pone a hablar de su muerte inminente y a invitar a sus amigos a asociarse, sin reservas, a su destino. ¿Son imaginables esa conversación y ese llamamiento? Sí, lo son; y la "voz" que surge de la nube lo confirma. Ese que va a morir y a resucitar es precisamente el Hijo de Dios; es incluso el "Hijo amado".

No hay contradicción entre el destino trágico que se prepara y la filiación divina de Jesús; y si alguna hay no se da más que dentro de las "miras humanas", que no según las "divinas", como Jesús ya había indicado (16, 23). Llegará un día en que sea posible entender que la muerte y la resurrección, lejos de contradecir la filiación divina de Jesús, eran sus signos más sugestivos.

De momento, mientras la viva luz de la Pascua no se ha proyectado sobre el destino de Jesús, esta intuición creyente es imposible. El evangelista lo deja entender cuando alude a la prohibición de que contasen nada "hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos". En el momento en que Jesús aparece cercano ya a la humillación suprema, ¿de qué serviría decir que El es el profeta acreditado por Dios, toda vez que nadie podría captar en esta humillación el comienzo de un proceso que lleva a la manifestación gloriosa del Hijo amado? ¿Qué es, entonces, predicar la Transfiguración? Es predicar a Jesucristo, predicar el misterio de su muerte y su resurrección.

Es predicar un misterio cuya oscuridad tiene el espesor de las tinieblas que rodean la muerte de un justo, la muerte de un profeta, y de un profeta muy señalado, escogido por Dios. Pero es predicar que en medio de esas tinieblas parpadea una discreta claridad, cuyos rasgos, como los de una aurora, iluminaban ya el rostro del Transfigurado. Desprovisto de toda coherencia humana, el destino de Jesús revela una coherencia distinta, conforme con las "miras de Dios".

El relato de la Transfiguración aporta la presentación imaginada, muy colorista, ilustrada con clichés vétero-testamentarios, del misterio de Jesús. ¿De qué experiencia visionaria de Jesús, de sus discípulos, nos guarda el recuerdo? Es imposible decirlo.

Como meditación de un misterio que se ha revelado en medio de una historia, el relato no conserva un recuerdo demasiado preciso de esta historia, como para que se la pudiera reconstruir. Lo esencial se encuentra en otra parte; es conveniente que el auditorio lo perciba y que se sepa invitado a ir, más allá de la curiosidad anecdótica, hasta la contemplación del misterio de Jesús, hasta una lectura de su propia vida, hecha a la luz de este misterio

.LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MATEO
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág 222


 

6. 

La fiesta de la Transfiguración del Señor sugiere espontáneamente el tema de la luz, de la epifanía diurna, de la vida cristiana que se da y se abre despreocupada, con toda naturalidad ante los ojos de todos. No viendo en ella misma nada de que se tenga que avergonzar, tampoco tiene que disimular nada de la palabra de Dios que la nutre. Se siente segura y firme con la firmeza de la verdad, por eso no teme mostrarse desnuda y esplendorosa a la vista de los hombres. Sin necesidad de cubrirse con velo alguno, aparece desnuda ante aquellos que buscan la verdad. Hoy, sin la montaña del espectáculo, lo que se transfigura es la palabra de Dios ante los ojos del pueblo que ha tenido el coraje de subir la cuesta de la conversión del Señor, y ha remontado las alturas de horizontes libres donde aletea el Espíritu de Dios con toda libertad. Estos, los que viven en el Espíritu, son hoy los invitados a la fiesta de la epifanía de la palabra de Dios. Los otros permanecen abajo, sin que sospechen siquiera lo que puede pasar sobre las cimas, en las alturas. Pablo los señala como "aquellos que corren hacia la perdición" (4,3). Nosotros, en cambio, igualmente inexcusables por lo que toca a la severidad en nuestros juicios, y quién sabe si no hijos de una Iglesia más humana y acogedora, podemos contentarnos diciendo que los de abajo «se lo pierden». Pero realmente lo pensamos así porque disfrutamos del gozo de vivir en la libertad del espíritu, y la manifestación de la palabra ha hecho resplandecer en nuestros corazones «el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en Cristo» (6).

No obstante no siempre es así, no siempre la proclamación de la palabra de Dios ablanda y libera a los espíritus. O ¿no es siempre la palabra la que se proclama? Después de todo, la transfiguración no se produce por deseo y querer de los espectadores. Además podría muy bien ser que, aun creyendo encontrarnos arriba, en la cima de la montaña, estuviéramos todavía abajo, viviendo preocupados por nuestras cosas, sin saber vivir al raso, sino buscando refugio, acudiendo a Jesús para que nos eche una mano. Es verdad, a veces causa extrañeza el hecho de que en el seno de la comunidad cristiana no estalle y no se sienta más a menudo el alegre clamor: «¡Señor, qué bien estamos aquí!» (Mt 17,4).

M. GALLART
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 837 s.


 

7.

Los discípulos son obstinados y sólo quieren ver a Jesús como un Mesías triunfal e invencible. Pero él no se deja encasillar en esas pretensiones puramente mundanas de sus discípulos y de la multitud. Es fiel a la voluntad del Padre y por eso acude a la oración para recibir la guía necesaria para elegir el camino adecuado.

Cuando sube al monte, símbolo del encuentro de Dios con el ser humano, en compañía de Pedro, Juan y Santiago, éstos se duermen. No son capaces de imitarlo en la oración. Unicamente se despiertan cuando ven la gloria del Hijo de Dios, que era lo único que ellos querían ver. Pedro se adelanta y le pide a Jesús que hagan tres casas iguales: para el profeta Elías, el legislador Moisés y el Maestro Jesús de Nazareth. Estos entusiastas planes son contrarios a la voluntad de Dios. El Padre quiere, ante todo, que la humanidad escuche a su Hijo y comprenda su camino. El triunfalismo típico de Pedro y los discípulos queda contravenido por una revelación divina que da todo el poder a Jesús.

El camino de Jesús no es el de los triunfos rimbombantes, sino el de un éxodo a Jerusalén. En esta ciudad el Mesías había de sufrir porque la gloria de Dios no actúa desde el terror y el poder infalible, sino desde la más llana humildad. "La gloria de Dios es que el ser humano viva" (san Ireneo de Lyon), y eso era lo que pretendía Jesús: las personas debían ser todos iguales ante Dios y vivir en continua solidaridad, resolviendo los conflictos por la vía pacífica. Sin embargo, los discípulos estaban empeñados en un mesianismo que era el del demonio, porque se basaba en el poder, en el prestigio y en el dinero.

El éxodo a Jerusalén exigía un cambio de mentalidad: el camino no iba a ser una arrolladora campaña política triunfal, sino una formación para el servicio en medio de dificultades y constantes tentaciones. Los discípulos sólo comprendieron esto después de la muerte de Jesús. La experiencia del resucitado los llevo a comprender el verdadero sentido del mesianismo de Jesús.

La revelación que los discípulos recibieron en el monte fue una reprensión por su obstinación. Ellos estaban empeñados en convertir el proyecto de Jesús en un eco más de los maléficos imperios que los hombres han fundado en la tierra. La voluntad de Dios se muestra contraria a este propósito al señalar que el camino correcto es el que emprende Jesús.

Muchos movimientos religiosos hoy caen en la tentación que padecieron los discípulos. No entienden que el camino de Jesús es el de la humildad, la solidaridad, la compasión y el servicio desde la debilidad y la apertura incondicional al ser humano. Por esto, tratan de convertir sus instituciones en grandes emporios dedicados al crecimiento propio y no al servicio del ser humano. Su mentalidad se va anquilosando y terminan imponiendo sus particulares ideales a los fieles. Sustituyen así el proyecto de Jesús por su propio proyecto egocéntrico. Temen la debilidad y humildad con las que el Hijo de Dios realizó su éxodo para transformar al ser humano decrépito en hombre o mujer nuevos.

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