PANORÁMICA

1.

Todos los Santos es una típica fiesta cristiana, expresión de la esperanza que nos habita: lo que Dios ha realizado en los santos lo esperamos nosotros, confiados en su amor, y lo vivimos ya ahora: "Ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos... seremos semejantes a El, porque le veremos tal cual es" (2. lect.). También el prefacio: "y alcancemos, como ellos, la corona de gloria que no se marchita" (prefacio I).

Las lecturas (véase también el salmo y el prefacio) anuncian la dicha (vestiduras blancas, palmas, cantos de alabanza; seremos semejantes a Dios y le veremos tal cual es; dichosos vosotros, el Reino de los Cielos...) por los caminos del seguimiento realista de Jesús ("vienen de la gran tribulación: han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero"; "el mundo no nos conoce"; a los dichosos...). Si nos llenamos el corazón de júbilo, no nos apartamos de la lucha, y si nos invitan a mirar hacia el final de nuestra aventura, no dejan de decirnos que "ahora somos hijos de Dios" y hemos sido marcados con el sello del Dios vivo.

El camino de los hijos -que es el que desemboca en la gloria de la Jerusalén celestial- no es otro que el camino del Hijo: él ha pasado por la gran tribulación, el mundo no lo ha conocido, ha sido perseguido y calumniado. "Nos ofreces el ejemplo de su vida, la ayuda de su intercesión" (prefacio I). Todos los Santos es una fiesta familiar: la de quienes han caminado con Jesús y ahora gozan con su dicha.

Reconocemos en ellos a María, Pedro, Esteban, Agustín, Francisco, Ignacio... Hombres y mujeres de carne y hueso como nosotros, que han recorrido esta tierra como nosotros. Es como una carrera de relevos, como una procesión inmensa, la cabeza de la cual ya ha "entrado", mientras nosotros vamos caminando y otros empiezan a salir o esperan su turno: "para que, animados por su presencia alentadora, luchemos sin desfallecer en la carrera y alcancemos, como ellos, la corona que no se marchita".

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1987, 20


2. SANTIDAD/VOCACION 

La palabra "santo" fácilmente nos recuerda a señores vestidos con largas túnicas, propias de otras épocas, que llevaron una vida bastante distinta de la de sus contemporáneos (a veces con muchas rarezas) y que, en muchos casos, eran obispos, frailes o monjas.

Esta lamentable idea se saca sin dificultad de cierta imaginería religiosa, no poco frecuente, y de las "vidas de santos" catalogados en el santoral oficial. Nos cuesta imaginarnos un santo con pantalón vaquero y una vida tan normal como la nuestra. Ser santo lo hemos identificado con ser raro, aburrido o absurdamente sacrificado. Naturalmente esta figura de santo tiene poco atractivo. En otras ocasiones identificamos al santo con el ser perfecto y concluimos que deben ser cosas de otras épocas, porque hoy en día hay gente buena y hasta muy buena pero perfecto es algo que no podemos decir de nadie que hayamos conocido.

S. Pedro, citando el A.T., nos dice: "sed santos en toda vuestra conducta como el que os llamó es santo". S. Pablo insiste en que la voluntad de Dios es nuestra santificación. El mismo Conc. Vat. II, en varias ocasiones, recuerda que "los fieles de cualquier condición y estado son llamados por Dios, cada uno por su camino, a la perfección de la santidad por la cual el mismo Padre es perfecto". Con este llamamiento a la santidad no se nos invita a ninguna forma absurda de vida o a caminar hacia una meta imposible. Aspirar a la santidad es aspirar a la felicidad total que todo hombre bajo distintas formulaciones busca. "Mi corazón está inquieto hasta que descanse en Ti", decía S.Agustín. El Dios de la paz, de la felicidad nos llama a la plenitud, a la felicidad. Los hombres somos seres incompletos, inacabados.

Somos, según frase del filósofo, "lo que somos y lo que nos falta". Nuestro destino es Dios, la felicidad, lo que nos falta.

Retratar a este Dios como el del aburrimiento o el de los absurdos es sustituirlo por un ídolo. No se trata de rezos extraordinarios, ni de reprimir la alegría, ni de sufrir mucho ("¡Cuánto sufrió la pobre. Era una santa!"), ni siquiera en ser moralmente perfectos. La parábola de los talentos nos indica que responder a la gracia de Dios en la proporción en que se nos dio, es el listón que cada uno debe saltar. (...) Cada uno de nosotros es consciente de lo que Dios puso en sus manos y de lo que en cada momento debe ser el fruto de ese don.

Hombres y mujeres así no sólo existieron en el pasado remoto o cercano, sino también hoy andan por nuestras calles, trabajan en nuestras fábricas o sufren en nuestros hospitales.

EUCARISTÍA 1983, 52


3.SANTIDAD/HOY ESTAMOS MUY CERCA DE HOMBRES Y MUJERES QUE SON SANTOS DE VERDAD.

La fiesta de hoy no viene tan sólo a recordarnos a los santos que nos han precedido y a enseñarnos el camino que los ha conducido a la felicidad plena. Nos quiere hacer descubrir también a los santos que nos acompañan ahora y aquí en nuestro camino terrenal.

En este mundo de hoy desmitificador y desacralizador parece un hallazgo de anticuario tropezar con un santo. De hecho, sin embargo, estamos muy cerca de hombres y mujeres que son santos de verdad: hombres y mujeres que andan con nosotros el mismo camino y que se esfuerzan por conseguir una vida auténticamente cristiana, fieles al Evangelio de Jesús; hombres y mujeres que luchan por ser justos y pacificadores, pobres y compasivos, limpios de corazón y de corazón compasivo, según el espíritu de las bienaventuranzas.

Hoy hay santos que viven entre nosotros. Quizá nos cuesta descubrirlos. Pero ahí están. Lo que ocurre es que son silenciosos. Y por eso pasan desapercibidos entre nosotros, aunque nos crucemos con ellos en la tienda o en el mercado, en el trabajo o en el bar. Son los santos de hoy y de aquí que aún debemos descubrir.

E. CANALS
MISA DOMINICAL 1989, 21


4.SANTOS/INTERCESION:

-SENTIDO DE LA CELEBRACIÓN

Los textos bíblicos y eucológicos de la solemnidad de Todos los Santos describen con precisión el contenido de esta celebración: "celebrar, en una única festividad, los méritos de todos los santos de Cristo". Ahora bien, ya que celebrar los méritos de los santos es lo mismo que celebrar los dones de Dios (San Agustín), esta solemnidad es ciertamente la celebración del fruto mejor del misterio pascual de Cristo.

-LOS TEXTOS BÍBLICOS

La primera lectura es la que ofrece una descripción más aproximada del contenido básico de la solemnidad. Dos visiones complementarias la componen: la visión de los "marcados" y la visión de la muchedumbre de "los que vienen de la gran tribulación". En los dos casos se destaca la iniciativa de Dios: El es quien marca sus siervos, para preservarlos. El, por el misterio pascual de Jesucristo -"en la sangre del Cordero"-, es quien ha hecho posible la existencia de esta muchedumbre sacerdotal -"con vestiduras blancas" - que canta el cántico nuevo.

El salmo responsorial es a la vez el eco de la pregunta final de la primera lectura -"¿quiénes son y de dónde han venido?"- y de las bienaventuranzas que Jesús proclama en la perícopa evangélica. Si la primera lectura miraba sobre todo el término de la vida cristiana, estos dos textos miran especialmente el camino de la misma. Las bienaventuranzas, por otra parte, enlazan bien como exégesis de la "gran tribulación" por la que han pasado los de "vestiduras blancas" (1. lectura).

La lectura de la primera carta de S.Juan aporta una reflexión en profundidad sobre la santidad cristiana: somos hijos en el Hijo, como fruto del amor del Padre. Este es el elemento permanente entre el camino y término, vivido en la fe y en la visión sucesivamente.

Es un texto que nos lleva a pensar en el de Pablo a los Col/03/01-04 "...vuestra vida está con Cristo escondida en Dios...", y así queda iluminado más explícitamente por la Pascua de Cristo.

-ACTUALIZACIÓN

Una vertiente de la predicación de hoy podría destacar el carácter pascual de la fiesta. El "cielo", en definitiva, es el encuentro con Cristo resucitado. "Cielo quiere decir participación en esta forma existencial de Cristo -estar sentado a la derecha del Padre- y, en consecuencia, plenitud de lo que comienza con el bautismo" (·Ratzinger, Escatología, Herder 1980, p. 219s). Y puesto que el encuentro con Cristo resucitado es encuentro con todos los que están en El, el "cielo" es también la gran realidad de la comunión de los santos en toda la plenitud.

Estas dos referencias -a Cristo y a la Iglesia- ayudan a comprender las afirmaciones de la 2. lectura. En efecto: el bautismo y la confirmación nos han situado ya en comunión con el Cristo resucitado, dentro de la comunión de los santos; ya hemos sido "marcados". El resto de la vida es "tribulación", búsqueda del rostro del Señor, esperanza, pobreza y persecución... Todo esto, sin embargo, vivido en Cristo y en la Iglesia, como forja de la plena realización gloriosa.

Esta consideración debería derivar en una exhortación a vivir la realidad de santidad que nos corresponde como cristianos, alimentando constantemente la comunión con Cristo y la comunión eclesial. Será preciso también destacar que nuestra condición presente no es la misma que la de los santos, y que, en consecuencia, no podemos decir sin más que estamos "en el cielo".

Otra vertiente de la predicación podría ser valorar la intercesión de los santos. Los textos eucológicos la destacan, y es un punto poco frecuente en la catequesis.

La referencia eucarística de esta solemnidad es exactamente la que indica la postcomunión: que "pasemos de esta mesa de la Iglesia peregrina al banquete del reino de los cielos".

El hecho que, quizá se haya abusado popularmente, de un cierto tipo de intercesión de los santos, hasta extremos dignos de caricatura, no nos tiene que hacer olvidar que en estos "hijos de la Iglesia encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad" (Prefacio). La originalidad de cada cristiano, el camino exclusivamente propio de su fidelidad al Evangelio, la peculiaridad de las tribulaciones de cada uno, hace que "los santos" no sean algo nebuloso y abstracto, sino historias muy concretas que -aunque muchas nos sean desconocidas- nos los hacen más próximos y semejantes en esta comunión que nos une como hijos de Dios. Son sus propias experiencias de camino las que nos animan a orar con ellos al Señor.

P. TENA
MISA DOMINICAL 1985, 20


5.SANTOS/DIFUNTOS: FE/GOZO.

No deja de ser curioso que la fiesta de Todos los Santos se haya convertido en la fiesta de todos los difuntos. Aparte la facilidad que a todos proporciona el día de fiesta para visitar el cementerio y recordar a sus difuntos, tiene además un cierto sentido el que esto sea así: porque la fiesta de todos los santos no es sólo la celebración global de todos los santos, cuyas fiestas hemos ido conmemorando día tras día a lo largo de todo el año, sino la fiesta de todos los "muertos que han muerto en el Señor", porque ellos también son ya santos y bienaventurados en el cielo.

Claro que el recuerdo de los difuntos, que siempre son seres queridos y muy cercanos a nosotros, pone un tinte de tristeza a una fiesta que es de gozo, al reconocer la santidad de aquéllos a quienes Dios ha recibido en su Reino. Pero la tristeza presente es todavía consecuencia de nuestra situación de peregrinos que aún estamos soportando las consecuencias del pecado. Por lo demás, que la fiesta de todos los santos sea un día de gozo, no significa precisamente un día de risa. Y el gozo que nos proporciona le fe, por la que creemos que nuestros difuntos están ya en el reino de la luz y de la paz, es perfectamente compatible con los legítimos sentimientos de dolor por la ausencia de los que estuvieron unidos en nuestro camino por la tierra.

EUCARISTÍA 1968, 59


6.SANTOS/CULTO DEVOCION/SUPERSTICION VAT-II/SANTOS  SANTOS/SUPERSTICION:

Lamentablemente, para muchos cristianos no hay más santos que esa docena que ellos conocen y que se han convertido en abogados de algo: S.Blas y los males de garganta, San. Cristóbal y los conductores, S.Isidro y la agricultura, S.Antón y los animales, etc. Es decir, a los santos se acude más por lo que se puede sacar de ellos que por lo que de ellos se puede aprender. Y no es que no tengan su valor como mediadores e intercesores; es que, si no podemos ver a Dios como alguien para tapar nuestros agujeros, menos aún lo son los santos. S.Pancracio con perejil y un billete de lotería es un gesto más propio de la superstición que de la fe; y, sin embargo, gestos así abundan entre los cristianos.

De forma sintetizada vamos a recordar aquí lo que el Conc. Vaticano II, a lo largo de sus diferentes Constituciones, Decretos y Declaraciones, va diciendo sobre los santos:

-están unidos a los Apóstoles y los mártires en la veneración de la Iglesia (LC 50); 
-están recomendados a la devoción e imitación de los fieles (LG 50); 
-realizan una función de impulsarnos hacia lo eterno (LG 50), 
-de ejemplo e iluminación para nuestra vida (LG 50);
-Dios se manifiesta en los santos (LG 50); 
-los santos son hombres como nosotros (LG 50); 
-se transforman en imagen de Cristo (LG 50); 
-realizan una función reveladora y de signo (LG 50);
-son testigos que atraen (LG 50), 
-y dan testimonio de la verdad del Evangelio (LG 50);
-damos culto a los santos por su ejemplaridad (LG 50); 
-su culto nos une a Cristo (LG 50); 
-la Eucaristía nos pone en comunión con los santos (LG 50); 
-cantan alabanzas a Dios e interceden por nosotros (SC 104); 
-ya han llegado a la perfección (SC 104); 
-cumplen el misterio pascual en sí al sufrir y ser glorificados con Cristo (SC 104); 
-la Iglesia les rinde culto y los venera (SC 111); 
-proclaman las maravillas de Cristo y proponen ejemplos oportunos a la imitación de los fieles (SC 111); 
-por medio de los santos, los fieles son atraídos por Cristo al Padre (SC 104), 
-y la Iglesia implora los beneficios divinos (SC 104); 
-finalmente, ellos manifiestan la variedad de los dones del Espíritu Santo en la Iglesia (UR 2).

La verdad es que tenemos que reconocer que son muchos los valores, méritos y cualidades de los santos como para que nosotros los reduzcamos a la mera función de "desfacedores de entuertos". Hay que reconocer que nos tomamos a los santos con poca seriedad; quizá sea porque todavía pervive en nosotros esa falsa imagen de los santos como supermanes, tan fomentada por la espiritualidad y la devoción de tiempos pasados pero aún no acabados; quizá sea porque no basta con las ceremonias más o menos grandiosas que se desarrollan con motivo de las beatificaciones y canonizaciones para hacer llegar las vidas de los santos a la gran mayoría del Pueblo de Dios. Sea la razón que sea, lo cierto es que hay un innegable y lamentable divorcio entre los santos y el pueblo fiel; los santos no acaban de "servirnos" para todo eso que el Concilio dice que debían "servir"; los santos tienen una misión dentro de la Iglesia pero, al parecer, no estamos por la labor de que realicen esa tarea entre nosotros.

Hay, por tanto, mucho que revisar en este terreno de la santidad y de los santos: hay que buscar la forma de que haya santos cercanos a nosotros, en el tiempo, en el medio ambiente en que vivieron, etc; hay que conocer -y dar a conocer, quienes sean responsables de ello- mejor sus vidas y su ejemplo; hay que desmitificarlos, fijarnos un poco menos en aspectos espectaculares y un poco más en su "vida cotidiana", auténtica base de su santidad en la mayoría de las ocasiones. Hoy, fiesta de Todos los Santos, puede ser un buen día para revisar nuestra visión de los Santos.

L. GRACIETA
DABAR 1988, 55


7.SANTO/QUIEN-ES:EL HOMBRE QUE DESCUBRE LA PERSONA EN MEDIO DE TODAS LAS COSAS, IDEAS, TRABAJOS, NEGOCIOS Y MAQUINAS: (/1Co/08/11) H/CENTRO CR/COMPROMISO COMPRENDE QUE EL AMOR RECIBIDO DE DIOS LE QUIERE METIDO EN PLENA VIDA CON LOS HOMBRES.

El hombre y sobre todo el hombre contemporáneo, ve, ante todo, en torno a sí, cosas, ideas, negocios, máquinas; y distraída y ligeramente, alrededor y con ocasión de esa madeja de estructuras materiales, burocráticas o mentales, percibe personas, de las que apenas se preocupa.

El santo, por su parte, ha modificado lentamente su mirada y puesta su sensibilidad selectiva en la escala verdadera de valores: su universo se ha personalizado: lo primero que ve en la red humana en la que está sumido son las personas, son incluso hermanos "por quienes Xto ha muerto" (/1Co/08/11); y simplemente, en torno y al servicio de esas personas, todas las estructuras terrestres que les permiten o no alcanzar el Reino de Dios.

Es, por otra parte, uno de los motivos por los que comprende que Dios le quiere metido en plena vida con los hombres: viendo el alejamiento en que están de Dios, ¿cómo podría abandonarlos? Sabiendo el amor, aún no descubierto, de Dios hacia ellos, ¿cómo no habría de declararles ese amor con su propio amor? Viendo sencillamente que están ahí, luchando con su difícil destino, y que también él está ahí, entre ellos, ¿por qué no habría de tratar de ser el polo activo de una humanización que empieza por la comprensión y el amor, y de una divinización, que termina también con la comunión y el amor? El santo, en medio de una humanidad dividida por la ideología, la economía, la raza, más que nunca separada en ricos y pobres; el cristiano sabe que en esa humanidad reina el pecado: allí donde los hombres se enfrentan antes de encontrarse, se desconocen antes de descubrirse, quedan indiferentes los unos a los otros en el momento mismo en que cambian sus riquezas. El santo es el primero en saber que la reconciliación de la humanidad ha costado la cruz de Xto y que él mismo habrá de añadir lo que falta a los sufrimientos de Xto por su Cuerpo, que es la Iglesia.

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8.SANTIDAD/BAU: EL IDEAL DE SANTIDAD NO ESTA RESERVADO A UNOS POCOS. HAY UN VINCULO ESENCIAL ENTRE EL BAUTISMO DE LA FE Y LA SANTIFICACIÓN DEL HOMBRE:Ef 05. 25-26. IGLESIA/SANTIDAD.LOS CRISTIANOS SON SANTOS EN TANTO QUE SON MIEMBROS DE LA IGLESIA:1 Co 01. 02.-

La santidad que la Iglesia canoniza es una santidad heroica. Es propuesta como ejemplo a seguir, pero a la mayor parte de los cristianos le parece inimitable. Ahora bien, Jesús se dirige a todos cuando dice: "Sed perfectos como mi Padre celestial es perfecto". El ideal de santidad no está reservado a unos pocos; va dirigido a todos sin excepción, cualquiera que sea el grado de su virtud o la calidad de su vida moral. A los que va destinado este ideal de santidad, todos se encuentran fundamentalmente en la misma situación: todos son pecadores.

La iniciativa que ha tomado la Iglesia al instituir la fiesta de Todos los Santos es susceptible de restablecer en las conciencias un equilibrio que corre el riesgo de ser en cierto modo falseado por la santidad canonizable. Esta fiesta no celebra a los santos que la Iglesia hubiera podido canonizar y no lo están; celebra la santidad común de todos aquellos y aquellas que, después de la muerte, participan plenamente, cada uno en el puesto que se ganó, de los gozos abundantes de la Familia del Padre.

La Iglesia quiere hacernos comprender que entre la santidad heroica y la santidad común no hay, finalmente, ninguna diferencia esencial, porque, en ambos casos, la santidad es el don absolutamente gratuito que Dios hace de su vida en JC.

La fiesta de Todos los Santos -y el admirable formulario litúrgico que en ella se nos propone- debe ser para nosotros la ocasión de percibir mejor la naturaleza profunda de la santidad que hemos recibido en el bautismo y que debemos hacer fructificar a lo largo de nuestra vida. (...).

Al entrar en la Iglesia por el bautismo, el hombre es santificado "en el nombre del Señor JC y por el Espíritu de nuestro Dios" (1Co/06/11). Cristo ama a la Iglesia: "se entregó por ella para santificarla, purificándola mediante el lavado del agua con la palabra" (Ef/05/25-26). El vínculo existente entre el bautismo de la fe y la santificación del hombre es claramente atestiguado. San Pablo no duda en dar a los cristianos el apelativo de "santos". En su primera carta a los Co, se dirige a ellos en estos términos: "...a la Iglesia de Corinto, a los que han sido santificados en Xto Jesús, llamados a ser santos, con todos los que invocan el nombre de JC, nuestro Señor, en cualquier lugar, suyo y nuestro" (1Co/01-02; cf. también Flp/01/01).

No se trata de una santidad meramente externa, sino de una santidad "en verdad" adquirida por el sacrificio de Cristo y dada en participación mediante la fe y el bautismo. La fuente de esta santidad es la acción del Espíritu; pero, por haber sido santificados en Xto Jesús, los cristianos deben ajustar su vida a la obediencia ejemplar de Cristo; la santidad ontológica de los cristianos exige imperativamente su santidad moral. La fidelidad a las Bienaventuranzas debe ser su regla de conducta. Deben obrar según la santidad que viene de Dios y no según la sabiduría de la carne (2Co/01/12).

Una de las características esenciales de la santidad de la Nueva Alianza es que los santos en Cristo Jesús forman una asamblea. Hay que decir también que la santidad les es ofrecida en la respuesta que ellos dan al llamamiento que los reúne. En otras palabras, los cristianos son santos en tanto que son miembros de la Iglesia; la santidad de la Iglesia les precede siempre. Con ello se declara que la santidad del cristiano se halla siempre en radical dependencia de la santidad de Cristo y de la Iglesia que es su Cuerpo y a través de la cual es comunicada la vida de la cabeza. El tema de la asamblea de los santos descubre, además, el verdadero rostro de la santidad cristiana; los santos en Cristo Jesús forman una asamblea porque la santidad de Cristo es una fuerza que reúne a la Humanidad entera, y su nombre es amor. Dios, el tres veces Santo, es Amor y la vida que comunica no puede ser otra cosa que amor.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IX
MAROVA MADRID 1969.Pág. 84 y 86


9.LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS:

La fiesta que hoy celebramos es fiesta y gozo de recolección. Por esta época del año los hombres del campo terminaban de recoger los últimos frutos de la cosecha, antes de que comenzase el invierno y el tiempo de espera. La Iglesia, deudora en tantas cosas de la cultura agraria, tomó ejemplo para recoger minuciosamente y celebrar todo el copioso fruto de la redención, es decir, todo cuanto de bueno y justo ha granado y sigue granando en este mundo de Dios. Porque no todo es malo, ni mucho menos, gracias a Dios.

La fiesta de Todos los Santos no es una reválida para confirmar a todos los que hemos ido festejando, uno a uno, en el calendario. Es más una repesca, para no dejar fuera de nuestro gozo y de nuestra memoria a todos, hombres y mujeres, santos y ejemplares, cuyos nombres no figuran ni caben en el listado de los 365 días del año, pero cuyos nombres figuran destacados en el libro de la vida, delante de Dios. Celebramos la fiesta de todos los que fueron bautizados en agua y espíritu y nos han precedido en la fe, pero también festejamos a los que recibieron el bautismo de sangre en su sacrificio por la justicia, y la de los que han sido bautizados en su deseo, en su buena voluntad, contribuyendo con su trabajo y sus labores a construir un mundo más amable y humano. Celebramos, en definitiva, la gracia de Dios, que es germen y semilla de todo lo noble y bueno y justo y hermoso que abunda en la vida.

EUCARISTÍA 1985, 50


10.

El prefacio de hoy es un buen texto de reflexión, como lo es también la poscomunión. La poscomunión ofrece un buen esquema de homilía: la fuente de toda santidad, el solo Santo, es Dios; esa santidad se refleja en los santos; nosotros también caminamos hacia esta santidad, que es vivir, con toda la plenitud de la que seamos capaces, el amor que Dios vive; la mesa de la Eucaristía es el momento en el que se concentra ese camino nuestro, es la mesa de la comunidad que está en camino; y esta mesa es signo del objetivo final, que es el banquete del reino de los cielos, el banquete que el Padre ha preparado para sus hijos.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1990, 20


11.

Al considerar la santidad como un comportamiento bondadoso se traslada su logro a la voluntad de la persona, aunque siempre se añade la coletilla de ayudado por la "gracia de Dios". Pero no se pone a Dios como el que santifica, sino que se da a entender que nosotros nos vamos haciendo santos. Se entiende más como una tarea de ascética que de mística o de gracia. Es interesante anotar que, por las razones que sean, la palabra "santidad" se usa cada vez menos en los ambientes cristianos. Son muchos los que prefieren hablar simplemente de "seguimiento".

En esta situación, se subraya poco que, quienes mantienen vivo su deseo de seguir a Jesús de Nazaret, pueden llamarse "santos" a pesar de sus evidentes deficiencias. No se fomenta la gratificante conciencia de que somos portadores de un tesoro aunque lo llevemos en vasos de barro. Pasamos incomprensiblemente por alto que somos templos del Espíritu Santo por la fe y por los sacramentos. Es evidente que no se nos podría llamar "nación santa" si el adjetivo dependiese de lo óptimo de nuestro comportamiento. Cuando se entiende la santidad como una difícil meta ascético-moral a conseguir con el esfuerzo humano y se olvida que Dios es quien santifica, parece que limitamos el Evangelio a los ideales voluntaristas de Kipling ("serás un hombre, hijo mío").

La santidad es radicalmente don gratuito de Dios. Santo es lo que Dios toma a su servicio. Para Pablo el adjetivo "santo" no se refiere a valores o cualidades morales sino únicamente a la pertenencia a Cristo que, desde luego, impone ciertos límites al marco en que se mueve la conducta del interesado. El N.T. llama santos a aquellos que están poseídos por Dios, por su Espíritu. Bueno será recordar que, aunque solemos decir que tenemos fe, es en realidad la fe la que nos tiene a nosotros. Estamos destinados a dar culto a Dios (consagrados, santos) y por ello, como los corderos del sacrificio, hemos de ser inmaculados. El culto consiste en hacer la voluntad del Padre. Por otra parte, a cada uno se le otorga una manifestación distinta del Espíritu para común utilidad (1 Cor 12, 7). Cada uno vive la santidad de distinta forma.

EUCARISTÍA 1992, 50


12. SANTOS/ANONIMOS

Carta del Arzobispo

Santos inadvertidos

Como el personaje de Moliere que hablaba en prosa sin darse cuenta, abundan por doquier los santos y santas anónimos, pero no anodinos, que pasan por el mundo haciendo el bien, siguiendo a su manera, y sin darse la menor importancia, las huellas de Jesús de Nazaret. Tampoco los demás nos apercibimos demasiado de la presencia entre nosotros de unos seres humanos normales y corrientes, bajo cuya naturalidad y ausencia de alarde se ocultan a menudo muchos quilates de heroísmo.

Y no es que hoy en día nos imaginemos a los santos con los ojos traspuestos, el cuello inclinado y un perfil de cartón piedra. Ni como seres extraños, de nombres rebuscados, que obran milagros pintorescos cual los que gustan de inventar Don Camilo José Cela o Luis Carandell en su esperpéntico santoral. No, hoy se valora más la fidelidad al propio deber, la fortaleza ante las tentaciones y las adversidades, la entrega desinteresada a los demás, el celo misionero y la vida de oración. Son los componentes propios de una santidad, cultivada en el seno de la Iglesia y durante toda la vida. Cosa bien distinta es que ese tipo de santos no tengan conciencia de que lo son, lo cual suele ser síntoma de su santidad auténtica. Así como tampoco quienes vivimos a su lado valoramos como es debido la altura de sus virtudes, por la naturalidad con que las practican. Los verdaderos santos suelen engañarnos con su modestia para que los dejemos en paz. Pero no debería ser así. Sería mejor que abriéramos los ojos, corrigiendo las dioptrías que nos impiden percibir la presencia de Dios entre nosotros a través de tantos santos anónimos. Eso nos compensaría de la visión deprimente de la vida que provocan en nosotros muchos ejemplos degradantes de la humanidad de hoy: mujeres degolladas por sus cónyuges, millones de niños profanados por la explotación sexual, hambrunas atroces en el tercer mundo, enésimas guerras en países esquilmados por la miseria. Es el nuestro un planeta maldito? Hijo, apaga la tele que esto no hay quien lo resista. Dónde están los justos?

Justos por pecadores

Me viene a la mente el dramático diálogo entre Dios y Abrahan, antes de la destrucción de Sodoma y Gomorra. Cuántos justos hacen falta para conjurar el fuego del cielo sobre las ciudades prevaricadoras? Cincuenta, cuarenta, treinta, veinte, diez? Ni a esto se llegó. Sólo estaba limpia la familia de Lot, sacada cautelarmente por Yavé. No entro ahora en la interpretación compleja de estos vetustos textos del Génesis, pero sí me vale la lección perenne del pasaje bíblico: Son los justos los que sostienen al mundo. Bastan unos pocos para compensar ante Dios las perversidades de una multitud. Y lo que es más para nosotros, como lo asegura San Pablo: "Por la justicia de Uno sólo, llegó a todos la justificación de la vida" (Ef. 5,18). Sabemos quien era. Su sangre preciosa inclina para siempre a nuestro favor la balanza de la historia humana. Bendito por los siglos! Regresando a nuestro mundo, repito que abundan en él los santos de carne y hueso a los que nos es muy conveniente identificar para nuestro estímulo y edificación, para recobrar el orgullo de ser hombres y poder mirar animosos hacia el porvenir. No digo que, en cada caso, se den títulos bastantes como para introducir, sin más, su Causa de beatificación. Pero sí puedo asegurar que incontables personas de nuestro entorno dan signos perceptibles de perfección cristiana y que, sumando la santidad de todos, se hace más respirable la atmósfera de nuestra sociedad. A nuevas situaciones, nuevos desafíos, nuevas llamadas para remontar el vuelo y escalar las cimas de la santidad. Miremos, sin ir más lejos, a la crisis de la familia. Que levanten la mano los que no la experimenten hoy en el seno de la suya, a nivel de esposos, hijos, hermanos, sobrinos u otros familiares muy cercanos. Escojo el ejemplo del hijo o de la hija joven, de matrimonio frustrado y roto a poco tiempo de la boda, con o sin hijos pequeños. Padres de historial cristiano que se ven abocados a encajar el desastre, a recibir de nuevo a la hija o en casos al hijo; a reemprender de nuevo una segunda historia familiar que les privará, hasta el fin de sus días, del sosiego y la libertad que soñaban para después de casar a su prole.

La parábola puede revestir otros modelos: Los chicos que no encuentran trabajo, o no se casan, o las dos cosas, prolongando su estancia en el hogar de origen hasta el agotamiento de sus progenitores. Y cómo encajan éstos la situación? Pues, las más de las veces, con un estilo admirable; derrochando amor y sacrificio, transformando en normales unas circunstancias muy duras, siendo ella y él doblemente padres de sus hijos, siendo, además, abuelos y padres de sus nietos. Sus principios y su mentalidad no eran las del divorcio y la ruptura; pero su misma formación cristiana los lleva a la comprensión y el perdón, al sacrificio y al amor desde la fe, a veces muy elemental y sencilla.

Hijos maravillosos

Y de los hijos, qué? Son todos ellos matrimonios rotos, solterones impenitentes, destinos frustrados?Claro que no! Vamos con un caso típico. La vida humana se prolonga. Qué alegría! Pero la vejez de los padres es tan larga como la soltería de los hijos. Qué problema! Cuando hay buena salud y medios suficientes, los abuelos coronan el árbol familiar, con sus flores de otoño, con sus frutas en sazón. Pero, oiga. Y cuando lo que se prolonga es la decrepitud, la silla de ruedas, la hemiplegia coronaria, la cama indefinida con llagas, la demencia senil, el mal de Alzeimer? Eso también abunda en nuestro mundo. Y, qué pasa? Pues, de todo; pero, no sin que sobreabunden en nuestra sociedad casos y casos de entrega total de las hijas y también de los hijos, al padre, a la madre, o a los dos, impedidos e inválidos. Impresiona el cuidado exquisito con que se les limpia, se les alimenta, se les cura, se les mueve. A veces años, decenios en no pocos casos. Visita uno al anciano enfermo y notas que hay que visitar a su cuidadora: la hija soltera, que les sacrificó en ocasiones su proyecto de vida personal y matrimonial; la casada que, sin dormir apenas, atiende a la vez a sus padres, a su esposo y a sus hijos; la religiosa, en casos, que ha de interrumpir su servicio a la Iglesia en aras del cuarto mandamiento. Los hijos varones, no es que sean egoístas por serlo; muchas veces todo lo duro de mover y velar al enfermo, de turnarse con las mujeres de la familia, es asumido por ellos sin escamoteos.

Santos a granel

Cuánto amor, cuánto sacrificio, cuánta constancia, cuánta fe! Mi oficio pastoral me depara múltiples ocasiones, dones de Dios para mí, de visitar a familias en estos trances. Me encuentro dos veces con Cristo en la misma casa: crucificado, en el enfermo; samaritano en quien lo cuida. No se trata, repito, lo mismo en los padres que en los hijos, de ejemplos sueltos de bondad. Son virtudes heróicas, que hacen más buenos a quienes las practican y a quienes se benefician de ellas. Suelen estar, lo certifico, empapados de confianza en el Padre, movidos por la fuerza del Espíritu, sostenidos por la cruz del Señor. Son los justos de nuestra sociedad. Busquen, busquen ustedes otros modelos de santos de hoy: familias con parados, con alcohólicos, con drogadictos. Voluntarios sacrificados, en todos los frentes de la marginación. Visitadores de enfermos, catequistas incansables, trabajadores honrados, madres maravillosas. Quién podría contarlos?

ANTONIO MONTERO
Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz
Número 269.4 de octubre de 1998


13. De los sermones de San Bernardo, abad

¿De qué sirven a los santos nuestras alabanzas, nuestra glorificación, esta misma solemnidad que celebramos? ¿De qué les sirven los honores terrenos, si reciben del Padre celestial los honores que les había prometido verazmente el Hijo? ¿De qué les sirven nuestros elogios? Los santos no necesitan de nuestros honores, ni les añade nada nuestra devoción. Es que la veneración de su memoria redunda en provecho nuestro, no suyo. Por lo que a mí respecta, confieso que, al pensar en ellos, se enciende en mí un fuerte deseo.

El primer deseo que promueve o aumenta en nosotros el recuerdo de los santos es el de gozar de su compañía, tan deseable, y de llegar a ser conciudadanos y compañeros de los espíritus bienaventurados, de convivir con la asamblea de los patriarcas, con el grupo de los profetas, con el senado de los apóstoles, con el ejército incontable de los mártires; con la asociación de los confesores, con el coro de las vírgenes; para resumir, el de asociarnos y alegrarnos juntos en la comunión de todos los santos. Nos espera la Iglesia de los primogénitos, y nosotros permanecemos indiferentes; desean los santos nuestra compañía, y nosotros no hacemos caso; nos esperan los justos, y nosotros no prestamos atención.

Despertémonos, por fin, hermanos: resucitemos con Cristo, busquemos las cosas de arriba, pongamos nuestro corazón en las cosas del cielo. Deseemos a los que nos desean, apresurémonos hacia los que nos esperan, entremos a su presencia con el deseo de nuestra alma. Hemos de desear no sólo la compañía, sino también la felicidad de que gozan los santos, ambicionando ansiosamente la gloria que poseen aquellos cuya presencia deseamos. Y esta ambición no es mala, ni incluye peligro alguno el anhelo de compartir su gloria.

El segundo deseo que enciende en nosotros la conmemoración de los santos es que, como a ellos, también a nosotros se nos manifieste Cristo, que es nuestra vida, y que nos manifestemos también nosotros con él, revestidos de gloria.

De los sermones de San Bernardo, abad


14. ¿QUIENES SON LOS SANTOS?

La solemnidad de Todos los Santos comenzó a celebrarse en torno al año 800. Es celebración que resume y concentra en un día todo el santoral del año, pero que principalmente recuerda a los santos anónimos sin hornacina ni imagen reconocible en los retablos. Son innumerables los testigos fieles del Evangelio, los seguidores de las Bienaventuranzas. Hoy celebramos a los que han sabido hacerse pobres en el espíritu, a los sufridos, a los pacíficos, a los defensores de la justicia, a los perseguidos, a los misericordiosos, a los limpios de corazón.

¿Quienes son los santos? Son esa multitud innumerable de hombres y mujeres, de toda raza, edad y condición, que se desvivieron por los demás, que vencieron el egoísmo, que perdonaron siempre. Santos son los que han hecho de su vida una epifanía de los valores trascendentes; par esa quienes buscan a Dios lo encuentren can facilidad humanizado en los santos.

Me parece que es Bernanos el que ha escrito lo siguiente: "He perdido la infancia y no la puedo reconquistar sino por medio de la santidad". ¿Qué es, pues, la santidad? La santidad es la totalidad del espíritu de las Bienaventuranzas, que se leen en el evangelio de la Misa. La totalidad es pobreza, mansedumbre, justicia, pureza, paz, misericordia. Es apertura y donación que tienen como símbolo la confianza de un niño.

Santidad es tener conciencia efectiva de ser hijo de Dios. Este sentido de filiación debe ser acrecentado a través de la purificación interior y así alcanzar la meta plena de nuestra conformación con Dios.

Santidad es pluralidad. Cada uno debe seguir a Cristo desde su propia circunstancia y talante; desde su nación, raza y lengua, en los días felices y cuando la tribulación arranca lágrimas del corazón; en la soledad del claustro o en el vértigo de la ciudad; en la buena y en la mala salud.

Alcanzar la santidad es descubrir el espíritu de alabanza y paz que debe animar toda la existencia. Buscar lo bueno siempre. Defender la teología de la bendición en medio de tantas maldiciones.

La santidad es una aventura, un riesgo que vale la pena correr. La transformación del mundo la han hecho fundamentalmente los santos con su testimonio de vida coherente que desbarata las rivalidades y crea la nueva fraternidad. "En el camino hacia Cristo todos somos condiscípulos, compañeros del viaje a la santidad" (Mons. Ott, Roma).

ANDRÉS PARDO


15.

LA IGLESIA EN FIESTA

De esto trata la fiesta de la Iglesia: los santos son el resultado final, el fruto maduro de la salvación de Jesucristo. La obra del Espíritu a lo largo de los siglos y generaciones de la comunidad de los discípulos, de la Iglesia, es el amor del Padre hecho realidad en aquellos hermanos nuestros que han sido fieles a la fe y que han mantenido viva la esperanza. No habrá que olvidar en la celebración este aspecto tan importante. Demasiado a menudo concebimos la santidad como un asunto personal, individual, fruto del esfuerzo voluntarista y ascético, acompañado a veces de connotaciones dolorosas, tristes e incluso fantasiosas, como si se tratara de alcanzar récords en una competición deportiva. Y se le ha privado del carácter festivo, alegre, esperanzador que siempre ha de tener, pues, ¡no lo olvidemos! se trata de una gracia de Dios. La santidad es de Dios, "el único Santo", y él es el único capaz de santificar. Pero la santidad de los discípulos se fragua, se vive, se comunica por medio de la Iglesia. La que engendra a la fe, la que mantiene viva la llama de la esperanza y hace presente y viva siempre y en todas partes la caridad. Y hablamos de la Iglesia "santa", no como una realidad teórica o genérica, sino "santa" a causa de sus miembros santos: los que ya lo han sido, y los que lo son y trabajan y luchan en este mundo.

Sería bueno tener en cuenta estos dos aspectos: el de los santos de los altares y del cielo, y el de los "santos" -imperfectos, si se quiere- de ahora, aquellos que hacen presente y actual y viva la santidad de la Iglesia. Y que todos formamos una "comunión" (la "comunión de los santos"). Los santos, por el hecho de serlo -sean canonizados o no- no son algo aparte dentro de la Iglesia: forman parte de ella y una parte importante, pues nos descubren las mil maneras que Dios tiene para hacer presente su gracia y su salvación en el mundo.

DIVERSIDAD DE CARISMAS, RIQUEZA PARA EL MUNDO

El libro del Apocalipsis, en la primera lectura, nos ofrecia la visión de los ciento cuarenta y cuatro mil que habían sido marcados en las doce tribus de Israel, y de la muchedumbre inmensa "que nadie podría contar", procedentes de toda la tierra: de toda raza y condición social, de toda edad y de toda cultura. De hecho, si repasamos con cierto detalle la lista de los santos que nos han precedido, hallamos en ella hermanos nuestros de todo color, de cualquier raza. Lo que nos hace percatar de la inmensa riqueza que para el mundo supone tal diversidad de carismas, de manifestaciones de la gracia de salvación. La universalidad de la redención de Jesucristo es una de las grandes leyes del cristianismo, por la que luchó de una manera importante san Pablo. Es el mismo apóstol quien describe de una manera más plástica esta riqueza de dones que se da dentro de la Iglesia, con la imagen de los miembros del cuerpo humano, encabezados por la Cabeza, Cristo. Es él quien da cohesión y sentido a la gran diversidad de dones. "Las manifestaciones del Espíritu que cada cual recibe son en beneficio de todos" (1 Co 12,7), y añade, más adelante: "Vosotros formáis el cuerpo de Cristo, del cual cada uno es un miembro": apóstoles, profetas, maestros, con el don de curar y de obrar milagros, de guiar, de ayudar a los demás en la fe, etc. (12,27ss). Pero todo, colocado bajo el gran carisma del amor, el cual define y fortalece la vida de la Iglesia y de los cristianos.

EL ESPIRITU NOS HACE HIJOS DE DIOS

El breve texto de la carta de san Juan que tenemos como segunda lectura no debiera pasar desapercibido. La santidad es el fruto del Evangelio y, así, tiene como resultado final conducirnos a la plena realidad de la filiación. Es cierto que "aún no se ha manifestado lo que seremos" pero la fiesta de hoy nos deja pregustar, en los muchos hermanos que ya han alcanzado la meta, aquello que Dios tiene preparado para los que le aman. Un matiz que reviste la santidad es la esperanza, que nos ayuda a no perder de vista el punto de llegada de nuestra vida de fe: la plenitud de amor en Dios, el Padre.

EL EVANGELIO VIVIDO

Los santos proclaman con sencillez que el Evangelio de Jesús no es una utopía ni un imposible. Encarnan y han hecho realidad a lo largo de sus vidas -a menudo sin la heroicidad de los mártires o la brillantez de los grandes doctores y teólogos, sino en la vida cotidiana y habitual como la mayoría de nosotros- la afirmación de Jesús: "Dichosos los pobres, los que lloran, los humildes, los que tienen hambre y sed de justicia, los compasivos, los limpios de corazón, los perseguidos... porque de ellos es el Reino de los cielos". Al ser las bienaventuranzas una proclama inicial y, en cierto modo, programática del Evangelio del Reino y, al mismo tiempo, un ideal de vida evangélica, nos ponen en el camino del Evangelio vivido. ¡Aquí y ahora se es pobre, hambriento, pacificador, humilde, perseguido...! Pero, por otra parte, la bienaventuranza de Jesús no se cumple hasta la plenitud de vida en Dios, en la Pascua. No podemos separar el hecho de la santidad de los cristianos del misterio pascual de Jesucristo: en él y por éll seremos, como él, alabanza del Padre.

DANIEL CODINA
MISA DOMINICAL 1999, 14 7-8


16. DOMINICOS 2003

Momento de reflexión

¿Cuántos son los santos, amigos de Dios, fieles a Él y a los hombres?

Aunque nos parezca que el mundo está infectado por la maldad del pecado, no todo es infidelidad a Dios. Hay santos por todas partes; son innumerables.

El cortejo de los santos lo forman quienes pertenecen y viven en el círculo de la verdad, del amor, del silencio, del sacrificio, de la caridad, de la solidaridad, de la justicia ... Estos siempre son los primeros en el Reino

En cambio, no lo forman parte del cortejo quienes hacen un pequeño dios de sí mismos, de su cuerpo o arte, de su dinero o poder. Estos son siempre los últimos en el Reino de Dios.

¿Dónde están los santos?

En la gloria de Dios y en la peregrinación por este mundo. Allí donde la fe alumbra, donde la caridad reina, donde la esperanza alienta, donde hay buenos samaritanos.

Si alguien quiere encontrarlos, que no pregunte por tierras, países, culturas, religiones. No. Los santos están en las obras de amor y servicio con la mirada elevada a lo divino, a Dios Padre.

¿Cómo distinguir a los santos?

En el cielo no hay cuestión; todos son santos.  En la tierra, tienen el sello del Cordero: y el sello del Cordero es Amor, Redención, Entrega, Servicio, Hambre de justicia...

No tratemos de identificar a los santos mirando fuera del cuadro trazado por Jesús en nombre del Padre: fidelidad, pureza de corazón, sabiduría en el sufrir, palabra y gestos de perdón, lágrimas de dolor y de compasión, gratuidad, vivir con la mente y corazón en los otros ...

Alegrémonos todos en esta fiesta.

Porque es fiesta de comunión, de sentirse cada uno convocado a ser miembro del Reino al que pertenecen los santos .

Si ellos, siendo como tú y yo, de carne y hueso, llegaron a las bodas del Cordero, que es la santidad, también los demás podemos hacerlo, con la gracia del Señor. Y siendo eso lo más importante, lo demás son pamplinas y oropel. 


17. CLARETIANOS 2003

Con la solemnidad litúrgica de todos los santos la Iglesia proclama la santidad anónima, pero no por ello menos eximia, de tantos hombres y mujeres que forman el séquito de Cristo. Esa gran muchedumbre que -según el vidente del libro del Apocalipsis- nadie podía contar. Pertenecientes a todas las razas y tribus y pueblos y lenguas: apóstoles, mártires, vírgenes, confesores, doctores, pastores, santos varones, santas mujeres (según la terminología del santoral)... Y aún podríamos añadir nombres de los diversos oficios y condiciones de vida, y la lista de santos y santas sería interminable.

Los santos y santas anónimos son esos que nos han precedido en la tierra llevando una “vida corriente”, que nos estimulan con su ejemplo y que ahora interceden ante Dios por nosotros.

“¿Será difícil ser santo?”, se preguntan algunas personas. La verdad es que lo difícil, difícil, es que la santidad -de existir- sea reconocida oficialmente. Para eso, debe producirse algún que otro milagro, además de requerir un papeleo interminable y el empleo de no pocos recursos económicos. Así van las cosas de palacio... Pero ser santo o santa -según el caso-, que eso es lo importante, está al alcance de nuestra mano, contando siempre con la gracia de Dios.

Alguien dijo que, para ser santo, no hay que hacer nada extraordinario. Basta con hacer extraordinariamente bien las cosas ordinarias. ¡Eso es nada! En el cielo -cuando vayamos- nos encontraremos con mucha gente sencilla que estará rodeada de un halo de santidad esplendoroso porque aquí, en la tierra, realizaron a la perfección sus deberes familiares, cívicos y religiosos sin llamar la atención: padres y madres, abuelos y abuelas, vecinos, colegas de profesión y cientos de miles de seres anónimos, a algunos de los cuales conocimos algún día o nos cruzamos con ellos en la calle, en el metro, o coincidimos con ellos en el ascensor de nuestra casa, etc.

Seamos santos porque santo es el Señor. Eso va por todos.


18. "Maravilloso jardín de Dios". Benedicto XVI