46 HOMILÍAS MÁS PARA LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS
(41-46)

 

41.

  • Fuente: Catholic.net
    Autor: P. Antonio Izquierdo

    Nexo entre las lecturas

    ¿En qué otra cosa puede estar centrada la liturgia de esta fiesta sino en la santidad? El evangelio sintetiza admirablemente los caminos de la santidad cristiana mediante las bienaventuranzas. En la primera lectura, tomada del Apocalipsis, se pone ante nuestros ojos el infinito número de los llamados a ser santos y a participar aquí y en la eternidad del don de la santidad. Finalmente, con la primera carta de san Juan, la asamblea cristiana es introducida en la misteriosa relación existente entre el amor que Dios nos tiene, amor de Padre, y la santidad que nos otorga, en cuanto hijos en su Hijo.


    Mensaje doctrinal

    1. Bienaventuranzas...y santidad. Los ocho tipos de personas que son llamados dichosos y bienaventurados son, con la máxima propiedad, los santos. Por eso, en lugar de decir "bienaventurados los pobres de espíritu, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz y los perseguidos por causa de la justicia", bastaría con haber dicho "bienaventurados los santos". Porque cada una de esas categorías de personas son expresión y, por así decir, camino de santidad. Los pobres de espíritu son los santos, porque su verdadera riqueza es Dios. Santos son los mansos, porque la mansedumbre o humildad es la actitud propia de los hombres ante el Creador y Señor. Santos son igualmente los que lloran, porque son lágrimas de arrepentimiento por los propios pecados y por los de los hombres, sus hermanos. ¿Quién más que los santos tiene hambre y sed de justicia, es decir, de que Dios justifique y salve a la humanidad entera? Los santos son los más misericordiosos del mundo porque ejercitan la misericordia con los más desgraciados de la tierra, que son los pecadores. Los limpios de corazón son los santos, porque su corazón y sus pupilas han sido lavadas con la sangre del Cordero para que vean con claridad divina las cosas del cielo y las de la tierra. Los santos son quienes más trabajan por la paz, o sea, porque se den en la sociedad humana aquellas condiciones que favorezcan la concordia entre los pueblos, y sobre todo el desarrollo y progreso humano y espiritual. Los perseguidos por causa de la justicia, ¿qué otro nombre habrán de recibir sino santos, mártires cuya vida ha sido santificada en la soledad de la cárcel o en el patíbulo de una cámara de gas? Muchos son los caminos que Dios ha abierto a los hombres con su Evangelio, pero la meta es siempre la misma: la santidad. Una sola santidad, o mejor dicho UN SOLO SANTO, JESUCRISTO, y muchas maneras de pronunciar y confesar su nombre con la vida. "Bienaventurados los santos, porque de ellos es el Reino de los cielos, de ellos es la fecundidad espiritual en la tierra". Del santo es de quien se puede decir con mayor propiedad que estando en la tierra vive ya en el cielo, y, llegando al cielo, no dejará de estar muy presente sobre la tierra.

    2. Amor...y santidad. La santidad es el precipitado de un encuentro de amor entre Dios y la criatura. "Dios es amor", hemos leído en la segunda lectura. Siendo Dios el principio de todo lo creado, su amor no puede ser sino fecundo, amor de Padre. Puesto que Dios es Padre, la mayor maravilla que ha podido acontecer al hombre es ser hijo de Dios. Y su mayor grandeza no será otra sino el vivir como tal, siguiendo las huellas del Hijo encarnado. El amor de Dios otorga al hombre la capacidad y la fuerza espiritual para ser santo. El amor del hombre a Dios pone en acción la capacidad recibida y la fuerza para la santificación. En esta acción - reacción de amor Jesucristo es el caso único y el portaestandarte. Caso único porque sólo él es Hijo de Dios en sentido estricto, los demás somos hijos en el Hijo en cuanto el Padre ve en el hombre el reflejo de su Hijo. Portaestandarte porque los hombres santos no hacen otra cosa sino mirar a Cristo, Camino, Verdad, y Vida y seguir tras sus huellas. Al venir Jesucristo a este mundo le hemos dado nuestros ojos para que con ellos vea al Padre, aunque sea de un modo opaco e imperfecto. Al pasar nosotros la puerta de la eternidad, Jesucristo nos dará los suyos para que ya no veamos al Padre como en sombra, sino como realmente es. "Veremos a Dios tal como es" (segunda lectura). En la relación amor-santidad se ha de mencionar el infinito número de los llamados, a que hace referencia la primera lectura tomada del Apocalipsis. No doce, como las tribus de Israel, sino doce por doce, juntando así las tribus de Israel y los Doce apóstoles de Jesucristo: los judíos y los cristianos. Pero además, no sólo 144 sino éstos multiplicados por mil, es decir, la entera humanidad. Sí, Dios quiere que la humanidad en su totalidad sea santificada por el amor y la gracia, y así tenga acceso al eterno destino de felicidad en el cielo. El número 144.000 no es un número reductivo, sino símbolo del universo humano.


    Sugerencias pastorales

    1. La doxología de una vida santa. "Alabanza, gloria, sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fuerza, a nuestro Dios por los siglos de los siglos": ésta es la doxología que resuena sin cesar en labios de los santos del cielo. Esta doxología la hemos de pronunciar aquí en la tierra, de manera particular, los cristianos mediante una vida santa. Una doxología con la que manifestamos nuestra felicidad y nuestro agradecimiento a Dios. Somos felices en medio del sufrimiento, y alabamos a Dios. Somos felices, aunque a los ojos de los hombres no nos vaya bien, porque intuimos en ello la sabiduría divina. Somos felices, viviendo en la pobreza y en la falta de poder, y agradecemos a Dios las muestras de su providencia sobre nosotros. Somos felices, por más que la enfermedad nos tenga postrados y hasta inutilizados, para que Dios sea glorificado en nuestra carne enferma y haga más patente el poder de su resurrección. Somos felices, porque estamos en paz con Dios y con nuestra conciencia, porque creemos en la victoria de la gracia sobre el pecado, porque buscamos únicamente la voluntad y la gloria de Dios. La ganga de felicidad que vende el mundo al por mayor, pero que dura lo que la flor de un día, y que recibe nombres efímeros como diversión, pasatiempo, placer, alborozo, jarana, contento y otros semejantes, son sólo partículas, átomos de felicidad. Nosotros reservamos el nombre de felicidad para algo más grande: la posesión y el amor de Dios, iniciado aquí en la tierra y que tendrá su culminación en el cielo. Esta doxología de una vida santa se puede cantar, aquí en la tierra, en cualquier parte: en la iglesia y en la casa, en la oficina y en el gimnasio, en la montaña y en la playa, etcétera. Sólo hemos de tener en cuenta el consejo de san Agustín: "Cantate ore, cantate corde; cantate semper, cantate bene": "cantad con los labios, cantad con el corazón; cantad siempre, cantad bien".

    2. Comunión con los santos del cielo. La Iglesia, con la fiesta de todos los santos, celebra a todos los difuntos que ya gozan definitivamente y para siempre del amor a Dios y del amor a los hombres y entre sí. Tenemos la certeza, por otra parte, de que si vivimos en la gracia y amistad con Dios ya somos santos aquí en la tierra. Existe por tanto una comunión de los santos. Es decir, los santos del cielo están unidos a nosotros, se interesan por nosotros, iluminan nuestra vida con la suya, interceden por nosotros ante Dios. Todos podrían decir, como Teresa de Lisieux: "Me pasaré en el cielo haciendo el bien a la tierra". Yo quiero, sin embargo, referirme especialmente a la comunión de los santos de la tierra con los santos de cielo. Son nuestros hermanos mayores, que nos han precedido en la llegada a la meta y que anhelan que toda la familia vuelva a reunirse en la eternidad. Son las estrellas de nuestro firmamento que nos iluminan en la noche, no con luz propia, sino con la que han recibido del Sol Invicto, que es Cristo. Son modelos, por así decir caseros, que nos acercan de alguna manera una virtud o un aspecto de la plenitud de perfección y santidad que es Jesucristo. ¿No habrá que renovar y vitalizar nuestra comunión con los santos del cielo? Hoy es un buen día para hacerlo.


    42. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

    Celebramos la fiesta de todos los innumerables santos y santas. Es por tanto un día oportuno pensar que todos los cristianos estamos llamados a la santidad y a la felicidad (bienaventuranza). La santidad es vivir según el proyecto que Dios nos dejó en el evangelio de su hijo Jesús, es encarnar en nuestra vida al mismo Jesús, es seguirlo, es vivir la vida en todas las circunstancias según sus palabras. Por eso, hay una estrecha relación entre “ser santos” y “seguir a Jesús”, entre “vivir la vida de Dios” y “ser Bienaventurados”.

    Las bienaventuranzas son el resumen del proyecto de la vida cristiana y señalan el camino de la realización de la vida humana vivida según el proyecto de Dios. Con las bienaventuranzas, Jesús nos esta revelando que es Dios quien ofrece al hombre su felicidad, su plena realización humana; que es en la actitud de acoger el Reino y entregarnos a Dios como podemos ser hombres y mujeres de verdad.

    Todo lo que nos abre a Dios y al hermano, todo lo que nos dispone al Reino de Dios, nos hace felices, bienaventurados. Y ha sido Jesús quien ha vivido perfectamente esto y quien invita a todos los hombres y mujeres a encontrar esa vida verdaderamente humana, la vida de Dios en nosotros. Por eso el Señor nos propone su camino: el del siervo, el del amor fraterno, el de la justicia y la paz, el de la misericordia y el servicio, el de un corazón limpio y libre, el de la pobreza por estar ricos de Dios.

    Este programa de las bienaventuranzas contrasta radicalmente con el espíritu y las propuestas que nos ofrece el mundo; por eso se explica que venga la persecución a todo aquel que se compromete con la Causa de Jesús.

    El mundo pretende que la felicidad y la realización del hombre y de la mujer consistan en la búsqueda de sí mismos, en el logro de su autosatisfacción mediante la riqueza, el dominio de los demás por el poder, el hedonismo egoísta, el individualismo cerrado. El mundo, cada vez más, institucionaliza y sistematiza estas pretensiones. Jesús nos abre los ojos hacia otro horizonte, que es el del proyecto de su Padre, donde la bienaventuranza verdadera es un regalo a los hombres y mujeres en su hijo Jesús, y se encuentra activa entre los más pequeños y marginados de la tierra. Jesús se hizo el más pequeño, por amor. Todos los que siguiendo a Jesús, por amor a él, se hacen pequeños y comparten la suerte de los marginados de la tierra, son declarados felices o bienaventurados porque son los preferidos de Dios. Optar por el Reino es optar por los marginados, por los pequeños de la tierra y desde esta opción se logra la santidad y la felicidad.

    Hacerse pequeño para seguir a Jesús es desprenderse, liberarse y compartir con los demás lo que se tiene. Es asumir el trabajo de los pequeños por la justicia y la paz, aunque en nuestro entorno triunfe la opresión, la violencia y la muerte o nos persigan y calumnien por esta causa. Es amar con misericordia y compasión hasta la entrega de la propia vida por el hermano. Es tener el corazón limpio y libre para poder escrutar y descubrir el rostro de Dios y la expresión de su voluntad. Todos los que se comportan de esta manera viven como Jesús y en ellos está la vida de Dios, el amor verdadero que hace a los hombres santos y felices.

    Las bienaventuranzas encierran el germen de un nuevo orden social y de una nueva historia que nacen de la fuerza que tiene el evangelio; más aún, Jesús nos enseña que el Reino está presente en la disposición y en la acción de los pobres que lo siguen, aunque su efecto no sea inmediato en la historia. El Reino está oculto, es pequeño, pero es real y activo. La acción del Espíritu de Jesús impulsa la vida de los hombres que se hacen pobres y pequeños por el Reino; y la felicidad profunda es el fruto de su vivencia del evangelio de las bienaventuranzas.

    La fiesta de hoy nos recuerda la lección que nos han dado muchos cristianos que a lo largo de la historia han entregado su vida por la Causa de Jesús y en esta tarea han alcanzado la santidad y la felicidad. Cuando honramos a los santos nos sentimos llamados a hacer más profunda nuestra pertenencia a Jesús y a seguirlo más de cerca, porque ser santos es ser felices en la construcción del Reino.


    43. Fray Nelson Lunes 1 de Noviembre de 2004

    Temas de las lecturas: Vi una muchedumbre tan grande, que nadie podía contarla. Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas
    * Veremos a Dios tal cual es * Dichosos los pobres en el Espíritu.

    1. Una muchedumbre que nadie podría contar.
    1.1 Lo primero que atrae nuestra atención en este día es la contundente manifestación del bien. Estamos acostumbrados a que el mal haga espectáculo. El mal es notorio y llega a volverse notable, y nuestra mente quizá ha llegado a acostumbrarse a eso. La primera lectura cambia este hábito de nuestra mente: "una muchedumbre que nadie podría contar" (Ap 7,9). Después de todo, el bien también existe; está entre nosotros, aunque, por ahora, permanece de modo casi invisible.

    1.2 En esa muchedumbre el vidente del Apocalipsis encuentra gentes de toda raza, lengua, pueblo y nación. Otra imagen que nos sorprende. Tal vez estamos acostumbrados a pensar la salvación en términos de élites y de exclusiones: los del hemisferio Norte tienen un nivel de vida, y los del Sur, otro; los ricos gozan lo que no pueden disfrutar los pobres; los educados y los incultos, los sanos y los enfermos. Siempre parece que la salvación y la felicidad son para un grupo cerrado que deja excluido al resto. La alegría del Apocalipsis es distinta; en ella la exclusión ha sido excluida.

    1.3 La muchedumbre de la tierra se une a la muchedumbre del cielo. Pensábamos que luchábamos solos, que sufríamos solos, que no teníamos más compañía que nuestras propias ideas y recursos. De repente, el velo se corre y vemos que estamos y que siempre estuvimos acompañados. Millares de ángeles se gozan en el mismo Dios nuestro, y nuestro gozo es su mismo gozo.

    2. Los que han buscado al Señor.
    2.1 En el salmo de respuesta hemos dado un nombre a esa hermosa muchedumbre: "los que buscan al Señor". La santidad es presencia de Dios, y por eso es primero búsqueda de Dios. Podemos decir que un santo es aquel que ha sido consecuente y perseverante en su búsqueda de Dios. Pecar es dejar de buscar; el gran pecado es "estacionarse", sentarse al borde del camino y dejar de buscar.

    2.2 Esto significa que nuestras faltas y caídas de cada día no deben desesperarnos, porque precisamente lo único grave, lo único irreparable es la desesperación. Es ella la que pretende estacionarnos y detenernos. Pedro traicionó a Jesús; Judas traicionó a Jesús. Sin embargo, Pedro no se estacionó, no se quedó en su pecado; Judas, hasta donde sabemos, sí. Por eso Judas perdió la gracia del apostolado; Pedro, no.

    2.3 Si miramos a la muchedumbre del día de hoy, la muchedumbre de los santos que han "buscado al Señor", otra enseñanza nos queda clara: los caminos de la búsqueda son múltiples. La caridad, la penitencia, la predicación, el martirio, la oración escondida, la denuncia profética... ¡cuántos caminos diversos tienen sin embargo un mismo destino: la bienaventuranza! Esto quiere decir que cada uno y cada una de nosotros puede y debe buscar y encontrar su camino, sin dejar de buscar y encontrar al único que es Camino, es decir, Jesucristo.

    3. Las bienaventuranzas de Cristo: brújula de santidad para los cristianos.
    3.1 El Evangelio nos ofrece la brújula, la carta de navegación hacia la santidad como Dios la quiere en nuestras vidas. Santidad no es lo que nosotros imaginemos sino lo que Dios nos enseña. Jesús es el Santo de Dios y en su vida y su palabra está la santidad que Dios ha pensado para nuestras vidas.

    3.2 Las bienaventuranzas de Cristo son realidades que se viven en esta tierra y que preparan la bienaventuranza más allá de esta tierra. No podemos separar la existencia terrena de la vida más allá de este mundo. Quien rechaza las bienaventuranzas ¿podrá aspirar a la bienaventuranza? Quien no acoge a Cristo como Maestro de felicidad en este mundo, ¿podrá gozar de la felicidad que él anuncia más allá de este mundo?

    3.3 Esta bienaventuranza celestial se anticipa en el banquete eucarístico. El Cristo que comulgamos hoy es el mismo Cristo que nos recibirá en la gloria; el mismo que se dará como alimento dulcísimo en el cielo, para regocijo de ángeles y hombres. Aprender a comulgar es un ejercicio de cielo. Una misa bien vivida es una escuela de alegría, de alabanza y sobre todo de gratitud.


    44. SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS.
    1 de noviembre de 2001

    Desde el siglo IV la iglesia de Siria consagraba un día a festejar a "Todos los mártires". Tres siglos más tarde, el Papa Bonifacio IV transformó un templo romano dedicado a todos los dioses, llamado pantheón, en un templo cristiano dedicándolo a "Todos los Santos". La fiesta en honor de Todos los Santos se celebraba inicialmente el 13 de mayo; fue el Papa Gregorio III quien la cambió al 1° de noviembre, que era el día de la "Dedicación" de la Capilla de Todos los Santos en la Basílica de San Pedro en Roma.
    Más tarde, en el año 840, el Papa Gregorio IV ordenó que la fiesta de "Todos los Santos" se celebraran universalmente. Como fiesta mayor, tuvo su celebración vespertina en la "vigilia" para preparar la fiesta (31 de octubre).

    1. Con toda claridad ha dicho el Concilio: "Todos los cristianos de cualquier condición y estado...son llamados por el Señor a la santidad" (LG 11), plenitud de la vida cristiana, perfecta unión con Cristo, fuente de toda gracia y santificación, e iniciador y consumador de la santidad, que nos ha dicho: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48). Sed limpios de corazón, sin doblez, sinceros, veraces y leales, sin mentiras ni trampas. No abandonéis a vuestros vecinos en la desgracia; preferid pasar por ingénuos, antes que pasar por encima de los demás para obtener éxito. Y es que si el bautismo es un injerto divino, Dios no nos va a injertar en su plenitud para que nos quedemos "enanos", sino para que consigamos el pleno desarrollo y demos mucho fruto (Jn 15,5). No ha depositado en el surco de nuestra persona con el sacramento del bautismo la semilla de Dios para que quede infecunda , sino para que crezca, se desarrolle y madure, pues la vida en el cielo es la expansión de la vida de la gracia recibida en nuestra incorporación a la Vida.

    2. Desde Antioquía, llegó a Roma, la capital del Imperio, Pedro a bordo, de una nave que desembarcó en Ostia y, en medio de un ambiente hostil y tan duro para la siembra del evangelio, aunque con una diminuta comunidad cristiana, se va abriendo calladamente y casi de modo imperceptible entre los judíos emigrantes y algunos romanos. Es curioso observar que los romanos que crucificaron a Cristo, sean ahora evangelizados por sus discípulos, que muy pronto comienzan a tener sus reuniones, primero en albergues paupérrimos, después en los barrios de los ricos, donde se mezclan matronas y patricios romanos con obreros y esclavos, en la casa del senador Pudente. Pero apenas comenzaban a extenderse y ya se precipitó la persecución del Imperio Romano contra ellos. Se ven obligados a reunirse en las catacumbas, y bajo Nerón, suena el grito de la gente: ¡Cristianos ad leones!, tras su edicto: "Cristiani non sint". Necesitaban ánimo y consuelo y Juan, en su Apocalipsis, se lo proporciona. Los que han seguido a Jesús, llegados de todas las partes del universo, triunfan, porque han vencido en la prueba: "Ví una muchedumbre inmensa. Oí el número de los marcados: ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel... Estos son los que vienen de la gran tribulación, que han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero" Apocalipsis 7, 14. La gran tribulación, alude a la persecución de Nerón, pero atraviesa los siglos y llega hasta hoy. "A estos hombres, cuya vida fue santa, se unió una gran muchedumbre de elegidos, que en medio de innumerables tormentos, dieron un extraordinario ejemplo" (dice San Clemente papa, tercer sucesor de San Pedro, en el año 95).

    2. Juan describe litúrgica y poéticamente el mundo de los creyentes en número simbólico de plenitud total: doce mil, correspondiente a la multiplicación por mil del número de las doce tribus de Israel. Allí "las hermosas flores blancas de la vírgenes, las resplandecientes flores de los doctores, los encarnados claveles de los mártires", en expresión de San Juan de la Cruz.

    3. "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre, para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!" 1 Juan 3,1. Somos la obra excelsa de su amor. No sólo nos ha creado, sino que también nos ha recreado, nos ha engendrado. Nos ha adoptado como hijos suyos, por su Hijo, por su Sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Trataré de explicarlo con sencillez: Un hombre es escultor. Y esculpe la imagen de un niño. Es el creador de ese niño, que se convierte en una criatura suya. El escultor quiere esa imagen. La hecho él. A él le debe la existencia. Ese mismo hombre otra vez, engendra a un hijo. Los dos son suyos, obra suya. Aquella imagen del niño, obra hermosa, pero muerta. Este niño, persona viva. ¡Qué diferencia! ¿A cuál de los dos niños amará más ese hombre: al niño imagen, o al hijo persona viviente?. Pero sigamos: Un hombre puede engendrar hijos, que tendrán su misma naturaleza, serán hombres. Pero Jesús nos ha dicho que Dios es nuestro PADRE. Y ahora viene lo inefable. Engendrar es el origen de un viviente procedente de otro viviente de la misma naturaleza. El padre que ha engendrado a un hijo, no lo ha hecho en virtud de la técnica del escultor que ha fabricado la imagen de un niño, sino en fuerza de su poder vivo. La imagen en madera de un niño no es de la misma naturaleza humana del escultor. Pero el hijo vivo, sí es un hombre. Al decirnos el Hijo de Dios, que Dios es nuestro Padre, nos está diciendo que somos dioses, porque el Padre es el que engendra. Pero Dios es DIOS y nosotros somos hombres. No podemos ser hijos naturales de Dios. Sólo podemos ser hijos por adopción. Pero, ¡alto! Porque el sentido de adopción jurídico de atribución gratuita de los derechos de hijo a un extraño, es puramente exterior, y la adopción divina es un cambio interior esencial y real, que nos hace partícipes de la misma naturaleza de Dios, y hermanos del Hijo Natural de Dios, Jesucristo. Y herederos con El de su gloria eterna. En el rosal silvestre, o escaramujo, de nuestra naturaleza humana, el Espíritu Santo ha hecho un injerto de su divinidad. Este es el misterio, pero real, que deberíamos tener más presente. ¡Somos hijos de Dios. "¡Insolente! –dijo la princesa hija del rey Sol francés Luís XIV, a su doncella: -¿no sabes que soy la hija del rey?- Y vuestra Alteza, ¿no sabe que yo soy hija de Dios?". Si somos hijos, somos amados, por Dios, que ama, incondicionalmente y sin límites. "Este es mi hijo muy amado, en quien me complazco" (Mt 3,17). El Padre nos ama. Lo que han experimentado los místicos, no es exclusivo de ellos. La diferencia entre los místicos y los que no lo son, no está en la realidad, sino en la experiencia. Cada cristiano puede vivir la dulzura de la vivencia de San Juan de la Cruz: "¡Dios ocupado en halagar, acariciar y causarle deleite al alma como si fuera una madre que amamanta a sus hijos dándoles vida de su misma vida, mientras los besa y los llena de ternuras". Aquí se cumple lo de Isaías: "Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán; como un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo" (Is 66,12) (Cántico espiritual leído hoy). Si somos hijos de Dios, estamos llamados a abrirnos a su amor. El mundo no nos conoce, no percibe esta realidad, pero nosotros, viviendo las bienaventuranzas, les convenceremos de que nuestras actitudes vitales no tienen sentido si Dios no es nuestro Padre. Por ser hijos suyos, debemos ser santos como El, que es bueno y cuida y mima a todos los seres que ha creado. Los hijos tienen los rasgos de sus padres. En eso consiste la santidad, que siendo obra de Dios, implica una unión tan íntima con El que nos hace vivir según el retrato suyo, que nos ha entregado en las bienaventuranzas y que de antemano ha vivido Jesucristo, nuestro Hermano Mayor. Mateo 5,1. Y que viviremos en la patria definitiva con Todos los Santos, donde viviremos en la vida de la Trinidad, amaremos en el amor de la Divinidad, veremos las maravillas de la Santidad, y gozaremos de los consuelos, alegrías y júbilos de Dios.

    4. Al enseñar Jesús las Bienaventuranzas, como Copérnico, da un cambio al Antiguo Testamento, y proclama el espíritu nuevo que debe regir la conducta de los creyentes. Y aunque anuncian la felicidad futura, su desarrollo y cumplimiento transforma las personas y sanea ya el ambiente del mundo y lo va haciendo más humano. En el Antiguo Testamento la riqueza era la bendición de Dios, y la pobreza, el dolor y las lágrimas, eran el castigo de Dios. Es la línea que recorre todo el libro de Job, contra la que el mismo Job se subleva, porque se considera inocente, y por tanto, no merecedor de los males que le han sobrevenido. Pero Jesús proclama la dicha de la pobreza de los anawim, confiada y abandonada a Yahve, la dicha de la mansedumbre de los pobres de Yahve; la alegría de los que lloran, de los que tienen hambre de santidad, de los misericordiosos y los perseguidos por el Reino, a quienes El enjugará todas las lágrimas y aliviará todos sus cansancios. La bienaventuranza de los pobres, no es un imperativo duro de presente, sino una esperanza gloriosa de futuro: "No temas, Abraham; yo soy tu escudo, y tu paga será abundante"(Gn 15,1). La bienaventuranza de los pobres en todos los sentidos, viene garantizada porque Dios está de su parte, que no va a permitir que triunfen los tiranos sobre las víctimas, el mal sobre el bien, el pecado sobre la santidad. Por esta bienaventuranza, Dios se ha comprometido a compensar el dolor y la humillación de todos los hombres fracasados, machacados, derrotados, que vivieron sin ver el fruto de su dolor y agonía, lucha y desamparo, como su Hijo Jesucristo.

    5. No es que Dios quiera que seamos pobres. Se ha entendido mal el sentido de esta bienaventuranza y se sigue sin comprender. La dicha de los pobres consiste en que Dios se hace garante de la misma. Por la limitación de un mundo finito donde existe el mal y el pecado, el mismo pecado de los hombres y la limitación de la materia, producirá pobres, esclavos, sujetos que padecerán la injusticia y que serán humillados y maltratados: "Atropellemos al justo que es pobre, no nos apiademos de la viuda ni respetemos las canas venerables del anciano; que sea nuestra fuerza la norma del derecho, pues lo débil no sirve para nada. Acechemos al justo que nos resulta incómodo..., nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada"... (Sab 1,16). Como Dios es Padre de todos, queriendo que todos sus hijos sean felices, no aplaude las desigualdades humanas, como unos padres que tienen varios hijos, y unos son pobres y otros gozan de buena posición, quieren que aproximadamente sean todos iguales, pero si no lo consiguen por la maldad de los hijos, ellos se comprometen a ayudar a los más necesitados. "Siempre habrá pobres entre vosotros", dijo Jesús. Porque entre vosotros reina el mal. El mal, el pecado, es la causa de la pobreza y de la injusticia. Pero los que lo padecen, y Dios no quiere que lo padezcan, serán defendidos, apoyados, auxiliados y compadecidos por Dios. Ese es el sentido de la bienaventuranza de la pobreza. La voluntad de Dios es que haya una aproximada igualdad entre todos sus hijos, porque a todos ama. Lo que no quiere Dios es que unos pocos sean muy ricos, a costa de que muchísimos sean pobres. Pero sin Cristo, los ricos serán cada vez más ricos, y los pobres cada vez más pobres. Por eso, dichosos, no sólo los pobres de dinero, sino todos aquellos incomprendidos, los aparcados incluso por la misma institución; los que soportáis las consecuencias de la envidia; los que os habéis tenido que abrir puertas nuevas cuando todas se cerraban a vuestra generosidad creativa, y, cuando con vuestro esfuerzo en solitario veis crecer vuestra viña joven, suscitáis los celos de los que por un afán compulsivo necesitan destruir lo que ellos no han sabido ni conseguido, y sufrís tristes y abatidos y solos y apartados, devorando sinsabores y tragándoos las lágrimas en vuestra soledad, porque Dios está a vuestro lado y se ha comprometido a enjugar vuestras lágrimas. Santa Teresa que decía de sí misma: ¡qué mala suerte tengo!, vivía en la protección de Dios, que la hacía madre fecunda y de maltratada pasó a ser maestra y doctora.

    6. Quienes han gastado su vida encaminando a los demás hacia el Reino; los que han tenido misericordia y han hecho el bien a todos, sin distinción de clases, ni de colores, ni de asociaciones, ni de instituciones, esos son los santos, que se diferencian de los paganos en que éstos hacen el bien y encumbran a los suyos, a los que les pueden corresponder pagándoles los favores. "Tu, cuando invites, invita a los pobres que no te pueden invitar a tí"...(Lc 14,13).

    7. "Estos son los que han buscado al Señor, y lo han encontrado. Los que tenían manos inocentes y puro corazón; por eso han recibido la bendición del Señor y les ha hecho justicia el Dios de salvación" Salmo 23. . En ellos "se ha manifestado ya que son hijos de Dios y son semejantes a Dios, porque le ven tal cual es" 1 Juan 3, 1.. "En ellos Dios manifiesta al vivo ante los hombres su presencia y su rostro, y nos habla y nos ofrece un signo de su reino, hacia el cual somos atraídos poderosamente con tan gran nube de testigos que nos envuelve (Heb 12,1) y con tan gran testimonio de la verdad del evangelio" (LG 50).

    8. Ellos en la visión beatífica, que rebasa inmensamente no sólo la filosofía más sublime, sino el conocimiento natural de los ángeles, ven clara e intuitivamente a Dios y las Tres Personas Divinas, como afirma el Concilio de Florencia. Ven todas las perfecciones divinas unificadas en la Esencia divina, como en la luz blanca todos los colores del iris. Ven la aporía de la Misericordia más compasiva con la Justicia más justa, proceden de un Amor infinito, y se unen en todas las obras de Dios. Ven cómo el Amor se identifica con el Bien; la Sabiduría con la Verdad, su Pureza y Santidad en su simplicidad y sin la más mínima imperfección. Aquí no somos capaces de comprender cómo la Bondad infinita se une con la permisión del mal, que tantas veces nos escandaliza. Los santos ven el valor de las pruebas que han sufrido. Ven el gran bien que trae el sufrimiento, como ya entendía Santa Teresa. Ven en Dios todo lo que en el mundo les atañe. Y como dice San Cipriano: "En la patria los nuestros que han llegado nos esperan, desean vivamente que nosotros participemos de la misma felicidad y están llenos de solicitud por nosotros".

    9. Hoy damos gracias a Dios por sus santos. Por formar parte de esa inmensa familia que afirmamos en el Credo: Creo en la comunión de los santos. A ellos estamos unidos y ellos son nuestros modelos e intercesores que hoy nos miran felices, radiantes y misericordiosos, con una mirada activa y creativa.

    10. Al honrarles hoy, adoramos la santidad de Dios que les ha hecho santos, "la salvación es de nuestro Dios y del Cordero", y nos los da como testigos que nos ayudan en la lucha por la mansedumbre, la humildad, la generosidad, la aceptación de la voluntad de Dios.

    11. Así como la sangre que circula por nuestros miembros físicos nos unifica, el Espíritu Santo que vive en todos los miembros de la Iglesia nos une a todos. En la comunión de la eucaristía nos encontraremos con ellos, porque ellos viven con Cristo, y la Cabeza no se puede separar de los miembros. Unidos a ellos, alabemos a Dios por Cristo, corona de todos los santos, y pidámosles, porque somos débiles, que nos socorran con sus oraciones para que lleguemos a gozar de su compañía en el cielo, cuando seamos semejantes a Dios. A El la gloria y el honor por los siglos de los siglos. Amén.

    JESÚS MARTÍ BALLESTER


    45. CLARETIANOS 2004

    Queridos amigos:

    La Real Academia de la Historia está elaborando un Diccionario Biográfico Español; sin duda estará al frente del proyecto un equipo amplio y competente en los diversos campos de la vida política, militar, cultural, religiosa, etc... Pero será difícil que, cuando veamos el proyecto realizado, no echemos de menos algún nombre. Eso sucede en la iglesia con las canonizaciones; muchos cristianos a carta cabal no han tenido una repercusión social o una agrupación tras de sí que promoviese su inclusión explícita en el santoral; particularmente la santidad de estas personas queremos celebrar hoy; quizá nosotros mismo hemos conocido a alguien que podría figurar con pleno derecho entre los modelos de vida cristiana que oficialmente se nos ofrecen.

    Al celebrar a los santos, en realidad, a quien celebramos es a Dios que ha hecho maravillas en el corazón y en el actuar de los limitados seres humanos. Un teólogo del pasado siglo dijo que un santo es “un pecador del que Dios ha tenido misericordia”. Y esa misericordia transformante ha sido acogida y hecha fructificar. Y de ello ha quedado profunda huella.

    Celebrar a los santos es celebrar el triunfo del proyecto de Jesús, el hecho de que su siembra no haya quedado infecunda. Esas Bienaventuranzas que hemos escuchado, y otras que andan dispersas por el evangelio, se han convertido en vida y carne de muchos hermanos nuestros. ¿Cuántos? No es probable que el vidente del Apocalipsis se imaginase por delante de sí veintiún siglos de historia humana y eclesial; a pesar de ello, nos habla de los 144.000 más una multitud incontable. Él sabía de un antiguo pueblo de Dios, elegido y llamado a ser santo, Israel, formado por doce tribus; ahora el nuevo pueblo, en continuidad con aquel, queda elevado al cuadrado y multiplicado por mil; es la grandeza de Dios en la vida humana. Y, por si alguien se sintiese excluido por no pertenecer al primer Israel, detrás de los 144.000 viene la otra multitud incontable y de toda procedencia.

    La iglesia del Apocalipsis nos invita a abrir los ojos hoy, a percibir con gozo cuántos creyentes están dando testimonio del Cordero Salvador en nuestro mundo. En algunos lugares lo hacen en medio de abierta persecución: Sudán, China, ... En otros se habla –con apreciaciones variadas- de iglesia acosada, de trabas explícitas e intencionales a la propagación del evangelio. En otros se desacredita ideológicamente a la historia cristiana y a la Iglesia actual. Es quizá el ámbito privilegiado para el testimonio creyente, paciente y humilde. Los santos del Apocalipsis llegan de la gran tribulación, lavados en la sangre del primero de los mártires, pero con palmas en las manos y un cántico de fiesta en los labios.

    Los santos son para nosotros una denuncia y un reclamo. Quizá su principal característica es la de no haber vivido en la componenda, sino en la coherencia, que los llevó a un distanciamiento crítico de lo que no es evangelio; aun a costa de sufrir rechazo. Por otro lado, fueron gentes de nuestra carne y sangre, de nuestro mismo barro; y enormemente variados en cuanto a temperamentos, circunstancias históricas, geográficas y culturales, posiciones sociales, etc. Ya hace muchos siglos un cristiano ilustre, contemplando el santoral, se preguntaba: “lo que hicieron esos y esas, ¿por qué no yo?” Nadie de nosotros podrá decir que a él no se le ha concedido “madera de santo”.
    Severiano Blanco
    severianoblanco@yahoo.es


    46.Benedicto XVI: Todo cristiano, todo hombre, está llamado a la santidad
    Intervención en el Ángelus de la solemnidad de Todos los Santos

    CIUDAD DEL VATICANO, viernes, 2 noviembre 2007 (ZENIT.org).- Publicamos las palabras que pronunció Benedicto XVI este jueves, solemnidad de Todos los Santos, al rezar la oración mariana del Ángelus junto a los peregrinos congregados a mediodía en la plaza de San Pedro.

    * * *

    Queridos hermanos y hermanas:
    En la esta solemnidad de Todos lo Santos, nuestro corazón, sobrepasando los confines del tiempo y del espacio, se amplía hacia las dimensiones del Cielo. En los inicios del cristianismo, los miembros de la Iglesia también eran llamados «los santos». En la Primera Carta a los Corintios, por ejemplo, san Pablo escribe «a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos en cualquier lugar invocan el nombre de Jesucristo, Señor nuestro» (1 Corintios 1,2). El cristiano, de hecho, ya es santo, pues el Bautismo le une a Jesús y a su misterio pascual, pero al mismo tiempo tiene que llegar a ser santo, conformándose con Él cada vez más íntimamente.

    A veces se piensa que la santidad es un privilegio reservado a unos pocos elegidos. En realidad, ¡llegar a ser santo es la tarea de cada cristiano, es más, podríamos decir, de cada hombre!

    Escribe el apóstol que Dios nos ha bendecido desde siempre y nos ha elegido en Cristo «para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor» (Efesios 1, 3-4). Todos los seres humanos están llamados a la santidad que, en última instancia, consiste en vivir como hijos de Dios, en esa «semejanza» a Él, según la cual, han sido creados.

    Todos los seres humanos son hijos de Dios, y todos tienen que llegar a ser lo que son, a través del camino exigente de la libertad. Dios les invita a todos a formar parte de su pueblo santo. El «Camino» es Cristo, el Hijo, el Santo de Dios: nadie puede llegar al Padre si no por Él (Cf. Juan 14,6).

    Sabiamente la Iglesia ha establecido la inmediata sucesión de la fiesta de Todos los Santos con la de la conmemoración de todos los fieles difuntos. A nuestra oración de alabanza a Dios y de veneración a los espíritus bienaventurados, que nos presenta hoy la liturgia como «una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, razas, pueblos y lenguas» (Apocalipsis 7,9), se une la oración de sufragio por quienes nos han precedido en el paso de este mundo a la vida eterna. A ellos les dedicaremos de manera especial mañana nuestra oración y por ellos celebraremos el sacrificio eucarístico. En verdad, cada día, la Iglesia nos invita a rezar por ellos, ofreciendo también los sufrimientos y los cansancios cotidianos para que, completamente purificados, puedan gozar para siempre de la luz y la paz del Señor.

    En el centro de la asamblea de los santos, resplandece la virgen María, «humilde y la más alta criatura» (Dante, «Paraíso», XXXIII, 2). Al darle la mano, nos sentimos animados a caminar con más empuje por el camino de la santidad. A ella encomendamos nuestro compromiso cotidiano y le encomendamos hoy a nuestros queridos difuntos, con la íntima esperanza de volvernos a encontrar un día todos juntos en la comunión gloriosa de los santos.


     

    47. HOMILÍA Durante la misa presidida por el Papa Juan Pablo II en la solemnidad de Todos los Santos, 1 de noviembre. María, modelo de santidad

     



     

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