46 HOMILÍAS MÁS
PARA LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS
(19-28)
19.
Frase evangélica: «Vuestra recompensa será grande»
Tema de predicación: LA SANTIDAD
1. «Santos», por antonomasia, son Dios, tres veces Santo, Jesucristo, el Santo de Dios, y el Espíritu de Dios, «Espíritu Santo». Pero Dios comunica su santidad al pueblo. En el Antiguo Testamento son santos los justos, y en el Nuevo Testamento lo son los testigos. Denominamos «santa» a la persona admirable, ejemplar y generosa (da lo que tiene), que sabe perdonar (reconcilia), que obra con justicia y libertad (el reino es su causa), que vive la cercanía de Dios (dialoga con El) y que siempre reacciona evangélicamente ante la vida y ante la muerte (sus valores son los de Jesús). En plural, los santos son modelos propuestos por la Iglesia como intercesores entre el pueblo y Dios, a los cuales se venera y que son capaces de ayudar o conceder favores. Nunca deberían, sin embargo, desplazar a Jesucristo.
2. La fiesta de hoy no es propiamente de los santos «oficiales», sino de aquellos que, sin corona ni altar, son dichosos según las bienaventuranzas, porque son pobres, sufridos, pacientes, misericordiosos, honestos, pacíficos e incomprendidos. Por esta razón se proclaman las bienaventuranzas en la festividad de los santos.
3. Las bienaventuranzas son siempre admiradas y paradójicas, deseadas y difíciles de cumplir. Constituyen la quintaesencia del evangelio: son la verdadera buena noticia. Causan estupor e irritación en los ricos, apegados al dinero, al poder y al prestigio. En cambio, en los pobres de humilde corazón despiertan admiración y alegría. Según esta fiesta, para ser santo hay que ser bienaventurado de acuerdo con la proclamación de Jesús.
REFLEXIÓN CRISTIANA:
¿Está pasada de moda la santidad o discurre por otra vía?
¿Nos creemos de verdad las bienaventuranzas?
CASIANO
FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITÚRGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 318
20. SANTOS/QUIENES-SON:
FIESTA DE FAMILIA
"Los santos, nuestros hermanos"... "los mejores hijos de la Iglesia"... "en ellos encontramos ejemplo y ayuda para nuestra debilidad"... son tres frases del prefacio de hoy.
Toda la celebración tendría que invitar a la alegría de una fiesta de familia. Hermanos nuestros, hermanas nuestras, de nuestra raza. Personas como nosotros, que han tenido los mismos oficios y las mismas dificultades y que han seguido a Cristo, han intentado vivir según su Evangelio y ahora gozan de la plenitud de la vida en Dios, con un gozo inefable del que ni nos podemos hacer idea.
Sería bueno que en algún momento se hiciera alusión a los santos de la propia parroquia o capilla, empezando por la Virgen, los apóstoles, el patrono, la patrona, algún santo señalado por su cercanía histórica o geográfica, o por la especial devoción que goza en el lugar.
También se podría valorar hoy el buen sentido que tiene el que los cristianos llevemos el nombre de un Santo o Santa; es un símbolo de pertenencia a la misma familia y de unidad de camino y destino.
ÉXITO DE CRISTO Y DE SU ESPÍRITU, GLORIA DE LA IGLESIA
En un mundo como el nuestro, en que no abundan ni las noticias positivas ni los ejemplos de valentía ni los modelos de vida coherente, vale la pena subrayar lo que representan los santos. La visión optimista del Apocalipsis -144.000: personas de toda raza y condición, de toda nación y edad- nos llena de orgullo y estímulo. Ellos sí que nos proporcionan motivo evidente de fiesta.
Los santos no han sido ángeles o héroes de otro planeta: son personas que han vivido en este nuestro mundo, en tiempos nunca fáciles, con dificultades iguales o mayores que las nuestras ("vienen de la gran tribulación"), poco ayudados generalmente -como nosotros- por el ambiente. Pero son personas que han querido realizar en su vida el plan de Cristo, en medio de sus defectos y dudas. Han amado. Han vivido. Han trabajado.
Todos ellos son un regalo del Espíritu a la Iglesia, o incluso a la humanidad. Hayan sido o no importantes, hayan dejado grandes obras o fundado familias religiosas, o hayan vivido sencillamente, desconocidos de todos menos de Dios. Porque hoy celebramos a los santos canonizados y a los innumerables no canonizados, pero que gozan de Dios. Todos ellos son el éxito de Cristo: cada uno a su modo han realizado el proyecto pascual de Cristo y ahora gozan de su plena Vida.
LAS BIENAVENTURANZAS Y LA LLAMADA A LA SANTIDAD
Cada uno en sus circunstancias concretas, como mártires o como papas, como niños, jóvenes o mayores, como monjes o nuestros, como laicos o como obispos, como reinas o como amas de casa, doctores de la Iglesia o legos campesinos, los santos han tomado en serio eso que nos propone el evangelio y que el mundo no acaba de creer: las bienaventuranzas: la humildad, la apertura a Dios, la pureza de corazón, los sentimientos de misericordia, el trabajo por la paz, la entereza ante las dificultades...
La Virgen y los santos nos demuestran que es posible el Evangelio en todos los ambientes y tiempos imaginables. Por ello esta fiesta nos anima a seguir también nosotros el camino que conduce a la plenitud. No hace falta hacer milagros ni dejar escritos tratados admirables.
La mayoría de los que hoy celebramos no hicieron nada de esto, fueron "normales", y seguramente débiles: pero dijeron "sí' a Dios y mantuvieron ese "sí" en la vida de cada día, con una opción fundamental de amor que no se interrumpía ni siquiera con los defectos y caídas. Y hoy son la mejor gloria de la comunidad cristiana y participan ya de la felicidad plena de Cristo. Son un ejemplo cercano y una ayuda fraterna para nosotros en nuestro camino cristiano.
Lo que faltan no son ideas, sino personas que las encarnen y se presenten como modelos. Por eso los recordamos cada vez en nuestra Eucaristía: son de nuestra misma familia. Ellos y nosotros formamos la Iglesia que peregrina por este mundo hacia la existencia definitiva: ellos nos están señalando ya el destino, con un tono de esperanza, después de habernos dado ejemplo de cómo hay que recorrer el camino.
J.
ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1991, 15
21. FT/ORIGEN
El origen de la solemnidad de Todos los Santos
El origen de la celebración colectiva de todos los santos hay que buscarlo tanto en la piedad popular hacia los mártires como en la reflexión teológica posterior a la celebración de los natalicios de los mismos. A partir de la segunda mitad del siglo lV, el calendario de Nicomedia señalaba para el viernes de la octava de Pascua la fiesta de "todos los santos confesores".
En Roma, el emperador Focas entregó el Panteón, templo pagano de la ciudad dedicado a los dioses, al papa Bonifacio lV, el cual trasladó allí numerosas reliquias de mártires y, a principios del siglo Vll, lo dedicó a "santa María, y a los Mártires". Más tarde, se amplió el título dedicatorio: "A la Virgen y a todos los santos". Así se fue extendiendo paulatinamente esta solemnidad a toda la Iglesia y, finalmente, el papa Gregorio IV dispuso que se celebrara el primero de noviembre.
Celebramos en una sola festividad los méritos de todos los santos
A lo largo del año litúrgico vamos celebrando solemnidades, fiestas y memorias de aquellos hermanos nuestros que la Iglesia reconoce como modelos de perfección cristiana y que llama "santos".
Los santos son aquellos cristianos que han sobresalido de una manera extraordinaria por su virtud o que se han configurado plenamente a Cristo por el sacrificio martirial. Cuando celebramos un santo, celebramos esta configuración plena con Cristo que acaece por la donación generosa de la vida por el Evangelio y alcanza su perfección en la resurrección futura, cuando se manifieste plenamente nuestra filiación divina.
En las celebraciones de los santos celebramos sobre todo la santidad de nuestro Señor Jesucristo que se ha realizado en grado extraordinario -heroico- en estos hermanos nuestros que ya han llegado al término de su peregrinaje por este mundo. Pero, con esta afirmación, no negamos que, en el transcurso de la historia, haya habido muchos otros hombres y mujeres merecedores del mismo reconocimiento, pero que la Iglesia no ha proclamado públicamente ni ha propuesto de una manera oficial como modelos de perfección cristiana.
Es cierto que la santidad es esencialmente una: la que nos comunica la gracia de Dios que actúa en nosotros. Ahora bien, nuestra correspondencia a la gracia hace que ésta se desarrolle en cada uno de nosotros de una manera diferente. Esto es lo que nos describe con toda la plasticidad, el colorido, la luz y la vida de un retablo la primera lectura que acabamos de escuchar. ¡Regocijémonos, hermanos! La fiesta de Todos los Santos, que hoy celebramos, llena de gozo a toda la Iglesia. Esta muchedumbre inmensa de hermanos nuestros que, pasando por una vida llena de dificultades, como la nuestra, han sabido abandonarse en las manos de Cristo Jesús, ahora, gracias a El mismo, gozan ya de la misma vida divina, ven a Dios tal cual es y cantan con voz potente por toda la eternidad las alabanzas del Dios que es Vida.
Y las palabras de Jesús que concluyen el evangelio nos dan también el tono de la fiesta que celebramos: "Estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa sera grande en el cielo". Este es,pues, el ambiente que debe caracterizar nuestra celebración: un ambiente de fiesta, de gozo, de fraternidad, de plegaria, de acción de gracias y, en definitiva, un ambiente de fiesta grande familiar, porque sabemos que ya están con Dios aquellos hermanos nuestros que son para nosotros ejemplo y ayuda certísima.
La primera lectura terminaba planteándonos un interrogante: "¿Quiénes son, y de dónde han venido?" El evangelio nos da la respuesta: son aquellos que, sintiéndose pobres, han acogido la Buena Nueva con el corazón limpio. Los bienaventurados de que nos habla Jesús son todos aquellos que ya no esperan nada de este mundo y que, en cambio, se abren totalmente al Dios que "derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes", que "a los hambrientos los colma de bienes".
Estas palabras de Jesús y, sobre todo, la actitud que reclama suponen una inversión de los valores que el mundo tiene como principales. Esta es la fiesta de hoy: celebrar la santidad humana recibida de Jesús. Y esta celebración nos exige individual y comunitariamente el compromiso con el Evangelio, dirigido a todos los hijos del Reino. Que por la intercesión de todos los santos, hermanos nuestros, podamos llegar también nosotros a la santidad, que es la plenitud del amor de Dios, la manifestación plena de la filiación divina.
ALVAR
PÉREZ
MISA DOMINICAL 1991, 15
22.
Hoy las tres lecturas iluminan la realidad que celebramos: el misterio de esa multitud innumerable de personas que ya gozan de Dios y siguen en comunion con nosotros.
Ya que la fiesta cae este año en domingo, la deberíamos celebrar con mayor expresividad. Toda la celebración -desde el canto de entrada- debe rezumar alegría y optimismo. En algún momento cabría aludir a los santos más cercanos: por ejemplo los que vemos cada día en los altares o en las vidrieras de nuestra iglesia. Aunque sea más amplia la intención de la fiesta: celebramos también a los no canonizados. Estaría bien que, en torno a esta fiesta, leyéramos las páginas que dedica el Catecismo al artículo del Credo "Creo en la comunión de los Santos": CIC 946-962.
lNVITACIÓN AL OPTIMISMO
En un mundo como el nuestro, en que hay tanto déficit de alegría y optimismo, en que a veces incluso uno llega a pensar si la vida tiene sentido, la fiesta de hoy nos invita a tener ánimos. La visión poética del Apocalipsis nos asegura que este camino que seguimos, creyendo y viviendo como Cristo, tiene razón de ser.
Nos habla de una muchedumbre incontable de personas que, a lo largo de la historia, han dicho "sí" a Dios. El número 144.000 es simbólico: 12 por 12 por 1000, la plenitud de las doce tribus de Israel; y además, una multitud inmensa de toda raza y condición. Todos han llegado a su madurez y al triunfo definitivo. Lo que empezó ya aquí abajo (vida, amor, felicidad) lo experimentan ahora en su verdad última. Como nos dice san Juan, ahora lo ven todo tal como es: sobre todo su destino de hijos.
El horizonte está teñido de esperanza. Somos invitados a mirar hacia delante y alegrarnos porque los planes de Dios se cumplen en muchos. Nuestra contabilidad -que tal vez peca de raquítica y tímida- no coincide, por lo que se ve, con la de Dios. Hoy celebramos a los santos canonizados, conocidos y venerados en la Iglesia, pero también a los no canonizados, los que no constan en nuestras listas, pero sí en las de Dios. Personas que, en medio de dificultades, han sabido ser fieles a Dios y vivir como nos enseñó Cristo: hombres y mujeres, sacerdotes y casados, niños y mayores, obispos y obreros, misioneros y madres de familia, familiares nuestros y personas para nosotros totalmente desconocidas.
EL CAMINO DE LAS BIENAVENTURANZAS
Lo común de todos ellos lo señala el evangelio: han seguido, cada uno en su siglo y en su ambiente, el camino de las bienaventuranzas: la humildad, la disponibilidad, la pureza de corazón, la misericordia, los sentimientos de paz, el hambre de verdad y justicia, la entereza ante las tentaciones. El ejemplo de la Virgen María -hoy, cómo no, al frente de todos los Santos- es transparente: "He aquí la sierva del Señor: hágase en mí según tu palabra".
Este camino de las bienaventuranzas, el camino de la felicidad que nos propone Jesús -en muchas ocasiones contrario al que nos propone el mundo- lo han seguido millones y millones de personas: esos hermanos nuestros a quienes hoy festejamos. No porque todos hicieron milagros ni escribieron obras maravillosas, sino porque vivieron con sencillez y generosidad su vida cristiana de cada día. Son de nuestra familia. No fueron necesariamente héroes, sino personas normales, y no les resultaría fácil vivir en cristiano. El Apocalipsis dice que "han venido de la gran tribulación", porque seguramente les costaría lo mismo que a nosotros, pero ahora están en la plena fiesta y comunión con Dios, porque fueron fieles.
ÉXITO DE CRISTO Y DE SU ESPÍRITU
Si es fiesta para la Iglesia la existencia de estas personas que han triunfado en lo fundamental, también lo es para Cristo. ¿No es su mayor éxito que a lo largo de los siglos tantos millones de personas hayan creído en él y hayan aceptado hasta las últimas consecuencias su plan de vida? Los santos son el mejor fruto de la Pascua, y su felicidad es la felicidad del mismo Cristo, del "Cristo total".
Además, ahora que estamos terminando "el año del Espíritu" en nuestro camino al Jubileo, está bien recordar que los Santos -conocidos o no- son un don del Espíritu a su Iglesia y a la Humanidad: personas que nos han enriquecido con su ciencia, o con su entrega generosa, o con su vida honrada en medio de la corrupción del mundo, o con el ejemplo callado y meritorio de su amor.
Estamos celebrando la fiesta de nuestros hermanos. Vale la pena que nos dejemos iluminar y llenar de ánimos por su ejemplo. Y que le demos gracias a Dios porque nos sigue regalando personas que nos devuelven la fe en la Iglesia y en la familia humana. El papa Juan Pablo II se ha distinguido por el número de las beatificaciones y canonizaciones que ha realizado: su intención -lo ha dicho más de una vez- es recordarnos cuántas personas han seguido el evangelio y proponerlas, sobre todo a las iglesias más cercanas a ellas, como modelos e intercesores. Y darnos así ánimos para que también nosotros sigamos el mismo camino. Ellos nos señalan la meta, nos ayudan con su intercesión, nos demuestran que es posible seguir el evangelio de Cristo, y nos dan ánimos en nuestra debilidad.
J.
ALDAZÁBAL
MISA DOMINICAL 1998, 14 5-6
23.
- "Una muchedumbre inmensa... "
"Vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua, ...". Cada año, el día de Todos los Santos, leemos en la primera lectura estas palabras del libro del Apocalipsis. Y a buen seguro que nos hace ilusión. Nos hace ilusión darnos cuenta de que el camino de Jesús, el camino de Dios, no es cosa de unos cuantos, más bien pocos, excepcionales. Sino que es cosa de un gran gentío, de hombres y mujeres, de niños y ancianos, como cada uno de nosotros, como cada uno de nuestros parientes y amigos. Gente de una época concreta, de un país pequeño o grande, con o sin estudios, de una manera de vivir parecida a la nuestra o que no se le parece en nada, de una manera de entender el mundo, de una manera de hablar...
Los mayores quizás recordáis de antes que, a veces, la predicación consistía en decirnos que había muchos que se condenaban, y que debíamos vigilar para no ser de estos, que nos debíamos esforzar mucho para escaparnos de la condenación eterna. Y, en cambio, resulta que las lecturas de hoy nos lo plantean completamente al revés: nos dicen que hay muchos que están para siempre delante de Jesús y delante de Dios, compartiendo su felicidad. Y Jesús, en el evangelio, hoy nos recuerda, una vez más, que su mensaje es precisamente esto: una llamada a la felicidad que se dirige a todo el mundo, un anuncio que afirma que podemos ser felices, y que todos pueden serlo, y que la manera de serlo es querer caminar por su camino.
- Los santos, el fruto de la salvación de Jesús
Si ahora tuviésemos la ocasión de mirar por un momento por el ojo de la cerradura del cielo (dejádmelo decir así) podríamos ver, realmente, esta gran diversidad de salvados. Veríamos algunos muy conocidos (canonizados o no), hombres y mujeres que han seguido a Jesús de una manera que nos resulta especialmente admirable y que nos estimula en nuestro propio seguimiento; veríamos también a otros que no conocemos, pero que si nos explicasen su vida nos darían una gran sorpresa, viendo la fidelidad con que han seguido a Jesús en el anonimato; también encontraríamos gente quizás no tan admirable, pero que en su camino sencillo y pecador han sabido responder en cada ocasión a las llamadas de salvación que Jesús les hacia; igualmente encontraríamos a los que no tuvieron la suerte de conocer el Evangelio o de sentirse atraídos hacia él, pero que en cambio también fueron fieles al amor que el Espíritu derrama en el corazón de todo el mundo; y encontraríamos también, aunque quizá algo avergonzados, a los salvados de última hora, los que el dueño de la viña no quiso dejar fuera de su campo y los llamó a trabajar, aunque fuese sólo un poco, al final de todo, tomando el último tren.
Si mirásemos por el ojo de la cerradura del cielo nos encontraríamos con todos estos y muchos más. Todos estos son el fruto de la salvación de Jesús, el resultado de la fuerza del amor y de la vida que él ha sembrado en nuestro mundo. Todos estos son los que hoy celebramos. Y, celebrándolos a ellos, celebramos esta obra maravillosa que Jesús ha realizado en nuestro mundo, esta obra maravillosa que es el designio amoroso de Dios, desde antes de los siglos, sobre la humanidad entera.
- Vivir nosotros este mismo camino
Así pues, lo primero que hoy debemos hacer es celebrar la vida y el amor de Dios que se ha derramado en nuestro mundo. Y la segunda, desear ser también dignos receptores de esta vida y de este amor. Desear, en definitiva, seguir el camino de tantos hermanos y hermanas nuestros que ahora están para siempre delante de Dios. Desear vivir su misma santidad. El camino nos lo señala el mismo Jesús en el evangelio: los pobres, los que lloran, los sufridos, los que tienen hambre y sed de la justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón, los que trabajan por la paz, los perseguidos por causa de la justicia y por causa de Jesús. Este es el camino de la santidad, este es el camino para ser feliz. Y hoy todos deberíamos preguntarnos: ¿dónde tengo el corazón? ¿es por este camino que busco la felicidad, o es por otros?
Ahora celebraremos la Eucaristía. Ahora nos alimentaremos de Jesús, nos alimentaremos con aquel alimento que es la fuerza de todos los que queremos seguirle. Que él nos haga tener el corazón siempre abierto a Dios y a los hermanos, para poder vivir siempre su felicidad.
EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 14 9-10
24.
Apocalipsis 7, 2-4.9-14:
El Apocalipsis o “Revelación" se escribió hacia los años 90 a l00 d.C. Se redactó con el fin de dar animo y avivar la esperanza de las comunidades cristianas de Asia Menor, sometidas a cruel persecución bajo el gobierno del emperador Domiciano. La Liturgia de hoy, fiesta de Todos los Santos, quiere ver en ese "gentío inmenso, imposible de ser contado, vestidos de blanco y con palmas en las manos", a la multitud de hombres y mujeres que a través de los siglos han seguido con fidelidad a Jesucristo y a quienes podemos llamar verdaderamente "santos".
I Juan 3, 1-3:
Juan recuerda a la Iglesia primitiva el principio fundamental de la vida cristiana: "Dios es nuestro Padre común, todos somos sus hijos y, por tanto, todos somos hermanos unos de otros". Dios ha tomado la iniciativa en el camino del amor: Él nos amó primero.
Mateo 5, 1-12a:
Por lo común se ha pensado que el sermón de la montaña se reduce a la enumeración de las ocho bienaventuranzas o "macarismos". Pero no es así. El sermón de la montaña es la promulgación de la nueva Ley, la Ley del Amor, y abarca los capítulos quinto, sexto y séptimo del evangelio de Mateo. Jesús, después de enumerar las bienaventuranzas, va tomando cada mandamiento de la antigua ley, ley mosaica, y lo reformula llevándolo a la perfección y al compromiso integral. Jesús no es un simple reformador; viene a dar a la Ley su verdadero sentido y a perfeccionarla: "no vine a suprimir la ley, sino a darle su forma definitiva" (Mt 5,17)
Es evidente en este texto el paralelismo y el contraste con la promulgación de la antigua Ley en el éxodo (Ex 19 y 20). Ambas alianzas se realizan en un monte, lugar sagrado conforme a la cultura judía. Éxodo coloca la promulgación en el monte Sinaí; Mt en un monte in-nominado: "Jesús, al ver a toda esa muchedumbre, subió al monte" (Mt 5, 1). (Lucas sitúa la promulgación en un llano).
La promulgación del Sinaí acontece rubricada con signos espectaculares que infunden terror: nubes, fuego, relámpagos, truenos y temblor de tierra. El pueblo no debe acercarse al monte so pena de morir. En cambio, en Mateo, Jesús "sube a la montaña con sus discípulos y mucha gente", se sienta en medio de ellos y comienza a hablar. No hay temor alguno, todo es serenidad; es la era de la Nueva Alianza, basada en el amor.
En el éxodo Moisés no puede mirar el rostro de Dios: "...porque no puede verme un ser humano y seguir viviendo" (Ex 35,20 ). En Mateo, Jesús habla al pueblo "cara a cara". Los Mandamientos de la Ley Antigua tienen formulaciones negativas:" No matarás, no robarás, no jurarás en falso...". Los mandamientos de la nueva Alianza tienen en cambio formulaciones positivas: porque son el ejercicio del amor. Frente al "no matarás" Jesús dice: "Amen a sus enemigos, oren por sus perseguidores" (Mt 5, 44). Frente al "no robarás", Jesús dice :"Al que te pide la túnica entrégale el manto" (Mt 5, 40), "Da al que te pida algo" (Mt 5, 42). Frente al "no jurarás", Jesús dice: "Digan sí cuando es sí, y no cuando es no" (Mt 5, 37).
El mismo Jesús introduce la formulación de cada uno de sus mandamientos con estas palabras que indican la diferencia y el contraste: "Ustedes han oído que se dijo a los antepasados... ahora yo les digo..." (Mt 5, 21.27.31.35.38.43.44, etc.). Nos ha sucedido que aprendimos de memoria en el catecismo los mandamientos de la Ley Antigua, Ley Mosaica, pero nadie nos enseñó ni nosotros hemos aprendido los mandamientos de Jesús. Aquellos eran los preceptos de la Ley Judía; los de Jesús son los mandamientos de la Ley cristiana, cuyo centro y razón es el amor.
A la luz de todo el capítulo quinto de Mateo podemos entender mejor y con más claridad la Bienaventuranza : "Felices los que tienen espíritu de pobre, porque de ellos es el Reino..." Respecto de los bienes materiales la ley antigua nos dice :"No robarás", es decir: respeta los bienes ajenos. Pero la Ley Nueva, la ley de Jesús, nos manda "compartir con los demás lo que tenemos". "Al que te pide la túnica, dale el manto" (Mt 5, 40). "Den y se les dará" (Lucas 6, 38). Es la ley de la fraternidad que relativiza las categorías de "lo mío" y "lo tuyo", e implanta la práctica de "lo nuestro". El compartir, la comunitariedad de bienes es el primer signo del Reino. Por eso puede afirmarse: "Felices los pobres porque de ellos es el Reino".
Las bienaventuranzas, por ser la expresión de la vivencia de los valores del Reino, no se pueden entender de forma individualista y pietista, o en una práctica intimista: yo solito con mi Dios. Al contrario, es en el ámbito de lo comunitario donde tienen verdadera razón de ser.
Así, por ejemplo, "Bienaventurados los que lloran", no tiene sentido si se pretende darle un valor individual. Son felices aquellos que compadecen, es decir: que padecen con el otro, que acompañan y comparten el sufrimiento del otro, no los que simplemente le tienen lástima. Es en ese compartir el dolor donde se encuentra la presencia de Dios, actuante en la comunidad.
Tampoco podemos situar las recompensas y premios que se anuncian en las bienaventuranzas para realizarse sólo en un más allá después de la muerte. El Reino tendrá ciertamente su plenitud más allá, pero comienza aquí, en este mundo; es para construirse acá, y ya se realiza acá. Y es acá, en una sociedad fraterna, en un mundo de hermanos, donde seremos consolados, donde poseeremos la tierra comunitaria, donde seremos reconocidos como hijos de Dios, donde experimentamos ya realmente el Reinado de Dios, aunque no sea total, claro está.
Cuando se introduce la causa de beatificación de algún cristiano es indispensable comenzar por la declaración de “heroicidad de las virtudes". Esta declaración pretende demostrar que dicho cristiano ha practicado la caridad, es decir, el amor cristiano, en grado heroico. La santidad se estima tal si está garantizada por la práctica del amor auténtico. Dice la Madre Teresa de Calcuta: "Si quieres aprender a amar tienes que dar hasta que duela". El Amor, es decir, la entrega no de cosas sino de la persona, no se puede obtener sino con sacrificio. Amor y dolor siempre van juntos.
Hoy, fiesta de todos los Santos, se lee y se proclama este texto de la Bienaventuranzas para enseñarnos que solamente viven la fe cristiana auténtica aquellos que acogen en plenitud el proyecto de Jesús, que es el Reino de Dios. Reino que implica vivir en caridad fraterna, en justicia, en igualdad, tratándonos como hermanos, porque somos hijos de un mismo Padre, luchando porque este Padre sea universalmente reconocido en una efectiva fraternidad universal.
Así vamos construyendo el Reino, la Nueva Sociedad que Dios espera de nosotros. La santidad cristiana no es fruto de una ascética humana (aunque sea muy religiosa); la santidad cristiana (la que reveló Jesús) es siempre una "santidad-por-el-Reino". El santo es un "consagrado" al Reino. El que lo dejó todo por entregarse a Dios y a su Proyecto.
SOMOS EN ULTIMA INSTANCIA
Somos,
en última instancia,
el Reino que nos es dado
y que hacemos cada día
y hacia el que, anhelantes, vamos.
(Pedro Casaldáliga, El tiempo y la espera)
Para la conversión personal
-Mi deseo de santidad, ¿me cierra en mí mismo o me abre a los demás?
-¿Es mi concepto de santidad una "santidad-por-el-Reino"?
Para la reunión de comunidad o grupo bíblico.
-¿Cómo entendemos en la actualidad la primera bienaventuranza “Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos?
-¿Cómo pueden ser felices los que sufren, lloran o padecen la injusticia?
-¿Qué sentido tienen las bienaventuranzas en un mundo que espontáneamente busca los valores contrarios?
-¿Qué relación tienen las ocho Bienaventuranzas con el resto del “sermón del monte” (Mt 5-7)
-La espiritualidad clásica acentuaba hasta la saciedad que al final "el que se salva sabe, y el que no, no sabe nada"; es decir, que lo absolutamente principal era "salvarse" objetivo al que debían tender todos los seres humanos; luego, una vez asegurado ese mínimo, venía un objetivo al alcance de los cristianos más selectos, que era la consecución de la santidad... Pronunciarse sobre estos planteamientos.
Para la oración de los fieles
-Por todos los hombres y mujeres, de todas las religiones del mundo, que se sienten poderosamente atraídos por Dios y deciden consagrar su vida enteramente a su búsqueda y a su amor: para que Dios, que se deja invocar más allá de cualquier nombre o rostro concreto, se les haga accesible y colme sus deseos de santidad, roguemos al Señor.
-Por todos los que buscan la santidad por caminos esotéricos, hechos de "preceptos humanos" que poco tienen que ver con la voluntad revelada de Dios; para que ajustemos todos nuestros criterios de santidad al criterio del evangelio, expresado en las bienaventuranzas y la construcción del Reino anunciado por Jesús...
-Para que la comunidad cristiana viva las bienaventuranzas proclamadas por Jesús en este mundo que en muchos casos busca los valores contrarios, y para que se sienta con ello verdaderamente feliz, bienaventurada...
-Para que los seguidores de Jesús superemos nuestra fijación a la ley mosaica, y examinemos también nuestra conciencia por las bienaventuranzas, verdaderos "mandamientos" del nuevo Moisés, Jesús...
Oración comunitaria Oh Dios, Padre y Madre de todos los hombres y mujeres del mundo, que nos llamas a ser santos como sólo Tú eres santo; danos tu Espíritu, para que nos ayude a buscar la santidad por ese camino concreto que nos has revelado: Jesús, tu Hijo, anunciador y luchador del Reino, que vivió en plenitud las bienaventuranzas que proclamó, bienaventuranzas que también a nosotros nos han de hacer santos y bienaventurados. Por el mismo Jesucristo N.
SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO
25.
Somos hijos de Dios, por lo tanto, seremos semejantes a Dios. Llamada a la santidad. Los pobres son bienaventurados no porque Dios quiera la pobreza, sino porque tienen a Dios por garante.
1. Apenas comenzaron los cristianos a extenderse se precipitó la persecución del Imperio Romano contra ellos. Necesitaban ánimo y consuelo y Juan, en su Apocalipsis, se lo proporciona. Los que han seguido a Jesús, llegados de todas las partes del universo, triunfan, porque han vencido en la prueba: "Ví una muchedumbre inmensa. Oí el número de los marcados: ciento cuarenta y cuatro mil, de todas las tribus de Israel... Estos son los que vienen de la gran tribulación, que han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero" Apocalipsis 7,2.
2. Juan describe poéticamente el mundo de los creyentes en número simbólico de plenitud total: doce mil, correspondiente a la multiplicación por mil del número de las doce tribus de Israel. Allí "las hermosas flores blancas de la vírgenes, las resplandecientes flores de los doctores, los encarnados claveles de los mártires", en expresión de San Juan de la Cruz.
3. "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre, para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!" 1 Juan 3,1. Somos la obra excelsa de su amor. No sólo nos ha creado, sino que también nos ha recreado, nos ha engendrado. Nos ha adoptado como hijos suyos, por su Hijo, por su Sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. Trataré de explicarlo con sencillez: Un hombre es escultor. Y esculpe una imagen de niño. Es el creador de ese niño, que se convierte en una criatura suya. El escultor quiere esa imagen. La la hecho él. A él le debe la existencia. Ese mismo hombre otra vez, engendra a un hijo. Los dos son suyos, obra suya. Aquella imagen del niño, obra hermosa, pero muerta. Este niño, persona viva. ¡Qué diferencia! ¿A cuál de los dos niños amará más ese hombre: al niño imagen, o al hijo persona viviente?. Pero sigamos: Un hombre puede engendrar hijos, que tendrán su misma naturaleza, serán hombres. Pero Jesús nos ha dicho que Dios es nuestro PADRE. Y ahora viene lo inefable. Engendrar es el origen de un viviente procedente de otro viviente de la misma naturaleza. El padre que ha engendrado a un hijo, no lo ha hecho en virtud de la técnica del escultor que ha fabricado la imagen de un niño, sino en fuerza de su poder vivo.. La imagen en madera de un niño no es de la misma naturaleza humana del escultor. Pero el hijo vivo, sí es un hombre. Al decirnos el Hijo de Dios, que Dios es nuestro Padre, nos está diciendo que somos dioses, porque el Padre es el que engendra. Pero Dios es DIOS y nosotros somos hombres. No podemos ser hijos naturales de Dios. Sólo podemos ser hijos por adopción. Pero, ¡alto! Porque el sentido de adopción jurídico de atribución gratuita de los derechos de hijo a un extraño, es puramente exterior, y la adopción divina es un cambio interior esencial y real, que nos hace partícipes de la misma naturaleza de Dios, y hermanos del Hijo Natural de Dios, Jesucristo. Y herederos con El de su gloria eterna. En el rosal silvestre, o escaramujo, de nuestra naturaleza humana, el Espíritu Santo ha hecho un injerto de su divinidad. Este es el misterio, pero real, que deberíamos tener más presente. ¡Somos hijos de Dios. "¡Insolente! -dijo la princesa hija del rey francés a su doncella: -¿no sabes que soy la hija del rey?- Y vuestra Alteza, ¿no sabe que yo soy hija de Dios?". Si somos hijos, somos amados, por Dios, que ama, incondicionalmente y sin límites. "Este es mi hijo muy amado, en quien me complazco" (Mt 3,17). El Padre nos ama. Lo que han experimentado los místicos, no es exclusivo de ellos. La diferencia entre los místicos y los que no lo son, no está en la realidad, sino en la experiencia. Cada cristiano puede vivir la dulzura de la vivencia de San Juan de la Cruz: "¡Dios ocupado en halagar, acriciar y causarle deleite al alma como si fuera una madre que amamanta a sus hijos dándoles vida de su misma vida, mientras los besa y los llena de ternuras". Aquí se cumple lo de Isaías: "Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán; como un niño a quien su madre consuela, así os consolaré yo" (Is 66,12) (Cántico espiritual leído hoy). Si somos hijos de Dios, estamos llamados a abrirnos a su amor. El mundo no nos conoce, no percibe esta realidad, pero nosotros, viviendo las bienaventuranzas, les convenceremos de que nuestras actitudes vitales no tienen sentido si Dios no es nuestro Padre. Por ser hijos suyos, debemos ser santos como El, que es bueno y cuida y mima a todos los seres que ha creado. Los hijos tienen los rasgos de sus padres. En eso consiste la santidad, que siendo obra de Dios, implica una unión muy íntima con El que nos hace vivir según el retrato suyo, que nos ha entregado en las bienaventuranzas y que de antemano ha vivido Jesucristo, nuestro Hermano Mayor (Mateo 5,1). Y que viviremos en la patria definitiva con Todos los Santos, donde viviremos en la vida de la Trinidad, amaremos en el amor de la Divinidad, veremos las maravillas de la Santidad, y gozaremos de los consuelos, alegrías y júbilos de Dios.
4. Al enseñar Jesús las Bienaventuranzas da un cambio al Antiguo Testamento, y proclama el espíritu nuevo que debe regir la conducta de los creyentes. Y aunque anuncian la felicidad futura, su desarrollo y cumplimiento transforma las personas y sanea ya el ambiente del mundo y lo va haciendo más humano. En el Antiguo Testamento la riqueza era la bendición de Dios, y la pobreza, el dolor y las lágrimas, eran el castigo de Dios. Es la línea que recorre todo el libro de Job, contra la que el mismo Job se subleva, por que se considera inocente, y por tanto, no merecedor de los males que le han sobrevenido. Pero Jesús proclama la dicha de la pobreza de los anawim, confiada y abandonada a Yahve, la dicha de la mansedumbre de los pobres de Yahve; la alegría de los que lloran, de los que tienen hambre de santidad, de los misericordiosos y los perseguidos por el Reino, a quienes El enjugará todas las lágrimas y aliviará todos sus cansancios. La bienaventuranza de los pobres, no es un imperativo duro de presente, sino una esperanza gloriosa de futuro: "No temas, Abraham; yo soy tu escudo, y tu paga será abundante"(Gn 15,1). La bienaventuranza de los pobres en todos los sentidos, viene garantizada porque Dios está de su parte, que no va a permitir que triunfen los tiranos sobre las víctimas, el mal sobre el bien, el pecado sobre la santidad. Por esta bienaventuranza, Dios se ha comprometido a compensar el dolor y la humillación de todos los hombres fracasados, machacados, derrotados, que vivieron sin ver el fruto de su dolor y agonía,lucha y desamparo, como su Hijo Jesucristo.
5. No es que Dios quiera que seamos pobres. Se ha entendido mal el sentido de esta bienaventuranza y se sigue sin comprender. La dicha de los pobres consiste en que Dios se hace garante de la misma. Por la limitación de un mundo finito donde existe el mal y el pecado, el mismo pecado de los hombres y la limitación de la materia, producirá pobres, esclavos, sujetos que padecerán la injusticia y que serán humillados y maltratados: "Atropellemos al justo que es pobre, no nos apiademos de la viuda ni respetemos las canas venerables del anciano; que se nuestra fuerza la norma del derecho, pues lo débil no sirve para nada. Acechemos al justo que nos resulta incómodo..., nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada"... (Sab 1,16). Como Dios es Padre de todos, queriendo que todos sus hijos sean felices, no aplaude las desigualdades humanas, como unos padres que tienen varios hijos, y unos son pobres y otros gozan de buena posición, quieren que aproximadamente sean todos iguales, pero si no lo consiguen por la maldad de los hijos, ellos se comprometen a ayudar a los más necesitados. "Siempre habrá pobres entre vosotros", dijo Jesús. Porque entre vosotros reina el mal. El mal, el pecado, es la causa de la pobreza y de la injusticia. Pero los que lo padecen, y Dios no quiere que lo padezcan, serán defendidos, apoyados, auxiliados y compadecidos por Dios. Ese es el sentido de la bienaventuranza de la pobreza. La voluntad de Dios es que haya un aproximada igualdad entre todos sus hijos, porque a todos ama. Lo que no quiere Dios es que unos pocos sean muy ricos, mientras muchísimos sean pobres. Pero sin Cristo, los ricos serán cada vez más ricos, y los pobres cada vez más pobres. Por eso, dichosos , no sólo los pobres de dinero, sino todos aquellos incomprendidos, los aparcados incluso por la misma institución; los que soportáis las consecuencias de la envidia; los que os habéis tenido que abrir puertas nuevas cuando todas se cerraban a vuestra generosidad creativa, y, cuando con vuestro esfuerzo en solitario veis crecer vuestra viña joven, suscitáis los celos de los que por un afán compulsivo necesitan destruir lo que ellos no han sabido ni conseguido, y sufrís tristes y abatidos y solos y apartados, devorando sinsabores y tragándoos las lágrimas en vuestra soledad, porque Dios está a vuestro lado y se ha comprometido a enjugar vuestras lágrimas. Santa Teresa que decía de sí misma: ¡qué mala suerte tengo!, vivía en la protección de Dios, que la hacía madre fecunda y de maltratada pasó a ser maestra y doctora.
6. El Concilio ha dicho con claridad: "Todos los cristianos de cualquier condición y estado...son llamados por el Señor a la santidad" (LG 11), plenitud de la vida cristiana, perfecta unión con Cristo, fuente de toda gracia y santificación, e iniciador y consumador de la santidad: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5,48). Sed limpios de corazón, sin doblez, sinceros, veraces y leales, sin mentiras ni trampas. No abandonéis a vuestros vecinos en la desgracia; preferid pasar por ingenuos, antes que pasar por encima de los demás para obtener éxito. Dios no nos injerta en él para que nos quedemos "enanos", sino para que consigamos el pleno desarrollo y demos mucho fruto. No ha depositado en el surco de nuestra persona por el sacramento del bautismo una semilla para que quede infecunda , sino para que crezca, se desarrolle y madure.
7. Quienes han gastado su vida encaminando a los demás hacia el Reino; los que han tenido misericordia y han hecho el bien a todos, sin distinción de clases, ni de colores, ni de asociaciones, ni de instituciones, esos son los santos, que se diferencian de los paganos en que éstos hacen el bien y encumbran a los suyos, a los que les pueden corresponder pagándoles los favores. "Tu, cuando invites, invita a los pobres que no te pueden invitar a tí"...(Lc 14,13).
8 "Estos son los que han buscado al Señor, y lo han encontrado. Los que tenían manos inocentes y puro corazón; por eso han recibido la bendición del Señor y les ha hecho justicia el Dios de salvación" (Salmo 23)4 . En ellos "se ha manifestado ya que son hijos de Dios y son semejantes a Dios, porque le ven tal cual es" (1 Juan 3, 1). "En ellos Dios manifiesta al vivo ante los hombres su presencia y su rostro, y nos habla y nos ofrece un signo de su reino, hacia el cual somos atraídos poderosamente con tan gran nube de testigos que nos envuelve (Heb 12,1) y con tan gran testimonio de la verdad del evangelio" (LG 50).
9. Hoy damos gracias a Dios por sus santos. Por formar parte de esa inmensa familia que afirmamos en el Credo: Creo en la comunión de los santos. A ellos estamos unidos y ellos son nuestros modelos e intercesores que hoy nos miran felices, radiantes y misericordiosos, con una mirada activa y creativa.
10. Al honrarles hoy, adoramos la santidad de Dios que les ha hecho santos, "la salvación es de nuestro Dios y del Cordero", y nos los da como testigos que nos ayudan en la lucha por la mansedumbre, la humildad, la generosidad, la aceptación de la voluntad de Dios.
11. Así como la sangre que circula por nuestros miembros físicos nos unifica, el Espíritu Santo que vive en todos los miembros de la Iglesia nos une a todos. En la comunión de la eucaristía nos encontraremos con ellos, porque ellos viven con Cristo, y la Cabeza no se puede separar de los miembros. Unidos a ellos, alabemos a Dios por Cristo, corona de todos los santos, y pidámosles, porque somos débiles, que nos socorran con sus oraciones para que lleguemos a gozar de su compañía en el cielo, cuando seamos semejantes a Dios. A Él la gloria y el honor por los siglos de los siglos. Amén.
J. MARTI BALLESTER
26.
- Roma, el testimonio de los mártires Ya se acerca el año del Jubileo y será ocasión de muchas peregrinaciones a Roma. Por eso la fiesta de hoy nos puede ayudar a recordar y a celebrar lo que Roma tiene de más grande.
La fuerza, la grandeza, el intenso valor cristiano que tiene esa ciudad no nace, ciertamente, de sus monumentos y de su belleza, aunque es mucha. Ni nace de sus iglesias, que los cristianos visitamos con fe y con gozo. Ni nace, tampoco, del hecho de que allí resida el papa, que es su obispo y a la vez punto de referencia para toda la Iglesia.
La fuerza, la grandeza, el valor de Roma para los creyentes viene del hecho de que, en los inicios de la predicación evangélica, allí, en esa ciudad que entonces era la capital del imperio que dominaba el mundo, un buen grupo de hombres y mujeres vivieron su fe y la transmitieron en condiciones muy dificiles. Y allí, por fidelidad a Jesucristo, entregaron su vida.
Muchos de sus nombres son conocidos. Los primeros, los dos grandes apóstoles, Pedro y Pablo. Y después, muchos otros que podemos recordar y de quienes quizás llevamos el nombre: Inés, Lorenzo, Sebastián, Cornelio, Clemente... Y aún muchos más que no conocemos, anónimos, y que murieron igualmente porque creían firmemente en Jesucristo, y eso superaba en valor cualquier otra cosa.
- Los santos, estimulo de fidelidad cristiana Hoy, fiesta de Todos los Santos, aprovechamos para recordar aquellos primeros mártires. Aquellos hombres y mujeres que el imperio romano se quiso quitar de en medio porque hablaban de un Dios que no quería que ningún hombre dominara sobre los demás hombres, que decía que tenemos la misma dignidad de hijos, que reclamaba amor y entrega personal...
En aquel imperio donde el emperador exigía sumisión absoluta como si de un dios se tratara, en aquel imperio donde dominaba la ley del más fuerte y donde con frecuencia se consideraba la compasión como un comportamiento propio de gente de pocas luces y espíritu débil, el Dios de los cristianos era un estorbo, y la predicación del Evangelio de Jesucristo un peligro público. Y muchos murieron por mantenerse fieles a ese Evangelio. En Roma -y si vamos allíl sin duda dedicaremos un tiempo a rezar recordando su testimonio-, y también aquí, entre nosotros: el obispo Fructuoso, el diácono Vicente, la joven Eulalia...
Después de ellos, muchos otros hombres y mujeres han vivido la misma fidelidad. Algunos, también hasta el martirio. Otros, con una vida cristiana entregada, dedicada totalmente a Dios y a los demás. Y hoy, en este día solemne, los recordamos de una manera especial. Los recordamos todos a la vez, porque todos ellos son signo de que la obra de Cristo continúa, de que la fidelidad de Jesucristo hasta la muerte ha dado fruto, y fruto abundante. Y también los recordamos porque son un estimulo para todos nosotros: nos va bien, nos anima, ver cómo tantos hombres y mujeres han sido capaces de vivir tan a fondo el Evangelio.
- Recordemos a los santos, en la oración y la acción de gracias Ahora, después de estas palabras mías, y antes de empezar la liturgia de la Eucaristía, haremos como siempre unos momentos de reflexión y de silencio. Aprovechémoslos, cada cual, para recordar el testimonio de los santos. Fijémonos por ejemplo, si nos sirve, en el santo de quien llevamos el nombre. O en este o aquel otro santo o santa que nos resulta especialmente atractivo por lo que hizo, por la manera como vivió la vida cristiana. Y pidámosle que nos ayude a vivirla también intensamente, muy de veras, en nuestras propias circunstancias.
Y después, cuando pongamos encima de la mesa el pan y el vino, y empecemos la plegaria eucarística, unámonos de todo corazón a la acción de gracias a Dios porque por medio de Jesucristo ha abierto entre nosotros un camino de vida, de amor, de fidelidad, de alegría para siempre. Unámonos como comunidad cristiana, y unámonos con todos los santos y santas. Para caminar, como ellos, hacia la vida de Dios.
EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1999, 14 11-12
27.Nexo
entre las lecturas
La solemnidad de todos los santos nos ofrece una liturgia rica en contenido, en
simbolismo y en profundidad doctrinal. El libro del Apocalipsis presenta uno de
los pasos más consoladores de la Escritura. Se nos habla del tiempo presente
como el tiempo del perdón, el tiempo que hay que "imprimir el sello de
Dios en la frente de todos sus siervos", el tiempo de la predicación evangélica,
de la misión. En un segundo momento el apóstol contempla el cielo, ve una
multitud inmensa que "ha lavado sus vestiduras en la sangre del
cordero", han pasado por la "gran tribulación". Son los santos
que, después de su gesta terrena, adoran eternamente a Dios en el cielo (1L).
El evangelio nos muestra el camino de la santidad: las bienaventuranzas. Quien
practica la doctrina de Cristo y sigue sus huellas, es bienaventurado: es puro
de corazón, es manso, sabe sufrir por la justicia, llora, es pobre de espíritu.
Este es el camino de la felicidad verdadera. Es el camino para dar Gloria a Dios
y para salvar a las almas (Ev). Podemos tener esperanza, a pesar de las
apariencias tristes de este mundo, porque el Señor nos ha amado y nos ha
llamado a ser sus hijos. Nos ha llamado con una vocación santa para darle
gloria y vivir eternamente con Él en el cielo (2L).
Mensaje doctrinal
1. La visión de la Apocalipsis. Es preciso que nos detengamos a
considerar brevemente las características de la visión de los últimos tiempos
que nos ofrece el apóstol. Juan presenta al Ángel venido de Oriente, lugar de
donde llega la salvación, que, llevando el sello de Dios, grita con voz potente
a otros cuatro ángeles para que no dañen la tierra. Se trata de dar tiempo
para que todos los "siervos de nuestro Dios reciban el sello sobre su
frente". En realidad, se trata de una visión teológica del tiempo
presente. Del tiempo de la espera de Dios, del tiempo del perdón, del tiempo en
el que es necesario extender el Reino de Cristo hasta los confines de la tierra;
es el tiempo para poner sobre la frente de los siervos de Dios el sello que los
distingue. Así, nuestro tiempo terreno es el tiempo para evangelizar, para
anunciar la buena nueva, para bautizar, para llamar a todos a la convocación de
nuestro Dios y Señor. La vida de cada uno de nosotros tiene un tiempo
determinado y cada uno de los momentos de la misma tiene un valor específico.
Cada momento me propone un rasgo concreto de mi donación. A través de esos
momentos voy yo construyendo mi poción en la historia de la salvación. Así,
el tiempo terreno revela todo su valor: es la preparación de la liturgia
celeste, de los coros angélicos y de los santos que alaban al Señor día y
noche. Recorramos, pues, el tiempo presente con la conciencia de los tiempos
futuros.
Ciertamente el tiempo presente es considerado también como "la gran
tribulación". Desde el inicio de su evangelio, el apóstol Juan nos
presenta la venida del Hijo de Dios hecho hombre como el inicio de un combate
decisivo entre las tinieblas y la luz (la luz luce en las tinieblas). La vida
terrena de Jesús es una vida de entrega a la voluntad del Padre para dar
testimonio de la verdad. Él es una bandera de contradicción. Él será juzgado
en los acontecimientos de la pasión por defender el amor y la verdad. Es la
"gran tribulación". Sus discípulos no seguirán una senda diversa.
También ellos serán juzgados y llevados a tribunales a causa del nombre de Jesús.
Pero todos son purificados por la sangre del Cordero, la sangre de Cristo
derramada en la cruz por nuestra redención.
Es muy instructivo contemplar las escenas del cielo que nos ofrecen pintores
como el Giotto en la Capilla de los Scrovegni en Padua, o de Giusto de' Menabuoi,
o del Beato Angélico. En ellas se distinguen, en orden jerárquico, todas las
esferas de los santos que alaban a Dios. En primer lugar María Santísima,
reina de los santos. A continuación los apóstoles, los mártires, los
confesores etc. En todos ellos se descubre la alegría, danzan, cantan, se
felicitan. Parece que tocan con sus manos la luz que emana del cielo. En sus
rostros hay paz, alegría, serenidad. Muchos de ellos tienen instrumentos y
parece que entonan himnos y cánticos inspirados (Cf. Ef 5,19). Ciertamente son
pinturas, pero nos ayudan a penetrar con la fe esa realidad que supera todo lo
que podemos esperar y que llamamos cielo, vida eterna, encuentro definitivo con
Dios que es amor.
2. El amor con el que nos ha amado el Padre. El amor con el que Dios nos
ama es una de las constantes en el pensamiento de san Juan. El apóstol hace
memoria frecuentemente de este amor, para que los cristianos sientan el deseo de
corresponder a tan grande amor... Y nosotros hemos conocido el amor que Dios
nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el amor
permanece en Dios y Dios en él. (1 Jn 4, 16). Se trata, pues, de considerar
el amor con el que el Padre nos ha amado, de forma que nos ha llamado Hijos de
Dios y los somos en realidad. Por ello, el Verbo se encarnó, para manifestar el
amor del Padre.
En un mundo transido por conflictos sociales, políticos, económicos; un mundo
que ha visto el sucederse de genocidios en el siglo pasado; un mundo que se
asoma temeroso al tercer milenio por el riesgo del terrorismo y la ruina de la
civilización; en un mundo así, parece especialmente importante la predicación
del amor del Padre; la predicación del triunfo del bien sobre el mal; la
predicación de la necesidad de amar porque Dios nos ha amado y nos ha enviado a
su Hijo en rescate de todos. En su último mensaje mundial de la paz, el 1 de
enero de 2002, el Papa escribía:
"Ante estos estados de ánimo, la Iglesia desea dar testimonio de su
esperanza, fundada en la convicción de que el mal, el mysterium iniquitatis, no
tiene la última palabra en los avatares humanos. La historia de la salvación
descrita en la Sagrada Escritura proyecta una gran luz sobre toda la historia
del mundo, mostrando que está siempre acompañada por la solicitud diligente y
misericordiosa de Dios, que conoce el modo de llegar a los corazones más
endurecidos y sacar también buenos frutos de un terreno árido y estéril".
Juan Pablo II Mensaje para la jornada mundial de la paz 1 de enero de 2002.
Si nos preguntamos, pues, cuál es el camino de santidad que debe recorrer un
cristiano, podemos responder: el camino de las bienaventuranza. Allí
encontramos como la "carta magna" del cristianismo. En la
bienaventuranzas encontramos la respuesta a la pregunta ¿Cómo ser cristiano?
¿Cómo serlo especialmente en este mundo tan conflictivo? El camino es de la
pobreza de espíritu, de la mansedumbre, del sufrimiento tolerado por amor, el
camino de la justicia y del perdón, el camino de la paz y concordia de
corazones. ¡Qué tarea tan enorme y entusiasmante nos espera! ¡Que nada nos
detenga en este camino de santidad, en este itinerario del cielo! Ahora es el
tiempo de la salvación, ahora es el tiempo del perdón, ahora es el tiempo de
la evangelización, no dejemos nuestras manos estériles u ociosas ante tan
grande y hermosa tarea.
Sugerencias pastorales
1. La búsqueda de la santidad. La llamada a la santidad es una llamada
universal. No se dirige sólo a los sacerdotes o religiosos o religiosas. No. Es
una llamada universal que toca a todo cristiano. Toca a todo hombre que, en
Cristo, ha sido llamado a formar parte de la Iglesia. La santidad no es el
dedicarse a grandes rezos o sacrificios. La santidad es la comunión con Dios.
La santidad es la obediencia filial y amorosa al Padre de las misericordias. Y a
los santos los encontramos por todas partes. Están ciertamente los santos
canonizados solemnemente por el Papa, pero se encuentra también ese ejército
innumerable de santos que viven en sus hogares, en su trabajo, en sus familias,
haciendo siempre y con amor la voluntad de Dios. Personas que por su humildad
transmiten a Dios, llevan a Dios en el corazón, en su palabra y en su
testimonio de vida. Sin ellos darse cuenta, difunden a Cristo, predican a
Cristo, hablan de Cristo. Pensemos ahora en el caso, no infrecuente
-especialmente en Italia-, de madres que prefieren llevar su embarazo adelante,
a pesar de que eso pone en riesgo su vida. Pensemos en el caso de médicos que
atienden gratis a miles de pacientes que no tienen con qué pagar en zonas
rurales o de misión. Pensemos en el caso de maestros y maestras de escuelas
primarias que han dado su vida entera a la enseñanza de sus alumnos
sacrificando horas de esparcimiento y descanso personal. Todos conocemos casos
de esta índole. Es fácil encontrarlos en cualquier latitud, pueblo y nación.
Por eso, surge siempre la inquietud: ¿por qué no ser yo también santo? ¿Por
qué no dejar paso abierto a Dios en mi vida? ¿Por qué no darle a Él, que es
amor, el primer lugar en mi corazón?
Decía Amado Nervo:
Si amas a Dios, en ninguna parte has de sentirte extranjero,
porque Él estará en todas las regiones,
en lo más dulce de todos los países,
en el límite indeciso de todos los horizontes.
Si amas a Dios, en ninguna parte estarás triste, porque,
a pesar de la diaria tragedia, Él llena de júbilo el universo.
Si amas a Dios, no tendrás miedo de nada ni de nadie,
porque nada puedes perder, y todas las fuerzas del cosmos
serían impotentes para quitarte tu heredad.
Si amas a Dios, ya tienes alta ocupación para todos
los instantes, porque no habrá acto que no ejecutes
en su nombre, ni el más humilde ni el más elevado.
Si amas a Dios, ya no querrás investigar los enigmas,
porque le llevas a Él, que es la clave y resolución de todos.
Si amas a Dios, ya no podrás establecer con angustia
una diferencia entre la vida y la muerte, porque
en Él estás y Él permanece incólume a través de
todos los cambios.
2. La santidad infantil. El 13 de mayo de 2000, el Santo Padre beatificó
a Jacinta de Jesús Marto de 10 años de edad y a Francisco Marto de 11 años de
edad. Son los niños de las apariciones de la Virgen de Fátima. Esta
beatificación puso ante nuestros ojos una realidad estupenda: la santidad de
los niños. Puesto que Dios se revela especialmente a los pequeños y a los
sencillos de corazón, debemos tener por ellos un santo respeto. Ellos son
capaces de un amor muy profundo por Jesús. No debemos, por ello, menospreciar
su edad, capacidad de discernimiento y, en consecuencia, no debemos descuidar su
formación cristiana; no debemos olvidarnos de la catequesis; Pongamos ante sus
ojos modelos de santidad como los de santo Domingo sabio, Maria Goretti, los
tres niños mártires de Tlaxcala y tantos otros. Ellos se sentirán animados a
hacer grandes cosas por Dios y por los demás.
P. Octavio Ortiz
28. Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Celebramos hoy la solemnidad de Todos los Santos. En la luz de Dios recordamos a todos los que han dado testimonio de Cristo durante su vida terrena, esforzándose por poner en práctica sus enseñanzas. Nos alegramos con estos hermanos y hermanas nuestros que nos han precedido, recorriendo nuestro mismo camino, y que ahora, en la gloria del cielo, gozan del premio merecido.
Estos son los que, según la expresión del Apocalipsis, "vienen de la gran
tribulación: han lavado y blanqueado sus vestiduras en la sangre del
Cordero" (Ap 7, 14). Han sabido ir contra corriente, acogiendo el
"sermón de la montaña" como norma inspiradora de su vida:
pobreza de espíritu y sencillez de vida; mansedumbre y no violencia;
arrepentimiento de los pecados propios y expiación de los ajenos; hambre y sed
de justicia; misericordia y compasión; pureza de corazón; compromiso en favor
de la paz; y sacrificio por la justicia (cf. Mt 5, 3-10).
Todo
cristiano está llamado a la santidad, es decir, a vivir las bienaventuranzas.
Como ejemplo para todos, la Iglesia indica a los hermanos y hermanas que se han
distinguido en las virtudes y han sido instrumentos de la gracia divina. Hoy los
celebramos a todos juntos, para que con su ayuda crezcamos en el amor a Dios y
seamos "sal de la tierra y luz del mundo" (Mt 5, 13-14).
2. La
comunión de los santos supera el umbral de la muerte. Es una comunión que
tiene su centro en Dios, el Dios de los vivos (cf. Mt 22, 32).
"Dichosos los muertos que mueren en el Señor" (Ap 14, 13),
leemos en el libro del Apocalipsis. Precisamente la fiesta de Todos los Santos
ilumina el significado de la conmemoración de Todos los fieles difuntos,
que celebraremos mañana. Esta es una jornada de oración y de profunda reflexión
sobre el misterio de la vida y la muerte. "Dios no hizo la muerte"
-afirma la Escritura-, sino que "todo lo creó para que subsistiera" (Sb
1, 13-14). "La muerte entró en el mundo por la envidia del diablo, y la
experimentan los que le pertenecen" (Sb 2, 24).
El
Evangelio revela cómo Jesucristo tenía un poder absoluto sobre la muerte física,
que consideraba casi como un sueño (cf. Mt 9, 24-25; Lc 7, 14-15;
Jn 11, 11). Jesús sugiere que hay que tener miedo de otra muerte:
la del alma, que a causa del pecado pierde la vida divina de la gracia, quedando
excluida definitivamente de la vida y de la felicidad.
3. Por el contrario, Dios quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tm 2, 4). Por eso envió a la tierra a su Hijo (cf. Jn 3, 16), para que todos los hombres tengan vida "en abundancia" (cf. Jn 10, 10). El Padre celestial no se resigna a perder a ninguno de sus hijos, sino que quiere que todos estén con él, y sean santos e inmaculados en el amor (cf. Ef 1, 4).
Santos e inmaculados como la Virgen María, modelo eminente de la humanidad
nueva. Su felicidad es plena, en la gloria de Dios. En ella resplandece la meta
a la que todos tendemos. A ella le encomendamos a nuestros hermanos difuntos, en
espera de encontrarnos con ellos, en la casa del Padre.
Juan
Pablo II
Angelus-Meditación del jueves 1-XI-2001