COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
1 Jn 3, 1-3

1. CR/HIJO-DE-D

El autor destaca con entusiasmo el insondable amor del Padre que ha dado a los cristianos el nombre de "hijos de Dios".

Seguidamente y con gran alborozo, subraya la realidad que significa tal nombre. Pues no se trata simplemente de un título honorífico, sino de un hecho de salvación. Dios, que dijo "hágase la luz", y la luz fue hecha, dijo también que somos sus hijos, ¡y lo somos! Engendrados por Dios en el bautismo, el hombre renace para una vida divina (Jn 1.12s; 3.5). Este hombre participa en cierto sentido analógico, pero realmente, del modo de ser o naturaleza de Dios.

El mundo del que Juan habla aquí no es el que Dios ama y salva, sino el que rechaza la salvación de Dios. Este mundo no conoce a Dios y a su Hijo, J.C. Mal podría conocer entonces y amar a los hijos de Dios (cfr. 16.2s), a los que viven la vida divina que trae Jesús para los que creen en él.

Aunque esta filiación divina de los creyentes es ya una realidad, todavía es una realidad escondida e incipiente. Ni los mismos hijos de Dios saben ahora y tienen clara experiencia de lo que realmente son. Cuando se manifieste plenamente y llegue a pleno desarrollo lo que son, los hijos de Dios se sorprenderán y verán que son semejantes a Dios. Entonces los hijos de Dios serán alzados a la altura de los ojos del Padre, y le verán como él mismo les ve.

Esta esperanza de encontrarnos cara a cara con el Padre y de ser semejantes al Padre es la verdadera motivación cristiana de la santidad (Mt 5. 48; Hb 12. 14). Es la esperanza que nos anima a seguir el ejemplo del "Primogénito entre muchos hermanos", o sea, de Jesús (cfr 2. 6), y a entrar por el camino de las bienaventuranzas.

EUCARISTÍA 1983, nº 52


2. MUNDO/Ev-Jn

"El mundo no nos conoce porque no le conoció a él". Jesús fue un hombre de su tiempo y de su país, un hombre de su mundo; pero sus valores no correspondían al mundo de valores de los judíos de su tiempo, que lo rechazaron. Porque el mundo real no es sólo el mundo de la creación y de los hombres, que Dios ama y salva: es un mundo organizado de un cierto modo y según unos mecanismos y de acuerdo con unos intereses y unos valores que chocan con Dios. Por eso la palabra "mundo" en Juan tiene dos sentidos muy diferentes: "no ruego por el mundo" (Jn 17.9); pero "tanto amó Dios al Mundo, que entregó a su Hijo único..., no para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él" (Jn 3. 16-17). Jesús era todo luz, todo de Dios; nosotros somos una mezcla. En la medida que nos comportemos como él se comportó pertenecemos al mundo salvado. Y entonces tampoco nos puede extrañar que el mundo no nos conozca...

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1987, 20


3. A-D/FILIACION: HIJOS DE DIOS.

El amor del Padre es el motivo y realidad de esta filiación. El que Dios nos ame ya nos convierte en sus hijos. No es que nos dé otra cosa; su mismo amor nos transforma en algo diferente de lo que seríamos sin ello. Se trata de comunicación interpersonal que cambia a quien la tiene. En el v.2 se expresa esta comunicación transformante con el "veremos tal cual es" que nos hará ser semejantes a Él. Efectivamente, si la relación aun humana, cambia a quien la tiene, ¡cuánto más cuando se trata de la relación con Dios! ¡Y relación tan global como la del amor! Esta relación de filiación la tenemos en el Hijo y por el Hijo. Como decían los Padres somos "hijos en el Hijo". El amor del Padre al Hijo es el mismo con que nos ama.

Esta forma de ser todavía no se goza plenamente, aunque se tiene. Por eso es objeto de esperanza (v.3). Claramente aparece en los sucesos de la vida personal y colectiva. Pero es importante que no creamos que todo ha de venir. Ya está presente y activo lo más esencial: el hecho de ser hijos de Dios y tener su vida en nosotros con la que vivir ahora mismo. Eso nos hace estar de una forma determinada ante la realidad, lo cual se expresa en el texto diciendo que somos "puros". No conviene entender esta expresión de forma ritual o externa, sino como condensando en sí toda la vida práctica cristiana, fruto de nuestro ser de hijos. Lo mismo vale para el término "santidad". ¿Qué más santidad es posible que la de tener la vida de Dios, ser sus hijos, y vivirlo plenamente?

FEDERICO PASTOR
DABAR 1988, 55


4.FRATERNIDAD/FILIACION

Juan nos recuerda con entusiasmo y urgencia este hecho, que fundamenta y sostiene nuestra fe y nuestra esperanza. Somos hijos de Dios, herederos del cielo, coherederos con Jesús, resucitado y exaltado a los cielos, a la derecha de Dios Padre. Pero nos advierte Juan también de lo extraña de nuestra situación, incomprensible a veces y muchas otras incomprendida incluso por nosotros mismos, pues todavía no está claro, no se ha puesto de manifiesto, lo que somos. Somos hijos de Dios, pero eso no se ve y desgraciadamente tampoco siempre se nos nota, pues no nos comportamos como tales. Al menos, si creemos que somos hijos de Dios, no parecemos estar muy convencidos de que los hombres somos hermanos. Esta situación ambigua, somos pero no somos, da pie para que muchos no crean en nosotros y para que nosotros mismos dudemos con frecuencia de lo que somos y de lo que tenemos que ser y hacer. Vivimos una situación de gestación, de expectación, como el campo sembrado de trigo, pero en el que todavía durante el invierno no se ve por ninguna parte la cosecha. Habrá que esperar hasta la primavera en que despunten los brotes o hasta el verano en que se recoja la cosecha. Sin embargo, igual que el labrador sabe que ha sembrado y espera con impaciencia el día de la cosecha, así nosotros debemos creer y esperar el día en que se ponga de manifiesto lo que ya somos por la gracia de Dios.

EUCARISTÍA 1986, 51


5. CR/HIJO-DE-D:

"Pues ¡lo somos!".-Este es nuestro título de gloria, profundamente arraigado en nuestro ser. Cuando cierro los ojos y me digo "¿quién soy yo?" puedo responder de mil maneras: con mi nombre, el lugar y la fecha de nacimiento, los padres y hermanos, el pueblo, los estudios, la profesión, las aficiones, la filiación política... Nada, sin embargo, me define tan profundamente -ni tan realmente- como mi relación con aquél que es el origen, el término, el horizonte constantemente presente: yo soy hijo, ¡hijo de Dios! (ya ahora). Por eso la gloria de los santos será también mi gloria. No será sino la eclosión de mi condición de hijo.

Dejemos que esta convicción aflore en nuestra conciencia: trae gozo, alegría y agradecimiento admirado: "Mirad qué amor nos ha tenido el Padre". Pero es también fuente de la cual brota nuestro comportamiento: el camino de los "hijos de Dios" es el camino del "Hijo de Dios" por excelencia, Jesús.

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1988, 21


6.

HACIA UNA PLENITUD FUTURA.

"Somos hijos de Dios". Este es el gran don que hemos recibido, y significa saber descubrir en Dios al Padre que en su Hijo Jesús se nos da a conocer y nos ofrece la salvación. Los que no han conocido a Dios no pueden tampoco reconocer a los cristianos como hijos suyos.

Y en JC, el Hijo, tenemos la imagen clara de lo que significa ser hijos de Dios. Si ser hijos es ya una realidad, es también una ESPERANZA, UN CAMINO DE REALIZACIÓN HACIA UNA PLENITUD FUTURA, cuando Dios se nos dé a conocer totalmente como Padre y nosotros seamos totalmente hijos. El Cristiano manifiesta esta esperanza en el esfuerzo constante por vivir siguiendo a Cristo ("Todo el que tiene esta esperanza en él, se hace puro como puro es él").

J. ROCA
MISA DOMINICAL 1981, 20


7.MUNDO.CRISTIANO. Jn 16. 22.

¿Nos damos cuenta de la necesidad que tiene cada uno de nosotros, de ser reconocido? ¡Y menos mal que tenemos a Alguien que nos reconozca! Tan pronto nacimos, los padres nos reconocieron como hijos: desde entonces nos aman, nos valoran en lo que somos, por nosotros mismos; establecieron con nosotros -con cada uno- unas relaciones definitivas, que no son de tipo comercial o interesado. También Dios nos ha reconocido como hijos.

¿Qué importa si el mundo no nos reconoce? Tampoco le ha reconocido a él. Este "mundo" no es, naturalmente, el de los padres, los amigos, las relaciones que vamos estableciendo...; es el "mundo" constituido por aquel tejido de valores contrarios a los valores de Dios; el "mundo que no reconoció a Jesús", sino que lo clavó en una cruz. Pero este "mundo" es inconsistente -aunque parezca tan sólido- y su "reconocimiento" se deshace como una pompa de jabón y nos deja vacíos y solos. Dios, en cambio, nos reconoce como hijos suyos ahora y siempre: por eso "seremos semejantes a Él". Y nuestra alegría nadie nos la podrá quitar (cfr. Jn 16. 22).

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1986, 20


8. Algunos miembros importantes han abandonado la comunidad, negando que Jesús sea el Hijo de Dios y no dando importancia al cumplimiento de un mandamiento como el amor al prójimo. La comunidad se resiente y ante esta crisis el autor les envía esta carta. El amor a Dios y al prójimo son el leit-motiv de todo el escrito.

ESCA/PRESENTE:ESCA/FUTURA: Un doble plano podemos ver en la perícopa de hoy.

1. Realidad presente o escatología realizada. Ser hijos de Dios es "haber nacido de Dios". El aceptar la luz que es Cristo nos hace capaces de ser hijos de Dios. El cristiano, en tanto es hijo de Dios en cuanto participa de la filiación divina de Jesús. Es don amoroso del Padre. El mundo es el estado de cosas basado en "los bajos instintos, los ojos insaciables y la arrogancia del dinero" (1Jn/02/16). Es lo contrapuesto al amor verdadero.

2. Escatología futura. Es una realidad que nos transformará. Pablo habla de una nueva creación. Será algo grande. La primera creación no es nada si la comparamos con ella. Pero no la conocemos porque aún no ha llegado. Con todo, este final ilumina nuestro presente. Es la esperanza la que nos ayuda a caminar (=conducta). Purificarse es cumplir los mandamientos, sobre todo el amor al prójimo.

DABAR 1980, 55


9.

El tema del amor domina esa carta apareciendo continuamente con las más diversas ocasiones y sobre distintos temas, dándoles una unidad tanto más de agradecer como que nos está recordando el centro mismo del mensaje. Verdaderamente este autor ha entendido bien lo que es el cristianismo y nos lo transmite.

Así en este comienzo de la tercera parte del escrito, recuerda una vez más el profundo misterio del amor de Dios que nos ha hecho auténticos hijos suyos. No "de adopción" como si esto fuera una segunda división en el ser hijos, sino verdaderos hijos, participantes del ser divino. Y ese ser es amor (1 Jn. 4,8). Si Dios nos ama, nos suceden cosas, somos de otro modo, el mundo y nosotros mismos cambiamos. No se puede pensar en un amor de Dios que deje las cosas como están, lo cual puede suceder -y no siempre- en el amor humano. Dios nos cambia al amarnos.

Y como consecuencia, mejor, como algo inevitable, vendrá una revelación total de eso que ya somos actualmente. El autor no es ingenuo, sabe que ahora se dan muchas cosas no coherentes con ese nuevo ser fruto del amor, pero está convencido de que se va a manifestar de forma total e inevitable. Y eso ya está influyendo actualmente en nosotros. Con pocas palabras se nos habla de nuestro ser en la forma más simple. Experiencia del amor, humano y divino, y se sabe lo que somos y seremos más todavía.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1990, 53


10.

Con especial énfasis anuncia el autor el amor de Dios que nos hace hijos suyos. Esta filiación es ya actual; la plenitud llegará con la parusía, al final de los tiempos. Apoyado en la tradición de la comunidad cristiana ("sabemos"), anuncia Juan un nuevo modo de ser en el futuro: semejantes a Dios porque participaremos de su visión. O sea, que este "ser hijos de Dios", que lo somos de verdad, ha de llegar a mucho más, ha de darnos más dignidad y gloria... ¡Tendremos la misma visión (el mismo modo de ver) de Dios! Esto no supondrá que se elimine la diferencia existente entre Dios y el hombre.

La esperanza cristiana en que la filiación divina que ya poseemos llegue a plenitud (a una extraordinaria gloria) invita a tomar la fuerte marcha de una vida santa (Mt 5, 48; Hb 12,14). El ejemplo absoluto lo tenemos en "él", en Jesucristo (cf. 1 Jn 2,6; 1 Pe 2, 21).

EUCARISTÍA 1988, 52


11.

La segunda parte de la primera carta de San Juan se abre con el mensaje de que todos somos hijos de Dios. A este mensaje sigue una exigencia: debemos vivir como hijos de Dios. Para los sinópticos la filiación divina es una realidad escatológica. Con san Pablo ya se hace presente en este mundo, (cfr. Rm 8, 16; Ga 4, 5s). En san Juan la filiación divina es actual y llega a todos los hombres que aman a Jesús y guardan sus mandamientos.

La razón de fondo es el amor del Padre. El autor no puede contener su admiración ante el don maravilloso que Dios nos ha hecho a los hombres: la filiación divina. Al decir: "Mirad qué amor..." nos invita a mirar no con los ojos del cuerpo sino a verificar, constatar, que aunque el amor es una realidad invisible es perceptible por los efectos.

La filiación divina es obra del amor del Padre. Si Dios ama tanto a los hombres que llega a entregarles a su propio Hijo es para darles la vida eterna, para hacerlos hijos de Dios. "El mundo no conoce..". El conocimiento supone un vínculo de unidad entre el que conoce y lo conocido. De ahí que el conocimiento que ahora tenemos sea imperfecto. En la vida presente la realidad de la filiación se posee en forma limitada y por tanto el conocimiento es parcial. No conocemos todavía lo que llegaremos a ser.

Toda la vida cristiana debe tender a manifestar que somos hijos de Dios y que amamos como él amó. Esta vida se vive ahora en medio de dificultades y el gran amor que nos tiene el Padre no lo llegamos a ver en su totalidad, pero mantenemos la esperanza firme de que un día se manifestará.

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1986, 20


12.

Las palabras con que empieza el c. 3 de la 1 de Juan son una expresión de la admiración que nace de la fe y de la experiencia del Resucitado. Dios nos ha amado en Cristo, en su entrega y solidaridad hacia los hombres, hasta el punto de hacernos "hijos".

El autor de la carta expresa mediante tres términos la realidad de la situación humana presente y futura ante Dios: "ser hijos", "ver a Dios" y "ser puro". Hay una continuidad y una ruptura entre lo que somos y lo que seremos. Continuidad pues, en el bautismo y la conversión, hemos ya inaugurado nuestra relación reconciliada con el Padre, gracias a la vida de Cristo. Ruptura, pues la esperanza a la que somos llamados la vivimos todavía desde nuestra limitación, desde nuestra debilidad frente a la tentación y el pecado. Vemos a Dios, pero no tal cual es.

El cristiano vive en estado de "esperanza", de constante purificación, hasta que llegue el día de contemplar a Dios cara a cara, siendo semejante (¡no iguales!) a él. Nuestra realización es histórica, debe atravesar un proyecto de menos a más. Con nuestra vida actual estamos construyendo nuestro destino futuro.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 1991, 15

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