COMENTARIOS AL SALMO 138

1.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL

* Israel es un pueblo concreto, realista. No se trata de una meditación filosófica y abstracta, es un diálogo íntimo con Dios. El tema tratado por el salmista se relaciona con los puntos más álgidos de la investigación teológica de todos los hombres: ¡Dios lo sabe todo! ¡Dios está presente en todo lugar! ¡Dios ha hecho todo! Sin embargo, estos atributos divinos no son meditados aquí, en sí mismos sino en una perspectiva "personalizada": "Tú me conoces... sabes cuando me siento y cuando me levanto...". Lenguaje maravillosamente poético, íntimo. No se encuentra a Dios cuando se lo considera como "problema"... El es "Alguien". No sirve mayor cosa "discutir" sobre Dios... Se trata de experimentarlo.

Se habla mal de Dios, cuando se debate sobre El en tercera persona: "El es esto, El es aquello...". Hay que tratarlo en segunda persona y decirle: "Tú" o "Usted". Llama la atención, una vez más, el canto vehemente "contra los impíos". ¿Sin embargo no es esto natural? Cuando se ama a alguien, no quisiera uno que existieran enemigos. Cuando se toma conciencia de la Omnipotencia de Dios, resulta inevitable el interrogante: "Todo lo demás" ¡es tan bello!... ¿por qué existe este misterio incomprensible? Esta es la gran objeción contra Dios. Y la pregunta sigue abierta... Mientras el mundo continúa inacabado, mientras no vemos la "solución"... Por parte de Dios. ¡Debe existir alguna! Entonces, Señor, no dejes que siga el camino del mal, el camino de la nada de los siglos. ¡Llévame por tu camino, el camino de la eternidad!

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

** ¿Quién mejor que Jesús vivió este sentimiento de "total pertenencia", de presencia constante "con el Padre"...?

Esto es aún más cierto de la gran "noche" de tinieblas que anonadaron a Jesús aparentemente y que sin embargo fueron la gran "luz" de la presencia divina. Aun en medio de su Pasión y muerte, Jesús estuvo "con" Dios. Se escucha aquí su primer murmullo de Resurrección: "Me despierto: estoy aún contigo...". Palabras maravillosas, cantadas en el Introito de Pascua: "Resurrexi, et adhuc tecum sum...". Llama la atención que la Resurrección no tiene ningún carácter triunfalista en los Evangelios. Es más bien un misterio de intimidad, como el del salmo... Expresión de amor extasiado... "Estoy aún, y siempre contigo". Ojalá repitamos estas palabras, fuente de felicidad indestructible con Jesús, desde lo profundo de nuestras tinieblas e interrogantes. "Estoy contigo, oh Padre".

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO  LBT/DEPENDENCIA/A

*** Total dependencia + total libertad=total amor. Siento ya el fastidio del hombre "moderno" al escuchar este salmo: ¿por qué? 

-Me presentan un Dios minucioso, un Dios que ve todo, que lo sabe todo, que ha previsto todo ("¡En tu Libro, estaban mis días determinados, cuando aún no existía ninguno de ellos!"). Digamos sinceramente que no nos gusta esta imagen de un Dios fantasma, de un Dios que nos hubiera "programado" anticipadamente y que vigila nuestra menor infracción. Esto es justamente no comprender a Dios. Cuando oponemos "dependencia" y "libertad", no entendemos lo que es el verdadero "amor". Nadie es más dependiente que el que ama. Piensa en el otro. Está polarizado por el otro. Vive tan sólo para el que ama. Se "somete" al otro. Sin embargo, se siente totalmente libre. Desde dentro, movido por un impulso espontáneo y personal, se da al otro. De igual manera en este salmo hay una especie de combate: el salmista, hombre moderno en el fondo, ensayó en un primer momento "huir" de Dios, ocultarse en el extremo del mundo, para estar "tranquilo".

Igual combate el de Jacob contra Dios, en el Pozo de Jabok, durante toda una noche, el hombre "vencido" quedó señalado, cojeó el resto de sus días (Génesis 32, 23-33). Es la huida de Jonás ante una misión difícil y a quien Dios lleva por la fuerza a Nínive para que predique en ella (Jonás 1,1-3). Son nuestras propias reticencias, impregnados como estamos del ateísmo, las que nos hacen ver a Dios como un "rival" de nuestra propia libertad: ni Dios, ni "Señor". Pues bien, hay que mirarlo en la línea del amor: sí, no puedo escaparme de Ti, Señor, confieso que me has vencido... Tú me amas, y yo te amo.

Transparencia, secreto de amor. "Ninguna creatura escapa a la mirada (de amor) de Dios, todo está al descubierto y al desnudo ante sus ojos" (Hebreos 4,13). En lugar de ver en ello una insoportable tiranía, el autor del salmo la considera como una fuente de serenidad total, "Tú me conoces, mi amor. Sabes todo sobre mí. No puedo ocultarte nada, ni la madeja enredada de mis idas y venidas, ni mis pensamientos, ni mis proyectos, ni mis desesperaciones". En nuestros amores humanos, hay siempre una imperfección radical: hay siempre un rincón oculto que resiste a la transparencia... La terrible opacidad del cuerpo. Vamos, corazón mío, déjate amar hasta la más perfecta transparencia.

Predestinación. "No ha llegado la palabra a mi lengua y ya Tú, Señor, la sabes... Tú te anticipas... Cuando en lo oculto me iba formando... En tu libro se inscribían todas mis acciones, calculados estaban mis días, antes que llegara el primero...". Este lenguaje repugna al pensamiento moderno, pues parece quitar toda libertad al hombre... Como si fuéramos marionetas sin responsabilidad, manipulados, programados, carentes de toda iniciativa. San Pablo, retomando esta misma idea dirá que "Dios nos ha predestinado para que nos asemejemos a la imagen de su Hijo" (Efesios 1,4). El pensamiento antiguo, como el pensamiento semítico, deja en segundo plano las causas segundas en provecho de la Causa primera. Se atribuye a Dios todo lo que sucede, sin decir que Dios no obra habitualmente en "directo", sino a través de las "causas segundas", que están, de hecho, en el fondo de los acontecimientos. Se dirá que Dios envía la lluvia, la enfermedad, o cualquier otra cosa... Esto mismo ocurre con la "predestinación", forma de hablar que, mirando el desarrollo de la historia bajo el ángulo humano, trata de describir el actuar de Dios..., que siendo eterno, "domina el tiempo". Cuando se realiza el designio de Dios, se dice, y esto es cierto filosóficamente, que desde el principio Dios había previsto todo eso. Ahora bien, en Dios no hay "ni antes ni después". Dios está fuera del tiempo, está en la eternidad, es decir en una especie de "presente" que acumula y condensa todos los instantes del transcurrir del tiempo. Dios puede, a la vez, "predestinar y respetar nuestra libertad". Pero desde nuestro punto de vista "temporal", podemos decir que "Dios nos amó El primero". Nos agrada pensar que Dios tuvo la iniciativa.

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo II
PAULINAS, 2ª Edición
BOGOTA-COLOMBIA-1988.Págs. 234-237


2.

Viaje al interior

En el salmo 138, al contrario de lo que sucede en los salmos de la creación, el salmista se sumerge en el mar del misterio interior, y, en ningún momento, emerge de allí, hasta el final; y, entonces, para disparar dardos envenenados contra los enemigos, no suyos, sino los de Dios.

En cuanto a belleza, este salmo es una obra de arte: por un lado, llama la atención su carga de introspección que llega a honduras definitivas; y, por otro, la altísima inspiración poética que recorre toda su estructura, del primero al último versículo, con metáforas brillantes, y con audacias que nos dejan admirados.

Perdido ya el salmista en sus aguas profundas, el centro de atención, paradójicamente, no es él mismo, sino Dios.

A pesar de que el salmista hace, imaginariamente, un recorrido espectacular, desde el abismo hasta el firmamento (v. 8), y hasta el «margen de la aurora», hasta el «confín del mar» (v. 9); a pesar de que, sin detenerse nunca, se mueven en el escenario las dos personas, jamás el salmista centra la atención en sí mismo. El punto focal es siempre el Tú. Es algo sorprendente. El salmista, diríamos, coloca su observatorio, no en la cumbre de un cerro, sino en su interioridad más remota; focaliza en Dios su telescopio contemplativo, y obtiene una visión, la más profunda y original que se pueda imaginar, sobre el misterio esencial de Dios y del hombre.

Salmo de contemplación

Específicamente hablando, es un salmo contemplativo; es decir, es tal su naturaleza que encaja perfectamente en la oración de contemplación propiamente dicha. La observación de la vida me ha enseñado lo siguiente: hay personas que cuando oran, tienen como interlocutores (no necesariamente a través de un diálogo de palabras, sino de interioridades), a Jesucristo; con otras palabras, cuando oran, hablan con el Señor Jesús. Otras personas, cuando oran, se «sienten bien» tratando con el Padre, experimentando su amor.

Pero hay otras personas para quienes el interlocutor, en su oración, no es Jesucristo, ni el Padre, sino El, simplemente El, precisamente El, sin denominación, sin concretez, sin figura; es la totalidad, la inmensidad, la eternidad; pero no una realidad vaga o inconcreto, sino Alguien concretísimo, personalísimo, cariñoso, que no está -y está- cerca, lejos, adentro, afuera, mejor dicho no está en ninguna parte; es: abarca, comprende y desborda todo espacio, todo tiempo, más allá y más acá de todo.

Toda forma o figura desaparece. Dios es despojado, mejor dicho, silenciado, de cuanto indique localidad. Y no queda más que la presencia (para usar el término más aproximativo; lo que la Biblia llama «rostro»), la presencia pura y esencial, que me envuelve, me compenetra, me sostiene, me ama, me recrea, me libera; simplemente, EL ES. Por hablar de alguna manera, diríamos que se podrían incinerar todos los libros escritos sobre Dios, ya que todas las palabras referentes a Dios son ambiguas, inexactas, analógicas, equívocas. Lo único exacto, seguro, lo único que queda es esto: EL ES. No hay nombre, sino pronombre; y el único verbo adecuado es el verbo ser. Todo lo demás no son sino aproximaciones deslavadas.

Pues bien, podríamos decir, siempre hablando imperfectamente, que éste es el Dios del salmo 138, y que aquellas personas que se relacionan simplemente con EL tienen tendencia, al menos tendencia, a la oración de contemplación propiamente dicha; y que, para estas personas -pero no sólo para ellas-, el salmo 138 es un manjar apropiado.

* * * * *

Por todo lo dicho, el lugar ideal para rezar este salmo, en cierto sentido, no sería la capilla, porque allí la presencia divina es sacramental, está localizada; ni tampoco, exactamente, un entorno natural, deslumbrante de hermosura, porque las criaturas podrían desviar la atención, sino una habitación donde nada nos pueda distraer.

Para penetrar en el núcleo del salmo y rezarlo con fruto es conveniente empezar por tranquilizarse, sosegar los nervios, descargar las tensiones, abstraerse de clamores exteriores e interiores, soltar recuerdos y preocupaciones; y así, ir alcanzando un silencio interior, de tal manera que el contemplador perciba que no hay nada fuera de sí, y no hay nada dentro de sí. Y que lo único que queda es una presencia de sí mismo a sí mismo, esto es, una atención purificada por el silencio.

Este es el momento de abrirse al mundo de la fe, a la presencia viva y concreta del Señor, y es en este momento cuando el texto del salmo 138 puede ser un apoyo precioso para entrar en una oración de contemplación.

Nuestras fuentes están en Ti

Los vestigios de la creación, las reflexiones comunitarias, las oraciones vocales pueden hacernos presente al Señor; pero son, si se me permite la expresión, «partículas» de Dios. Las criaturas pueden evocamos al Señor: una noche estrellada, una montaña cubierta de nieve, un amanecer ardiente, el horizonte recortado sobre un fondo azul nos pueden «dar» a Dios, pueden despertárnoslo, pero no son Dios mismo, sino evocadores, despertadores de Dios.

Y el alma verdaderamente sedienta no se conforma con los «mensajeros», como dice San Juan de la Cruz: «No quieras enviarme -de hoy ya más mensajero- que no saben decirme lo que quiero». Y comenta el místico castellano: «Como se ve que no hay cosa que pueda curar su dolencia, sino la presencia.... pídele le entregue la posesión de su presencia.» Más allá de los vestigios de la creación, y de las aguas que bajan cantando, el alma busca el manantial mismo, Dios mismo, que está siempre más allá de las evocaciones, de los conceptos y las palabras.

Para penetrar en el santuario del salmo 138, el hombre debe tener presente que Dios no sólo es su creador, no sólo está objetivamente presente en su ser entero, al que comunica la existencia y la consistencia; es preciso también tener presente que El lo sostiene, pero no a la manera de la madre que lleva a su criatura en sus entrañas, sino que, en una dimensión mucho más profunda, y distinta, verdaderamente Dios lo penetra y lo mantiene en su ser.

A pesar de esta estrecha vinculación entre Dios y el hombre, no hay, sin embargo, simbiosis ni identidad alguna, sino que, más bien, la presencia divina es una realidad creante y vivificante, realidad que el salmista verbaliza con una expresión de alto vuelo poético: «Todas nuestras fuentes están en Ti» (Salmo 87).

A solas

Podríamos afirmar que, en la estructura del salmo 138, el encuentro con Dios se consuma a solas. En el fondo, cualquier encuentro, tanto a nivel divino como humano, se realiza a solas, en su sentido original y profundo. En realidad, la expresión castellana a solas significa una convergencia de dos soledades, ya que la esencia radical de la persona, sea divina o humana, es ser soledad o mismidad.

Y estas dos soledades, en nuestro caso, son las siguientes: por un lado, es necesario acallar todo nerviosismo y toda la turbulencia interior, hasta percibir, en silencio pleno, mi identidad personal, mi soledad. Y, por parte de Dios, es necesario sobrepasar el bosque de imágenes y conceptos, con que revestimos a Dios, y quedarnos, en la pureza total de la fe, con el mismísimo Dios, El Mismo, su «soledad». Y, para este proceso de purificación, el salmo 138 es un instrumento inapreciable.

El ser humano, entre sus diferentes niveles de interioridad, percibe, en sí mismo, algo así como una última morada donde, según el Concilio, nadie puede hacerse presente, salvo Aquél que no «ocupa» espacio, justamente porque esa última morada no es, exactamente, un lugar. Dice el Concilio: «A estas profundidades de sí mismo retorna (el hombre) cuando entra dentro de su corazón, donde Dios lo espera» (GS 14).

Se trata, pues, del «núcleo más secreto, sagrario del hombre, donde éste se siente a solas con Dios, cuya voz resuena en el recinto más íntimo de él» (GS 14). Es a esta zona interior a donde deberá «bajar» el hombre para una vivencia auténtica y fuerte del salmo 138.

Paso a paso

En los primeros seis versículos, en un despliegue de luz y fantasía, y mediante un racimo de metáforas, el salmista percibe la omnipotencia y omnisciencia divinas, que envuelven y abrigan al hombre, como una luz, por dentro y por fuera, desde lejos y desde cerca, en el. movimiento y en la quietud, en el silencio y en la oscuridad. En el versículo 6, el salmista queda pasmado, casi abrumado, por tanta ciencia y presencia, que lo desbordan y trascienden definitivamente.

En los versículos 7-12, la inspiración alcanza cumbres mucho más altas: el salmista acopla alas a su fantasía, e imagina situaciones inverosímiles, de lejanía y fuga, volando, inclusive, en alas de la luz, o cubriéndose con un manto negro, pedido a la noche en préstamo, para ocultarse de este porfiado perseguidor, y rehuir su aliento, pero... ¡todo es inútil! ¡Es imposible!

Vencido ante tan tenaz asedio, y convencido de la inutilidad de todo intento de fuga, el salmista desciende hasta el abismo final de su misterio (vv. 13-16), y allí descubre que Dios está presente con su acción hasta el misterio del mismo óvulo materno, y que, El mismo, con manos delicadas, fue tejiéndolo, desde las células más primitivas hasta la complejidad de su cerebro. No sólo es su creador, es su padre, y, mucho más, es su madre. ¡Cómo no va a conocer sus pasos y sus días si lo acompaña desde el seno materno!

En el versículo 17, no pudiendo ya contenerse, conmovido por tanto prodigio, el salmista prorrumpe, extasiado, en una serie de exclamaciones: «¡Qué incomparables me parecen tus designios, Dios mío, qué inmenso su conjunto!» Si, arrastrado por la admiración o la curiosidad, se pusiera el hombre a enumerar, una por una, las maravillas de sus dedos, ¡vana ilusión!, no es posible: son más que las arenas de las playas. Pero, si en una hipótesis imposible, llegara el hombre a transformar un imposible en posible, y acabara por enumerar los prodigios de la creación, entonces, precisamente entonces, se encontraría con el misterio supremo de Dios, inabarcable, inconmensurable, infinito.

El celo

ODIO/SALMOS: IRA/SALMOS: IMPRECACIONES/BI: En este momento, abruptamente, como si, saliendo de un paraíso de paz, entrara en un campo de batalla, el salmista saca su arcabuz, abre fuego y comienza a disparar fieramente en todas direcciones.

Dios mío, si matases al malvado...
¿No aborreceré a los que te aborrecen?
¿No me repugnarán los que se te rebelan?
Los odio con odio implacable,
los tengo por enemigos.

¿Cómo se entiende este cambio brutal? ¿Qué sentido puede tener esta tempestad de violencia, desatada tan intempestivamente? ¿Cómo es posible este lenguaje de odio después de tanta sublimidad?

Necesitamos hacer algunas precisiones y aclarar varios puntos. En primer lugar, no se trata de una turbación, provocada por la presencia de viejos rivales. No es el odio del hombre contra el hombre, ni una conspiración de venganza para saldar cuentas antiguas. Se trata de los enemigos, no del hombre, sino de Dios. Se trata de los eternos «asesinos» que sólo abren la boca para proferir «pérfidamente» blasfemias y necedades contra el Santo de Israel. Son los insensatos de siempre que no cesan de lanzar desafíos al cielo, y «se rebelan en vano» contra el Señor. Así, pues, la repentina furia de¡ salmista va dirigida contra esta turbamulta de necios. En suma, se trata, exactamente, de aquel sentimiento del que tanto habla la Biblia: el celo por la honra de Dios.

El salmista, todavía con los ojos llenos de la gloria de Dios, al contrastar la sublimidad del Altísimo con la abyección de los blasfemos, siente una repugnancia e indignación tales que no las puede controlar ante la presencia de estos «asesinos», al comparar lo injusto y monstruoso de su actitud con la justicia y santidad de Dios. Por eso utiliza expresiones del más grueso calibre para descalificarlos. Recordemos las palabras del salmo 69: «El celo de tu casa me devora.»

* * * * *

Bajó Moisés del monte con las Tablas de la Ley en sus manos. El pueblo, durante la larga ausencia de Moisés, había fundido un becerro de oro; y, en ese momento, el pueblo estaba cantando y danzando en torno de la estatua. Cuando Moisés llegó al campamento, y vio el becerro y al pueblo danzando en torno a él, «ardió en ira, arrojó de sus manos las Tablas y las hizo añicos al pie del monte. Luego tomó en sus manos el becerro que habían fundido, lo quemó y lo molió hasta reducirlo a polvo, que esparció en el agua, y se la dio a beber a los hijos de Israel» (Ex. 32,15-21).

Elías, en la cumbre del Carmelo, dijo al pueblo: he quedado yo solo como profeta de Dios, mientras que los profetas de Baal son cuatrocientos cincuenta. Y los desafió a todos ellos, delante del pueblo, a una competición original para dirimir cuál de los dioses es el verdadero Dios. Y, habiendo ganado la contienda, hizo Elías que el pueblo echara mano a los profetas de Baal, «sin que se escape ninguno de ellos»; e hizo que los bajaran, como borregos, hasta el fondo del torrente Quison. Y, ardiendo en santa ira, hizo que los degollaran a todos, uno por uno (/1R/18/30-40).

Matatías, el padre de los Macabeos, se vistió de saco y se entregó a un profundo dolor al ver la ciudad santa en manos de los extranjeros, y el santuario en poder de los extraños. Un buen día, convocado el pueblo de Modín por los encargados de imponer la apostasía, cuando un israelita se adelantó, a la vista de todos, a sacrificar ante un altar pagano, Matatías «se inflamó en celo, y se le estremecieron las entrañas». Y, «encendido en justa cólera, corrió hasta el israelita y lo degolló sobre el altar. Mató también al enviado del rey que obligaba a sacrificar, y destruyó el altar» (1 Mac 2,19-26). Y fue este celo por la gloria de Dios el que encendió las heroicas y gloriosas guerras macabeas.

Fue este mismo celo el que le hizo a Jesús, en tiempo de pascua, armar un escándalo de proporciones, en la plataforma primera del templo salomónico, reconstruido por Herodes. Efectivamente, este lugar sagrado había sido literalmente copado por los tratantes de bueyes y ovejas; y estaban también los cambistas bien instalados en sus mesas. Al ver aquello, Jesús, encendido en una sagrada indignación, a causa de la santidad del recinto, empuñó un látigo de cuerdas, y barrió con todo, hombres y animales, sacándolos violentamente del perímetro sagrado; volcó las mesas de los cambistas, y su dinero rodó por los suelos, mientras les decía, lleno de ira: «están haciendo de la Casa de mi Padre un sórdido mercado» (Jn 2,13-17). Fue la reacción típica de un profeta que, por cierto, precipitó su desenlace final.

En este contexto, resultan más comprensibles las diatribas de los salmistas. He querido exponer con cierta amplitud este aspecto, que escandaliza a tantas personas, e, incluso, les dificulta saborear los salmos, para que el lector acierte a comprender y situarse en el verdadero contexto, cuando, en los salmos, hacen su aparición los anatemas, que, generalmente, no siempre, van dirigidos contra los enemigos de Dios.

Estás conmigo

Según entiendo, la mejor manera de comentar ciertos fragmentos de los salmos consiste en ponerse en la misma tesitura que el salmista, en su forma dialogal, y desentrañar su pensamiento expresándole con otras palabras. Y es así, según creo, como mejor se puede ayudar al lector, no sólo para entender el salmo, sino también para poder rezarlo con provecho.

V. 1-6. Tú me sondeas y me conoces. Tú me penetras, me envuelves y me amas. Tú me circundas, inundas y transfiguras. Estás conmigo. Si salgo a la calle, te vienes conmigo. Si me siento en mi oficina, te quedas a mi lado. Mientras duermo, velas mi sueño, como la madre más solícita. Cuando recorro los senderos de la vida, caminas a mi lado. Al levantarme, sentarme o acostarme, tus ojos ven mis acciones. 

No hay distancias que puedan separarme de Ti. No hay oscuridad que te oculte. No eres, sin embargo, ningún detective que vigile mis pasos, sino el Padre tierno que cuida las andanzas de sus hijos. Y, cuando tengo la sensación de ser un niño perdido en el páramo, Tú me gritas con el profeta: aquí estoy, contigo estoy, no tengas miedo. Me envuelves con tus brazos, porque eres poder y cariño, porque eres mi Dios y mi Padre, y en la palma de tu mano derecha llevas escrito mi nombre, en señal de predilección. A donde quiera que yo vaya, estás conmigo.

Estás sustancialmente presente en mi ser entero. Tú me comunicas la existencia y la consistencia. Eres la esencia de mi existencia. En Ti existo, me muevo y soy. Eres el fundamento fundante de mi realidad, mi consistencia única y mi fortaleza. Todavía no ha llegado la palabra a mi boca, todavía mi cerebro no elaboró un solo pensamiento, todavía mi corazón no concibió un proyecto, y ya todo es familiar y conocido para Ti: pensamientos, palabras, intenciones, proyectos. Sabes perfectamente el término de mis días y las fronteras de mis sueños. Donde quiera que esté yo, estás Tú; donde quiera que estés Tú, estoy yo; yo soy, pues, hijo de la inmensidad.

Me estrechas por detrás, me estrechas por delante, me cubres con la palma de tu mano derecha. Estás en torno de mí; estoy en torno de Ti. Estás dentro de mí, estoy dentro de Ti. Con tu presencia activa y vivificante alcanzas las zonas más remotas de mi intimidad. Eres, casi, más «yo» que yo mismo; eres, en suma, aquella realidad total y totalizante dentro de la cual estoy completamente sumergido.

¡Dios mío, me desbordas, me sobrepasas, me trasciendes definitivamente! ¡Qué razón tenía aquel que dijo que lo esencial siempre es invisible a los ojos! Eres verdaderamente sublime, por encima de toda ponderación; Dios mío, ¿quién como Tú? ¡Oh presencia, siempre oscura y siempre clara! Eres aquel misterio fascinante que, como un abismo, arrastras mis aspiraciones en un vértigo sagrado, aquietas mis quimeras, y sosiegas las tormentas de mi espíritu. ¡Quién como Tú!

* * * * *

V. 7-11. ¿Cómo podría evadirme de tu presencia? ¿A dónde podría emigrar para alejarme de tu aliento? ¿Cómo evitar tu mirada? Si yo fuera un águila invencible, y escalara las crestas altísimas, coronadas de nieve, para huir de tu presencia; si, en alas de un sueño mágico, alcanzara la estrella más distante de la galaxia más lejana para escapar de tu mirada, ¡todo sería inútil!, donde quiera que esté yo, estás Tú. Soy, de nuevo, hijo de la inmensidad.

Si yo fuera un delfín de aguas profundas, y en una zambullida vertical, me sumergiera hasta los abismos completamente oscuros, o consiguiera adentrarme en la caverna más profunda de la tierra, también allí me tomarías de la mano, para decirme: eres hijo de mi amor, sombra bendita de mi sustancia eterna. No hay piedra en el fondo del río, ni pez en el mar que estén tan rodeados de agua como yo de Ti. No hay ave en el cielo que esté tan rodeada de aire como yo lo estoy de Ti.

No puedo escapar de tu mirada. Estás conmigo. Si, en un arranque de locura, pidiera prestadas las alas a la luz, que recorren trescientos mil kilómetros por segundo, y alcanzado el vuelo, llegara hasta el confín donde termina el mundo, también allí me tomarías con tu mano derecha, para decirme: aquí estoy, contigo soy. Si, en un arrebato de insania total, pidiera prestadas a las tinieblas sus alas oscuras, o un manto negro a la noche para cubrirme con ellos, y así desorientarte a Ti, cazador divino, todo sería, nuevamente, inútil; tu presencia es fulgor que taladra y transfigura las sombras, transformando la noche en mediodía. A donde quiera que yo vaya, estás conmigo.

V. 13-16. Tú has creado mis entrañas; estabas presente en el seno de mi madre desde la primera división celular. No solamente estabas, sino que, misteriosamente, Tú pusiste en movimiento mi existencia desde el punto de partida, y fuiste acompañando su evolución con mirada atenta y cariñosa. Los padres de la tierra fueron simples instrumentos pasivos; verdaderamente Tú eres mi padre y mi madre.

«Admirable sobremanera y digna de glorioso recuerdo fue aquella madre que, al ver morir a sus siete hijos en el espacio de un día ... », «animaba a cada uno de ellos, diciéndoles: "Yo no sé cómo aparecisteis en mis entrañas, ni fui yo quien os regaló el espíritu y la vida, ni tampoco organicé yo los elementos de cada uno"» (2 Mac 7, 20-23). Como si dijera: yo no soy su madre; un artífice conoce la naturaleza de la obra de sus manos, pero yo no sé cómo funciona su hígado o cuál es la estructura de su cerebro. Yo no los fabriqué, alguien los fabricó dentro de mí. Dios es, pues, su madre, y ahora vamos a morir por El.

Te doy gracias y te glorifico por haberme hecho de esta manera, por haberme creado tan portentosamente, por haber hecho de mí un prodigio de sabiduría y arte. A pesar de todo, a pesar de mis muchos defectos, limitaciones y fragilidades, soy una maravilla de tus dedos. Y si todas tus obras son maravillosas, la maravilla más grande entre todas tus maravillas, soy yo mismo. Te alabo y te ensalzo por esta obra de tus dedos, que soy yo.

Por eso me conocías desde siempre, hasta el fondo de mi alma; y conocías, uno por uno mis huesos. Cuando me iba formando en el seno de mi madre, tus ojos veían mis acciones, todos mis actos estaban anotados en tu libro; antes que uno solo de mis días existiera, ya estaban apuntados, todos ellos, en el libro de mi vida.

V. 17-18. ¡Qué fantástico me parece todo esto, Dios mío! ¡Qué incomparables encuentro tus designios y tus obras! ¡Señor, Señor, qué inmenso el conjunto de tus maravillas! ¡Quién como Tú! Si, dejándome llevar por una idea descabellada, me pusiera a enumerar las obras de tus dedos, ¡son innumerables!; si se juntaran las estrellas del firmamento con los granos de arena de los desiertos y de las playas, serían un pálido cúmulo en comparación de la altura de tus obras. Y si, en un supuesto imposible, acabara yo de medir, pesar y enumerar tus portentos, entonces, ¡ah!, entonces estaríamos como al comienzo, porque entonces aún me quedarías Tú, que eres el Misterio Total.

V. 23-24. Señor, Señor, humillo mi cabeza, y me someto a tu juicio; te abro mis libros y mis cuentas, mis riñones y mis huesos. Entra en mi recinto, planta el tribunal, averigua, escudriña, juzga.

No permitas que mis pies den un paso en falso. Y, ya que Tú eres mi padre y mi madre, no me sueltes de tu mano; tómame, y condúceme firmemente todos los días de mi vida por el camino de la sabiduría y de la eternidad.

LARRAÑAGA
SALMOS PARA LA VIDA
Publicaciones Claretianas
Madrid-1986. Págs. 83-96


3.

El salmo 139 nos transporta de golpe, como en el interior de un teatro, al volumen pleno del espacio, con sus dimensiones cósmicas, especie de campo cerrado y vacío en que no se ofrece más que una alternativa: huir de Dios en vano, puesto que Dios sujeta al hombre, o dejarse asir por Dios sin huir de él:

Me estrechas detrás y delante,
me cubres con tu palma.
Tanto saber me sobrepasa,
es sublime y no lo abarco.

¿A dónde iré lejos de tu aliento,
a dónde escaparé de tu mirada?
Si escalo el cielo, allí estás tú,
si me acuesto en el abismo,
allí te encuentro.

Este cuadro aporta ya correctivos importantes a muchos automatismos del pensamiento.

Ante todo, el contraste entre el salmo 104, en que el espacio aparece lleno y organizado, y éste, en que sólo existen el arriba y el abajo, lo profundo y lo lejano, en un espacio sin objetos. Este contraste demuestra que la visión cósmica no es constantemente positiva en la Biblia. Cuando los cielos narraban la gloria de Dios, lo hacían ya con su silencio. Ahora aparece el espacio no sólo vacío, sino como algo negativo. Está ahí y no se deja echar en olvido, pero al mismo tiempo parece estar hecho de una distancia distinta de la pura distancia a atravesar, de la separación a superar para que Dios y el hombre se encuentren. Las distancias aumentan o se acortan conforme a numerosas líneas que surcan el espacio. El hombre se siente perseguido y huye; evita y encuentra. En este espacio atravesado en todas direcciones cambia de significado la afirmación clásica «Dios está en todas partes»: el espacio nada contiene, sólo es la posibilidad de un encuentro con o una fuga de Dios. Esta imagen es muy capaz de inspirar angustia, pero no esa angustia que carece sin más de objeto. Se trata más bien de un mensaje de alarma emitido por la realidad hacia quien se aleja excesivamente de ella. No hay, por consiguiente, ni visión positiva del espacio ni simple temor. No tenemos por qué elegir entre la religión de la simplicidad y la religión de la angustia.

Si vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta el confín del mar,
allí me alcanzará tu izquierda,
me agarrará tu derecha (vv. 9-10).

Después, mejoramos nuestra idea de la presencia de Dios. Esta se representa frecuentemente por la imagen de Dios como un Ojo. La ubicuidad del ojo divino es un signo adecuado de la angustia humana ante la divinidad. El ojo es la función del espacio, pero es al mismo tiempo la función de la ausencia. Se ve únicamente la parte del espacio en que no está uno, y esta marca negativa matiza fuertemente la visión, si se mantiene aislada de los demás sentidos, por una especie de antagonismo entre el ojo y lo que ve. Hay como una agresión del ojo divino, y eso quiere decir que debe de haber algo intolerable y radicalmente falso en la imagen de Dios como Ojo (una vez sabido que Dios no soporta ser visualizado como imagen), puesto que se le convierte entonces en la imagen de la visualización. Sé muy bien que Dios no es visto, pero ve: así se expresa la Biblia misma. Pero eso no me hace cambiar de parecer, puesto que quien ve no es Ojo. Dispone de dos ojos, condición necesaria para percibir el relieve y guiar de este modo el movimiento para llegar y tocar su término: tu mano que guía». La visión binocular es la que establece ya alianza con el resto del cuerpo y con el tacto, sentido hacia el que todo este salmo nos orienta. La iconografía más antigua, en efecto, representa a Dios por una mano.

(Y a la inversa, el hombre que tapa uno de sus ojos con una mano para dilatar desmesuradamente el otro, es el condenado del juicio final, según Miguel Ángel, fijo su único ojo en la visión de la ausencia).

En este salmo, Dios conoce, cosa muy distinta de ver. «Me sondeas», primera expresión de este poema, designa ese tipo de visión que supera la pura visión al rasgar las superficies. Dios sondea y penetra, estrecha, alcanza y agarra. Digámoslo una vez más, es preciso que el rostro de Dios llegue a tocar su imagen, pues la imagen expresa lo universal y sólo el tacto capta lo concreto. Tal es el movimiento del salmo, hasta llegar a un punto central.

Precisamente a partir de este punto, que llamamos «punto de creación», del mismo modo que se dice «punto de fuga» o «punto de vista», se construye el salmo, en una bella oposición entre lo extenso, espacio diseminado que es lo exterior al encuentro o el lugar de la acción negativa de Dios, y la bola cálida del embrión en la noche del seno materno, en que Dios actúa positivamente:

Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Te doy gracias, porque eres sublime
y te distingues por tus hechos tremendos...
Cuando en lo oculto me iba formando
y entretejiendo en lo profundo de la tierra,
tus ojos veían mi embrión,
mis días estaban modelados (vv. 13-16).

Si hay un texto en que el movimiento natural del hombre se incurva sobre sí mismo hasta llegar a un punto central que es el único a partir del cual se puede narrar la creación, es precisamente éste. El espacio aparece como el elemento a partir del cual empuja Dios al hombre fuera del vacío. Pero Dios no echa al hombre fuera del vacío para llevarlo hasta una forma cualquiera de super-espacio. A través del cosmos vaciado por la noche, Dios conduce al hombre hacia lo pleno, hacia el embrión ciego tal como Dios lo ha querido.

Si digo: «Que al menos la tiniebla me encubra,
que la luz se haga noche en torno a mí»,
ni la tiniebla es oscura para ti,
la noche es clara como el día (vv. 11-12).

La visión que ha sido capaz de rasgar toda la oscuridad no es ya la visión de que hablábamos hace un momento, sino que se ha unido con las tinieblas. La luz es otra luz, no es ya lo contrario de la noche, puesto que Dios está allí. Ha recuperado la presencia. Dios no está en el espacio, tal como el comienzo del salmo lo representa. El ojo del hombre, para el que Dios es simplemente invisible, capta precisamente, en el espacio, la ausencia de Dios. Pero la visión se invierte en la noche. Se repliega desde el espacio hasta el centro nocturno, hasta el «punto de creación». En ese «punto de creación» encontramos además, después de nuestra lectura, como un punto de condensación para muchos de nuestros salmos. El salmo 8 contemplaba las estrellas, pero nos conducía hacia la imagen de los recién nacidos. El salmo 19 iba desde la bóveda celeste hasta el punto más recóndito que caliente el sol y hasta lo más oculto del hombre sometido a la Ley. El salmo 104 escrutaba la precariedad del ser vivo y su secreto. Ahora, el salmo 139 completa el periplo espacial tomando como punto de partida el elemento prenatal, en que el ser a punto de nacer ocupa el centro más escondido del mundo, en la germinación de la vida. Allí lo ve Dios con una visión distinta que la del hombre.

Esta visión de Dios fijando sus ojos en el embrión merece que detengamos en ella nuestras meditaciones. Nuestro cuerpo está situado en el mundo, como ya sabíamos, pero ¡qué camino tan largo el que va de las superficies contra las que se estrella el ojo hasta ese cuerpo que es de por sí un interior, lo contrario por consiguiente de una superficie, pero que permanecía aun extraño a toda mirada hasta tanto no saliera a la luz! También sabíamos que ya Dios ve en nosotros más profundamente que nosotros mismos, pero la manera bíblica de decirlo es más completa y más simple: por delante de mi conciencia va mi cuerpo; por delante de mi cuerpo, mi ser embrionario en el seno de mi madre, y allí es precisamente donde Dios me ve. Para el «yo», que habla en este poema redactado en primera persona, el centro del cuerpo prenatal es a la vez el centro de la tierra y el de la presencia divina:

Cuando en lo oculto me iba formando
y entretejiendo en lo profundo de la tierra (v. 15).

De ahí que resulte llamativo el hecho de que el antiquísimo comentario judío a los salmos llamado Midrash Tehillim aplique todo este poema a Adán, nacido de la tierra, aunque para ello aduce motivos distintos, no tomados de este versículo.

El mismo comentario nos introduce en el espacio de silencio elocuente que liga los textos con los textos, del mismo modo que refiere las constelaciones a las constelaciones, cuando habla del embrión y de la visión de Dios. Para ello, sin embargo, elige un salmo distinto, el salmo 8, en su v. 3, a propósito de «los niños de pecho». Cuando Israel —leemos— estaba en el Sinaí para establecer la alianza con Dios, «el vientre de las mujeres embarazadas se hizo transparente como el cristal, de manera que los embriones pudieron ver a Dios y conversar con él». De un modo más indirecto, Jesús enseña, a propósito de los «pequeños», que «sus ángeles contemplan sin cesar el rostro de mi Padre» (Mt 10,10).

Cuando circula por el espacio cósmico, el salmista da la impresión de tomar conciencia de la muerte, y cuando se encuentra con el lugar prenatal, es que ha dado con el punto de partida de la vida. En esta escena asistimos a un combate entre la muerte y la vida. Primero el vuelo aturdido del insecto nocturno atrapado en el círculo de luz: se destruye. Luego, su reposo cuando se extingue, pues la noche es su luz:

Que la luz se haga noche en torno a mí (v. 11b).

El mismo drama se desprende de otros textos. No sólo en el salmo 139 que estamos leyendo, sino muchas veces a lo largo de la Escritura, encontramos el mapa de lo que podríamos llamar el itinerario absoluto: la cumbre más alta, el abismo más hondo, el horizonte más lejano. Cuando el escenario se organiza de este modo, es que todo está dispuesto para que en él aparezca la muerte o para que sea posible adivinarla tan sólo: forma de aparición aún más expresiva cuando de ella se trata. El capítulo 28 de Job, por ejemplo, describe el curso de la Sabiduría sobre todas las dimensiones de los ejes cósmicos, y hasta el final. Pero como ese final es el tema que preocupa a todos los personajes del Libro de Job en todas sus conversaciones, lo abordan desde muy cerca. En el Nuevo Testamento, Pablo (Rm 10; Ef 4,8-10) nos hace leer ese mismo itinerario (ayudándose de Dt 30,11-14) como si fuera el recorrido por Cristo, elevado hasta la cumbre, abatido hasta el fondo del abismo, hallado por el Padre en el seno de la muerte. En cuanto al Libro de Jonás, le debemos la edición en colores de un esquema análogo, pero más especialmente semejante al del salmo 139.

¿A donde iré lejos de tu aliento? (v. 7).

Así hubiera podido hablar este profeta. Huye más allá de los mares, luego desciende a lo más profundo, hasta las tinieblas del vientre desde donde implora. Devuelto a la vida, ya es capaz de hablar de Dios. Pero todavía sin comprenderle, pues Jonás desea la muerte a los hombres de Nínive. También él hallará su «punto de creación». Jonás ha atravesado el espacio y el abismo, pero Dios se hace sentir a través de un gusano y de las hojas de un árbol, que secan repentinamente cuando el gusano roe sus raíces y Jonás se ve privado de sombra. Dios le dice entonces: «Estás triste porque esas hojas ya no verdean. ¿No habría yo de entristecerme al ver morir a los niños de Nínive, a todos los que no saben distinguir su mano izquierda de su derecha? Yo soy el creador de esos niños, mientras que tú, Jonás, no has hecho brotar esas hojas». Ahí tenemos una nueva meditación de la creación que remata en lo más frágil que hay en el ser vivo.

La visión de Dios, por lo que tiene de presencia, es también una suerte de tacto. Dios actúa sobre eso que aún no ha nacido. Lanza su palabra y su camino. Su camino; no a golpes contra las paredes mortíferas del mundo, sino centrado de nuevo a partir del «punto de creación»:

Mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino recto (v. 24).

También lanza su palabra, y es el salmista el que lo dice:

No ha llegado la palabra a mi lengua
y ya, Señor, te la sabes toda (v. 4).

De buena gana recojo el comentario del midrash, que interpreta así las palabras del salmista: «Ningún salmo, ningún canto, ninguna meditación que yo deba componerte son ahora desconocidos». Así, pues, en el acto de decir un salmo se revela al salmista el origen de su palabra en la divina palabra creadora, o también el ámbito de la divina palabra creadora que sería su propia palabra de salmista.

Para el comentario judío está claro que el salmista hablaba de sí mismo, puesto que dice «yo». También está claro, puesto que a sus ojos representa a Adán, que el salmista habla en nombre de todos los hombres. Por otra parte, el midrash ha señalado que, con ese retorno a la noche, el salmista unía en su mirada la muerte v el nacimiento. De ahí que el comentario judío vuelva una y otra vez sobre el tema de la resurrección. Para terminar, se pregunta acerca del versículo siguiente:

Tus ojos veían mi embrión,
mis días estaban modelados,
escritos todos en tu libro, sin faltar uno (v. 16).

Este es su comentario: «Esto quiere decir que el día en que Dios modeló a Adán, escribió en su libro el nombre de todos aquellos a los que quería dar el ser, desde los tiempos de Adán hasta los tiempos de la resurrección de los muertos. También leyó Dios a Adán los nombres de cada generación y de sus predicadores, de cada generación y de sus dirigentes, de cada generación y de sus sabios, de cada generación y de sus profetas, de cada generación y de sus escribas y de sus hombres de talento hasta los tiempos de la resurrección de los muertos».

Los cristianos deben sentirse cerca de este antiguo comentarista judío cuando encuentran en su «misal romano», como segunda antífona propuesta para el día de Pascua:

He resucitado y estoy contigo.

traducción ligeramente refundida del surrexi et adhuc tecum sum, que pretendía sugerir la idea de resurrección en el Salterio de la Vulgata. Pero también se puede traducir, palabra por palabra, pensando en los días del hombre:

Si los desmenuzo, aún me quedas tú.

¿Quién podría limitar la gracia de este versículo a una sola evocación? Nacimiento que nos arranca de la muerte cada mañana. Salir de las tinieblas de la plegaria con una respuesta de Dios. Pero a la vez fórmula perfecta de exultación nupcial que nos hace enlazar (otro símbolo de resurrección) con el himno del sol según el salmo 19:

El sale como un esposo de su alcoba,
contento como un héroe, a recorrer su camino (Sal 19,ó).

Del mismo modo que el curso del sol nos conduce hasta los ámbitos más secretos, también nuestra fe en la resurrección, que quizá habrá sufrido por verse demasiado expuesta al sol, encuentra provechoso seguir los caminos del salmista, más sombríos.

PAUL BEAUCHANO
LOS SALMOS NOCHE Y DÍA
Ediciones CRISTIANDAD
MADRID-1981. Págs: 179-185


4. DIOS ME CONOCE

Para muchas personas familiarizadas con la oración de los salmos, éste es el salmo preferido, porque les suscita un hondo sentimiento de la presencia de Dios. La interpretación que aquí proponemos tal vez hiera esta actitud espiritual, porque nos parece claro, interpretando el salmo en su sentido más literal, que esta presencia de Dios en la vida del salmista, este sentirse conocido de Dios, no se evoca y describe como una gozosa experiencia espiritual, sino como una intromisión divina tremendamente incómoda. La prueba es que cuenta también el salmista sus esfuerzos reiterados (e inútiles) por escapar de Dios. Hasta que se rinde.

¿Qué le pasaba al salmista, que, como a Adán y Eva después de su desobediencia, no podía soportar la mirada de Dios? Es evidente que, si se esconde de Dios, algo hay en su vida que no anda bien. Pero como el autor no nos lo cuenta, cada uno de nosotros puede aplicar el salmo a sus propios problemas de conciencia, cualesquiera que sean. A todos se aplica la urgente necesidad de ser sincero con Dios y consigo mismo.

Sentido histórico

Salmo didáctico sobre la omnisciencia de Dios. En otros salmos, el autor descubre y adora a Dios contemplándolo en la creación exterior: el cielo estrellado, una tempestad, la vida que hormiguea sobre la faz de la tierra, etc. Este salmista contempla a Dios no mirando hacia afuera, sino dentro de sí mismo, en el sacrarium o lugar recóndito que todo hombre lleva en su conciencia, donde Dios le habla (Gaudium et spes, 16). Entra dentro de sí mismo y se encuentra con Dios, se siente conocido por él, y esto le da confianza y fuerza para hacer frente a la hostilidad y el desprecio de que le hacen objeto unos descreídos.

Empieza constatando el hecho de que toda su vida está presente a Dios. De acuerdo con las leyes de la poesía hebrea, la totalidad se expresa por medio de los contrarios: orar «día y noche» es como decir «orar sin cesar». Aquí, «cuando me siento o me levanto» (v.2a) equivale a «haga lo que haga»; lo mismo, «mi camino y mi descanso» (v.3a). En el lenguaje bíblico, la vida es un itinerario, que hay que recorrer según la voluntad de Dios; por eso, a «distingues mi camino y mi descanso», añade: «todas mis sendas te son familiares» (v.3b). Pero hay más: Dios no sólo conoce mis obras cuando las hago, sino que las «ve» cuando las planeo: «de lejos penetras mis pensamientos» (v.2b). Lo mismo ocurre con las palabras. Sabemos lo que piensan los demás cuando nos lo dicen. Para la mentalidad primitiva, hasta Dios, si no se le dice lo que queremos, y en voz alta, no se entera. Cuando Ana, la futura madre de Samuel, pedía a Dios en el santuario de Silo angustiadamente que le concediera un hijo, era tan humilde y discreta que «se movían sus labios, pero no se oía su voz» (1 Sam 1,13); por eso el sacerdote Elí la tomó por ebria. Como los niños, que si no leen en voz alta no se entienden ellos mismos. También san Agustín cuenta, en sus Confesiones, que cuando iba a la casa de san Ambrosio, que le catequizaba, lo encontraba a veces estudiando; y era Ambrosio tan sabio e intelectual que, como Ana, no necesitaba pronunciar las palabras, sólo movía los labios. Pues bien: cuando al salmista no le ha salido aún la palabra de la lengua, el Señor ya se la sabe (v.4).

El salmista se siente «estrechado detrás y delante» por Dios, que le cubre con la palma de su mano (v.5). Pero no es que se imagine que Dios le impone la mano cariñosamente, como cuando Jesús acariciaba a los niños, sino que siente muy pesada e incómoda la mano divina, como cuando Ezequiel sentía que la mano de Dios pesaba sobre él. La imagen es como la de alguien que tiene atrapada con la mano una mosca o una lagartija, que se revuelven tratando inútilmente de escapar. Tener conciencia de que nada de lo que haga, diga o piense escapa a la mirada de Dios, no tiene para él nada de agradable. Pero por muy incómodo que le resulte, la verdad es que es como para maravillarse de la ciencia de Dios: «Tanto saber me sobrepasa; es sublime y no lo abarco» (v.6). Atención, que por ese camino de la admiración es por donde el salmista dará el vuelco.

A continuación describe los esfuerzos que ha hecho para huir de la mirada de Dios (vv.7-12). En el lenguaje poético del salmo, se describe como desplazamientos en el espacio lo que en realidad son sólo movimientos del corazón. Se pregunta a dónde podría ir que quedara lejos del aliento (o espíritu) de Dios, de su mirada (v. 7). Lo ha intentado en todas las direcciones posibles, pero por muy arriba que haya subido, hasta lo alto del cielo, o muy abajo que haya descendido, hasta el abismo, «allí estás tú... allí te encuentro» (v.8). Ha ido «hasta el margen de la aurora», o sea más al este de donde sale el sol, y ha emigrado «hasta el confín del mar», es decir, en la dirección opuesta, hacia el oeste (v.9), como Jonás cuando, huyendo de Dios y de su orden de ir a Nínive, se embarcó en una nave de Tarsis (Cádiz), en el extremo occidental del mundo entonces conocido. Pero por lejos que vaya en una dirección o en la opuesta, «allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha» (v. 10). Antes, Dios lo tenía atrapado con una mano; ¡ahora es con las dos! ¿Qué más puede intentar? Los niños, para que no les vean, se tapan la cara, o apagan la luz. Pero ni así: «ni la tiniebla es oscura para ti, la noche es tan clara como el día» (en el Exsultet de la vigilia pascual se canta: «Esta es la noche de la que dice el salmista: la noche es tan clara como el día»).

Tras contar sus inútiles intentos de evitar la mirada de Dios, ahonda de nuevo en el tema del conocimiento que Dios tiene de su vida. No sólo Dios sabe todo cuanto hace, dice o simplemente piensa, sino que ya lo sabía antes de que naciera. Para ello describe el proceso de su gestación (vv.13-16), como si Dios le hubiera dicho, al igual que a Jeremías: «Antes de haberte formado yo en el seno materno, te conocía, y antes de que nacieses, te tenía consagrado» (Jr 1,5). ¿Qué sabían los israelitas de aquellos lejanos siglos del proceso del origen de la vida y del desarrollo del embrión humano? Lo suficiente para inclinarse ante este misterio maravilloso y adorar al Creador, a quien de modo inmediato se atribuye todo lo que va sucediendo en el vientre de la madre que ha concebido: «Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno» (v.13); luego hablará de que lo ha ido «entretejiendo» (o «bordando») (v. 15), bella metáfora para describir el delicado primor con que van apareciendo, a partir de un primer coágulo (los antiguos entendían la concepción como una mezcla de sangre paterna y materna, y todavía nosotros hablamos de «ser de la misma sangre»), órganos y miembros minúsculos, hasta desplegarse en la compleja maravilla del cuerpo humano. Con una metáfora común a todas las culturas, el seno materno se compara a una tierra fecunda, tal como inversamente se suele hablar de la «madre-tierra». Pero apenas iniciada esta poética descripción (éste podría ser el salmo anti-aborto), el salmista estalla en un segundo y más ferviente grito de admiración, por el modo admirable como lo ha creado: «Te doy gracias porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras» (v.14), y porque ya entonces Dios sabía todo lo que un día él sería y haría: «conocías hasta el fondo de mi alma» (v. 14), «tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro, calculados estaban mis días, antes que llegase el primero» (v. 16).

Es en este punto, a partir de la contemplación del misterio de la vida y de la sabiduría providente de Dios, que el salmista profiere el tercero, supremo y definitivo de sus cantos de admiración (vv.17-18). No es que Dios simplemente esté enterado de antemano de lo que va a ser la vida de cada hombre, de cada uno de los millones de hombres que han existido o existirán, sino que lo dispone todo admirablemente: «¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué incomparable es su conjunto!» (v.17). Estos infinitos designios son los planes que Dios tiene para cada uno de los hombres que crea. ¿Quién será capaz, no ya de conocerlos, sino siquiera de contarlos? Como los descendientes prometidos a Abrahán, «son más que arena» (18a). Pero si, por un imposible, alguien fuera capaz de conocer tantos designios divinos, le quedaría todavía el mayor de los misterios, el misterio de Dios en sí mismo: «si los doy por terminados, aún me quedas tú» (v. 18b)

Ahora vienen los vv. 19-22, suprimidos del libro de la Liturgia de las Horas por su tono imprecatorio, pero que son precisamente los que dan la clave para entender la situación de vida del salmista, y por tanto el sentido principal del salmo. Si los suprimimos, no se ve por qué el salmista, que al comienzo protestaba de la intromisión de Dios en su vida, acaba pidiendo: «sondéame y conóceme». Estos versículos, ciertamente duros, no han de entenderse como imprecación o maldición, sino como conversión. Paralelamente a la expresión de incomodidad ante la mirada de Dios y a las vanas tentativas de escapar a ella, han brotado tres expresiones de admiración. La tercera desemboca ya en una adoración del misterio de Dios y se insinúa el acatamiento de sus designios o planes; en definitiva: de su Ley, camino de vida. Decide no huir más de Dios y sometérsele. Algo tendrá que cambiar en su vida. Esto es lo que expresan estos versículos, sólo que, en el estilo concreto de la mentalidad hebrea, en el que las ideas abstractas se ejemplifican y se personifican, su propósito de cambio de vida y de apartamiento del mal se expresa como rechazo «al malvado», «a los que hablan de ti pérfidamente», «los que te aborrecen», «los que se te rebelan» (que es precisamente lo que él estaba haciendo hasta aquel momento); a éstos, que Dios los mate, que se aparten de él, pues los aborrece y los odia con odio implacable. Esto mismo, pero expresado de modo positivo, se dice en la conclusión (vv.23-24): que yo no viva más según aquel modelo contrario a la voluntad de Dios, antes bien «sondéame y conoce mi corazón... mira si mi camino se desvía, guíame por el camino recto».

Contenido doctrinal

La palabra clave del salmo es el verbo yadah, que traducimos genéricamente por «conocer», pero que en la Biblia es mucho más que saber, tener noticia o estar informado; es una actitud que compromete a toda la persona. Si tiene por objeto a Dios, equivale a lo que nosotros llamaríamos «hacer experiencia de Dios» (p. ej., se dice que el pequeño Samuel «no conocía a Yahvé», cuando se había criado en el santuario de Silo; quiere decir que no tenía aún experiencia de la revelación profética (1 Sam 3,7). Y ante el culto superficial de los israelitas clama Oseas que Dios quiere «amor, no sacrificios; conocimiento de Dios, más que holocaustos» (Os 6,6); aquí amor y conocimiento aparecen en paralelismo sinónimo. Y cuando el sujeto es Dios, entraña la elección divina, como cuando conoce a Abrahán (Gn 18,19), dice que «entre todas las familias de la tierra, sólo os he conocido a vosotros» (Am 3,2), conoce a Jeremías antes de nacer(Jr 1,5) o predestinaalos que han de hacerse conformes a la imagen de su Hijo (Rm 8,29). El conocimiento que Dios tiene de las cosas no es causado por éstas, sino que es la causa de que existan.

El verbo conocer aparece en este salmo marcando una inclusión: al principio en indicativo, "tú me sondeas y me conoces (v. l ); al final, en imperativo de súplica, «sondéame y conoce mi corazón» (v.23). Al principio el salmista constataba como grave incomodidad la intromisión de Dios en su vida (tal como Adán y Eva después del pecado no soportaban la mirada de Dios) y trató por todos los medios imaginables de escapar de ella, pero al final, pronto a rectificar lo que haya que cambiar, acaba pidiendo a Dios que entre de lleno en su vida y la dirija. Los vv. 19-22 han de entenderse no como deseo de odio o venganza contra los malvados, sino como rechazo al estilo de vida que llevan al margen de Dios y de su Ley, como propósito de conversión. Estos versículos, que rechazamos porque nos parecen imprecatorios, dicen en realidad lo mismo que los versículos finales, aunque con otro lenguaje. Primero (vv. 19-22) dice que ya no quiere vivir más según el modelo de los que rechazan a Dios y a su Ley; luego pide a Dios que le ayude a cumplir este propósito: sondéame, mira si me desvío y rectifica mi camino.

Aplicaciones prácticas y perspectivas

Meditamos la Palabra de Dios para conocerle más a él y para conocernos más a nosotros mismos, sacando luego las consecuencias pertinentes.

La liturgia aplica tradicionalmente este salmo al día de Pascua (el antiguo introito combina los vv. 18 y 5-6: Resurrexi et adhuc tecum sum... posuisti super me manum tuam... mirabilis facta est scientia tua) y a las fiestas de apóstoles (por los vv. 1-2 y 17, según la antigua versión latina: Mihi autem nimis honorificati sunt amici tui, Deus). Los apóstoles son los amigos del Señor, y nosotros los honramos en gran manera.

El pensamiento de que Dios nos conoce nos proporcionará, en medio de tantas dudas y altibajos circunstanciales o temperamentales, la única firme seguridad. Dios nos conoce mejor que lo que nosotros mismos nos conocemos. Sólo él sacia el afán que tenemos de ser comprendidos y sana el dolor de las incomprensiones. Mi "yo" más auténtico es el conocimiento que él tiene de mi y de mi futuro, pues además de un plan universal de salvación tiene un plan particular para cada uno de nosotros: es nuestra vocación. Descubrir este plan y aceptarlo generosamente: he aquí el secreto de nuestra verdadera realización.

Puntos de revisión

¿Hay algún sector de mi vida que trato de esconder a Dios, o que trato de esconderme a mí mismo? ¿Doy más importancia a mis propios planes que a los de Dios? ¿Respeto el plan de Dios sobre mis hermanos en cuanto puedo conocerlo, y soy prudente en cuanto no lo conozco? ¿Podría decir, como Newmann "No moriré, porque no he pecado contra la luz"?

Oración

«La Palabra de Dios escruta los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay para ella criatura invisible: todo está desnudo y patente a los ojos de Aquél a quien hemos de darcuenta» (Heb 4,1 2-13). El Señor no sólo conoce lo que hago, sino también por qué lo hago. Ve claramente incluso aquellas motivaciones oscuras de las que yo mismo no tengo clara conciencia. Me sondea y me conoce tan a fondo que, si tengo la humildad de preguntárselo, me podrá decir quién soy yo. Me explicitará lo que yo no me atrevo a confesarle ni a confesarme. Conoce perfectamente mis obras cuando no son más que proyectos; mis palabras cuando no pasan de pensamientos; mis deseos cuando son aún tendencias vagas y ambiguas, capaces de concretarse en tal o cual sentido. Muchas veces he pensado que volviéndome de espaldas a él ya no me vería. He tratado inútilmente de huir de su mirada. Pero por lejos que vaya con mis divagaciones, o con mi activismo, los chispazos de la conciencia, voz de Dios, me persiguen. Me volveré, pues, a mi Señor y Creador y le diré: ¡Qué incomparables encuentro tus designios! Te doy gracias porque me has creado, y porque cuando me he apartado de ti, tú no me has abandonado. Quiero que sigas persiguiéndome con tu solicitud de Buen Pastor y que penetres en aquella intimidad secreta que en vano he tratado de ocultarte. Haz que me conozca tal como tú me conoces, y que el conocimiento eficaz que de mí tienes, que es tu plan de salvación y mi vocación, manifestado en las múltiples formas por las que tu Palabra me llega, sea en adelante la brújula de mi existencia. Si mi camino se desvía, rectifícalo. Guíame hacia la vida eterna.

HILARI RAGUER
DOSSIERS-CPL/82


5. ME CONOCES A FONDO

«Señor, tú me sondeas y me conoces: me conoces cuando me siento o me levanto; de lejos penetras mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso; todas mis sendas te son familiares; no ha llegado la palabra a mi lengua, y ya, Señor, te la sabes toda. Tanto saber me sobrepasa; es sublime, y no lo abarco».

Conoces mis pensamientos, mis palabras, mis idas y venidas, mis motivos y pasiones, mi lealtad y mis fallos, mi carácter, mi personalidad. Me conoces mejor que yo mismo. Me entiendes aun en lo que yo no me entiendo a mí mismo. Me descansa saber que al menos hay alguien que me entiende.

Sé que el conocimiento propio es el camino de la salud mental y de la perfección espiritual. He trabajado por conseguirlo sin éxito, y ahora caigo en la cuenta de que en ti es donde me encuentro a mí mismo, en tu rostro veo el reflejo del mío, en el conocimiento que tú tienes de mí es donde he de encontrar el propio conocimiento que afanosamente busco. Tratar contigo en la oración es la mejor manera de llegar a conocerme a mí mismo. Esta iluminación marca una nueva etapa en mi carrera espiritual.

Tú conoces hasta mi cuerpo, que, según empiezo a ver ahora, juega un papel mucho más importante en mi vida de lo que yo había creído hasta ahora, unido como está a mi alma en vinculo íntimo de influencia mutua en existencia fundida.

«Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Conoces hasta el fondo de mi alma, no desconoces mis huesos. Cuando en lo oculto me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían todos mis miembros, y se inscribían en tu libro; los formaste día a día, y ninguno se retrasó en su crecimiento. ¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío, qué inmenso su conjunto!»

Llévame a entender mi cuerpo día a día como lo entiendes tú. Hazme apreciar esta maravilla de tu creación y amar el don de la materia en mi cuerpo. Reconcíliame con lo que hay de físico y material en mí y haz que me sienta orgulloso de mi contacto con la tierra a través de la arcilla de mi cuerpo.

Hazme amar mis sentidos corporales, fiarme de su sabiduría, seguir sus instintos. Haz que me sienta uno con la naturaleza a través de su contacto, hasta llegar a establecer una fraternidad de ver, oír y gustar con todo el mundo material que tú has creado para que me haga compañía en mi camino hacia ti.

Y luego llévame a que me entienda a mí mismo como un todo, alma y cuerpo, sentidos y mente, sabiduría y locura, tal como soy en la unicidad de mi carácter y en la santidad de mi naturaleza, que lleva tu sello. Dame, Señor, la gracia suprema del conocimiento propio frente a ti en el contexto de tu creación entera. En esa gracia están todas las gracias.

Me conoces a fondo, Señor. Enséñame a conocerme a mí mismo.

CARLOS G. VALLÉS
BUSCO TU ROSTRO
ORAR LOS SALMOS
Paulinas Sal Terrae, pág. 255s.
Santander-1989.


6. Benedicto XVI: «Dios lo ve todo»
Meditación en el Salmo 138

CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 14 diciembre 2005 (ZENIT.org).- Publicamos la intervención de Benedicto XVI durante la audiencia general de este miércoles dedicada a comentar el Salmo 138, «Dios está en todas partes y lo ve todo».


 

Señor, tú me sondeas y me conoces;
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso,
todas mis sendas te son familiares.

No ha llegado la palabra a mi lengua,
y ya, Señor, te la sabes toda.
Me estrechas detrás y delante,
me cubres con tu palma.
Tanto saber me sobrepasa,
es sublime, y no lo abarco.

¿Adónde iré lejos de tu aliento,
adónde escaparé de tu mirada?
Si escalo el cielo, allí estás tú;
si me acuesto en el abismo, allí te encuentro;

si vuelo hasta el margen de la aurora,
si emigro hasta el confín del mar,
allí me alcanzará tu izquierda,
me agarrará tu derecha.

Si digo: «que al menos la tiniebla me encubra,
que la luz se haga noche en torno a mí»,
ni la tiniebla es oscura para ti,
la noche es clara como el día.



1. En dos distintos momentos, la Liturgia de las Vísperas --cuyos salmos y cánticos estamos meditando-- nos propone la lectura de un himno sapiencial de límpida belleza y de intenso impacto emotivo, el Salmo 138. Ante nosotros tenemos hoy la primera parte de la composición (Cf. versículos 1-12), es decir, las dos primeras estrofas que exaltan respectivamente la omnisciencia de Dios (Cf. versículos 1-6) y su omnipresencia en el espacio y en el tiempo (Cf. versículos 7-12).

El vigor de las imágenes y de las expresiones tiene como objetivo la celebración del Creador: «¡Si las obras creadas son tan grandes --afirma Teodoreto de Ciro, escritor cristiano del siglo V-- qué grande tiene que ser su Creador!» («Discursos sobre la Providencia» --«Discorsi sulla Provvidenza»--, 4: «Collana di Testi Patristici», LXXV, Roma 1988, p. 115). La meditación del salmista busca sobre todo penetrar en el misterio del Dios trascendente, que al mismo tiempo está cerca de nosotros.

2. La esencia del mensaje que nos presenta es clara: Dios sabe todo y está presente junto a su criatura, que no se puede sustraer de Él. Su presencia no es amenazadora ni quiere controlar; aunque ciertamente su mirada también es severa con el mal, ante el cual no es indiferente.

Sin embargo, su elemento fundamental es el de una presencia salvífica, capaz de abarcar a todo el ser y a toda la historia. En pocas palabras, es el escenario espiritual al que alude san Pablo al hablar en el Aerópago de Atenas, cuando cita a un poeta griego: «en Él vivimos, nos movemos y existimos» (Hechos 17, 28).

3. El primera pasaje (Cf. Salmo 138, 1-6), como decía, es la celebración de la omnisciencia divina: se repiten, de hecho, los verbos del conocimiento como «sondear», «conocer», «penetrar», «distinguir», «saber». Como es sabido, el conocimiento bíblico va más allá del mero aprender y comprender intelectivo; es una especie de comunión entre el que conoce y el conocido: el Señor está, por tanto, en intimidad con nosotros, durante nuestro pensar y actuar.

A la omnipresencia divina se dedica el segundo pasaje de nuestro Salmo (Cf. versículos 7-12). En él, se describe de manera palpitante la ilusoria voluntad del hombre de sustraerse a esa presencia. Todo el espacio queda abarcado: ante todo, el eje vertical «cielo-abismo» (Cf. versículo 8), y después la dimensión horizontal, la que va desde la aurora, es decir, de oriente, hasta llegar al «confín del mar» Mediterráneo, es decir, occidente (Cf. versículo 9). Cada uno de los ámbitos del espacio, incluso el más secreto, contiene una presencia activa de Dios.

El salmista introduce también la otra realidad en la que estamos sumergidos, el tiempo, simbólicamente representado por la noche y la luz, la tiniebla y el día (Cf. versículos 11-12). Incluso la oscuridad, en la que es difícil avanzar y ver, está penetrada por la mirada y por la manifestación del Señor del ser y del tiempo. Siempre está dispuesto a tomarnos de la mano para guiarnos en nuestro camino terreno (Cf. versículo 10). Por tanto, no es una cercanía de juicio que causa terror, sino de apoyo y liberación.

De este modo, podemos comprender cuál es el contenido último, esencial, de este salmo: es un canto de confianza: Dios está siempre con nosotros. Incluso en las noches oscuras de nuestra vida, no nos abandona. Incluso en los momentos difíciles, está presente. E incluso en la última noche, en la última soledad en la que nadie puede acompañarnos, en la noche de la muerte, el Señor no nos abandona. Nos acompaña también en esta última soledad de la noche de la muerte. Y por este motivo, los cristianos podemos tener confianza: nunca estamos solos. La bondad de Dios siempre está con nosotros.

4. Hemos comenzado con una cita del escritor cristiano Teodoreto de Ciro. Concluimos ahora encomendándonos a él y a su «Cuarto Discurso sobre la Providencia» divina, pues en definitiva éste es el tema del Salmo. Reflexiona en el versículo 6, en el que el orante exclama: «Tanto saber me sobrepasa, es sublime, y no lo abarco». Teodoreto comenta este pasaje profundizando en la interioridad de la conciencia y de la experiencia personal y afirma: «Recogido en mí mismo y entrando en mi propia intimidad, alejándome de los rumores externos, quise sumergirme en la contemplación de mi naturaleza … Reflexionando en esto y pensando en la armonía entre la naturaleza mortal y la inmortal, quedé sobrecogido por tanto prodigio y, al no lograr contemplar este misterio, reconozco mi fracaso; es más, mientras proclamo la victoria de la sabiduría del Creador y le canto himnos de alabanza, grito: «Tanto saber me sobrepasa, es sublime, y no lo abarco» («Collana di Testi Patristici», LXXV, Roma 1988, pp. 116.117).

[Traducción del original italiano realizada por Zenit. Al final de la audiencia, el Santo Padre saludó a los peregrinos en varios idiomas. Estas fueron sus palabras en castellano:]

Queridos hermanos y hermanas:
El Salmo proclamado hoy es una meditación profunda sobre la trascendencia de Dios, y también de su cercanía y preocupación por todos nosotros. Él lo sabe todo, nada se le oculta: cada instante, hasta en lo más íntimo de la vida humana y de la historia, le resulta diáfano. Pero su forma de conocer no es lejana o indiferente, sino que comporta una especie de comunión e interés por cada ser humano. Por eso nada puede esconderse a sus ojos ni oponerse a su presencia salvífica, por más que a veces el hombre trate de ocultarse o se crea ignorado de Dios. Por el contrario, su mano está siempre dispuesta a tomar la nuestra para guiarnos en nuestro itinerario terreno.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española que han participado en esta audiencia. En este tiempo de Adviento, os invito a todos a prepararos con recogimiento interior para la celebración gozosa de la Navidad.

Muchas gracias por vuestra visita.


7.  28-XII-2005

El Papa afirma que «Dios ve ya en el embrión todo el futuro de cada ser humano»
ROMA. Con un lenguaje de inmensa ternura, Benedicto XVI afirmó ayer que «Dios ve ya en el embrión informe todo el futuro de cada ser humano», pues «la mirada amorosa y benévola de Dios se fija ya en esa pequeña realidad ovalada».

A pesar del frío, la audiencia general se celebró en la Plaza de San Pedro debido al gran número de peregrinos, y el Papa se protegió de las fuertes rachas de viento gélido con un abrigo, una muceta y el vistoso «camauro» de terciopelo rojo y armiño estrenado la semana pasada.

En su comentario al salmo 138, el Papa afirmó que «el ser humano es la obra maestra de la creación, y Dios le presta una particular atención ya desde sus primeros momentos». Según el Santo Padre, el salmista «describe la acción divina dentro del seno materno recurriendo a las clásicas imágenes bíblicas», al tiempo que compara la tarea generatriz de la madre con la fertilidad de la tierra, con el trabajo del escultor, del alfarero o del tejedor, «que evoca la delicadeza de la piel, de la carne y de los nervios «entretejidos» en el esqueleto óseo».

Pero, sobre todo, el Papa considera «extraordinariamente poderosa» la idea de que «Dios ve ya en ese embrión informe todo el futuro de esa criatura: en el libro de la vida están ya escritos todos los días que vivirá y colmará de obras durante su existencia terrena. De cada uno conoce todo: su pasado y su futuro, sin descuidar nada ni a nadie».

«Canto bíblico al ser humano»

En un comentario espontáneo, al margen del texto del discurso, el Papa añadió que el interés divino «manifiesta la grandeza de esta pequeña criatura no nacida, formada por las manos de Dios y rodeada de su amor. Es un canto bíblico al ser humano, desde el primer momento de su vida».

El Santo Padre evitó mencionar siquiera la palabra «aborto» o cualquier otra agresión al pequeño ser maravilloso del que hablaba. Igual que en su homilía de la misa del Gallo -cuando dijo que el amor de Dios «brilla sobre cada niño, incluso sobre los que todavía no han nacido»-, Benedicto XVI abordó el problema por elevación, subrayando la gran dignidad del ser humano y el inmenso amor con que Dios presta atención a cada uno.