24 HOMILÍAS MÁS PARA LA FIESTA DE SAN JOSÉ
sobre el evangelio de Mateo
1-9

 

1. JOSE/OBEDIENCIA:

"Antes de vivir juntos... ella esperaba un hijo". Ningún evangelista como Mateo ha subrayado la dimensión humana del misterio de la encarnación. Solemos escuchar el evangelio como lo mismo de siempre. Y solemos escuchar el modo de intervención de Dios como si se tratase de magia. Pero a José, como a María, como a nosotros, la gracia de Dios no nos dispensa de responsabilidad y, muchas veces, de aires de tragedia. Todos podemos entender perfectamente la situación que describe el evangelista. José desposado con María y, antes de hacer vida común, resulta que ella está embarazada, y no de José. Pongámonos en el caso de José. ¿Qué hacer? La gracia de Dios no evita la duda y la amargura. Pero José, que era un hombre cabal, está decidido a no perjudicar a la mujer que quiere. Frente a la evidencia del embarazo, la evidencia de su amor y estima por aquella mujer, para él la mejor de todas.

-"El ángel del Señor anunció a José". Los cristianos hemos hecho una devoción deliciosa de la anunciación a María; pero hemos olvidado injustamente la anunciación a José. Porque también el Señor envió su ángel a José para ponerlo en antecedentes de lo que pasaba. Dios informa a José, antes de pedirle su consentimiento para que la obediencia de José fuera responsable, corresponsable. Por eso José entra de lleno en la encarnación y en la redención, o sea, en la historia de nuestra salvación.

La duda de José, su tragedia humana, no era tanto la de considerarse un esposo engañado por su esposa, cuanto la de saberse o creerse al margen de los planes de Dios. Si Dios había decidido hacerse hombre, sin contar con José, él, que era cabal, no podía aceptar el honor inmerecido de pasar por ser el padre de Jesús. José no quería vestirse con plumas ajenas, debía permanecer en su sitio, en segundo plano, donde Dios le quería.

-Y Dios confió su propio Hijo a José.

Pero Dios le quería para mucho más y para ello necesitaba la aceptación, la obediencia de José. Los evangelios dejan bien clara la concepción virginal, excepcional, de Jesús. El Hijo de Dios se hizo carne en el seno de María por obra del Espíritu Santo, que no por obra de varón. Pero Jesús sería hombre y ciudadano de un pueblo por obra de José. José le dio el nombre y el linaje, la condición social y la socialización. Por eso será llamado "hijo de David", porque de José recibió el linaje real.

Así eran las cosas en aquel tiempo, y así tenemos que entender el papel confiado por Dios a José. Lo de "padre nutricio" o "padre legal" no expresa adecuadamente toda la realidad de la auténtica paternidad de José para con Jesús.

-José, un hombre cabal, obediente a Dios.

La respuesta de José al enviado de Dios, como la de María, fue de obediencia, de aceptación responsable de la voluntad de Dios. Si María respondió diciendo: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra", José obedeció sin rechistar. Toda su vida, la que nos consta por el evangelio, es una vida de obediencia, de escucha de la voz de Dios. Hasta en sueños estaba pendiente de la palabra de Dios. Por voluntad de Dios, que él interpretó en la orden del emperador, se desplazó con su esposa a Belén. Por obediencia a Dios, y para evitar la persecución de Herodes, llevó a María y a Jesús hasta las tierras de Egipto. Por obediencia a Dios, muerto el perseguidor, regresó del exilio con Jesús y María. Por obediencia a Dios, para evitar los antojos del tirano Arquelao, regresó con su familia a Nazaret. Siempre obediente, siempre pendiente de la palabra de Dios, siempre en silencio, como cuando Jesús se quedó en el templo. Y en silencio se fue, sin que nos quede constancia en los evangelios del día y de la fecha. Pero este silencio de José resuena hoy por toda la tierra y se escucha en todo el mundo. En san José, la palabra de Dios, obedecida y realizada, resuena con su original pureza, sin el más leve añadido, en el silencio profundo de la más plena responsabilidad. Porque creyó contra toda esperanza, contra todo lo humanamente razonable, creyó y confió en Dios, como Abrahán.

-Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.

Dice san Pablo que Jesús se hizo obediente al Padre hasta la muerte y que por eso fue exaltado y recibió el nombre sobre todo nombre. Parafraseando al apóstol, también podemos decirlo de José. Por su obediencia radical, por su fidelidad a la palabra de Dios, san José es hoy un modelo cristiano. De él podemos aprender su reverencia por la palabra de Dios, su determinación en secundar la voluntad de Dios, su eficiencia y empeño en obedecer y cumplir los designios de Dios. Su responsabilidad supo discernir la voluntad de Dios en los acontecimientos e instituciones de su tiempo, en el sueño y en la vigilia, en la mediación de un ángel o de un emperador romano, en los naturales temores y en los mejores deseos de sacar adelante a los suyos.

Con entereza y justicia supo buscar primero la obediencia a Dios, la obediencia a la autoridad y a las leyes, el respeto a las costumbres y tradiciones, sin anteponer su interés a su responsabilidad.

EUCARISTÍA 1990, 14


2. SEMINARIO-DIA.

En un libro sobre S. José publicado en nuestro país se puede leer que José era ya viudo cuando se casó con María. Ciertamente eso es fruto de la invención del autor, porque nada encontramos en los evangelios que autorice tal afirmación. Pero corresponde a un modo frecuente de imaginarse la figura de José, como un hombre ya anciano que realiza un papel gris de venerable protector de María y de Jesús. En realidad los evangelios nos dicen concretamente muy poca cosa sobre el carpintero de Nazaret, pero nada nos permite convertirlo en este personaje de segunda fila.

El evangelio de hoy quiere destacar la grandeza de José -el último justo del A.T.- en esta actitud suya ante el misterio de Dios y ante la misión que le es encomendada. 

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Ante la figura de José que tuvo la misión de velar por el crecimiento de Jesús, la Iglesia nos invita a pensar en los que tienen como misión asegurar especialmente el mantenimiento, la unidad, el crecimiento de la comunidad cristiana. Ante la figura de José , la Iglesia nos invita a pensar en los sacerdotes y a reflexionar sobre la necesidad de que aumente su presencia en la Iglesia.

Es necesario que la comunidad cristiana quiera y se esfuerce y trabaje para que haya jóvenes que tengan ganas de emprender esta tarea: la tarea de ser un signo particular de la presencia de JC en medio de su pueblo, la tarea de ser vínculo y cohesión en la comunidad cristiana, la tarea de anunciarle la Palabra y administrarle los sacramentos. Pidamos. Y mi felicitación a todos los Pepes y Pepitas...

MISA DOMINICAL 1979


3.

Una fiesta de familia, un impulso para renovar nuestra vida.- Esta fiesta de san José que hoy celebramos es como una FIESTA DE FAMILIA. Siempre que en nuestra reunión recordamos a alguno de los hombres y mujeres que antes que nosotros han sido fieles a Dios y viven ahora ya la alegría del Padre, ocurre como si celebrásemos el cumpleaños de alguien de nuestra casa, de alguien conocido y querido. Porque todos nosotros, todos los que hemos creído en el Evangelio, formamos la misma familia y caminamos juntos hacia la misma vida.

Hoy nuestra fiesta familiar recuerda de modo especial a aquel hombre que, hace ya muchos siglos, vivió muy cerca de Jesús, lo ayudó a crecer, lo enseñó a hacerse hombre. Hoy -día en que, además, en muchas de nuestras familias hay ambiente de fiesta entrañable- recordamos gozosamente la imagen de aquel que estuvo profundamente unido a la fuente de nuestra vida cristiana.

De este modo, recordando la figura de san José en este tiempo cuaresmal en que nos encontramos, podemos hallar hoy UN NUEVO IMPULSO PARA AYUDARNOS EN EL CAMINO DE RENOVACIÓN cristiana que hemos emprendido.

-José, modelo de fidelidad.-Las lecturas que hemos escuchado nos pueden ayudar en esta renovación. Porque nos han hablado -si hemos prestado atención- de que José fue un hombre que quiso, ocurriese lo que ocurriese, SEGUIR FIELMENTE LO QUE DIOS LE PEDÍA. Un hombre que, a pesar de todos los reparos que pudiera tener -¿os habéis fijado en que fue necesario que Dios le mandara un ángel para quitarle el miedo?- al fin se lanzó a hacer lo que sabía que era la voluntad de Dios.

Y lo hizo porque fue capaz de anteponer a sus reparos y sus ansias de tranquilidad, UNA CERTEZA: la certeza de que no caminamos solos; la certeza de que con nosotros está, siempre, la mano amorosa del Padre que nos acompaña y da firmeza a nuestros pasos. La certeza que nos permite -como decía san Pablo en la segunda lectura- APOYARNOS EN LA ESPERANZA Y CREER contra toda esperanza.

-Nosotros, firme fidelidad y segura confianza.-Este camino -el camino de José, el camino de Abrahán, el camino de cuantos han sido verdaderos creyentes- debe ser nuestro camino. También nosotros debemos ser capaces de IR DESCUBRIENDO EN CADA MOMENTO CUAL ES LA VOLUNTAD DE DIOS, qué es lo que espera Dios de nosotros, y ser fieles. Aunque nos resulte difícil, aunque nos dé mucha pereza: este tiempo de Cuaresma, lo sabemos ya, es un tiempo en el que se hace muy viva la llamada del Padre a la conversión, y sinceramente debemos hacer todo el esfuerzo necesario para renovarnos y responder a ella.

Pero esta conversión, este seguir la voluntad de Dios, debemos llevarla a cabo con la misma confianza que José: sabiendo que NUESTRO PADRE NUNCA NOS DEJA de su mano, sabiendo que por muchas dificultades que encontremos él no falla nunca, sabiendo que tenemos abierto ante nosotros el camino de la vida. Sabiendo, en definitiva, que EL PROPIO DIOS HA VIVIDO ESTA NUESTRA VIDA, que el Hijo de Dios ha sido fiel hasta la muerte, y que su muerte ha sido una fuente de luminosa liberación para todos: sabiendo que este esfuerzo de conversión no lo hacemos porque sí, sino que lo hacemos con los ojos puestos en la promesa de victoria que la Pascua significa.

Recordando hoy, pues, la figura de san José, OREMOS a nuestro Padre. Oremos por NOSOTROS para que sepamos ser fieles al camino de renovación de nuestra vida. Oremos por TODA LA IGLESIA, por todos los cristianos, para que verdaderamente sepamos ser signo de fidelidad al amor de Dios y de gozosa confianza en la salvación que hemos recibido. Y oremos también, en esta fiesta de familia, para que, así como José ayudó a Jesús en su crecimiento, también dentro de la Iglesia haya suficientes CRISTIANOS DISPUESTOS A DEDICARSE a ayudar a que la comunidad crezca en la fidelidad y la confianza firme en el amor del Padre.

Que la Eucaristía que ahora celebraremos sea para todos gozosa comunión en nuestro camino hacia la Pascua.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1977, 6


6.

"La madre de Jesús estaba desposada con José, y antes de vivir juntos, resultó que ella esperaba un hijo por obra del Espíritu Santo". Esta es la situación en la que se encuentra José. En el marco de esta situación adquiere un sentido preciso lo que dice el Evangelista de San José: "Que era justo". Pues San José demostró que era justo precisamente porque supo ponerse en su lugar, porque no pretendió arrogarse una paternidad que no le pertenecía, aun siendo como era el esposo de María y, ante la Ley, padre del hijo de su esposa. San José demostró ser justo porque supo respetar el misterio de una vida que nacía en su esposa sin su cooperación. San José era justo y bueno porque no dudó de la fidelidad de su esposa y, en medio de la perplejidad, optó por retirarse en silencio. San José era justo delante de Dios porque posiblemente veía en todo ello la mano de Dios y no quiso poner sus manos en aquella que había sido elegida por el Señor. San José fue justo y respetuoso ante la vida, que siempre es un misterio, y ante el misterio insondable de la Vida que nació por la fuerza del Espíritu Santo.

Y si San José es justo, María es la bendita y la llena de gracia. M/ESPERANZA: Pues María es aquella en quien han ido a parar las esperanzas del pueblo elegido; María es aquella en quien cobra realidad y sentido pleno la esperanza de todos los hombres; María es todo el pueblo elegido. En las entrañas de ese pueblo y en lo más intimo de la humanidad -¡qué puede sernos más íntimo que la esperanza!-, por obra de Dios, no por el músculo y la fuerza del varón, nace la Vida. José, en este caso la autoridad, el poder humano, se retira ante el señorío de Dios y su poder, no interviene.

Porque José está en su lugar, frente al Misterio, José ve con temor y temblor lo que pasa en María. Porque José está en su lugar, José puede escuchar; al reconocer sus límites, los límites de su poder y de su competencia, se sitúa José delante del Señor en actitud de escucha, abierto siempre a la sorprendente palabra de Dios. José es un hombre que puede ser sorprendido en cualquier momento por el que es Más. Y Dios llama a José. José es invitado a tomar un papel que nunca se hubiera atrevido a usurpar por su cuenta. José le pondrá un nombre al hijo de María, "le llamará Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados". No es un nombre caprichoso. Tampoco en esto José se excede, porque tampoco es él quien le ha dado la vida y la Vida trae su nombre. Un nombre conocido sólo por el Padre, pues "nadie conoce al Hijo más que el Padre y aquél a quien el Padre quiere revelarlo".

Lo primero que podemos aprender de la actitud de José, "el varón justo", es a situarnos en nuestro lugar, a reconocer nuestros propios límites y a dejarnos así sorprender por el Misterio. Por desgracia, el hombre hoy apenas si se sorprende por nada, como si todo cuanto nace y crece en la tierra fuera por su virtud, como un producto de sus manos. El hombre, y en especial el hombre revestido de autoridad, corre hoy el riesgo de olvidar otra lección de José: Puede llegar a pensar que todo cuanto nace en el pueblo es en realidad valioso en la medida en que nace por obra y gracia del poder. José reconoció que algo maravilloso sucedía en María sin su cooperación. Ocurre con frecuencia en nuestra sociedad, y también en la Iglesia, que el Espíritu fecunda las entrañas del pueblo y, entonces, o se trata de someter el espíritu o se legaliza el espíritu, dándole un nombre que no es precisamente el nombre que trae consigo, el nombre que Dios revela a los que saben respetar la vida. Esto es una domesticación por parte de la autoridad, una integración en el sistema ordenado y gobernado desde la cúspide. Podríamos citar muchos casos de legalización, de integración, de absorción, de atentado, en fin, contra el espíritu y la vida que nacen al margen o por debajo de la autoridad. Convendría recordar a este respecto aquellas palabras de Pablo: "No apaguéis el espíritu".

Si la autoridad se pone en su lugar, si el varón se retira en silencio ante el misterio de la vida que surge en el pueblo impulsada por la fuerza del Espíritu, la autoridad y el poder pueden escuchar también la llamada de Dios a poner un nombre a la vida, a proclamar lo que acontece sin adulterarlo, sin hacerlo suyo, sino ayudando a que siga su curso y cumpla su vocación.

EUCARISTÍA 1973, 21


7.

Frase evangélica: «José, su esposo, era justo»

Tema de predicación: EL JUSTO

1. En el mundo romano, «justo» era quien se comportaba correctamente, bien porque observaba razonablemente las leyes, bien porque profesaba una verdadera virtud. Del adjetivo «justo» provienen el sustantivo «justicia» y el verbo «justificar». Según la Escritura, uno no es justo en sí mismo, sino en relación a Dios, «juez» único de vida y de muerte. Pero la justicia de Dios es salvífica: cumple las promesas de salvación. Por eso Dios justifica. La justicia del creyente consiste en vivir en alianza con Dios, conforme a su voluntad.

2. La «justicia» de José, ciudadano de Nazaret, se refleja en el ejemplo de su conducta y la piedad de sus sentimientos. Según el relato de la infancia de Jesús que nos ofrece Mateo, hay dos rasgos que caracterizan a José: los «sueños», signo de una comunicación mística con Dios por medio de su embajador (el ángel), y las «dudas» propias de una persona que, a pesar de sus miedos, acepta en última instancia ser responsable. José meditó pausada y religiosamente su decisión antes de aceptar en su propia casa a Dios.

3. San José es un patrón y un modelo: fue un trabajador (carpintero o artesano) al que se consideró como padre de Jesús, al cual dio nombre y cobijo, y estuvo toda su vida centrado en torno al «misterio» de Dios. Entra en escena discretamente y desaparece del mismo modo. Apenas habla; en un determinado momento, reprende; no comprende lo que Dios quiere..., pero actúa con justicia. Es un «justo».

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Qué imagen hemos heredado de san José?

¿Qué significa para nosotros considerarlo «justo»?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 313 s.


8.

Los evangelios no dicen apenas nada de José: Lo que sería inexcusable, si los evangelistas hubieran pretendido escribir la biografía de Jesús de Nazaret. Pero sabemos que ésta no fue su intención. En efecto, los evangelistas sólo quisieron fijar por escrito la predicación y el testimonio de los apóstoles, de aquellos que estuvieron con Jesús a partir de su bautismo en el Jordán y confesaron después que este mismo Jesús, muerto en la cruz bajo Poncio Pilato, es el Señor que vive para siempre y el Hijo de Dios. Por esta razón no hablan apenas de José, como tampoco hablan mucho de la Virgen María y, en general, de la infancia de Jesús en Nazaret.

JOSE/JUSTO: Pero dicen lo suficiente: pues dicen, aunque sea de pasada, que José fue un "hombre bueno". Lo cual hay que entenderlo según Dios, no según la manera de pensar de la gente. Porque "bueno" significa en los evangelios lo mismo que "justo", es decir, cumplidor de la voluntad de Dios y respetuoso con la persona del prójimo. Para ser "bueno", para ser justo, el hombre ha de ponerse en su lugar; sin justificarse a sí mismo delante de Dios, ni endiosarse por encima de los hombres. José, porque era justo, cumplió la palabra de Dios y miró con respeto a su esposa, sin entrometerse en su vida y sin desentenderse de ella. No quiso denunciar a María, ni juzgarla por su cuenta y riesgo, sino que decidió apartarse de ella con profundo respeto. Por eso volvió de nuevo cuando fue llamado y autorizado por Dios para tomar parte en el plan, y cumplió su papel como padre adoptivo. Dio nombre al hijo de María y lo llamó "Jesús", que quiere decir "Dios salva".

Un nombre que él no se había inventado, sino el nombre que tenía que llevar el niño por voluntad del Padre y que expresaba lo que el niño era. De ahí que José, cuantas veces llamaba a Jesús, en cierto modo confesaba su fe.

Dejemos que José ocupe el lugar que le corresponde: Que no es el lugar donde lo ha puesto la fantasía popular o las conveniencias -el primero de Mayo-, sino el lugar donde lo pusieron los evangelistas: no en el centro, pues el único centro es Jesús; pero tampoco fuera de los evangelios y al margen de nuestra fe.

Si Jesús es la palabra de Dios, José es el silencio del hombre. Si Jesús es la revelación del Padre, José es la fe y la obediencia. Si Jesús es la promesa y el cumplimiento, José es la esperanza. Porque José está en la base, haciendo posible con su silencio, con su fe y con su obediencia, con su esperanza y su paciencia, y con su trabajo, que surja la Palabra en el mundo y venga el reino de Dios. José, hijo del pueblo y en medio del pueblo, pertenece así a la historia de la salvación como todo el pueblo de Dios. José, uno de nosotros, pero justo y bueno más que todos nosotros.

Pongámonos hoy en su lugar: Más que imitar a José como esposo o como padre, pues lo fue de una manera muy especial y única, o como obrero, que no lo fue en absoluto en el sentido moderno, lo que debemos hacer es ponernos en su lugar; esto es, en el lugar de la obediencia a la palabra de Dios, de la responsabilidad, de la fe, de la esperanza y del trabajo. En medio del pueblo: con María, su esposa -la que todo lo guardaba en su corazón-, y delante de Jesús. Solo así estaremos donde tenemos que estar. Solo así haremos lo que tenemos que hacer. Solo así contribuiremos como fieles a la historia de salvación que opera Dios en el mundo con su gracia y su evangelio.

EUCARISTÍA 1977, 14


9. SANTOS/QUE-SON

-Los santos. Los santos son, sobre todo, el fruto de la gracia de Dios, por eso son testimonios, signos de Dios. En ellos nos es dado ver al que no vemos, pero en el que creemos. Pero los santos son también la respuesta de la libertad humana a la gracia de Dios, por eso nos sirven, nos pueden servir de modelos y de estímulo en la vida. En el caleidoscopio de sus variadísimos estilos de vida y modos de obrar, podemos encontrar cuál y cómo debe ser nuestra respuesta a la llamada de Dios. Nuestra vocación cristiana puede encontrar uno o varios modelos en los incontables santos que la Iglesia nos propone como ejemplos concretos, como posibilidades reales.

-San José. Uno de esos modelos, reconocido y celebrado desde la antigüedad, es san José, padre de Jesús, esposo de María, verdadero testigo de la fe. Pues, aunque no nos consta que muriese violentamente por defender su fe, sí sabemos que vivió toda su vida sacrificada al cumplimiento de la voluntad de Dios. Por obediencia a Dios aceptó responsablemente en su vida un papel, que ni deseaba, ni creía merecer. El evangelio nos habla de esta obediencia de José que, dispuesto a no interferirse en el caso de la maternidad divina de María, fue llamado por Dios para ser el esposo fiel y el solícito padre del niño. Esa misma obediencia, incondicional, dirigirá todos sus pasos. Al menos, siempre que el evangelio habla de José, pone de relieve el acatamiento puntual a la voluntad de Dios, tanto al acudir a Belén, como al llevarse al hijo y a la madre a Egipto, o al retornar a Nazaret.

-La santidad. Y en eso, precisamente, consiste la santidad, en obedecer a Dios antes que a los hombres, por encima de todas las cosas. Ese es el principal mandamiento, que José sabía de memoria. Y así lo entiende san Pablo, que resume toda la vida de Jesús en estas palabras: se hizo obediente hasta Ia muerte, y muerte de cruz. Por eso Dios exaltó a Jesús y lo sentó a su diestra. Y, parafraseando a san Pablo, podríamos afirmar también que por eso, por su exquisita obediencia, Dios eligió a José como esposo de María y para que, como padre, cuidase a su propio hijo. De modo que todo cuanto sabemos de José podría resumirse así: José confió en Dios, y Dios confió a José a su Hijo y a su Madre, los tesoros más preciosos sobre la tierra.

-La justicia. Esta santidad de José, es decir, este saberse en su lugar, en el lugar al que fue llamado por Dios, se refleja también en el único adjetivo que le atribuye el evangelio. En efecto, Mateo dice de José que era justo. Justo respecto de Dios, en su total y absoluta disposición por la fe. Justo también con su esposa y su hijo, a los que atendió con esmero y defendió contra peligros y contratiempos. Justo en el cumplimiento de sus deberes cívicos, acudiendo a empadronarse y pagando la contribución propia de su situación elemental. Justo, suponemos también, con sus clientes de trabajo y sus convecinos de Nazaret. Justo siempre, ni más ni menos, en su sitio, en el lugar que Dios le puso y él aceptó con toda su alma.

-La fe. El secreto de la santidad y justicia de José hay que verlo en su actitud de fe, en su fidelidad a la Palabra de Dios, que hasta en sueños le era dado percibir. Esa es la fe, que nos recuerda la segunda lectura, a propósito de la fe de Abrahán, el padre de los creyentes. Fe, es decir, amor y confianza en Dios aprendida de pequeño, y que iría creciendo posteriormente al experimentar la inmensa confianza que Dios le dispensaba al llamarle a ser el cabeza de la sagrada familia. Fe, es decir, amor y confianza, que se fueron multiplicando en la experiencia del amor a Jesús y del amor de Jesús. Nadie como José, y María, ha podido tener esa experiencia irrepetible del amor de Dios y del amor a Dios en Jesús, el Hijo de Dios, hijo puesto al cuidado de José.

-Nosotros. Decíamos, al empezar, que los santos son signos de Dios y, a la vez, modelos para nosotros. San José es, efectivamente, signo y camino para acercarnos a Jesús y a María. Y es también modelo para todos nosotros de fidelidad a la Palabra de Dios. No conocemos muchos detalles de su vida, que pudieran servirnos de ilustración. Pero sabemos lo más importante, y eso debe bastarnos. Sabemos que José no puso ninguna traba a la voluntad de Dios. Siempre estuvo bien dispuesto, siempre obediente, siempre a la escucha de la voz de Dios. Ni la humildad de su propia estima fue un obstáculo para aceptar la responsabilidad de su paternidad, ni las dificultades que fueron surgiendo le hicieron desistir jamás de su obediencia. Y ése, que fue su camino, su modo de ser santo, es también el nuestro. Fidelidad a la Palabra de Dios, que hemos escuchado. Obedecer a Dios antes que a los hombres. Amar a Dios sobre todas Ias cosas.

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-¿Cómo escuchamos el Evangelio? ¿Hacemos caso a la voz de Dios? ¿Somos fieles a la voz de la conciencia? ¿O nos dejamos llevar de los reclamos de la publicidad y de las exigencias del consumo?

-¿Sabemos estar en nuestro sitio? ¿En el trabajo, en la familia, junto a los que nos necesitan...? ¿O preferimos estar en todas partes menos donde hacemos falta?

-¿Somos justos? ¿Amamos la justicia? ¿Luchamos por ella? ¿Somos intransigentes con las injusticias... o preferimos no complicarnos?

-¿Aspiramos a la santidad? ¿Tiene algo que ver esa santidad con la justicia? ¿Queremos ser buenos? ¿Qué tiene que ver eso con hacer el bien?, ¿es lo mismo hacer el bien que hacer "buenas obras"?

-¿Somos anticlericales? ¿Qué hacemos por los sacerdotes, aparte de criticarlos o hacer chistes? ¿Nos parecen una profesión "inútil"?

EUCARISTÍA 1993, 14

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