La Concepción De La Sacratísima Virgen María


Sermón de Fray Luis de Granada (siglo XVI)

 

Dos casas tuvo Dios en este mundo señaladas entre todas las otras. La Una fue la humanidad de Jesucristo, en la cual mora la divinidad de Dios corporalmente, como dice el Apóstol (Col 2, 9) y la otra, las entrañas virginales de Nuestra Señora, en las cuales moró por espacio de nueve meses. Estas dos casas fueron figuradas en aquellos dos templos que hubo en el Viejo Testamento, uno de ellos que hizo Salomón (1R 7,1) y el otro que se edificó en tiempo de Zorobabel, después del cautiverio de Babilonia (Esd 6,17).

Estos dos templos concuerdan en una cosa y difieren en dos. Concuerdan en ser ambos templos de un mismo Dios, y difieren, lo primero, en la riqueza y primor de las labores, porque mucho más rico fue el primero que el segundo, y lo segundo, en la fiesta de la dedicación de ellos (1R 8,1). Porque en la dedicación del primero todos cantaban y otros lloraban: cantaban los que veían ya acabada aquella obra que tanto deseaban y lloraban los que se acordaban de la riqueza y hermosura del templo pasado, viendo cuán baja obra era ésta en comparación de aquélla.

Pues esto mismo nos acontece ahora en el día de la dedicación de estos dos templos místicos de que hablamos. Y por el día de la dedicación entendemos el día de la concepción; porque este día fueron estos dos templos dedicados y consagrados. Pues en el día de la concepción del Hijo, todos cantan, todos alaban a Dios, todos dicen que fue concebido del Espíritu Santo, y por eso su concepción fue santa y limpia de todo pecado, y donde no hay pecado, no hay materia de lágrimas, sino de alegría y de alabanza. Mas en la concepción de la madre, unos cantan, otros lloran; unos cantan y dicen: Toda eres hermosa, amiga mía y en ti no hay mancha (Ct 4, 7). Otros lloran y dicen: Todos pecaron en Adán (Rm 3, 23)[1] y tienen necesidad de la gracia de Dios. Mas todos concuerdan en que la sacratísima Virgen, antes que naciese, fue llena de todas las gracias y dones del Espíritu Santo, porque así convenía que fuese que ab eterno era escogida para ser madre del Salvador del mundo.

Cuán grande fuese esta gracia y estas virtudes, no hay lengua humana que lo pueda declarar. La razón es porque Dios hace todas las cosas conformes a los fines para que las escoge, y así las provee perfectísimamente de lo que para ellas es necesario. Escogió a Dios Oliab para maestro de su arca (Ex 36,1), escogió a San Pablo y a todos los otros apóstoles para maestros de su Iglesia. Pues, conforme a esto, los proveyó perfectísimamente de todas aquellas habilidades y facultades que para eso se requerían.

Y porque a esta sacratísima Virgen escogió para la mayor dignidad que se puede conceder a pura criatura, de aquí viene que la adornó y engrandeció con mayor gracia, con mayores dones y virtudes que jamás se concedieron a ninguna pura criatura.

 

La hermosura de Dios, reflejada en María

 

Y así, una de las cosas en que Dios tiene más declarado la grandeza de su bondad y sabiduría de su omnipotencia es en la santidad y perfección de esta Virgen. Por la cual, si tuviésemos ojos para saber mirar y penetrar la alteza de sus virtudes, en ninguna cosa de cuantas hay creadas se nos presentaría tan claro el artificio y sabiduría de Dios como en ésta. De manera que ni el sol, ni la luna, ni las estrellas, ni la tierra con todas sus flores, ni el mar con todos sus peces, ni aún el cielo con todos sus ángeles, nos declararían tanto las perfecciones y hermosura del Creador como la alteza y perfección de esta Virgen. Por que si el Profeta dice que es Dios admirable en sus santos (Sal 67, 36), ¿cuánto más lo será en aquélla que es madre del Santo de los santos, en la cual sola están juntas todas las prerrogativas de todos los santos?

Y hay en esto dos cosas de grande admiración. La una es compadecerse toda perfección en una criatura de carne y sangre como nosotros. No es maravilla que un oficial haga más delicadas obras de oro y plata que de una masa de barro, porque la masa sufre toda esa ventaja y primor. No se espantan los hombres de ver un águila volar por cima de las nubes, más espántase de ver trepar un hombre con dos arrobas de hierro por cima de una cuerda. Quiero decir: no es maravilla que un ángel vuele alto y sea más adornado de todo género de virtudes y perfecciones, pues es sustancia espiritual, que un alma, que está cercada y vestida de carne; mas que un alma, encerrada en un cuerpo sujeto a tantas miserias y cercado de tantos sentidos, pase de vuelo sobre todos los ángeles en perfección y sea más pura que las estrellas del cielo, es cosa de grande de admiración.

No es maravilla que ande limpia una dama que no tiene otro oficio más que andar alrededor del estrado de la reina; mas aquella que toda su vida anduviese sirviendo en una cocina entre los tizones y ollas, y que, con todo eso, al cabo de cincuenta o sesenta años de servicio, salieses de allí más limpia que aquella que está en el palacio real, esto sería de mayor admiración.

Pues según esto, ¿no es cosa admirable ver el alma de esta Virgen encerrada en un cuerpo cercado de tantos sentidos y que en tantos años de vida ninguno se le desmandase en un cabello; que nunca sus ojos se desmandasen en ver, nunca sus oídos en oír nunca su paladar en gustar; que siendo tantas veces necesario comer, y beber, y dormir y hablar, y negociar, y salir de casa, y conversar con las criaturas, que llevase las cosas con tanto compás, que jamás se desmandase en una palabra, ni en un pensamiento, ni en un movimiento, ni en un afecto, ni en un bocado demasiado? ¿A quien no pone en admiración este tan grande compás, esta tan perfecta igualdad y orden y este concierto tan perpetuo como es el de los mismos cielos y de sus movimientos?

Lo segundo de que nos debemos espantar es de ver con cuán pocos ejercicios llegó esta Virgen a tan alta perfección. El apóstol San Pablo discurriría por el mundo, predicaba a los gentiles, disputaba con los judíos, escribía epístolas, hacía milagros y otras cosas semejantes.

Mas la sacratísima Virgen no entendía en estas obras, porque la condición y estado de mujer no lo consentía. Sus principales ejercicios, después del servcio y crianza de su Hijo, eran espirituales, eran obras de vida contemplativa, aunque no faltaban, cuando eran necesarias, las de la vida activa.

Pues ¿no es cosa de admiración que con tan poco estruendo de obras exteriores, con los que pasaba en silencio dentro de aquel sagrado pecho, dentro de aquel corazón virginal, mereciese tanto a Dios y ganase tanta tierra o, por mejor decir, tanto cielo que pasase de vuelo sobre todos los ángeles y sobre todos los querubines? Pues ¿qué sería esto? ¿Qué pasaría en aquel corazón virginal de noche y de día? ¿Qué maitines, y qué laudes, y qué Magnificat allí se cantarían? ¡Quién tuviera ojos para poder penetrar los movimientos, los arrebatamientos, los ardores, los resplandores y los excesos de amor y todo lo que pasaba en aquel sagrado templo! Teníalos el Espíritu Santo cuando, enamorado de tan grande perfección y hermosura decía: Hermosa eres, amiga mía, hermosa eres. Tus ojos son de paloma, allende de lo que dentro está escondido (Ct 4,1); porque esto solamente podían ver los ojos de Dios, mas no los ojos de los hombres.

¿No sería cosa maravillosa si hiciésemos a un tañedor que en una vihuela de una o dos cuerdas, o en manicordio de una o dos teclas, tañese tantas obras e hiciese tanta armonía como otro con un instrumento perfecto? Pues ¿no es maravilla que con sólo aquel corazón tañase e hiciese esta Virgen tantas obras, obrase tantas maravillas y diese tantas y tan suaves músicas a Dios?

Injustamente os quejáis los que decís que sois pobres y enfermos diciendo que no tenéis de qué hacer bien ni con qué padecer trabajos por amor de Dios. Basta que tengáis corazón para poder amar a Dios y vacar a Dios, porque si de ése os sabéis aprovechar, con él alcanzaréis grandes virtudes y con él haréis innumerables servicios a Dios. ¿En qué entendías aquellos Padres antiguos, aquellos monjes que vivían en los desiertos, sino en contemplación noche y día? Aquel ocio es el mayor de los negocios, aquel no hacer nada es sobre todo lo que se puede hacer. Porque allí el alma religiosa, dentro de su retraimiento, alaba a Dios; allí ora, allí adora, allía ama, allí teme, allí cree, allí espera, allí reverencia, allí llora, allí se humilla delante de la majestad de Dios, allí canta y pregona sus loores, allí hace todas las cosas tanto más puramente cuanto más ocultamente y sin testigos humanos.

 

Para ser digna Madre de Dios

 

Pues, volviendo ahora a nuestro propósito, tal convenía que fuese y de tal manera convenía que naciese aquella que ab aeterno era escogida para ser madre de Dios; porque costumbre es de Dios, como está ya dicho, proporcionar los medios con los fines, que es hacer tales los medios cuales competen para la excelencia del fin para que los instituyó.

Pues como Dios escogiese a esta benditísima Virgen para la mayor dignidad de cuantas hay debajo de Dios, que es para ser madre del mismo Dios, así convenía para la excelencia de esta dignidad. De donde así como aquel templo material de Salomón fue una de las más famosas obras que hubo en el mundo, porque era casa que se edificaba no para hombres, sino para Dios, así convenía que este templo espiritual donde Dios había de morar fuese una perfectísima obra, pues para tal huésped se aparejaba. Porque ¿cuál convenía que fuese el alma que el Hijo de Dios había tomado por especial morada, sino llena de toda santidad y pureza? Y ¿cuál convenía que fuese la carne de donde había de tomar carne el Hijo de Dios, sino libre de todo pecado y corrupción? Porque así como el cuerpo de aquel primer Adán fue hecho de tierra virgen antes que la maldición de Dios cayese sobre ella, como cayó después del pecado (Gn 2, 7) es como así convenía que fuese formado el cuerpo del segundo de otra carne virginal, libre y exenta de toda maldición y pecado.

 

Figuras de la Pureza de María

 

Por esto, convenientísimamente es figurada esta Virgen por aquella arca del testamento hecha de madera de Setín (Ex 25, 10), que es madera incorruptible, para significar la incorrupción y pureza de esta sacratísima Virgen, que es el arca mística donde estuvo el maná de los cielos y pan de ángeles y donde estuvo aquella vara de la raíz de Jesé, sobre cuya flor se asentó el Espíritu Santo (Is 11,1).

Es también figurada por el hermosísimo trono de Salomón, de que dice la Escritura que era hecho de marfil, y que estaba dorado de un oro muy resplandeciente, y que tal obra como aquélla no fuera nunca hecha en todos los reinos del mundo (1R 10,20). Las cuales cosas, todas perfectísimamente convienen a esta sacratísima Virgen como a trono espiritual de aquel verdadero Salomón, pacificador del cielo y de la tierra.

Es también figurada por aquel huerto cerrado y fuente sellada de los Cantares (4,12) y por aquella puerta oriental que vio el profeta Ezequiel (43,2): porque ninguno comió de la fruta de aquel vergel, ni bebió del agua de aquella fuente, ni entró por aquella puerta, sino sólo el Hijo de Dios, porque sólo él era su amor, su pensamiento, su deseo, sus cuidados, su memoria continua.

Porque, como dice San Agustín, toda la obra y vida de María siempre estuvieron atentas a Dios, que residía en medio de su corazón, según aquello del profeta que dice: Dios en medio de ella nunca será movido, y ayudarla ha el Señor por la mañana muy de mañana (Sal 45,6); o como traslada San Jerónimo: En el nacimiento de la mañana, que es en el principio de la vida, donde fue llena de gracia y dones celestiales; porque tales convenían que fuesen los cimientos de una obra que Dios quería tanto levantar. Porque si el santo Job (31,18) se gloría que del vientre de su madre salió con él la misericordia, ¿qué diremos de ésta, que había de ser madre de Misericordia? Y si Jeremías (1,5) y San Juan Bautista (Lc 1,41) fueron llenos de gracia en el vientre de sus madres, el uno porque lo escogía Dios para profeta y el otro para más que profeta, ¿qué diremos de esta Virgen, escogida para Madre del Señor de los profetas, pues conforme a la dignidad da Dios la gracia y la santidad?