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HOMILÍAS MÁS PARA LA FIESTA DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN
34-43

 

34.

Nexo entre las lecturas

Las palabras del ángel a la Virgen María: "Ave María, llena de gracia" nos dan el sentido profundo de la solemnidad que hoy celebramos. El ángel se dirige a María como si su nombre fuese precisamente "la llena de gracia"(EV). A lo largo de los siglos la Iglesia ha tomado conciencia de que María "llena de gracia" por Dios había sido redimida desde su concepción. Se trata de un singular don concedido a María para que pudiese dar el libre asentimiento de su fe al anuncio de su vocación. Era necesario que ella estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios para responder adecuadamente al plan de Dios sobre ella. El Padre eligió a María "antes de la creación del mundo para que fuera santa e inmaculada en su presencia en el amor" (Cfr. Ef 1,4). El así llamado "protoevangelio" del libro del Génesis, por su parte, hace presente la promesa de un redentor: pongo enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo, éste te aplastará la cabeza y tú le morderás el calcañal (1L). En la carta a los Efesios (2L) san Pablo indica cómo el Padre nos ha elegido desde la eternidad en Cristo para ser santos e inmaculados en su presencia en el amor. El primer fruto excelente de este plan salvífico es María, quien en previsión de los méritos de Cristo, fue preservada de toda mancha de pecado original en el primer instante de su concepción.


Mensaje doctrinal

1. La eterna voluntad salvífica de Dios. "Pongo enemistad entre ti y la mujer entre su linaje y el tuyo..." (Ge. 3, 15) estas palabras pronunciadas en el exordio de la humanidad una vez que el hombre había cometido el pecado, anuncian la eterna voluntad salvífica de Dios. La transgresión de Adán y Eva había provocado el desquiciamiento de la estirpe humana. El hombre creado a imagen y semejanza de Dios, sufre una herida de incalculables consecuencias. Por eso, siente miedo, experimenta la desnudez y el desamparo, su concepto de Dios se obscurece y corre a esconderse lejos de su mirada. Las palabras de Yahveh Dios: "¿Dónde estás?" ponen de manifiesto su dramática condición. El hombre es expulsado del paraíso pero al mismo tiempo recibe la promesa de un redentor.

2. Así, donde abundó el pecado sobreabundó la gracia (Rom 5). En su eterno plan, Dios había creado al hombre por sobreabundancia de amor y lo había elegido para ser santo e inmaculado en su presencia ( Ef 1, 3-6) lo había colocado entre excelsos bienes. El pecado, sin embargo, introduce la desobediencia, el desorden y la pérdida de la armonía original, la armonía del "principio", pero no cancela el plan amoroso de Dios. Había que rescatar al hombre también por sobreabundancia de amor. Si se busca, por tanto, la razón de la presencia de Dios entre los hombres y la razón de la Encarnación, ahí la tienes: el amor por el hombre. "El Señor se enamoró de su creatura" y el Verbo de Dios ha habitado en el hombre y se ha hecho Hijo del hombre para acostumbrar al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en el hombre (San Ireneo haer. 3,20,2; cf. por ejemplo 17,1; 4,12,4; 21,3). El Pastor se ha hecho oveja (San Gregorio de Nisa). Cristo ha venido a la tierra para tomar de la mano al hombre y presentarlo nuevamente al Padre según la gracia del principio.

3. María Inmaculada. En este extraordinario plan de salvación aparece María, como la primicia de la salvación, como la estrella de la mañana que anuncia a Cristo, "sol de justicia" (Cf. Mal 3,20), como la primera creatura surgida del poder redentor de Cristo, como aquella que ha sido redimida de modo eminente por Dios en atención a los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano. En un mundo pecador, la Gracia divina ha hecho surgir una creatura absolutamente pura y le ha conferido una perfección sin la más mínima sombra de pecado. El plan del Padre que quería enviar a su Hijo a la humanidad exigía, para la mujer destinada a llevarlo en su seno, una perfecta santidad que fuese reflejo de la santidad divina. Ella que no conoció el pecado, está en el centro de esta enemistad entre el demonio y la estirpe humana redimida por Jesucristo, la estirpe de los hijos de Dios. Ella aparece en medio de esta singular batalla como la aurora que anuncia la victoria definitiva de la luz sobre la obscuridad. Ella va al frente de ese grande peregrinar de la Iglesia hacia la casa del Padre. En medio de las tempestades que por todas partes nos apremian, ella no abandona a los hombres que peregrinan en el claro oscuro de la fe. Ella es signo de segura esperanza y ardiente caridad.

Es importante señalar que la preservación del pecado en María es obra sólo de la gracia, pues no había en María mérito alguno: la santidad concedida a María es solamente el fruto de la obra redentora de Cristo.

4. El pecado original y la lucha ascética. Sabemos que el pecado original, aunque es cancelado por el bautismo, normalmente deja en el interior del hombre un desorden que tiene que ser superado, deja una propensión hacia el pecado, que tiene que ser vencida con la gracia y con el esfuerzo humano (Cf. Conc. Trid. Decretum De iustificatione cap. 10). El hombre se da cuenta de que en su interior, por ser creatura herida por el pecado, se combaten dos fuerzas antagónicas: el bien y el mal. No todo aquello que nace espontáneamente en el interior del hombre, es bueno por sí mismo. Se requiere un sano y serio discernimiento de los propios pensamientos e intenciones para elegir, a la luz de Dios y de su palabra, aquello que es bueno y santo. Aquello que es verdadero: Facientes veritatem in caritate. En consecuencia, la vida humana y cristiana se revela como una "lucha" contra el mal (Cf. Gaudium et spes 13,15). Una lucha en la que Dios está de parte del hombre y en la que el hombre debe elegir libremente la parte de Dios. El cristiano, pues, tiene la misión de entablar este combate contra el pecado en sí mismo, pero al mismo tiempo debe luchar para que los demás no caigan en el pecado. Debe luchar para que la buena noticia de la salvación en Jesucristo, llegue a todos los hombres. El cristiano, así, se encuentra con María, en el centro de esa enemistad entre el demonio y la estirpe humana y su responsabilidad no es pequeña en la historia de la salvación. Con su vida y con su muerte debe dar testimonio de que la salvación está presente en Cristo Jesús, camino, verdad y vida, y que el amor de Dios es más fuerte que todo pecado.


Sugerencias pastorales

1. El cultivo de la vida de gracia. Al contemplar a María Inmaculada apreciamos la belleza sin par de la creatura sin pecado: "Toda hermosa eres María". La Gracia concedida a María inaugura todo el régimen de Gracia que animará a la humanidad hasta el fin de los tiempos. Al contemplar a María experimentamos al mismo tiempo la invitación de Dios para que, aunque heridos por el pecado original, vivamos en gracia, luchemos contra el pecado, contra el demonio y sus acechanzas. Los hombres tienen necesidad de Dios, tienen necesidad de vivir en gracia de Dios para ser realmente felices, para poder realizarse como personas. Y la gracia la tenemos en Cristo. En el misterio de la Redención el hombre es "confirmado" y en cierto modo es nuevamente creado. ¡El es creado de nuevo! ... El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo -no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparentes- debe, con su inquietud, incertidumbre e incluso con su debilidad y pecaminosidad, con su vida y con su muerte, acercarse a Cristo (Redemptor Hominis 10). Para vivir en gracia es necesario: orar y vigilar. La oración nos da la fuerza que viene de Dios. La vigilancia rechaza los ataques del enemigo. Vigilemos atentamente para rechazar las tentaciones que nos ofrece el mundo: el placer desordenado, la avaricia, el desenfreno sexual, las pasiones… Por el contrario, formemos una conciencia que busque, en todo, amar a Dios sobre todas las cosas.


2. Nuestra participación en la obra de la redención. La peregrinación que nos corresponde vivir al inicio de este nuevo milenio tiene mucho de peregrinación ascendente, de escalada alpina, de combate apostólico y de conquistas para la causa de Dios. Aquella enemistad anunciada en el protoevangelio sigue siendo hoy en día una dramática realidad, se trata de una especie de combate del espíritu, pues las fuerzas del mal se oponen al avance del Reino de Dios. Vemos que, por desgracia, sigue habiendo guerras, muertes, crímenes. Más aún, advertimos amenazas, en otro tiempo desconocidas, para el género humano: la manipulación genética, la corrupción del lenguaje, la amenaza de una destrucción total, el eclipse de la razón ante temas fundamentales como son la familia, la defensa de la vida desde su concepción hasta su término natural, el relativismo y el nihilismo que conducen a la pérdida total de los valores. Nuestro peregrinar cristiano por esta tierra, más que el paseo del curioso transeúnte, tiene rasgos del hombre que conquista terreno para su bandera. Nuestro peregrinar es un amor que no puede estar sin obrar por amor de Jesucristo, el Jefe supremo. Es anticipar la llegada del Reino de Dios por la caridad. Es avanzar dejando a las espaldas surcos regados de semilla. No nos cansemos de sembrar el bien en el puesto que la providencia nos ha asignado, no desertemos de nuestro puesto, que las futuras generaciones tienen necesidad de la semilla que hoy esparcimos por los campos de la Iglesia Santa Teresa de Jesús que experimentó también la llamada de Dios para tomar parte en el singular combate del bien contra el mal, nos dejó en una de sus poesías una valiosa indicación de cómo el amor, cuando es verdadero, no puede estar sin actuar, sin entregarse, sin luchar por el ser querido. Teresa había comprendido en profundidad lo que significaba el amor de Dios por sus creaturas, y el amor de la creatura a un Dios que la ama tanto. Todo ello tiene características de amor esponsal.

El amor cuando es crecido
no puede estar sin obrar
ni el fuerte sin pelear
por amor de su querido
.

P. Antonio Izquierdo


35. DOMINICOS 2003

La historia de los hombres arrastra, clavado en su corazón, el drama del mal y del pecado: el mal que nos hacemos y hacemos a los demás, el pecado que nos hace revelarnos frente a Dios.

Sobre este fondo oscuro, descrito en el relato del Génesis, se proyecta desde el principio una promesa de salvación por parte de Dios, que en el propio texto aparece ya misteriosamente ligada a la figura de la mujer, que “herirá a la serpiente en su cabeza”. Hoy, festividad de la Inmaculada, celebramos el cumplimiento de esa promesa en María, entregada en todo su ser al plan de salvación de Dios para los hombres.

La fiesta de la Inmaculada, flanqueada por otras advocaciones marianas que se celebran en este tiempo, adquiere su verdadera dimensión eclesial encuadrada en la expectación del Adviento, como símbolo de la humanidad que espera y se prepara para ser visitada de lo alto por el que ha querido ser “Dios con nosotros”.

María, Madre desde la gracia de Dios
La festividad de la Inmaculada, en medio del Adviento, desata, religiosamente hablando, todos los resortes más sensibles y utópicos de lo que ha perdido la humanidad. Si analizamos todo ello psicológicamente, habría que recurrir a muchos elementos culturales, ancestrales, pero muy reales, del pecado y de la gracia. El contraste entre la mujer del Génesis que se carga de culpabilidad y la mujer que aparece en la Anunciación, resuelve, desde el proyecto del Dios del amor, lo que las culturas antifeministas o feministas no pueden resolver con discusiones estériles.



Iª Lectura: Génesis (3,9-15.20): El egoísmo del pecado
I.1. La primera lectura de Génesis 3,9-15.20 es la manifestación teológica de un autor llamado “yahvista” que se limita a poner por escrito toda la tradición religiosa de siglos, en ambientes culturales diversos, sobre la culpabilidad de la humanidad: Adán-Eva. El pecado nos abruma, nos envuelve, nos fascina, nos empapa en libertad desmesurada, hasta que vemos que estamos con las manos vacías. Entonces empiezan las culpabilidades: la mujer, el ser débil frente al fuerte, como ha sucedido en casi todas las culturas. Y por medio aparece el mito de la serpiente, como símbolo de una inteligencia superior a nosotros mismos, que no es divina, pero que parece.

I.2. El mal siempre ha sido descrito míticamente. Pero en realidad el mal lo hacemos nosotros y lo proyectamos al que está frente de nosotros, especialmente si es más débil, según la una visión cultural equivocada. ¿Quién podrá liberarnos de ello? Siempre se ha visto en este texto una promesa de Dios; una promesa para que podamos percibir que el mal lo podemos vencer, sin proyectarlo sobre el otro, si sabemos amar y valorar a quien está a nuestro lado; en este caso el hombre a la mujer y la mujer al hombre.



IIª Lectura: Efesios (1,3-6.11-12): Dios nos ha destinado a ser hijos
II.1. La segunda lectura se toma del himno de Efesios. Los himnos del NT se cantaban como confesiones de fe, en alabanza al Dios salvador, que por Jesucristo se ha revelado a los hombres. Esta carta que se atribuye a Pablo, o a uno de sus discípulos mejor, ha recogido este himno en el que se nos presenta a Cristo ya desde los orígenes, antes incluso de la creación el mundo y con Cristo se tiene presente a toda la humanidad. Se alaba a Dios porque, en Cristo, nos ha elegido para ser santos y sin tacha (diríamos sin pecado) en el amor. Como santos nos parecemos a Dios, y por eso estamos llamados a vivir sin la culpabilidad y el miedo del pecado. Esto lo logra Dios en nosotros por el amor. Porque Dios nos ha destinado a ser sus hijos, no sus rivales.

II.2. Por lo mismo, esa historia de culpabilidades entre los fuertes y los débiles, entre hombre y mujer, es atentar contra la dignidad de la misma creación. Cristo, pues, viene para romper definitivamente esa historia humana de negatividad, y nos descubre, por encima de cualquier otra cosa, que todos somos hijos suyos; que los hijos de Dios, hombre o mujer, esclavos o libres, estamos llamados a la gracia y al amor. Esta es nuestra herencia.



Evangelio: Lucas (1,26-38): La respuesta a la gracia, cura el pecado
III.1. El evangelio de la “Anunciación” es, sin duda, el reverso de la página del Génesis. Así lo han entendido muchos estudiosos de este relato maravilloso lleno de feminismo y cargado de símbolos. Aunque aparentemente no se usen los mismos términos, todo funciona en él para reivindicar la grandeza de lo débil, de la mujer. Para mostrar que Dios, que había creado al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, tiene que decir una palabra definitiva sobre ello. Es verdad que hay páginas en el mundo de la Biblia que están redactadas desde una cultura de superioridad del hombre sobre la mujer. Pero hay otras, como este evangelio, que dejan las cosas en su sitio. Cuando Dios quiere actuar de una forma nueva, extraordinaria e inaudita para arreglar este mundo que han manchado los poderosos, entonces es la mujer la que se abre a Dios y a la gracia.

III.2. Se han hecho y se pueden hacer muchas lecturas de este relato asombroso. Puede ser considerado como la narración de la vocación a la que Dios llama a María, una muchacha de Nazaret. Todo en esta aldea es desconocido, el nombre, la existencia, e incluso el personaje de María. Es claro que, desde ahora, Nazaret es punto clave de la historia de la salvación de Dios. Es el comienzo, es verdad, no es final. Pero los comienzos son significativos. En el Génesis, los comienzos de la “historia” de la humanidad se manchan de orgullo y de miedo, de acusaciones y de despropósitos. Aquí, en los comienzos del misterio de la “encarnación”, lo maternal es la respuesta a la gracia y abre el camino a la humanización de Dios. María presta su seno materno a Dios para engendrar una nueva humanidad desde la gracia y el amor.

III.3. El relato tiene todo lo mítico que se necesita para hablar de verdades profundas de fe (si aparece un ángel es por algo); no debemos ser demasiado “piadosillos” en su interpretación. En realidad todo acontece de parte de Dios, pero no en un escenario religioso. Por eso es más asombroso este relato, que sin duda tiene de histórico lo que le sucede a María en su vida. Ella es una criatura marginal que ha sido elegida por Dios, y esto es tan real como histórico. Su hijo será también un judío marginal. Es un relato que no está compuesto a base de citas bíblicas, pero sí de títulos cristológicos: grande, Hijo del Altísimo, recibirá el trono de David su padre. Todo eso es demasiado para una muchacha de Nazaret. Y todo ocurre de distinta manera a como ella lo había pensado; ya estaba prometida a un hombre… Ella pensaba tener un hijo, ¡claro!, pero que fuera grande, Hijo del Altísimo y rey (mesías en este caso), iba más allá de sus expectativas. Pero sucede que cuando Dios interviene, por medio del Espíritu, lo normal puede ser extraordinario, lo marginal se hace necesario. Esa es la diferencia entre fiarse de Dios como hace esta joven de Nazaret o fiarse de “una serpiente” como hizo la mítica Eva.

III.4. María de Nazaret, pues, la “llena de gracia”, está frente al misterio de Dios, cubierta por su Espíritu, para que su maternidad sea valorada como lo más hermoso del mundo. Sin que tengamos que exagerar, es la mujer quien más siente la presencia religiosa desde ese misterio maternal. Y es María de Nazaret, de nuestra carne y de nuestra raza, quien nos es presentada como la mujer que se abre de verdad al misterio del Dios salvador. Ni los sacerdotes, ni los escribas de Jerusalén, podían entenderlo. La “llena de gracia” (kejaritôménê), con su respuesta de fe, es la experiencia primigenia de la liberación del pecado y de toda culpa. Dios se ha hecho presente, se ha revelado, a diferencia del Sinaí, en la entraña misma de una muchacha de carne y hueso. No fue violada, ni maltratada, ni forzada... como otras como ella lo eran por los poderosos soldados de imperio romano que controlaban Galilea. Fue el amor divino el que la cautivo para la humanidad. Por eso, en un himno de San Efrén (s. IV) se la compara con el monte Sinaí, pero el fuego devorador de allí y la llama que los serafines no pueden mirar, no la han quemado. Esta “teofanía” divina es otra cosa, es una manifestación de la gracia materna de Dios.

Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org

 

Pautas para la homilía

         El poeta Gerardo Diego saludaba la fiesta de hoy con estos versos:

“Nieve y azul, bandera de diciembre. 
Algo se mueve en medio del adviento.
Se insinúa una brisa, un soplo, un tiento
suavísimo... La nieve descendiendo inmaculada...
... la nieve en flor y madre de María”.


Hacemos nuestros estos versos inspirados para aclamar la gloria del Señor, que vemos cumplida en María, y unimos nuestra voz a la de los creyentes que durante siglos la han saludado con las palabras del ángel: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Lo hacemos reconociendo en María la elección especialísima de Dios, y celebrando a la vez su presencia en nuestra vida y en la vida de la Iglesia.

         ¿Hacia dónde nos orienta, en efecto, la confesión de nuestra fe, cuando proclamamos a María Inmaculada? Esta confesión nos transporta al corazón mismo del designio redentor de Dios, y forma parte también del misterio de la Virgen. No tratemos, pues, de explicarlo con nuestra razón humana. Pero podemos acercarnos a él con reverencia y devoción, apoyándonos en la misma palabra divina y en la fe común de la Iglesia. Vamos a intentarlo, aceptando la sugerencia del papa Pablo VI (Marialis Cultus), que invitaba a celebrar esta fiesta poniendo de relieve tres aspectos o dimensiones: María inmaculada, María comienzo de la Iglesia, María modelo de preparación radical a la venida de Cristo.

 

         María fue objeto por parte del Señor de una elección especialísima, puesto que en ella se cumplió plenamente y en todo instante la salvación de Dios.     Siendo como es una mujer de nuestra misma raza, nuestra historia de pecado no pudo morderla ni mancharla en ningún momento. La representación iconográfica de la piedad cristiana encontró pronto los símbolos para distinguir a la Inmaculada: sobre todo, su victoria sobre el mal, figurada en la serpiente que se humilla a sus pies.

         La vida nueva, vida de gracia y de perdón, que Jesús vino a anunciarnos y a traernos, fue en ella realidad plena desde su concepción y llenó cada momento de su existencia terrena. La teología se esforzó durante siglos por expresar la fe del pueblo en coherencia con el conjunto de la doctrina cristiana. Al fin la halló con una formulación que hoy nos recuerda varias veces la liturgia y que sintetiza el núcleo de lo que creemos como verdad de fe: en María actuó una gracia divina singular que la preservó de toda mancha de pecado. Fue preservada de todo mal, en atención a los méritos de Cristo (praevisis meritis Christi).

 

         Privilegio único de María. Pero este privilegio no la aleja de nosotros, no coloca a María fuera del mundo y de la Iglesia. Así lo ha entendido siempre la fe del pueblo creyente, que la invoca como madre y mediadora, como aquella –según recuerda la liturgia en uno de sus prefacios- que “guía y sostiene la fe de su pueblo”. En efecto, la vida terrena de María, entregada a Dios en todo momento (también en el dolor, en la angustia y en el sufrimiento), mereció oír la alabanza que proclama bienaventurados a los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica. Su fe y su entrega la llevaron a abandonarse sin reservas a Dios. También nosotros quisiéramos imitarla en la aceptación de su destino y de su suerte, y poder decir con un mínimo de veracidad de nuestra vida: “he aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”.

         La vida sólo vale la pena si se entrega a algo, viene a decirnos María. Ella supo darse totalmente, en olvido de sí misma, y ponerse al servicio de los designios de Dios para así servir también a la salvación de todos los hombres. En medio de la opacidad de la vida, ante la que tantas veces sentimos la tentación de rendirnos, María es como un susurro cuya presencia recuerda a los humanos: Dios, el amor, la verdad existen. Yo los he vivido, por mis entrañas han pasado, y ahora pueden ser también vida en vosotros.

 

         La fiesta de la Inmaculada, celebrada en pleno Adviento, el tiempo litúrgico que prepara la celebración cristiana de la Navidad, nos invita a ver hoy a María como madre de la esperanza.

“Entra, mi niño, en el arcón de rosa.
La vida es ya más vida cuando espera”,

canta de nuevo el poeta. Esa dimensión, esa cualidad esencial de la vida cristiana que es la esperanza, se ve en este tiempo espoleada a que impregne con más fuerza la vida del creyente. En un plano personal, desde luego, pero también haciendo nuestros los gritos de los pueblos que buscan y claman por verse liberados y redimidos en su miseria y en sus desgracias.

         En María se mira a sí misma la humanidad que se mantiene abierta ante el misterio del Dios que viene hacia nosotros, y en ella se condensa el caminar de todos los pueblos que buscan la verdad. Por eso la Virgen se convierte en la figura por excelencia del Adviento, en signo de la presencia de Dios entre los hombres. Más que Juan el Bautista, más que todos los profetas, más que los justos, ella es resumen de la humanidad que ama y espera, que busca y acepta a Dios, confiando poder escuchar su palabra y guardarla en el corazón.

La devoción de la Iglesia desborda hoy en confianza y le dirige de nuevo la vieja plegaria, que tantas veces le gritaron sus fieles desde el fondo de los siglos: Sub tuum praesidium, a tu protección, bajo tu amparo nos acogemos, santa madre de Dios.

Fr. Bernardo Fueyo Suárez, op
bernardofueyo.es@dominicos.org


36.


Nexo de las lecturas

Nuestra atención se concentra este día en María Inmaculada concebida sin pecado original, fruto primero y maravilloso de la redención realizada por Cristo. La primera lectura nos narra la experiencia dramática de la caída de nuestros primeros padres. Es la narración del pecado original, verdad esencial de nuestra fe. Eva, tentada por la serpiente, ofrece el fruto a Adán quien también cae en el engaño. Inmediatamente el hombre siente miedo, se experimenta desnudo, prueba vergüenza y se esconde de Dios. ¡Dramática consecuencia del pecado! Drama que alcanza toda su magnitud en la pregunta de Dios: ¿Dónde estás?

Sin embargo, tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída: Enemistad pondré entre ti y la mujer, y entre tu linaje y su linaje: él te pisará la cabeza mientras acechas tú su calcañar»(1L). Por tanto, el hombre no está destinado a perecer en su pecado, sino que está destinado en la persona de Cristo a ser santo e irreprochable (2L). El fruto primero y más sublime de la redención es María Santísima, a quien el ángel llena de gracia, es decir toda santa e inmaculada en el amor. Dios prepara en María una digna morada para su Hijo (EV).


Mensaje doctrinal

1. El mal se introduce en el mundo. La primera lectura es admirable en su sencillez y profundidad. Ella narra la experiencia humana de la caída en el pecado y de sus trágicas consecuencias. La armonía original del hombre se sustituye por el miedo, por la desnudez, la vergüenza ante Dios, la tristeza y el dolor. El ángel con la espada de fuego desenvainada es el símbolo de que el hombre es expulsado del paraíso, de su estado original. Ha sido el diablo quien ha puesto en el corazón de los primeros padres la tentación. Así, surge la ambición, la decisión en contra de la voluntad de Dios y la acción concreta de desobediencia. El hombre, creado en un estado de santidad, estaba destinado a ser plenamente “divinizado” por Dios en la gloria. Por la seducción del diablo quiso “ser como Dios” (cf. Gen 3,5), pero “sin Dios, antes que Dios y no según Dios” (S. Máximo Confesor ambig.)

Con el primer pecado se introducen una serie interminable de males para el género humano. La muerte hace su entrada en la historia de la humanidad. Basta contemplar el mundo para descubrir su miseria, su inclinación al mal. Basta asomarse al propio corazón para descubrir esa inclinación desordenada. La Iglesia enseña que esta miseria no es comprensible sin su conexión con el pecado de Adán y Eva. Esta es la pregunta que tanto angustia nuestra alma: ¿por qué el mal en el mundo? ¿Por qué el pecado? ¿Por qué el sufrimiento, incluso de los inocentes? Esta pregunta sólo puede plantearse a la luz del pecado original.

2. Sin embargo, el amor de Dios es más fuerte que todo mal. Dios no abandona al hombre al poder de la muerte y el pecado. Anuncia desde el inicio que el bien triunfará del mal. Dios no permite que se destruya la obra de sus manos, porque Él es eterno en misericordia, porque Él es fiel al amor por su criatura. Se anuncia, pues, la redención del hombre y de su pecado; se promete un Mesías que destruirá la muerte y el pecado y que volverá al hombre a la gracia del principio. “La obediencia de Cristo repara sobreabundantemente la desobediencia de Adán”. Muchos santos padres y doctores ven en la mujer del génesis, anunciada en el protoevangelio, a María, la “nueva Eva”. Ella ha sido la primera que se ha beneficiado de la victoria de Cristo sobre el pecado, y se ha beneficiado de una manera única e irrepetible; fue preservada de toda mancha de pecado original y, durante su vida terrena, por una gracia especial de Dios, no cometió ninguna clase de pecado (cf. Catecismo de la Iglesia Católica 411).

Así pues, el inicio de la obra de la salvación se ha cumplido en María con una efusión de Gracia que ha alcanzado un vértice sin comparación. Este vértice está vinculado de una manera estrechísima al misterio sin par de la Encarnación. Dios preparaba una digna morada a su Hijo. En previsión del misterio de la Encarnación, Dios ha cumplido una obra de arte en María, una obra sin igual de la Gracia: ¡María toda bella, María toda hermosa, María sin mancha de pecado!. Aquella que sería reconocida como la madre de Dios, no sólo debía estar exenta de toda mancha que constituyese un obstáculo en las relaciones con su hijo, sino que debía poseer la más alta nobleza espiritual para la más completa armonía con aquel que posee la santidad infinita (cf. Jean Galot Capolavoro della Grazia L’Osservatore Romano 8 de diciembre de 2001).

La madre de Jesús ha sido redimida no por la liberación del pecado, sino por la preservación del mismo en virtud de los méritos de Cristo. Esta preservación se debe exclusivamente a la Gracia, es fruto de la obra redentora de Cristo.


Sugerencias pastorales

1. Monstra te esse matrem! ¡María, muestra que eres Madre! Esta solemnidad nos invita a considerar a María como nuestra Madre que nos acompaña en la dura lucha de la vida. Una Madre Inmaculada que vela por nosotros y a quien podemos recurrir con plena confianza en los momentos de tentación y peligro, porque sabemos que en ella no hay mancha de pecado original. En su peregrinación anual a la imagen de la Virgen Inmaculada en la Plaza España de Roma, el 8 de diciembre de 2001 el Santo Padre Juan Pablo II compuso una bellísima oración. Ofrecemos un extracto de la misma:

1. Madre Inmaculada, en este día solemne,
iluminado por el resplandor
de tu Inmaculada Concepción,
nos encontramos a tus pies, en esta histórica plaza,
en el corazón de la Roma cristiana.

Como todos los años, hemos venido a repetir
el tradicional homenaje floral del 8 de diciembre,
queriendo expresar con este gesto
el amor filial de la ciudad,
que cuenta con tantos signos
de tu presencia materna.
Hemos venido en humilde peregrinación
y, haciéndonos portavoces de todos los creyentes,
te invocamos con confianza:
"Monstra te esse matrem...
Muéstrate Madre para todos,
ofrece nuestra oración;
Cristo, que se hizo Hijo tuyo, la acoja benigno".

2. Monstra te esse matrem!".
Muéstrate Madre para nosotros
que, ante esta célebre imagen tuya,
con corazón gozoso damos gracias a Dios
por el don de tu Inmaculada Concepción.
Tú eres la Toda Hermosa,
a la que el Altísimo revistió con su poder.
Tú eres la Toda Santa, a la que Dios preparó
como su intacta morada de gloria.
Salve, Templo arcano de Dios,
salve, llena de gracia,
intercede por nosotros.

3. Monstra te esse matrem!".
Te pedimos que presentes nuestra oración
a Aquel que te revistió de gracia,
sustrayéndote a toda sombra de pecado.
Nubes oscuras se ciernen
sobre el horizonte del mundo.
La humanidad, que saludó con esperanza
la aurora del tercer milenio,
siente ahora que se cierne sobre ella
la amenaza de nuevos y tremendos conflictos.
Está en peligro la paz del mundo.
Precisamente por esto venimos a ti,
Virgen Inmaculada, para pedirte que obtengas,
como Madre comprensiva y fuerte,
que los hombres, renunciando al odio,
se abran al perdón recíproco,
a la solidaridad constructiva y a la paz.


2. Nosotros, hijos. Si le pedimos a María que se muestre madre en medio de las luchas de nuestra vida, nosotros, por nuestra parte, debemos mostrarnos hijos. Debemos venerarla, debemos acudir a ella en las tribulaciones, debemos pedir su intercesión ante el trono de Dios. Debemos escuchar con oídos reverentes las palabras de María de Guadalupe a san Juan Diego: “Mira que es nada lo que te preocupa. ¿No estoy yo aquí que soy tu madre? ¿No estás tú por ventura bajo mi regazo? ¿No estás tú en el cruce de mis brazos?”.

P. Octavio Ortíz


37.

En el corazón del adviento nos encontramos  con la figura entrañable de la Inmaculada Concepción de María.

       En este adviento se nos ha pedido que pongamos manos a la obra de nuestra conversión para llegar a nuestro triunfo. Hay que despertar, pues, de nuestra indolencia, de nuestra indiferencia o de nuestra desesperanza, porque nos parece que todo va a seguir igual, que nada va a cambiar ... y que no vale la pena hacer ningún esfuerzo. Y a pesar de todo se nos proclama este mensaje del adviento: ¡Despertad y vigilad!                                         

          La figura de Juan el Bautista surge en el adviento, interpelándonos, para que nos convirtamos: “preparad el camino del Señor, allanad sus senderos, porque el Señor está cerca”. No hay tiempo que perder. Juan recorrió el desierto, predicando un bautismo de  conversión, para llegar al perdón de los pecados. Las gentes de aquella época  le preguntaba: “¿Qué debemos hacer?. El respondía: el que tiene dos túnicas, dé una al que no tiene, y el que tiene alimentos que haga lo mismo”.

       Hoy todos los cristianos preguntamos también a la Iglesia: ¿Qué debemos hacer?. Y la respuesta nos la da la Iglesia con esta fiesta de la Inmaculada Concepción de María. Ella es el modelo de todo cristiano para que Dios nazca, para que Dios se encarne en el corazón del hombre, en tu corazón.                                 

       Esta Madre de Jesús se vio libre por ello, desde el primer instante de su concepción, de todo pecado y confirmada en “gracia” para el resto de sus días mortales.

       María es, pues, la imagen ideal de lo que es ser hombre, persona humana. Es un anticipo de la condición terminal, cuando el ser humano llegue a su fin, que Dios otorga a todo salvado. Es lo que por designio de Dios estamos llamados todos a ser y para cuya consecución se nos ha dado 1.-  la Palabra, 2.-  los Sacramentos, y 3.-   el Espíritu. Así nos lo afirma el apóstol San Pablo en su carta a los cristianos de Efeso: “A esto estábamos destinados por decisión del que hace todo según su  beneplácito”.

       Lo primero, pues, en el hombre no es el pecado y la muerte, sino la justicia de Dios y la salud permanente. “El nos ha destinado en la persona de Cristo por pura iniciativa suya a ser sus hijos”. Por singular gracia, en María se cumple este proyecto divino sin menoscabo alguno de pecado. En nosotros, el logro de esta meta, comporta una previa conversión y el abandono de nuestras infidelidades, a fin de compartir en la salvación lo que debería haber sido nuestro patrimonio diario en la tierra.

       Para que esta salvación gratuita de Dios entre a raudales en nuestra vida y ser inmaculados como Ella, María, nuestro modelo, hay que abrir las puertas de esta misma vida, hay que convertirse.

       ¿Qué debemos hacer?. Vernos en Ella, como en un espejo.

Y en Ella, ¿qué vemos?: su misericordia y su justicia, que mira por los marginados, los pobres, los necesitados.

1.-Necesitada estaba Isabel, mujer ya mayor, que iba a ser madre por la primera vez y allí fue aprisa.

2.- Algo pobres eran unos novios, que se casaban en Caná de Galilea y no tenían vino suficiente para invitar a los comensales y forzó a su Hijo a adelantar la hora de su manifestación, como la mejor intercesora.

3.- Angustiado andaba su Hijo en la hora de su muerte y presente estuvo al pie de la cruz.

Esto hizo. Y ¿qué hago yo por los pobres, los necesitados, los marginados, por los que se ahogan en sus angustias, en sus miserias, en sus soledades materiales, espirituales?

 

       ¿Qué debemos hacer? Ser sencillos y humildes como Ella, que dejando de lado sus razonamientos, planes y proyectos, puso en Dios toda su confianza, le dio un cheque en blanco: el de su vida.

1.- No entendía los planes de Dios: “se turbó y se preguntaba qué quería decir el ángel con aquel saludo: Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”;

2.- ni tampoco entendía el de su prima Isabel: “Bendita tú eres entre todas las mujeres”.

3.- No comprendía el hacer de Dios: “¿Cómo puede ser esto, si no conozco varón?. Estaba hecha un lío. Sólo había una cosa muy clara: Ella quería a Dios de manera total: “No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara, lo mismo que te quiero te quisiera”. Te quiero, decía en el fondo de su corazón, porque te quiero. Y respondió a Dios: “Aquí está la esclava del Señor; hágase en mi según tú lo mandas”, según tú lo quieres, según tu Palabra. Y así es la Inmaculada Madre del misterio de la Encarnación, que comienza con la Navidad o natividad, nacimiento del Niño Jesús, el Hijo de Dios. Este misterio no acaba en Belén, con el nacimiento; con el nacimiento empieza el misterio de “encarnación” en el mundo, en toda la humanidad, en ti también, claro está.

 

       En tu vida y en este mundo que te toca vivir hay muchas cosas que no entiendes, hay situaciones que no comprendes. Te  extrañas y asustas a veces de ti y de los demás. Por ello , a veces también, dudas de Dios, porque parece que Dios está dormido y hasta en otras ocasiones, llegas a dudar de si realmente existe, cuando ves que la maldad y la perversidad gobiernan y son dueñas del mundo. Pregúntate: ¿verdaderamente amo a Dios ciegamente, locamente como María?. Porque, entonces, dirás sí, como María, a pesar de todos los pesares y serás Navidad, porque en tu corazón no hay mancha de desconfianza, ni de dudas, sino sólo amores: “corazones partidos, yo no los quiero. Y si le doy el mío, lo doy entero”, que dice la copla..

 

       Que Ella, en esta Eucaristía, que nos disponemos a celebrar, sea la mediadora, que con su ejemplo nos ayude en este adviento a llenarnos de "gracia”, para entrar más adentro de este gran misterio y encarnarnos en la Encarnación.                                                                                         

 P. Eduardo Martínez Abad, escolapio


38.

En la fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María hacemos presente la preparación para la venida del Salvador y el feliz inicio de la Iglesia sin mancha ni arruga. Ante la inminencia de la salvación mesiánica que celebraremos en Navidad, nos alegramos de que la Madre de Jesucristo haya recibido por anticipado la salvación de su Hijo, y, además, plenamente, mostrándonos la sobreabundancia generosa del plan salvador de Dios para la humanidad.

Los cristianos somos invitados a contemplar simultáneamente la pequeñez y la grandeza de María. Dos son las alas con las que María ha volado a través de la historia de la humanidad. Sabemos que volar con una sola ala es imposible. En épocas pasadas se acentuó tanto la grandeza de María que, a veces, se llegó a olvidar su pequeñez. En nuestro tiempo, podemos irnos al otro extremo: verla tan cercana a nosotros, tan pequeña como nosotros, que olvidemos su extraordinaria grandeza. Debemos mantener pequeñez y grandeza, porque así fue la realidad histórica de María, y así continúa haciendo presente el misterio del amor de Dios. Santa Teresita de Lisieux subrayó la pequeñez de María. El día de su profesión religiosa escribía: «¡Nacimiento de María! ¡Qué hermosa fiesta para llegar a ser esposa de Jesús! En efecto, era ella, la pequeña, efímera Virgen santa, la que presentó su pequeña flor al pequeño Jesús». Pero nunca cesó Teresita de cantar las glorias y grandezas de María. Por ejemplo, en su última poesía titulada ¿Por qué te amo, oh María?, dice que la gloria de María es más brillante que la de todos los elegidos, y la llama «reina de los ángeles y de los santos». La misma Virgen María estará contenta si contemplamos su pequeñez sin olvidar su grandeza, si nos sobrecogemos ante su grandeza en medio de su humildad.

Por todo ello, María es admirable e imitable, ambas cosas son inseparables: Porque Dios ha realizado en ella obras grandes es admirable. Porque nunca ha dejado de ser pequeña como nosotros, en medio de su excelsitud, es imitable. Como cristianos debemos admirar a María, la mujer más excelsa salida de las manos del Creador, árbol en el que fructifican la ciencia de Dios y la vida divina. Pero María es también una madre y una hermana que está junto a nosotros, que nos acompaña en nuestro camino, cuyas virtudes tan humanas son accesibles a todos. En el jardín de su vida vemos florecidas todas las flores más bellas. Con palabras cariñosas de madre nos dice que nuestra vida es también un jardín. Si sembramos virtudes, como María, también florecerán en nuestra vida.

Meditando en la vida de la Virgen bienaventurada y principalmente en el mensaje de su Inmaculada Concepción, profundizaremos en la conversión que se nos pide en el tiempo de Adviento. Una conversión del día a día. Que el “Sí” de María sea la razón de nuestra esperanza en las promesas del Señor, que no tardarán en cumplirse.

P. Joaquim


39. CLARETIANOS 2003

Hay momentos en que los seres humanos tienen un encanto especial: ¡la juventud! Son seres primaverales. Todo está revestido de belleza, de inocencia apenas estrenada, de sueños. Un ángel quedó extrañado ante aquella mujer joven que encontró y la llamó “Agraciada”, “Llena de Gracia”. Nos parece que la conocemos, pero María sigue siendo todo un misterio. ¡Escuchemos la Palabra!

La cámara del evangelista quiere filmar a Jesús, y desde Jesús quiere trasladarse al espacio humano en el que su vida nació, germinó. Ahora enfoca a una joven de pocos años: tal vez 14 o 15, Tiene en sí misma el encanto y belleza y ductilidad de la juventud. Pero esta mujer tiene también “algo especial”. Gracia, lo llama el evangelista. Encanto, belleza, reflejo divino, podríamos llamarlo nosotros. Esta mujer está iluminada por un Dios encantador. El Señor está con ella. Y, por eso, especialmente interesado en todo lo que le ocurra. Esta mujer es una de las “elegidas”, “la elegida” para ser “madre de Dios”, “madre del Hijo de Dios”.

La Iglesia hoy centra también su cámara en María y quiere rastrear su vida, hasta los orígenes. Con la sabiduría que caracteriza a una comunidad de tantos siglos de existencia, la Iglesia descubre que esta mujer ha tenido una existencia enteramente plumada por la Gracia. Que la Gracia que ahora la envuelve, es “de nacimiento”.

En la aparente debilidad de la escogida para ser madre de Jesús, se oculta una mujer fuerte: la única que ha vencido al Dragón, a la Bestia apocalíptica, la insobornable ante las seducciones satánicas, la incorruptible. Hablar de María, la Inmaculada, es descubrir toda la energía antimal de Dios, residiendo en una joven que si tiene mucho futuro, ya tiene un espléndido pasado.

Hoy descubrimos cómo nos dejamos corromper fácilmente. El mal nos acosa de mil formas y muchas veces sucumbimos. La memoria de María Inmaculada nos estimula a reconocer que voluntad de Dios, también para nosotros, es que seamos “santos e inmaculados en su presencia”. También nosotros –si no ponemos obstáculos- podemos estar envueltos en la Gracia y Encanto de Dios. Nos es concedida la victoria contra cualquier tipo de corrupción. El poder del Altísimo nos puede cubrir con su sombra y la fuerza de su Espíritu nos es ofrecida para vencer. Basta que digamos, como ella: ¡Hágase en mi según tu palabra!

José Cristo Rey García Paredes (jose_cristorey@yahoo.com)


40. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004

A pocos días de iniciado el tiempo de adviento nos presenta el calendario litúrgico la festividad de la Inmaculada Concepción de María. No se pretende hacer un paréntesis dentro del tiempo de adviento, sino más bien contemplar uno de los personajes propios de este tiempo que es María, la madre de Jesús. Muy pronto las iglesias primitivas entendieron que María jugó un papel importante en todo el diseño salvífico de Dios y por eso la admiraron con amor, y buscaron imitar sus virtudes. Las poquísimas referencias que de ella encontramos en los evangelios, nos dan a entender que su figura y su presencia animaron sin aspavientos ni protagonismos la espiritualidad de los primeros cristianos. Lo mismo cabe decir de los cristianos de las generaciones posteriores, de los padres de la Iglesia, en fin de todos los cristianos que a lo largo del tiempo la contemplan no sólo como la madre del Verbo encarnado, sino como madre de todos los creyentes. Muchos títulos y advocaciones le han sido dados a María a lo largo de la historia cristiana. Es apenas obvio que la madre del Salvador tuviera unos dones y unas gracias donados por Dios, no por mérito propio, sino en virtud del favor y gratuidad divinos.

Para el creyente cristiano, es un hecho que María, está, pues, desde su concepción misma adornada con todas las virtudes y gracias que la harán la elegida para ser la madre. Así se fue estableciendo poco a poco en la fe cristiana esas distintas facetas que hacían de María el modelo de santidad, modelo de madre, modelo de creyente, en fin, modelo de vida cristiana. En momentos un poco difíciles para la Iglesia, surgen ataques y sospechas sobre aquella manera de entender a María, es así como la Iglesia oficial mediante un dogma de fe declara que María es virgen antes y después de la concepción, y establece celebrar esta afirmación como fiesta litúrgica; eso sucedió hace unos 150 años. Se cuenta que los cristianos que llegaron a Roma para celebrar esta declaración dogmática de Pío IX pasaron toda la noche en vigilia con luminarias encendidas. Al parecer allí tomó forma nuestra tradición de encender velas la víspera del 8 de diciembre, aunque en algunos lugares las encienden en la madrugada.

No todo ha sido color de rosa en torno a la fe y la espiritualidad mariana. La historia nos da cuenta de excesos de “marianismo” nacido no siempre de lo que llamamos sana religiosidad, excesos que en ciertas épocas desplazaron la figura de Cristo y su misión para colocar en el centro la figura de María, como si se tratara de nuestra redentora. Se dan todavía estos impulsos; inclusive hoy hay quienes propugnan por otro dogma mariano en el que se la declare “correndentora”, nada más peligroso y herético. María tiene su función propia y específica en el plan salvífico de Dios llevado a cabo por Jesucristo, pero no es co-redentora. Ella es la primera redimida, el primer fruto de la redención, y eso es ya más que suficiente para que sea la madre, la compañera, la maestra de la Iglesia peregrina. El Concilio Vaticano II intuyó muy bien todas esas aberraciones en torno a María y con gran esfuerzo y tino supo colocarla en el lugar que realmente le corresponde. Propongámonos en este tiempo leer con mucho cuidado el cap. VIII de la Lumen Gentium, descubramos allí la figura de la mujer, símbolo de los hombres y mujeres de buena voluntad que adhieren su vida a la obra del Padre encarnado en Jesús.

Las lecturas de hoy: En la primera lectura tomada del Gn nos encontramos ante un drama duro y difícil de comprender. Después de los relatos de la creación en donde habían quedado definido los rasgos de bondad con que todo fue creado, el hombre y la mujer han decidido romper esa armonía rebelándose contra el plan divino. Esta ruptura trae como consecuencia el caos, la ambigüedad, la irresponsabilidad. El interrogante de Dios, el hombre lo rebota a su mujer, y ella a la serpiente. Nadie se responsabiliza. Qué más pecado queremos! El hombre y la mujer habían sido creados a imagen y semejanza de su creador, con todas las posibilidades de estar en un plano de comunicación y de participación de los atributos divinos. Sin embargo, pudo más el egoísmo, el criterio personal impuesto a los demás como norma máxima. Allí está el origen de todos los males que aquejan a nuestra sociedad.

A pesar de todo, y aunque la sanción se hace necesaria, Dios no abandona por completo a su criatura. Ya desde el primer momento de la caída, hay una luz de esperanza, un descendiente de la mujer “aplastará” definitivamente la cabeza de la serpiente, es decir exterminará de raíz el mal. Es el hombre mismo el que tiene que enfrentar el mal y superarlo, vencerlo. Desde hace varios siglos los estudiosos y teólogos han afirmado que este anuncio por parte de Dios es un “proto-evangelio” en donde se manifiesta aquella voluntad salvífica del Padre. Otros niegan el valor de esa sentencia como tal. Lo cierto es que hay aquí todo un contenido de gozo y de liberación: el hombre y la mujer no fueron hechos para vivir en el fracaso. Un descendiente humano pisoteará el mal. Es el mismo ser humano el que tiene las posibilidades de vencer el mal desde el fondo mismo de su ser; ese ideal lo encarna Jesús y nos propone el camino para lograrlo.

Que no hemos sido creados para vivir sometidos al fracaso, lo afirma hoy san Pablo en la lectura que acabamos de escuchar tomada de la carta a los Efesios. Según el pensamiento del apóstol, en la persona de Jesucristo estábamos ya llamados por Dios para vivir la gracia de ser sus hijos. En Cristo hemos recibido la confirmación de esa eterna vocación donada por el Padre, a la cual se suman todas las bendiciones y gracias que Dios nos regala, no por nuestros méritos, sino por los méritos de Jesucristo, hijo de Dios, hecho como uno de nosotros para libertarnos rescatándonos del pecado y de la muerte.

El evangelio de Lucas nos narra el momento en el cual Dios visita a María por medio del arcángel Gabriel. En la anunciación a María encontramos varias cosas que alientan y motivan nuestro ser de personas y de cristianos: si volvemos a mirar la escena del Gn podemos contemplar que Dios no ha abandonado del todo a sus criaturas. Hoy en María Dios da un nuevo paso, lleno de amor y de comprensión se acerca de nuevo a la humanidad representada en María para dar una oportunidad más; esta vez, casi pidiéndole permiso para llevar adelante su plan. Con esto aprendemos que nuestro Dios es el Dios del diálogo, del perdón, del respeto del otro, de la acogida y de la misericordia. La anunciación de María es también vocación. Simplemente Dios ha elegido, se quiere valer de la pequeñez y de la fragilidad de sus criaturas para continuar su designio. Al tiempo que hay una vocación, también hay una respuesta y una misión. La respuesta de María, tímida, dudosa al principio, termina con un sí decidido y confiado. No importa si todo no está tan claro, lo que importa es la decisión de dejarse guiar y de dejar que Dios haga lo suyo. La misión se va dando. Ser la madre de Jesús traería muchas satisfacciones, pero no pocos dolores, tristezas y zozobras. Sin embargo, hay una decisión, aquel sí de María se hubiera roto con toda seguridad si desde el primer momento ella no lo hubiera consignado en las manos del mismo Dios. Así, la misión es, en última instancia, también obra de Dios!


41. I. V. E. 2004

Comentarios Generales


Génesis 3, 9-15. 20:

Tradicionalmente se viene llamando a este pasaje del Génesis: “Protoevangelio”. Es el primer anuncio que hallamos en los Libros Santos sobre la humana redención. Y en este feliz anuncio o “Evangelio”, los vv 15 y 20 nos sorprenden por la función que atribuyen a la misteriosa “Mujer”: Su guerra contra el Dragón-su victoria-su nombre de: Madre de los vivientes.

—En efecto, lugar preeminente tiene esa “Mujer” en la declaración de las hostilidades: “Pongo enemis­tad entre ti y la Mujer y entre tu descendencia y su descendencia; ésta te aplastará la cabeza y tú insi­diarás a su calcañal” (Gn 3,15). El oráculo pertenece a una época y a una civilización en las que la mujer carece de derechos y de categoría. ¿A qué, pues, darle tanto relieve? Ella frente al Dragón que a todos esclaviza al pecado, Ella vence al Dragón.

—En la tremenda batalla Dragón-Mujer, Descen­dencia-Hijo de la Mujer, la victoria es clara. En el contexto de una Eva seducida y vencida descuella otra Mujer cuyo Hijo aplasta la cabeza del Dragón. Ya San Ireneo llama a esta maravilla planeada y prometida por Dios: “Obra de Recirculación”. Y la explica así: “Eva con su desobediencia se perdió a sí y a su linaje. María Virgen, por su obediencia, es causa de salvación para sí y para toda la Huma­nidad. Es clara la recirculación de María en Eva. Un nudo no puede deshacerse sino en sentido contrario. El nudo de la desobediencia de Eva queda desatado por la obediencia de María”. El Génesis no nos orienta para entender la función que reserva Dios a la Madre del Mesías en la obra de la Redención. Ahora, a la luz del N. T., la comprendemos mejor.

—El nombre que se da a Eva (20) no le cuadra a Ella. En realidad ha sido filicida. Más bien de ella recibimos la muerte que la vida. La que de verdad es “Madre de los vivientes” es la Mujer, la Nueva Eva, la que al engendrar al Hijo salvará a Eva y a su prole (cfr 1 Tim 2, 15). Por tanto, es “María la verdadera Madre de los vivientes porque nos engen­dra la Vida”.

Efesios 1, 3-6. 11-12:

San Pablo nos habla de un plan o decreto divino y eterno. Plan de amor. Su realización se llama Historia de la Salvación. En este plan o decreto Cristo ocupa el centro. Todo se realizará en Cristo y por Cristo. Pero en el plan eterno de Dios Cristo tomará naturaleza humana en las entrañas de una Madre. Los mariólogos tienen aquí un rico filón de doctrina:

—En la eternidad decreta Dios la Encarnación del Verbo. En este decreto queda englobada la Madre que le vestirá de carne. Predestinados ambos, Hijo Encarnado y su Madre en un único, eterno decreto: “A María ordenó y escogió Dios, desde el principio y ante todos los siglos, Madre para su Unigénito (Pío IX, Bula Ineffabilis). Y el himno de la Fiesta de la Asunción canta: Prima Virgo prodita e Condi­toris spíritu-praedestinata Altissimi gestare in alvo Filium.

—Así María es pensada o decretada ab aeterno no sólo trascendiendo a Adán y a su pecado, sino asociada al Verbo como Madre. Y dado que el Verbo Encarnado deberá redimir a los hombres del pecado, María le es asociada en la obra de la Redención. Ni como Madre del Hijo de Dios, ni como Asociada a la Redención, puede María tener contacto alguno personal con el pecado.

—Estas bendiciones espirituales que nos recuerda aquí San Pablo todas se nos dan según el decreto del Padre por Cristo y en Cristo; ese Cristo que es Hijo de María. Y así nos dirá Raimundo Llull: “María con Jesús es principio y corona de la creación. Cuanto ha hecho Dios es para vestirse de humana naturaleza, la que tomó de Nuestra Señora.” Y aún con mayor audacia y vuelo Santo Tomás: “María cercanísima a la fuente de la gracia tuvo tal plenitud que albergó en su seno al que está lleno de gracia; y al darle a luz manó para todos la gracia” (III, 27, 5). Por eso la Iglesia siempre que celebra el Memo­rial de la Redención venera con amor la memoria de la Madre del Redentor.

Lucas 1, 26-38:

Muy oportunamente leemos en la Fiesta de hoy esta escena de Nazaret. Los mariólogos han encon­trado en ella los mejores argumentos para probar el dogma de la Inmaculada Concepción:

—María es la “Llena de gracia”, es decir, la que a los ojos de Dios es toda pura y bella. La que per­sonaliza a la “Hija de Sión”, con la cual concertará Dios la Nueva Alianza. Esposa tan bella que Dios le dice: “¡Qué hermosa eres, Amada mía, qué hermosa eres!” (Cant 4, 1). Y Ella le dice a Dios: “Yo soy toda para mi Amado y hacia Mí tiende su anhelo” (Cant 7, 11). Es evidente que la belleza de que aquí se trata es la interior, la de la Gracia: Gratia pulcrificat, nos dice Santo Tomás (in Ps 25). María con mancha de algún pecado no merecería este saludo del Ángel.

—“¡Contigo el Señor!” Ya el Profeta había hablado de una aproximación maravillosa de Dios: “Yahvé en medio de Ti” (Sof 3, 16). El Ángel explica a María que Ella va a ser el Arca de la Nueva Alianza. El Hijo del Altísimo tomará carne en sus entrañas. Tal Madre debía ser del todo Inmaculada. Lo exigía el honor de tal Hijo. Lo exigía la función de tal Madre.

“La aparición de la Virgen en el mundo fue como la llegada de la aurora que precede al sol de la salvación; como el florecimiento sobre la tierra llena de fango de pecado, de la más hermosa flor que haya brotado en el lacio jardín de la humanidad; es decir, el nacimiento de la creatura humana más pura, más inocente, más perfecta, más digna de la definición que Dios mismo ha dado del hom­bre: Imagen de Dios, semejante a Dios”.

—Y la Liturgia en la Fiesta de hoy celebra y pro­fundiza el Misterio de la Inmaculada Concepción de María: Misterio de “Pureza”, de “Belleza”, de “Victoria”.

Qui (Deus) Beatissimam Virginem Mariam ab omni originalis culpae labe praeservasti, ut in ea, gratiae tuae plenitudine ditatam, dignam Filio tuo genetri­cem praeparares, et Sponsae ejus Ecclesiae sine ruga vel macula formosae signares exordium.

Filium enim erat purissima Virgo datura, qui crimina nostra Agnus innocens aboleret; et ipsam prae omnibus tuo populo disponebas Advocatam gratiae et sanctitatis exemplar (Praef.).

Inmaculada y sin par Agraciada María:

Para preparar al Hijo de Dios digna Madre.

Para que la Esposa de Cristo, la Iglesia, fuera desde el principio toda hermosa.

Para que el Redentor tuviera en María su digna Asociada en la obra redentora.

Para que los hombres tuviéramos la más poderosa Abogada en el orden de la gracia, el modelo ideal en el orden de la santidad...

*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.


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San Alfonso María de Ligorio

La Inmaculada Concepción

Grande fue la ruina que el pecado de Adán trajo a los seres humanos, pues al perder la gracia o amistad con Dios se perdieron también muchísimos bienes que con la gracia iban a venir, y en cambio llegaron muchos males.

Pero quiso Dios hacer una excepción y librar de la mancha del pecado original a la Santísima Virgen a la que Él había destinado para ser madre del segundo Adán, Jesucristo, el cual venía a reparar los daños que causó el primer Adán.

Veamos cómo convenía que Dios librara de la mancha del pecado original a la Virgen María. El Padre como a su Hija preferida. El Hijo como a su Madre Santísima, y el Espíritu Santo como a la que había de ser Sagrario de la divinidad.

PUNTO I:

Convenía al Padre Celestial preservar de toda mancha a María Santísima, porque Ella es su hija preferida.

Ella puede repetir lo que la Sagrada Escritura dice de la Sabiduría: "yo he salido de la boca del Altísimo" (Ecl. 24, 3). Ella fue la predestinada por los divinos decretos para ser la madre del Redentor del mundo. No convenía de ninguna manera que la Hija preferida del Padre Celestial fuera ni siquiera por muy poco tiempo esclava de Satanás. San Dionisio de Alejandría dice que nosotros mientras tuvimos la mancha del pecado original éramos hijos de la muerte, pero que la Virgen María desde su primer instante fue hija de la vida.

San Juan Damasceno afirma que la Virgen colaboró siendo mediadora de paz entre Dios y nosotros y que en esto se asemeja al Arca de Noé: en que los que en ella se refugian se salvan de la catástrofe; aunque con una diferencia: que el Arca de Noé solo libró de perecer a ocho personas, mientras que la Madre de Dios libra a todos los que en Ella busquen refugio, aunque sean miles de millones.

San Atanasio llama a María: "nueva Eva, y Madre de la vida", en contraposición a la antigua Eva que nos trajo la muerte. San Teófilo le dice: "Salve, tú que has alejado la tristeza que Eva nos había dejado". San Basilio la llama "pacificadora entre Dios y los seres humanos" y San Efrén la felicita como: "pacificadora del mundo".

Pero el pacificador no debe ser enemigo del ofendido ni estar complicado en el delito u ofensa que se le ha hecho. San Gregorio dice que si para aplacar a un ofendido llamamos a uno que es su enemigo, en vez de aplacarlo lo irritamos más. Siendo que María iba a colaborar con Cristo a conseguir la paz entre Dios y nosotros, no convenía que ella fuera una pecadora o enemiga de Dios sino todo lo contrario: una mujer con el alma totalmente libre de toda mancha de pecado.

Convenía que María no tuviera la mancha del pecado original porque ella estaba destinada a llevar entre sus brazos al que iba a pisar la cabeza del enemigo infernal, según la promesa que Dios hizo en el Paraíso terrenal, cuando le dijo a la serpiente: "Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre su descendencia y la tuya, y la descendencia de Ella te pisará la cabeza" (Génesis 3). Si María iba a ser la mujer fuerte que traería al que iba a aplastar la cabeza de Lucifer, convenía que Ella no estuviera ni siquiera por poco tiempo manchada con el pecado con el cual Lucifer manchó el alma de nuestros primeros padres. La que nos iba a ayudar a librarnos de toda mancha de pecado convenía que no tuviera ninguna mancha de pecado.

San Buenaventura dice: "Convenía que María que venía a librarnos de la vergüenza de estar manchados con el pecado, lograra verse libre de las derrotas que el demonio proporciona".

Pero la razón principal por la cual convenía que el Padre Celestial librara a María de todo pecado es porque la tenía destinada a ser Madre de su Santísimo Hijo. San Bernardino decía que si no hubiera otros motivos bastaría este: que por el honor de su Hijo que es Dios, al Padre Celestial le convenía librar a María de toda mancha de pecado.

Santo Tomás enseña que lo que se consagra totalmente a Dios debe ser santo y libre de toda mancha. ¿Y qué creatura humana ha sido consagrada más perfectamente a Dios que la Virgen María? El rey David decía que un templo no se destina para los seres humanos solamente, sino sobretodo para Dios (1 Crónicas 29) y así también el Creador que formó a la Santísima Virgen con un fin principal: ser Madre de su Santísimo, seguramente adornó su alma con los más bellos adornos, y entre todos, el mejor: el estar libre de toda mancha de pecado, para que fuera digna morada donde iba a vivir nueve meses el Salvador del mundo.

San Dionisio afirma: "Dios preparó a su Hijo la más santa y bella morada en ese mundo: el alma de su Madre Santísima, libre de toda mancha".

Y algo parecido dice la liturgia de la Iglesia cuando reza esta oración: "Oh Dios Omnipotente que por medio de el Espíritu Santo has preparado el cuerpo y el alma de María como digna morada de tu Hijo, concédenos a los que la invocamos, vernos libres de todo mal. Amén".

Gloria de los hijos es proceder de padres de intachable conducta. El libro de los Proverbios dice: "La gloria de los hijos son sus padres" (Prov. 17, 6). La gente llega a aceptar que los demás digan que sus padres eran pobres o ignorantes, pero lo que no desean de ninguna manera es que puedan afirmar que sus padres no eran gente buena. ¿Y cómo nos pudiéramos nosotros imaginar que Dios pudiendo hacer que su Hijo naciera de una mujer libre de toda mancha de pecado, hubiera permitido que Ella hubiera estado manchada por el pecado, y que Lucifer pudiera afirmar que aunque fuera por poco tiempo, había logrado esclavizar con el pecado a la Madre de Dios? No, esto nunca lo iba a permitir el buen Dios.

Por eso la Iglesia griega en uno de sus himnos dice: "Por especial Providencia hizo Dios que la Santísima Virgen desde el principio de su vida fuera tan totalmente pura cuanto convenía a su dignidad de Madre de Dios".

Los santos dicen que a ninguna otra creatura le concede Dios alguna virtud o cualidad espiritual que no le haya dado antes a la Madre de su Hijo. San Bernardo afirma: "Las cualidades o virtudes que a otros santos da Dios, no se las negó a la Madre del Redentor". Santo Tomás de Villanueva dice: "Esas cualidades y virtudes y privilegios que Dios les ha concedido a otros santos, ya antes los había regalado a la Santísima Virgen, y aún mucho mayores". Y San Juan Damasceno se atreve a exclamar: "Entre las virtudes de la Santísima Virgen y las de los santos hay tanta diferencia como del cielo a la tierra", y Santo Tomás explica que Ella es la Madre y los demás santos son simplemente "siervos", y que se le acostumbra conceder más privilegios a la Madre que a los siervos.

San Anselmo se pregunta: ¿Pudo Dios preservar a ciertos ángeles de toda mancha de pecado, y no podía preservar a su propia Madre? ¿Pudo Dios crear a Eva sin mancha de pecado y no iba a poder crear el alma de María sin esa mancha? Y si pudo hacerlo y le convenía hacerlo, ¿por qué no iba a hacerlo?

Y continúa el gran doctor San Anselmo: "Era verdaderamente justo que a la Virgen a la cual tenía Dios reservada para ser Madre de su Hijo, la adornara con tan gran pureza que no sólo aventajara a los seres humanos y a los ángeles sino que también se pudiera decir de Ella que en pureza sólo le gana Dios".

San Juan Damasceno exclama: "Dios vigilaba cerca de la Santísima Virgen, para que fuera totalmente pura, porque Ella iba a albergar por nueve meses al Salvador del mundo y lo iba a acompañar en todos sus 33 años sobre la tierra. La que iba a estar junto al más puro de todos los habitantes de la tierra, debía ser también totalmente Inmaculada y libre de toda mancha de pecado".

De María se pueden repetir las palabras del Cantar de los Cantares: "Eres como un lirio entre espinas" (C. 2, 2). Todos fuimos manchados y somos como espinas, y Ella como un lirio blanquísimo, permaneció Inmaculada, sin mancha de pecado.

PUNTO II:

Convenía al Hijo de Dios preservar a su Santísima Madre de toda mancha de pecado.

No se concede a los hijos poder escoger a su propia madre ni elegir qué tan santa debe ser. Pero si ello se nos permitiera, nosotros no iríamos a escoger por madre a quien no fuera bien santa y bien amiga de Dios. ¿Y Jesús que fue el Único Hijo que pudo escoger a su propia Madre y crearla según su parecer, no iba a hacer que la que le diera su naturaleza humana y lo acompañara cariñosamente durante toda su vida mortal fuera una mujer extraordinariamente pura y totalmente libre de toda mancha de pecado?

Cuando el Creador determinó que su Hijo naciera de una mujer, escogió a la que más convenía a su Altísima dignidad, dice San Bernardo. Y siendo conveniente que la Madre de un Redentor Purísimo fuera Ella también totalmente pura, así la hizo Nuestro Señor.

La Carta a los Hebreos dice: "Tal convenía que fuera nuestro Pontífice: santo, inocente, sin mancha de pecado, apartado de los pecadores" (Hebr. 7, 26). ¿Y la Madre de este Pontífice Supremo no convenía que fuera también Santa, inocente, sin mancha? ¿Y cómo se hubiera podido afirmar que Jesucristo estaba "apartado delos pecadores" si hubiera tenido una Madre pecadora?

San Ambrosio enseña: "Jesucristo eligió a María por Madre, no en la tierra, sino ya desde el cielo, y para morar en Ella y nacer de Ella y vivir acompañado por Ella, la llenó totalmente de santidad y de pureza". Y este santo se atreve a llamar a María ‘Mansión Celestial’, no porque Ella no fuera humana, sino porque el Señor la adornó con cualidades celestiales para ser mansión donde viviera el Hijo de Dios.

Santa Brígida dice que en una revelación oyó que María superaba a los ángeles en santidad por estar destinada a traer al mundo al Redentor.

Y la misma santa añade: "María fue concebida sin mancha del pecado original, para que de Ella naciera el Hijo de Dios, también sin mancha alguna. Jesús no quiso permitir que la Madre de la cual iba a nacer, tuviera ni siquiera por breve tiempo, la mancha del pecado en su alma.

Los santos dicen que Dios libró a la Virgen María de padecer la podredumbre de un sepulcro, porque hubiera sido una deshonra para Jesucristo que su Madre se pudriera en una tumba. Pues si hubiera sido deshonroso para Jesucristo que su Madre sufriera la podredumbre de un sepulcro, mucho más deshonroso hubiera sido para Él que María hubiera tenido en su alma, aunque fuera por poco tiempo, la podredumbre del pecado. Hubiera sido verdaderamente deshonroso para Cristo encarnarse en una madre manchada por el pecado, y esclava de los enemigos del alma.

María no sólo fue Madre, sino digna Madre del Redentor, como la han llamado infinidad de santos. San Bernardo le dice: "Sólo tú has sido digna de que el Rey Celestial te eligiera para Madre suya". Santo Tomás de Villanueva afirma: "Si la escogió Dios para madre de su Hijo, es porque estaba bien preparada para este oficio sublime". La misma Iglesia Católica en una de sus oraciones dice: "La Santísima Virgen, cuyas entrañas merecieron llevar al Salvador del mundo". Y Santo Tomás de Aquino lo explica así: "Decimos que Ella mereció llevar en sus entrañas al Salvador del mundo, no porque Ella mereciera por sí misma la Encarnación, sino porque recibió de Dios todo el grado de pureza y de santidad, que eran convenientes para ser Madre del Salvador". Y San Pedro Damián añade: "María recibió de Dios tal grado de santidad que mereció el singular privilegio de ser la única digna de ser elegida como Madre del Redentor".

Santo Tomás enseña que cuando Dios elige a una persona para un oficio especial le concede las gracias y cualidades que necesita para este oficio. Y deduce de esto que si escogió a María para Madre del Redentor, seguramente le concedió a Ella todas las gracias y cualidades que este sublime oficio exigía. Y es que el ángel le dijo: "No temas María, que has hallado gracia delante de Dios" (S. Lucas 1, 30). Si María hubiera tenido mancha de pecado, no hubiera hallado esa gracia y simpatía delante de Dios. Para Jesús habría sido un verdadero desdoro haber tenido por madre a una mujer manchada de pecado.

San Agustín cuando habla de la Santísima Virgen dice: "aquí ni siquiera me atrevo a nombrar el pecado, porque Ella por la excelsa condición de estar destinada a ser Madre de Cristo, tenía que estar libre de todo pecado. María que concibió y dio a luz al que no tuvo la más mínima mancha de pecado, debía estar ella también libre de esa mancha, y recibió gracias especialísimas para vencer en todo el pecado" (De Nat y grat. L.C. 36 Nº 42).

De todo esto teneos que concluir que el Hijo de Dios se escogió por Madre a una mujer tan pura que nunca tuviera que avergonzarse de estar manchada con pecado alguno.

San Proclo exclama: "Para Jesús nunca fue deshonroso que lo llamaran el hijo de María. Pero sí le habría sido deshonroso que los demonios le hubieran podido decir: ‘Tu madre fue pecadora en otro tiempo y esclava nuestra’".

Dios que es la Sabiduría misma supo fabricarse muy sabiamente en la tierra a la que había de ser morada de su Hijo. Y si el profeta anunció: "La sabiduría no morará con gusto en cuerpo manchado por el pecado" (Sap. 1, 4) ¿cómo podríamos imaginar que el Hijo de Dios, Sabiduría Infinita, hubiera escogido habitar en su encarnación, a una mujer que no estuviera absolutamente libre de toda mancha de pecado?

Un autor sagrado decía: Dios no encontró otro palacio más bello ni más puro que la Virgen María, para que su Hijo Santísimo viniera a habitar y nacer.

San Cirilo afirma: ¿Qué tal que uno construyera una hermosa morada para sí mismo y después se la diera a un enemigo suyo para que la habitara? ¿Y qué diríamos de Dios, que habiendo formado a la Virgen Santísima para orada y nacimiento de su Hijo, le dejara luego esa santa morada al pecado para que la habitase?

Ningún hijo amó ni amará jamás a su propia madre con un amor tan grande como el de Jesús a María. ¿Y podríamos decir que la amaba verdaderamente si la dejaba esclava del pecado? ¿Si la honra como ningún otro hijo ha honrado a la propia madre, podría permitir que quedara deshonrada con la mancha del pecado? Pregunta Gerson.

San Agustín dice que hay dos modos de redimir: uno, levantando a quien ya cayó en pecado, y otro, evitando que la persona caiga en pecado. Pues a María la redimió de este modo, superior al otro: la libró de toda mancha de pecado, y de caer en pecado.

San Buenaventura en un sermón decía que el Espíritu Santo en vez de tener que liberar después a María Santísima del pecado original, la preservó de este pecado desde el momento mismo de su Inmaculada Concepción.

Y el Cardenal Cussano dice algo muy parecido: "A María, la gracia de Dios la preservó de toda mancha de pecado, mientras que a las demás creaturas lo que hace la gracia es liberarlas de las manchas del pecado que ya tienen. A Ella el Redentor la preservó de mancharse el alma con el pecado, mientras que a los demás el Redentor los libera de esa mancha de pecado cuando ya la han contraído".

Hugo de San Víctor exclama: "El fruto declara qué tal es el árbol que lo produjo. Si el fruto del vientre de la Virgen María fue Jesús, el totalmente puro, el Inmaculado y Santísimo, así la Madre que lo engendró debió ser totalmente pura, inmaculada y santísima. Sólo María fue digna de ser Madre de tal Hijo, y sólo Jesús fue digno de ser hijo de tal Madre".

San Ildefonso le dice: "porque eres perfecta y totalmente pura, por eso fuiste elegida para ser Madre del Creador".

PUNTO III:

Convenía al Espíritu Santo que María fuera totalmente libre de toda mancha de pecado.

Santo Tomás llama a María: "Sagrario del Espíritu Santo". Varios santos la llaman "Templo del Espíritu Santo". Pues bien, el Espíritu Santo estaría más contento y más satisfecho si el Sagrario o el templo donde iba a habitar era totalmente libre de toda mancha de pecado. Por eso Dios libró a María de toda mancha pecaminosa.

En el Cantar de los Cantares se dice algo que le corresponde muy bien a María Santísima: "Eres totalmente hermosa y en ti no hay mancha alguna ni defecto" (Cant. 4, 7) y también: Tu eres como un huerto cerrado a donde no han llegado los enemigos a hacer mal, y eres como una fuente sellada que nadie ha podido contaminar (Cant. 4, 12). San Bernardo dice que el Espíritu Santo que es el autor principal de la Sagrada Biblia, afirmó esto de la Santísima Virgen. Y en el Libro Sagrado sigue diciendo: "Las jóvenes son muchas, pero una sola es mi paloma, la perfectamente pura" (Cant. 6, 7).

Por eso el Ángel le dijo al saludarla "Salve, llena de gracia". San Sofronio dice que a las demás creaturas les concede Dios mucha gracia y bendición, pero que a María la llenó totalmente de su gracia. Y si estaba llena de gracia de Dios no podía tener mancha de pecado en su alma.

San Pedro Damián afirma: "La que Dios eligió para ser Madre de su Hijo debía tener su alma totalmente llena del Espíritu Santo". Y por lo tanto sin sitio para la mancha del pecado.

Los Santos afirman: "María estuvo siempre llena de luz espiritual en el alma, y nunca tuvo tinieblas de pecado en su espíritu". – "Dios que creó pura a la Madre carnal de los seres humanos, también podía crear totalmente pura a María, la Madre espiritual de todos los creyentes" – .

San Bernardino afirma: "No es aceptable que Jesús quisiera nacer de una madre manchada por el pecado, pudiendo nacer de una madre totalmente pura y santa".

Si el ángel le dice: "Has hallado gracia delante de Dios" puede significar que en su alma no había ninguna mancha de pecado que la hiciera antipática ante Nuestro Señor.

Ya en el año 1661 solamente entre los Padre Dominicos (que eran los más reacios) se habían contabilizado 136 escritores de esa Orden religiosa que proclamaban que María no tuvo ni la más mínima mancha de pecado en su alma. Y las Universidades más famosas de entonces: la de La Sorbona en París, las de Colonia y Nápoles en Italia, las de Salamanca y Alcalá en España y la de Maguncia en Alemania, declararon solemnemente estar totalmente de acuerdo con la idea de que María Santísima fue preservada de toda mancha de pecado. Si tan altos intelectuales lo han proclamado, ¿por qué no proclamar esto mismo todos los fieles sencillos de la Iglesia Católica?

La Iglesia Católica ha celebrado desde muy antiguo la fiesta de la Inmaculada Concepción, en recuerdo de que María fue concebida sin pecado original, y esta fiesta la han aprobado los Sumos Pontífices y los obispos de todo el mundo.

La Iglesia celebra también el 8 de septiembre la fiesta del nacimiento de la Virgen María. Santo Tomás enseña que la Iglesia católica no acostumbra celebrar el nacimiento de sus santos, pero que a María sí le celebra el nacimiento porque Ella fue totalmente santa ya desde antes de nacer (Summa. T. 3, q. 27 a 1).

ORACIÓN:

Inmaculada Madre Mía, me alegro contigo al verte enriquecida con tanta pureza por parte de Dios y quiero dar gracias al Creador por haberte preservado de toda mancha de pecado, como lo creo firmemente. Y estoy siempre dispuesto a defender la gran verdad de que has sido concebida sin mancha de pecado original.

Quisiera que todo el mundo te admirara y te alabara, como la Aurora que anuncia la llegada del Sol, que es Jesucristo; como el Arca de la Nueva Alianza, que se salvó del naufragio de la mancha del pecado original, como la Paloma sin mancha y blanquísima, como el Huerto cerrado al cual no han logrado llegar los enemigos del alma, como la Fuente Sellada que no ha sido contaminada, como el blanco lirio que floreció entre las espinas, pues en medio de tantas gentes manchadas con el pecado, tu naciste y te conservaste siempre blanca, pura y completamente amiga del Divino Creador.

Permíteme que te alabe con las palabras pronunciadas por el mismo Dios: "Toda hermosa eres tú, y en ti no hay mancha alguna". Oh amabilísima e Inmaculada María: tu que eres tan bella ante los ojos de Dios, no dejes de mirar con compasión a las asquerosas llagas de mi pobre alma. Mírame con compasión y ayúdame a curarme de las llagas de mis pecados. Tú que eres un imán que atrae los corazones, atráeme también a mí hacia tu corazón maternal. Tú que desde el primer momento de la vida apareciste tan completamente pura y tan agradable a Dios, ruega por mi que no sólo nací con la mancha del pecado original sino que durante toda mi vida he venido manchando mi alma con tantas culpas y pecados. Dios que te eligió como Hija predilecta del Padre, y Madre Santísima del Hijo y Sagrario del Espíritu Santo, y por eso te libró de toda mancha de pecado y te demostró más amor que a toda otra creatura, ¿qué favor o gracia que pidas para nosotros te podrá negar? Virgen Inmaculada: ¡tienes que ayudarme a salvarme! Por eso te digo con San Felipe Neri: haz que yo siempre me acuerde de Ti, y Tú nunca te olvides de mí. Me parece que faltaran mil años todavía para poder contemplar tu hermoso rostro maternal en el cielo, para empezar a amarte y alabarte en el Paraíso como a la más buena de las madres, mi madrecita, mi Reina, mi gran benefactora, la más bella, la más amable, la más pura, la siempre Inmaculada Virgen María. Amén.

(Tomado de www.aciprensa.com/Maria/Inmaculada/santos.htm#3 )


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Dr. D. Isidro Gomá y Tomás

ANUNCIACIÓN DE LA VIRGEN
Y ENCARNACIÓN DEL VERBO: Lc. 1, 26-38

Explicación. — Circunstancias históricas (26-27). — Este frag­mento es bellísimo y llenísimo. Ni se podían decir más cosas en menos palabras, ni podía tratarse con mayor ingenuidad y sencillez el más grave negocio de la humanidad en sus relaciones con Dios. Todo aquí es grande: Dios que envía el ángel mensajero, el motivo del mensaje, la profundidad del ministerio, la excelsitud de la Virgen. Pero todo es asimismo pequeño: el país, la ciudad, la casa en que el hecho histórico ocurre. Es el símbolo de la pequeñez humana, a la que el poder y la misericordia de Dios van a levantar a las alturas del mismo Dios.

La Anunciación del nacimiento del Mesías tiene lugar al sexto mes del embarazo de Isabel, en marzo del mismo año del naci­miento. Para el fausto anuncio, el ángel Gabriel fue enviado por Dios: es Gabriel el ángel de la anunciación: había anunciado el Mesías a Daniel (8, 9); más tarde a Zacarías; hoy es el día de la realización de las promesas. Es el mismo Dios quien le envía a la tierra, porque así lo demandaba la grandeza del mensaje. Gabriel es enviado a una ciudad de Galilea, provincia la menos noble de la Palestina, despreciada por los moradores de Jerusalén : la ciudad es llamada Nazaret, tan obscura, que de ella no ocurre mención en el Antiguo Testamento, y que era tenida en poco por los judíos (Ioh. 1, 46); contaba, según algunos, en aquellos tiempos, unos 12.000 habitantes. Hoy cuenta unos 8.000. Nazaret significa «tallo» o «pimpollo», nombre simbólico de la Virgen que en aquella ciudad moró —tallo salido de la raíz de Jessé—, y del divino Niño, flor delicada de aquel vástago. Está la ciudad emplazada en forma de anfiteatro en medio de una serie de altas colinas, a unos 350 metros sobre el nivel del mar y a 120 kilómetros de distancia al norte de Jerusalén. Toda ella está llena de recuerdos de la Sagrada Familia, a la que por tantos años albergó. El recuerdo de la bella visión de Nazaret y sus contornos no se borra de la memoria de quien una vez estuvo allí.

Va dirigido el mensaje a una virgen, que virgen debía ser la madre de Emanuel, según la célebre profecía de Isaías (7, 14). Es una doncella humilde, que la tradición nos dice había sido educada en el templo de Jerusalén, probablemente bajo los cuidados de Za­carías, donde había hecho, ya en su infancia, el voto de perpetua virginidad. A los doce años, época de la mayor edad para las hijas de Israel, retornó la Virgen María a Nazaret, fijando su residencia en la pobre casa de sus padres, que la misma tradición nos dice se llamaban Joaquín y Ana.

La humilde Virgen estaba desposada con un varón que se lla­maba José. Desposada equivale a verdaderamente casada, aunque no se había celebrado la ceremonia solemne de la entrega de la esposa al esposo en casa de éste. No puede determinarse el tiempo que mediaba entre los desposorios y la entrega solemne, que podía ser de un mes hasta un año, y aun solamente de días antiguamente. El nombre de José equivale a «Dios dé crecimiento»; se ha realizado en el humilde nazaretano la significación de su nombre: es hoy Patrón de la Iglesia universal, y el amor del santo varón está entrañado en el alma del pueblo cristiano.

La Virgen era de la casa de David, que a Ella, más que a José se refieren las palabras del texto: en los vv. 32 y 69 ya se supone que la Virgen era de la casa de David. También lo era José, como se afirma en Lc. 2, 4. Ambos descendían del gran rey: la virgen, por línea de Salomón, y José por la de Natán. Así será Jesús Hijo de David en el sentido natural por parte de su santísima Madre, y en el sentido legal por la de su padre putativo (Rom. 1, 3; Hebr. 7, 14). José y María no vivirán bajo un mismo techo hasta que el esposo la haya recibido solemnemente en su propia casa, que será luego la morada común.

Y el nombre de la Virgen era María. Nombre dulcísimo para el cristiano, y lleno de altísimas significaciones: «Señora», «Ilumina­ción mía», «Hermosa», «Robusta», «Estrella del mar», «Mar amar­go», «Amada por Yahvé», son, de entre las 50 interpretaciones diversas del santo Nombre, las que cuentan mayor número de votos entre los exegetas. Virgen castísima, cuya edad sería de unos cator­ce a diecisiete años y que estaría dedicada a los quehaceres propios de las doncellas de su condición en Nazaret.

La salutación angélica (28). — Y habiendo entrado el ángel adonde estaba, dijo...— Entra el ángel, con lo que se significa que revistió la forma humana para llevar a la tierra el fausto anuncio: así convenía, dice Santo Tomás, porque se trataba de anunciar la «encarnación» del hijo de Dios; para deleitar a la futura Madre en el espíritu y en los sentidos; y para mayor certeza del estupendo misterio.

El ángel del Señor entra y sale del lugar donde se halla la Señora, lo que supone se encontraba la Virgen en un recinto cerrado, contra el sentir de los griegos cismáticos, que afirman haberse rea­lizado la anunciación en la fuente pública de Nazaret, seguramente la que conserva aún el nombre de María. Muchas casas de Nazaret constan de dos partes o sistemas de construcción: una interior, cavada en la roca donde la casa se apoya por la parte posterior, y otra, saliente, de mampostería o adobes, terminada por una azotea plana. Probablemente estaría la Virgen en la parte hueca de la peña, donde se halla hoy el altar de la Anunciación con la inscrip­ción, en el suelo y debajo del altar: VERBUM CARO HIC FACTUM EST. Una tradición afirma que en 1291 manos angélicas trasladaron la parte exterior de la Santa Casa a la Dalmacia, y tres años más tarde a la gloriosa montaña de Loreto, en Italia.

María y el ángel, solos en la humilde habitación de aquélla, que según común sentir de los expositores estaría en alta contempla­ción y expresaría en ardientes súplicas el deseo de que viniera el Mesías, van a parlamentar sobre el negocio más trascendental de la humana historia. Así se ha complacido en representarla, en múl­tiples formas, el arte cristiano.

Dios te salve, dice el ángel, rompiendo el silencio. Es palabra de paz y de alegría; es, al mismo tiempo, augurio del cúmulo de todos los bienes apetecibles. Es saludo lleno, señal de benevolencia, amis­tad y amor, y que, por venir del cielo, es gaje de toda suerte de bendiciones.

Llena de gracia, mejor, «la llena de gracia»: es participio con que el Evangelista substituye el nombre propio de la Virgen, como si ella fuera la llena de gracia por antonomasia. No sólo «bella» o «hermosa», como quieren los protestantes, tan mezquinos cuando de ensalzar a esta criatura se trata, sino llena de toda suerte de gracia, en el sentido de la nueva Ley, es decir, de gracia divina, de dones y bendiciones de orden natural y sobrenatural; libre por ello de pecado original y actual, y repleta de todo carisma del Espíritu Santo. Llena de gracia antes que conciba a Jesús, autor de la gra­cia, y en previsión de cuyos méritos quiso Dios hacer de Ella habi­tación digna del Hijo de Dios encarnado.

El Señor es contigo; no en sentido optativo, «sea contigo», sino en la significación positiva de una inhabitación especial de Dios en esta criatura de privilegio. El Señor es contigo por el sumo amor con que quiere darte a su Hijo por Hijo tuyo; para estar en tu corazón y en tus entrañas; para llenar tu espíritu y tu cuerpo. El Señor es contigo desde tu Concepción Inmaculada y de una excelsa manera, porque has sido elegida para ser Madre suya.

Bendita tú entre las mujeres. Es frase de encomio, como la diri­gida a Jael (Iud. 5, 24) y Iudith (13, 23). Ellas libraron al pueblo escogido de la ruina temporal; María lo librará de la ruina eterna: es una bella indicación de María corredentora del género humano. Todas las mujeres han incurrido en la maldición de la primera; tú eres la única bendita con toda plenitud: todo lo grande que una mujer puede ambicionar, la virginidad y la maternidad; la fecun­didad sin contacto carnal y el alumbramiento sin dolor; ser honor de la raza humana y recibir las bendiciones de todos los hombres, de todos los siglos: todo ello te lo alcanza la plenitud de la gracia y la inhabitación de Dios en ti.

El misterio (29-38). — Y cuando oyó ella esto, se turbó con las palabras del ángel. — Túrbase la Señora, no por el temor que pudiera infundir la presencia de un ángel en forma humana, sino por la grandeza del elogio, jamás oído ni leído por ella, versadísima en las Escrituras, y que no puede compaginar con su humildad profundísima. Por ello dialogaba, por decirlo así, consigo misma, para hallar la razón de esta situación peregrina: Y pensaba qué saluta­ción fuese ésta.

Disipa el ángel la turbación de la Virgen: Y el ángel la dijo: No temas, María. No hubiese la Virgen penetrado toda la grandeza de la promesa que iba a hacerla el ángel en su estado de turbación: es preciso que se serene; por ello la llama por su nombre propio, que es señal de familiaridad y cariño, y la ruega blandamente que aleje todo temor. Y añade la razón altísima: Porque has hallado gracia delante de Dios: Dios, que es el Autor de la paz, te ha hecho y ha­llado acepta a sus ojos; espera todavía de su gracia grandes cosas.

Y explica entonces el ángel en forma enfática, categórica, aun-que en frase sencilla y clara, el faustísimo anuncio, impregnado todo él del sentido de las viejas profecías mesiánicas, a las que se añade la luz de la revelación nueva: He aquí que concebirás en tu seno, y parirás un hijo, y le darás el nombre de JESUS. Se señalan aquí las tres primeras etapas de la vida del Verbo humanado: con­cepción, nacimiento e imposición de nombre; en cada una de ellas tiene la Virgen la principal función, como Madre del futuro Hijo del hombre. Hay en estas palabras manifiesta alusión a las de Isaías: «He aquí que una virgen concebirá y dará a luz un hijo, y se le llamará Emanuel... (7, 14). Jesús es el Emanuel, porque es «Dios Salvador»: su misma madre le impondrá el nombre, en virtud de los derechos de la maternidad, como otras madres lo hicieron antes que ella (Gén. 4, 1; 19, 37.38; 29, 32-35).

Y luego, con palabra ceñida, luminosísima, en la que aparece la gloriosa figura del Mesías, tal como le esperaba el pueblo de Dios, pero sin las sombras de las aberraciones de un falso patriotis­mo, describe el ángel las características del futuro Hijo de María: Este será grande. Primero, por su origen divino. Y será llamado Hijo del Altísimo, es decir, lo será en verdad, y será reconocido como Hijo propio de Dios. En segundo lugar, por su dignidad real: Le dará el Señor Dios el trono de David, su padre: será el rey espe­rado por el pueblo judío; la genealogía de María le da la regia estir­pe; Dios le dará el trono de su glorioso ascendiente; David es el tronco y el tipo del futuro Mesías. Tercero, por la perpetuidad de su reino: Reinará para siempre en la casa de Jacob, y su reino no ten­drá fin; en lo que se revela definitivamente la mesianidad del hijo de María: cuando ha salido ya el cetro de la casa de Judá, lo reco­ge, en cumplimiento de la antigua profecía, el Mesías prometido (Gen. 49, 10), para dar forma espiritual al reino de Dios y regirle en propiedad hasta el fin de los siglos (2 Reg. 7, 12; Os. 3, 5; Ez. 21, 26). Todas estas promesas del ángel entran en el espíritu de las antiguas profecías y en el de los mejores tiempos de las esperanzas de Israel. El mismo pueblo contemporáneo de María estaba im­buido de estas ideas, y esperaba por momentos al Hijo de David que restaurara para siempre el reino de Israel.

María ha meditado las profecías; tiene claro concepto del futuro reino mesiánico; en las palabras del ángel comprende se le anuncia la maternidad del Mesías Salvador. Conoce por otra parte el vati­cinio de Isaías, según el cual nacerá el Emanuel de una virgen. Por ello no duda la virgen de Nazaret, como Zacarías, de la verdad del anuncio. Mas ella es virgen; ha hecho a Dios el voto perpetuo de su virginidad; persiste en él, no obstante, la magnífica prome­sa de Gabriel: Y, queriendo la seguridad de que su virginidad quedará a salvo, en uso de un legítimo derecho, que arranca de la mis­ma naturaleza del voto libre que ha emitido, María dijo respetuosamente al ángel: ¿Cómo será esto, porque yo no conozco varón? La intención de la Virgen es conocer la forma como se realizará el misterio; tal vez no tenga clara idea, dice Lepicier, de la concep­ción y parto virginal; Y el ángel le respondió, entrando en la in­tención de la Señora: El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y te cubrirá con su sombra la virtud del Altísimo. Al Espíritu Santo se atribuyen las obras del amor de Dios: la máxima de ellas es la encarnación del Verbo; vendrá sobre María, con una inhabitación y una eficacia especial, el Espíritu de Dios, para formar el cuerpo santísimo del Hijo de Dios hecho hombre; y la divina omnipotencia, como la nube misteriosa que descansaba sobre el Arca de la Alianza (Ex. 40, 32), vendrá sobre esta Arca santísima del Nuevo Testamento para producir la estupenda obra. Es metáfora castísima que indica la acción de Dios, substitutiva de la obra del varón. Fruto de esta misteriosa acción será la procreación de la humana naturaleza de Jesús y su unión con el Verbo de Dios. Consecuencia lógica y consoladora es lo que añade el ángel: Y por esto lo que nacerá de ti será llamado Santo, Hijo de Dios; será santo lo que nacerá de la Virgen, porque es santo su doble origen: la Madre, que es llena de gracia, y la santísima acción del Espíritu de Dios; no hay en la con­cepción del Hijo de María desorden ni mancilla. Y será hijo de Dios, por la forma admirable de la concepción y por la unión de la naturaleza humana a la persona del Verbo.

Revelado el misterio, da Gabriel a la Virgen una razón de su credibilidad, anunciándola la concepción milagrosa del Bautista: Y he aquí que Isabel, tu parienta, ha concebido también un hijo en su vejez: y este mes es el sexto de aquella que es llamada estéril: porque no hay cosa alguna imposible para Dios. Es entonces cuando María, que ve en salvo su virginidad; que ha descubierto, sin duda, a una luz extraordinaria que Dios le ha comunicado en aquellos momentos, la sublimidad del misterio y la forma en que va a reali­zarse; que tiene una prueba de orden externo que garantiza la verdad del anuncio faustísimo; se anonada ante el Dios que quiere levantarla a la cumbre altísima de la maternidad divina, y con obediencia pronta, con absoluta identificación con las palabras del ángel, pronuncia la sentencia, que lo es de liberación para el hu­mano linaje: Y María dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra: es la criatura que se pliega a la voluntad de su Hacedor y hace el honor debido a la palabra de su mensajero. Y se retiró de ella el ángel: había entrado saludándola llena de gracia; mayor reverencia la demostraría al despedirse de la que era ya su Reina y Señora, porque era ya Madre de su Rey y Señor.

Lecciones morales. — A) v. 26. — Y al sexto mes, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea... — Dios vincula casi siempre las grandes cosas a pequeñas causas. San Pablo concreta este gran principio de la política de Dios en el gobierno del mun­do en su conocida sentencia: «Las cosas flacas del mundo escogió Dios para confundir las fuertes..., y aquellas que no son, para destruir las que son» (1 Cor. 1, 27.28). En el misterio de la Encar­nación todo es pequeño: el país, la ciudad, la casa, la humilde Virgen, el diálogo silencioso de dos altísimas criaturas. Pero de aquí sale la obra más grande y trascendental de la historia: la Encarna­ción del Hijo de Dios; la Redención, con todos los misterios que la siguen; la transformación del mundo; la gloria incomparable del reino de Dios en la tierra y en los cielos eternos.

B) v. 28. — Dios te salve, llena de gracia... — En la salutación angélica hemos de aprender y admirar la modestia, la humildad, la prudencia de la Virgen. En las alabanzas que se nos tributen hemos de ver sólo nuestra nada y la generosidad de Dios por quien somos todo cuanto somos: mendigarlas, sería prueba de vanidad e insen­satez. Una comparación entre la conducta de la Virgen en su diá­logo con el ángel y nuestra conducta ante las palabras de lisonja, nos dará, por contraste, idea excelsa de la grandeza de la Madre de Dios y pobre concepto de lo que nosotros somos.

C) v. 30. — No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios... — Nada tiene que temer, dice el Crisóstomo, el que ha hallado gracia delante de Dios, porque Dios es la fortaleza de sus amigos, y nadie puede nada contra Dios. «Quien a Dios tiene, nada le falta», decía Santa Teresa; y tiene a Dios quien está en su gracia. San Pablo desafiaba a todas las fuerzas contrarias, la tribulación, las congojas, los peligros, el hambre, la vida y la muerte, y de todas se sentía triunfador, porque la caridad de Cristo le unía a su Dios. — Procuremos esta tranquilidad y fuerza del espíritu que da la convicción de estar bien con Dios. Si algo nos reprocha la conciencia, pongámonos en paz con El,

D) v. 34. — ¿Cómo será esto, porque yo no conozco varón? — Ni debió María dejar de creer al ángel, dice San Ambrosio, ni tam­poco prestar a sus dichos un asentimiento temerario. Porque Za­carías no creyó, fue castigado; porque María creyendo —porque no dudó del hecho—, asintió a las palabras del ángel, mereció que éste le explicara en nombre de Dios el profundo misterio. Se revela aquí, y nos da en ello admirable ejemplo, el profundo equili­brio del alma de la Virgen. Cree primero, y busca luego las razones de creer. Ante la autoridad del Dios que revela, debemos abajar nuestra inteligencia; pero Dios no veja la inteligencia del hombre; respeta sus fueros, y es pródigo en luz para quienes humildemente buscan la luz. Aceptemos las verdades reveladas, pero ilus­tremos nuestra fe buscando los motivos de ella. Se harán nuestras creencias más firmes y hallará mayor descanso nuestro espíritu, tan ávido de luz.

E) v. 38. —He aquí la esclava del Señor... — Dios, que respeta la voluntad del hombre y la gobierna con suma reverencia (Sap. 12, 18), quiso que a la encarnación del Verbo precediera la voluntad deliberada de la Virgen: no se encarna el Hijo de Dios sin el consentimiento de la que debía ser su Madre. Tampoco se obra nuestra reparación y santificación sin la cooperación de nuestra voluntad. Son dos los factores de nuestra salvación: la gracia de Dios y nuestra propia voluntad; sin gracia es imposible la vida divina; tampoco viviremos de Dios si no queremos. «Quien te creó sin ti, dice San Agustín, no te salvará sin ti.»

F) v. 38. — Hágase en mí según tu palabra. — Aprendamos, en este momento culminante de la vida de la Virgen y de la historia del mundo, el precio incomparable de la virginidad, que María santísima antepone a la misma dignidad de Madre de Dios. De la humildad, que atrae al Hijo de Dios, a la humilde palabra de la Virgen, a humillarse a su vez y tomar la forma de esclavo. De la conformidad con la voluntad de Dios, que levanta a una humilde virgen al rango de Madre de Dios, y salva al mundo.

(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. I, Ed. Acervo, 6ª ed., Barcelona, 1966, p. 257-264)


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Teodoto de Ancira

«Demos paso ya a los himnos de piedad e iniciemos con gozo nuestros cantos, celebrando, glorificando y enalteciendo el misterio que supera todo pensamiento y toda palabra. Comencemos con el divino saludo del morador del cielo Gabriel y digamos: “Salve, oh llena de gracia, el Señor es contigo” (Lc 1,28). Juntos con él continuemos diciendo: “Salve, oh deseable gozo nuestro; salve, exultación de las Iglesias; salve, nombre que inspira dulzura; salve, rostro encantador divinamente fúlgido; salve, venerabilísimo recuerdo; salve, vellocino salvador y espiritual; salve, Madre del resplandor indefectible, llena de Luz; salve, purísima Madre de santidad; salve, limpísima fuente de agua que da la Vida; salve, nueva Madre en quien se realiza un nacimiento nuevo; salve, Madre inefable del inalcanzable Misterio”…» (Homilía 4 sobre la Madre de Dios).

(Tomado de MANUEL GARRIDO BONAÑO, O.S.B. Año litúrgico patrístico: Adviento, Navidad)


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Juan Pablo II

Homilía de S.S. Juan Pablo II
en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción

En el camino hacia el gran jubileo la fiesta de la Inmaculada marca una etapa importante

1. «Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo. (...) Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él» (Ef 1, 34).

La liturgia de hoy nos introduce en la dimensión de lo que existía «antes de crear el mundo». A ese antes remiten otros textos del Nuevo Testamento, entre los cuales figura el admirable prólogo del evangelio de san Juan. Antes de la creación, el Padre eterno elige al hombre en Cristo, su Hijo eterno. Esta elección es fruto de amor y manifiesta amor.

Por obra del Hijo eterno hecho hombre, el orden de la creación se ha unido para siempre al de la redención, es decir de la gracia. Éste es el sentido de la solemnidad de hoy que, de modo significativo, se celebra durante el Adviento, tiempo litúrgico en el que la Iglesia se prepara para conmemorar en Navidad la venida del Mesías.

2. «La creación entera se alegra, y no es ajeno a la fiesta Aquel que tiene en su mano el cielo. Los acontecimientos de hoy son una verdadera solemnidad. Todos se reúnen con un único sentimiento de alegría; todos están imbuidos por un único sentimiento de belleza: el Creador, todas las criaturas y también la Madre del Creador, que lo hizo partícipe de nuestra naturaleza, de nuestras asambleas y de nuestras fiestas» (Nicolás Cabasilas, Homilía 11 sobre la Anunciación en: La Madre de Dios, Abadía de Praglia, 1997, p. 99).

Este texto de un antiguo escritor oriental corresponde muy bien a la fiesta de hoy. En el camino hacia el gran jubileo del año 2000, tiempo de reconciliación y alegría, la solemnidad de la Inmaculada Concepción marca una etapa densa de fuertes indicaciones para nuestra vida.

Como hemos escuchado en el evangelio de san Lucas, «el mensajero divino dijo a la Virgen: "Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo" (Lc 1, 28)» (Redemptoris Mater, 8). El saludo del ángel sitúa a María en el corazón del misterio de Cristo; en efecto, en ella, llena de gracia, se realiza la encarnación del Hijo eterno, don de Dios para la humanidad entera (cf. ib.).

Con la venida del Hijo de Dios todos los hombres son bendecidos; el tentador maligno es vencido para siempre y su cabeza aplastada, para que a nadie se aplique tristemente la maldición que las palabras del libro del Génesis nos acaban de recordar (Gn 3, 14). En Cristo -escribe el apóstol san Pablo a los Efesios- el Padre celestial nos bendice con toda clase de bienes espirituales, nos elige para una santidad verdadera, y nos hace sus hijos adoptivos (cf. Ef 1, 3-5). En él nos convertimos en signo de la santidad del amor y de la gloria de Dios en la tierra.

3. Por estos motivos la Acción católica italiana ha elegido a María inmaculada como reina y patrona especial de su itinerario de formación en el compromiso misionero. Por eso, amadísimos hermanos y hermanas, estáis hoy aquí, en la sede de Pedro, participando en vuestra décima asamblea nacional. Han pasado ciento treinta años desde vuestra fundación, y este año conmemoráis el trigésimo aniversario de vuestro nuevo estatuto aplicación práctica de la doctrina del concilio Vaticano II sobre el laicado y la misión de la Iglesia.

(...)

4. Amadísimos hermanos y hermanas, en el umbral del tercer milenio, vuestra misión resulta más urgente ante la perspectiva de la nueva evangelización. Estáis llamados a promover con vuestra actividad diaria un encuentro entre el Evangelio y las culturas cada vez más fecundo, como lo exige el proyecto cultural orientado en sentido cristiano.

Para las Iglesias que están en Italia, como ya recordé a los participantes en la Asamblea eclesial de Palermo, se trata de renovar el compromiso de una auténtica espiritualidad cristiana, a fin de que todos los bautizados se conviertan en cooperadores del Espíritu Santo, «el agente principal de la nueva evangelización» (n. 2).

En este marco, vuestra obra como miembros de la Acción católica debe llevarse a cabo de acuerdo con algunas directrices claras, que quisiera recordar ahora: la formación de un laicado adulto en la fe; el desarrollo y la difusión de una conciencia cristiana madura, que oriente las opciones de vida de las personas; y la animación de la sociedad civil y de las culturas, en colaboración con cuantos se ponen al servicio de la persona humana.

Para actuar de acuerdo con estas directrices, la Acción católica debe confirmar su característica propia de asociación eclesial; es decir, al servicio del crecimiento de la comunidad cristiana, en íntima unión con los obispos y los sacerdotes. Este servicio exige una Acción católica viva, atenta y disponible, para contribuir eficazmente a abrir la pastoral ordinaria al espíritu misionero, al anuncio, al encuentro y al diálogo con cuantos, incluso bautizados, viven una pertenencia parcial a la Iglesia o muestran actitudes de indiferencia, de alejamiento y, a veces quizá, de aversión.

En efecto, el encuentro entre el Evangelio y las culturas posee una dimensión misionera intrínseca, y en el actual ámbito cultural y en la vida diaria exige el testimonio y el servicio de los fieles laicos, no sólo como individuos, sino también como miembros de una asociación, en favor de la evangelización. Los individuos y las asociaciones, precisamente por la índole laical que los distingue, están llamados a recorrer el camino de la comunión y del diálogo, por el que pasa diariamente el anuncio de la Palabra y el crecimiento en la fe.

5. El renovado encuentro entre el Evangelio y las culturas es también el terreno donde la Acción católica, como asociación eclesial de laicos, puede prestar un específico y significativo servicio a la renovación de la sociedad italiana, de sus costumbres e instituciones: es la animación cristiana del entramado social, de la vida civil y de la dinámica económica y política.

Vuestra rica historia muestra que la animación cristiana es particularmente necesaria en circunstancias como las actuales en que Italia está llamada a afrontar cuestiones fundamentales para el futuro del país y de su civilización milenaria. Es urgente buscar estrategias eficaces y soluciones concretas, teniendo siempre presentes el bien común y la dignidad inalienable de la persona. Entre las grandes cuestiones que requieren vuestro compromiso hay que recordar la acogida y el respeto sagrado a la vida, la tutela de la familia, la defensa de las garantías de libertad y equidad en la formación y la instrucción de las nuevas generaciones, y el reconocimiento efectivo del derecho al trabajo.

6. Amadísimos hermanos y hermanas, ya a las puertas del tercer milenio, vuestra misión consiste en trabajar para que a Italia no le falte jamás la espléndida luz del Evangelio, que siempre debéis anunciar con sinceridad y vivir con coherencia. Sólo así seréis testigos creíbles de la esperanza cristiana y podréis difundirla a todos.

Que os proteja María, la «llena de gracia», a quien hoy contemplamos resplandeciente en la gloria y en la santidad de Dios.

Vaticano, 8 de diciembre de 1998


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Catecismo de la Iglesia Católica

La Inmaculada Concepción

490 Para ser la Madre del Salvador, María fue "dotada por Dios con dones a la medida de una misión tan importante" (LG 56). El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como "llena de gracia" (Lc 1, 28). En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios.

491 A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María "llena de gracia" por Dios (Lc 1, 28) había sido redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX:

... la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano (DS 2803).

492 Esta "resplandeciente santidad del todo singular" de la que ella fue "enriquecida desde el primer instante de su concepción" (LG 56), le viene toda entera de Cristo: ella es "redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo" (LG 53). El Padre la ha "bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo" (Ef 1, 3) más que a ninguna otra persona creada. El la ha elegido en él antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor (cf. Ef 1, 4).

493 Los Padres de la tradición oriental llaman a la Madre de Dios "la Toda Santa" ("Panagia"), la celebran como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura" (LG 56). Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida.


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EJEMPLOS PREDICABLES

La primera vela en la gruta de Lourdes

Un día al final de la aparición, Bernardita se acerco a su tía que la acompañaba y le dijo: ¿Quieres darme una vela y permitirme dejarla en la gruta? Entonces se dirigió hasta el fondo de la gruta y allí la dejo encendida, apoyándola en la roca.

Esta vela quizás en un momento fue la única; ahora son millones las que arden constantemente ante la imagen de la Virgen. La vela encendida es un hermoso símbolo: la cera blanca y virgen de la que esta formada, siempre ha representado la humanidad que Cristo tomó de María, y que unida a la Divinidad es la luz del mundo. Como la cera de la vela, esta humanidad sagrada se consumirá delante de Dios en adoración, suplicas y acción de gracias. La luz de la vela, resplandeciente y radiante, simboliza la Divinidad del Hijo de María. La vela encendida representa igualmente al cristiano, que iluminado por la fe debe consumirse delante de Dios como víctima de penitencia y amor.

El 2 de marzo, Bernardita fue de nuevo a ver al párroco de Lourdes, recordándole la petición de la Virgen de levantar un Santuario en el lugar de las apariciones. El párroco le contesto que era obra del Obispo quien ya estaba enterado de la petición y sería el encargado de poner por obra el deseo celestial de la Visión.

Ultimo día, 4 de marzo, siguiendo su costumbre, Bernardita, antes de dirigirse a la gruta, asistió a la Santa Misa. Al final de la aparición, tuvo una gran tristeza, la tristeza de la separación. ¿Volvería a ver a la Virgen?

La Virgen siempre generosa, no quiso que terminara el día sin una manifestación de su bondad: un gran milagro, un milagro maternal, coronación de la quincena de apariciones. milagro: un niño de dos años estaba ya agonizando, se llamaba Justino. Desde que nació tuvo una fiebre que iba poco a poco desmoronando su vida. Sus padres, ese día, lo creían muerto. La Madre en su desesperación lo tomó y lo llevó a la fuente. El niño no daba señales de vida. La madre lo metió 15 minutos en el agua que estaba muy fría. Al llegar a la casa, notó que se oía con normalidad la respiración del niño. Al día siguiente, Justino se despertó con tez fresca y viva, sus ojos llenos de vida, pidiendo comida y sus piernas fortalecidas. Este hecho conmocionó a toda la comarca y pronto a toda Francia y Europa; tres médicos de gran fama certificaron el milagro, llamándolo de primer orden.

Entonces el gobernador de Tarbes, ciudad a la que pertenecía Lourdes, reunió a todos los alcaldes de la zona para dar instrucciones precisas de prohibir de inmediato la asistencia a la gruta de todo ciudadano. Todo fue en vano, cada día acudían mas peregrinos de todas partes.

No obstante las persecuciones, las burlas y las injurias, Bernardita continuaba visitando la Gruta. Iba a rezar el Rosario con los peregrinos. Pero la dulce visión no aparecía. Ella ya estaba resignada a no volver a ver a la Virgen.

El 25 de Marzo, día de la Anunciación, Bernardita se sintió fuertemente movida a ir a la Gruta; muy contenta obedeció ese llamado en su corazón, y se fue inmediatamente hacia la Gruta.

Como era una fecha solemne, los peregrinos tenían la esperanza de que la Virgen se aparecería y cuando llego Bernardita se asombró de la cantidad de personas que encontró. Fue este día 25, en la historia de las apariciones, un día de gloria. Bernardita volvió a preguntarle a la Señora.."quieres tener la bondad de decirme quien eres y cual es tu nombre?" (la visión resplandecía mas que nunca; sonriendo siempre, y siendo su sonrisa la única respuesta.)

Bernardita insistió..."¿quieres decirme quien eres?, te lo suplico Señora Mía".

Entonces la Señora apartó su vista de Bernardita, separó sus manos, hizo deslizar en su brazo el rosario que tenía en sus dedos, levanto a un mismo tiempo sus manos y su cabeza radiante, en tanto que sus manos se juntaron delante del pecho, su cabeza se afirmo y, mas resplandeciente que la luz del sol, dirigida la vista al cielo dijo: "YO SOY LA INMACULADA CONCEPCIÓN", y así desapareció, dejando en Bernardita esta imagen y ese nombre.

Bernardita, oía por primera vez esas palabras. Mientras se dirigía a la casa parroquial, para contarle al párroco (ya que este le había dado el encargo de preguntar a la visión como se llamaba), iba ella por todo el camino repitiendo "Inmaculada Concepción", esas palabras tan misteriosas y difíciles para una niña analfabeta.

Cuando el párroco oyó el relato de Bernardita, quedó asombrado. ¿Como podía una niña sin ninguna instrucción religiosa saber el dogma que solo unos cuatro años antes había la Iglesia promulgado? En 1854, el Papa Pío IX había definido el dogma de la Inmaculada Concepción.

El sacerdote comprobó que Bernardita no se había engañado, era ella, la Virgen Santísima, la soberana Madre de Dios quien se le aparecía en la Gruta.

5 de Abril: El día lunes de Pascua, volvió a la gruta, rodeada de una verdadera multitud de personas que oraban con ella. Bernardita arrodillada como era de costumbre habitual, tenia en la mano izquierda la vela encendida que le acompañaba en todas las ocasiones y la apoyaba en el suelo. Absorta en la contemplación de la Reina de los cielos, y mas sabiendo ahora con seguridad que era la Virgen Santísima, levanto sus manos y las dejo caer un poco, sin percatarse que las tenia sobre el extremo de la vela encendida; entonces la llama comenzó a pasar entre sus dedos y a elevarse por encima de ellos, oscilando de un lado para el otro, según fuera el leve soplo del viento.

Los que estaban ahí gritaban: "se quema". Pero ella permanecía inmóvil. Un médico que estaba cerca de Bernardita sacó el reloj y comprobó que por mas de un cuarto de hora la mano estuvo en medio de la llama, sin hacer ella ningún movimiento. Todos gritaban ¡milagro! El medico comprobó que la mano de Bernardita estaba ilesa.

Después que terminó la aparición: uno de los espectadores aproximó a la mano de Bernardita la llama de la misma vela encendida, y ella exclamó: "¿Oh que quiere usted, quemarme?.

RESUMEN DEL MENSAJE DE LA VIRGEN DE LOURDES

El Mensaje que la Santísima Virgen dio en Lourdes, Francia, en 1858, puede resumirse así:

1-Es un agradecimiento del cielo por la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, que se había declarado cuatro años antes (1854), al mismo tiempo que así se presenta Ella misma como Madre y modelo de pureza para el mundo que esta necesitado de esta virtud.

2-Es una exaltación a las virtudes de la pobreza y humildad aceptadas cristianamente, al escoger a Bernardita como instrumento de su mensaje.

3-Un mensaje importantísimo en Lourdes es el de la Cruz. La Santísima Virgen le repite que lo importante es ser feliz en la otra vida, aunque para ello sea preciso aceptar la cruz.

4-Importancia de la oración, del rosario, de la penitencia y humildad (besando el suelo como señal de ello); también, un mensaje de misericordia infinita para los pecadores y del cuidado de los enfermos


42. Fray Nelson Miércoles 8 de Diciembre de 2004

Temas de las lecturas: Establezco hostilidades entre ti y la mujer, entre tu estirpe y la suya * Dios nos eligió en Cristo antes de crear el mundo * Alégrate, María, llena de gracia, el Señor está contigo.

1. El poder de la redención
1.1 Celebramos la redención. Esta es una fiesta que proclama sobre todo el poder de la redención. Nuestra mirada se dirige principalmente al Dador de todo bien, aquel que crea, salva y santifica.

1.2 Los reparos, incluso de grandes teólogos como san Juan Crisóstomo o santo Tomás de Aquino, con respecto a la afirmación de María como concebida sin pecado, son los mismo reparos que cristianos no católicos tienen hasta el día de hoy: se teme que al situarla en un régimen especial estemos negando la necesidad que ella, como toda creatura humana, tuvo de ser salvada.

1.3 La objeción cesa en cuanto descubrimos que precisamente lo que estamos celebrando es el modo singular en que la salvación de Dios se hizo primero presente en la vida de María. Dios salva levantando al que cae, pero también no dejando caer. No caer es un modo de haber sido sostenido, un modo de haber sido salvado. María no es la que no que no necesitó la salvación, sino la que fue salvada de modo peculiar, en razón de su misión particular.

1.4 El misterio de la redención de María es único, hasta donde tiene certeza la Iglesia hoy, pero no es único de modo absoluto. Ninguno de nosotros ha cometido todos los pecados posibles. Hay áreas de nuestra vida en que no hemos pecado. ¿Significa que en esas áreas no ha obrado la gracia de la redención que Cristo nos mereció? Desde luego que no. Este argumento nos ayuda a entender que ser salvado no implica haber pecado o haber estado bajo el poder del pecado.

2. Primera entre los inmaculados
2.1 Estamos acostumbrados a referirnos a la Inmaculada, así, en singular; deberíamos cambiar esa costumbre. El destino propio del rebaño de Cristo es ser inmaculados.

2.2 En efecto, nuestro destino es ser perfectos, a la medida de la pureza infinita de la santidad de Dios Padre, según ordena el mismo Cristo: "sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto" (Mt 5,48; cf. 2 Cor 13,9). San Pablo lo afirma expresamente: "hermanos, regocijaos, sed perfectos, confortaos, sed de un mismo sentir, vivid en paz; y el Dios de amor y paz será con vosotros" (2 Cor 13,11; cf. Col 4,12, Heb 12,23).

2.3 De hecho, "inmaculado" significa sencillamente "sin mancha", y eso es expresamente lo que se espera de la gracia en nosotros, pues "nos escogió en El antes de la fundación del mundo, para que fuéramos santos y sin mancha delante de El" (Ef 1,4). La misma gracia y el mismo Espíritu que hicieron a la Inmaculada nos quieren y pueden hacer inmaculados a nosotros.

3. Resonancias en el pueblo de Dios
3.1 En la proclamación de la Inmaculada Concepción de la Virgen María brilló de modo particular el papel que el "sensus fidelium", el sentido y sentir de los fieles, tiene en el esclarecimiento de la fe común. Aunque siempre es cierto que la Iglesia no es una democracia ni las cosas se definen por presión de mayorías, un buen pastor sabe escrutar el sentir del pueblo fiel, pues Dios se goza de revelar sus misterios a los pequeños y humildes, ocultándose más bien de los sabios y entendidos (cf. Lc 10,21).

3.2 Dios, pues, ha querido que la sencillez del alma de María fuera connatural al alma de los sencillos. De ellos podemos y debemos aprender el cariño espontáneo, sincero y fiel a la Madre de Dios. Un amor sin fisuras que entiende sin complicaciones que los bienes de ella de algún modo pertenecen a todos los que la amamos y a todos lo que Ella ama.

3.3 Sirva en esto una comparación quizá muy mundana: cuando una reina de belleza logra la corona para su país o región, ¿no se alegran todos los de esa región o país, aun a sabiendas de que la hermosura de su reina los rebasa? Obrar o sentir de otro modo sería sencillamente envidia. Quede, pues, esto en firme: lo espontáneo y bello es afirmar que los bienes de María, Reina de sublime belleza espiritual, son nuestros, porque ella, como dijo san Atanasio, es hermana nuestra en Adán. Nos pertenece.

4. Anuncio de la Nueva Creación
4.1 En la Carta a los Efesios leemos: "Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada" (Ef 5,25-27). Tal deseo de Cristo sólo alcanza su plenitud en aquella Novia, la Jerusalén del Cielo, de la que fue dicho: "su fulgor era semejante al de una piedra muy preciosa" (Ap 21,11). La celebración de María, como Inmaculada, es entonces una mirada no sólo al pasado de María sino, quizá más aún, al futuro de la Iglesia.

4.2 Podemos decir además que este misterio escatológico tiene su eco natural en la celebración eucarística. Hay una especie de compatibilidad natural e indisoluble entre el misterio de la Inmaculada y el misterio eucarístico. La pureza de Ella, ofrecida a Dios, es como la saludable respuesta con que nuestra raza humana acoge la ofrenda purísima del Cordero Inmaculado, el Cordero sin mancha. Pidamos al Señor que haga nuestro corazón dócil a la gracia, de modo que aquello que ya pudo en María se haga verdad en nosotros.


43.

"RECIBE SANTA MARÍA"

María, la madre de Dios, la mujer del "Si" y por consecuencia la que supo desterrar de su vida el "No"; ese no del que nosotros sabemos tanto, decimos que no, con mucha facilidad; cada vez que algo no nos conviene, nuestra primera respuesta suele ser negativa por múltiples razones, aunque al final cedamos. Decimos que no y nos ponemos una armadura, para no hacernos daño a nosotros mismos y es que la entrega siempre es dolorosa, decimos que no por miedo, decimos que no cuando guardamos rencor..... pero hoy en la Palabra descubrimos lo contrario, a María, la mujer del musicalmente hablando "Si" sostenido.

María, es la madre de Dios, pero es también nuestra madre, por eso todo lo que le pedimos al Padre por su intercesión se nos concede con más facilidad, porque ¿como Dios podría negarle algo a criatura tan especial?. Al igual que nuestra madre terrena es capaz de darlo todo por nosotros, ella también inclina su oído y esta solicita a todas nuestras penas, necesidades, problemas, gozos y alegrías porque ella es la mayor huella de amor que el Padre ha puesto jamás sobre la tierra.

Ella como madre, estuvo con su Hijo, hasta el final de sus días, no lo dejo nunca perdido ni desolado, no sintió Jesús dolor y desgarro sin que María estuviera a su lado, amándolo, acompañándolo...

Ella en una lección ejemplar para toda la humanidad, también supo perdonar a los que le quitaron a lo más precioso que tenía, al fruto de sus entrañas, y espero y creyó en lo que nadie le podía arrebatar; al Dios que la llenaba y la colmaba de todos sus dones.

María es hoy "Inmaculada", carece del pecado, con que todos manchamos nuestras manos, nos enseña a poner corazón en el trato con el hermano, a poner corazón cuando buscamos a Dios y cuando sabemos ver y aceptar todo lo que en los caminos de nuestra vida nos habla de Él.

María es Santa porque cumplió con lo que los hombres y Dios esperaban de ella, porque vivió desde el corazón, nunca se la pillo en mal momento ni cansada, no conoció el cruzarse de brazos aunque no entendiera lo que se le pedía, no sopeso las consecuencias de nada ni se alarmo, ni se echo atrás como nosotros tantas veces cuando pensamos que ya hemos dado todo lo que podíamos dar.

María la primera de todas las mujeres, la primera de todos los santos; la primera, pero eso si mujer y criatura de Dios como todos nosotros. Ejemplo fácil a seguir si en verdad queremos dejar que Dios sea el dueño de nuestras vidas.

Marcelino Espinosa Ramírez