REFLEXIONES

 

VER SANTORAL

1. CRUZ/LLEVAR:

Pero no existe solamente la cruz de Cristo, existe también nuestra cruz.

Y, entonces, ¿cuál es esta cruz? Amigo, quiero decirte dos palabras, a este propósito, con mucha claridad, como se hace entre verdaderos amigos.

Tenlo presente. La cruz que no te va bien es precisamente la tuya.

La cruz no es un vestido, ni un par de zapatos, que te deben venir a la medida. La cruz jamás va a la medida de tu gusto y de tus exigencias particulares. Desgarra, magulla, araña, arranca la piel, aplasta, doblega...

Y, sin embargo, no hay duda. Para que sea de verdad tuya, la cruz no debe irte bien. Por cualquier lado que la mires, la cruz nunca va bien.

Tampoco a Cristo le iba bien su cruz. No le fue bien la traición de Judas, el sueño de los apóstoles, la conjura de sus enemigos, la fuga de los amigos, las negociaciones de Pedro, las burlas de los soldados, el grito feroz del pueblo.

La cruz, para que lo sea, no debe irte bien.

Esa cruz que te viene encima en el momento menos oportuno -una enfermedad que te pilla mientras tienes muchas cosas que hacer y que te echa por tierra un montón de proyectos -es la "tuya".

Esa cruz que nunca hubieras esperado -aquel golpe cobarde que te ha venido de un amigo, aquella frase que tenía el chasquido de un latigazo, aquella calumnia que te ha dejado sin respiración- es "tu" cruz.

Esa cruz que tú no habrías elegido nunca entre otras mil -"una cosa así no debía sucederme a mí"- no hay duda: es "tu" cruz.

Esa cruz que te parece excesiva, disparatada, desproporcionada a tus débiles fuerzas -"es demasiado, no puedo más"- no pertenece a los otros: es la "tuya".

No te hagas ilusiones. No existe una cruz a la medida.

Para ser cruz tiene que estar fuera de medidas.

Intenta buscar. Registra por todas partes. Examina todo bien.

Valóralo con atención. Y, si encuentras al final la cruz que te va bien, tírala. Esa, ciertamente, no es la tuya.

Las señales para reconocer si una cruz es tuya son desconcertantes: imprevisión, repugnancia, malestar, imposibilidad, inoportunidad, sentido de debilidad.

Si una cruz se te presenta como antipática, desagradable, excesiva, demasiado ruda, insoportable, no dudes en cargar con ella. Te pertenece.

Por otra parte, no importa que no sea "tuya" en el momento de partir. Llegará a serlo durante el camino, a través de una cierta familiaridad que se establecerá entre tú y ella.

Al principio se te presentará como si te fuera extraña.

Después descubrirás que es verdaderamente tuya.

Sólo llevándola te darás cuenta de que esa cruz es "tuya".

Esto no quiere decir, entiéndase bien, que las relaciones entre tú y la cruz se hagan idílicas, que todo marche bien. Con la cruz no hay nada que marche bien. La cruz marca surcos profundos en las espaldas y en el corazón.

Pero, a pesar de todo, se establecerá una familiaridad. Una familiaridad sufrida, pero justificada por el sentido que se descubre poco a poco, caminando. Y aun cuando el significado no aparezca claro, siempre está la fe que te invita a dejarte conducir de la mano de alguien que sabe.

No eres tú quien tiene que saber.

FE/QUÉ-ES: Fe, quiere decir simplemente, saber que él sabe, aun cuando tú estés a oscuras.

Adelante, pues, con esa cruz que no te va bien. Con la cruz que no está hecha a medida.

Lo que cuenta no es que la cruz esté hecha a tu medida.

Lo esencial es que tú seas a la medida de Cristo.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO C
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1985.Pág. 218


2. I/SERVIDORA-MUNDO:

Si, pues, buscamos la constitución de la iglesia cristiana, su Carta Magna, la encontraremos en ese famoso himno neotestamentario sobre Jesús: "Tened la misma disposición que tenía Jesús el Mesías, el cual se anonadó asumiendo la naturaleza de esclavo, haciéndose semejante a los hombres, y se humilló" (Flp/02/05-11). Resumiendo en las tres palabras clave de este pasaje: vaciedad, servicio, solidaridad.

Por tanto, si ésta es la constitución de la iglesia cristiana, no se podrá dar una coexistencia de la iglesia y el mundo en la que ambos se consideren dos entidades independientes, con sus leyes y poderes propios y su intercambio de embajadores; pero se podrá dar una proexistencia, término acuñado al otro lado del telón de acero. Pro-existencia quiere decir que la iglesia está ahí para el mundo, en beneficio del mundo, para bien del mundo. Este es el único punto de partida que acepto para hacer una reflexión sobre la iglesia. La iglesia demuestra su identidad existiendo para los otros, y solamente así obtiene su autoridad. No somos más que nuestro Maestro y, por tanto, adoptamos la forma de servicio. La Iglesia, en el lenguaje bíblico, es una esclava, como su Maestro, que existe para los demás, no sólo preparándose a estar a disposición para los demás, sino estando a disposición de los demás. No puede existir para su propio provecho.

La tragedia de muchos experimentos de renovación realizados después de la guerra consistió en que se intentaba educar a la gente más para ser fuerte que para servir. Muchos de esos experimentos se hicieron con el fin de hacer a los cristianos más fuertes que a los demás, de armarlos para los tiempos malos, de ayudarles a evadirse del sufrimiento del mundo, de darles una vida mejor que la de los demás. No se les educaba para servir, sino para eludir los problemas de nuestra sociedad.

ALBERT H. VAN DEL HEUVEL
LA HUMILLACIÓN DE LA IGLESIA
Ed.Fontanella. Madrid 1970, pp. 70-72


3. Para orar con la liturgia

Porque has puesto la salvación del género humano
en el árbol de la cruz,
para que donde tuvo origen la muerte,
de allí resurgiera la vida,
y el que venció en un árbol,
fuera en un árbol vencido.


4. La iniciación a la vida litúrgica según el Catecismo de la Iglesia Católica

Toda la vida de Cristo es Misterio de Redención. La Redención nos viene ante todo por la sangre de la cruz (cf. Ef 1,7; Col 1,13-14;1 P 1, 18-19), pero este misterio está actuando en toda la vida de Cristo: ya en su Encarnación porque haciéndose pobre nos enriquece con SU pobreza (cf 2 Co 8,9); en su vida oculta donde repara nuestra insumisión mediante su sometimiento (cf. Lc 2,51 ); en su palabra que purifica a sus oyentes (cf Jn 15,3); en sus curaciones y en sus exorcismos, por las cuales "el tomó nuestras flaquezas y cargó con nuestras enfermedades" (Mt 8,17; cf Is 53,4); en su Resurrección, por medio de la cual nos justifica (cf Rm 4,25). (n. 517).