En el Magisterio de la Iglesia
Del Corazón del Mesías hablan los Profetas, poniendo en su boca estas expresiones: “Porque Yavé está a mi diestra, se alegra mi corazón” (Sal. 16,9). “Todos mis huesos están dislocados, mi Corazón es como cera que se derrite dentro de mis entrañas” (Sal. 22,15). “Dentro de mi corazón está tu ley” (Sal. 40,9). “El oprobio me destroza el Corazón” (Sal. 69,21).
También
el Nuevo Testamento hace referencias al Corazón de Cristo: “Aprende de mí,
que soy de Corazón manso y humilde” (Mt. 11,29). “Un leproso se le acercó,
suplicándole de rodillas: Si quieres puedes curarme. A Él se le conmovió
el Corazón” (Mc. 1,41). “Se le conmovió el Corazón porque estaban como
ovejas sin pastor” (Mc. 6,34). “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba, si
cree en mí. Pues como dice la Escritura: brotarán de su Corazón ríos de agua
viva” (Jn. 7,37-39). “Dios es testigo de cómo os quiero en el Corazón de
Cristo Jesús” (Fil. 1,8).
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Es interesante observar en el texto
citado de San Pablo, que toma como modelo y centro del amor entre los Cristianos
el amor de Cristo simbolizado en una parte de su cuerpo, su Corazón. Y en el
texto de San Juan, aparece su Corazón, (que simboliza su amor) como la fuente
del Espíritu que nos había de enviar (Cfr. Jn. 15,26) y a la que nos invita a
acudir. Esto es ya iniciar toda una espiritualidad del Corazón de Jesús.
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Pero queda otro texto, el más profundo,
aunque no mencione expresamente el Corazón: “Al llegar a Jesús como vieron
que ya había muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados
con la lanza le atravesó el costado, y salió entonces sangre y agua. Y el que
lo vio da testimonio, y su testimonio es verdadero, y el sabe que dice la
verdad, para que vosotros creáis también. Eso ocurrió para que se
cumpliera la Escritura: No le romperán un hueso. Y otro pasaje que dice:
“Mirarán al que traspasaron” (Jn. 19, 33-37).
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San Juan, en su Evangelio, tiene cuidado
de suplir las lagunas de los sinópticos, y aquí llama la atención en narrar
este hecho: contrapone los designios de los hombres de quebrarle las piernas, al
plan de Dios, tan importante que está doblemente profetizado por la Escritu-ra;
y sobre la lanzada que hace brotar sangre y agua, con toda solemnidad apela
repetidamente a la veracidad de su testimonio; y todo para que creamos. ¿Qué
hemos creer? Sin duda se trata de algo extraordinario, de un misterio de salvación.
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En Juan 7,39, se anuncia el misterio del
Espíritu que se nos había de dar. Aquí, en Jn. 19,34, se nos da ese Espíritu,
sale ya aquella agua prometida. Es decir, con la muerte de Cristo, muerte por
amor completada y simbo-lizada en el Corazón traspasado, se consuma nuestra
redención y el nacimiento de la Iglesia, del cuerpo místico de Cristo, o sea
de nuestra incorporación a Cristo, y por Cristo a Dios.
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Ver simbolizada en la sangre de la
lanzada, la euca-ristía, y en el agua el bautismo, tiene la base teológica que
el sacrificio eucarístico es renovación y representación de la muerte
sangrienta de Cristo, completada por esa lanzada; y el bautismo es purificación
del pecado y nacimiento a la vida sobrenatural, gracias a la muerte de Cristo, y
asociándonos a ella. Ambos, pues, eucaristía y bautismo tienen su origen en la
muerte de Cristo.
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Misterio de salvación, fabuloso
misterio de amor, razón última de Cristo, de toda su obra, y suprema lec-ción
para nosotros. Nos lo desvela con emoción San Pablo: “A mí el menor de todos
los santos, se me ha dado la gracia de anunciar la buena noticia de la
insondable riqueza de Cristo, e iluminar la comunicación del miste-rio oculto
desde siempre en Dios, para que su polifacéti-ca sabiduría sea conocida
mediante la Iglesia” (Ef. 3,8-10), y pide a continuación: “se nos conceda
comprender ese insospechado amor de Cristo para que lleguemos a la plenitud en
Dios” (v.16-19). Este es el gran misterio de sal-vación revelado
claramente por San Pablo y por San Juan. Fundamento bíblico de la
espiritualidad del Cora-zón de Cristo, que no es otra cosa sino avanzar por ese
camino de verdad hacia la plenitud del amor, simbolizado en el Corazón
traspasado.
Los Santos Padres y los escritores antiguos, pro-fundizando en estos pasajes bíblicos, consideran el cos-tado o el Corazón traspasado de Cristo, como símbolo, identificado con el hecho real del nacimiento de la Iglesia a la hora de su muerte. Es decir: el amor de Cristo es el origen de todas las gracias, incluida la Iglesia; pero un amor que ha llegado hasta la muerte para conseguirnos esas gracias; y ese amor doloroso, esperanza de resurrección triunfal, lo ven simbolizado más que en su cora-zón traspasado, en la herida del costado (aunque es el mismo hecho).
Así S. Justino: “hemos salido, como las piedras de una cantera, de las entrañas de Cristo”. Otra comparación frecuente es Cristo –Iglesia con Adán-Eva; como esta se formó del costado de Adán, así la Iglesia desde Cristo. S. Juan Crisóstomo: “de la herida de su costado ha formado Cristo la Iglesia, como antes Eva lo fue de Adán”. S. Agustín: “Adán duerme para que nazca Eva; Cristo muere para que nazca la Iglesia. Del costado de Adán dormido nace Eva. Muerto Cristo, la lanza abre su costado para que broten los sacramentos con los cuales se forma la Iglesia”.
Comienza en Orígenes la atención a San Juan, que reclinó su cabeza en el Señor (Jn. 13,23) y pudo allí beber el agua viva del conocimiento místico y de los misterios divinos. Continuó esta tradición en S. Agustín: “S. Juan, quien en la cena se reclinó en el pecho del Señor para significar así que bebía de su Corazón los más profundos secretos...”.
El último Santo Padre griego, S. Juan Damasceno, aconseja: “que nos acerquemos a este Corazón con deseo ardiente; para que el fuego de nuestro deseo queme nuestros pecados, ilumine nuestros corazones y de tal manera nos haga arder al contacto con el fuego divino, que nos transformemos en Dios”.
Esta
tradición primitiva, al proponer, siguiendo la Escritura, el pecho del Señor
como fuente de sabiduría, de amor y de gracia, de donde ha brotado por la
herida mortal la Iglesia, y en donde hemos de introducirnos nosotros, a imitación
de S. Juan, podemos decir que forma con todo esto el prólogo a la
espiritualidad que irá cristalizando y perfeccionándose alrededor del Corazón
de Cristo Jesús.
Los Santos Padres muchas veces hablaron del Corazón de Cristo como símbolo de su amor, tomándolo de la Escritura: “Hemos de beber el agua que brotaría de su Corazon... cuando salió sangre y agua” (Jn 7,37; 19,35).
En la Edad Media comenzaron a considerarle como modelo de nuestro amor, paciente por nuestros pecados, a quien debemos reparar entregándole nuestro corazón (santas Lutgarda, Matilde, Gertrudis la Grande, Marga-rita de Cortona, Angela de Foligno, San Buenaventura, etc.).
En el siglo XVII estaba muy extendida esta devoción. San Juan Eudes, ya en 1670, introdujo la primera fiesta pública del Sagrado Corazón.
Santa Margarita María de Alocoque (monja salesa de Paray-le-Monial, Francia), en 1673 comenzó a tener una serie de revelaciones que le llevaron a la santidad y la impulsaron a formar un equipo de apóstoles de esta devoción. Con su celo consiguieron un enorme impacto en la Iglesia.
Se divulgaron innumerables libros e imágenes. Las asociaciones del Sagrado Corazón subieron en un siglo, desde mediados del XVIII, de 1.000 a 100.000. Unas 200 congregaciones religiosas y varios institutos secula-res se han fundado para extender su culto de mil formas.
El Apostolado de la Oración, que pretende conse-guir nuestra santificación personal y la salvación del mundo mediante esta devoción, contaba ya en 1917 con 20 millones de asociados. Y en 1960 llegaba al doble en todo el mundo, pasando en España del millón; sus 200 revistas tenían 15 millones de suscriptores. La mayor asociación de todo el mundo.
La Oposición a este culto siempre ha sido grande, sobre todo en el siglo XVIII por parte de los jansenistas, y recibió un fuerte golpe con la supresión de la Compañía de Jesús (1773).
En España se prohibieron los libros sobre el Sagrado Corazón. El emperador de Austria dio orden que desapareciesen sus imágenes de todas las iglesias y capillas. En los seminarios se enseñaba: “la fiesta del Sagrado Corazón ha echado una grave mancha sobre la religión.”
La Europa oficial rechazó el Corazón de Cristo y en seguida fue asolada por los horrores de la Revolución francesa y de las guerras napoleónicas. Pero después de la purificación, resurgió de nuevo con más fuerza que nunca.
En 1856 Pío IX extendió su fiesta a toda la Iglesia. En 1899 León XIII consagró el mundo al Sagrado Corazón de Jesús (Ecuador se había consagrado en 1874).
Y
España en 1919, el 30 de mayo, también se consagró públicamente al Sagrado
Corazón en el Cerro de los Angeles. Donde se grabó, debajo de la estatua de
Cristo, aquella promesa que hizo al padre Bernardo de Hoyos, S.J., el 14 de mayo
de 1733, mostrándole su Corazón, en Valladolid (Santuario de la Gran Promesa),
y diciéndole: “Reinaré en España con más Veneración que en otras muchas
partes" (entonces también América era España).
¿Qué dicen los Papas de la Devoción al Corazón de Jesús?
“Para fomentar la piedad cristiana no hay nada tan oportuno y útil como este culto, espiritualidad la más segura” (León XIII).
“Encierra la síntesis de todo el cristianismo y la mejor norma de vida” (Pío XI).
“Es absolutamente cierto que se trata del acto más excelente del cristianismo.” “Es la mejor manera de practicar la religión cristiana.” “Los que estiman en poco este insigne beneficio dado por Jesucristo a su Iglesia ofenden a Dios” (Pío XII).
“Es una nueva luz, una llama de vida suscitada por el Señor para romper providencialmente la tibieza de los tiempos” (Juan XXIII).
“Este culto debe ser estimado en grado sumo por todos como la excelente y auténtica espiritualidad que exige nuestro tiempo, conforme a las normas insistentes del Concilio Vaticano II.” (Pablo VI).
“Tened
fija la mirada en el Sagrado Corazón de Je-sús, Rey y centro de todos los
corazones; aprended de Él las grandes lecciones de amor, bondad, sacrificio y
piedad”. “Esta devoción responde más que nunca a las aspi-raciones de
nuestro tiempo” (Juan Pablo II).
¿Y el Vaticano II qué dice de esta devoción?
El Concilio Vaticano II, aunque no detalla, sí recomienda los ejercicios de piedad cristiana (SC.13).
El Vaticano II tiene alguna alusión explícita al Sagrado Corazón diciendo que el Hijo de Dios “amó con Corazón de hombre” (GS. 22); y que “el nacimiento y desarrollo de la Iglesia, están simbolizados en la sangre y el agua que manaron del costado abierto de Cristo crucificado” (LG.3).
El Vaticano II hizo pública profesión de este culto cuando al comienzo de la segunda sesión, ya bajo Pablo VI el primer viernes de octubre de 1963 toda la asamblea celebró la misa votiva del Sagrado Corazón.
El
Vaticano II, sobre todo, recalca como fundamentales en la espiritualidad
cristiana, todos los elementos constitutivos de la espiritualidad del Corazón
de Jesús.
La liturgia es el culto público, es decir: las acciones sagradas que por institución de Cristo o de la Iglesia, y en su nombre, se realizan siguiendo los libros litúrgicos oficiales.
Evidentemente reflejan de modo auténtico el sentir y la fe de la Iglesia. En la liturgia se verifica especialmente la potestad de magisterio. Cuando el magisterio propone a los fieles cómo han de dar culto a Dios, tiene una particular asistencia del Espíritu Santo para no equivocarse y ofrecer un camino cierto y seguro de santificación, ya que se trata de la más importante finalidad de la Iglesia.
Donde principalmente se enseña a los fieles la doctrina y la vida cristiana, es en la Misa. Pues bien, el culto público al Sagrado Corazón, fue canonizado en 1765 por Clemente XIII, al introducir su fiesta litúrgica, con Misa y oficios propios.
Esta enseñanza, mediante la liturgia, la imparte la Iglesia con frases suyas o con frases tomadas de la Es-critura (bien en su sentido propio, bien en un sentido acomodado). En las recientes modificaciones introducidas con nuevas lecturas y el evangelio en la nueva misa del Sagrado Corazón, el tema bíblico dominante es el del amor de Cristo que se presenta como Buen Pastor.
La importancia que la Iglesia concede actualmente al Sagrado Corazón, está subrayada por la categoría de su fiesta, solemnidad de primera clase, de las cuales sólo hay 14 al año en el calendario universal.
Además,
la fiesta de Cristo Rey, también solemnidad de primera clase, está
estrechamente unida a la espiritualidad del Sagrado Corazón. Pío XI declaró
al instituirla que precisamente a Cristo se le reconoce como Rey, por familias,
ciudades y naciones, mediante la consagración a su Corazón. Y determinó que
en dicha fiesta se renovase todos los años la consagración del mundo al Corazón
de Cristo.
Toda esta actitud litúrgica de la
Iglesia tiene la finalidad de estimular nuestra práctica cristiana poniendo
especial interés en celebrar su fiesta: comulgando, asimilando sus enseñanzas,
utilizando las oraciones litúrgicas, la consagración, etc. Como decía Pío XI
en la encíclica Quas primas: “las celebraciones anuales de la liturgia tienen
una eficacia mayor que los solemnes documentos del magisterio para formar al
pueblo en las cosas de la fe.”