Art. 1. La edad patrística

 

K. Richstätter, el gran especialista de la devoción del Sa­grado Corazón en el medioevo, escribió: "En los primeros mil años del cristianismo, la idea del Sagrado Corazón de Jesús fue desconocida." Desde entonces se ha demostrado que esta afirmación no es correcta. No pocos autores empezaron a ci­tar textos de numerosos Padres, pero fue Hugo Rahner quien sistematizó este estudio, entresacando de la teología patrís­tica tres temas:

 

1.    En primer lugar, hay un grupo de textos que se refieren a Juan 7,37-39; textos que hablan del agua viva que corre del seno de Jesús.

 

2.    Después, hay una tradición patrística sobre San Juan, el discípulo amado, que reclinó su cabeza sobre el pecho del Señor, Jn. 13,23-25.

 

3.    Finalmente, hay muchísimos textos patrísticos sobre la génesis de la Iglesia del costado de Jesús, traspasado en la Cruz, Jn. 19,34.

 

Quiero desarrollar brevemente esos tres temas[1], y añadiré un estudio sobre lo que los Padres dicen del corazón humano en general. De hecho, este último tema se desarrolló a menudo.

 

1.      La tradición patrística sobre Jn. 7,37-39

 

Jn. 7,37-39 presenta un problema célebre de puntuación. La Vulgata nos hizo familiares con la lectura según la cual el corazón del creyente se vuelve fuente de agua viva:

 

Si alguno tiene sed, venga a mí y beba.

El que crea en mí, como dice la Escritura,

de su seno (Koilia) correrán ríos de agua viva.

 

Hugo Rahner mostró que esa lectura tiene su origen en Orígenes, y se transmitió gracias a muchos Padres griegos y la­tinos, especialmente a San Ambrosio y San Agustín, cuya in­fluencia actuó sobre toda la tradición occidental. Por inves­tigación precisa, Hugo consiguió mostrar que los padres grie­gos más antiguos se sirvieron de otra lectura, en la cual el Corazón se indica directamente cómo la fuente de agua viva, como la fuente del Espíritu:

 

Si alguno tiene sed, venga a mí,

y beba el que crea en mí.

Como dice la Escritura: De su seno correrán ríos de agua viva.

 

Esa lectura más antigua la llama él la lectura 'efesina', en oposición a la lectura 'alejandrina' de Orígenes. Aunque los representantes de la lectura efesina son menos, su autoridad es tan grande que Hugo cree haber hallado la lectura auténti­ca de ese pasaje que, desde luego, es importante para el estu­dió bíblico y para la teología del Sagrado Corazón.

Un primer testigo claro para la lectura efesina de ese tex­to es Hipólito de Roma, en su comentario de Daniel 1, 17. Hipólito recibió esta interpretación de San Ireneo, que se había tomado su sede a  los pies de Policarpo de Smirna, y Policarpo había visto al Apóstol Juan, y había oído las pala­bras de sus labios. San Ireneo:

 

Pero el Espíritu Santo está en todos nosotros, y Él es aquella agua viva, que el Señor dispensa a todos los que le creen como El manda. (Adversus Haereses V, 18,2). Y en otra parte:

 

La Iglesia es la fuente de agua viva que mana para nosotros del Corazón de Cristo. Donde está la Iglesia, allá está el Espíritu de Dios, y donde está el Espíritu de Dios, allá está la Iglesia y toda gracia. Pero el Espíritu es verdad. El que no participa en este Espíritu, no recibirá ningún alimento ni vida en el seno de nues­tra Madre Iglesia, ni puede beber en la fuente cristalina que bro­ta del Cuerpo de Cristo. (Ibíd. III 24,1)

 

San Justino también halló la fe cristiana en Efeso, y tiene unos textos sobre Jesús como fuente de agua viva que encie­rran una pequeña teología del Sagrado Corazón: una combi­nación de Jn. 7,37-39 con Jn. 19,34 y con la imagen de Cris­to como la roca de la que brota agua (1 Cor. 10,34):

 

Nosotros, Cristianos, somos el verdadero Israel que se origina de Cristo, porque hemos salido del Corazón (Koilia) de Cristo como de una roca. (Dialogo 135,5)

 

Esta teología, bien conocida en Asia Menor, se halla tam­bién en la antigua Iglesia africana. San Cipriano, por ejemplo, la tiene, como también algunas obras antiguas de España:

 

Cuando el pueblo sufría sed en el desierto, Moisés batió la roca con su vara, esto es con madera, y brotaron ríos de agua. Así fue prefigurado el misterio del bautismo. Porque la roca es el símbolo de Cristo, como lo dice el Apóstol: Bebían de la roca espiritual que les seguía. Pero la roca era Cristo. Por eso, no cabe duda, esa roca fue el símbolo de la carne del Señor, que fue ba­tido con la madera de la Cruz, y ahora dispensa agua viva a todos los que tienen sed. Así está escrito: De su seno correrán ríos de agua viva.[2]

 

También San Ambrosio, que en otra parte explica Jn. 7, 37-38 de la manera alejandrina, dice en una hermosa oración:

 

Bebe de Cristo, porque Él es la roca donde brota el agua.

Bebe de Cristo, porque Él es la fuente de vida.

Bebe de Cristo, porque Él es el río cuya corriente trae alegría a la ciudad de Dios.

Bebe de Cristo, porque Él es paz.

Bebe de Cristo, porque de su seno corren ríos de agua viva.

(Explanatio Psalmorum 1,33)

 

Aquí hallamos la expresión tan cara a los hermanos Rah­ner: Fuente de vida. Cristo es 'Fons Vitae', porque el Señor resucitado dispensa al Espíritu. Su Corazón es el hogar del

Espíritu, y nos da un corazón nuevo porque nos da su Espíritu.

 

2.      La tradición patrística sobre el Privilegio de San Juan Apóstol

 

El primero en mostrar una veneración especial para con San Juan, porque reclinó su cabeza sobre el pecho del Señor (Jn. 13,23-25) y se le permitió beber de la fuente de agua viva, fue una vez más el gran Orígenes. De esta tradición cita­ré un solo texto, tomado de San Agustín:

 

Entre sus compañeros y colaboradores, otros evangelistas, San Juan recibió del Señor (sobre cuyo pecho reclinó durante la última Cena, para significar que bebió los misterios más altos del más íntimo Corazón) el don especial y excepcional de decir ta­les cosas acerca del Hijo de Dios. Lo cual estimularía, sin satis­facer del todo, los espíritus de los pequeños, que son todavía incapaces de comprensión; pero para los más formados, que han alcanzado el estado adulto, estas mismas palabras sirven para ejercitar y nutrir sus almas. (Tractatus in Joannem 18,1)

 

3.      La tradición patrística sobre la génesis

de la Iglesia del Costado de Jesús traspasado en la Cruz, Jn. 19,34

 

El regalo del Sagrado Corazón es el Espíritu Santo. Pero, muchos Padres interpretaron el agua y la sangre que corrieron del costado de Jesús, como La Iglesia[3]. Como Eva nació del costado de Adán, así la Iglesia, la esposa de Cristo, nació de la herida del costado del nuevo Adán, cuando durmió en la cruz. Ya a fines del segundo siglo, Tertuliano dice:

 

Si Adán fue un tipo de Cristo, el sueño de Adán fue un tipo del Sueño de Cristo, que durmió en la muerte, para que, por seme­jante abertura del costado se formará la verdadera madre de los vivos, a saber la Iglesia. (De Anima 43)

 

Esta es la segunda forma de la 'devoción' patrística del S. Corazón. En el primer milenio un gran coro de voces se levanta para alabar el costado herido de Cristo donde nació la virgen madre, la Iglesia. Eso fue también la enseñanza de San Cirilo de Jerusalén en sus discursos a los neófitos, y de San Juan Crisóstomo cuando predicaba en Antioquía:

 

La lanza del soldado abrió el costado de Cristo, y he aquí que, de su costado, Cristo construyó la Iglesia, como antaño la pri­mera madre, Eva, fue formada de Adán. Por eso, Pablo dice:

Somos de su carne y de su hueso. Con esto entiende el costado herido de Jesús. Como Dios tomó la costilla del costado de Adán, y de eso formó a la mujer, así Cristo nos da agua y sangre de su costado herido, y de eso forma la Iglesia... Allá el sueño de Adán, allí el sueño de la muerte de Jesús. (citado en J. Stierli, Cor Salvatoris p. 54)

 

Los sermones de San Agustín de Hippona concuerdan con esta doctrina universal, y sus palabras harán eco en los místicos medievales:

 

Adán duerme para que Eva nazca; Cristo muere para que la Igle­sia nazca. Mientras duerme Adán, Eva se forma de su costado. Cuando Cristo ha muerto, su costado se abre por una lanza, a fin de que corran de allí los sacramentos para formar la Iglesia. (Tractatus in Joannem IX, 10)

 

Para terminar esta sección, citaré la conclusión de Hugo Rahner:

 

 

Toda la historia de la enseñanza patrística de la herida en el costado de Cristo puede recapitularse en una sola fórmula: Fons Vitae. A partir de San Juan, que bebió del pecho del Señor, y de Justino e Ireneo, que nos muestran la fuente que brota del Co­razón traspasado de Cristo, una tradición de pensamiento y de escritura se extiende sin tregua por los siglos. Y hacia este fundamento, puesto por esta antigua noción cristiana, está re­gresando la devoción actual, como la expresa la liturgia. A partir

 de este principio, el desarrollo de la devoción ha cerrado el círcu­lo, remontando al punto donde empezó: Los ríos del Corazón de Cristo, de los cuales hablaron los profetas, o que prometió Jesús como agua viva, y que de su costado traspasado corrieron hacia su Iglesia, están hoy día, como la oración de la una, santa Igle­sia, corriendo por todo el mundo. (J. Stierli, o.c. p. 57)

 

 

Esta contribución de Hugo Rahner se recibió en la Igle­sia con agradecimiento. Podemos ver su influencia, hasta en la encíclica Haurietis Aquas art. 39 y 41 (donde la tradición patrística se integra>, y en art. 2, donde se acepta la lectura efesina de Jn. 7,37-39.

 

4.      El corazón humano en los escritos de los padres

 

Por lo general los padres usaron la palabra 'corazón' en el sentido bíblico: es el centro más profundo de la persona. A veces se nota la influencia de la filosofía griega, como cuan­do Orígenes dice que el corazón es la mente. Aquí se halla la 'nous', la Mente' de los filósofos griegos. Este tema lo han investigado muy bien Giulio Giacometti y Piero Sessa; de su colección riquísima citaré unos textos importantes[4].

Hacia la mitad del segundo siglo, Hermas ya habla de la purificación del corazón:

 

Purifica tu corazón de todas las vanidades de este mundo... de toda duda; vístete con la fe, porque es fuerte. (Pastor, Mandatum 9,4 + 7; vea también Mandatum 12, VI 4 + 5)

 

Clemente de Alejandría (150-215) habla del papel de la fe en la transformación del corazón; en sus escritos, como en los de Orígenes, la fe se presenta como desarrollándose en 'gnosis', un conocimiento profundo:

 

Resplandezca esta luz en la parte más profunda del hombre, en su corazón, y salgan los rayos del conocimiento, para revelar e iluminar al hombre interior, al amigo de la luz, al amigo de Cris­to (Cohortatio ad Gentes, PG 8,235)

 

San Juan Crisóstomo (+407) tiene un pasaje elocuente sobre el corazón de San Pablo:

 

Yo quisiera ver las cenizas no sólo de esta boca, sino también de este corazón, y no se engañará quien lo llamara corazón del mundo entero... Tan grande fue su corazón que abrazó ciudades enteras, pueblos, naciones, porque dice: 'Mi Corazón se ha dilatado." (2 Cor. 6,11)... Yo quisiera verlo liquefacto, mientras arde para todos los que van en perdición, mientras sufre de nue­vo dolores de parto para los hijos de adopción (Gál. 4,19>, mien­tras contempla a Dios - porque los de puro corazón, como se ha dicho, verán a Dios -. Este corazón que fue víctima de expia­ción... este corazón más elevado que el cielo, más brillante que el rayo solar, más ardiente que el fuego, más fuerte que el dia­mante, un corazón que hace refluir corrientes...; donde está la fuente que inunda e irriga, no la faz de la tierra, sino las almas de los hombres; de donde nacen no sólo ríos, sino también fuen­tes de lágrimas día y noche; este corazón... que vivía una vida nueva, ya no la nuestra, porque él mismo dijo. No vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí.' (Gal. 2,20)

Así el corazón de Cristo era el corazón de Pablo; una tablilla del Espíritu Santo; un libro sobre la gracia... ; un corazón que amó a Cristo como ningún otro lo amó. (Homilía sobre la epístola a los Romanos, 32,3; PG 60,679-680)

 

 

El gran doctor del corazón fue San Agustín[5]. Como para los autores bíblicos, el corazón, para San Agustín, no es una facultad distinta, sino que es el centro más profundo de la persona, la fuente y el término del conocimiento sensorial, en la cual las facultades espirituales todavía están unidas. Le gus­ta hablar de penetración mutua de la memoria, del conocimiento y del amor, que hacen del corazón la imagen de la Santísima Trinidad; una imagen deformada por el pecado y reformada por Cristo en el bautismo. Por experiencia perso­nal, San Agustín sabe hablar profundamente de la conversión

del corazón, de la purificación del corazón, de la custodia del corazón, de la ansiedad del corazón, de la iluminación del co­razón. Aquí citaré sólo un texto sobre la vuelta al corazón:

 

'Volved, rebeldes, al corazón.' (Is. 46,8)

Volved al corazón! ¿Por qué escapas de ti mismo y te pierdes fuera de ti mismo? ¿Por qué entras en caminos desiertos? iVas vagando, vuelve! ¿Dónde? Al Señor. Esto es demasiado rápido; primero vuelve a tu corazón. Desterrado de ti mismo vas vagan­do fuera de ti; no te conoces a ti mismo, iy quieres conocer a quien te ha hecho! Vuelve, vuelve al corazón; apártate del cuer­po. El cuerpo es tu residencia; el corazón percibe también por medio de tu cuerpo, pero el cuerpo no percibe lo que el corazón percibe. Apártate también del cuerpo, vuelve al corazón. En el cuerpo hallaste en una parte los ojos, en otra, las orejas; ¿Los hallas también en el corazón? ¿O no tienes orejas en el corazón? Pero, en este caso, ¿por qué el Señor dice: 'El que tiene orejas, oiga?' ¿O no tienes ojos en el corazón? ¿No dice el apóstol:

'Ilumine los ojos de vuestro corazón'? (Ef. 1,18). Vuelve al cora­zón; ve allí lo que puedes aprender sobre Dios, porque la imagen de Dios está allá. En el hombre interior reside Cristo; en el hom­bre interior te renuevas según la imagen de Dios; en su imagen conoce su Hacedor. Ve como todos los sentidos del cuerpo avi­san al corazón interiormente lo que han percibido exteriormen­te; ve cuántos siervos tiene este emperador interior, y qué puede hacer también sin sus siervos. Los ojos avisan al corazón de lo blanco y de lo negro; las orejas avisan al corazón de sonidos me­lódicos y disonantes... el mismo corazón avisa a sí mismo de lo justo y de lo injusto. El corazón tanto ve como siente, y juzga los otros objetos sensibles; y lo que los otros sentidos del cuer­po no pueden hacer, él discierne lo justo y lo injusto, el bien y el mal. (Tract. in Ioh. XVII; Corpus Chrístianorum 36, p. 186; traducción personal).

 

Cuando volvemos al corazón, podemos aprender a escu­char y a ver con el corazón. San Agustín nos recomienda a ve­ces purificar los ojos del corazón por la fe, de manera que po­dríamos ver lo que creemos. La vuelta al corazón es el primer paso en la vuelta a Dios para quien nuestro corazón se hizo:

"Nos hiciste para ti, Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti. ,, (Conf. I , 1,1)

Los monjes también, como Casiano y San Benedicto, a menudo hablan del corazón, especialmente de la purifica­ción del corazón y de la 'compunctio' del corazón, para que nos apartemos del egoísmo y del pecado, y para que nuestro corazón se llene con el amor y la contemplación. Importante es un texto de San Gregorio Magno, un monje que fue Papa. Acentúa no sólo el amor de Dios, sino también el amor de nuestros vecinos, y supo por experiencia cuán exigente puede ser la vida activa. Muestra un camino para permanecer en con­tacto con el Señor en una vida activa:

 

 

Las almas santas que se ven obligadas, a causa de su oficio, a ocuparse de cosas exteriores, siempre buscan un refugio en lo secreto de sus corazones; allá alcanzan la cima de su reflexión interior, y perciben la ley como en la cima de un monte. Apar­tando el tumulto de la actividad temporal por un momento, meditan la voluntad de Dios, en esta cima de contemplación.

(Mor. 23,38; PL 76, 273-274)

 

La teología de los Padres sobre el corazón de Cristo a veces se cualifica como 'objetiva'. Cuando presentan el co­razón de Jesús como la fuente de agua viva, de los sacra­mentos, de la Iglesia, hay una buena razón para usar esta ter­minología. Pero, no se puede decir que jamás hablan del co­razón de Cristo de una manera 'subjetiva'; hablan de la sabi­duría y de las actitudes del corazón de Cristo. En su estu­dio patrístico "Devotion to the Sacred Heart in the Fathers of the Church"[6], Philip Mulhern O. P. presente una sección sobre los sentimientos del corazón de Cristo, en la cual cita unos textos patrísticos sobre las actitudes y sentimientos de Jesús, explícitamente relacionados a su corazón: su manse­dumbre y humildad, su dolor y su alegría. Dos ejemplos:

 

Jamás Cristo atristó a los débiles; jamás mostró dureza, aún a los presumidos y los orgullosos... Su corazón se mostró siempre lleno de suavidad y de humildad hacia todos, sin excepción. <Eu­sebio de Cesarea, Comment. in Isaiah XLII, PG 25, 385 D)

 

San Agustín pone estas palabras en los labios de Jesús en su Pasión:

 

'Listo está mi corazón, Señor, listo está mi corazón.'

¿Qué han hecho para mí? Han cavado un foso para mí. Aún cuando prepararon agujeros para mis pies, ¿habría podido hacer sino preparar mi corazón para la aceptación?... ¿Habría podido mi corazón hacer otra cosa que prepararse para sufrir? (Comment. in Psalmis, LXI 8, PL 36,671)

 

Cuando los Padres hablan del corazón humano en general, claramente presentan una teología 'subjetiva', porque a me­nudo describen el corazón como la fuente de la vida moral y espiritual. Cabe preguntar si relacionan su teología del cora­zón de Cristo con su teología de nuestro corazón[7]. Ciertamen­te esta conexión no se hizo tan frecuentemente como en el medioevo, pero hay ejemplos. Nosotros solemos orar: "Haz nuestros corazones semejantes al tuyo." Pero, cuando San Juan Crisóstomo dice que "El corazón de Cristo fue el cora­zón de Pablo", ciertamente ya hace una conexión. Y San

Agustín:

 

Contempla las heridas de Cristo en la Cruz, y la sangre que de­rramó en su muerte, el precio que pagó para tu rescate. Bajó la cabeza para besarte, su corazón abierto para darte un refugio, sus brazos extendidos para abrazarte, todo su cuerpo expuesto para tu rescate. Piensa en la grandeza de estos misterios. Ponlos en la balanza de tu propio corazón y deja entrar allí' al que fue crucificado para ti. (De Virginítate, PL 40, 397)